Sentada en el desgarrado sofá de mí departamento, esperaba pacientemente a que la tarde llegara. Era jueves, y lo único que sabía es que a las cuatro de la tarde Robert Downey Jr tocaría a la puerta de mí departamento para hacer la misma pregunta que hacía todos los días desde el domingo pasado:
— ¿Salimos? —Preguntaba, sonriendo ladino y alzando una ceja. Y para su mala suerte, yo siempre le respondía lo mismo:
—No tengo ganas, gracias —Él formaba un puchero con su barbilla, y después pasaba al departamento.
A decir verdad, su presencia me hacía bien. Los primeros días me sentí un poco mal de que invirtiera su tiempo en mí, pero después me fui acostumbrando, pues parecía que a él le gustaba hacerme compañía. Se sentaba con las piernas cruzadas, y las gafas colgadas al cuello de la camisa. Se veía tan joven.
Siempre que llegaba, llevaba consigo algunos libros. Los colocaba sobre la mesita, y me sonreía.
—Estos son algunos de mis favoritos —murmuraba, y tomaba asiento junto a mí. Cuando él se iba, los guardaba debajo de la cama, pues era el lugar más seguro que tenía.
Las tardes se iban volando junto a Robert, qué relataba anécdota, tras anécdota. Todas y cada una con un toque singular de diversión. Cuando él se iba, me dejaba siempre una sonrisa imborrable en el rostro. Al final del día, cuando cerraba la puerta tras de él, la nostalgia volvía a mí, pero mi mente me ayudaba a mantenerme estable haciendo que recordara las divertidas historias de él, y de sus aventuras durante su vida. Me dormía siempre sonriendo.
Aunque mí cara aún estaba adornada con esos feos moretones.
Dos toques a la puerta y mi corazón golpea con fuerza mí pecho; Es él. Me levanto, me arreglo la ropa y camino a la puerta con paso seguro y tranquilo. Preparo mí sonrisa y hago girar el picaporte; En efecto, recargado en el marco de la puerta, me miraba desde arriba, pero su mirada no era tan alegre como otros días.
—Hoy saldremos de paseo aunque no quieras —Fue su saludo. Fruncí el ceño, no me sentía con ganas de salir desde aquél incidente, de hecho, no me sentía con ganas de salir desde que había llegado. Creí que lo había dejado claro.
—Me encantaría, pero…
—Pero nada, Blackwood —Me sorprendí ante el tono rudo y divertido de su voz. Indudablemente, también sabía ser intimidante cuando se lo proponía. Rodé los ojos, muy pocas veces lo hacía, aunque aquella vez sólo para hacerlo enojar.
—Hmmm, depende… ¿A dónde vamos? —Pregunté, cruzando mis brazos sobre mí pecho. Él torció sus labios de un lado, su semblante pasó de serio a pensativo, y después a relajado.
—No lo sé, a pasear. —Se concretó a responder, encogiéndose de hombros— Ve por un suéter, aquí te espero.
—No me dan ganas de pasear aquí… Es, una ciudad como cualquier otra —Respondí, encogiéndome de hombros.
—Eso crees, porque haz paseado con las personas incorrectas —Un guiño fugaz atravesó su ojo derecho— Ve por el suéter. —Me ordenó, de nuevo.
—Sí, amo —Contesté, sarcástica. Él sólo me dedicó una sonrisa, extraña.
Me di media vuelta, y fui por el chaquetón que tenía tendido sobre el sofá; No era una persona muy ordenada cuando de mí ropa se trataba. Lo tomé, me lo puse, y lo más rápido que pude, volví junto a él, que tarareaba por lo bajo una melodía.
— ¿Lista? —Preguntó. Yo asentí— Bien, vamos —Puso suavemente una mano en mí espalda, y me empujó débilmente fuera del departamento. Cerró la puerta, y después sus pisadas acompañaron a las mías por el suelo a las oscuras escaleras.
Al salir del edificio, miré a todos lados buscando su coche. Pero no estaba.
