Todavía estaba maquinando todo aquello. Era muy increíble de creer. Aquel chico tendría que darme una buena explicación, porque en mi cabeza sólo había un lío de ideas, y nudos por dondequiera que intentaba pensar.
-Disculpa Ada, no me he presentado- Ada? Eh? -¿Puedo llamarte Ada? Sería el diminutivo de Adahia.
- De acuerdo- jamás había hablado con un chico de mi edad, ya que siempre estaba encerrada en el Castillo. Quería conocerle más. -¿Quién eres?- Pregunté.
-Pues me presento- Dijo con voz juguetona y divertida -Soy Nataniel, tengo 19 años- dos años mayor que yo, interesante. -Y como ya sabrás soy hijo de mi madre- Soltó una carcajada que detuvo desde que vio mi cara disgustada.
-¿Como es eso, de que eres hijo de mi madre?- Solté tajante.
- Sé que será difícil de entender- dijo acercándose a mi -Pero la realidad es que yo soy el único hijo que tuvo Nadia- No es cierto. Que esta hablando? -Lo siento Ada, pero Nadia no es tu madre.- NO.
-¿Cómo es posible?- inquiri inquieta.
-Tu madre murió cuando tenías 2 meses. Tu padre El Rey Adrien, se casó con mi madre la cual te crió como su hija- OH POR DIOS!!
Esto no puede ser cierto.
-¿Y donde estabas tú todo este tiempo? Na...tan..iel.- Ese nombre me sonaba de algún lado. Pero de dónde? Ahhh... Las cartas de mi madre, bueno... Las cartas de Nadia. Recordé las tenía en mi mochila de cuero, que aún no me había quitado de la espalda.
-Estaba oculto viviendo en una cueva- Porque rayos? Iba a preguntar, cuando se acercó a mi. -Estás herida- Dijo viendo la sangre seca en mi cuello.
Se retiró de mi lado, busco un trapo limpio, agua y algunas llevas que tenía en recipientes ocultos bajo la paja. Se acercó a mi, mientras yo retrocedía.
-Dejame ayudarte. Sólo curare tus heridas, no te haré daño-
Asentí porque estaba más que claro que necesitaba ayuda con la herida. Lo malo de ser princesa y ser atendida por el mundo completo, es que no sabes hacer casi nada. Y esa es mi realidad, soy una completa inútil si de realizar tareas normales se trata. Pero si hablamos de dormir, comer, jugar al ajedrez, leer, bailar, preparar galletas y pan escocés; entonces ahí entro yo, como toda una profesional.
-Siéntate aquí- Puso un barril que había escondido en el lugar. Me senté y el se acercó a curarme la herida.
Desprendía un olor agradable, un olor masculino y diferente. Me curó la herida con suavidad y cautela, aplicando agua, las llervas curativas y luego vendando con mucho cuidado.
-Ya está- Dijo al terminar.
-Gracias- Dije cabizbaja.
-¿Porqué?- Dijo con cara juguetona. -Tu también lo disfrutaste, o no?- Se explotó de la risa. Al parecer tiene buen sentido del humor. Pero no cuenta con mi bordalidad.
-Me encantaría corresponder a tu pensar, pero la verdad fue toda una tortura teniendo en cuenta tu insoportable persona- Sí, acabo de ofender al chico que me curó la herida. Bello, muy bello todo lo que hago.
-Aaayyy que lindas palabras, me emociono- Dijo con voz chillona y falsa actitud femenina. -Soy un hombre nena, no me ofenden las palabras de una princesita rojiza-
Princesita rojiza, ah si? -Esta princesita tiene 17 años y puede partirte la cara- Me enfade.
-Jajajajajaja Uyy esto será divertido- Dijo con suspicacia. -Sabes? tu te enfadas, yo me enfado, tenemos mucho en común casemonos- Acaso está loco, pero que le pasa.
-Definitivamente tendré que soportar a un demente, Lo que faltaba- Dije en voz alta.
-Te sorprenderá lo que este demente puede hacer- Santo cielo, que susto, sólo pensé en aquel demente haciéndome dos hijos. Santo padre de la padrería.
Está demente, si, así lo llamaré demente.