Beauty In Death 》 Minsung

By mushiU011

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En el reino de Luceat existen todo tipo de criaturas mágicas que viven bajo la protección de la monarquía y v... More

Prefacio
I
II
III
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV
XXV
XXVI
XXVII
XXVIII
XXIX
XXX
XXXI
XXXII
XXXIII
XXXIV
XXXV
XXXVI
XXXVII
XXXVIII
XXXIX
XL
XLI
XLII
XVLIII
XLIV
XLV
XLVI
XLVII
Epílogo
Agradecimientos

IV

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By mushiU011

El páramo estaba igual de atareado como la noche anterior. Todos iban de un lado al otro trabajando en sus tareas asignadas por el líder. Los trolls estaban a nada de terminar la barrera para impedir que el lobo se sometiera al territorio y los atacara. El muro estaba hecho de madera, tierra y espinas, todo el alrededor cubierto, solo dejando una abertura para que fuese la entrada y salida. Aquella puerta iba a ser protegida y resguardada por elfos las veinticuatro horas del día, además, de que el líder lanzará un hechizo para que seres con aura maligna no pudiesen entrar a las tierras sagradas del páramo.

Jisung se encontraba caminando por el vasto campo, siendo rodeado por las criaturas mágicas que merodeaban por los senderos jugando o haciendo uno que otro trabajo. Hyunjin había estado andando con él, pero se desvió hacia la tienda de ropa de Felix, quien lo llamaba desde la puerta del local para usarlo de modelo con los nuevos atuendos que había creado. Nayeon seguía molesta con el hada, además de que se encontraba con Seungmin merodeando el páramo para protegerlo, así que Jisung se encontraba solo, como siempre.

El páramo estaba dividido por especies. En el sur habitaban los trolls, elfos y duendes. En el este vivían las sirenas y otras especies acuáticas; en el lado oeste conocido como Tenebris Capulus, se encuentran encarcelados seres oscuros, malignos que alguna vez pusieron en peligro el reino y acabado con muchas vidas inocentes. Por último, en el norte existen pequeñas casitas brillantes, hechas de hojas, madera, flores y diversas materias naturales, era el lugar de las hadas que hacían relucir el territorio, brindado vida y alegría. Y justo en este mismo momento, Jisung ponía un pie dentro de dicho sitio.

Su hogar, la única siendo enorme, se alzaba en lo alto de la colina rocosa, alejada de aquel bullicioso y ojos juzgadores que no hacían más que hacerlo sentir insignificante.

Con las manos dentro de los bolsillos de sus pantalones y la cabeza agachada con el cabello cayendo sobre su frente, se dirigió hacia aquella casa solitaria, rodeada de árboles, flores y las luciérnagas que no tardarán en hacer presencia, pues el hermoso atardecer resplandecía en el cielo, con esas tonalidades naranjas y amarillas combinándose con el azul, creando una perfecta pintura.

Esperaba con ansias llegar y fusionarse con su bella soledad, con la esperanza de hacer sus pensamientos callar o en el peor de los casos, que la voz dentro de su cabeza se hiciera más fuerte.

—Ahí va—escuchó un susurro a sus espaldas. Sentía las miradas puestas sobre él, haciéndolo sentir pequeño e indefenso en medio del sendero—¿Cómo pudo haber cometido un error así? Que deplorable.

—De seguro fue mentira suya e hizo ir al fuerte Seungmin hasta allá dejando desprotegidas a un grupo de hadas.

—O tal vez si lo tuvo enfrente pero como es tan cobarde ni siquiera pudo lanzarle un hechizo, digo, ese humano tiene poderes, ¿no?

Más murmullos sumándose. Las hadas pegadas una encima de otra susurrándose al oído, algunas hablando en voz alta sin importarle que Jisung estuviera pasando a un lado de ellas.

—Se supone. Es una aberración para nuestra especie, la señora Han debe de estarse retorciendo en su tumba.

—Estaría mejor muerto que andando entre nosotros creando desastre.

Con la mención de su difunta madre, Jisung aceleró el paso con el sonido de sus zapatos golpeando contra el camino de piedras para reafirmar su presencia. Apretó los labios y cerró los puños con furia. ¿Cómo osaban usar el nombre de su madre de esa manera? Él mismo sabe que no debió de haber nacido, que su existencia es una mancha en la humanidad y también es consciente de que todo el mundo estaría mejor sin él.

