Llevó a sus labios sus dedos índice y mayor, rozándolos con suavidad. Alejándolos, los observó como si aún allí estuviese la esencia de aquel hombre. Y acompañado de un largo suspiro, dejó caer su cuerpo hasta que éste al fin tocó los escalones bajo sus pies. Sentado en la entrada de su propio templo, se dedicó a pensar.
¿Cómo es que había pasado por alto ese pequeño y gran detalle a la vez?
¿Acaso no recordaba a flor de piel todos aquellos sueños? Sueños que conseguían despertarlo agitado, intimidado por el realismo con el que se le presentaban.
Resultaba una obviedad que tarde o temprano aquella situación se presentara. Milo y él mantenían una relación de años..
Clavó sus ojos en la casa de Escorpio. ¿Habría llegado ya a ella? Le habría gustado detenerlo, seguirlo incluso. Esa era la verdad. Pero..
¿Estaba listo?
Suspiró. No podía engañarse por muy incómodo que le resultara. El deseo, el arrebato del griego, le habían gustado. Aquel Milo hambriento, sediento de pasión, era totalmente nuevo para él pero por Athena, no podía negar que aquello le había acelerado el corazón.
Milo le había hecho temblar la cordura. Y no debía pasar mucho tiempo más para que hubiese perdido por completo la cabeza así como la razón. Y es que, después de todo..
¿No era Escorpio el signo de la pasión?
La constelación del griego representaba al mismísimo guardián así como Acuario lo caracterizaba a él. El deseo, el desenfreno e intensidad emocional eran particularidades del octavo signo zodiacal y era evidente que su representante en la Tierra las tuviera. Los sueños en su memoria no le permitían negarlo.
Así pues, que aquello sucediera sólo era cuestión de tiempo. ¿Cómo es que no había pensando en ello?
Podía sentir intacto en sus labios, en su lengua, el sabor dulce del escorpiano. Se había quedado con ganas de más, claro que sí. Pese a ello, sin embargo, no podía ignorar que también sentía vergüenza. Milo podía conocer ya su cuerpo, sus gustos, sabría qué hacer, cómo hacerlo. Él, sin embargo, no sabía nada. Para él todo, absolutamente todo, sería como la primera vez.
Y aunque Milo fuese su novio hace años, aunque lo conociese mejor que nadie, desde su perspectiva no dejaba de ser un desconocido. ¡Aquello no era fácil!
Esa, más que ninguna otra, era la razón por la que había tomado distancia.
No habría podido detenerlo aunque así lo hubiese querido. Era consciente de que el griego se había ido sumamente angustiado pero podría hablar después con él. Aunque la idea no le gustara, aunque el pudor lo sofocara, debería hacerlo. Milo no tenía la culpa. Sabía que aquello sucedería. Era inevitable..
Tú quieres que suceda, Camus.
No iba mentirse. Se había muerto de deseo ante los besos de su novio, ante el contacto de sus manos con su propio cuerpo pero..
Otra vez estaba allí su maldita desgracia de no recordar nada. Y lo quisiera o no, el pudor y el sofoco que aquella situación le imponía era demasiado palpable.
Se puso en pie, miró por última vez la casa del griego e ingresó a la suya. Enfrentaría sus propios deseos, lo haría. Pero no hoy. Pues primero debía hacerse a la idea.
•
- ¡Maldita sea! - gritó al tiempo que cerraba de un portazo la puerta de su habitación.
Sentía una furia inmensa contra sí mismo, contra su impulsividad, la misma que ahora lo dominaba, recorriendole las venas. Y se cegó, pues comenzó a tirar todo lo que vio a su alcance.
Limpió su escritorio de una pasada, lanzando al suelo todo lo que en él había, en un intento de quitarse de encima la bronca. Sentía odio, sentía impotencia.
- ¡¿Todo mal tiene que salirme?! - reclamó en voz alta al techo de su habitación, seguro de que los dioses podían oírlo.
Cerró con fuerza los puños hasta el punto de lastimarse. Y con gusto habría asestado uno de ellos contra sus propios muros. Sin embargo, su impotencia salió por otro lado. Sentado en su cama, rendido ante las circunstancias, dejó salir su dolor. Llevándose las manos a la cara, al fin descargó sus lágrimas.
