«El rostro más dulce puede esconder
los secretos más amargamente oscuros»
Ella es una chica de cabello rubio pálido que parece contener todo el brillo de la blanca luna en ellos, de rosados labios regordetes y jugosos, con espesas pestañas que rodean una mirada tan oscura como la noche. Con un cuerpo angelical de curvas suaves que a simple vista no parece contener demonios en el interior de su mente.
Pero, ¿los tendrá?
Esa es mi presa y me propongo descifrarla.
Durante algunas semanas me dediqué a observarla en su ambiente.
Ver la inocencia que destilaba me hacía querer encerrarla en mi apartamento y mostrarle lo que pasa cuando la deja atrás. Cuando te rindes al placer, cuando descubres la crueldad del mundo y sus perversiones.
Al principio, creí que buscaba atención mediante la inocencia que mostraba, no había manera de que los hombres que se encontraban cerca le quitaran los ojos de encima o sus manos, pero día a día la mantenía en cada noche que salía a bailar y se despedía en la puerta del bar del chico con el que bailó y si el bastardo tuvo suerte, besó.
La vi dejar a muchos chicos guapos con los que creí que se iría, ya que no se veían ni vestían nada mal, pero ella los despedía con un beso en la mejilla y tomaba un taxi sola.
Despertó mi curiosidad, y sabiendo que iba a aquel bar, mi bar, cada viernes, empecé a estar más tiempo fuera de la oficina y tomando algo en la barra para observarla. Así es como supe su nombre, uno que creí inventado porque es justo lo que pensé que era cuando la vi por primera vez; un ángel, y lo demás fue fácil de averiguar.
Ángel Wells es una chica de 23 años que está en el último año de Arquitectura en la Universidad.
Hermosa e inteligente. Admirable.
Esta noche Ángel está nuevamente en mi bar, caminando sobre unos tacones negros de suela roja y envuelta en un hermoso vestido negro de satén, con tirantes, que se adhiere a su cuerpo como una segunda piel, le llega a la mitad del muslo y tiene una pequeña abertura en un costado.
Está hermosa, resplandeciente.
Es un vestido hecho para robar miradas tanto masculinas como femeninas. Y la mía es una que no la abandonará en toda la noche.
Quiero ver qué hace cuando note mi mirada, cuando sienta que es observada con insistencia.
¿Vendrá a mí?
¿Pedirá algo para beber o un idiota le dará una bebida antes de que ella llegue a la barra luego de bailar un poco?
Creo que me adelantaré.
Es momento de tener su atención después de tantos viernes observándola y analizándola.
Miro a Pablo, el barman castaño viste camisa azul, jeans y zapatillas blancas, le pido la bebida que sé que le gusta a Ángel y espero paciente a que ella se acerque.
No tardará mucho.
Baila con los ojos cerrados, destila elegancia y sensualidad, todos a su alrededor hacen lo posible para no estropear la belleza de sus movimientos, y dejarla mover a su antojo para el deleite de todos.
Ángel está convirtiendo este lugar en el infierno, y cada uno de los hombres que la rodea, es un demonio con ganas de corromperla.
Su mirada inocente hace acto de presencia luego de su sensual baile, acaba de pasar de audaz y atrevida, a tímida e inocente.
¿Es todo una mentira? ¿Es una máscara? Estoy a punto de averiguarlo.
Ángel camina hacia la barra en la que estoy, el lugar es amplio, con tres barras en total y ella siempre elige la misma, la que está a la derecha de la puerta de entrada, para pedir algo que nunca paga porque siempre hay alguien que lo hace por ella.
Y esta noche soy yo.
—Disculpa. —llama al barman castaño. La tengo justo al lado y su olor corporal llena mis fosas nasales. No usa perfume, y eso me gusta más ya que su olor corporal es más exquisito que el más caro de los perfumes. Diría que huele a ¿galletas?, es un aroma dulce y tan rico como las pequeñas galletitas que comía cuando era un niño. Mi madre me mimaba con esas delicias horneadas, y ahora planeo mimarme con este pequeño Ángel que huele delicioso... y estoy seguro que sabe aún mejor.
