CAPÍTULO 8
La prueba del vestido
SUMMER
3 de Junio del 2022
Todos celebran cuando el día de grabación por fin culmina.
Llevo dos semanas sin ver a Iann. Y el beso que nos dimos por primera vez en casi tres años... no deja de repetirse en mi cabeza una y otra vez. Es como si no hubiera pasado mucho tiempo sin que sus labios tocaran los míos.
Además, estos últimos días he soñado con él. Pero no son sueños precisamente inocentes. Son sueños salvajes y eróticos. Donde me toma y me folla justo como él quiere. Donde me deja deseando más. Y todas las mañanas es lo mismo, yo despertando muy caliente. Ya no sé si pueda seguir lidiando con estas jodidas ganas que le tengo.
Y no solo son ganas de querer sentirlo.
El problema es... que parece que esta vez, Iann no pretende venir hacia mí. Si no, quiere que yo lo haga. Y lo veo justo.
Suspirando profundo, camino de vuelta a mi trailer y me acuesto unos minutos en el sofá. Despejo mi mente de todo el estrés que he recabado en estas últimas ocho horas del día. Todavía tengo que reunirme con María para ver lo de su vestido.
Después de relajarme un poco, salgo del trailer y dejo bajo llave. Me despido de algunos que caminan por el set. Me dirijo hasta mi camioneta y por fin salgo del establecimiento. Curiosamente, hoy también la entrada está plagada de fans y de algunos periodistas, reportando hasta qué tipo de mosca se me asoma.
Pero ya es algo a lo que me he acostumbrado.
La abstinencia me está matando un poco. Tengo tantas ganas de emborracharme, pero a la vez no quiero romper este compromiso que he decidido hacer tanto conmigo misma como con el resto de personas que me quieren.
Paso a un Starbucks y para compensar mis impulsos, me pido una bebida refrescante. Tal vez eso me haga sentir menos fatigada. Además, estoy sudando un poco más de lo usual.
De repente, María me llama. Así que como mi móvil está conectado al carro, decido contestar con el manos libres.
—¡Hola, nena! ¿Ya saliste del trabajo? —ensalza en cuanto le contesto.
—Sí, ya. Solo pasé por Starbucks —le informo. Le doy un trago a mi bebida mientras conduzco.
Al fondo escucho algunas voces, y mis nervios se alteran cuando escucho a Iann hablar, pero no se dirigía a mí, más bien le hablaba en susurros sofisticados a alguien más.
Le hablaba a Sol. Y ella se reía como estúpida cuando él hizo alguna tonta broma de algo que me da igual saber. Y mientras tanto, María hablaba y hablaba algo, pero yo me enfoqué más en escuchar a Iann y a Sol.
Calma, mujer.
—Pendeja, te estoy hablando —demanda mi mejor amiga, sacándome de mis pensamientos.
—¿Qué?
—A ver, ¿qué dije?
—No sé, tengo déficit de atención en estos momentos —doblo una calle.
Ella resopló y casi podía visualizarla entornando sus ojos castaños hacia mí.
—Lo siento, estoy demasiado cansada para pensar en quince cosas a la vez —suelto una risita.
—Con que no me falles en esto...
—No, obvio no. Ya voy para allá —le aseguro.
—Muy bien. Te veo allá —dice y cuelga.
Durante el resto del trayecto, termino mi bebida refrescante y mis pensamientos disparatados son alejados por la música de Lana Del Rey. Me aparco en la vereda, frente a la tienda. Parece ser que María no ha llegado.
Menos mal, porque tienes cara de querer asesinar a la pobre Sol.
Espero dentro de mi camioneta mientras anoto algunas cosas en mi libreta, con relación a las grabaciones. El lunes tengo una junta con los productores —aunque técnicamente soy productora también—, y sinceramente, no sé qué tanto vamos a dialogar. Pero tan solo pensar que voy a pasar una o dos horas sentada en una mesa redonda con todos esos señores que me miran con un poco de superioridad, me da mucha pereza.
Doy un respingo cuando María se ha pasado de payasa y me toca la ventanilla sin que yo me diera cuenta.
Se cayó el bolígrafo al suelo y resoplo. Guardo la libreta y salgo del vehículo.
