Habíamos andado al menos unos 15 minutos. Habíamos pasado un pueblito (el cual de hecho no era nada como mi madre me había dicho que era) y ahora pasábamos por un puente que daba paso sobre un arrollo. En ese recorrido, me había enterado que el chico se llamaba Jeremy y el hombre Marcus.
Aún sentía mi cuerpo pesado, casi me había caído del caballo unas tres o cuatro veces, pero Jeremy me sostenía por la cintura.
Jeremy y Marcus hablaban de cosas que no comprendía; cosas que habían pasado en el reino y del nuevo comunicado del Rey Oscuro, el cual, al parecer, había ofrecido una recompensa alta a quien encontrara a quién fuera que fuera la señorita Glidernight.
Estaba atemorizada. De mi cabeza no salía el pensamiento de que me iban a colgar en cuanto se dieran cuenta de que yo no era a quien buscaban.
Más sin embargo, la suerte se puso de mi lado en ese momento. En cuanto Jeremy y Marcus me llevaron con el Rey Oscuro, el pareció encantado de verme. O bueno, de ver a Amelie Glidernight.
—¡Amelie, cariño! —Saludó el hombre con una expresión de alivio —Rápido, tráiganle su recompensa a estos buenos hombres.
Había un hombre a su lado, bajo y repleto de canas. El consejero del Rey. Lo sé porque el Rey de la Luz también tenía uno, el cual era muy grosero, por cierto. El consejero del Rey hizo un movimiento con una de sus manos a algunos guardias que habían en los costados, y uno de ellos salió disparado por una puerta.
Mientras esperaba la recompensa, se inclinó hacia el Rey y le susurró algo al oído. Cuando se enderezó, el Rey Oscuro pronunció con certeza:
—Pudo encontrarse con hadas, Larry. Sabes lo fastidiosas que son esas criaturas del demonio.
Larry lo miró con ambas cejas arqueadas, se encogió de hombros y me observó de arriba a abajo otra vez.
—Su ropa —Dijo con un tono de desprecio —La señorita Amelie llevaba un vestido cuando se extravió en el bos...
El Rey Oscuro levantó la mano y la puso frente a la cara de Larry, para callarlo. Larry lo hizo y bajó la mirada en señal de disculpa.
Ni siquiera sabía si eso era bueno o malo.
—Es mi última palabra —Dictaminó el Rey, quitando la mano de enfrente de Larry, el cual seguía mirando al suelo —¡Berta!
Berta apareció por la puerta la misma puerta por la que había salido el guardia en busca de la recompensa. Era una mujer castaña, pero la mayor parte de su cabello estaba cubierto de canas. Tenía unos grandes ojos verdes los cuales lucían cansados, y sus labios delgados y deshidratados estaban unidos en una fina línea. Hizo una reverencia frente al hombre en el trono, pero jamás le miró a los ojos.
—Berta, te estaría eternamente agradecido si llevaras a Amelie a su habitación y la prepararas para la cena —Dijo, observándome —Cura sus heridas y alivia su dolor.
Berta asintió repetidamente todavía sin mirarlo y se acercó a mí. Le sonrió a Jeremy, de quien estaba recargada por los hombros, y se puso ella en lugar del chico.
—¿Desea algo más, su majestad? —Inquirió Berta con voz temblorosa.
El Rey Oscuro acarició su barbilla con sus dedos índice y pulgar e hizo cara de pensarlo —Espera un segundo —Dijo el Rey, dirigiendo su atención hacia mi de nuevo —¿Qué te gustaría cenar, Amelie?
—No lo sé, su majestad —Contesté, con el corazón en la garganta —Decida usted —Sonreí un poco con temor.
Quise soltar a Berta y salir corriendo de ahí, pero no podía. Además, si lo intentaba me asesinarían más rápido que si seguía fingiendo ser Amelie Glidernight. Analicé mis opciones lo más rápido que pude. Podía seguir fingiendo ser alguien que, posiblemente, aparecería y morir, pero al menos podía tener algo de tiempo y escapar de ahí, o podía decir la verdad y morir ya.
Y decir la verdad no era algo que iba conmigo últimamente.
El Rey asintió. Berta hizo una reverencia y prácticamente me obligó a hacer lo mismo con ella. Miré a Jeremy y asentí hacia él, en señal de agradecimiento. Él me devolvió el asentimiento y sonrió. Berta y yo nos dirigimos hacia la puerta. Cuando íbamos a cruzarla, el guardia pasó con una bolsa marrón en su mano, la cual supuse que era la recompensa, pero no pude quedarme a averiguarlo ya que Berta me sacó de ahí. Mientras más nos alejábamos de aquel lugar, menos temor sentía.