—Hola. —la saludo para llamar su atención. Gira su rostro hacia mí. Sus ojos recorren el mío con curiosidad y siguen hacia abajo para recorrer mi cuerpo, sin pudor alguno, apoyado en la barra.
Segundo a segundo veo sus pupilas dilatarse.
Le gusta lo que ve.
Bien por mí.
Observarla ha brindado sus frutos.
Había notado que ella se iba y dejaba a los chicos con un beso en la mejilla cuando parecían jóvenes de su edad y besaba en la boca a los que aparentaban unos pocos años más que ella, pero aún así no se iba con ellos.
Parecía que nunca la terminaban de convencer.
¿Y por qué era así?
Porque a este pequeño Ángel, le atraen los hombres, los que visten y actúan como uno.
Y aquí estoy yo para ser el hombre que buscaba noche tras noche en este bar y no encontró hasta hoy.
Llevo zapatos italianos, visto un traje azul oscuro, sin corbata y con los primeros botones de la camisa blanca sin abotonar, mi reloj está a la vista y mi edad también. Tengo once años más que ella y me conservo en buen estado. Tengo un cuerpo fibroso a causa de correr e ir al gimnasio. Una barba cuidada, corta y oscura como mi cabello.
Somos opuestos, y los opuestos se atraen.
—Hola. —me dice con seguridad. —Soy Ángel.
Ya no hay rastro de la timidez e inocencia con la que dejó la pista de baile. Vuelve a ser la chica audaz que bailó con absoluta sensualidad. Me ofrece su mano para un apretón, la tomo y le dejo un beso en el dorso.
La veo tragar saliva.
Mis años de vida me han dotado con la sabiduría necesaria para comprender a esta mujer sin la necesidad de hacer preguntas.
Comprendo ahora que la mujer audaz y sensual aparece cuando busca un determinado hombre, alguien un poco mayor que sepa darle justo lo que necesita.
La mujer tímida e inocente hace acto de presencia cuando quiere salir de una situación que no desea, cuando quiere escapar de aquellos jóvenes de su edad que no sabrían qué hacer con ella más que darle una mala experiencia sexual.
Tristemente podría decir que Ángel ha tenido suficiente de eso.
—Un placer. —susurro ronco por encima del inicio de «Blinding Lights» de The Weeknd. —Soy Stefano. — sus ojos se iluminan.
—Es mejor de lo que imaginé. —dice y suspira mirando hacia un costado de mi cuerpo.
Aquello me toma desprevenido.
—¿Cómo? —ella me mira y sonríe poco a poco revelando unos dientes perfectos.
—Es que... —todavía tengo su mano en la mía, ella la aprieta, y se acerca a mi cuerpo sin soltarla. Apoya su mano izquierda en mi pectoral, mira hacia arriba, a mis ojos. La diferencia de altura se hace notar, si la abrazo, ella cabría perfectamente bajo mi mentón y sería cautivador.
—¿Decías...? —la animo a continuar.
—Es que yo te he visto... aquí. Hubo noches que vine y te vi en la barra. Siempre me preguntaba cuál sería tu nombre. —su mano sube por mi pectoral, su respiración se agita y deja la mano sobre mi hombro.
—Con tanta atención masculina que debes recibir y te fijaste en mí. —le digo acercándome a su rostro sonrojado. —¿Por qué será? —le pregunto con una sonrisa de lado porque sé la respuesta. Suelto su mano y llevo las mías a su cintura, y me acerco a sus labios. Ángel cierra los ojos y entreabre los labios. Rozo la comisura, y llevo mis labios a su oído. —Es porque te gustan los hombres y no los jóvenes de tu edad, ¿verdad? —las palabras me salen más roncas de lo habitual. Ángel contiene el aliento ante mis palabras y la proximidad de nuestros cuerpos.