—Robert…
— ¿Hmmm?
— ¿Y tú coche? —Él me miró, ya se había colocado las gafas de sol.
—En mí casa. Hoy, como todos los días, tomé el bus —Fruncí el ceño ante su respuesta. ¿El Bus? Él se cruzó de brazos, sonriente— ¿Qué? ¿Un famoso no puede tomar el transporte público? Hay que cuidar el planeta. —Asentí, un poco extrañada de su comportamiento. No sabía que se interesase por la ecología, o más bien, no tenía pinta de ser una persona interesada en ella.
—Entonces… ¿A dónde vamos? —Volví a preguntar. Él vio a ambos lados de la acera, primero a la izquierda y luego a la derecha. Yo me concreté a abrazarme a mí misma; hacía bastante frío aquella mañana, aunque el sol resplandecía como siempre. Tenía más de tres días sin salir al exterior.
—Caminemos, busquemos un lugar para comer ¿Te parece? Y después, a ver que hacemos —Asentí ligeramente con la cabeza— Bien, por aquí —indicó, con la cabeza hizo un movimiento de que lo siguiese y comencé a caminar junto a él.
El trayecto fue presa de un ensordecedor silencio. Sólo el ruido de los coches llegaba a mis oídos. Normalmente, Robert intentaba bromear con lo que fuese, generalmente… Alcé mí rostro y fijé mi vista en él; caminaba con la cara en alto, pero su típica sonrisa no se perfilaba. Fruncí ligeramente el ceño, confundida, pero después lo dejé pasar. Quizá estaba enfermo.
Durante tres cuadras, me concreté a ver el piso. Ocultando mí cara para que el frío no la cortara.
Después de unos minutos entramos en un lindo local, era una pequeña cafetería. Él abrió la puerta y me dejó pasar primero. “gracias” murmuré tímida, y al entrar el olor a pastel y café me desconcertó. Robert se acercó a mí.
— ¿Qué vas a querer? —Me preguntó. Contraje mis hombros viendo la vitrina con numerosos pastelillos; ahora ya no sentía tanta hambre.
—Café y un panqué, por favor —Pedí. Él asintió.
—Bien, aparta una mesa, ya te alcanzo con todo —iba a negarme, yo podía ir por el pedido. Pero sabía quién era él, y sabía que no me dejaría ir. Me concreté a asentir.
Me separé de él y caminé buscando una mesa, me encontré una pequeña junto a la ventana. Perfecta. Sonreí, y mis ojos pasearon superficialmente por el local; había unas cuantas personas, pero todo estaba muy silencioso. De hecho, aquél día en especial se me hacía silencioso. Tomé asiento, y vi a todos lados sin saber qué hacer muy bien. Después vi a Robert que casi estaba servido, después voltee por la ventana. Había muchos coches, muchas personas caminando, algunas apuradas, otras sin prisa. ¿Todas ellas eran felices? Quizás y las que tenían prisa, la tenían porque su felicidad los aguardaba al otro lado de la calle. Probablemente, los que caminaban tranquilamente, lo hacían porque eran felices y se dedicaban admirar a su alrededor.
— ¿A qué ves más cosas aquí que en el departamento? —La voz de Robert me distrajo, y volví la vista hacía él. Puso la bandeja con el pedido en la pequeña mesa rectangular, y se sentó frente a mí.
—Personas y coches… —Respondí, tomando el café que humeaba. —Creo que sería más interesante sí estuviera en el mar. —Murmuré. El mar era sólo un sueño que había visto de niña por televisión.
— ¿Te gusta el mar? —Preguntó, tomando un sorbo de su café. Soplé un poco al mío, y asentí.
—Sí, aunque no lo conozco…
— ¿Lo quieres conocer?
—Claro, sé que algún día lo haré —dije, y me llevé el vaso a los labios. Estaba delicioso, y sentía cómo mi organismo se calentaba. Él volvió a beber de su café hasta terminarlo, al hacerlo no me respondió, sino que bajó la mirada a su regazo, colocando lentamente la taza sobre la mesa. Yo imité su movimiento, dejando la taza en la mesa. No sabía que había sido del Robert que apenas el día anterior me tenía sonriendo sin parar.
