17 de marzo de 1533
El harén del imperio otomano era muchas cosas que podemos comparar con lugares y situaciones de la vida moderna, incluyendo una sala de belleza con perfumería incluida.
La belleza era indispensable en ese lugar: la pulcritud, el encanto, todo eso debía combinarse hasta crear la perfección, o algo cercano a esto, pues mientras más cerca estuvieras de llegar a esa línea, más cerca estarías del sultán.
No solo la belleza era necesaria, también el olor corporal: oler bien era una obligación ahí dentro. Si te negabas al baño, te arrastraban a él, si no querías usar perfumes o esencias, te las arrojaban encima igual a como se lava a un perro.
Más allá de eso, el harén era hogar de esencias antibióticas, desinfectantes y aromáticas, todo se podía encontrar ahí dentro ¿Y qué pasaba si la mezcla que deseabas no estaba ahí dentro? ¡Simple! Si tenías el favor suficiente podían enviar a un eunuco a conseguirlo.
Y Morgan había tenido todas esas esencias en la boca, había hecho gárgaras y seguía sin poder sacarse de encima el sabor del sultán, causado por ese pequeño beso (un pico en realidad) que le había dado contra su voluntad.
Pero Morgan sentía como si le hubiera poseído la boca, con todo y lengua, lo cual le hacía sentir desesperada.
Ya había perdido sensibilidad ahí en su intento de limpiarse, además tenía encima una peste espantosa por la mezcla que había hecho con todo lo que se le cruzaba por delante, pero nada de eso importaba ¡Solo quería sentirse limpia de una vez!
Levantó la mirada y descubrió que una concubina la observaba ¿Cómo no? Era una rara que estaba metiéndose perfumes a la boca, hacía buches y escupía ¡Era extraño! Pero en cuanto se sintió descubierta tomó algo de agua y se la arrojó sobre la cabeza como si nada hubiera pasado.
Morgan siguió en lo suyo, escupiendo el perfume de bayas silvestres que sabía un poco a frutas y podía calificar como el mejor que había probado.
—¡Atención! —Murad, uno de los eunucos entró al baño, aplaudiendo para llamar la atención de todas a pesar de que no lo necesitaba, pues su voz chillona ya de por sí hacía mucho escándalo. —¡Niñas! Hay un anuncio que Dilara quiere darles ¡Deben correr! —Y tan rápido como llegó así se fue.
Morgan al igual que todas las demás jóvenes en el baño se cubrieron con telas blancas, pues a pesar de que el harén era un lugar donde "la femineidad debía ser expuesta" la desnudez exagerada no era permitida.
Las cuatro chicas salieron en una fila ordenada para llegar a otra fila mucho más larga, donde todas las esclavas se encontraban dispuestas a escuchar lo que Dilara fura a decir.
Mientras Dilara se preparaba, todas las miradas fueron a Morgan, quien el apenas dos días antes había salido de su castigo en el cepo, pero seguía siendo un recordatorio constante de lo que les harían si no acataban las reglas de su nuevo "hogar".
La piel de Morgan seguía teñida de rojo, causado por el abrazador sol al que estuvo expuesta, su cabello se había compuesto un poco gracias a todos los aceites esenciales que los eunucos le colocaban, pero lo más impresionante era su olor ¡Olía a todo lo que podía existir! Lo cual hacía que fuera toxico y que muchas comenzaran a creer que había dejado su cordura en ese pedazo de madera.
Porque ¿Quién en su sano juicio haría buches con perfume para después escupir? ¡Era ilógico!
—Señoritas, algo fuera de lo común ha ocurrido. —Dilara no gritaba, pero su voz se proyectaba por toda la sala principal del harén. —Como sabrán, es la madre sultana quien decide qué concubina complacerá a su majestad en la noche. —No, muchas no lo sabían porque ese hombre había estado en guerra y apenas había regresado y aparentemente no quería violar a una joven como premio. —Pero en esta ocasión el sultán personalmente ha solicitado la presencia de una de ustedes. —Si quería una violación como premio. —Los encantos de esa afortunada habrán llegado a sus oídos y quiere verla.
