Desperté con dolor de cabeza y sentí una leve presión en mi brazo.
Al abrir los ojos, solo pude ver una luz que me daba en la cara y no dejaba ver nada más que a ella misma.
Al fin pude enfocar, cuando la luz se apartó a otro lado.
Intenté levantarme y ver adónde me encontraba. Sin embargo, unas herraduras que conseguí ver, apresaban mis extremidades e impedían mi movimiento.
Cosa, que empezó a agobiarme un poco.
Sin previo aviso, la cama se elevó tan solo del respaldo lentamente hasta dejarme sentado. Por fin pude ver lo que me rodeaba.
Esta vez estaba en una especie de sala de médico. No era una habitación muy grande, pero el hecho de que toda ella estuviera pintada de blanco, daba la sensación de mayor amplitud.
Únicamente había una mesilla con varios utensilios metálicos que relucían al darles ese foco de luz molesto que me fijé que estaba conectado a la mesilla solitaria.
Enfrente de ella, pegado a la pared, estaba un armario empotrado que, para variar, también era blanco. Me recordaba a la angustiosa sala del dentista: con esos aparatos infernales tan parecidos, tan irritantes.
Había una cosa en específico que me llamaba la atención; que resaltaba de todo lo demás: un botón rojo del tamaño de la palma de una mano que me incitaba a presionarlo aunque supiera que pasaría nada bueno al pulsarlo.
—Buenos días, Víctor—dijo una voz detrás mía la cual me trajo de nuevo a la realidad. Era el señor de antes—. ¿Has descansado?
No respondí a su pregunta, a cambio, contesté de una manera un poco agresiva.
—¿Dónde estoy?¿Por qué estoy atado?—Pregunté nervioso.
—Tranquilo, no te haré nada malo, te lo prometo.
Eso no suena muy fiable cuando te hacen dormir y te apresan.
Entonces fue cuando me di cuenta: ¡El huevo frito! Estoy 100% seguro de que le echó algo.
Le miré desconfiado ,a lo que él ignoró y habló:
—Es normal que no entiendas nada por ahora y también que desconfíes de mí, pero...—Levanté una ceja—. Como te dije, tengo respuestas.
No hablé. Sin embargo, una extraña sensación se avivó en mí. Curiosidad y una pizca de alivio por saber que me ha pasado. Pero...¿De verdad este señor que me acaba de conocer sabe lo que me ha pasado más que yo mismo?
Por supuesto que la desconfianza y la impulsividad de escaparme estuvieron más que presentes en nuestra conversación.
—Eso sí—captó mi atención—, tengo que advertirte que todo lo que vas a tener que asimilar a continuación, va a ser confuso, extraño y te parecerá paranormal...Porque he averiguado tu naturaleza y sé por qué estás aquí. Y, siento decirte niño, que tu camino va a ser muy duro a partir de hoy.
Tomó un suspiro y me miró de manera muy aterradora. Acercó su viejo rostro a escasos milímetros de mí y no separó su mirada ni un solo centímetro.
—Todo va a ser diferente para ti; para todos, a partir de ahora.
Como todo lo que he tenido que pasar. Pensé. Mi vida es un cambio constante que no para ni un segundo para permitirme descansar.
—Para asegurarme de que no me equivoco y mi teoría es cierta, tengo que hacerte una pregunta más—dejó las palabras en el aire. Y, después, soltó una afirmación de lo menos común, equiparándose a todo lo sucedido—. Eres humano, ¿me equivoco?
Me quedé pasmado, pero, para mi sorpresa, reaccioné antes de lo que esperaba.
—Así es—respondí flipando—. Tú...¿no?
—No—contestó sin dudar—. Ya te dije que iba a ser difícil de asimilar todo de ahora en
adelante—hizo una pausa y habló—. Y tú, tampoco lo eres.
¿Qué?