—Señorita, parece que la tengo que multar, por exceso de belleza y usted es la causa principal de los accidentes de tránsito —ruedo los ojos y ella se echa a reír.
¿E Iann?
Tal vez me lo imaginé todo.
Esquizofrénica, lo que me faltaba...
Junto a mi mejor amiga, nos abrimos paso por la calle y entramos a la prestigiosa casa de modas que estaría proporcionando para María.
Veo que Markus y María han ahorrado muy bien. Bueno, también pueden permitirse una gran boda gracias a mis generosas y desinteresadas donaciones.
¿Qué?
¿En qué otra cosa voy a despilfarrar mi dinero si no es haciendo el bien?
Además, la semana pasada doné cien mil dólares en casas hogares, tanto para niños como para adultos mayores. Ellos necesitan más dinero que yo. Yo ya no sé ni qué hacer con tanto ingreso.
Eso y no mencionemos que mi madre me cedió un 10% de sus acciones en Geborgenheit.
Y yo aquí matándome en ser un intento de escritora...
¿Eh?
Definitivamente estoy perdiendo la cabeza por la falta de sueño.
Cuando entramos al establecimiento, a ambas nos entregaron una copa de champagne. Al ser un licor "suave", María no le tomó importancia que yo estuviera bebiendo y se enfocó en lo que venía.
Se prueba el primer diseño, y aunque era realmente encantador, era muy sencillo y no se hacía destacar mucho. Una opinión a la que concluimos ambas. Por lo que una de las dependientas que nos atendía, trajo otros cuatro diseños más.
Al cabo de una hora y media, María se probó alrededor de dieciocho vestidos.
No sé quién de las dos estaba más estresada: Si yo o ella.
Pero claro estaba que su ansiedad, su inseguridad y sus miedos le consumían el pensamiento. Y por tanto, para ella era muy difícil tomar una decisión en estos momentos.
Vale, y es que no podía culparla, era su vestido de novia. Su día especial. Su boda.
—Ay, no sé... no sé qué escoger —resopla, frustrada.
—Escoge el que más te guste y te haga sentir cómoda.
Me puso mala cara.
—Todos me gustan... —murmura, avergonzada.
—¿Y cuál te hizo sentir que era el vestido? —remarco.
Entre el cúmulo de vestidos blancos con distintos diseños, ella escoge uno que para mí es igual que el resto. Claro, no admitiría eso en voz alta, pues no debo arruinar su día con mi sarcasmo, originado por mi falta de sueño y abstinencia.
—Este creo que es el que más me ha gustado —lo alza y lo mira con una sonrisa amplia dibujada en sus labios.
—Pruébatelo de nuevo —insto, con una media sonrisa.
Se mete en el vestidor de nuevo para probarselo. Cuando sale, sonríe y se recoge el cabello con su mano mientras se admira en los espejos.
Yo suelto un silbido coqueto.
—Creo que tienes razón —concuerdo—. Ese es el vestido.
Ella sonríe, sus ojos castaños se iluminan. Y por un momento, me parece que va a llorar. Pero se contiene.
—Joder, qué bien que ya hemos salido de eso.
—Esa boquita, Mariita —su mamá le reprende desde la llamada—. A ver, alzáme, Summer.
Enfoco la cámara hacia María, aún con el vestido puesto.
En la pantalla de la llamada, Karin pone un mohín de ternura y se limpia unas lágrimas.
—Te ves muy hermosa, cariño.
María sonríe y yo lo hago también.
Entonces, María decide que este será su vestido y comienzan a tallarle las medidas para que el vestido le quede justo a su figura. Y mientras las modistas se encargan de hacer lo suyo, María pretende persuadirme para que yo me pruebe uno también.
—Oh, vamos... ¿no te gustaría verte de blanco? Parecerías una princesa de Disney en su final feliz —comenta la chilena, con una sonrisa ancha.
Le dedico una mirada dura.
—El blanco no es mi color preferido, que digamos...
—Entonces ¿qué? ¿te casarías de negro, acaso?
—No, pero no me quiero tallar un vestido de novia.
Torna su expresión a una más adorable y suplicante, haciendo los famosos ojos de cachorro. Masajeo mis sienes, reuniendo toda la paciencia que me pueda proporcionar la vida. Exhalo profundo por la nariz.
