Espada Oculta [Realeza sin ro...

By AJ17JASMIN

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Él es el príncipe herededo, pero nadie le preguntó si quería sentarse sobre un trono. Él era un niño feliz y... More

|⚔️Personajes + Glosario + consejitos⚔️|
DEDICATORIA
EPÍGRAFE
PRÓLOGO
PREFACIO
1. El favorito
2. Los sentimientos hacia los hijos
3. ¿Tradición o costumbre?
4. Vanidad
5. La armonía entre sus hermanos
6. Trivialidad, moralidad e ingenuidad
7. El genio y el banal
8. El futuro rey
9. Lo mejor para una gran promesa
10 (Parte 1). Tipos de secretos
10. (Parte 2): Los mismos padres
11. El sentir del Príncipe Heredero
12. Lo necesario casi nunca es suficiente
13. Cacería de brujas
15. ¿Amigos o Amantes?
16. Crepúsculo eterno
17. Realeza sin rostro
18. Entre hermanos, descuidos y vino
19. Hijos desleales
20. Castigo y perdón
21. Él no es como su hermano
22. La familia real
23. No tiene sentido
24. Él sigue siendo el heredero
25. ¿Oveja o Dragón?
26. La debilidad de un padre
27. La fortaleza de un hijo
28. La dignidad de la realeza
Capítulo 29. Espada Oculta
EPÍLOGO
HISTORIA REAL
¿Dónde entró la ficción?
Agradecimientos
Autora
Aviso 📣
El resúmen con el que participé en los Wattys 22

14. Recuerdos, anhelo y... tormento

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By AJ17JASMIN

La mente del rey se sumergió en pensamientos profundos y oscuros, mientras el olor a opio envolvía sus sentidos y lo transportaba a un estado de ensueño. Su entorno estaba envuelto en espesos vapores que danzaban por la habitación poco iluminada, donde apenas se podía discernir la débil luz de unas pocas velas.

—«El cielo me dará mi castigo» —murmuró el rey y recostó la cabeza sobre la falda de la mujer que le hacía compañía.

  —Es el cielo quién lo ha puesto aquí, majestad —repuso la mujer, una de sus concubinas más jóvenes, miestras le acariciaba la cabeza.

El rey se echó a reír y deslizó uno sus brazos hacia abajo para que sus dedos rozaran el suelo.

—«Larga vida al príncipe heredero» «El príncipe Heredero debe subir al trono» ¡Lo alabaron hasta la muerte y la gente los apoyó!

—Es cierta emoción momentánea, majestad.

—¿Creen que será diferente? Mi sangre corre por sus venas. Me veo a mí mismo en sus ojos. —dijo él y se golpeó el pecho con cierta desgana.

—Pero es usted el que se ha ganado este trono —dijo ella y le acarició la mejilla

—Sí, soy yo. Estas manos... —El rey alzó las manos para poder verlas y las sacudió frente a su cara—. Con estas manos empuñé la espada en nombre de mi padre y lo apoyé hasta que cumplió su sueño. Dijo que me amaba, que valoraba todo lo que había hecho. De todos sus hijos fui yo el que nunca soltó su mano.

El rey cerró los ojos e inhaló la mayor cantidad el aroma amargo del incienso, como si se llenara de valor para continuar con el relato.

»Me envío a proteger a su concubina y a los hijos de esta. Yo obedecí y los mantuve a salvo. Cargué a Bang Beom sobre mi espalda. Pero entonces, cuando llegó el momento de escoger a su sucesor, ¿qué hizo? Escogió a Bang Beom, al más joven, al hijo de esa mujerzuela. Hizo que ese niño se burlara de la persona que le salvó la vida. ¿Y por qué? ¿Porque amaba a la mujer? No, todo fue porque quería a un heredero que todavía fuera joven, así podría mantenerse más tiempo en el trono como el viejo avaricioso que era

—Nos tenía miedo, él les temía a sus propios hijos. Aunque nunca quiso admitirlo, no frente a mí. Me trataba con desprecio. ¿Pero porque me odiaba tanto? Hice lo que hice porque yo también tenía el derecho de reclamar ese puesto, solo seguí su ejemplo. Y aún así, cuando fui yo el que venció entre todos sus hijos, nunca me reconoció como su sucesor. ¡Eso debería ser castigo suficiente! ¡¿Por qué tienen los demás que despreciarme también?!

La mujer sonrió y recitó lo siguiente:

  —"Si el viento sopla todo el día debería cesar durante la noche; mas, si luchó durante toda la noche deberá rendirse durante el día". Lo que está enfrentando acabará pronto, majestad. No debe perderse a sí mismo aunque los demás quieran que lo haga.

—¿Qué quieren que haga? —El rey tomó la mano a la mujer—. Les ofrezco la mano y ellos tratan de amputarmela. Primero Min Mu Gu y Min Mu Jil se alegraron cuando dije que quería abdicar. Y después Min Mu Hyul y Min Mu Hoe tramaron un plan perverso para entronizar al príncipe heredero de una buena vez.

—Fue un castigo justo, majestad. Se encontró la evidencia suficiente para señalar su crimen. —La mujer estiró la mano para revisar el frasco de incienso que estaba en la mesa frente a la cama.

—¿Encontrar? ¡Ja! —El rey volvió a reírse con sarcasmo—. Ni siquiera se molestaron en ocultarlo. Sus palabras y acciones públicas lo dejaban en evidencia, solo tuve que llevar a unos cuantos soldados a sus casas y así de fácil se encontró la carta que el mismo Min Mu Hyul escribió, la lista de nombres implicados y... —El rey señaló en dirección a uno de los dos cajones que tenía la mesita. La mujer comprendió la señal y abrió el cajón. El rey le indicó que le pasara una hoja media rasgada que estaba ahí dentro—. ¿Y qué hay de ese ejercicio que estaban armando en secreto? Es obvio que se estaba previniendo para una rebelión. Incluso se atrevieron a usar a la familia de Jo Mal Seang en mi contra. Pero lo peor es que mi propio hijo no se molesta en ocultar lo que piensa sobre mí. Y cómo me juzga es mucho peor. Hasta el historiador se deleitó en las palabras del príncipe heredero y las anotó al pie de la letra. Tuve que arrancar esa página de su diario de registro antes de que se marchara.

—¿Fue tan grave, majestad? ¿No es el deber del escriba?

El rey gruñó y puso la hoja de papel frente a su cara para leerla.