—A ver, crees que estás en la Tierra, ¿verdad?—Yo asentí. No creo, es que sé que estoy en la Tierra. Esto se me estaba yendo de las manos. Esto era de locos—. Pues estás equivocado. Estás en otro mundo: estás en el centro del multiverso; en el mundo más grande de toda la existencia, donde habitan todo tipo de seres y bautizado con un nombre infantil—dijo con algo de molestia aunque lo presentó igualmente—. Estás en El Mundo De Los Sueños; en el MDLS.
Me quedé boquiabierto. A este señor se le había ido completamente la olla hasta el punto de secuestrarme y decirme esta tremenda barbaridad. Sin molestarse, él hizo caso omiso a mi notable mirada que gritaba a voces que la inverosimilidad que tenían sus palabras no era nada normal.
—Y tú has llegado hasta aquí por una buena razón—siguió contando—. Esa razón es porque eres "especial"—yo le seguí echando incrédulas miradas—. Pero no pienses que eso es bueno. Muy pronto descubrirás lo que significa eso y seguramente, ya no quieras ser el especial, sino una persona normal—luego añadió por lo bajo—:(O todo lo normal que se puede ser en este mundo).
Yo asentía continuamente sin creerme una sola palabra. Este señor necesita un buen psiquiatra. ¡Qué digo! Necesitaba un psiquiátrico para él solito.
En los siguientes minutos, me estuvo contando cosas sobre este supuesto mundo: nombres que parecían o eran de otra lengua, describía lugares exóticos y me hablaba de que pronto los males vendrán a mí y que tendré que lidiar con todo ello, que tendré que madurar, cambiar y aguantar algo que ni un adulto va a poder hacerlo. Pero que yo, tendré que hacerlo, si quiero seguir sobreviviendo. Y, así, infinidad de cosas que eran totalmente absurdas.
En algún punto de la conversación, me la tomé como cómica porque...¿qué más podría hacer? Estaba apresado y condenado a escuchar a un señor necesitado de cuidados mentales.
Decidí seguirle el rollo. Tal vez el hombre era actor y yo no lo sabía. Quizás quiera sacarme una sonrisa. No lo sé. Sin embargo, está claro que el agobio y desesperación que sentía en aquellos momentos iban a ser inútiles.
Tengo que seguirle el rollo, solo así puedo tener una remota posibilidad de que este loco me deje en libertad.
Comencé a seguir su juego.
—Entonces...—intervine—. Si ni tú ni yo somos de la Tierra y somos de este planeta: el MDLS, y tampoco somos humanos...¿Qué somos?
—Yo soy parecido a un mortal—dijo haciendo una pequeña pausa—, sin llegar a serlo del todo.
Estaba por romper a carcajadas allí mismo. Mi confuso organismo quería llorar y reír al mismo tiempo. No obstante, contuve la risa y llantos para evitar posibles problemas y continué preguntando:
—¿Y yo?—Pregunté ignorando la "supuesta especie" del hombre—. ¿Yo qué soy?
El señor suspiró dramáticamente, haciendo que mis ganas de reírme aumentaran y por lo tanto, hacía esfuerzos mayores por no partirme de risa o llorar, lo que ahora significaba poco de lo mismo. Aunque alguna sonrisilla o risa floja se me escapaban de vez en cuando, todas ellas carecían del completo humor que no podría permitirme si estuviera a solas.
—Aquel chico no te dijo nada, ¿no?
—Sus palabras exactas fueron: "No estás muerto mocoso, ahora viene lo mejor, Med..." Y ahí, me desmayé—repliqué las palabras, sabiendo que era inútil contarle tal cosa.
—Entiendo.
Me estaba empezando a agobiar y la risa iba disminuyendo con el tiempo al ver que no iba salir de allí.
Entre que estaba atado a una camilla de dentista junto con un viejo loco que no paraba de contarme cosas extrañas y dramatizar cada una de ellas y sumando los detallitos de que no sabía dónde narices estaba y que había pasado... Me estaba volviendo loco.
