DISCLAIMER: Los personajes no me pertenecen pero la historia sí, por lo que NO AUTORIZO para que ésta se modifique o publique en otro lugar.
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Capítulo 21: "El plan de Inu Taisho"
El viaje había sido extremadamente tedioso, aburrido, silencioso y demasiado largo. Sin poder dormir y removiéndose una vez más en su asiento - cama de primera clase, Inuyasha suspiró amargamente llevándose la mano derecha al collar que colgaba de su cuello, evocó a su dueña, la muchachita decidida y a la vez tierna que había dejado en aquella remota isla. Sintió un nudo en la garganta otra vez. Y volvió a reprocharse a sí mismo: "Basta, nos volveremos a ver".
Se removió inquieto una vez más y volvió el cuerpo hacia la ventanilla del avión, cerrada a esa hora, suspirando, pero esta vez aquel suspiro salió más como un gemido. Y lo supo. El nudo en la garganta le anticipaba lo que había estado evitando hacía horas. El recuerdo de Kagome llorando sin parar antes de marcharse le partía el corazón. Y la había escuchado tras la puerta, cuando se marchó ¿pero qué podía hacer? Cerró con fuerza los ojos sintiendo la humedad de alguna lágrima en uno de sus ojos.
- Inuyasha... ¿estas bien?
Despertó de su melancolía dándose cuenta que no podía mostrarse así, tan débil y destrozado con Miroku. Miroku era su amigo, pero también era un subordinado. Tragó con fuerza y se pasó una mano por el rostro, volteó y lo miró entrecerrando los ojos.
- Sí... es el viaje...- Respondió en un susurro, teniendo en consideración a los otros pocos pasajeros que había en primera clase-... demasiado tedioso, quiero llegar pronto a Tokio.
Miroku se arropó más la manta que una graciosa azafata le había entregado y lo observó con detenimiento a pesar de que el lugar se encontraba casi a oscuras permitiendo así el sueño de los demás pasajeros.
- ¿Qué pasa? ¿Qué me ves?- Lo espetó Inuyasha ahora con la voz más áspera e impaciente.
El otro esbozó una sonrisa leve.
- Echaba de menos a ese Inuyasha- Se burló. Vio como el joven Taisho entrecerraba sus ojos como respuesta a su burla- No, en serio. Es... increíble lo que has cambiado... y en tan poco tiempo.
Inuyasha suspiró derrotado.
- Las cosas... que sucedieron quizás me hayan hecho... más prudente...
Miroku retuvo la risa a duras penas. Se escuchó un par de "shh" a modo de hacerlos callar, mientras el de ojos dorados volvía a mirarlo con rencor.
- Bueno...- Murmuró otra vez el asistente-... no creo que más prudente...- Y su rostro se tornó serio. Hubiera querido agregar algo más... una sospecha que tenía clavada en su mente desde que lo había vuelto a ver... pero no, era demasiada confianza quizás-... más tranquilo y más... ¿feliz? ¿puede ser?- Y sonrió, tratando de que su amigo lo imitara, pero Inuyasha sólo suspiró- Vale, eras feliz, yo arruiné tus vacaciones.
- Sí... era feliz...- Murmuró, acomodándose en el asiento y esta vez mirando el techo de la aeronave, sus manos las dejó reposar sobre su pecho-... muy feliz...
Miroku lo observó con detenimiento una vez más. Algo dentro de su pecho se removió, como una punzada, leve apenas, pero dolorosa, de aquellas sensaciones que a veces tenía cuando sentía que algo malo iba desencadenarse.
- Inuyasha...- Murmuró otra vez, dubitativo. El de ojos dorados ladeó apenas la cabeza para mirarlo, Miroku tragó con fuerza, dudando, pero se dio el valor para seguir, estaba preocupado-... ¿Qué sucede? ¿Ha... ha cambiado algo en ti?
¿Cambiar algo en él? Muchas cosas, pensó el de ojos dorados. Pero... ¿era acaso necesario revelarle el porqué de ese cambio?
Alzó las cejas con aire distraído.