Esto se ha vuelto excitante.
Quiero que lo diga, que lo confirme, que se escuche admitiendo lo que le gusta.
—Si. —dice en un susurro ahogado cerca de mi oído.
—Mmh. —deposito un beso detrás de su oreja. Inhalo su exquisito olor, y busco sus ojos.
Me mira con deseo a través de sus espesas pestañas oscuras. Esa mirada acompañada por una leve mordida en su labio inferior me tiene conteniendo un gemido. Sus manos suben por mi cuello y con sus labios pegados a los míos susurra:
—Vámonos.
Sonrío triunfante.
Seré la primera persona de sexo masculino que se va con Ángel de este lugar y no es despedido en la puerta con un beso en la mejilla para quedarse viendo como se va.
La guio fuera del bar con un brazo envuelto en su cintura y los segundos finales de la canción de The Weeknd a nuestras espaldas junto con la bebida que no tuve tiempo de ofrecerle.
Los jóvenes me miran con envidia, quieren estar en mi lugar.
Las chicas miran con envidia a Ángel, queriendo estar en su lugar.
La mayoría de ellas ya me conocen, saben que soy el dueño del bar.
Los chicos volvían con la esperanza de ver a este precioso ángel que me acompaña y soñaban con poder llevársela.
Finalmente, esta noche ambos estamos saliendo del bar con una persona del sexo opuesto, que nos interesa, acompañándonos.
Una vez fuera, le digo unas palabras a mi hombre de seguridad en la puerta, dejándole saber que me voy y que el personal debe encargarse de cerrar cuando llegue la hora. Igual que cada día, pero hoy no estaré presente.
Tengo un plan mejor entre manos.
Pasamos por al lado de las personas que esperan para entrar y seguimos hasta llegar a la esquina, donde se encuentra mi Aston Martin DBS gris. Abro la puerta para Ángel, ella sube lentamente, se toma su tiempo mientras me mira, roza mi cuerpo con el suyo y se sienta en el asiento sin quitar su mirada.
Pequeña provocadora.
Cierro la puerta y apuro el paso.
Una vez dentro del coche, enciendo el motor y conduzco no muy lejos de aquí.
Ángel respira pesadamente, su olor corporal es más notorio ahora debido al espacio reducido.
Su aroma embriaga mi sistema.
Las diez cuadras hasta mi apartamento han pasado con rapidez y estaciono en el estacionamiento subterráneo del edificio.
Bajo, rodeo el coche y abro la puerta de Ángel.
—¿Lista? —pregunto mientras le extiendo una mano.
—Si. —responde con una sonrisa coqueta y la toma.
Caminamos hasta el ascensor, una vez dentro ella se ubica a un costado y me tomo el atrevimiento de observarla con la buena luz que hay aquí.
La poca luz del bar hizo difícil que la apreciara correctamente.
Empiezo por sus pies en esos infernales tacones, sus piernas torneadas, la abertura en el costado, todo su vestido adherido a sus suaves curvas y su pelo suelto casi blanco acompañado de un rostro de ensueño.
Resplandeciente no fue la mejor palabra para describirla.
Ángel es absolutamente despampanante.
La timidez e inocencia quedaron atrás y tengo ante mí a una mujer que no mira hacia otro lado bajo mi escrutinio.
Se acerca a mí con pasos seguros, apoya sus pequeñas manos en mis brazos, se pega y estira sobre mi cuerpo para depositar besos en mi cuello.
Sus pechos se aprietan contra mis pectorales, siento su calor corporal a través de nuestra ropa, tomo su cintura entre mis manos y la acerco más mientras cierro los ojos disfrutando del roce de sus labios en mi piel.
Las puertas del ascensor se abren, haciéndonos sobresaltar.
Parece que ambos olvidamos el mundo exterior.