Algunas se animaron, otras se preocuparon y Morgan solo podía ver a Dilara con cierta admiración, preguntándose cómo era posible que pudiera hablar del sultán con naturalidad y respeto cuando ella era una mujer nacida en Rutenia que hasta días atrás había sido leal con la princesa de dicho país.
Pero entonces algo increíble pasó ¡Morgan comenzó a desarrollar un súper poder! Claramente tendría que afilarlo, pero a sus ojos inexpertos eran algo mágico que había comenzado de la nada y era impresionante.
Descubrió que Dilara mientras hablaba hacía ciertos movimientos con sus manos, los cuales solo hacía cuando tenía que hablar bien del imperio otomano y eran eliminados por completo cuando el tema de conversación cambiaba ¿A caso era algo que hacía cuando tenía que controlar su molestia?
—¿Nasmiye? —La pronunciación de ese horrible nombre la sacó de su ensoñación e hizo que su corazón comenzara a alterarse. —¿Quién es Nasmiye? —Preguntó a las chicas, que comenzaron a verse la una a la otra en busca de la dueña de ese nombre, sin saber que ella estaba tratando de encogerse en su lugar con la esperanza de que no la vieran. —¿Hay alguna Nasmiye en el harén? —Perdió la paciencia, pero, curiosamente, eso le ayudó a ver que había otro nombre escrito debajo del primero en letras más pequeñas. —¿Natalia? —Ni ella se lo creyó, pero Morgan quiso correr a ocultarse y más cuando todas las miradas se concentraron en ella. —Natalia. —La llamó, pero los pies de Morgan se encontraban anclados al suelo. —Visitarás al sultán esta noche.
Esa indicación (orden) fue lo que la hizo reaccionar y para mal, porque terminó corriendo de vuelta a los baños, el único lugar "seguro" que había en ese condenado harén.
Al estar ahí se desplomó en un rincón, abrazando su cuerpo desnudo como si sus brazos pudieran formar un escudo protector contra todo mal. En algún punto había perdido la tela que la cubría, pero eso no importaba ¡Ya nada importaba!
¿Y si en lugar de ir solo corrí por el baño hasta tropezarse y romperse la cabeza? Era preferible, porque la realidad la había golpeado a la cara y sabía que no tenía muchas opciones.
—Natalia...
¿Entrar con un cuchillo? ¿Cómo fue capaz de pensar eso? ¡Era ridículo!
—Natalia...
Asesinarlo era imposible y en caso de lograrlo la asesinarían a ella en el acto ¿Y habría valido la pena? ¡Por supuesto que sí! Se encontraba pensando en maneras creativas de quitarse la vida antes de entrar a esos aposentos ¿Qué importaba si la asesinaban a ella después de asesinarlo a él?
—Morgan...
Estaba llorando tan bruscamente que su cuerpo parecía sacudirse con violentas convulsiones ¡No podía calmarse a pesar de que alguien la llamaba!
—¡Tienes que controlarte, niña! —La voz de Dilara se hizo presente cuando la sujetó de los brazos, sacudiéndola tan bruscamente que el control regresó a la pelirroja, en muy pequeñas dosis. —¿Tienes idea de lo que esto significa? —Alegría ¿Por qué estaba feliz?
—No quiero... —Solo cuando habló cayó en cuenta de todas las lágrimas que caían por sus mejillas, las cuales podrían llegar a inundar todo el baño turco. —¡Prefiero morir!
—Niña, tienes que concentrarte. —Levantó la mano, pero antes de poder hacer algo, recordó que no era turca, había nacido en Rutenia y que esa criatura desesperada era su princesa. —Siempre planeamos llevarte ante él y por algún milagro desconocido lo has logrado ¿No estás feliz?
—No puedo matarlo. Aunque no me importe morir, sé que no puedo hacerlo, no se me dará la oportunidad. —Dilara abrió los ojos ante tan muestra de razonamiento. Pensó el cepo como un castigo ante su lengua descontrolada y altanería para que aprendiera una cosa o dos, no para que tuviera tanto uso de razón después de eso. —Si no voy moriré y si voy me matará, no hay un punto medio.
Definitivamente estaba impresionada ante lo que un par de días de tortura podían hacerle a una persona.
