—¿En serio crees que me enamoraré de alguien más? —preguntó Julian. — ¿Crees que lograré hacer eso? No soy tú, no me enamoro cada semana de alguien diferente. Desearía que no fueras tú, Emma, pero lo eres. Siempre serás tú.
—Quiero que sepas lo que se siente. Estar torturado todo el tiempo, noche y día, desesperadamente queriendo algo que nunca deberías tener, que no te corresponde. Saber que esa decisión que tomaste a los doce años significa que nunca podrás tener aquello que te hace verdaderamente feliz. Quiero que sueñes con una cosa y solo una cosa y te obsesiones con ella como yo...
—Creí que me amabas —dijo, casi en un suspiro. — No sé cómo pude equivocarme tanto.
Toda su vida amó las tormentas. Amaba las explosiones desgarrando el cielo, amaba la ferocidad desnuda de ellas.
Ella lo había amado entonces, incluso sin saberlo. Lo amaba desde el centro de sus huesos hasta la superficie de su piel.
Te amo, ella estaba a punto de decirle. Nunca fue Cameron o Mark, siempre fuiste tú, la médula de mis huesos está hecha de ti, como de células está hecha nuestra sangre.
—He estado roto por semanas —dijo, inestable, ella sabía lo que le costaba admitir esa pérdida de control. —Necesito estar completo de nuevo. Aunque no dure.
—Rompe mi corazón —dijo él. — Rómpelo en pedazos. Te doy permiso. Si así lo quieres.
Se sentía desesperado, el fin del mundo, se preguntó si habría un tiempo en que no lo hiciera, cuando podría ser suave, lento y calmado amor.
—Te estaba buscando.
—Luego de todo ese tiempo evitándome, ¿de repente me estabas buscando?
—Nadie me conoce como tú.
—La gente hace cosas estúpidas cuando están enamorados —dijo Jaime, la voz de alguien que nunca lo ha estado.
Cuando la dejó ir, ella le tocó la cara ligeramente. Había un millón de cosas que quería decirle. Ten cuidado, más que nada: Cuídate, mantente a salvo.
—¿Por qué lo hiciste, entonces? —Sostuvo una mano en alto. —Olvídalo, sé la respuesta: para dejar de amarme. Para destrozarnos.
—Desearía que hubiera podido ser alguien más...
—Nadie más me habría hecho odiarte —dijo él con voz plana. —Nadie más me habría hecho rendirme. —Se sostuvo sobre los codos, mirando hacia abajo a ella. —Hazme entender. Me amas y te amo, pero querías destruirlo todo.
—Créeme, saber lo que sé no me hizo amarte menos.
—Así que decidiste que me harías odiarte.
—Odiarte sería como odiar la idea de cosas buenas sucediendo en el mundo. Sería la muerte.
—La maldición te hace más fuerte antes de volverte destructivo.
—Pensé que, si dejabas de amarme, tú estarías triste por un rato. Y si yo estaba triste para siempre, estaría bien. Porque tú estarías bien, seguiría siendo tu parabatai. Y si tú podías ser feliz, yo podría serlo, eventualmente, por ti.
—No necesito ser atendido —dijo él. —Siempre he vendado mis propias heridas.
—Todos tenemos heridas que es mejor las atienda alguien más —dijo ella.
— ¿Y tus heridas?
—No fui herida. —Ella se levantó, ostentosamente para probarle que estaba bien, caminando y respirando.
—Sabes que no me refería a eso —dijo él.
—Te besaría, pero te alejarías de mí; Conocería tu corazón, pero lo ocultas en las sombras. ¿Es que no me quieres ni deseas? Porque, en ese caso, no te molestaré más.
—No quería que la verdad de mi verdadera yo pudiera disolverse con un encantamiento o pasando por la puerta mágica equivocada.
—Toda mi vida he buscado el lugar para mí misma y todavía lo estoy buscando —dijo Diana. —Por eso, he escondido cosas de las personas que amo. Y lo escondí de ti, pero nunca he mentido sobre la verdad de mí misma.
—Solo me lástima que tan intrépida alma alguna vez fuera herida por la ignorancia de otros.
—Fue como... ¿alguna vez has sostenido un hielo tanto tiempo que el frío hace que te arda la piel?
—La gente puede traicionar a aquellos que ama —dijo Mark.
—Algunos amores son fuertes como cuerdas. Te atan —dijo Cristina. —La Biblia dice que el amor es tan fuerte como la muerte. Yo creo eso.