Beso la punta de su pequeña nariz, tomo una de sus manos y la llevo a mi apartamento.
Cuenta con dos pisos y es el más espacioso en aquel edificio.
A mi izquierda: la cocina con barra y mesa con sillas para diez personas.
Al medio está el living, y las escaleras más atrás te llevan a mi gimnasio personal en el segundo piso.
A mi derecha hay una puerta cerrada; el baño y una puerta abierta; mi habitación.
Ahí es donde me dirijo con la mano de Ángel en la mía.
Pude observar que no pareció sorprendida por nada de lo que poseo.
Es difícil de sorprender, y eso, me fascina.
—¿Quieres algo de beber? —pregunto cortés, ella suelta mi mano. La veo caminar más dentro de la habitación y darse vuelta para darle la espalda a la gran cama y el placard a un costado. Niega y lleva sus manos a su cabello casi blanco y lo deja sobre su hombro izquierdo mientras me observa entre sus pestañas. —¿Qué quieres, Ángel?
—Quiero tu cuerpo, Stefano, y todo el placer que pueda darme. —y con eso no hay nada más que preguntar.
Me acerco a su cuerpo, agarro su estrecha cintura entre mis manos y la voy haciendo retroceder hasta el borde de la cama que está a su espalda.
—Acuéstate. —alejo mis manos de su cuerpo. Se sienta, y luego se acuesta bajo mi atenta mirada.
Le quito los zapatos y masajeo la planta de sus pies. Escucho suspiros de apreciación proveniente de sus labios.
Aprovecho la abertura del vestido en su pierna izquierda y la engancho con facilidad a mi cadera. Llevo mis manos a los botones de mi camisa, con movimientos precisos me la quito.
Ángel pone en su rostro una expresión que me resulta graciosa. Es una mezcla de dolor y anhelo.
Aprecia lo que ve, muere de ganas por recorrer mi piel con sus manos.
Me inclino un poco, agarro sus manos y las llevo a mis firmes pectorales. Sus manos están tibias y hambrientas por más, bajan a mis abdominales que se tensan ante el toque.
—Por favor, Stefano. —sus ojos me miran suplicantes. —Encárgate de hacer de esta noche la más inolvidable. —su voz está cargada de emoción. Traga saliva y lame sus labios. —Me he cansado de buscar lo extraordinario en chicos poco experimentados y ordinarios. —Tengo la confirmación de lo que ya sabía; ninguno supo hacerla disfrutar en la cama. —Haz que valga la pena haberme ido contigo del bar luego de meses de no hacerlo con nadie.
La beso entre las cejas para eliminar esa pequeña arruga de preocupación.
Beso la punta de su nariz, beso sus mejillas, sus párpados cerrados y su boca.
Sostengo su rostro con mis manos e inicio el beso de manera lenta, probando sus labios, abriéndome camino hacia su húmeda y caliente cavidad y una vez que se abre a mi, me sumerjo en profundidad. El beso sigue lento, pero profundo. Nuestras lenguas se encuentran, se enredan y tientan.
Ángel sigue tocando mis abdominales y pecho.
La sangre me hierve en las venas, el corazón me late furioso y lo que tengo dentro de los pantalones se está asfixiando.
Mi cuerpo entero arde con la necesidad de tenerla.
Por. Horas.
Sus manos van a mis nalgas, y aprovecho para apoyarme lentamente sobre su cuerpo, mi erección hace contacto con su tierna entrepierna y gime dentro de mi boca.
Eso me hace querer arrancarle el vestido sin preliminares y follarla con todas mis fuerzas hasta que duela.
Hasta agotar sus gemidos.
A regañadientes me separo de sus labios, no puedo dejarme llevar por la necesidad que despierta Ángel en mi cuerpo.
Ella merece que me tome todo el tiempo necesario para tenerla más que satisfecha luego de que termine la noche.