—Está bien, lo dejo a tu consideración. No voy a obligarte a nada, será tu decisión. —Ante la respuesta de Dilara, Morgan ocultó su rostro entre sus rodillas desnudas. —Pero tienes que controlarte, niña. El control será siempre tu mejor aliado ¡No lo dejes de lado y mucho menos en momentos así! —Le recriminó y Morgan la escuchó, porque Dilara era más inteligente, ya no había aprendido a la fuerza. —¿Quieres negarte a entrar a sus aposentos y ser castigada de nuevo o morir? Lo dejo a tu consideración, pero debes saber que hay otra opción.
—¿Entrar y ser violada? —No había otra opción: el hombre si no obtenía lo que quería por las buenas lo haría a la fuerza, o simplemente se ofendería y la enviaría a ser castigada.
—Si lo conquistas y le das un hijo podrías llegar a convertirte en sultana. —"Podrías", esa era una palabra clave que antes del cepo Morgan habría ignorado para convertirla en "serás", ahora le veía más significado del que podría tener. —Tienes tres opciones, Morgan: te rindes, buscas asesinarlo o el poder, lamentablemente somos mujeres y eso es todo lo que tenemos, en ocasiones incluso hay menos opciones para nosotras. —El dolor en su voz Morgan casi pudo sentirlo en sus manos. —Te dejo elegir, pero debes controlarte o te arrepentirás de lo que sea que decidas ahora.
Solo cuando escuchó sus pasos saliendo del baño, Morgan levantó la cabeza y apoyó la barbilla sobre sus rodillas.
Control... ¿Qué era tener control? Ella había tenido el control en su palacio durante toda su vida, pero eso era diferente a lo que Dilara le había ordenado tener en ese momento.
Control... Tal vez se estaba sintiendo exageradamente filosófica, pero quiso saber qué era ser controlado ¿A caso era callarse cuando el peligro amenazaba? ¿Saber que debía ocultarse? ¿Saber actuar?
Y no, llegó a la conclusión de que el control era tomar aire, calmarse y lograr pensar con la cabeza despejada a pesar de la situación, aunque el miedo la atormentara, aunque el corazón aterrado amenazara con saltar de su pecho y huir. Tenía que tranquilizarse y decidir ¿Qué hacer?
Y cando lo logró se levantó, secó sus lágrimas y con la cabeza levantada y el cuerpo tal y como dios la trajo al mundo (completamente desnuda) salió del baño, llevándose una que otra mirada, tanto positiva como negativa.
15 de octubre de 1538
Roxelana vendaba con diligencia la mano de su hermana, tratando de encontrar lógica a lo que le había pasado, mientras la pelirroja pensaba en cómo lograr ocultar ese vendaje cuando llegara la hora del juicio.
Llegó a la conclusión de que unos guantes bastarían.
—Morgan, sé que una de las bases más sólidas de nuestra hermandad se basa en la regla de nunca hablar de nuestro pasado. —Tuvo que hablar, porque a una persona tan controlada como Morgan cualquier cosa no podía alterarla de esa manera. —Pero...
—Tú quieres saber, pero yo no quiero hablar. —Apartó la mano, viendo el vendaje terminado. Levantó la mirada y vio los ojos oscuros de su media hermana menor. —Tú y yo nos llevamos bien porque no hacemos preguntas. Yo no te pregunto qué hiciste para sobrevivir tanto tiempo en las calles...
—Y yo no te pregunto qué pasó cuando estuviste lejos. —Muchos trataron de sacarle la verdad a Morgan y lo mismo ocurrió con Roxelana, pero esos secretos se irían con ellas a sus tumbas. —Es difícil cuando me sacaron a mí de la calle, me llevaron al palacio y trataron de convertirme en la heredera.
Después de un año y medio de la desaparición forzosa de Morgan, donde creyeron que había sido asesinada y jamás fue encontrado su cuerpo, Roxelana recibió una "visita" (en realidad, tres guardias sin darle explicaciones se la llevaron por la fuerza) en su modesta casa a las afueras de la capital. Cuando llegó con su padre, este le dijo que tenía que comenzar a prepararse, pues el trono sería suyo algún día.
Claro que le extrañó esa noticia y esperaba conocer a su hermana Morgan, la legitima, esperaba verla molesta y refunfuñando porque le estaban robando su trono, pero resultó que no había princesa Morgan Alejandra Georgina Romanov ¡Y su nombre estaba prohibido!
