CAPRICHOSO ES EL DESTINO

By ellayterrygraham

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¿Cuántos crudos inviernos habían pasado ya? ¿dos? ¿tres? ¿cinco? Alguien seriamente se había propuesto a no c... More

Una continuación que parte del Capítulo 115 del Anime Candy Candy
Capítulo 1 parte A
Capítulo 1 parte B
Capítulo 2 parte A
Capítulo 2 parte B
Capítulo 3 parte A
Capítulo 3 parte B
Capítulo 4 parte A
Capítulo 4 parte B
Capítulo 5 parte A
Capítulo 5 parte B
Capítulo 6 parte A
Capítulo 6 parte B
Capítulo 7 parte A
Capítulo 7 parte B
Capítulo 8 parte A
Capítulo 8 parte B
Capítulo 9 parte A
Capítulo 9 parte B
Capítulo 10 parte A
Capítulo 10 parte B
Capítulo 11 parte A
Capítulo 11 parte B
Capítulo 12 parte B
Capítulo Final parte A
Capítulo Final parte B
Capítulo Final parte C

Capítulo 12 parte A

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By ellayterrygraham

El reloj del edificio que se divisaba enfrente marcó su hora; y con ella, él contó dos de estar esperándola.

Entristecido, en la hojita seca que era arrastrada por la corriente del río Chicago, posó sus ojos azules, pero su mirada fue más allá de la profundidad; y al no encontrar absolutamente nada, Albert suspiró y se apoyó del barandal que lo separaba del agua.

El anillo que anteriormente había colocado en su dedo, chocó contra el metal; y debido a su sonido, atrajo la atención del banquero que lo admiró una vez más.

La joya era indudablemente una belleza artesanal, y por lo mismo, demasiado cara.

La ilusión de verlo puesto en ella le volvió alegrar el alma unos instantes; luego, el sentimiento se disipó con la brisa fresca que corría en la ciudad.

Con una idea en mente, Albert jugó con la prenda; después, se desprendió de ella para decir conforme ejecutaba:

— Junto a este anillo, aquí dejaré hundido mi amor no correspondido. Sé feliz, Candy. Sean felices los dos.

El que había sido despedido y llevaba tiempo haciéndole compañía en silencio, al mirarlo llevar a cabo su descabellado acto, finalmente observaba:

— Debiste esperar un poco más.

— ¿Para qué, Archie? Candy no vendrá.

— ¿Piensas que él...?

— Hasta eso, creo que fue ella la que así lo decidió.

— Pues yo no; y digo que te precipitaste tontamente.

— Precipitado hubiese sido mi petición de casarse conmigo.

— ¡Pero tenías la oportunidad de llevártela lejos y allá...!

— Escocia también guarda sus recuerdos, ¿lo olvidas?

Archie se masajeó la barbilla para darle la razón, por lo mismo, poniendo una mano sobre su hombro, Albert decía:

— Así estuvo mejor, sobrino.

— No quiero ser insolente contigo, pero... no te conocía esta actitud de perdedor.

— Hasta eso, no me ofendes, porque no lo soy. Sin embargo, más hubiese perdido en un futuro porque...

— ¡¿Tu trabajo?! Al acabarlo, todas las noches tendrías en casa una mujer esperándote. ¿Tus viajes constantes? ¡Ella estaría más que contenta de ir contigo a todas partes! ¿Reuniones sociales? Con el tiempo se iría acostumbrando.

— ¿Y eso te parece justo para Candy? No, Archie; ella es un ser libre, y no tan fácilmente se le puede encerrar, así sea, en una jaula de oro. Tú y yo nacimos en ella, y por lo mismo, nuestras alas están cortadas tanto a la libertad como a la felicidad.

— No necesariamente, porque podemos ser felices si nos lo proponemos.

— ¡Por supuesto! y ya que lo mencionas, te pregunto... ¿ya aprendiste amar a Annie?

— Pero podría hacerlo.

— ¿Cuándo? ¿Cuándo ya estén casados? Eso es más egoísta de tu parte.

— Le di mi promesa a Candy de quedarme con Annie.

— Entonces, si es así... vuélvelo a considerar para que en ustedes no se repita lo que a leguas se notó, la fatal historia entre Terruce y Susana.

— ¡Vamos, Albert; estás hablando de Annie! Ella es totalmente diferente y no la...

— Tenía entendido que también Susana lo era, porque supo convencer a Candy de un amor hacia Terry, que al parecer... nunca existió. Así que, Archivald, dejemos que ellos, sin rencores ni resentimientos, retomen ese amor interrumpido e intenten ser felices, que presiento lo serán así como nosotros al continuar con el sendero que desde hace tiempo se nos marcó.

— ¿Sabes, tío? —, Archie lo miró apuntando: — Cuando sea grande quisiera ser como tú.

— Eso me parece bien.

El cumplido había hecho sonreír a Albert a quien se le advertía:

— Pero dije cuando lo sea. En estos momentos, lo que más quiero es regresar y...

Por el gesto enfurecido, el rubio amigablemente, abrazó a su sobrino y lo hizo reír:

— Déjate ya de niñerías, Archie, y mejor vayamos a casa para preparar el viaje en el cual, ¿sabías que tú, Neil y Eliza vendrán conmigo?

