−Ay, Nick... −Karina se lleva una mano a la boca, tiene los ojos vidriosos. −¿Cómo podés crear cosas tan hermosas?
−No hubiera podido sin tu ayuda.
−Dejá de quitarte crédito. Este vestido es tuyo mil por mil. Yo solo te cosí el volado del frente.
−Entonces es de las dos. –Doy otro vistazo a mi reflejo en el espejo de cuerpo entero del taller. –La verdad que sí quedó bonito.
−¡Bonito nomás! ¡Es magnífico, Nick! ¡Este se va de acá a París sin escalas!
−Todavía no lo sabemos.
−Solo hasta el mes que viene.
Pongo los ojos en blanco y vuelvo a acomodarme el escote. Todo mi cuello, mis brazos y la línea del nacimiento de mis pechos están al descubierto, y no puedo evitar que mis labios cubiertos de brillo translúcido se tuerzan en una mueca.
−¿No te parece demasiado?
−Y dale... Nicole, te dijo que es un evento formal, elegante. Estás vestida para dicha ocasión.
−Es que... −Señalo mi piel al aire, mis manos revolotean inquietas.
−Es enero, todos están algo bronceados. Excepto yo, claro está, que me quemo como un camarón si me echo al sol.
−No, no, es... ¡Ugh! Creo que mejor me debería poner el vestido negro.
−¿Cuál? ¿El que tiene red debajo de la rodilla? ¡Vas a parecer salida de un velorio! A ver, es lindo y elegante, pero no para hoy.
−Pero el cuello es más cerrado, más... correcto. Soy mamá, no te olvides.
Karina pone los brazos en jarra: −Nicole, estás bellísima. Que seas madre no te obliga a vestirte de monja. Además, ¿qué tiene de desubicado este? Dejá de pensar por una vez.
−Sabés que eso es imposible.
−Sé de una persona que lo puede lograr... −me guiña un ojo y siento que me suben los colores. –Vení que tengo algo para hoy.
Me acerco a su mesa de trabajo, con extremo cuidado de no pisarme la falda que me cubre los pies, al tiempo que abre su caja especial, la celeste a lunares, donde guarda sus materiales más raros. Saca un objeto envuelto en una delicada tela y lo descubre ante mí: no me sale más abrir más grandes los ojos al ver un hermoso brazalete ancho, hecho de una docena de finísimas tiras plateadas con algunos brillantes trenzados.
«−En cuanto me mostraste el diseño del vestido empecé a hacer pruebas, y cuando surgió que lo usaras esta noche me puse a trabajar como loca en casa para que lo tuvieras.
−Kari, es precioso, gracias.
−¡No llores o se te va a correr el maquillaje! –Me señala con un dedo firme, arrancándome una risa que el timbre interrumpe.
−¡Ay! ¿Ya llegó?
El pánico de mi voz se debe reflejar en mi cara, porque Karina se muerde el labio para no reírse mientras va a abrir. La tenue música clásica que se escucha desde la computadora es lo único que se oye en el taller. Aprovecho ese breve momento para cerrar los ojos y concentrarme en mi respiración; mis manos se unen sobre mi pecho para contener los briosos latidos de mi corazón. El mundo se detiene, solo existo yo y lo que siento en mi interior.
−Permiso... −escucho la voz de Karina. –Acá está.
Mis ojos se encuentran en el espejo y luego se dirigen hacia mi izquierda. Ahí está él, completamente de negro a excepción de la camisa blanca, el complemento y contraste perfecto para mi vestido en tonos grises. Una sonrisa curva sus finos labios, sus ojos brillan como estrellas nuevas cuando se acerca despacio a mí, midiendo sus largos pasos. Parece salido de una novela romántica, y mi pecho vibra cuando se inclina, toma mi mano y besa mis nudillos.
−¿Solo eso? –suelto con voz suave.
La picardía juega en su mirada. Muy lento, matándome a cada segundo que corre, desliza sus manos por mi espalda descubierta, roza su nariz con la mía antes de besar delicadamente mi boca.
−Estás hermosa –dice sin separarse ni un milímetro. –O debería decir más hermosa que todos los días.
Mi sonrisa abarca toda mi cara. Sus dedos recorren el mechón que cae enmarcando mi mejilla. Mis ojos se cierran por instinto.
−¡A ver! ¡Miren acá!
El flash del celular de Karina me deja ciega. Adrián parpadea varias veces, las luces tan potentes no son agradables para sus ojos claros.
«−Vamos practicando para el casamiento.
−¡Kari! –exclamo, atónita. Veo que Adrián se aleja la corbata del cuello, de pronto sofocado. Solo nos conocemos hace seis meses, es demasiado pronto para hablar de matrimonio.
−Solo decía. ¿No se les hace tarde?
Adrián mira el reloj en su muñeca y asiente. Tomo mi pequeño sobre oscuro de la mesa, reviso que llevo todo lo necesario, y siento la amplia palma de mi hombre en mi cintura mientras nos dirigimos afuera. Karina me da un último abrazo fuerte antes de despedirnos con la mano, y puedo notar sus ojos húmedos de nuevo. Adrián se adelanta para abrirme la puerta del acompañante, y me ayuda con la falda para que no se manche en la vereda y se arrugue lo menos posible. Por suerte, el auto es bastante amplio y el asiento cómodo para alguien de mi altura.
−¿Vos lo diseñaste?
−¿Cómo sabés?
Se encoge de hombros: −Lo presiento.
Asiento con la cabeza, orgullosa. Reconoce mi estilo, se interesa en lo que me gusta... ¿Cómo no amarlo?
Espero que se acomode al volante, acaricio su mejilla barbada y dejo allí un beso que lo hace sonreír antes de que vuelva a buscar mis labios.
«−¿Querés elegir la música?
Me pasa el estuche de CDs. Casi todos son regrabados, copias para no estropear los originales que guarda como oro en su casa. El motor ronronea al encenderse, acelerándose despacio, y antes de que él haga la primera maniobra, empujo un disco de Bocelli en el estéreo. Sus ojos destellan al instante y se detienen en mí.
−¿Quién mejor que el gran Andrea para acompañarte en tu noche especial?
Une su mano con la mía, entrelaza nuestros dedos y los besa.
−Vos sos mi mejor compañía.