 —«La falta de confianza en seres ajenos es motivo de muchas desgracias; mas la escasez de seguridad mutua desemboca en tragedias, en actos impíos. La insuficiencia del autoestima es tan peligrosa como el exceso de ella, padre real. Se pierde la paz interior y la del mundo que gira en torno al ser, se pierden amigos y se atraen enemigos; se llega olvidar el límite que divide la justicia de la ilicitud. Y aunque se cauteriza la conciencia, algo en el interior del malhechor siempre se encargará de recriminarle tan viles acciones. ¿No lo sabe usted bien, padre real? Este hijo suyo le súplica que no vuelva a cometer el mismo error. Usted no puede, no debe... La sangre no puede volver a correr a causa de su orden. Tampoco me haga culpable otra vez. ¡Por favor, retire su mando! A fin de evitar otra lluvia sangrienta, le suplico que reconsidere su decisión». Eso fue lo que el príncipe heredero voceó el segundo día de su huelga —dijo el rey después de leerlo en voz alta—. ¿Venía a suplicar piedad o insultarme y tacharme de pecador?¡¿Cómo podría dejar que semejante calumnia fuera registrada en la crónicas de esta nación?!

La concubina bajó la mirada.

—Esta sierva suya no sabe que decir, majestad.

El rey soltó aire como si hubiera acabará de llegar a casa luego de un día de arduo trabajo.

—Majestad —llamó la voz de Tak Dong desde la habitación contigua.

—Dime... —respondió el rey, arrastrando la palabra.

—Ya retiré a los soldados de la residencia de la reina y le hice saber que volvía a quedar en libertad, majestad.

—Está bien, puedes retirarte —dijo el rey con la misma desgana.

—Sí, majestad.

—Veamos que tal se comparta la reina ahora que sus hermanos no están más para apoyarla —murmuró el rey—. ¿Qué hará ahora? ¿Qué hará el príncipe heredero? Le quite algo valioso, algo con lo que se distraía. Él no tolera estar desocupado. Me intriga saber qué hará para llenar ese hueco.

La mujer volvió a rellenar el frasco metálico en dónde se quemaba el incienso. Por lo visto, el rey planeaba adormecer sus sentidos un poco más.

Resultaba muy curioso que el padre estuviera impaciente por conocer los pensamientos su hijo cuando este hijo también ansiaba conocer los de su padre.

Je estaba desesperado por saber qué tipo de sentimientos mantenían cautivo el corazón del rey, después de que sus labios pronunciaran aquel castigo, impulsado por su carácter desconfiado. Una sentencia que Je juzgaba injusta y maquiavélica. Lo que es más, se le retorcían las entrañas al pensar que su padre ni siquiera lidiaba con el más mínimo rastro de remordimiento. 

¿El rey se sentía culpable o, al contrario, se sentía más ligero y satisfecho? 

¿Cómo era con exactitud ser el rey de Joseon?

El juicio de Je se vio empañado por sentimientos abrumadores de ira, dolor y tristeza, que lo dejaban insatisfecho con cualquier respuesta. Pero dormir le resultaba igual de nefasto, porque cada vez que intentaba cerrar los ojos, el brillo que lo recibía era incluso mayor que cuando estaban abiertos. Y ese brillo venía siempre acompañado por la imágen de los rostros alegres de sus primos. Debido a eso volvía a despertarse, apesadumbrado, antes de siquiera haber podido dormirse por completo.

Algunos podrían encontrar consuelo cuando el recuerdo de un ser querido fallecido los visitaba en sus sueños, pero para él quizás era demasiado pronto; la herida todavía estaba en carne viva. Esas visitas se sentían más como verter licor sobre su herida abierta que como un bálsamo calmante. Era como si su subconsciente le recordara que podría haber hecho más para salvarlos, como si su conciencia le dijera que era culpable de sus muertes. Las noches se convirtieron en un campo de batalla, donde su mente luchaba contra los recuerdos atormentadores y las acusaciones implacables.  El peso de lo que percibía como fracaso era asfixiante y lo arrastraba a un pozo de desesperación cada vez más profundo.

Después de varios intentos fallidos de conciliar el sueño, el príncipe heredero se levantó de la cama que compartía con Soo Ha esa noche en una de las habitaciones de la casa kisaeng. Entrecerrando los ojos para luchar contra la oscuridad, escudriñó el rostro del muchacho: todavía dormido. Seon Jae se había quejado en varias ocasiones de la facilidad con la que aquel joven podía despertarse... pero esa noche era diferente, el sueño parecía haber caído sobre Soo Ha como un hechizo. Era una lástima que Je no pudiera caer en un sueño profundo, como su joven amigo, y despertar solo cuando la emoción atormentadora se hubiera desvanecido.

Je suspiró antes de levantarse. Se aseguró de que Soo Ha quedara bien cubierto con el edredón satinado y tomó tadas las precauciones al salir de la habitación con tal de prevenir ruidos innecesario. Mientras vagaba a lo largo de los pasillos, se encontró con Ik Nam, a quien no tardó en encomendarle el cuidado del muchacho. Je pensó en la posibilidad de que Ik Nam también estuviera en guerra con el sueño. Eso explicaría porque aceptó el encargo con tanta solemnidad.

Je se paseó por la casa kisaeng durante un rato. Mientras caminaba por los pasillos poco iluminados, los ecos de la alegría del pasado parecían bailar a su alrededor. Cada habitación susurraba su propia historia, cada rincón guardaba un recuerdo. Era como si el tiempo se detuviera dentro de esos muros para preservar la esencia de aquellos que alguna vez habían buscado consuelo y placer en su abrazo.

Im Yeop, ansioso por descubrir los secretos ajenos, se prestaba a cada una de aquellas reuniones y se sentaba a escucharlos conversar mientras comía. Sus ojos siempre brillaban con hambre de conocimiento y sus oídos se inclinaban para intentar oir hasta el más insignificante de los secretos susurrados. Sin embargo, prefería guardar sus propios secretos para él mismo y le asustaba la idea de revelar siquiera un atisbo de ellos.

Y luego estaba Seon Jae, un torbellino de caos y risas. Cuando el licor fluía por sus venas, se transformaba en un espectáculo de pasos a trompicones y danzas  poco elegantes. Sin mencionar las idioteces que salían de su boca. Su espíritu desinhibido traía una sensación de alegría y diversión a la habitación, un escape temporal del peso del mundo.

Todos esos recuerdos seguían frescos en su memoria, pero de un momento a otro comenzó a sentir que se alejaban, que podía olvidarse de ellos en cualquier momento. Así que salió de la casa a toda prisa para perseguirlos.