—Robert… —Musité, para llamar su atención— ¿Estás bien? —Él, volviendo a sonreír, a la realidad, asintió.
—Claro.
— ¿Seguro? —arquee una ceja. Él volvió asentir.
—Sólo pensaba en lo que haríamos hoy, ya que sólo dispongo de dos horas. Debo ir a una junta de trabajo —Alcé la taza. Y bebí un poco más.
— ¿Y qué haremos?
—Locuras —respondió. Fruncí el ceño ligeramente— Te divertirás —aseguró. Me encogí de hombros.
—Sí lo dices…. —él volvió a dedicarme una sonrisa silenciosa. Volvió la vista a la ventana, y de reojo pude ver su reflejo por el vidrio. Era el reflejo de una persona pensativa, pero yo podía decir que era de una persona triste.
—Si pudiera, te llevaría a pasear por los enormes Boulevares —dijo, mientras salíamos de la calientita cafetería para enfrentarnos de nuevo al frío—, Pero no cuento con mucho tiempo, como ya te dije.
—De verdad que no importa, Robert
—Le musite, encogiéndome de hombros. Miré al frente y me di cuenta que Caminábamos a un parque con árboles frondosos. Giré mi cara para verlo. Me sonreía.
— ¿Qué? —pregunté, sintiendo mis mejillas rojas. Robert contrajo sus hombros.
—Me tratas como un mortal cualquiera.
— ¿Cómo? —no había comprendido bien a lo que se refería. Él vio unos segundos al frente, y después se detuvo improvisadamente. Me detuve junto a él sin entender su actitud.
—Para ti, soy Robert. —musitó, y metió sus manos a los bolsillos— Ni Tony, ni Sherlock, ni Charles. Ni siquiera Robert Downey Jr el famoso actor... Sólo Robert, tú amigo normal que te visita y te saca a pasear —explicaba, sin dejar la sonrisa. Me sentía un poco mejor al ver que sonreía más convincente que en la cafetería.
— ¿Es malo que te vea así? —pregunté. Él negó con la cabeza.
—Me encanta que me veas así. —sentí como mis mejillas se tornaban rojas de nuevo. Le Sonreí.
—Es que necesitas algo más que un globo de oro para impresionarme —dije, volviendo a caminar. Robert también comenzó a seguirme.
— ¿Manos de tijera? ¿Una tripulación y una botella de Ron? ¿Decirte que tienes caderas fértiles? —sin dejar de caminar, me giré a verlo mal— ¿Entonces? —preguntó, con una ceja alzada.
—Eso y una fabrica de chocolate —respondí. Robert rodó los ojos, y yo volví la vista a mí camino; demasiado tarde. Mi pie chocó contra un pedazo de concreto irregular. Cerré los ojos ante la inminente caída de narices contra el suelo...
— ¡Te tengo! —farfulló la voz de Robert, a la vez qué en vez de frío piso, sentía sus brazos elevandome. Abrazandome contra él. Abrí los ojos y me topé con los ojos miel. Me sonreían. Me tenia prisionera en sus brazos— Te tengo... —volvió a decir en un susurro. Su mirada me intimidaba, pero no quería despegar mis ojos de los de él.
—Gracias...
— ¿Por qué? —preguntó, sin dejar de abrazarme.
—Por no dejarme caer —musité. Él sonrió de lado, y su rostro se tensó notablemente.
—Ya no volverás a caer. Te tengo. Lo prometo. —Me dijo con firmeza, con cariño. Asentí, y de pronto sus ojos bajaron de los mios. La magia acabó y sus brazos se aflojaron. Carraspee, para quitar los restos mágicos de hacia unos momentos.
— ¿Y que haremos? —Volví a preguntar. Mire el parque; a pesar del frío había varias personas. Niños, adultos. Hojas marrón que daban un toque melancólico. Vi a Robert, el cual veía su reloj. Hizo una mueca.