- Es el clima mediterráneo...- Murmuró, entrecerrando los ojos y recordando como el cabello de Kagome le rozaba el rostro cuando la llevaba tras la motocicleta.
- Quien... ¿Quién era esa muchacha que estaba con ustedes en la mesa?
El palpitar de su corazón se le aceleró, pero trató de disimular su turbación.
- ¿Quién?
Miroku lo conocía, llevaba años a su lado. Sonrió apenas aunque se fue con cuidado. No fuera que de pronto saliera la "bestia" que llevaba en su interior y él ya conocía lo mal que le podía ir si Inuyasha se molestaba.
- La... la muchacha de cabello negro, ojos castaños... muy hermosa...
Se atragantó cuando Inuyasha abrió los ojos y lo miró directo, con sus orbes doradas casi echando chispas. El asistente sonrió levemente, esperando su respuesta y poniendo la mejor cara de inocencia que pudo. Pasado un par de segundos de evidente molestia de Inuyasha, éste frunció el ceño y habló.
- Kagome...- Dijo, y sintió hiel en la garganta, tragó fuerte para proseguir-... ella vive en la casa.
- Ah ¿si? ¿es algún pariente lejano? Pensé que tu madre vivía sola.
- Ella no es pariente nuestro- Respondió. Vio que su asistente tenía el rostro lleno de confusión. No tenía que darle explicaciones, pero si no aclaraba en algo el asunto ahora después retomaría el tema- Kagome ayuda a mi madre a que no este sola.
- ¡Oh!
Una dama de compañía, pensó el otro. Una dama de compañía... una sirvienta con privilegios, se dijo después. Ahí estaba el asunto. Inuyasha se había liado con la sirvienta de su madre. ¡Diablos! ¡Diablos!... Pero luego se tranquilizó, después de todo, había sido una excelente idea el llevárselo a Tokio ahora más que nunca pues su padre lo necesitaba.
Inuyasha cerró los ojos para así ya no seguir con el interrogatorio. No estaba de ánimo para hacerlo, responder a sus preguntas aumentaba su dolor, aumentaba aun más la nostalgia. Si hubiera sabido que le dolería tanto la hubiera obligado a llevársela consigo a Japón. No... qué cosas estaba pensando... Kagome no lo pasaría bien en un lugar tan sombrío, estresante y cruel como Tokio, el Tokio de su esfera, al menos. Se volvió con el cuerpo hacia la ventana dándole la espalda a Miroku y fingiendo ya estar dormido. Como si eso fuera posible. Kami Sama... tenía que descansar, debía hacerlo, si hablaba con su padre y razonaban juntos las cosas no podrían salir mal... ahora, si el viejo se oponía a su ida, a su alejamiento de la empresa... no, su padre lo había ayudado ahora, él comprendería, él sabría que el amor estaba primero. Sí, no había porqué preocuparse...
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Casi no podía creer que estaba de vuelta en su lujoso departamento con exclusiva vista al Hyatt y al Mori Arts Center. Lo recorrió con lentitud. No estaba como recordaba lo había dejado, ahora se encontraba limpio, impoluto, incluso el aire era fresco, como si fuera nuevo. Pero esto tenía que haber sido obra de Miroku, quien más podría encargarse del desorden y caos que había dejado atrás para marcharse de Japón.
Caminó hasta su dormitorio y sonrió al ver su cama. Tuvo el infantil impulso de lanzarse en ella y volver a tener aquella sensación de comodidad y bienestar que le brindaba una cama tan lujosa y exclusiva como aquella. Extendió los brazos a los lados y cerró los ojos. El ruido de los motores de los automóviles le taladró los tímpanos provocándole una mueca de disgusto en sus labios. Sintió el frio de la cama, demasiado amplia, demasiado... inerte. Se puso de pie y comenzó a quitarse la ropa mientras sus ojos observaban a su alrededor. Desde donde estaba, veía el cielo azul claro debido a la polución, más edificios como el suyo rodeándolo, un avión comercial que pasó muy bajo y la estructura metálica de una antena televisiva. Volvió a cerrar los ojos y, aparte del ruido de los automóviles de allá afuera, ahí dentro era silencio, sólo silencio y soledad. Hizo una mueca con sus labios mientras volvía a observar a su alrededor. Nunca pensó que odiaría su exclusivo departamento de varios metros cuadrados en el lujoso Roppongi Hills.