Demonios, ¿qué pasaba si lo notaba? Aunque pensaba que me había encontrado con un hada, que por suerte, no sucedió así. Las hadas eran hermosas, atrayentes, atrapantes, pero eran peligrosas y engañosas. Les gustaba "hacerle favores" (conceder deseos) a las personas inocentes que encontraban y luego cobrárselos cuando más les conviniera. Para ellas, nada era hecho por amabilidad, siempre debía haber algo a cambio. Las hadas domésticas hacían favores a cambio de comida y techo. Las hadas salvajes no. Si te endeudabas con una de ellas, podían llegar a exigir tu vida a cambio, incluso. También eran burlescas, y cuando te negabas a alguno de sus "favores" solían cambiar tu aspecto físico con su magia, hacerte fea y horripilante, solo para vengarse de que tú la humillaste al decirle que no.
Subimos unas interminables escaleras, cuando llegamos arriba nos encontramos con un pasillo que también parecía interminable con muchas puertas. Casi al final del mismo, Berta me pidió en voz muy baja que me recostara de la pared para ella poder abrir la puerta. Con esfuerzo lo hice, y ella sacó un juego de muchas llaves del bolsillo de su delantal. Mientras buscaba la llave para abrir la puerta, me di el tiempo de detallar su rostro. Tenía ojeras, sus pómulos estaban muy pronunciados y la barbilla afilada. Tenía arrugas. Posiblemente podía tener unos 50 años. Era muy guapa.
Abrió la habitación y pasó su brazo por debajo de mis hombros para darme soporte. Entramos y caminamos hasta la cama, donde me dejó. Todo estaba oscuro y lo único que iluminaba era la poca luz lunar que entraba por la ventana pero me di el tiempo de observarla. Era muy espacioso y de color verde aceituna. Había un vestidor, un baño la cama era enorme, podían caber cuatro versiones de mí y estar plácidamente cómoda. El colchón era suave, mucho más suave que el de mi habitación en el reino de la Luz. Todo se esclareció y me dejó ver las cosas con mejor claridad. Toda la habitación tenía detalles dorados, a un costado de la habitación había una mesita con flores. Parecían que las habían puesto hoy.
Observé a Berta, quien había prendido un candelabro con cinco velas. Lo dejó al lado de las flores y se arrodilló frente a mí. Me quitó las botas con cuidado, pero aún así quejé. Tenía los pies rojos y lastimados, llenos de vejigas.
—Dios mío, princesa. Tan solo mire sus pies —Tomó mis manos con cuidado y las observó —Y sus manos, si no las cuidamos le saldrán callos —Las colocó otra vez sobre mi regazo y dirigió sus manos temblorosas hacia mi rostro. Pasó su pulgar sobre mi mejilla —Está muy lastimada. Buscaré un paño —Se incorporó rápidamente y salió de la habitación.
Sin embargo, mi mente se había quedado estancada en el <<princesa>>. ¿Acaso el Rey Oscuro tenía una hija? Me pareció difícil de creer. Jamás había escuchado el apellido del Rey Oscuro. Ni siquiera la señora Chenery lo sabía, y esa señora parecía saberlo todo.
Mi madre me había dicho que el Rey Oscuro se había enamorado de una mujer que había muerto. Según ella, luego de su muerte, el Rey había tenido una recaída horrible y que por eso había intentado conquistar los otros dos reinos. Me dijo que ella pensaba que jamás el Rey Oscuro tocaría a otra mujer que no fuera ella y que jamás se perdonaría perder al amor de su vida sin haber hecho nada para evitarlo.
Pero al parecer no era así. Al parecer, quería a Amelie Glidernight. Su hija.
Berta volvió con una vasija de plástico. Se arrodilló otra vez frente a mí y colocó la vasija en el suelo y empezó a limpiarme la sangre seca de la cara.
Berta me ordenó ducharme, me peinó y me vistió. Me estaba mirando en un espejo de cuerpo completo que había en la habitación y mis piernas aún temblaban. Me puso un vestido sencillo manga larga de color rosado pastel con blanco. Era bonito. El cabello me caía con libertad por los hombros y llegaba a mi cintura. Lo había cepillado, sacado las hojas y ramas y lo había dejado listo. Mientras lo hacía, había puesto una bolsita tibia bajo mis pies, y eso me permitía estar de pie un poco más.
También había vendado las heridas de mis pies y manos. Me puso unos zapatos de seda para que no me lastimara.
—No es mucho el cambio que le hicieron las hadas, princesa, pero aún así es bastante visible —Habló. Era amable y dedicada con su trabajo. Tomó un frasco de la mesita y me roció un poco de su contenido: perfume —Aunque que sienta bien. Todo le sienta bien —Se posó frente a mí obstruyendo mi vista y me puso las manos sobre los hombros con suavidad y las deslizó hasta tomar mis manos.