Y todo eso sin contar las 3 veces que he perdido el conocimiento. O más bien, me lo han hecho perder.
Nunca en la vida me había desmayado. Pero entre ayer y hoy, 3 veces ya van. Esperemos que ya no más. O, al menos, que me den un tiempo de recuperación, digo yo.
—Tú, Víctor—atrajo mi atención como si esto fuese una novela turca—. Desciendes de una raza extinta hasta cuanto creíamos.
Se acercó unos pasos hacia a mí y me miró a los ojos con seriedad, clavando su mirada en mí.
—Víctor—me apeló una vez más, sumando una pizca de intensidad—Tú eres...un Mediovampiro.
¿¡Es en serio!? Ni originalidad tiene el tipo este. ¿Para qué currarse un nombre que quede guay para la ocasión, ya que trabajas toda esta función digna de un Oscar? No. Él señor decide a los vampiros como sujeto por excelencia y les mete por delante un "Medio".
Tú di que sí, ole tus narices.
—¿Y qué se supone que es eso?—Pregunté cansado. Estaba empezando a hartarme de la situación. Las ganas de llorar iban superando, progresivamente, a las pésimas ganas de reír ante la irrealidad de la ocasión.
Ya verás como dice que es un vampiro, pero a la mitad, pensé.
Para mi sorpresa, no lo dijo. Por lo menos, en esta parte tuvo más originalidad:
—Lo que supone ser "eso", como tú lo llamas, es ser una de las razas más peligrosas y por lo tanto, la más buscada del MDLS—me miró apoyando las manos en la camilla, acercándose aún más a mí. Hasta pude oler su aliento a menta—. Y sí te buscan en el MDLS, quiere decir que te buscan por todo el multiverso, Víctor. No lo has estado, no lo estás ni estarás nunca a salvo en toda tu patética vida; en ningún lugar. Siempre serás vulnerable. Jamás te dejaran descansar.
—¡Bueno ya está bien!—Exclamé liberando parte de mi rabia—. Déjame de tomarme el pelo, señor. ¡Déjame en libertad! ¡Déjame volver con lo que me queda de mi infernal
familia!—Supliqué sin poder evitar romper a llorar.
—Fernando—contestó a la pregunta jamás formulada—. Me llamo Fernando, aunque puedes llamarme Fer.
En ese preciso instante, mi cerebro terminó de afirmar que aquel señor padecía alguna enfermedad mental.
Me reincorporé en la camilla, que cada vez se hacía más incómoda y agobiante.
¿Eso ha sido lo único que se le a pasado por su mente pensante?¿Decirme su estúpido nombre cuando le he rogado que me devolviese a mi familia?
—Pues, mira Fernando—le dije harto—déjame en paz. Yo solo tenía hambre, después de que un loco de mierda me secuestrara y otra panda de chiflados me persiguiera. Y ahora vas tú, y me secuestras atándome a una maldita camilla de médico y contándome una historia que ni la escucharía tu abuela. Mira que me gusta la fantasía, ¡pero hay que diferenciar entre realidad y ficción!—Intenté decirlo todo sin sonar un inútil y no romper a lo que sería un "llanto a carcajadas", sin sentido alguno.
Se limitó a mirarme por unos segundos, esta vez serio y con el ceño un poco fruncido y, a continuación, se dirigió hacia a mí y...¡me quitó los amarres infernales!
—No voy a insistir más, Víctor—dijo muy serio—. Como te dije, es difícil de creer.
Yo asentí y celebré porque creí que se había dado cuenta. Sin embargo, había cantado victoria demasiado pronto.
—Por eso, te lo demostraré.
Quería gritar, quería llorar y quería irme de allí corriendo. Pero no lo hice. No pude.
Cuando me quitó los agarres, me puse de pie y me estiré un poco. Fernando me agarró levemente de los hombros y me giró hacia él.