Después de una larga ducha, ropa limpia y haberse alimentado con comida plástica, salió al estacionamiento y suspiró cuando vio su impecable Porsche descapotable negro.
Era tarde, aunque no había anochecido aun, cuando al fin llegó a la mansión de los Taisho. El mayordomo le abrió la puerta con ceremonia y lo condujo a la biblioteca. Esta estaba vacía y el muchacho se extrañó de que fueran tan formales con él ¿porqué no lo habían conducido directamente donde su padre? De pronto la puerta se abrió y vio el rostro blanco y frío de la distinguida Seika, enfundada en pieles y alhajas costosas.
No pudo evitar esbozar una mueca irónica, aunque salió más divertida. La verdad es que lo que menos se esperaba era ver primero a esa mujer que a su padre. Seguro, después de todo lo acontecido, debía estar muerta de rabia. Le hizo una leve inclinación de cabeza a modo de saludo.
- Buenas tardes, creí que tenía que hablar con mi padre- Le dijo, alzando una ceja.
- Buenas tardes, Inuyasha- Respondió, caminando con lentitud hasta el sillón que estaba tras el escritorio que a menudo usaba Inu Taisho para alguna cita con sus socios. El muchacho la siguió con la vista, tranquilo. Ella se sentó y lo miró de arriba abajo, como estudiándolo, luego puso ambas manos sobre el escritorio y las juntó, como si fuera a orar. "Menuda señora y sus aires de grandeza", pensó Inuyasha. Su madre era mil veces mejor que esa mujer para su padre...
- ¿Dónde esta mi padre?- Volvió a insistir- Necesito hablar con él.
- Ya hablarás con tu padre...- Respondió la mujer- Primero has de hacerlo conmigo.- Vio como el muchacho le puso mala cara y estaba esperando un insulto y que se diera la media vuelta, ignorándola, pero no fue así, Inuyasha se mantuvo frente a ella, de pie, orgulloso eso sí, serio y tenso, pero no se movió. Extraño muchachito, pensó-... Esto no tiene otro objetivo más que... hacer que las cosas marchen mejor.
- ¿Si?- Musitó él, alzando ambas cejas y echándose las manos a los bolsillos de su pantalón gris de tela.
La mujer agudizó su mirada en la del joven.
- Tienes suerte de tener un padre tan... benévolo- Agregó, como si lo estuviera sermoneando-... hizo todo lo que pudo y también lo que creía imposible... sólo para...- Hizo una mueca-... salvarte de las estupideces en que te metes.- Inuyasha alzó más una ceja, sin embargo, no cambió de expresión.-... supongo que el asistente que tienes te contó todo lo que pasó.- Inuyasha siguió como una estatua, no le respondió. Ella encrispó las manos- Fueron días muy tensos en que se devanó los sesos para limpiar nuestra reputación y el apellido Taisho.
- Bueno, ya sé todo eso- Dijo al fin perdiendo un poco la paciencia. – Si fue para hacerme sentir que estoy en deuda con mi padre y todo eso pierde el tiempo porque tengo conciencia y me he dado cuenta perfectamente todo lo que se jugó por un hijo tan descarriado como yo.
La mujer esbozó una mueca de desagrado. Se puso de pie perdiendo aparentemente la paciencia.
- ¡Ja! Fue tanto lo que hizo tu viejo padre que ha enfermado y gravemente. Su corazón le ha estado dando problemas y sus ánimos han decaído sobremanera, sin duda debido al estrés que esta situación le produjo y también a todos los problemas que tú provocaste.
Ya. Ahí estaba el asunto. Era para reprocharle lo que su padre había hecho por él. Seguro estaba enojada porque lo de la herencia había sido una noticia falsa.