Cuando llegó a la comandancia, su primera parada en este viaje para recopilar recuerdos, se quedó congelado en la entrada, bajo el umbral de la entrada. No había nadie que lo recibiera, al menos nadie a quien él se le antojara devolver el saludo. Lo único que quería en ese instante era que Seon Jae estuviese allí. Su anhelo se hizo tan intenso que empezó a evocar imágenes vívidas una vez más. Podía ver el fantasma de su primo moviéndose de un lado a otro, regañando a los soldados distraídos, solo para volverse él mismo perezoso y quisquilloso puesto que, según él, no tenía tareas interesantes que cumplir.

La ilusión se desvaneció frente a él, arrastrada por una tormenta implacable de decepción y desesperanza. La sonrisa radiante que había forjado gracias a ese falso rayo de felicidad, se ocultó bajo un velo sombrío y roto. Sus ojos reflejaban la tristeza profunda de quien ha perdido la fe en el mundo que conocía.

Y con la esperanza desaparecieron sus ganas de quedarse en la comandancia. Ya no había ninguna razón para permanecer allí. Así que se dio la media vuelta y se marchó en busca de otro buen lugar... antes era un buen lugar.

Je pasó la mayor parte de su niñez temprana en la casa de sus familia materna, bajo la estricta y amorosa vigilancia de sus tíos y abuelos. No querían perderlo de vista ni un segundo por temor a que tuviera una muerte prematura, como los tres bebés que nacieron antes que él. La casa había cambiado mucho despues de la muerte de su abuelo porque sus tíos tenían un gusto más extravagante para la arquitectura, pero la sensación de calidez y seguridad que exprimentaba al cruzar el umbral se consevarba intacto... al menos hasta esa mañana.

La casa Min nunca se había sentido ni visto tan distinta a sus ojos como esa mañana. Estaba seguro de que la única razón por la que el rey no la mandó rodear  por soldados era para ganarse los halagos del pueblo. Como si le dijera al mundo: «¡Miren! Ellos me traicionaron, trataron de usar a mi hijo para pisotearme, pero yo soy benevolente con mi suegra en memoria de mi difunto suegro. Por eso, para conservar aunque sea un poco la dignidad de la familia de mi esposa, no manchare más estos terrenos».

Fuese o no la intención del rey, el daño fue irreparable. Aunque la casa no tenía voz para hablar, podía dar testimonio a favor de los presuntos criminales con la imagen que se escondía detrás de sus muros. Su grandeza reducida a una mera cáscara y su estado ruinoso se bastaba como prueba de los maltratos que la familia experimentó. El patio por sí mismo era la definición del caos. En el suelo todavía se veían las huellas de los soldados que habían estado allí antes que él. Las telas echas girones y los adornos dispersos yacían como víctimas de una guerra librada contra el orden y la belleza. Las puertas de dos habitaciones colgaban flojas y torcidas, con sus bisagras tensas. 

Y luego, su mirada se volvió hacia las ventanas, cuyo papel, alguna vez prístino y puro, ahora estaba lleno de agujeros.

Je cerró los ojos para sacarse esa imagen de la mente y reemplazarla con una que le devolvería la sonrisa. Se imaginó que la casa, tan arreglada como siempre. Llenó cada uno de los espacios vacíos con lo que era y con lo que debería haber sido. Casi podía escuchar las risas de sus tíos, los chillidos de Seon Jae y las amenas lecturas de Im Yeop. Los aromas también estaban presentes, como la escencia del vino de arroz que parecía seguir impregnado en el aire que bailaba al rededor del pabellón.

En cada esquina de la casa de se escondía un doloroso recordatorio de lo que había perdido, un cruel giro del destino que se burlaba de él con lo que podría haber sido. Por desgracia, acababa de darse cuenta de lo magníficos que habían sido esos años para él. Y de pronto lo invadió una sensación horrorosas. Entendió que nunca los valoró lo suficiente, pero sobre todo comprendió que no tendría una nueva oportunidad para intentar apreciar esa clase de detalles porque nunca volverían a repetirse.

Con el alba, el príncipe heredero se dirigió hacia la librería de Min Im Yeop. Al llegar, se encontró con una habitación desolada donde no había ni una sola vela encendida. El lugar se veía incluso peor que su parada el anterior y, dado la magnitud del riesgo que implicaba estar vinculado con la familia Min, estaba claro que los empleados se habían dado a la fuga antes de los soldados los arrestaran bajo él no cargo de complicidad.

Mientras se abría paso entre ese espectáculo de mesas volcadas, sillas rotas y libros maltratos que tapizaban el piso se preguntó cuántas eran las posibilidades de que los soldados hubieran descubierto la sastrería subterránea. Lo mínimo que esperaba después de aquel torrente de tragedias era un buena noticia, solo una, no... solo esa. Pero al ver que pequeño estudio en donde se encuentra la puerta de acceso se hallaba igual de revuelto que la sala principal se preparó para lo peor.

Con el corazón echó puño, retiró la piel de tigre y levantó la puerta para sumergirse en un hueco oscuro. La madera crujió de una forma escalofriante conforme las suelas de sus botas se encontraban con los escalones.

Esa sería la primera vez que Je estaría solo allí abajo, la primera vez que no encontraría a Im Yeop sentado en su mesa de patrones, dándole puntadas a sus trabajos o acomodando los materias de los cajones y estantes. Lo sabía, pero no quiso encender las velas para corroborarlo. Sin embargo, no podía ignorar que algo allí abajo se sentía diferente, se respiraba una atmósfera aterradora.

Je se detuvo en medio de la habitación al dicernir el tenue brillo naranja que parpadea al fondo de la habitación, detrás de unos estantes y objetos viejos. Su mente se quedó en blanco mientras permanecía allí parado, envuelto en un manto de penumbras y sin saber cómo debía responder a la luz que lo llamaba del otro lado de la cortina.

¿Qué escondía Im Yeop detrás de esa tela? ¿Qué tipo de tesoro podía poner sus vidas en peligro si alguien llegaba a descubrirlo?

Aunque esa última pregunta ya no tenía mucho peso. El riesgo del que Im Yeop habló aquella tarde carecía de sentido ahora porque... él ya estaba muerto.

Después de apartar todos lo cachivaches que la bloqueaban, Je extendió sus manos temblorosas hacia la cortina y la arrancó de los clavos que la sostenían. La gruesa tela alzó cientos de partículas de polvo que revolotearon en el aire cuando esta se desplomó sobre el suelo. Y entonces lo vio... Descubrió que detrás de aquella cortina se escondía el mejor trabajo de su primo. Era una obra maestra de la alta costura.