Por un segundo, dejé de lado mi nerviosismo para concentrarme en la caricia que había recibido. Hace mucho nadie lo hacía, no desde la muerte de mamá. Mi padre no me demostraba nada y la señora Chenery se la pasaba detrás de sus cabras.
No voy a mentir, se sintió bien, me sentí bien. Berta me miraba con amor, como si yo fuese importante para ella.
Pero no lo era. Al menos, no yo.
Regresé a la realidad y me aclaré la garganta y ella soltó mis manos. Justo en ese instante alguien tocó la puerta. Berta le dejó pasar. Era otra mucama la cual avisó que la cena ya estaba lista y el rey ansiaba verme.
Los nervios me atacaron nuevamente. Sentí miles de molestias en mi estómago. Sentí miedo. Sentí ganas de salir corriendo. Pero me controlé y asentí hacia Berta y susurré un agradecimiento. No estoy segura de si lo escuchó, salí de la habitación. Enlacé mis manos por debajo de mi vientre y caminé detrás de la mucama.
Pronto llegamos nuevamente a las escaleras. Sentía ganas de quejarme cada vez que pisaba, pero no lo hice. En unos minutos (menos de los que tardé en subir con Berta) llegué abajo con la mucama, la que no había pronunciado palabra. Pasamos frente a la puerta por la que había pasado con Berta. Doblamos y pasamos por un pasillo, el cual daba a un comedor. Un elegante comedor. Una mesa larga, con aproximadamente 12 puestos, bandejas de plata que de seguro tenía platos exquisitos dentro de ellas, dos candelabros y tres platos, tres copas y tres juegos de cubiertos de plata.
Ahí ya se encontraba el Rey, en uno de los puestos de encabezados. Pero no se encontraba solo, a su derecha, se encontraba la versión de él más joven. No podía tener más de 19 años. Era literalmente el Rey Oscuro joven: mismos (aunque un poco más claros) ojos grisáceos que parecían juzgarte en cada momento, mismos labios delgados y rojos, mismas cejas prominentes y misma nariz fina.
Sorprendente, el Rey Oscuro tenía dos hijos.
—Amelie, siéntate —Ordenó el Rey mirándome y sonriendo con calidez.
Me acerqué sintiendo mi corazón acelerarse. La mucama se me adelantó y abrió la silla de enfrente del hijo del Rey. Cuando iba a sentarme, lo miré. Su mirada me intimidó, así que intenté evitarla a toda costa.
Empezamos a comer en silencio. La misma mucama que me había ido a buscar me sirvió puré de papas y una presa de pollo. Abrió frente a mí una tacita (o algo así) de vidrio con algo parecido a un aderezo. Tomó una cuchara y regó un poco sobre mi comida, e hizo lo mismo con la del Rey y el príncipe.
—Amelie, estás muy callada. ¿No? —Dijo el Rey, al cabo de un rato. Ya había terminado de comer.
—Sí —Me reí un poco del nerviosismo mientras jugaba con mi puré de papas —Aún sigo algo consternada por lo que sucedió en el bosque, es todo.
No me atreví a mirarlo, pero sentí su mirada y la del príncipe sobre mí. Tal vez me miraban a mí o miraban mi comida, que estaba intacta y con la cual jugaba.
—¿No viste ningún troll? —Habló por primera vez el príncipe.
Su voz me hizo subir la mirada y mirarlo. Era hermoso, atrayente, como un hada. Me pregunté que si era tan engañoso como ellas.
Negué con la cabeza repetidas veces. Ya no tenía tanto miedo. Ya no me sentía tan nerviosa. El Rey Oscuro no parecía ser una mala persona, de hecho, era acogedor.
—¿Pero si con hadas, cierto? —Volvió a hablar el príncipe.
Antes de que yo pudiera decir o hacer algo, el Rey se me adelantó:
—Claro que sí se encontró con hadas, Cassian. Son pequeños detalles que hacen diferencia, incluso su voz suena distinta —Me señaló —Su cabello es más rojizo, sus pecas casi no se notan, sus cejas no tienen tanto cabello, su piel está más blanca, su rostro más redondo —El chico recorría mi rostro con su intimidante mirada por los puntos que su padre mencionaba —Y sus ojos son azules.
Cassian trabó sus ojos en los míos. Inevitablemente aparté la mirada.
—Sí, definitivamente es diferente.
Helloooo :3, aquí yo de nuevo. Este capítulo lo tengo escrito desde anteayer pero no había tenido tiempo de subirlo sooo, espero les guste.
Ig: yaireiscrying
—Yairee