—Te juro que donde le digas esto a alguien... —le advierto en un tono firme.
Se abalanza sobre mí y ataca mi rostro, dejando muchos besos cortos sobre mi piel. Suspiro y entonces me pruebo un vestido al azar, da igual si no es mi estilo o no me gusta, solo voy a complacer a mi mejor amiga.
Para todas estas, ya le habían tallado sus medidas y ya se había quitado el vestido. Así que ahora estaba yo dentro del probador, mirándome al espejo mientras me subían el cierre del vestido. Me siento extraña en un primer instante, pues viendo como mi figura resalta muy bien la forma del vestido, me hace sentir muy sexy y tierna a la vez.
—Cari-
—Shhh.
—¿Eh? ¿Dijiste algo? —le pregunto a María.
—Dije que se me antoja un caramelo —me dice desde el otro lado—. Sal, quiero verte.
Resoplo y salgo con cara de culo.
—No sé ni por qué te hag-
Dejo de hablar cuando noto la presencia de Markus e Iann. Markus está sorprendido, pero se le pasa y se dedica a enarcar una ceja, divertida. Mientras tanto, Iann parece más pálido de lo normal. Sus labios están entreabiertos, y sus ojos brillan de asombro.
Podría decirse que mi rostro ha adquirido toda tonalidad de colores.
—Para empezar, ella me obligó. Yo... fui atentada contra mi voluntad —me quejo, señalando a María.
Markus parpadea y mira a María.
—Eso nos verdad.
—¡Sí es verdad! —exclamo—. Bueno, ya me voy a quitar esta cosa... y... nos vemos en cinco minutos —ignoro la intensa mirada de Iann.
Me meto de nuevo al vestidor y me lo quito velozmente. Cuando salgo de nuevo, vestida con mis ropas, evado la mirada de Iann en todo momento.
Markus y María sonríen con cierta malicia. Pero dejan de hacerlo cuando Sol entra en el lobby.
—No me dieron pajillas, dicen que eso no es eco friendly —la chica le entrega una bebida fría a Iann.
Al principio, Iann ni siquiera le presta atención o la ignora, o qué sé yo...
Pero cuando ella le agita el vaso en su cara, él parece volver a la realidad.
—¿Qué es esto? —pregunta, ceñudo.
—El capuchino frío que me pediste.
—¿Yo te pedí eso?
Ella suspira, con la paciencia un poco agotada.
Mientras él lidia con ella, yo me dirijo a Markus y María.
—Bueno, ya me voy... eh... los veo pronto, ¿sí? Y nada de sexo antes del matrimonio, ¿eh? —bromeo y ellos se echan a reír.
Estaba por irme, pero María me tomó del codo.
—Oye, Summer. ¿Por qué no le das jalón a Iann? Nosotros lo haríamos, de no ser porque iremos a cenar con nuestros padres —tanto ella como Markus me sonríen significativamente.
Iann posó sus ojos sobre mí y esbozó una pequeña sonrisa encantadora. Mientras que, Sol, pues no parecía muy contenta que digamos.
—Claro —respondo de lo más normal.
Pero por dentro, me estaba muriendo.
Y no sabía si era porque me dolía el estómago y tenía náuseas, o porque mis nervios estaban aumentando desmesuradamente. Pero algo se sacudió en mi interior cuando lo vi sonreír más.
Jesucristo, ampárate de mí.
—Bueno, nosotros ya nos vamos. Pero gracias por acompañarme —María me abraza con fuerza y gratitud.
Markus hace lo mismo y después de que se despiden de Sol e Iann, nos dejan solos a los tres, afuera del establecimiento.
—¿Necesitas a alguien que te lleve? —le pregunto a Sol, tratando de ser amable.
Ella levanta la mirada y siento cómo me juzga hasta el alma.
—No te preocupes, puedo tomar un Uber —me dice.
—¿Segura?
Asiente, forzando una sonrisa.
—Nos vemos otro día, Summer —se despide de mí—. Te veo luego —le dice a Iann.
¡¿CÓMO QUE TE VEO LUEGO?!
Bájale celos a tus dos rayitas.