Je contempló, paralizado, el traje con la boca entre abierta, fascinado por su belleza. Estaba colocado en un maniquí de madera, rodeado por el calido reflejo dorado de las velas a punto de consumirse.

Le fascinaba la ropa bonita y elegante, pero el atuedo que tenía frente a sus ojos lo hacían creer que todo lo que había usado antes eran solo arapos costosos. Los bordados intrincados, las costuras impecables y el brillo sutil de la seda... Había algo mágico en aquel traje, algo más allá de la elegancia y sofisticación. Era como si estuviera impregnado de historias y secretos que esperaban ser desvelados a medida que el dueño cumpliera sus sueños. Y es que Je no necesitaba preguntar quién iba a ser el dueño de ese traje. Lo sabía. El diseño gritaba su nombre, era para él. No tenía duda de que Im Yeop quería que Je lo usara en el futuro... cuando por fin se volviera el rey.

Hyeongnim —balbuceó en cuanto su legua aflojó la palabra y cayó de rodillas al suelo. El peso de la culpa que comezó a presionar sobre su pecho lo asfixió, lo dejó sin aliento.

Je estaba seguro de que si el rey hubiera sabido de la existencia de ese traje habría exterminado a la familia mucho antes. Y no era para menos, ese atuendo era tan precioso y tan valioso como para perder la vida. Un traje que, por culpa de sus características, solo podía ser portado por el rey.

—Pusiste tu vida sobre la mesa dede un principio, hyeongnim —murmuró con las manos enrolladas sobre sus muslos. Le temblaban los labios y tenía el rostro encendido como si estuviera a punto de roper a llorar, pero no lloró apesar de que sentía que su corazón lo abandonaría en cualquier momento.

Convencido de que dedicarles sus lágrimas a sus primos fallecidos ya no tenía ningún sentido, se embarcó en un pensamiento peligroso, una voz interior que le instaba a buscar venganza en lugar de confirmarse con el destino que los atrapó.  Je le dio  vueltas al asunto tanto como pudo, quedó absorto en él, sin prestar atención a lo que sucedía a su alrededor. No fue hasta que una mano familiar se posó sobre su hombro izquierdo que cobró conciencia de que había una persona detrás de él. Todavía así no se sobresaltó ni se volvió hacia ella.

—Alteza real... —La voz de una mujer sonó muy suave, muy cerca de los oídos del príncipe heredero, que seguía hincado de rodillas e indiferente a su presencia.

—Los que dicen que cambiaste no deben tener idea de que todavía me persigues en secreto —dijo Je, sin moverse ni mirarla, parecía más sorprendido de que la joven hubiera tardado tanto en llegar y no de que estaba allí—. ¿Me seguiste desde que salí de la casa, Hae Jin-ah?

—¿Le hubiera gustado que lo siguiera? —respondió ella. Había aprendido de Je a responder a una pregunta con otra—. ¿Le hubiese gustado que hiciera eso, alteza real?

—¿No me conoces lo suficiente para entender que me cuesta saber qué es lo que de verdad me gusta? —Je todavía le hablaba como si ella fuera un personaje imaginario dentro de su cabeza.

Hae Jin caminó al rededor del príncipe heredero en compañía del grácil siseó de su falda de seda y se colocó frente a él. Lo miró con serenidad unos instantes antes de tomarlo con firmeza de las manos y ayudarlo, más bien presionarlo, a ponerse de pie.

Mientras Hae Jin sostenía las manos del príncipe heredero, pudo sentir la tensión en su agarre que escondía la fragilidad en su figura real. Aunque Je era conocido por su carácter inquebrantable y valentía, en ese momento parecía vulnerable y necesitado de consuelo.

Hae Jin mantuvo su mirada fija en los ojos del príncipe como si quisiera transmitirle la fortaleza que él necesitaba para reavivar si espíritu aplastado

—¿Le gusta sentir esta presión estrujando su corazón? —preguntó ella miestras lo hacía ponerse las manos sobre el pecho para que él sintiera los latidos de su propio corazón contra las palmas de sus manos.

—No... —masculló él y meneó la cabeza con suavidad—. ¿Pero cuándo les ha importado a los demás si algo es de mi agrado?

Hae Jin sonrió con dulzura y dirigió la mano hacia el rostro del príncipe.

—¿No dijo usted que esperar que las acciones de los demás nos satisfagan es una pérdida de tiempo? —dijo ella con un tono de voz suave mientras le acariciaba la mejilla—. Yo mejor que nadie lo ciertas que son sus palabras, alteza real.

Los ojos de ambos se toparon unos con los del otro, como el choque de dos mundos. Él, un hombre atormentado por su pasado y su futuro, extendió los brazos y envolvió los hombros de Hae Jin en busca de consuelo. Ella, consciente de la inutilidad de esperar más, se dejó llevar por la calidez de su toque y le pasó una mano de arriba a abajo por la espalda con una sonrisa.

Mientras sus cuerpos se entrelazaban, Hae Jin se sumió en una sensación agridulce. Era un abrazo reconfortante, cálido y tierno, pero solo eso había en aquel acto: la necesidad de consuelo, el anhelo de cariño. Ella sabía que esa tierna conexión no era más que un respiro temporal de las duras realidades de sus vidas. No valía la pena crear falsas ilusiones. Yi Je había construido muros impenetrables alrededor de su corazón, que lo protegían de la vulnerabilidad del amor. Él nunca había abierto su corazón a ninguna mujer, o tal vez se lo había abierto a muchas, lo que al final conducía a donde mismo. Y la razón detrás de esto era un secreto que ni siquiera él mismo podía revelar con total claridad.

Al menos ambos coincidieron en que en ese abrazo encontraron consuelo, un fugaz momento de respiro de las tormentas que asolaban su interior.

Transcurridos unos minutos, Je se apartó de la dama con la misma suavidad con la que se le había acercado y se acercó a recoger la tela que seguía tendida en el suelo.

—¿Cómo supiste que estaría aquí? —preguntó Je mientras buscaba la forma de volver a colocar la cortina.

—No lo conozco por completo pero sí lo suficiente —respondió ella y recorrió el sótano mientras encendía unas cuantas velas—. Si hasta el momento me mantiene en oscuridad sobre algún secreto es porque yo se lo permito.

—¡Cham! —Él se rio mientras subía a una silla para facilitar el trabajo enganchar la esquina de tela al clavo que estaba incrustado en el techo—. Hoy tienes mucha confianza e ti.

La joven deslizó los dedos por la superficie de una mesa y, con una sonrisa, se recargó en uno de los bordes.

—¿Qué hará con el traje?