Hasta que años después apareció en la puerta del palacio, vistiendo prendas otomanas, con la cabeza levantada y una clara mirada llena de rencor.
Pero, ¿Con quién estaba tan molesta?
—Ya no eres la heredera. —Roxelana no quería el trono, eso era obvio y Morgan no podía culparla por eso. —No debes preocuparte.
—¿Qué te parece si yo te cuento un poco de mi pasado y tú me cuentas algo del tuyo? —Morgan enarcó una ceja ante la propuesta tan bizarra de su hermana, sin embargo, el pasado de Roxelana era algo que a Morgan le causaba curiosidad, así que asintió. —Cambié mi virginidad por un pedazo de pan viejo y avena rancia. —Era impresionante (y casi nauseabundo) como tenía que forzarse a creer que eso era algo natural ¡Y la verdad es que lo era! Muchas mujeres debían hacer eso, si no por comida, era por agua, un techo, o incluso por el bien de sus hijos. —Tu turno.
—Me secuestraron, Roxelana. —Roxelana ni se inmutó, pues era algo que comenzó a sospechar cuando vio a su padre buscando consejo sobre negociaciones y por accidente escuchó el nombre de su hermana. —Mis padres ofrecieron doscientas monedas de oro por mi regreso y mis captores me regresaron sin cobrar ni una sola pieza.
Eso si la sorprendió.
—¿Los enloqueciste? —Quiso bromear y por poco resulta, la sonrisa amarga de su hermana lo demostró.
—No me querían ahí.
—¿Por qué?
—Atentaba contra todo lo que creían algunas personas.
—Hablas como si quisieras volver. —Roxelana lo soltó sin más y no hubo alguna refutación por parte de su hermana. —Como si no hubieras querido salir de ese lugar.
Morgan apretó los labios y vio hacia el vidrio donde impactó su puño, en el cual se veían las manchas rojas de su sangre, las cuales combinaban con el reflejo complejo de su melena rojiza llegando al naranja.
—La realidad es que me sacaron de ahí en contra de mi voluntad, debo admitirlo. —Y engañando ¡¿Cuántas mentiras dijeron esas personas?! Demasiadas, comenzando por el hecho de que sus padres creían que solo había estado cautiva meses, además de la idea de que seguía inmaculada. —Y aprendí demasiado en ese lugar, soy lo que ves por eso.
—Me hablaron de como era antes de desaparecer. —Uno que otro criado se alegraba de no tener a la princesa sobre su hombro gritándoles y maltratándoles, sus alivios no lograban callarlos todo el tiempo y Roxelana siendo siempre tan astuta logró escucharlo todo y formarse una idea de quien era Morgan Romanov. —Eras diferente.
No le agradaba la niña de la que había escuchado, pero ¿La mujer que entró con la cabeza erguida, moviendo las caderas y logrando que todos tuvieran el deseo de inclinarse ante ella? Le agradó bastante desde el inicio y mucho más cuando comenzaron a conocerse.
El respeto mutuo y cierto cariño fraterno nació.
—Era una idiota y si no hubiera cambiado habría muerto. —Estuvo a punto de morir muchas veces en Topkapi, pero seguía viva, pues cada vez que la golpeaban, ella atacaba más fuerte ¡Todos habrían caído! Pero su tiempo ahí fue demasiado corto. —Y creo que habría muerto si no hubiera vivido todo lo que viví.
—Tal vez. —Roxelana conocía muy bien las penurias ¡Por dios! Tuvo que aceptar hacer cosas que la llevarían al infierno a cambio de que le dejaran comer las sobras de los perros, pero se mantenía fuerte porque si no lo era el mundo caería sobre sus hombros. —Pero, mira en lo que te convertiste.
—A veces me pregunto en qué me convertí. —En muy poco tiempo había sido muchas personas: Morgan Romanov, esclava, Natalia, Nasmiye, Sultana, enemiga, mercancía, Morgan nuevamente y ahora esposa de Henry Tudor ¿Quién de todas era la real? ¿Había una real?