Él le devuelve el gesto y cuando ella desaparece de nuestra vista, torna toda su atención en mí. Sus ojos escaneando cada pulgada de mi cuerpo. Vale, soy consciente de que mi aspecto no es el mejor en estos momentos. Las ojeras son más que evidentes y el cansancio, ni digamos. Además, el estrés y las migrañas no me ayudan en lo absoluto.
—Así que... ¿vas a hacer algo después? —pregunta con tanta paz y tranquilidad.
Comenzamos a caminar por la calle, directo hacia donde dejé aparcado mi auto.
—Eh... voy a cuidar a Sylvie —su brazo roza el mío mientras caminamos lado a lado.
Los vellos de mi brazo se erizan cuando lo tengo así de cerca. Mi corazón se acelera, y aunque todos los síntomas de abstinencia siguen ahí, acabando conmigo. No podía evitar sentirme feliz de tenerlo para mí sola.
Pero no me hacía sentir mejor, claro.
Seguí sintiéndome horrible. Y solo quería llegar a casa y estar todo el día en cama, ducharme y que alguien me hiciera la cena.
—Ah, ¿si? —enarca una ceja. Y ese gesto lo hace ver tan jodidamente sexy.
—Sip.
Desbloqueo las puertas de mi camioneta y entro en el asiento del piloto.
—¿Y crees que podamos... no sé, cuidarla juntos? —dice, una vez haya entrado en el auto también.
Antes de encender el motor, enarco una ceja mientras deslizo mis ojos hacia él.
—¿Quieres cuidar a una bebé que apenas tiene un año? —le cuestiono.
—¿Por qué no? No es como si tú y yo no hemos cuidado de bebés antes —responde, mientras se coloca el cinturón.
Sacudo mi cabeza mientras una sonrisa pequeña baila sobre mis labios, enciendo el motor y salgo del estacionamiento.
—¿Entonces?
—Si quieres pasar tiempo conmigo, solo dilo.
Su sonrisa se ensanchó.
—Oh, claro que quiero pasar tiempo contigo, bonita. Pero también quiero ayudarte a cuidar a tu hermana —comenta—. Wow, eso suena raro de decir.
Suelta una carcajada suave que endulza mis oídos.
—¿Qué se siente ser hermana mayor? —me pregunta, mientras sus ojos observan cada detalle de mí.
—Normal, supongo... aunque a veces no puedo dormir por las noches cuando ella llora.
—Y eso que no has cambiado pañales —añade, divertido.
—He cambiado pañales. Y he preparado biberones a las tres de la mañana —argumento.
—Oh, entonces tienes todo el paquete de hermana mayor, ¿eh?
Me encojo de hombros, —Es lo que tengo para ofrecer.
Me mantengo un momento en silencio, enfocada en conducir y no en corresponderle la mirada.
—¿Entonces? ¿Puedo ir contigo o me vas a mandar a la mierda?
Me detengo en un rojo. Suspiro, con las manos sobre el volante.
—¿Y qué quieres hacer? —pregunto con suavidad.
Sonríe con picardía.
—Hay una palabra que empieza por "f", pero creo que mejor la guardo, por si acaso... —se pasa la lengua por los labios.
Ay.
POR FIIIN. DESPUÉS DE CASI TRES AÑOS DE PURAS PAJ-
Digo... después de casi tres años de puro autoamor.
Bufo y ruedo los ojos, divertida.
—¿Y si me dejas hacerte la cena? —me pregunta, sus ojos suplicando para que diga que sí.
—Y luego ¿qué? ¿Te vas a ir?
Sacude la cabeza, —Podemos ver una película si quieres. O... ¿Qué te gustaría a ti?
Follar.
—Dormir.
Suelta una risita y sonríe con genuidad.
—Podemos dormir, vale. Seguro que una siesta no le hace daño a nadie —su expresión me mata de ternura.
Sigo conduciendo por unos minutos más, hasta que por fin llegamos a mi casa, o bueno, a casa de mi madre. Tiro las llaves en el bowl y me quito los zapatos, Iann va detrás de mí y arregla mi desorden.
—¿Quieres desordenar más la casa? —bromea, mientras acomoda mis zapatos, mi abrigo y mi bolso.
—¿Quién eres? ¿Mi madre?
—El amor de tu vida, pero eso lo dejo a tu criterio, bonita —responde con autosuficiencia.