¿Por qué tienen que ser tan crueles? ¿Qué les ha hecho Jisung? Nada.

Finalmente llegó a la punta de la colina, la noche ya había caído por completo, bañando en oscuridad el vasto bosque que se podía apreciar desde aquella altura.

Jisung se sentó en el borde como estaba acostumbrado a hacer, dejando las piernas en el aire con un suave vaivén. Suspiró con pesadez, deseando cada día más desaparecer de la faz de la tierra. Después de todo, aquellas hadas tenían toda la razón, Han Jisung es una aberración en el páramo y todo estaría mejor si tan solo su madre no se hubiera enamorado de un humano.

El castaño se dedicó a observar la belleza de la noche, a contar las estrellas, buscar constelaciones y admirar el brillo de las luciérnagas haciendo presencia en su alrededor. El resplandor verde que poseían, iluminaba el bosquejo y a la suave piel del chico. Sus ojos reflejaban toda la luz que lo rodeaba haciéndolo ver tierno y más lindo de lo que se podía ver a simple vista. El hada posó la mano bajo un bicho de luz, dejando al insecto sobre la misma con las patitas haciéndole cosquillas en la palma.

¿Cómo es tan siquiera posible su existencia? Él debió de haber muerto. Lo hubieran asesinado apenas su nacimiento, su madre seguiría viva y todos serían felices por tenerla. Quizá, ni siquiera estuvieran pasando por esta situación en la que la vida de todo el reino peligra, por su grande culpa.

La vida es un infierno. ¿Qué tiene de hermoso vivir? Siempre se lo ha preguntado. Por más que trate de encontrarle respuesta a esa interrogante, siempre se queda con las manos vacías, sucias y sangrantes por tantas caídas que lo hieren, dejando profundas cicatrices que se niegan a sanar. ¿A caso está muerto? Porque siente que ha caído en las manos infernales de lo que los humanos llaman «diablo». No sabía que merecía un castigo por haber nacido.

Los ojos y mente perdida de Jisung, regresaron a la tierra cuando las luciérnagas desaparecieron. Todas emprendieron vuelo y huyeron rápidamente de él, dejándolo confundido y triste por la repentina soledad. La luz de los insectos se fue dispersando entre los árboles, hasta perderse por completo. El hada frunció las cejas confundido, mirando a los lados en busca de la causa del espanto a los bichos de luz, pero no veía absolutamente nada más que la penumbra de la noche.

Se puso de pie sacudiendo sus pantalones y decidido a meterse a su hogar, pero una voz lo hizo detenerse.

—Hola, hadita ardilla—Jisung paró en seco al oír aquella voz masculina que hace poco conoció. Se giró en su busca, pero sus ojos seguían sin captar movimiento o forma alguna en el oscuro bosque—aquí abajo.

Jisung se asomó por el borde de la colina, teniendo una plena vista de las espinas que adornaban el muro recién creado por los trolls. A unos pasos atrás, agudizando la visión, pudo ver una piel blanca haciendo contraste con la noche y un ojo azul brillando como una estrella en el cielo.

—¿Q-qué haces aquí?—dijo Jisung entrando en pánico.

Este lugar es difícil de encontrar para un humano, ¿Cómo es que este chico está descubriendo todos los secretos de Luceat? ¿Será un hijo del antiguo rey? No, si fuese así él mismo lo hubiera traído para presentarlo ante su segundo reino ¿Será un bastardo? Hay tantas preguntas, pero ninguna respuesta.

—Te dije que no podía dejar inconclusa nuestra amistad—el pelinegro alzaba la voz cada vez más fuerte, haciendo que Jisung temblara de nervios. Tiene que alejarlo de aquí antes de que las hadas se den cuenta y alerten a Seokjin—ya estoy vestido, ahora si podemos tener una cómoda conversación, ¿no crees?

—¿Qué haces aquí? ¡Largo!

—¿Cómo? ¡No te escucho!

Mientras que Jisung trataba de guardar el mayor silencio posible, Minho hacía el mayor escándalo del siglo. El hada se jaló las hebras del cabello con irritación. ¿Cómo había llegado a esta situación? No le veía la más mínima intención de marcharse, es más, ni siquiera conocía la razón de aquel vagabundo para estar ahí o como porqué fue a su busca. Sea como sea, no podía dejar que lo atraparan merodeando alrededor del páramo, se darían cuenta de que no es un humano normal y sería un problema más que solucionar.