—Mira—señalo con su dedo índice hacia mi brazo y...Oh, Dios. No podía ser—. Te habías cortado a una profundidad considerable. Estabas desangrándote y, aunque te hayas hecho un cutre torniquete, eso no hace milagros. Una herida no se cura en el par de horas que has estado durmiendo, y menos, una tan grave. Soy médico, sé de lo que hablo.
No tenía el torniquete atado a mi brazo. No me había dado cuenta, ni siquiera me había percatado de mi herida hasta ahora.
Él ha debido quitarme la venda cuando me drogó. Él ha debido hacerme algo para curarme tan rápido. Sino, no me lo explicaba.
No era posible, ya no me dolía absolutamente nada.
—Te lo dije.—Con un brusco cambio de humor, dijo—: Ahora, vete a jugar por ahí: fuera de casa un rato. Puedes volver luego, pero más tarde. Necesito pensar en todo esto y, si no quieres que te vuelva a dormir, deberías salir.
—¿Por dónde salgo?—Pregunté atónito. La casa no parecía así de grande para tener lo que quiera que sea esta estancia. Asimismo, no había puertas aparentes ni ninguna salida por el estilo.
En cuanto oyó mis palabras, el loco señor dio tres palmadas: la primera y la última menos fuertes que la del medio.
Por arte de magia(tecnología seguramente), se abrió una puerta en la esquina de la habitación.
Conducía a unas escaleras hacia arriba, las cuales subí sin esperar ni un segundo más y conseguí llegar a lo que había visto antes en la casa: El salón.
Anduve hasta la puerta de entrada y salí a la calle. De nuevo, salí al bosque.
¿Y ahora qué hago?
No me apetece huir otra vez de unos tipos que quieren asesinarme a sangre fría.
Será mejor no salir del bosque.
Empecé a caminar por el frondoso bosque que, ahora que había amanecido, no daba tanto miedo. Era más normal y hasta diría algo reconfortante.
Me recordó cuando iba con mi familia a algún sitio rural a desconectar y a escapar de la rutina.
Siempre me gustó caminar por la naturaleza.
El ambiente húmedo y natural me tranquilizaba por completo y me hacía olvidar mi agobio y confusión centrándome tan solo en observar el paisaje, mientras la brisa me acariciaba la cara y el limpio aire entraba por mis pulmones.
Perdí la noción del tiempo, algo que no me importó. Ni me molesté en mirar el reloj que llevaba en mi muñeca derecha.
En un momento dado de mi paseo, a lo lejos, vi unas luces iluminarse. Al ser de día, no se veían bien.
Un pensamiento intrusivo ganó la batalla contra mi sentido común y, como consecuencia, decidí acercarme más. Mi curiosidad me hizo olvidar por unos instantes que había sido secuestrado dos veces, perseguido y aturdido tres veces. Pero aún así, yo fui.
Como buen ingenuo que era.
Las luces dejaron de aparecer cuando estuve medianamente cerca. Eso no detuvo a mi paso. Al acercarme cada vez más, pude distinguir una casa parecida a la de Fernando, solo que un poco más pequeña.
Detrás de la casa, apareció una niña, de aproximadamente 9 o 10 años; más o menos, de mi edad.
Corrió hacia a mí y me pareció verla bastante entusiasmada al verme.
Por fin, alguien que no quiere matarme con solo verme.
—Hola—me saludó alegremente situándose delante mía.
—Hola—saludé, sonriendo un poco.
—Nunca te había visto antes. Por aquí no suele venir gente, y mucho menos niños—dijo con un toque de pena—. Hace tiempo que no hacía amigos nuevos.
La niña vestía con un cómodo chándal, con unas deportivas: como cualquier niño normal y corriente.
Lo que más me llamó la atención de su vestimenta, fue su camiseta, pues tenía estampada en la tela una de mis villanas favoritas de DC: Harley Queen.
Eso me dio una increíble esperanza de que seguíamos en la Tierra. Porque, ni de lejos me creí el increíble relato que me contó Fernando.