- Ya lo sé... madrastra...- Y arrastró la palabra "madrastra" porque a ella le desagradaba que se dirigiera de esa forma, tenía que llamarla por "señora" o "Señora Seika" simplemente.
Ella enrojeció de rabia y estaba a punto de decir quizás qué cosas, a Inuyasha le sorprendió que perdiera la compostura, como Sesshomaru, ellos jamás se alteraban (o al menos enfrente de los demás), pero se tranquilizó y volvió a ser la misma Reina del Hielo que antes.
- Así que... lo sabes...- Murmuró, agudizando aun más la vista en él-... espero que esto te enseñe a ser más responsable y no vuelvas jamás a enlodar el apellido de la familia... y sobre todo...- Sus pupilas parecían dos filosas navajas peligrosas e hirientes-... no te atrevas a volver a pasar a tu pobre padre por algo semejante... ahora le debes mucho a la familia y tienes que estar dispuesto a todo para pagar lo que se ha hecho por ti.
Inuyasha finalmente sonrió. Esta mujer disfrutaba de sus fracasos y parece que ahora se deleitaba al saber que tenía una deuda de por vida con la familia. Pero borró la sonrisa al darse cuenta lo que eso significaba y entonces su corazón comenzó a latir violentamente. Eso no le gustó nada. Siguió mirando a la mujer. ¿Quién era ella para decirle todo eso?
- ¿Terminó?- La desafió, una vez más.
Ella sonrió apenas.
- Ten cuidado con lo que haces, porque si a tu padre le sucede algo sólo tu serás el responsable.- Lo amenazó, sin miramientos.
- No se preocupe, madrastra, mi padre ya no tendrá más problemas debido a mi causa, se lo prometo- Respondió, dándose la vuelta y saliendo con una sonrisa triunfal. Porque era esto lo que esperaba, sinceramente, romper el lazo con la familia para ya no perjudicarlos más, así podría regresar a Grecia y vivir el resto de su vida allí.
- ... no te atrevas a volver a pasar a tu pobre padre por algo semejante... ahora le debes mucho a la familia y tienes que estar dispuesto a todo para pagar lo que se ha hecho por ti...
Sin embargo, aquellas palabras de Seika le amargaron la existencia y lo perturbaron enormemente, haciéndose realidad aquel pensamiento que lo acechaba desde que Miroku le había revelado todo lo que había hecho su padre por él, eso de tener que "devolver la mano"... pero su padre era bueno, comprensivo y había estado enamorado de una mujer pobre como Izayoi una vez, lo entendería, seguro comprendería y lo dejaría libre...
Eso era lo que al menos Inuyasha esperaba.
El hombre de ojos dorados subió las escaleras, seguro su padre estaba en su alcoba, a esas horas.
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- Deja de llorar, niña, tus ojos parecen pelotas de ping pong.
Kagome estaba de espaldas a ella, sentada junto a la ventana de la cocina y la mirada perdida en el mar, cuando escuchó el reproche de Kaede se alarmó y pegó un brinco, avergonzándose por ser tan evidente, se pasó las manos por las mejillas que estaban húmedas otra vez. No podía parar de llorar, era eso, ni siquiera podía retener las lágrimas, la pena era tan grande, el vacío era tan horrible y la nostalgia era una tortura interminable que parecían haberla llevado al lugar más horrible y desolado de la tierra.
- Deberías haber sabido que esto pasaría...- Rezongó Kaede, a su espalda, mientras lavaba la loza del desayuno esa mañana-... el amo sólo vino de vacaciones, nada más.
La muchachita sacó el móvil del bolsillo de su falda y lo observó con infinita tristeza. Un poco más e iría a Thira, cómo ansiaba escuchar su voz...
- Kagome, es mejor que te dejes de estar así... te has hecho demasiadas ilusiones y eso no esta bien... además no volverá.
La muchacha cerró los ojos y se llevó el móvil al pecho, lo abrazó con fuerza, para que estuviera muy cerca de su corazón.
- Él volverá...- Murmuró apenas.
La cocinera movió la cabeza, apartó las manos del agua, se secó y fue hasta donde ella estaba, le tomó el rostro con las manos para que la mirara.