¡Años! ¡Años llevaba amando a Camus!
¿Cuándo lo recordaría? ¡¿Cuándo?!
Estaba harto. Harto de mantener la ficticia fortaleza que incluso sostenía con el acuariano. Por mucho que éste estuviera poniendo de su parte, eso ya no le alcanzaba.
Estaba siendo egoísta, lo sabía. Pero maldita sea, ¡estaba cansado! ¿Cuándo recuperaría a su novio?
¿Cuándo le devolverían lo que le pertenecía?
Había tocado fondo. Estaba totalmente agobiado, desesperado ya. No quería compararse con Camus pues sabía que tampoco era fácil para él pero, por Athena, al menos no tenía que convivir con el pasado. Un pasado que cada que podía le echaba en cara lo mucho que había perdido.
Camus debía ser fuerte para asumir sus acciones. Él, sin embargo, debía serlo con absolutamente todo, pues su pasado, presente y futuro lo oprimían.
Una vez le habían preguntado qué hubiese preferido; perder la vista habiéndola tenido o jamás tenerla. Y él no había entendido por qué la persona que se lo pregunto optó por la segunda opción. Pues ahora lo entendía. Su situación era exactamente esa. Debía conformarse con el recuerdo de algo que ahora no tenía. Camus, en cambio, no tenía recuerdos que anhelar.
Desde el día uno había sólo pensando en el francés, en su bienestar. Pero se había olvidado de sí mismo. Estaba dejando la vida en aquella misión.
¿Pero qué más podía hacer? ¿Acaso tenía opción?
No la tenía. No podía exigirle a su novio cosas que no le nacieran. Y no se refería a algo tan superficial como el sexo. ¡Ojalá hubiese sido sólo aquel el problema!
Ya más calmado, secó sus lágrimas. Acostándose en la cama, rememoró aquello que tanto le hacía falta. Cerró los ojos y pensó en el último recuerdo que tenía con Camus. Y casi, casi que pudo sonreír ante la perfección con la que podía recrear la voz de su novio.
Flashback
- Debí pedirle a Shion que me enviara contigo. - comentó sentado en la cama, desde donde tan sólo tenía ojos para Camus.
De pie, el acuariano terminaba de cerrar su pantalón de batalla. La armadura de Acuario descansaba justo al lado de la suya, pues aquella noche la habían pasado en Escorpio.
Ante sus palabras, el francés le sonrió, más no dijo nada. Una vez estuvo vestido apoyo su mano sobre la armadura a su lado. Ante el contacto de su propietario, ésta se convirtió en un millón de doradas partículas que lo envolvieron. Y en cuestión de un segundo, su novio vestía la armadura destinada a protegerlo.
Desde la cama él sólo observaba. El silencio del francés, sin embargo, no le pasó desapercibido.
- ¿No me dirás nada? - objetó.
- Milo.. - lo miró el acuariano - Sólo serán unos días.
- Sabes que me cuesta. - desvió la mirada. Se sentía molesto y no terminaba de entender por qué.
El francés, no obstante, pareció entender que algo le pasaba. Quitándose la máscara y acercándose a él, se agachó hasta estar a su altura.
- Te prometo que volveré lo más rápido que pueda, ¿está bien? - le sonrió.
Pero él no le respondió. De verdad le habría gustado acompañarlo, sobretodo si en aquella misión también participaría Hyoga. Además, no podía negar que aquella tarea le preocupaba.
- Tierra llamando a Milo.. - habló el acuariano, haciéndolo reír.
Y aprovechando que se había reído, el francés dio por terminada la conversación. Tomándolo con suavidad por la barbilla, Camus lo besó. Y por muy disconforme que él pudiera estar, jamás podría resistirse a los labios de su novio.
Amaba a Camus como a nada ni a nadie en el mundo. Amaba sus besos, sus caricias, amaba sus ojos, su voz, su sonrisa. Amaba sus gestos. Y lo amaba incluso en ocasiones como estas, cuando daba por terminada una conversación que él quería continuar.