Gira su rostro para respirar, su ceño se frunce sin que yo comprenda el porqué, y me mira curiosa.
—¿Qué es eso? —Ah, creo que ahora comprendo su expresión. Sonrío con picardía. —¿Qué es eso detrás de la puerta, Stefano? —insiste. Mi nombre sale de sus labios por tercera vez en la noche, tiene una forma de pronunciarlo que hace que mi corazón bombee lava ardiente por mis venas y mi pene se tense por la necesidad de follarla sin compasión.
Me despego poco a poco de su cuerpo, le clavo mi erección con intención, pero con disimulo provocando que Ángel se arquee y jadee, y camino hacia la puerta. La cierro para que vea por completo lo que llamó su atención.
—Esto es una Cruz de San Andrés portatil. —digo mientras la veo incorporarse. Su curiosidad ha despertado. La cruz tiene forma de X, está hecha de tiras negras y en cada punta tiene restricciones para atar muñecas y tobillos. —¿Te gustaría probarla? —sus ojos brillan ante la pregunta.
—Sí. —murmura con seguridad y camina hacia mí. Una vez que la tengo cerca, le quito el vestido.
Lo que descubro debajo, me deja atónito.
No tiene ningún tipo de ropa interior, y...
Lleva piercing en los pezones.
Con esos accesorios se ve jodidamente más apetitosa.
La ubico contra la puerta y procedo a restringir sus muñecas.
Luego voy hacia abajo, y parte por parte, dejo besos en sus brazos extendidos.
Tomo sus pechos en mis manos, aprieto. Tienen el tamaño justo para volverme loco.
Con mis pulgares hago círculos en sus pezones.
Los piercings harán de la experiencia algo mucho más intenso.
Se volverá loca de deseo por ser penetrada con urgencia para poder calmar el ardor entre sus piernas que en breve sentirá y se intensificará segundo a segundo.
No he detenido los movimientos circulares de mis dedos, la miro a los ojos, observo sus expresiones faciales con cada segundo que pasa y sus gemidos rápidamente se vuelven más fuertes. Se muerde el labio inferior tratando de contenerse en vano.
La callo con un beso que dura menos de lo que quisiera. Sigo bajando por su cuerpo, dejando besos en su vientre plano, caderas y sigo besando hasta la mitad de sus piernas, evitando su sexo.
Restrinjo sus pies.
Desde el suelo, la observo atada a la cruz. Brazos extendidos, piernas abiertas.
La visión de ella a mi merced es una imagen que no olvidaré jamás.
Desde mi posición en cuclillas, me acerco a su sexo depilado, abro sus labios mayores y descubro la humedad que ocultan entre ellos y los labios menores.
Su clítoris está a la vista, brillante por la humedad.
Lo ataco sin piedad dando golpes con mi lengua y chupando lento para terminar haciéndola gritar de placer mientras arquea la espalda y siente su primer orgasmo entre mis manos y boca.
—¡Stefano! Aaaaah. —grita mi nombre, gime, arquea más la espalda y tira la cabeza hacia atrás exhibiendo el cuello que quiero marcar con lamidas y mordiscos mientras me entierre con fuerza en su tierna vagina.
Sigo lamiendo su sexo, llevo un dedo a su entrada resbaladiza.
Entra sin problemas.
No dejo de atender su clítoris alternando entre lamidas y succiones, y deslizo un segundo dedo. Entra con resistencia, su entrada se aprieta alrededor, y tendrá que ceder más si me quiere dentro de su cuerpo.
Toda ella es pequeña comparada conmigo.
Dejo los dedos metidos hasta los nudillos en su sexo, después de unos largos segundos los saco y los lamo, llevándome toda esa miel garganta abajo.
Suspira audiblemente por mi acción.
Me levanto y quito los zapatos italianos y los pantalones del traje en segundos.
Al ir en plan comando, sin usar ropa interior, mi pene queda libre y sin barreras para que Ángel lo mire a gusto.