—Aguarda un segundo, ya bajo. Ocúltate y no hagas más ruido—dijo Jisung para darse la vuelta y bajar corriendo la colina teniendo cuidado con sus pasos y de no toparse con alguna hada chismosa.

Cruzó la iluminada ciudad de hadas con el aliento atascado en la garganta y un temblor haciendo bailar su cuerpo. Pasó por la casa de Hyunjin, donde aún se veían las velas encendidas. El castaño se asomó por la ventana y vio a su pequeño amigo rubio jugueteando en el aire con un nuevo atuendo de terciopelo rojo, de seguro un traje que le confeccionó Felix. Se veía feliz admirando su reflejo en el aquel espejo miniatura.

Terminó de caminar por el sendero de piedras y cruzar el centro del páramo con éxito. Ahora tenía un nuevo problema, los elfos. Había dos de ellos protegiendo la entrada, el toque de queda ya pasó, así que no sabe cómo podría salir de ahí sin ser visto.

Si tan solo tuviera alas.

Se escondió detrás de un árbol, pensando en cómo podría salir del páramo. Entre los guardias se encontraba el gran conocido Seungmin y Changbin, teniendo en la mira todo el bosquejo oscuro sin perderse ningún movimiento de las hojas.

—Tengo hambre—se escuchó a Changbin suspirar, agarrándose la barriga con una mano mirando al peli morado con una cara tierna, esperando que aquel se apiadara de él y le consiguiese comida.

—Estamos de guardia, Changbin. No podemos dejar nuestro puesto por ir a comer. Deberías de haber cenado antes de venir a hacer tu trabajo—dijo Seungmin con un tono serio, sosteniendo firmemente su espada dorada lista para atacar de ser necesario.

—Lo sé, estuve ayudando a los trolls con la barrera y no tuve tiempo.

Seungmin suspiró rodando los ojos.

—Por allá hay unas Geranio*—señaló con su dedo los arbustos que tenían enfrente. Unas flores rosadas destacaban entre las hojas verdes. Changbin se acercó y arrancó un ramo, para después llevarse una planta a la boca y degustarla.

Mientras que Changbin disfrutaba su cena, un sonido lo alertó tanto a él como al mismo Seungmin, haciéndolo alzar la espada y al pelirrojo provocar que soltara la floración y levantara la lanza dorada en dirección al sonido.

—¿Escuchaste eso?—preguntó Changbin, a lo que Seungmin respondió con una afirmación. Los arbustos se sacudían con violencia, mandando a volar las flores y animales que se encontraban viviendo entre ellos. Los elfos se acercaban lentamente de manera cautelosa, blandiendo sus armas y apuntando a aquello que se movía sin control.

Frunciendo los labios y apretando fuertemente la lanza, Changbin dejó caer la pesada arma sobre al arbusto, clavando la punta del mismo en la tierra. No hubo reacción alguna ante eso. No le había dado a nada. Seungmin chasqueó la lengua ante el acto imprudente. Se escucharon pisadas rápidas por el bosquejo, alertando más a los elfos, quienes centraron sus brillantes ojos en la penumbra en busca de cualquier cosa que les indicara el peligro.

—¿Y si sólo es un animal?—preguntó Seungmin en un susurro.

—Tal vez—respondió—pero no hay que bajar la guardia, quizá podemos estando equivocando.

Los elfos se mantenían alerta. Changbin recuperó su lanza, y la sostenía nuevamente en alto amenazando a lo que sea que estuviera merodeando en su alrededor. Los chicos estaban regresando a sus puestos, aún con la atención fija a sus espaldas. Pero la premura se volvió a encender cuando un fuerte estruendo se escuchó a unos metros del páramo. Se miraron con confusión, para después devolverse e ir a investigar lo que sucede.

Esta era una buena oportunidad para Jisung, quien todo este tiempo había permanecido oculto entre los árboles. Se mordió ligeramente el labio inferior y verificado que nadie estaba cerca, salió de su escondite dirigiéndose con pasos largos y silenciosos hacia la puerta completamente despejada.