A pesar de que no le creyese, nunca está de más asegurarse de no haber perdido la cabeza...aún.
La chica me miraba con ilusión con sus ojos marrones y las fracciones de la cara se le levantaban para dar lugar a una cálida sonrisa. El viento revolvía su pelo castaño alocado. Estaba limpio y bonito. Sin embargo, tan desordenado que se le hacía pequeños rizos.
Parecía que no había cogido un peine en su vida.
—¿Cómo te llamas?—Me preguntó alegre.
—Víctor, ¿y tú?
—Lola ,aunque me puedes llamar Maruja—me propuso alegre—. Y, ¿qué te trae por aquí,
Víctor?—Acentuó mi nombre con pillería.
Eso quisiera saber yo también, quise responderla.
—Pues no lo sé, solo pasaba por aquí. Estoy dando un paseo—dije con parte de honestidad:No tenía nada más que hacer, a parte de agobiarme y sumergirme en mis propios y aterradores pensamientos.
Para eso ya habrá mucho tiempo.
Estuvimos unos segundos en silencio, mirando a los alrededores del bosque.
Sin dilación, Lola dio un respingo imprevisto y soltó:
—¡Ay es verdad! ¡Te los tengo que enseñar!
Acto seguido de decir esto, se fue corriendo hacia la casita.
Ahí fue cuando las cosas empezaron a torcerse.
Volvió segundos más tarde con tres escarabajos de colores llamativos que medían un poco menos de la palma de su mano.
—Mira que bonitos—me los enseñó con un inmenso orgullo—. ¿Te gustan mis Voltiescarabajos?
¿Voltiescarabajos?
—Sí, son muy bonitos. Tienen unos colores muy chulos.
—A que sí—respondió emocionada. Sin desperdiciar ni un segundo, cambió de tema enérgicamente. Parecía que a cada minuto que pasaba, la pequeña niña se rellenaba de más y más energía—. Y tú, ¿qué eres?
La pregunta me confundió bastante.
—¿Cómo que qué soy?—La mire con extrañeza.
—Si, ¿qué eres: vampiro, mago, hada, Dios, duende, hombre-lobo...?
Cada vez flipaba más.
—O no sé, ¿qué puedes hacer?-Intentó que respondiera, con impaciencia dado a que vio mi cara de confusión que tendría en aquellos momentos—¿Puedes controlar algún elemento?¿Superhabilidades?¿Volar o teletransportarte?¿Cambiar de forma? Ehh...No sé que más. Quizás podrías tener poderes más defensivos que ofensivos...
Pero antes de que siguiera nombrando aquella lista infinita de identidades y poderes, la corté, respondiendo a su pregunta con otra. Tal y como decían mis padres que ésa era la costumbre de los gallegos, cuando íbamos allí de vacaciones.
—¿Tú qué eres, Lola?
—Puedes llamarme Maruja.
—Ok—acepté y reformulé la pregunta—: Pues, ¿tú que eres, Maruja?
—¿Acaso no lo ves con mis Voltiescarabajos?-—Se extrañó un poco—. Yo soy una electrocefanórcica.
Electro,¿qué? Quedé atónito.
—¿Tú no sabes lo que eres?—Preguntó algo apenada dada a mi respuesta inexistente.
—Ehh...—dudé unos instantes, sin saber que decirla. Si el tarado de Fernando tiene razón, dada a la situación, y soy esa especie tan peligrosa, digo yo que no debería saber nadie lo que realmente soy. No me apetecería correr otra vez por mi vida. Así que, le dije lo primero que se me vino en mente—: Sí, sí. Sé lo que soy. Yo también soy un electroce...
No me acordaba de más de la palabra y me angustié porque mi mentira iba a ser atrapada antes de siquiera ser expresada. Para mi suerte, ella me "interrumpió" excéntrica:
—¿¡En serio, tú también eres un electrocefanórcico!?—Exclamó con emoción—. ¡Qué bien!¿Dónde están tus Voltiescarabajos? ¿Cómo se llaman? ¿Tienes algún favorito?