—Cuando vivía... La vida alegre. —"La vida alegre", un curioso eufemismo que usaban muchas personas para no decir específicamente "prostituta", pero nunca se imaginó a una de ellas usarlo y menos como si esta fuera una forma menos "ofensiva" de referirse a su profesión. —Una de mis compañeras me dijo algo que jamás olvidaré. —Morgan calló, pidiéndole esta forma que prosiguiera. —"Las mujeres tenemos muchos títulos y vidas, nos obligan a esto ¿Qué eres ahora? ¿Qué serás mañana? ¿Qué eres para el mundo? Esas preguntas no importan mientras tengas la respuesta de ¿Quién soy para mí?"
A Morgan por la profundidad de la frase no le sorprendió que su hermana la hubiera recitado de memoria.
—¿Y tú quién eres?
—Soy una mujer a la cual le gusta divertirse sin compromiso, pero eso ya lo sabías y lo respetas, lo cual explica por qué no te has esforzado en conseguir un buen pretendiente para mí. —Eso era un hecho, pero que lo dijera con tanto orgullo era simplemente... Impresionante. —Soy la hija bastada de un rey al cual desprecio y se lo sostendré en la cara si llega a preguntármelo. —Impresionante... —No deseo ser madre y soy lo suficientemente inteligente como para conocer los secretos de evitarlo. —Impresionante... —Soy la más lista de mis hermanas, de hecho, soy una mujer demasiado inteligente, para mal de los hombres que intentan dominarme. —Impresionante... —Soy una sobreviviente.
El final hizo a Morgan sentir deseos de aplaudirle a su hermana.
>>—¿Tú quién eres? —El deseo desapareció ante esa pregunta que no sabía cómo responder.
¿Quién era ella?
—Alteza... —La vocecilla de Sofía llamó la atención de ambas hermanas, que se dieron la vuelta en sus debidos asientos para descubrir a la joven doncella, que parecía haber envejecido años en cuestión de días y más con ese vestido negro que utilizaba, como si estuviera pasando alguna clase luto. —El carruaje ha llegado para llevarla al juzgado.
—Gracias. —Sofía no esperó, en cuanto Morgan abrió la boca ya se había ido. La pelirroja volteó a ver a su hermana. —Te daré tu respuesta si tú me haces un favor.
—No creo tener mucha elección.
—Es cierto, no la tienes. —No había ofensa en Roxelana y tampoco obligación en Morgan. —Quiero que averigües todo sobre Lucas de Medici ¡Todo! Mientras más sucio mejor y tienes tiempo límite.
—¿Cuánto?
—Cuando regrese como una mujer soltera, tengo que tener ese dato.
—¿Qué trucos tengo permitido usar? —Roxelana se desarrolló a muy corta edad, por eso aprendió desde muy joven (diez años, en realidad) que las mujeres tenían demasiados poderes para manipular y obtener lo que desean.
—Todos los que posees. —Roxelana sonrió, pues Lucas de Medici era definitivamente su tipo y si podía usar todos sus trucos uno que otro le traería gusto a ella. Morgan se levantó, acomodó su velo y observó a su hermana. —Responderé a tu pregunta cuando vuelva. —La charla con su hermana la calmó, tanto que recuperó el control de sus emociones.
Dio media vuelta y comenzó a caminar en dirección a la salida, pero entonces...
—Gracias. —Habló su hermana y Morgan se detuvo sin darse la vuelta. —Nunca habíamos tenido un momento así, me gustó.
Morgan no respondió, solo sonrió, oculta por su velo y por darle la espalda a Roxelana. Segundos después caminó rumbo a la salida y subió al carruaje que podía llevarla a su liberación o a su condena.
«Soy Morgan Romanov, la única hija sobreviviente de Alexander Romanov y Nerea de Lancaster. Nací con la fuerza de generaciones pasadas de la familia, a diferencia de mis hermanos fallecidos antes y después de mi nacimiento; ellos eran débiles, yo soy fuerte.»
Se mecía suavemente por el vaivén del trayecto, lo cual curiosamente le ayudaba a pensar mientras observaba por un pequeño agujero de vista que le dejaba la cortina, la cual no quería mover porque quería continuar lo más oculta posible.