Se siente como si estuviera por hacer algo completamente malo; como un prisionero escapando de su celda, huyendo de la alta estructura de piedra, dejando atrás el frío, la soledad y oscuridad que lo atormentaba cada día; alejándose de esos recuerdos tenebrosos, preparándose para ser un prófugo y ser una de aquellas aves que despliegan sus hermosas alas pintadas de plumas y colores, atravesando el extenso cielo azul y sentir la libertad a flor de piel.

Es extraño.

Jisung pasó con éxito la entrada siendo cauteloso y con los ojos clavados en los elfos que se alejaban, perdiéndose entre los árboles con las armas en lo alto de su cuerpo y con la guardia fija en el objetivo en movimiento. En cuanto el hada dejó de correr riesgo de ser visto por los guardianes, se echó a andar rápido a la dirección del lugar donde recuerda haber visto a aquel humano entrometido.

No era la primera vez que salía del páramo. Pero si la primera en la que se sintió completamente diferente. ¿Será porqué estará haciendo algo ilegal? No debería de esconder tal secreto del páramo.

Era la primera vez que se escabullía de tal forma y la primera en donde sentía aquella chispa de libertad; un cálido sentimiento plantado en el pecho que desconocía por completo, pero que se iba haciendo cada vez más grande mientras corría en medio de la oscuridad con la visión acostumbrada a la noche, esquivando los troncos de los árboles y revisando sobre su hombro para verificar que los elfos no lo seguían.

Jisung llegó a su destino. Su colina se alzaba en lo alto, con el muro espinoso rodeándolo, se podía pinchar si no tenía cuidado. Miró a su alrededor buscando al humano, pero parecía haberse esfumado de nuevo, no lo veía por ningún lado. El hada creó una esfera de luz mágica para iluminar su alrededor.

—¿Minho?—lo llamó. Tenía miedo de moverse. ¿Y si llegó tarde y Seokjin lo atrapó? ¿Y si el lobo lo atacó? Maldición, ¿Qué tan inútil puedes ser Jisung Han? Se relamió los labios y tomando una bocanada de aire, volvió a nombrar al chico—¡Minho! ¿Dónde estás?

Nada. Jisung decidió mover los pies hacia el bosquejo que tenía enfrente, decidiendo si debería adentrarse a buscarlo o simplemente regresar a casa. La segunda opción sería la más sensata, pero, ¿A quién engañaba? Por más incomodidad que le brinden los humanos, tiene que admitir que no podrá estar tranquilo hasta que se asegure de que aquel pelinegro esté a salvo.

Alzó más alto su luz para iluminar el camino, decidido a enfrentarse a la fría noche y a las paredes infinitas de árboles, solo para encontrarlo.

Uno, dos, tres pasos... Tiene miedo. ¿Y si se encuentra al canino? ¡Esta vez sí estará muerto! El hada mordió su labio inferior con fuerza, pensando e intentado tomar valor, pero el sonido de las ramas quebrándose y el movimiento de hojas lo puso en alerta. Retrocedió moviendo la cabeza a todas las direcciones, posando sus ojos verdes en la oscuridad perdida entre los troncos, esperando alguna presencia en ellos. Levantó su mano libre hacia el ruido, para defenderse si era necesario.

Su cuerpo ya temblaba de miedo. El suelo que lo sostenía se movía y el oxígeno no parecía llegarle a los pulmones. Una sombra hizo presencia, mandando rápidamente a Jisung a cerrar los ojos con temor y a lanzar un hechizo para defenderse de lo que se aproximaba.

—¡Oye, ten cuidado!

Jisung abrió un párpado al reconocer la voz, viendo al humano pelinegro esquivando con destreza su poder mágico, dejándolo caer al suelo terroso dónde con una explosión hizo florecer un grupo de camellias.

—T-tu—lo señaló con el dedo índice—¿Dónde estabas?

—Dijiste que me ocultara, pero no me gusta esconderme, así que andaba vagando por ahí para no aburrirme mientras llegabas.

El castaño suspiró con frustración.

—¿No te habías ido a tu pueblo?