—Yo...No tengo.
—¿No? Jo, que pena, y qué raro. Suelen dártelos tus padres a los 8 años cumplidos. ¿Cuántos años tienes?
—Nueve.
—Ah, entonces igual que yo. ¿Por qué tus padres no te los han dado?—Continuó extrañándose mientras yo me angustiaba más y más por la cercana desvelación de mi desesperada mentira—. Es un compañero de vida fundamental, además de ser un potenciador de nuestros poderes.
—Es que mis padres murieron—mentí una vez más. Aunque esta vez, mi mentira, no se separaba demasiado de la realidad.
—Jope, lo siento. Los míos también murieron. Aunque bueno, más bien los asesinaron los humanos, hace un año más o menos. ¿Y los tuyos?
—También los mataron—mentí de nuevo, pues no encontraba otra excusa. Y, esa misma respuesta, solo me hacía volverme más loco aún. ¿Cómo era posible que los humanos hayan matado a los padres de esta chica?
—Cómo odio a esa gente...—frunció el ceño y su expresión alegre se cambió por una vengativa, llena de rabia y algo de melancolía, por pensar en sus padres.
Estuvimos callados por un tiempo, cada uno sumido en sus propios pensamientos.
En ese período, no pude evitar pensar:
¿Y si todo esto en realidad era verdad y no una simple coincidencia fusionada con la locura?¿Y si Fernando me hablaba en serio?
¿De verdad había sido trasportado a un mundo tan raro, fascinante y temeroso, como lo describió Fernando? Y yo, por consiguiente, ¿sería la criatura esa que citó: un Mediovampiro?
Aún con estos pensamientos en mi cabeza, me seguí agarrando a la idea que permanecía en la realidad que conocía y no en esta tan remota y paralela:
Cabe la posibilidad de que el bosque y la soledad le hayan revuelto las ideas. Tanto a Fernando como a Maruja y se hayan dejado llevar por la fantasía. Quizás, se conozcan. Eso podría explicar muchas cosas.
Decidí dejar todo atrás; para más en adelante, y retomar así mi conversación con Maruja.
—¿Cómo se llaman?—Pregunté señalando a las criaturas que ella hacía llamar Voltiescarabajos.
—Me alegro de que lo preguntes—contestó volviendo a su rostro alegre y sonriente y alejándose de su trance mental que le provocó el recuerdo de la muerte de sus padres—. Este se llama Stuarth, este otro, Smith, y esta, Marian.—Me los presentó, enseñándomelos uno por uno—. No me los regalaron mis padres, desgraciadamente.—Se dejó llevar una vez más por el triste pasado por un breve instante—Pero, por suerte, conocí a Fer. Él me los regaló, me cuidó y...
—¡Espera!—La interrumpí—. ¿Conoces a Fernando?
—¿A Fer? ¡Pues claro! Él es el que me ha criado desde que tenía 5 años, cuando mis padres fueron asesinados. ¿Tú también le conoces?
Yo asentí a su pregunta y, de nuevo, mi empatía y sensibilidad por el mundo que me rodea, me hizo sentir mal por esa niña. Bien porque esa historia fuera real, lo que significaría que yo estoy en gravísimos problemas; o que esta historia haya sido, al menos ,modificada por su propia y maléfica mente. En ese caso, podría ser numerosos casos de enfermedades mentales o trastornos. Una psicosis, por ejemplo. Creo que leí algo sobre eso.
En cualquier caso, ambas eran horribles. Pobrecita.
Yo, por otro lado, seguía teniendo el problema de no saber ni mi paradero ni mi próximo movimiento en ningún momento. Así que, de una forma u otra, estábamos conectados.
No volvimos a hablar de nuestros padres en toda la tarde.