Los ojos de Je se volvieron hacia el maniquí.

—Esperará por mí y a mi ascenso —dijo después de enganchar la primera punta y luego movió la silla hacia el otro extremo—.  Aguardará aquí hasta que dragón pueda extender sus alas libremente.

—Los eventos más esperados suelen sentirse muy lejanos —dijo ella y suspiró mientras el majestuoso atuendo quedaba oculto tras la cortina.

—Solo lo suficiente para que los invitados no pierdan el entusiasmo —repuso él y bajó de la silla con un salto que lo dejó de frente a la imagen completa de un sótano iluminado.

Al principio quiso dar un brinco de alegría porque con las velas encendidas pudo cerciorarse de que la guardia no había descubierto el lugar. Pero su sonrisa se desvaneció poco a poco conforme escrutaba los dibujos de todas la prendas que Im Yeop soñaba con confeccionar. Esos bocetos seguían intactos sobre la pared como si esperaran por su autor... pero su creador jamás regresaría para volverlos realidad ni si para seguir acumulandolos en secreto.

Je apartó la vista de ese indicio de sueños rotos e inconclusos que se convirtieron en una danza retorcida entre el anhelo y el tormento, un ciclo interminable de esperanza y desesperación. Se le desgarraba el corazón. Alma por alma y sueño por sueño. Pero... no podía entregar el suyo, cumplir su propio sueño era la ruta más viable para vengar los de ellos.

—Lamento haberme ido antes de que llegara el médico —la voz de Je sonó como música a los oídos de Hae Jin, que lo había observado sin decir ni una sola palabra durante los minutos en los que Je se perdió en los trazos,—. ¿Les informó algo positivo sobre el estado de Soo Ha?

Hae Jin se despegó de la mesa, aliviada de que el silencio se hubiera roto.

—Su herida no se ha infectado y pronto comenzará a cicatrizar—contestó ella luego de pensarlo unos segundos y apretó los labios—, pero sobre lo demás... 

El príncipe heredero despegó la vista de los bocetos y se giró hacia donde estaba ella.

—No, no ha dicho nada todavía —informó Ik Nam—. Parece que le cortaron la lengua durante la ejecución. No creo que se vaya a mejorar tan pronto como creíamos.

Je volvió la vista hacia el muchacho, que estaba sobre la estera, encogido y abrazado sus rodillas. Tenía el precisado norigue amarillo de Seon Jae entre las manos.

—El médico dijo que eso puede ocurrir cuando alguien ha visto algo demasiado impactante —agregó Hae Jin mientras recogía las vendas ensangrentadas del piso.

El príncipe heredero se puso de cuclillas frente al enfermo y le palpó las mejillas.

—Soo Ha, yo... —intentó decir Je, pero Soo Ha apartó el rostro y le dio la espalda.

Hae Jin suspiró con angustia y puso el vendaje sobre una bandeja de agua que estaba encima de las cajoneras de caoba, ataviadas con un material de conchas de nácar.

—Tal vez el maestro Min sepa cómo hacerlo reaccionar —sugirió Ik Nam—. ¿Quiere que... —La mirada acusadora que su hermana le lanzó, desde el otro lado de la pequeña habitación,  trajo a Ik Nam de vuelta a la realidad—.  De verdad... Lo siento —murmuro el joven, con la cabeza inclinada.

El príncipe heredero aspiró aire y se frotó el rostro con las palmas de las manos.

—¿Por qué lo sientes? —dijo con la voz cansada—. Tienes razón, él sabría qué hacer para hacerlo sentir mejor, pero Seon Jae no tendría necesidad de hacer eso si estuviera vivo. Soo Ha está así porque él murió. Por eso me guarda rencor y no quiere ni verme. La muerte de ellos es tal vez el motivo de que estos pensamientos visiten mi cabeza con más frecuencia.

Soo Ha se cubrió el rostro para esconder sus ojos llorosos. Sin embargo, los ojos del príncipe heredero parecían consumirse entre un fuego ardiente, llamas ficticias que se anteponían a las lágrimas, un ardor que se tragaba la tristeza para transformarla en coraje.

 —Sus pensamientos suenan interesantes. ¿Sobre qué trataran para que lo atormenten tanto, alteza real?

Je se puso de pie mientras Ik Nam preguntaba aquello.

—Ideas, propósitos, sueños... —respondió y recorrió una de las cómodas— Todo aquello que tal vez no me hubiese tentado con tanta fuerza si ellos siguieran conmigo, pero ya no puedo saberlo. Ellos se han ido pero no estas voces dentro de mi cabeza que intentan usurpar el vacío que ellos han dejado.

En la pared, había un agujero oculto, escondido detrás de la cómoda, donde Je guardaba el regalo de su tío: la espada adornada con dragones negros. El heredero al trono sostuvo la pieza alargada en sus manos y, cuando la desenvainó, la luz del sol hizo que la hoja destellara frente a su rostro al mismo tiempo que una oleada de poder y determinación lo envolvía de una una forma muy peculiar y preocupante... como si la ambision fuera a engullirlo.

En los días pósteriores, las acciones del príncipe provocaron una tormenta de controversia y especulación. Cada uno de sus movimientos era examinado, cada una de sus palabras analizadas. La reluciente espada que blandía con orgullo se convirtió en un símbolo tanto de admiración como de desdén, un recordatorio tangible de los traicioneros orígenes que tenía. Los murmullos revoloteaban en el aire como si el peso del reino descansara únicamente sobre sus hombros.

Pero fue el comportamiento estoico del príncipe lo que realmente despertó las emociones de la gente. ¿Cómo podía permanecer tan sereno, tan indiferente a la tragedia que había caído sobre su propia sangre? La ausencia de lágrimas después de la ejecución y la ausencia de reclamos hacia el rey, provocó que muchos cuestionaran la profundidad de su lealtad y compasión. ¿Era de verdad un heredero desalmado, carente de empatía? ¿O había una agitación oculta en su interior, oculta tras una máscara de compostura regia?

El silencio del príncipe sólo avivó el fuego de la especulación. Su negativa a pronunciar los nombres de los caídos, a reconocer su existencia, pareció a algunos una traición al deber familiar. Y, sin embargo, otros lo vieron como un testimonio del carácter fuerte del príncipe heredero, una negativa a dejarse consumir por el dolor. En un mundo donde la vulnerabilidad era vista a menudo como debilidad, la fachada inquebrantable de Je se convirtió en una fuente de fascinación e intriga.