«Los Romanov solían ser una familia poderosa, pero ese poder, sus tierras, su gente, todo ha sido consumido y ahora está en mí saber qué hacer a continuación, pues no hay otro heredero. Solo estoy yo: un heredero por generación, riesgoso y tal vez un castigo para muchos otros, pero eso es lo que me ha permitido no tener competencia al trono.»
Pasando frente a la residencia de Lady Elizabeth soltó un suspiro.
«La familia Lancaster se encuentra emparentada con la dinastía Trastamara de España, soy pariente lejana de Catherine de Aragón, lo cual en cierta forma me ha ayudado a salirme con la mía, pues es una de las quejas que ha lanzado el rey en mi contra "me casé con la viuda de mi hermano y ahora me he casado con la prima de ella ¡Es pecado! Pobre idiota mi esposo, sus argumentos se caen por su propio peso, por la banalidad de estos.»
Pasó frente a un comedor comunitario donde había prestado uno que otro servicio para ganarse el cariño del pueblo, lo cual asustó a Henry porque el amor que los ingleses sentían por su primera esposa fue lo que complicó su divorcio con esta.
«A los dieciséis años se me sometió a las mayores humillaciones que una mujer puede experimentar y me ahogué en mi tristeza y desesperación, rezándole al dios en el que creía entonces que se llevara mi alma y me permitiera obtener un poco de liberación. No me importaba si acababa en el cielo o en el infierno, solo quería escapar del averno que era la tierra.»
Observó un campo de maíz donde Sofía pasaba su tiempo libre, según ella, porque la verdad era que ese campo pertenecía a la familia Brandon.
«Soy Morgan Romanov, solía gritar mi tristeza a los cuatro vientos hasta que descubrí que eso no me llevaría a ningún lado, fue entonces que supe lo fuerte que era y que tenía que luchar, debía sobrevivir, pero no sabía cómo hacerlo, así que me dediqué a aprender para no someterme a la voluntad de los demás, quería que ellos cumplieran todo lo que les ordenaba por respeto y temor, no por mi posición.»
«Soy Natalia, la esclava que lloraba sus penas y fue castigada no por insolente, si no por ser estúpida y desear el mundo a sus pies sin pensar cómo.»
«Soy Nasmiye, el amor del sultán del imperio otomano, la mujer a la que alaba, a la que adora, por quien a pesar de todo daría su vida sin saber que ella murió en el momento que regresó a su hogar natal. Soy Nasmiye, aquella cuyo nombre el sultán del mundo gritará en su lecho de muerte, la que por poco es madre de sus hijos, fui su consejera, su aprendiz, su estratega, su sol, su luna y sus estrellas, su amada concubina que convirtió en su reina sin haberle dado herederos.»
Entraron a la ciudad, donde los ingleses al saber quién iba en ese carruaje comenzaron a bendecirse, algunos pidiendo piedad por su cuarta reina consorte, otros por temor a una nueva reforma y algunos creían que su reina era el diablo por el velo que portaba.
«Soy Morgan, me convertí en una mujer dura en cuanto descubrí que los cuentos de hadas, que los sueños hermosos, que la vida de una princesa no es real, pero ¿Qué me importa la vida de las princesas cuando yo soy la reina? Nací para tener la corona en mi cabeza y voy a luchar por ella, voy a luchar por mi vida, voy a sobrevivir.»
El carruaje se detuvo y en cuanto la puerta de este se abrió, Morgan pudo visualizar el imponente edificio donde el juicio de Anne Boley se había llevado a cabo años pasado y ahora se llevaría a cabo el suyo, solo que los motivos eran diferentes: el de su predecesora fue por adulterio, brujería e incesto, el suyo sería por exceso de pureza.
«Soy Morgan, estratega, inteligente, sabia, poderosa, pero todo eso no lo conseguí sola, tuvieron que darme un empujón que agradezco, sin embargo, estar aquí es mi logro ¡Solo mío! Tengo las campañas militares, el grano para mi pueblo y todo lo conseguí sin ser una esposa legitima.»
Se bajó del carruaje y vio su mano vendada, la cual no habían tenido tiempo de cubrir, así que la ocultó y respiró para controlarse, pues si no lo hacía terminaría equivocándose en el estrado.