Contiene el aliento y su boca se abre en una «O» perfecta.
—¿Eso es...? — la pregunta se ve interrumpida por su sorpresa.
—También tengo piercings en el cuerpo, Ángel. —le guiño un ojo mientras formo una media sonrisa en mis labios y sostengo mi caliente, gruesa y larga erección en mi mano. —Esto es un piercing Príncipe Alberto. —Con los dedos de mi otra mano, rozo el piercing que se encuentra en la punta de mi pene.
—Ooh. Se ve... interesante. —La última palabra le ha salido con dificultad. Debe tener la boca seca por el deseo.
—¿Tomas pastillas anticonceptivas? Quisiera que pudieras sentir la estimulación total del piercing en tu interior sin usar condón —aclaro. —, pero si quieres me pongo uno.
—¡No! Es decir, no hace falta el condón. Y estoy sana, mi último análisis fue hace más de un año y desde entonces no he estado con nadie.
—Es bueno saberlo. También estoy en perfectas condiciones de salud. —me da una sonrisa pequeña. Me acerco al centro de sus piernas, flexiono las rodillas para estar a la altura de la entrada de su vagina, y le hago sentir el frío del piercing. Se sobresalta ante el contacto, pero no va muy lejos por la restricciones. Sostengo mi pene con la mano y con la punta, rozo toda su vulva de arriba abajo para hacerla templar.
Funciona.
Tira de las restricciones en sus muñecas, aprieta sus labios, clava su mirada en la mía y me suplica con los ojos.
Veamos cuánto aguanta.
Repito la acción una vez.
Dos.
Tres.
Mi corazón no ha parado de latir embravecido.
—Stef... —mi nombre se acorta en un jadeo de sorpresa al introducir mi gruesa longitud en la vagina de Ángel.
Su espalda se arquea involuntariamente.
Centímetro a centímetro desaparece en su más que apretada cavidad caliente y resbaladiza.
Su apretón parece de acero.
Nunca había estado con una chica así.
Voy a hacernos disfrutar a ambos con esto.
Agarro con firmeza sus pechos y ataco sus pezones duros y perforados.
Gemidos de placer escapan de sus labios.
Los lamo despacio, y luego con más fuerza.
Los succiono duro, y tiro de ellos para después tirar con un poco de delicadeza de sus piercings, y la hago gritar de placer.
Hasta el momento había dejado mi pene profundo en el interior de Ángel, sintiendo sus palpitaciones a mi alrededor, dándole tiempo a que se adapte a mi tamaño ya que siento el final de su cavidad muy cerca.
Ahora comienzo a deslizarme fuera y dentro, en un vaivén duro y profundo que le quitará cualquier ardor que se pudo haber iniciado en los preliminares, en todo este exquisito juego previo.
No alcanza a tomar el suficiente aire porque se lo arranco de los pulmones con mis certeras penetraciones que son acompañadas por el estímulo del piercing en mi pene.
Sigo devorando sus pechos, continúo penetrándola y su centro se calienta más.
Se aprieta a mi alrededor.
Eso me indica que está por tener un orgasmo.
Con la estimulación necesaria es capaz de alcanzar un orgasmo con rapidez.
Su cuerpo es muy receptivo y sensible.
Para un hombre como yo, eso es muy atractivo y especial.
Podría hacerla tener múltiples orgasmos antes de alcanzar el mío.
Siento como se derrite más, más y más alrededor de mi pene, y luego, su orgasmo finaliza lentamente.
Su cuerpo se encuentra más calmado, sin tensiones.
Salgo de su cuerpo con suavidad, me agacho y le quito las restricciones de los tobillos, le doy un leve masaje y me levanto, retiro la de las muñecas. Esta vez masajeo desde sus muñecas hasta sus hombros, y apoyo uno a uno sus brazos en mis hombros para que se sostenga.