Siento mi rostro y orejas calientes. Menos mal, le estoy dando la espalda. De no ser por eso, estaría humillándome a mí misma con mi propia reacción. No sé por qué ese tipo de cosas siguen surtiendo efecto en mí.
Me resigno y entro en la cocina.
—¿Qué quieres cenar? ¿Algo en especial? —me pregunta, con total casualidad y normalidad.
Justo como era todo antes de....
Bueno, ya qué.
Pasado pisado.
—Lo que sea que haya en el refri está bien —respondo con suavidad.
Empieza a husmear por el refrigerador y al final saca algunos vegetales, y una pechuga. Por lo que se decide por prepararme pollo a la plancha y verduras salteadas. Por mi lado, cojo una lata de Coca-Cola de la nevera y me la bebo mientras me siento en la isla de la cocina.
Me quedo embelesada, admirando su espalda. La cual se le marca a través de la tela de su camiseta negra.
De pronto, el pensamiento llegó a mi mente naturalmente: Yo clavándole las uñas en su divina espalda mientras él me embiste como se le dé la puta gana.
Me tenso de solo pensarlo.
Doy un largo sorbo de mi soda, siento mi rostro ardiendo. No debería estar pensando así de Iann... o bueno, no lo sé... ha pasado mucho tiempo desde que he tenido sexo. Y digamos, técnicamente, él fue la última persona en tocarme y hacerme suya.
Aprieto mi puño, lo que provoca que mis uñas se entierran en la palma de mi mano.
Cuando se gira, finjo demencia al concentrarme en los detalles dorados del mármol blanco de la isla. Por más que trato de ignorar mis pensamientos lascivos, la humedad en la tela de mi ropa interior no pasa por desapercibida.
Los minutos pasan y su silencio pasivo me mata. A la vez que yo sigo imaginándolo desnudo sobre mí.
Si fuera hombre, probablemente tendría una erección del tamaño de la torre Eiffel.
Diablos, Summer.
—¿Has estado durmiendo bien? —pregunta, aún de espaldas mientras se dedica a hacer lo suyo.
No, porque solo pienso en ti.
—Un poco, sí —respondo, evadiendo mis pensamientos intrusivos.
—¿Un poco?
Enarca un ceja mientras me mira por encima de su hombro.
—Sí, un poco.
—¿Y por qué solo "un poco"?
Porque te tengo tantas ganas, joder.
—Por el trabajo.
Ya, Summer. Follatelo.
No solo quiero follar con él.
No solo quiero tenerlo en mi cama. Quiero tenerlo conmigo siempre.
—Pues tienes que dormir más, es lo que te mantiene preciosa —comenta como si sus palabras fueran nada. Pero a mí me provocan estragos en la mente y en el corazón.
Siento mi rostro caliente y bebo precipitadamente mi Coca-Cola.
Todavía me pongo colorada como una chica de trece años cuando la halagan por primera vez. Y más cuando es él quien me da cumplidos así. Creo que nunca me han gustado los cumplidos, o simplemente los ignoro. Pero cuando él los hace, los siento muy especiales.
Unos minutos más tarde, me coloca el plato frente a mí y joder, se ve delicioso.
Un platillo delicioso preparado por un chef delicioso...
Él se sienta en la butaca contigua a mí y comienza a comer conmigo, —Isaac dijo que falta muy poco para que terminen de grabar.
—Sí, ya nos falta media hora de película —respondo, probando la comida.
—Eso quiere decir que estarás libre, ¿no?
Noto la sonrisita que se dibuja sobre sus labios.
—Sí, o bueno, eso quiero pensar —suspiro.
Siento su muslo rozar con el mío. Y eso acelera mis pensamientos, me llevo algunos bocados a la boca, tratando de disimular. Bebe agua y me mira, como si quisiera decir algo. Pero se resigna, y los llantos de Sylvie suenan a través del monitor de bebé.
—No te levantes, yo voy —avisa, mientras se dirige a la planta de arriba.
Termino la cena y lavo mi plato. Guardo la cena a medias de Iann en el refrigerador y subo las escaleras, abro la puerta de la habitación de Sylvie, y ahí está ella, sobre el regazo del alemán de casi dos metros, que le lee un cuento para calmar su llanto.