Contestando "no", siendo informado y permitiéndose ser conducido, castaño y rubio emprendieron su camino; uno largo que los conduciría hasta tierras escocesas donde tal vez allá encuentren las personas correctas y puedan felizmente hacer una vida marital con ellas; pero antes de que eso suceda...

Desde la banca que ocupara de un ya solitario jardín, Terry la divisó; y aprovechando su soledad, se puso de pie conforme le pedía a su corazón:

— Tranquilo. Verla aparecer ya es buena señal.

Sin embargo, la hostil actitud de Candy lo haría padecer cuando al estar frente a él, le preguntara toscamente:

— ¿Y bien? ¿de qué quieres hablar?

De algún modo, la ojiverde, evitó mirarle; y el castaño, caballeroso:

— ¿Gustas sentarte —, se había apuntado el asiento y sugerido: — o salimos a la calle para...?

Igual de tosca, Candy indicaba:

— No quisiera alejarme del niño, así que, si no te molesta, aquí podemos quedarnos.

Con la seguridad de una mujer, la rubia se sentó perseguida de la mirada de Terry quien de nuevo se tomó su tiempo en deleitarse con su sencilla y a la vez hermosa presencia.

Su mirada profunda parecía querer colarse hasta sus más recónditos rincones; y porque le estaba poniendo incómoda, y miedo sintió de ser descubierta, Candy era ruda al cuestionar:

— ¿Quién era Lucy y qué sucedió con Susana?

Esas cuestiones Terry, así de tajo, no las esperaba; y para romper el hielo, además de que lo percibiera, el castaño fue bromista:

— ¿Es que acaso estás celosa, pecosa?

La rubia, molesta y rápidamente, se giró para confrontarle y dejarle en claro:

— Considero que no es tiempo para chistes, Terruce.

— Tienes toda la razón; un tema como es la viudez no lo es para algunos.

— ¿Lo es para ti?

— Depende las circunstancias. Cuando hay amor en un matrimonio, se llora por ese ser querido.

— ¿Y cuándo no?

— Ni siquiera vale la pena recordarlo.

Candy oyó de aquella voz y vio en sus ojos un dejo de odio; e intimidada por su enigmática mirada, dócil lo cuestionaba:

— ¿Cuándo murió?

La respuesta no fue negada; y se proporcionaría tiempo exacto:

— Hace un mes. Desde hace un mes vivo milagrosamente sin la pesadilla que resultó ser Susana Marlowe.

— Yo... no lo sabía. Lo lamento, en verdad.

— ¿Debo decir que yo también? Porque, Candy, ya estoy cansado de mentir por algo que sinceramente no siento.

— Eso es muy cruel de tu parte — ella lo retó. — A los muertos...

Él la interrumpiría:

— A ella menos que nadie le daría mi respeto.

— El mismo que le negaste en vida por lo que puedo ver; ya que tuviste un hijo fuera de tu matrimonio.

— ¿Sabes, Candy? —, Terry se acomodó de lado para observarle: — Me gusta esta actitud tuya de ir directo al grano. Así me evitarás la molestia de ocultarte absolutamente nada de lo que fue mi infierno a lado de Susana.

— Pero prometiste ser feliz con ella, no con...

— Aunque solamente te prometí ser feliz... después de enterarme de lo sucio que me jugó, nuestro matrimonio se convirtió en una guerra de venganzas donde, por suerte, yo fui el vencedor.

— ¿Es que acaso nunca dejarás de ser irónico?

— De haberlo hecho, fuera Susana quien encantada te estuviera contando todo esto.

— ¡Eres incorregible!

— ¡Sé que ni santo ni perfecto soy! — él había alzado un poquito la voz. — Y, por lo tanto, reconozco que cometí errores que costaron la vida de otros seres.

— ¿Como la de Lucy?

— Precisamente la de ella; y si me preguntas que si lamento su pérdida mi respuesta ¡es sí, porque no debía morir!

— Y... de seguir ella viva ¿tú...?

— Candy...

Ésta no le daría tiempo:

— ¡Tú mismo lo confesaste, ¿o es que acaso mentiste y no la quisiste?!

— No está más aquí —, intentaron argumentar; pero Candy...

— Eso no te pregunté.

— Yo... —, Terry se pasó una mano sobre su cabeza conforme se excusaba: — todo comenzó como un juego que...

— Es duro enterarse que pudo haber alguien más en tu vida — ella lo confrontó, lo mismo que él...

— La misma dureza que hubieses padecido si te enteras que mi corazón finalmente lo ocupara Susana.

— A ella le debíamos que te salvara la vida.

— Candy, Candy. Por años amé de ti, tu inocencia.

— ¿Me amaste? —, ella buscó su mirada. — ¿Es decir que ya...?

— No me permití seguir haciéndolo, porque en mi corazón sólo había cupo para el odio y el resentimiento. Tu lugar en él era sacro. Nadie ni nada tenía por qué mancharlo, así que, únicamente lo puse en pausa; pero en el momento de verte, él retomó y con mayor fuerza lo que llevaba tiempo haciendo.

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