Envuelvo su cintura con un brazo para prevenir que sus inestables piernas la hagan caer y tomo su nuca en una mano, acerco sus labios a los míos y los beso.
Me devuelve el beso de manera perezosa, yo la hago volver a la vida con un beso cargado de pasión y subo sus inestables piernas a mis caderas.
Mi pene encuentra su húmeda entrada y se sumerge gustoso.
Ángel gime en mi boca.
Separo nuestros labios, también su pecho del mío y la hago acostarse en la cama sin separar nuestros sexos.
Sus piernas están entrelazadas detrás de mí, mis penetraciones son lentas, dejándola disfrutar de la estimulación del piercing en su interior.
Sus gemidos son una delicia para mis oídos.
Acelero el ritmo, ella gime más fuerte.
—¡MÁS! —grita. Llevo mis manos a sus nalgas, la levanto un poco del colchón y la penetro con fuerza.
Una.
Dos.
Tres veces y la doy vuelta en la cama dejándola apoyada en sus manos y rodillas. Acerco su entrada a mi sexo y la penetro de una sola estocada, sin piedad.
La posición es más profunda, intensa e invasiva que la anterior, y de esta manera, el piercing roza en cada penetración su Punto G.
Eso sin dudas la dejará extasiada.
Mis dedos van a estimular su clítoris con pequeños círculos. Enredo en mi mano derecha su pelo casi blanco y tiro lentamente hacia atrás para hablarle al oído al momento que comienzo a penetrar su vagina con una fuerza implacable que la hace chillar, gritar y temblar de placer agonizante.
—¿Esto es más para ti? —le pregunto en un susurro ronco. Ella solo responde con un asentimiento. El placer la deja sin habla, pero yo quiero escucharla intentando responder. —¿Cómo se siente?
—Se siente... —la silencio con una rotación de caderas profunda y vigorosa. —... ¡biEN! —grita en el inicio de su tercer orgasmo de la noche.
—Parece que este ángel ha encontrado su demonio particular para que le demuestre lo que pasa cuando se escapa del paraíso. —le susurro con malicia para descargar mi semen en lo profundo de su cuerpo.
Ella se aprieta, sacando todo de mi longitud, queriendo dejarme seco.
No podrá, esto no ha terminado.
Suelto su pelo, cae sobre su pecho, me retiro de su cuerpo y observo su sexo rojo e hinchado hasta ver en instantes como sale mi semen desde su interior, y cae sobre las sábanas blancas del colchón.
No hay nada más erótico.
Lentamente, la acomodo boca arriba, me hago sitio entre sus piernas sin penetrarla y sostengo su rostro entre mis manos.
Observo su rostro, se ve saciada y satisfecha. Pero siempre se debe preguntar para estar seguro.
—¿Estás bien? —beso la comisura de sus labios. —¿Cómo te encuentras?
—Me encuentro en las nubes. —suspira, cierra los ojos y sonríe para luego morder su labio inferior. Instantes después clava sus ojos en los míos y dice:
—Jamás creí posible encontrar un hombre que me hiciera sentir así. Si me hicieras el amor, luego de todo lo que me has hecho, mi corazón estaría en peligro. Podría enamorarme de ti. —suelta una risita.
Y eso hago, porque no puedo dejarla ir después del tiempo que pasamos juntos, le hago el amor porque la quiero conmigo.
Quiero que sienta mi ferviente adoración y mi más absoluta devoción.
Ángel me acepta gustosa en su interior, moviéndose contra mí en cada penetración, creando una fuerte conexión a través de nuestros sexos unidos y nuestra mirada en los ojos del otro.
Si encuentras a un ángel como ella, lo mejor que puedes hacer es aferrarte con todas tus fuerzas para no dejarla ir y darle todo aquello que quiera dentro y fuera de la cama para mantenerla.
Ángel Wells demostró ser más un sexy demonio envuelto en un cuerpo de mujer, que un ángel como su nombre indicaba.
Y eso, me fascinó.