—Si haces cualquier cosa para herirla o molestarla —dijo, con una voz lo bastan te baja como para que dudara que Cristina pudiera oírla—, te quitaré las orejas y las convertiré en picas de cerradura. ¿Entendido? Déjame explicarlo —dijo Emma con brusquedad. —La amo. No te metas con ella.
—No puedes evitar el pasado. Crecemos con las pérdidas, todos nosotros excepto los supremamente afortunados.
—El dolor es sólo dolor.
—Oh —dijo su padre—, hay toda clase de dolor, pequeño oscuro.
—No eres un monstruo, Kieran —interrumpió Mark. —No hay nada malo en tu corazón.
—Eso no puede ser verdad —dijo—, porque tú eras mi corazón.
— ¿No hay tal cosa como un hechizo que cancela el amor?
—Hay unos pocos encantos temporales —dijo Magnus. —No duran para siempre. El amor verdadero y las complejidades del corazón y del cerebro humano están aún más allá de los ajustes de la mayoría de la magia.
—Eres despiadado —dijo Magnus. —Incluso contigo mismo.
—No reconocerás el amor del odio. Y destruirás lo que te rodea, no porque quieras, como tampoco una ola quiere romper las rocas que rompe. Lo harás porque no lo sabrás. — Miró a Julian con una simpatía antigua. —No importa si tus intenciones son buenas o malas. No importa que el amor sea una fuerza positiva. La magia no toma en cuenta las pequeñas preocupaciones humanas.
—Te refieres a mí —dijo Kit. —Soy temporal.
—Es tu decisión quedarte o irte —dijo Ty.
Kit pensó en los auriculares de Ty, en la música de sus oídos, en las palabras susurradas, en la forma en que tocaba las cosas con tanta concentración: piedras lisas, vidrios ásperos, seda y cuero. Sabía que había personas en el mundo que pensaban que seres humanos como Ty hacían esas cosas sin ninguna razón, porque eran inexplicables. Porque estaban rotas.
Pero no todo el mundo siente y escucha exactamente de la misma manera.
Los auriculares y la música, según Kit, eran un amortiguador: amortiguaban no sólo otros ruidos, sino también sentimientos que de otra manera serían demasiado intensos. Lo protegían de las heridas.
No podía dejar de preguntarse cómo sería vivir tan intensamente, sentir tanto las cosas, ver el mundo de colores demasiado brillantes y ruidos demasiado fuertes. Cuando todos los sonidos y sentimientos se elevaban hasta la onceava potencia, sólo tenía sentido calmarse concentrando toda tu energía en algo pequeño que pudiera dominar: un limpiador de pipas para desentrañar la superficie de un vidrio entre los dedos.
—La forma en que te amo es fundamental para mí, Emma. Es quien soy. No importa cuán lejos estemos el uno del otro.
—Porque cuando este universo nació, cuando explotó en la existencia en el fuego y la gloria, todo lo que existe y lo que existirá fue creado. Nuestras almas están hechas de ese fuego y gloria, de los átomos en él, de los fragmentos de las estrellas. Todas las almas lo están, pero creo que las nuestras, tu alma y la mía, están hechas del polvo de la misma estrella. Es por eso que siempre nos hemos atraído el uno al otro como imanes, toda nuestra vida. Todos nuestros pedazos pertenecen juntos.
—Te quiero de cualquier manera. Te amo así nunca nos toquemos.
Le había hecho comprender por qué los griegos habían creído que el amor era una flecha que destrozaba a través de tu cuerpo y dejaba un ardiente sendero de anhelo detrás.
—Es mucho más doloroso creer que tu amor siempre fue una mentira.
—Tú me haces sentir que el mundo es más grande y lleno de posibilidades.
—Cuando te amé antes, supe que estaba amando algo que podía mentir. Me dije que no importaba. Pero importó más de lo que pensé.
— Deseo que pudieras ver mi corazón. Entonces lo entenderías.
— A veces el corazón más despiadado habla con más verdad.
—Vi tus dibujos y pinturas —le dijo. —Por medio de ellos vi lo que amaste.
Emma podía oír las palabras silenciosas debajo de las audibles: Nunca nos rendiremos el uno con el otro, nunca.
—Ella es la luz de mis días.
—Pero si tú mueres de vejez y él vive por siempre...
—Entonces él va a estar aquí para Max, y eso nos hace felices a ambos —dijo Alec—. Y seré una persona especialmente afortunada, porque siempre habrá alguien que me recuerde. Alguien que siempre va a amarme.
Ella parecía un montón de frágiles cenizas o nieve, la blanca pluma del ala de un ángel.