¿Cuál fue la respuesta de Je? Él actuó como mejor sabía: hizo oídos sordos mientras vertía toda su energía en mejorar el ya estricto régimen de la guardia bajo su mando. Castigó sin piedad a todos los criminales y se dedicó a perfeccionar sus habilidades marciales, si eso fuera posible. Los campos de entrenamiento, ya fuera en el palacio o en el cuartel general, estaban casi siempre ocupados por el príncipe heredero y su compañero de combate. Ik Nam y el príncipe Gyeongnyeong eran sus rivales más frecuentes, los únicos que se atrevían a seguirle el ritmo.

—Debería detenerse aquí, alteza real —sugirió Ik Nam, desde el cerco donde se recargaba en los barandales de madera para observar el combate.

—¡Sí, por piedad, alteza real! —suplicó el oponente, sin poder mantener firme el arma por más tiempo.

Ese día era el príncipe Gyeongnyeong el hombre que blandía el palo contra el príncipe heredero. Se hubiesen usado espadas reales de no ser porque, por primera vez, Ik Nam se preocupó por el bienestar del príncipe Gyeongnyeong y tomó precauciones en cuanto a las armas empleadas. Era bien sabido que el juicio del príncipe heredero de nublaba cuando empuñaba una espada, más que nublarse era como si no pudiera detenerse hasta vencer o acabar con la vida de su enemigo. Y aunque aquel hecho podía adquirir ciertas excepciones, ese no era un buen momento para dejar que el azar o la fortuna se pusiera del lado más vulnerable.

—Por favor, hay que parar —insistió Gyeongnyeong, que se encontraba ya a una distancia muy delgada del miedo—. ¡Alteza real!

Je parpadeó mientras volvía en sí. Miró alrededor y se dio cuenta de la magnitud de lo que había estado a punto de hacer. El rostro del hombre que tenía frente a él estaba pálido y lleno de miedo, pero también había un destello de alivio en sus ojos. Je se preguntó cómo había llegado a ese punto, cómo había dejado que la ira y la impulsividad nublaran su juicio.

Se apartó despacio, sintiendo el peso de la espada en sus manos. La sangre aún latía en sus sienes mientras luchaba por controlar su respiración agitada. El silencio reinaba en el lugar, solo interrumpido por los jadeos entrecortados que escapaban de su boca.

—Lo siento, Bi —dijo y se limpió el sudor de la frente con su antebrazo—. Pueden irse si están cansados. Yo seguiré aquí.

Ik Nam y Bi se miraron entre sí cuando Je volvió a darse la media vuelta y empezó a dar estocadas al aire.

En el centro de mando, los soldados preferían dejarlo entrenar sin ser molestado, pero en el palacio siempre había ojos al acecho, ya fuera por curiosidad egoísta o por preocupación genuina. Aquellos que no conocían lo suficiente al príncipe heredero incluso se atrevían a pensar que la muerte de su familia había aligerado su carga. Creyeron ingenuamente que el peso del dolor se había aliviado, liberando su espíritu para elevarse a nuevas alturas. Por otro lado, había algunos a quienes no podía engañar, por mucho que lo deseara.

—Pense que el príncipe heredero se alejaría de las artes marciales por lo menos un tiempo. Es un alivio que haya vuelto a la normalidad —dijo la princesa GyeongSuk que pasaba por allí en compañía de su esposo.

Do sacudió la cabeza.

—El dolor que siente debe ser tan intenso que no puede soportarlo estando de luto. Puedo ver la ira en sus ojos. Buscará la forma de ocultar sus verdaderos sentimientos, siempre lo hace. —dijo Chungnyeong—. Me da miedo pensar en el método que empleará esta vez... No es un secreto que la mente de mi hermano mayor puede ser peligrosa. Nunca se sabe cómo va a reaccionar a los cambios. No, sí se sabe, y no siempre es agradable. Me temo que mucha gente clamará como precio por el dolor que él no se atreve a exteriorizar.

—Había escuchado que usted reprendió con dureza al príncipe heredero en algunas ocasiones —confesó la joven—, pero esta es la primera vez oigo personalmente un comentario tan severo sobre su hermano  de sus labios.

—¿Debo cerrar los ojos ante sus defectos solo porque es mi hermano más querido? Quererlo tanto me permite odiar ciertas actitudes suyas. Yo mismo me he vuelto irritable cuando han tocado lo que es precioso a mis ojos.

—¿Dice que lo correcto es odiar las malas acciones perversas de las personas no a ellas? Ese suena muy interesante —repuso la esposa, por desgracia Do estaba tan hundido en sus propias preocupaciones que dio la impresión de que la estaba ignorando.

—Es como si mi hermano se propusiera hacer una rabieta cada vez que sufre una decepción: trae mujeres al palacio o va a beber con ellas, somete a la gente con castigos severos... Se expone a las críticas ajenas. Es una pena —Do exhaló—. ¿Hasta cuándo seguirá actuando con tanto descuido? Por lo menos debería darse cuenta de que no quiero ser su rival.

—¿Rival? ¿Por qué él pensaría eso?

—Ah, es que... Mi padre volvió a invitarme a las lecciones del príncipe heredero. Quiere que esté presente para presionarlo. Yo no voy con mala intención, de verdad que no. Contestó bien a propósito para que él se sienta humillado y se defienda, para que le muestre a todos ellos que es tan inteligente como cualquier otro. Pero él actúa tan extraño. A veces pienso que lo hice enojar y después de un rato aparece dando saltos en mi habitación.

—¿No cree que es porque son hermanos? incluso fingió que se confundió de sendero para venir a verlo —repuso la esposa y él consiguió una sonrisa—. Por lo que veo, ninguno de los dos podría odiarse aunque quisieran.

—¿Por qué querría odiarlo? —dijo un tono semi jocoso y le tomó la mano mientras caminaban al rededor del campo—. Tiene una mente grandiosa, pero cada vez que las cosas se complican o la presión es excesiva se comporta tan...  —El joven Do gruñó y estuvo a punto de dar una patada. Su esposa solo pudo sonreir—. Opta por criticarse a así mismo, se porta como un salvaje y se victimisa como si fuera un hombre carente de todos los talentos. ¡Sí, puede ser muy imprudente y su labia, al menos en público, puede ser muy limitada, pero la escritura le ayuda a canalizar sus malas vibras! ¡Cuando escribe se expresa tan bien!  —Alzó el libro, que llevaba en sus manos y lo puso a la altura de su rostro—. Debería dejar la espada y centrarse en ese buen talento suyo. Es una pena que tan pocos puedan ser capaces de leer sus obras. Si tan solo hubiera una forma de transcribir el sonido de nuestro idioma en pocas y simples letras qué bueno sería es.  A las personas no les tomaría tanto tiempo aprender a leer ni las tratarían de tontos. Un sistema de escritura sencillo, eficaz y significativo... como él.

