Allí estábamos, en una isla cuyo nombre es tan espeluznante que nadie quisiera rondar por allí. Por extraño que pareciera, por más felicidad que se palpara en el ambiente por el tan esperado reencuentro de Andrew y William con sus amados padres, Amy y yo no sabíamos muy bien cómo actuar.
-Hijo mío, ¿cómo lograsteis encontrarnos? –dijo su madre mientras sostenía sus manos.
-Fue todo gracias a Aurora. –dijo convencido. Me miraba con una mirada agradecida.
-Ella era la única que podía leer el contenido de su diario madre. –contestó William dedicándome una sonrisa.
-Muchísimas gracias Aurora. –dijo su padre igualmente agradecido. Yo asentí en forma de agradecimiento por el reconocimiento obtenido. En ese momento recordé la confusión de la madre de Andrew y William al llamarme Evie y decidí preguntarle por ella, quizás así lograría algo de información.
-Antes me llamó Evie, ¿qué sabe de mi madre? -pregunté algo nerviosa.
-Evie ha sido siempre nuestra amiga, nuestra compañera de viajes. –dijo la madre de Andrew y William.
-Nos ayudó a escondernos en esta isla, puso a disposición de nuestros hijos mi diario para que lo encontrasen y pudieran encontrarnos. Pero... -de repente se quedé callada, cabizbaja.
-No supimos nada más de ella. –terminó por decir. En ese momento pude sentir como mi corazón se rompía, en mil pedazos. No había forma de sacar más información sobre ella.
-Nunca nos comentó que tuviera una hija, pero sí que tenía asuntos que atender en aquella ciudad, Wodville. –dijo aquella mujer.
-Pero ahora que recuerdo, me confesó que tenía que hacer algo importante, algo que cambiaría su vida a mejor y que luego volvería al lugar donde pertenecía. –comentó. Aquellas palabras me llenaron de nuevo de positividad, cabría alguna posibilidad de encontrarla en mi propio hogar, en Wodwille. Si eso era posible, la buscaría hasta debajo de las piedras si hiciera falta.
-La encontraremos. –dijo Andrew sosteniéndome una mano.
-Sí, al menos tenemos una pista. –dijo William que parecía un tanto esperanzado.
-Podemos empezar por buscarla en nuestra propia ciudad, preguntar por si alguien la conociera. –añadió Amy.
-Tengo una foto. –recordé.
-Genial, podemos empezar por ahí. –dijo Andrew sonriéndome.
Decidimos pasar la noche en aquella isla. Al día siguiente partiríamos de nuevo a casa y buscaríamos a madre por todos los rincones. Quería verla, abrazarla, sentir su calor. ¿Cabría alguna posibilidad de que la encontráramos?
"Lugar al que pertenecía". –susurré para mí. Era de madrugada y sólo podía pensar en aquellas palabras.
-Aurora, ¿qué haces? –susurró Andrew que estaba despierto al igual que yo.
-Oh, nada, siento haberte despertado. –dije preocupada.
-Vamos, demos un paseo. –se incorporó y me ayudó a levantarme. Una vez en la orilla, nos sentamos en la arena mojada. Hacía bastante frío. Nos alejamos bastante de nuestro campamento, pero agradecí enormemente estar cerca del mar, el sonido del vaivén de las olas me relajaba bastante.
-¿Estas preocupada? –preguntó mientras rodeaba sus rodillas con sus brazos.
-Sí, no puedo dejar de pensar donde estará. –afirmé.
-No te preocupes, la encontraremos. –dijo mientras se acercaba ligeramente hacia mí. Era una noche muy especial, la brisa, la luna iluminándonos, el silencio.
-¿Qué miras tanto? –dije con tono burlón al ver que no paraba de mirarme.
-Eres preciosa Aurora. –contestó. Me miraba con dulzura, como si no importara nada más. Se inclinó para besarme y no dudé ni por un segundo en apartarme. Dejé que pasara. Entonces empezó a acariciarme suavemente, deslizando su mano por mi piel, haciendo que me estremeciera. No había sentido jamás algo parecido. Se detuvo por un instante.
-Si quieres que me detenga, solo tienes que decírmelo. –dijo de repente. Mis ojos clavados en los suyos podían hablar por sí solos, indicaban que no se detuviera. Mis labios decidieron contestarle.