A mis 21 años de edad comencé a leer a Mario Benedetti, una lectura tardía, podría decirse, y si, tarde, muy tarde, ¿Cuántos no han leído ya a los grandes autores del boom antes de su segunda década?
No ha sido falta de cultura, es que, cuando tenía la edad en la que uno suele estar casi obligado a leer a estos dichosos autores, preferí leer a García Márquez, antes de a cualquier otro.
A mis veintiún años de edad, después de todo lo que hice y deshice antes de este punto, después de haber roto los tratados, de haberme peleado con todos y no hacer las paces. Me he sentido algunos días como aquel que espera jubilarse pronto, después de una larga carrera en una empresa cómoda, como cómoda había sido la carrera que le deja jubilarse para su vejez temprana, antes de que le dé artritis y se le acabe la vista. Me he sentido tan vieja algunos días, que parece insoportable seguir con vida y me preguntó ¿Y que más puede haber para vivir? A menudo me dejó ser, como una anciana que ya ha vivido todo, que carece de emociones que gastar, porque las ha gastado todas y cuyo único placer es estar tranquila, beber té negro y mirar al pasado sin guardar nostalgia en los ojos.
Otras veces, en cambio, cuando se me olvidan los versos de Benedetti y me acuerdo de las maravillas que guarda Cioran entre sus palabras, me siento como una niña, como la niña que sé aún está dentro de mi, y solo quiero aprender, jugar y seguir maravilla dome en el conocimiento que esté mundo puede darme, entonces dejo el té en la mesa mientras se enfría, corro de un lado a otro y me siento feliz, me divierto, río y juego, entonces tiene sentido, la vida tiene sentido, y lo disfruto.
Otras veces, después de la euforia cuando creo que el té está en su punto y vuelvo para beberlo, al descubrir que está demasiado tibio, tanto que se ha perdido el sabor, vuelvo a mi sentido, y me siento ansiosa por el futuro, por la vida, por el trabajo, por todo lo que me falta por hacer, por mis fallas, por mi terrible temperamento que no amaina, me regreso a mi edad.
Algunas veces, miró al espejo, y mientras soy generosa, cuando escucho a Benedetti, me siento vieja, y está bien, pienso que mi temperamento ha terminado de amainar y que no hay más que calma por seguir adelante, pienso que estoy en el mejor momento en mi vida, pues he aprendido y desprendido para bien, para mejorar, porque ya leo sus poemas sin tirarlo de loco y cursi, sin empalagarme, sin enojarme el indignarme, los escucho y pienso "pero que buen poeta" "pero cuánto es cierto y cuánto es un bello sueño" y me enamoró sin suspirar, sin desear nada, y sonrió, satisfecha.
Otras veces, cuando no soy tan gentil conmigo misma, solo encuentro en mi reflejo un fracaso, alguien que no avanza, que llora demasiado, que se deja guiar por su temperamento y no aprende nada, alguien que no trabaja, que no respeta, y que solo sabe compadecer a su reflejo. Esto me lleva a buscar respuestas, a pensar en soluciones, a correr con ansiedad para hacer lo que sea que me haga sentir satisfecha y, terminar como en el inicio, leyendo a Benedetti, para calmar mis ansias y no salvarme.