 —¿Y la simplicidad va con usted, alteza? —preguntó ella con la finalidad de añadirle un poco gracia al asunto.

—«Simplicidad» —Los labios de Do se juntaron un poco, apenas lo suficiente para hacer que tocaran entre sí—.  Yo aún sigo explorando el significado de esa palabra. Desgastarme la vista leyendo cientos de libros por las noches me parece simple. Sin embargo, me gusta aprender cosas que me hagan más competente y útil en el futuro. Haga lo que haga, quiero ver sonrisas dibujadas en los rostros de los que me rodean. ¿Eso es simple? No estoy seguro. No es fácil controlar mi ambición de conocimiento. Lo que para mí es simple quizás ponga en un aprieto alguien más... —Do volvió la vista hacia su hermano mayor que, a la distancia, seguía en un reñido combate contra el viento.

Aunque Chungnyeong no era el único que se sentía inquieto debido al comportamiento del príncipe heredero, algunos optaban por aislarse del tema, por lo menos hasta que Yangnyeong se calmara.

El Gran Príncipe Hyoryeong era uno de esos individuos que prefería observar desde la distancia, como durante el ritual de súplica. Hacía visitas ocasionales a la reina, pero tan pronto como se enteraba de algún chisme sobre su hermano mayor, se retiraba a su habitación, aislándose durante horas y horas. No era raro que pasaran días sin que nadie lo viera en los patios del palacio.

En el transcurso de unos quince días, se vio al Gran Príncipe Hyoryeong salir por la puerta este del palacio. Su eunuco y los guardias de la entrada se preguntaban hacia dónde se dirigía de repente, con tanta frecuencia y prisa. Hay que sentir lástima por aquellos que desconocían la verdad, ya que se deleitaba en sacar conclusiones extrañas. Sin embargo, uno de ellos sí dio en el blanco: el Gran Príncipe Hyoryeong iba a encontrarse con una mujer.

Una vez más Hyoryeong se dirigió hacia el páramo. Llegó un poco antes que la dama y aprovechó ese momento de soledad para caminar un rato más. Acabó por sentarse en una pequeña colina que se elevaba sobre la planicie, bajo la sombra de un viejo castaño. Al rededor de la colina había un campo silvestre de margaritas. Desde allí tenía vista hacia el campo de cebada. Ese parecía un buen lugar para ver y ser visto.

—¡Maestro de la Negación! —exclamó una voz feminista. Hyoryeong pegó un respingo, pero no volteó a verla a pesar de que sonrió en cuanto la sintió llegar—. Con que aquí estaba. Pensé que no vendría hoy, pero por lo que veo, el «nunca» llega más veces de las que imaginé. Una vez a la semana para ser exacta. Hasta hoy el «nunca» ha venido... —Seo Won usó los dedos para contar—. Sí, hoy serán cuatro veces.

Hyoryeong giró la cabeza en dirección a la joven, quien acababa de sentarse a su lado.

—¿Cuatro veces? —preguntó él. Esas eran más de las que planeaba permitirse.

Ella asintió y se sacudió la tierra de las manos.

—Sí, la segunda fue más divertida. Así que espero que esta, la cuarta, sea más divertida que la tercera.

—¿Dice que la tercera fue aburrida?

—Deprimente, es más adecuado para descubrirla. Apenas y abrió la boca. Solo decía «lo siento».

Hyoryeong se rio y bajó la cabeza para ver cómo los dedos de sus manos jugueteaban sobre sus rodillas.

—Evité avergonzarme a mi mismo, eso fue bueno para mí .

—Pero ese día no parecía estar bien, se veía triste y culpable.¿Cómo es posible que eso sea bueno para usted?

—Es peor para él que para mí —masculló Hyoryeong—. Compartíamos la misma sangre, pero él pasaba casi todo el tiempo con ellos. Así que lo que yo sentí no se compara con lo que él sintió.

Seo Won ladeó la cabeza

—¿Él? ¿Ellos?

—No es nada.

Él sacudió la cabeza para deshacerse de los malos ánimos y sonrió.

Ella asintió mientras su mirada se inclinaba más hacia la bolsa de tela azul que Hyoryeong tenía a un lado de sus piernas.

—«Nunca» «nada» ¿Dentro de esa bolsa también hay «nada»?

Bo se ruborizó e intentó esconder la bolsa tras su espalda.

—No es nada.

—Entonces debe mostrarme. Tengo curiosidad por saber cómo luce el «nada».

Hyoryeong guardó silencio un momento y poco después se le escapó una risita.

—Está bien. Véalo usted misma.

Hyoryeong le pasó la bolsa y fingió estar atento en otra cosas mientras la joven hundía la mano dentro de la bolsa para hurgar en el contenido.

—Mandarinas —dijo ella y esbozó una sonrisa melancólica.

—¿No le gustan? —dijo Bo, que volteó de inmediato al detectar el tono de voz cabizbajo de la joven, algo opuesto a lo que esperaba—. Creí que...

—Me gustan —admitió ella—. Es solo que es la primera vez que las recibo de alguien que no es mi padre.

—¿Su padre? —La expresión en el rostro de Bo se advertía cada vez más desconcertada.

—De su mensajero al menos —dijo Seo Won y jugueteó con una mandarina, como si pudiera hacerla cambiar de forma.

—¿Cómo? —Bo la miraba con cierto desconcierto— ¿No viven en la misma casa?

La joven cambió el matiz de su sonrisa por uno más alegre.

—Luego. Tal vez le cuente luego. No creo que seamos tan cercanos aún.

—¿Qué tanto más cercanos podríamos llegar a ser? —preguntó Hyoryeong, como si eso fuese lo único en lo que pudiera pensar: en ser más cercanos

Ella cruzó los brazos sobre sus rodillas y apoyó la cabeza en ellos.

—Podría empezar por decirme su nombre —propuso mientras lo miraba con una sonrisa.

Él puso una mueca jocosa.

—Creí que le bastaba con llamarme «Maestro de la Negación».

—Bien no lo diga si no quiere. ¿Qué es el nombre comparado con un lugar dentro de su memoria? —dijo ella, con una sonrisa juguetona, y se enderezó.

Los ojos de Bo se agrandaron.

—¿Memoria?

Las joven extendió el brazo, alzando la mandarina hacia el cielo y luego comenzó a retirarle la cáscara.