Minho estaba vestido con unos vaqueros negros, la camisa gris con detalles y tiras oscuras que llevaba tenía orificios y desgarres en la tela, siendo posible ver un poco de su piel pálida. Una cadena plateada brillante le colgaba del cuello y unos zapatos abiertos del mismo color que sus pantalones le hacían lucir un atuendo desganado. Lo observó con ese ojo azul brillante, torciendo la boca en una media sonrisa, para después arrastrar los pies y acercarse un poco al chico de mejillas esponjosas.

—R-responde—Jisung retrocedió con la inquietud y miedo nuevamente haciendo presencia en su cuerpo. La luz mágica en su palma solo podía alumbrar el rostro pálido de ambos chicos.

—No. No quería ir a un aburrido pueblo lleno de gente hipócrita.

—Tienes que volver a tu hogar, tu familia debe de estar preocupada por ti.

Minho suspiró y su rostro se formó en una mueca triste.

—No tengo un hogar al que volver y mucho menos una familia que me espere sentada en la mesa para cenar. Estoy solo.

El hada lo miró triste. De cierta forma tienen algo en común, están igual de solos, huérfanos y sin una pizca de amor guardados en su pecho. A tan temprana edad les arrebataron lo más preciado para ellos, dejándolos con nada y un vacío inexplicable.

—Lo siento.—Aquel ojo oscuro del chico le reflejó todo el dolor que traía consigo al pensar en su familia.—Creí que tenías hermanos u otros parientes.

—Tenía un hermano—dijo Minho. Elevó la mano a la altura del rostro de Jisung, acercándola lentamente y sin perder de vista la pradera verde de aquella mirada llena de timidez y miedo. El cuerpo del hada parecía hacerse pequeño al encogerse ante la cercanía, arrastrando los pies hacia atrás, huyendo de él.

¿Qué estaba haciendo? No podía tocarlo, tiene que detenerse. Cerró la mano en un puño y apretó los dientes mientras maldecía en voz baja y dejaba caer otra vez la mano a un costado de su cuerpo.

—¿Y qué le pasó?

Minho desvió la mirada, no pudiendo soportar la intensidad de aquellos ojos verdosos, dónde con solo darles un pequeño vistazo, podía sentir alivio y una calma inmensa que hasta se sentía volar. Solo Jisung ha logrado transmitirle tal cosa en tan poco tiempo. No sabía que significaba tal sentimiento, pero estaba decidido a descubrirla.

—El cielo está hermoso, ¿no crees?—mencionó el pelinegro, estirando el cuello hacia atrás para apreciar las estrellas titilando sobre su cabeza. Era la misma oración que le había dicho hace un rato, volviéndola a usar para cambiar de tema, evitando los temas dolorosos y preguntas a las que no les puede dar respuesta. Huyendo de revelar a su verdadero yo.

Jisung frunció las cejas, alzando sus ojos al rostro de Minho. Aquella cicatriz en su mejilla izquierda, arruinaba su perfecto cutis y de cierta manera lo hacía ver un tanto rudo y más atractivo. Parecía ser una herida vieja, pues solo se puede ver una fina línea desgarrando aquella suave piel y no un rosado e hinchado corte. Jisung dio unos pasos más hacia atrás, se sentía intimidado ante la pequeña cercanía del humano, aunque se viera tan inocente y sereno con sus ojos siendo unos espejos, donde era posible apreciar una infinidad de brillos reflejados en aquellos diamantes apagados.

—Te lo volveré a preguntar. ¿Cómo es que llegaste a este lugar? ¿Cómo es que me conoces? ¿Por qué es que puedes verme? ¿Quién eres?

—Esas son muchas preguntas, Cheeks—respondió Minho mostrando sus dientes en una sonrisa. Tomó un paso más hacia adelante ladeando la cabeza con diversión con la vista de aquel chico castaño temblando e intentando enfrentarlo con esos grandes ojos verdes y las mejillas regordetas.

—¿Cheeks?

—Te diré Cheeks, porque tus mejillas parecen de una ardilla. Una linda hadita ardilla.

—No me digas así—exclamó Jisung llevando una mano a su rostro y rozar suavemente su mejilla—responda antes de que lo entregue a mi líder.

—Jisung, ¿cierto?—el hada sentía que el corazón le iba a mil por hora, que sus entrañas se revolvían y sus piernas temblaban haciéndole difícil poder mantenerse sobre la superficie. La mirada de Minho se volvía más brillante en la penumbra—¿Por qué me tienes miedo?