«Soy Morgan, convertí mi tristeza en fuerza, mis lágrimas en diamantes para mi corona, mi desesperación en realeza ¿Quién era antes? Nada, ni siquiera la sombra de lo que soy ahora y todo eso gracias a mi sufrimiento, el cual supe manejar como lo que he sido desde el momento de mi nacimiento: una sobreviente.»
Entró al juzgado y lo primero que notó fue al rey sentado en el medio, con dos largas filas de jueces tanto a su derecha como a su izquierda, quienes vieron cada uno de sus movimientos mientras caminaba entre ellos, cuidando que nada se moviera fuera de su lugar. Se controló en todo momento, para fingir que no estaba nerviosa.
«Soy Morgan Romanov, he sobrevivido más de lo que cualquiera podría llegar a imaginar. Convertí mi corazón en un puño de hierro para acabar con mis enemigos, mi mente se ha afilado hasta convertirse en mi espada, mi astucia es mi armadura impenetrable y estoy lista para ir a la guerra porque sé que seré vencedora.»
Sus ojos se toparon con los de su esposo, quien parecía tosco, ordenándole que solo obedeciera su voluntad, pero Morgan veía más allá y sabía que él tenía miedo de que ella decidiera hacer lo mismo que sus otras esposas: arrojarse al suelo y suplicar, porque entonces el pueblo la compararía con Catherine y podría salir victoriosa (creyendo que victoria para ella era seguir casada).
El rey sintió su vejiga estrecharse cuando vio a su esposa inclinarse, pero se relajó al verla levantarse ¡Solo había sido una reverencia!
—Majestad. —Le habló tranquilamente.
—Morgan. —Respondió un poco más tranquilo, solo un poco, pues aún temía lo que ella le podría llegar a decir en frente de tantas personas. —¿Sabes por qué estás aquí?
—Porque usted me ha llamado. —Morgan se arrodilló a un lado del asiento del rey y este sintió temor hasta que vio que no era en suplica como Catherine lo había hecho, era, aparentemente, para estar a su altura. —Y le hablo no como esposa, si no como mujer que le ha querido y respetado desde el primer momento: puedo decir que estoy aquí para cumplir sus deseos siempre y cuando usted recuerde los acuerdos que tiene para conmigo y mi país.
—Los recuerdo y respetaré siempre y cuando seas honesta. —Claro, no podía darse el lujo de negarle algo sabiendo quien era y el berrinche que podría hacer para impedir la separación. —No se ha llevado a cabo la consumación, no estamos casados aún.
—Usted ya lo sabe, pero yo puedo asegurarle a este jurado y a toda Europa que regreso a Rutenia tan virgen y casta como llegué. —Ese fue un excelente uso de las palabras, tan bueno que en ningún momento dijo seguir siendo virgen. —Y le juro que le amo, mi señor, le quiero y respeto como se le quiere a un familiar. Espero que ese cariño sea reciproco.
—Lo es. —No, no lo era, pero esa mujer controlaba tan divinamente su lengua (y le había halagado tanto) que él supo que no podía llevarle la contraria. Le tomó la mano que descansaba sobre su asiento en forma fraternal y la estrechó, por suerte era la sana. —Desde ahora, hasta el día de mi muerte, es mi comando que seas llamada mi hermana, Morgan. Tendrás el favor de Inglaterra, siempre y cuando yo tenga el de Rutenia.
—Puede contar con eso, mi querido hermano. —¡Qué bien se sentía decir eso! —Y, si este matrimonio no le ha brindado felicidad, si ya se ha deshecho por completo, le deseo a... Dios todo poderoso. —¡Un error, casi comete un error! —Que la siguiente mujer con quien decida compartir su vida le dé esa felicidad tan anhelada, además de los frutos de ese matrimonio.
—Y te deseo a ti lo mismo, mi querida hermana. —Por primera vez desde que la conoció, Henry Tudor sintió un mínimo gusto por Morgan, aunque el deseo de arrancarle el velo se había desvanecido porque ya no le interesaba si su esposa era atractiva o un monstruo ¡Porque ya no estaban casados!
El juicio terminó y Morgan salió de ahí controlando su dicha, la cual dejó salir solo cuando llegó a casa para repartir abrazos a todas, incluso a Elizabeth que, comprendiendo el mundo mejor que cualquier niña de su edad, se alegró por la libertad de su ex-madrastra.