Correspondió a su beso con verdaderas ganas, intentando saborear cada milímetro de sus labios, de su lengua. Quería que aquel sabor dulce le quedara impregnado por todo el tiempo que le faltaría.
Siquiera todas las horas que habían pasado juntos, todas las veces que le había hecho el amor aquella noche lo dejaban conforme. Él siempre querría más. Y si no fuese porque Camus fue quien dio fin a aquel contacto, el habría continuado.
- ¿No te ha alcanzado la noche que tuvimos, Milo? - le sonrió con falsa reprobación el francés.
- Sabes que no. - respondió orgulloso.
- Qué difícil de conformar eres.
Dicho esto, su novio le robó otro beso y volvió a ponerse en pie. Debía partir, lo sabía. Y sólo de pensar en los días que pasaría sin el francés, su molestia se intensificaba. Pero en fin, era la vida que elegían.
Una vez en la entrada de su templo, dejó de lado las bromas y abrazó a su novio.
- Cuidate, Cam..
- Lo haré. - acarició su mejilla el acuariano.
Besó al francés por última vez, ya rendido a que él debería quedarse allí. Rusia era el destino de su novio y qué mejor que él y su discípulo para afrontarlo.
Colocándose la máscara nuevamente, el acuariano se dispuso a marchar.
- Te veré pronto, mi amor. - le sonrió - Tú también cuidate.
Devolvió la sonrisa en silencio. No quería continuar retrasando su partida.
- Envíale saludos a Hyoga. - dijo cuando ya el francés había descendido unos metros.
Como respuesta, su novio tan sólo elevó su mano al aire, de espaldas. Él rio. Bien sabía el francés que si seguía haciéndole caso se iría tarde.
- Te amo, mi amor.. - susurró al viento.
Y no le importó que Camus no lo escuchara, pues estaba muy seguro de que él lo sabía.
Fin del flashback
Una sonrisa llegó a sus labios al recordar esa última noche, esa despedida. Camus era verdaderamente cariñoso cuando así lo quería.
Recordó sus besos, sus caricias. Esa sonrisa que hacía tanto no veía. Ésa que sólo a él le regalaba. Una sonrisa que sólo ellos compartían. Cómplice, enamorada. Una que el actual Camus, aquel falto de pasado, no era capaz de darle..
Poco faltaba para que se cumpliera un año de aquel incidente, de aquella maldita misión que le arruinaría la vida. ¡Un año!
Odiaba haber estado en lo cierto, pues aquella supuesta tarea de reconocimiento se convertiría en una de las más arduas batallas que su novio debió enfrentar.
Si él hubiese sabido que aquella mañana sería la última que compartiría con Camus, su Camus..
Pero ya no le quedaban lágrimas que derramar. Así como estaba, avergonzado por su accionar, ni queriendo pensar en cómo volvería a encarar al francés después de lo que acababa de pasar en Acuario, al fin se durmió.
•
Ya el calor del momento se había ido, así como la cordura que el griego le había hecho comenzar a perder la noche anterior, había vuelto a su cuerpo. Con la mente fría, ahora era realmente capaz de entender al borde de qué estuvo.
Su cabeza se debatía más que nunca entre lo que pensaba con lo que sentía. Moría de vergüenza de sólo imaginarse en esa situación con el griego. Sin embargo, la curiosidad de experimentarla era fuerte también. Milo le gustaba. Sobre eso no había dudas.
¿Pero qué debía hacer? No iba a ser fácil mirarlo a los ojos nuevamente. No al menos para él. Resolvió, no obstante, que de nada servía evitar su encuentro. Tarde o temprano tendrían que hablar sobre el tema. Así pues, se llenó de valor y prometió no hacer más difícil de lo que ya era la situación. Lo que ocurrió la noche anterior no había sido nada, no había por qué mandar al diablo todo lo que ya habían conseguido.
Un simple desliz no convertía a Milo en un desgraciado. Sobretodo si aquel desliz bien que le había gustado.
