Los niños tienen
a sus amigos imaginarios,
al igual que los adultos
a su dios.
Un fantasma al que llorar
y refugiarse
de lo que realmente hay fuera.
Un fantasma que lo explique todo.
Un fantasma que haga que no estemos solos
ante la nada.
Un fantasma que no nos haga sentir miedo.
un fantasma que abrazar en la oscuridad
y llenarnos de luz.