Jisung sentía la boca seca y tuvo que pasar saliva por la garganta varias veces antes de responder.

—¿Yo? ¿Miedo de ti?—su postura anteriormente encorvada ahora pasó a ser una recta—¿Qué es lo que un humano tan débil como tu puede hacer contra mí?

Minho se soltó a reír. El sonido de sus carcajadas rebotó de los árboles haciendo eco en el bosque. Jisung abrió aún más los ojos entrando en pánico. Volteó el rostro a sus costados, confirmando que aún seguían solos. Afortunadamente era así.

—Te sorprenderías si supieras lo que puedo hacer, Cheeks.

Jisung suspiró resignado.

—¿Puedes bajar la voz? Si te descubren estamos acabados.

—Siempre y cuando no vuelvas a decir algo que me cause gracia—la sonrisa de Minho parecía brillar, siendo una estrella más haciéndole compañía a aquel diamante azul que titilaba en sus cuencas.

Ese humano, parecía tan malditamente irreal, que Jisung podría estar casi seguro de que se trataba de algún hijo del antiguo rey, pues esa belleza no era muy común de encontrar entre las personas que habitaban los pueblos. Bueno, tampoco es que se acerque mucho a ellos.

—¿Eres de la realeza? —se aventuró a preguntar sorprendiendo al pelinegro, pocos segundos después arrugó su rostro y tomó aire para volver a reír. El sonido de su risa parecía calmar el temblor de Jisung, quien aun no se había percatado que sus piernas y manos habían dejado de bailar. Se dedicó a observar como los ojos del chico se achicaban; ver el resplandor de sus dientes y apreciando aquella melodía que acariciaba sus oídos.

Jisung se sintió completamente estúpido. ¿Cómo pudo haber dicho eso? Bajó la mirada avergonzado. A pesar de que estaba acorralado entre el muro de espinas y el humano extraño, ya no parecía tener tanto miedo, eso había pasado a segundo plano cuando solo se concentró en aquel brillo y al parecer, ese sonido tranquilizador que brotaba de su garganta.

—Ya me gustaría a mí, pero no.

Se escuchó movimiento viniendo del bosque, el sonido de las ramas quebrándose, pisadas aproximándose y una luz destacando en la oscuridad. Jisung rápidamente se acercó a Minho e intentó tomarlo para llevarlo consigo a un escondite, pero como sucedió ese mismo día en la mañana, el humano evitó el contacto con él, como si el hada tuviera la misma peste encima y no quisiera contagiarse.

Jisung dio traspiés hacia adelante, tropezando con sus mismos pies cayendo al suelo de rodillas y manos a causa del esquivamiento de Minho.

—¿Qué estás haciendo? ¡Vete!—le dijo Jisung, mirándolo con desesperación.

Minho lo observó con pena. Se mordió el labio inferior con fuerza. Odia cada centímetro suyo, odia no poder tan siquiera tener un roce con algún ser vivo, con aquella linda hada que lo observaba con curiosidad y terror. No sabía si era porque no recuerda como era recibir un abrazo o una caricia, pero siente un magnetismo, una necesidad creciente en su interior de tirarse sobre los brazos de aquel chico y quedarse para siempre escondido en su pecho.

A Jisung no le dio tiempo de ponerse de pie nuevamente cuando una luz se posó sobre él haciéndolo elevar el rostro, encontrándose con Seungmin y Changbin. No pudo escapar de ellos después de todo.

—¿Jisung? ¿Qué haces aquí?—dijo Seungmin acercándose al hada para ayudarlo a levantarse del suelo—el toque de queda ya pasó, deberías de estar en tu casa.

—S-si, lo siento—Jisung empezó a balbucear, escarbando en su cerebro para encontrar una excusa perfecta.

—¿Estás bien?—Changbin inspeccionaba cada rincón de aquella pequeña zona—Escuchamos ruidos, ¿Estabas con alguien más?

Jisung giró la cabeza barriendo con la mirada el suelo y los árboles en busca del pelinegro, pero al parecer aquel humano o es muy bueno huyendo y escondiéndose o guarda un súper poder bajo la manga, porque ¿Cómo es que siempre desaparece de manera tan prolija?

Minho... ¿Quién eres?


Geranio*: Es una flor comestible muy aromática y con un sabor afrutado que recuerda a la manzana verde.

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