Aguardó a que por casualidad fuese el escorpiano quien se dirigiera a su casa al día siguiente, pero no ocurrió. Pensó que quizás fuese mera coincidencia, no podía ser que el griego estuviese enojado o algo así. El pasar de las horas, sin embargo, únicamente potenciaria esta teoría.
Bajó los escalones que lo separaban del templo de Escorpio, dispuesto a pasar un rato con quien se suponía era su novio. Sin necesidad siquiera de abordar el incómodo tema de la noche anterior. Únicamente por el hecho de compartir tiempo juntos. Era lo que venían haciendo hacía días..
Sin embargo, tampoco lo encontró allí.
¿Dónde estás, Milo?
¿Sólo para él resultaba obvio que debían hablar? ¿No lo había visto acaso sumamente angustiado?
Continuó camino abajo, entonces. Y se sorprendió de sobremanera al encontrar al griego llamativamente divertido y en compañía de Aioria.
- Hey, Camus. - lo saludó el leonino. Su novio, sin embargo, apenas si le sonrió - Espero que no te moleste que me robe a Milo por un rato.
Clavó su mirada en el escorpiano, pues no acababa de entender aquella escena. ¿Qué tenía que ver este Milo con el que recordaba? Apenas si lo había mirado.
- No, claro que no. - respondió veloz. - Sólo estaba de paso.
Sin decir mucho más, abandonó el templo de Leo. Había mentido, sí. Pero tampoco había tenido opción. ¿Quién era ese Milo y dónde estaba al que se había acostumbrado?
Continuó bajando por el simple hecho de hacer algo, pues sus planes acababan de derrumbarse. Y no fue sino en Géminis que alguien logró distraerlo. Pues en compañía de Saga, consiguió pasar la tarde.
•
Esperó a que el sol comenzara a caer para despedirse del gemelo. La verdad no había planeado pasar así aquel día pero tenía que admitir que bien se había divertido en compañía de su amigo. Sólo había faltado Shura para que lo bueno se tornara aún mejor. Así pues, ya de mejor ánimo, encaró el ascenso a Escorpio.
Intentó dejar de lado la molestia que le había causado ver al griego tan campante en compañía de Aioria, pues pensó que bueno, quizás él estaba magnificando las cosas y no eran para tanto. En tal caso, ahora podría ya ver a Milo.
Sus planes, sin embargo, volverían a derrumbarse.
Cuando estaba a mitad de las escaleras que dividían Libra de Escorpio, se topó con que el guardián al que iba a visitar las bajaba.
- Hola, Cam.. - le sonrió el griego con esa sonrisa extraña que no acababa de descifrar.
- ¿Te estás yendo? - ignoró su saludo. ¿Era un broma? - Estaba yendo a verte.
- Sí, lo siento.. - respondió algo esquivo el escorpiano - Quedé en visitar a Mu junto a Aioria esta noche. Es nuestro trío, ¿sabes?
Sí, lo sabía. Shura ya le había contado cómo se habían dividido en aquella ocasión.
- Pero podemos vernos después, si quieres. - acotó el griego ante su silencio.
- ¿Cuándo? - preguntó sin vueltas.
¿Estaría exagerando? Quizás..
- ¿Tal vez mañana?
¿Tal vez? ¿Era en serio?
Más intentó serenarse. Sí, debía estar exagerando. Si para Milo no era para tanto, quizás era porque no lo era. Borró de su semblante tanta seriedad y suavizó también su voz.
- Está bien.. - esbozó un intento de sonrisa.
- Te veré luego. - sonrió también su novio que, acercándose, depositó en su mejilla un beso. Uno demasiado veloz, a decir verdad.
Sin más, el griego lo abandonó y él se quedó observándolo hasta que lo perdió de vista en la casa de Libra. ¿En verdad eso había sido extraño sólo para él?
No estaba acostumbrado a un Milo así. Aunque, quizás esto también era parte de su novio. Después de todo, aún estaba conociéndolo. Intentó no prestarle demasiada atención a nada. Aquello podrían haber sido tan sólo coincidencias y ya.
Subió lo que restaba a su casa pensando en ello, procurando entonces no hacerse la cabeza. Su voz interior, sin embargo, aún le decía que algo extraño sucedía.