—Me trajo una fruta tan rara, una que además es mi favorita. Eso solo puede significar dos cosas: culpa o afecto. No puede ser culpa. No. así que...  —la dama parecía no querer decirlo.

Él se atragantó con su propio aire y se golpeó el pecho para controlar la tos.

Seo Won se rio.

—Que atesora nuestros breves encuentros, ese momento en el que usted se rio. —dijo ella con un tono juguetón, arrugó la nariz y se llevó a la boca un gajo de la fruta—. ¡Cielos! ¿Por qué se pone así?

—La brisa todavía es un poco fresca. Mi salud es sensible al clima —se excuso él, tocándose el pecho.

—Entonces debería alimentarse bien.

—Lo hago, pero... —antes de que el príncipe terminara de hablar, Seo Won le introdujo un gajo de mandarina en la boca. Fue un movimiento rápido pero él tuvo tiempo suficiente para encontrarse con los ojos de la joven. Tuvo tiempo para sentir el suave y breve contacto de los dedos de ella contra sus labios. El joven príncipe se puso tan nervioso que sus mejillas cobraron un tono rosado, y aunque se forzó a disimularlo, el hipo lo se adelantó y lo delató.

—¡Oh! El hipo de nuevo. —Ella lo señaló con el dedo y luego aplaudió—. Oh... ya veo. Es por eso le da hipo...

Mientras ella se encontraba a punto de exponer su conclusión, Hyoryeong estaba en en medio de una espera agonizante, temía que la joven descubriera otro de sus puntos débiles y lo dejara en ridículo. Los labios del joven deseaban adelantarse a los de ella, pero en lugar de eso se le hincharon los ojos y el calor se le subió a la cabeza.

—Sí, debe ser que usted... —ella se demoraba en decirlo a propósito— ¡Que usted tiene alguna reacción alérgica a las mandarinas! ¿Cierto? —Chasqueó los dedos, con una expresión que delataba seguridad.

Hyoryeong apretujó los labios y sintió que la temperatura de su cuerpo disminuía.

—Usted es... Un poco rara, señorita —dijo Bo luego de tragar saliva varias veces.

—Gracias, me costó mucho esfuerzo —se regodeó Seo Won mientras masticaba un gajo—. Tal vez esto haga que yo le parezca a todavía más rara, pero tengo curiosidad por saber en dónde consiguió la fruta. Es difícil encontrarla en estás fechas.

—En casa había un huerto con árboles de mandarina que los sirvientes no supieron cultivar. La fruta se daba horrible cada temporada. Pero mi hermano menor tomó el control del huerto y ahora se dan mejor que la de los extranjeros.

—¿Tiene hermanos?

—Sí. Demasiados quizás —dijo Bo y escondió una sonrisita.

—Ya veo. —Seo Won asintió muy despacio—. Su hermano debe ser una persona muy inteligente.

—Lo es. —Él sonrió—. Es listo, altruista, bondadoso y generoso —De pronto algún pensamiento le hizo reír—. Ja, ja, ja. Lo es la mayor parte del tiempo, ahora mismo debe estar volviéndose loco buscando al responsable.

—¿Responsabilidad? 

Bo señaló la bolsa:

—Esas, eran las últimas que quedaban de su cosecha y yo las tomé sin que se diera cuenta.

—¿Qué le dirá si lo descubre? Creo que mejor debería devolverlas. —Ella extendió la bolsa hacia Bo.

—No se preocupe. —Él sacudió las manos para rechazar la bolsa—. Tenemos hermanos mucho más pequeños y su habitación siempre está llena de gente. Le aseguro que jamás sospecharán de mí.

Hyoryeong se divirtió al imaginar el alboroto que causaría Chungnyeong cuando se enterara de que no estaban. Podía escuchar los gritos desde allí y eso lo hizo reír más.

—Debe ser muy bien portado para que no sospeche de usted —concluyó Seo Won.

—No sé si lo soy —El joven se encogió de hombros—. Últimamente no estoy seguro de mucho.

—Tal vez nunca lo estuvo.

—Tal vez —repitió Hyoryeong, pero fue más una afirmación. Aquello lo hizo pensar en lo mucho que se había desviado de sus principios las últimas semanas y por alguna razón las ganas de reír le hicieron cosquillas en los labios.

El aire era como un soplo de libertad, que llevaba consigo el dulce aroma de la hierba y las flores. Era un marcado contraste con la atmósfera sofocante del palacio, donde cada respiración se sentía como una carga. Mientras el sol se despedía, los cielos se pintaron con una fascinante mezcla de rosa y naranja. Era una imágen exquisita que le hacía cuestionar la esencia misma del arte.

¿Pero con qué podría comparar la sensación que le provocaba la compañía de esa dama?

Hyoryeong no pudo encontrar las palabras para describir las emociones que ella despertaba en él. Era como si su corazón hubiera descubierto una melodía que nunca antes había escuchado, una sinfonía de emociones que resonaba en lo más profundo de su alma.

Y mientras pensaba en eso, no pudo evitar reflexionar sobre su propia existencia. ¿Cuándo fue la última vez que fue se permitió ser él mismo? ¿Le habían dado alguna vez la oportunidad de abrazar su verdadera identidad? Estas preguntas persistieron en su mente, como susurros de un pasado olvidado.

—Bo —dijo él de la nada.

Seo Won apartó la vista del paisaje que tenía enfrente y se volvió hacia su interlocutor, con una expresión interrogatoria.

—Así me llamo —aclaró Hyoryeong y dibujo un signo sobre la tierra con su dedo índice.

—Mi nombre es Bo.

—Su nombre es Bo y él mío Seo Won —dijo ella con una sonrisa mientras trazaba otros signos en la tierra—. Un hombre que repara, nutre o fortalece su entorno y un jardín auspicioso y un hombre que. Si el jardín es hermoso él lo volverá aun más hermoso... Y si el jardín está apunto de marchitarse él lo va a reparar. La combinación de nuestros nombres suena poética, ¿cierto?

—Sí... —Hyoryeong asintió y puso la vista al frente para disfrutar de la gloria del sol poniente—. Un jardín tan precioso debería seguir siempre hermoso.

Al cabo de unos minutos el interés de Bo por el atardecer se desvaneció por culpa de un deseo más intenso. Podía ver la puesta del sol todos los días, pero con era un asunto distinto. Por eso le apetecía mucho más admirar el rostro de la joven. No podía apartar los ojos de aquella sonrisa que tanto ansiaba enteder, mientras que ella fingía absorta en la imagen que les brindaba el ocaso, disfrutando del poder que ejercía sobre él con sin siquiera mírarlo.

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