Tras un largo silencio, reanudamos la marcha de hablar sobre las cosas que nos gustaban hacer y nuestros gustos, como el color o el animal favorito de cada uno; cosas que solía preguntar a la gente que empezaba a conocer.
A medida que hablábamos y nos conocíamos, vi que no era una mala chica y que, su locura, era en parte "de la buena": de la que tenemos todos cuando estamos con nuestro mejor amigo.
La diferencia es que ella la mostraba en público, con orgullo. Algo que personas como yo, no nos atrevíamos a hacer por miedo a ser juzgados y criticados.
Pasé el resto del día con Maruja.
Cuando se hicieron las tres de la tarde, ella me invitó a comer unas croquetas riquísimas y, luego, volvimos a salir y jugamos a diversos juegos: El pilla-pilla y el escondite, fueron unos de los más predominantes. Sacó su tablero de ajedrez en algún momento de la tarde y también jugamos durante bastante tiempo.
Era una digna oponente. Empezamos a jugar la partida un par de horas antes de que se fuera la luz natural y, como se estaba haciendo de noche, lo dejamos en tablas.
Era muy buena.
—¡Ay es verdad!—Se interpuso Maruja en mi camino, cuando andábamos tranquilamente por el bosque que empezaba a oscurecerse con el paso del tiempo—. Casi se me olvida.
Yo ladeé la cabeza.
—¿Quieres tocar a alguno de mis Voltiescarabajos? Es que con lo entretenidos que hemos estado, no me había dado cuenta hasta ahora—explicó—. Además, quisiera presenciar tu primera vez que tocas a un Voltiescarabajo. ¿Es así, no? ¿Va a ser tu primera vez?
Yo respondí con un asentimiento, a lo que ella contestó emocionada:
—Pues ya verás, te va a encantar. La primera vez es la mejor de todas: vas a sentir como
una...—se calló de golpe y se interrumpió así misma—. Mejor, no te digo más, ya lo verás. ¡Te va a encantar!
La curiosidad se instaló en mí en compañía de un repentino nerviosismo que me hizo tender la mano expectante, esperando a que Maruja posara una de las pequeñas criaturas en mi piel.
—Te voy a dar a Stuarth.
Agarró con sutileza al pequeño insecto y, con tranquilidad y cuidado, lo llevó desde su hombro izquierdo, que es donde se encontraba, hasta depositarlo en la palma de mi mano.
Al instante de percibir cómo sus pequeñas patitas hacían cosquillas a mi mano, sentí que una sensación de calor se extendía por todo mi cuerpo.
Esa sensación, no era para nada agradable, como había dicho Maruja.
Era una sensación eléctrica que quemaba.
En un par de instantes, ese minúsculo insecto me había pasado una energía tan inmensa que había sido capaz de inmovilizar cada célula de mi cuerpo acompañado de un brutal incendio explosivo que ocurría en cuestión de milésimas de segundo por todo mi cuerpo.
Me quemaba a horrores y recorría mi cuerpo inutilizándolo y produciendo en él movimientos involuntarios: pequeñas convulsiones y aspavientos.
Era como sufrir explosiones por todos los lugares de mi cuerpo mientras que me quemaban vivo.
Era una fuerte descarga eléctrica, tan potente que, sin saber cuándo ni cómo, empecé a hundirme en esa sensación y todo mi cuerpo dejaba de captar estímulos a medida que pasaban los microsegundos.
Lo último que pude percibir fue el fuerte golpe que me di contra el suelo y una sensación de ahogamiento producida a causa del líquido carmesí que comenzaba a instaurarse en mi garganta.
Dejé de ver y oír.
Pudiendo sentir únicamente a aquella quemadura tan sumamente dolorosa que se extendía por todo mi cuerpo y hacía que tuviera el presentimiento de que mis huesos iban a derretirse de un momento a otro.
Dejé de tomar consciencia de dónde estaba, qué sentía y si eso era real o era un producto más de mi extrema imaginación.
Dejé de mantenerme despierto...una vez más.