- ¿Qué no entiendes, niña? Deja ya de sufrir así. Te dije que el niño sólo estuvo de vacaciones, su vida esta allá en Tokio, junto a su padre millonario y su empresa donde manda a todos... – Kaede había endurecido la mirada. Cómo hacerle entender a una muchacha que siempre fue tan inteligente y asertiva, era lo que más le daba frustración, Kagome parecía otra ahora. Y entonces, al ver la mirada cristalina y enrojecida de la muchacha, tuvo compasión de ella. Suspiró y se sentó a su lado.- Kagome... yo no quiero lastimarte, quiero que... abras los ojos y te des cuenta de la realidad...
- Él me ama, Kaede... por eso volverá...- Musitó y eso fue acompañado de un sollozo que ahogó en sus labios.
La cocinera supo que no sacaba nada con seguir insistiendo. La abrazó y le acarició el cabello como si hubiera sido su madre. Pasaron un momento de aquella forma hasta que Kaede tuvo un mal pensamiento. La apartó y la miró fijamente mientras la muchacha volvía a secarse las lágrimas. Arrugó la frente.
- El que el amo se haya marchado... te ha afectado demasiado...- Murmuró y sus ojos inquisidores se posaron en la mirada acuosa de Kagome-... es que acaso... la relación de ustedes ha ido... ¿más allá?
La joven sirvienta abrió desmesuradamente los ojos y se sonrojó por completo. De inmediato se puso de pie y evitó mirarla.
- Ay, Kaede...
- Dime la verdad, Kagome...
La muchacha se echó el móvil al bolsillo y la enfrentó. Jamás le revelaría aquel secreto, porque era algo entre Inuyasha y ella, nadie más. Y menos se lo diría a Kaede, que lo único que hacía era hacerle pensar mal de él, que desconfiara de su amor, de sus palabras, de su promesa.
- ¡Por supuesto que no!
Y fue tan exagerada al decirlo que la voz casi le chilló. Apartó el rostro de la anciana y caminó hasta la salida.
Kaede sabía que Kagome no mentía, pero en esa ocasión, dudó de ella.
- Voy a Thira a visitar a mis amigas.
- Vuelve pronto, la señora quiere que estés aquí para mediodía.
Suspiró al ver a la muchacha salir y alejarse, entonces volvió a su quehacer. Se sentía preocupada, pero intentó confiar en las palabras de Kagome. Bien, el amo se había ido y no volvería, ella tendría que olvidarlo, hasta el muchachito pescador le parecía un buen partido ahora para esa chiquilla. Con eso, la anciana logró quedarse más tranquila.
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Su padre estaba ya en cama y dormitaba pero al verlo lo recibió con alegría. Inuyasha se acercó a él y, por primera vez en años, el anciano lo abrazó paternalmente.
Cuando se apartó, el muchacho se sentía agitado ante esta muestra de cariño de su padre, toda su vida había querido demostrarle ser lo mejor y sin embargo siempre había percibido que tenía muy poca de su atención. Ahora lo abrazaba y más aun, le sonreía con satisfacción y entusiasmo. Inuyasha volvía a recuperar la compostura y el humor que había perdido hacía un rato.
Desde la cama, el anciano sonreía abiertamente, llevaba la bata puesta, su cabello aun bien peinado, amarrado en una coleta como siempre. Pero lucía ojeroso y algo demacrado.
- Me alegro que por fin estés de vuelta- Dijo, saliendo de su cama con lentitud, Inuyasha lo ayudó, pero el anciano se rehusó- Puedo, estoy bien...
Se acomodó la bata y lo miró.
- Padre, no sabe... cuanto en verdad le agradezco lo que ha hecho por mi- Le dijo, ansioso y sonriente.
Inu Taisho meneó la cabeza, dirigiéndose a la sala continua que servía de recibidor, allí se sentó, esperando que el muchacho lo acompañara.