—Bueno... —alzó la vista y vio alrededor— Caminemos y ya te digo... ¿De acuerdo? —asentí. Él me ofreció su brazo. —No quiero más accidentes. —añadió. Sonreí apenada y tomé su brazo.
Comenzamos a caminar por el parque que en realidad estaba más grande de lo que yo esperaba. Caminamos en silencio, me dedicaba a ver a los niños que jugaban y me dio nostalgia, pues recordaba a mis pequeños hermanitos. Sólo quería verlos, saber de ellos. Suspire pesadamente un par de veces. Unos minutos después, Robert se detuvo espontáneamente. Me detuve con él sin entenderlo.
—Mira —señaló discretamente a una chica de como mí edad; estaba embarazada. ¿La amante inombrable?
Qué estupidez.
— ¿Qué tiene?
—Vamos a sentarnos con ella... Tú sigueme la corriente. —arquee una ceja, dubitativa. Él sonrió— No va a pasar nada grave.
—Bien —accedí. Me guiñó un ojo y comenzó a caminar a la banca. Suspire y me resigne a seguirlo. Al llegar, él se sentó al lado derecho y yo al lado izquierdo de ella. La chica ni se inmutó y continuó leyendo. Yo todavía no comprendía que hacíamos.
— ¡Por Dios! —exclamó de pronto Robert— ¡Mirad! —la chica y yo lo vimos, confundidas. Robert puso una mano en el vientre de ella, y la vio fijamente— Es... El elegido —le susurró con una cara de loco que tuve que poner todo mi esfuerzo para no atacarme de la risa. Por toda contestación la chica le plantó una sonora bofetada.
—¡Policia! ¡Auxilio, un loco me acosa! —gritó. Vi a Robert, que miraba a todos lados.
—Ahora, Scarlett... Te reto a unas carreritas a tu departamento. —dijo, poniéndose en pie. Yo lo imité, aún con ganas de reirme.
—¿El perdedor le compra panques al otro? —pregunte. Su rostro, calmado, me sorprendía.
—Es justo —respondió— Ahora... ¡Corre! —no esperé a que lo repitiera repitiéra dos veces y salí disparada tras él.
Corrimos y sentí el frío golpear mí cara. No dolía, al contrario; aumentaba mi adrenalina. Mis ganas de correr más y más.
Me sentía viva.
Al llegar a mí departamento, nos deruvimos un momento a respirar antes de subir las pesadas escaleras. Robert, sudoroso, me vio con una sonrisa.
Entonces, largué una sonora carcajada. Las ganas de reír habían regresado. No recordaba lo que era reír, era divertido. Era ver un atardecer sin perderse de ningún detalle.
Era vivir.
Reí hasta que mí estómago me dolió. Robert, reía conmigo. Era genial reír con compañía.
— ¿Entonces, si te divertiste? —preguntó. Subíamos las oscuras escaleras para llegar a mí departamento. Asenti, sonriente.
—Debo admitir que la cachetada y tu ocurrencia me hizo el día —respondí, agarrandome del sucio barandal.
—Hmmm. ¿Te gusta verme flagelando de dolor, eh sádica?
—Divertidisimo. —contesté, llegando a la puerta del departamento. Saqué la llave para abrirlo, mientras Robert se colocaba tras de mí.
—Tomaré nota, y pediré el papel de Anastasia Steele en la película, sólo para que te diviertas —reí ligeramente, abriendo la puerta y entrando al departamenrto— Es en serio, ya tengo experiencia con... —se interrumpió de golpe. Y yo me detuve en medio de la estancia.
Johnny Depp, sentado en el sofá nos miraba seriamente. Parpadee, perpleja; él volvía al día siguiente.
—Scarlett... —saludó en un murmuro— Hola, Bob —se puso de pie, arreglando su chaleco.
Me quedé en Shock.
Pero Robert no.
—Hasta que te dignas a aparecer, Johnny...
Implore porque se callara.
Pero obviamente, no lo haría.