—...Y eso fue lo que pasó. Y la dulce princesa volvió a su enorme castillo de dulce, junto a sus madrinas, que la consintieron hasta el cansancio —Sylvie aplaude tiernamente cuando Iann termina de leerle el cuento.
Los ojos dorados de Sylvie se deslizan hasta mí y ladea su cabecita, mirándome con inocencia. Luego mira a Iann y repara una sonrisa un tanto graciosa. Empieza a balbucear y el pelinegro hace como que le entiende, asintiendo con la cabeza.
—Tienes razón, todo es culpa de la inflación.
Sylvie le pide entre balbuceos a Iann que la baje y él lo hace. Entonces, ella comienza a caminar hacia mí y me levanta los brazos para que la alce. Así que la tomo entre mis brazos y la cargo.
—Bueno, supongo que no puedo competir contra ti, ¿eh?
Mi corazón se pone como loco cuando Iann se acerca y Sylvie juega con los mechones de mi cabello. El pelinegro me sonríe con dulzura y pellizca con tal gentileza las mejillas rosadas de mi hermana.
La cercanía de su rostro con el mío me está matando. Y solo tenía que inclinarse un poco más para besarme.
Sin embargo, nunca lo hace. Porque su estúpido teléfono suena y él se excusa para atender la llamada. Y mientras tanto, yo me dedico a cambiarle el pañal a Sylvie. Trato de fingir que no me siento decepcionada por el hecho de que ahora no he podido ni siquiera rozar la mano de Iann.
No hay ni la más mínima interacción física.
Y eso me está mortificando.
¿Por qué la vida me hace esto?
Coloco de nuevo a Sylvie en su cuna y ella vuelve a berrear en forma de protesta. Es una bebita muy quisquillosa. Y consentida.
¿A quién se parece?
Él regresa, suspirando con una cara de aburrimiento y pesar.
—Debo irme —anuncia y la espina de desaliento me invade.
—No pasa nada. Igual, gracias por la cena.
—Sí pasa mucho. No quiero irme, pero... bueno, no puedo perderme la cena semanal de mis padres. No quiero que se molesten conmigo, pero seguro que lo entenderían si... me quedo contigo —sonríe de lado.
Dios...
—Oh, no. Mejor, ve. Seguro que te la pasarás mejor allá que aquí.
—No... bueno, creo que me la pasaría mejor si fueras conmigo. Pero, no te voy a obligar a nada. Además, seguro que quieres descansar. Ha sido una semana muy dura para ti.
Joder, joder, joder.
—Puedes venir, si quieres. No creo que mi familia se oponga, ¿sabes? Además, casi siempre jugamos al UNO y siempre me gana mi hermano, tal vez un poco de suerte no me vendría mal —suelta una risa suave, demasiado encantadora.
—Ehh... bueno, no lo sé. No quiero incordiar ni nada... —Sylvie nos mira atentamente.
—Creeme, no vas a incordiar a nadie. Seguro que te prestan más atención que a mí —se apoya en el marco de la puerta.
—Tal vez la próxima, cuando no esté cuidando de cierta lorita —señalo a Sylvie con la mirada.
—Está bien. Cuida de la lorita, pero la próxima vez, no te libras de mí —acomoda un mechón detrás de mi oreja, sus dedos rozan mis piercings.
—Eso sonó a amenaza, ¿debería preocuparme o poner en práctica lo que hago con las cámaras de los paparazzi? —bromeo y él se echó a reír, mientras acaricia mi mejilla con sus nudillos.
—No es una amenaza, bonita. Es un aviso —corrige—. Pero, como dije, si no quieres, no estás obligada.
Suspira y se repara, —Vale, supongo que... te veo otro día, ¿no?
Asiento, con una pequeña y disimulada mueca.
Entonces se me acerca y me planta un casto beso sobre los labios, que me deja boquiabierta. Y después besa la frente de Sylvie.
—Asegúrate de dormir temprano, Summer. No quiero seguir notando esas ojeras, ¿vale? —y vuelve a besarme, pero esta vez en la frente—. No le vayas a abrir a nadie.
—No me hables como si fueras mi padre —refuto, mirándolo bajar las gradas.
—Descuida, papi Iann sabe qué es lo mejor para ti —me guiña un ojo antes de irse.
Y me quedé ahí, parada, sonrojada y atormentada por mis propios pensamientos.
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