- Siéntate, hijo ¿quieres una copa?- Y le ofreció del buen ron que tenía sólo para ocasiones especiales. El muchacho rechazó, sin embargo el anciano se hizo un trago para él. Le dio un pequeño sorbo y luego dejó el vaso en la mesita que estaba a su lado- Inuyasha, sólo hice lo que un padre tenía que hacer para salvar a su hijo.
- Pero... debió decirme... - Y los ojos del muchacho se entristecieron notoriamente-... yo lo hubiera ayudado... creí todo este tiempo... que usted... que ya no confiaba en mi.
- ¿Y por eso te fuiste donde tu madre?
La pregunta fue algo insultante. Inuyasha lo miró fijamente, sacándose aquella idea de la cabeza.
- Era el único lugar en donde nadie me podía encontrar.
Inu Taisho sonrió y luego rio a carcajadas, tomó el vaso de ron y esta vez bebió hasta la mitad.
- Ahh, niño... podrías haber huido a otro lado...- Su voz se suavizó y los ojos dorados del anciano se perdieron en un punto indeterminado de la habitación-... Santorini es peligroso para el amor...
El muchacho dejó de sonreír y tragó fuerte.
- Mi madre... aun lo recuerda...- Se atrevió a decir.
El anciano lo miró de reojo, endureciendo completamente la mirada, luego, apoyó la espalda en el respaldo de su cómodo sillón.
- ¿Ah si?
- Sí.
Inu Taisho se removió algo inquieto en su puesto y luego volvió a posar los ojos en su hijo menor, la expresión endurecida de su rostro cambió nuevamente.
- Bueno, sigamos con nuestro tema. Seguro Miroku ya te contó los detalles. Nos enfrentamos a enemigos poderosos hijo, hay que tener el máximo de precaución y cuidado... esto ya lo conversé con Sesshomaru pero él como siempre apenas me escuchó y... creo que se irá pronto otra vez... por lo tanto, es lógico que me preocupe ahora por ti.
- Lo sé, padre...- Y ahora era él quien había cambiado su expresión.
Quería decirle que tenía que marcharse a Grecia, que se había enamorado y si era posible ayudarlo con la empresa desde allá, gustoso lo haría.
- Las acciones de nuestra empresa se desplomaron por el escándalo aquella vez... ha sido... difícil el que nuestros socios y el mercado confíe en nosotros nuevamente... tuve que pagar fuertes sumas de dinero para que los medios informaran que fuimos víctimas de una trampa...- Inu Taisho suspiró-... y aun así hay muchos que desconfían, no hay pruebas de nada... saben que estoy enfermo y pronto tendré que ceder mi puesto a uno de mis hijos... Sesshomaru no quiere hacerlo, se rehúsa, el muy orgulloso dice que prefiere hacer su propia fortuna y no depender de nadie... así que me quedas tú...- Y sus ojos ancianos y cansados conmovieron el corazón del muchacho.
- Padre...
- Con todo lo que ha pasado...- Prosiguió el anciano poniéndose de pie nuevamente-... es primordial solucionar las cosas de inmediato sino... la ruina es lo único que nos espera... y para eso, para que las acciones vuelvan a subir, nuestros socios vuelvan a confiar en nosotros y a invertir, he ideado un plan... que te ayudará tanto a ti, para asentar cabeza, como para la familia, para que no haya más desgracias... todo esta casi listo, conversado, así que no hay de qué preocuparse.
Inuyasha se puso de pie lentamente, ahora, estaba pálido como nunca, una idea loca y descabellada estaba naciendo en su cerebro, dándole una conclusión a las palabras de su padre, quiso decir algo, detenerlo antes que dijera algo más, pero la garganta se le atragantó, la boca se le secó y así ya casi no pudo hablar, el anciano ni siquiera lo miró cuando prosiguió.
- Vas a comprometerte en matrimonio lo antes posible con la hija de un socio nuestro que además es Ministro del país, una muchacha de familia noble y de conducta intachable que además es muy hermosa... tu la conoces, hijo... seguro la has visto en alguna de nuestras fiestas...- Y entonces lo miró. Ni siquiera supo que a Inuyasha en ese momento se le había paralizado el corazón-... su nombre es Kikyo.
Continuará...