Antes de empezar les cuento que hay tres referencias a peliculas famosas aquí, si las encuentran todas les daré un premio (una es súper obvia, las otras están camufladas) Así que ¡Buena suerte!
Comenten y voten, please, eso me da vida.
—¡Demonios, no resisto todo esto! —Me quejo saliendo del armario con la ropa interior que Melody indiscretamente dejó elegida para mí ¡Pero no puedo llevarme esto puesto! Si las cosas llegan a más parecerá que yo lo quería... Y no sería mentira, ¡Pero no! —Han pasado mil años desde que Niklaus Mikaelson y yo tuvimos una cita ¿Y ahora me invita como si nada?
Malcom está en la habitación y me ve de pies a cabeza sin discreción. He estado desnuda ante él en muchas ocasiones y no me daba vergüenza eso, ahora siento la necesidad desesperada de cubrirme los pechos desnudos ¡Porque estoy casi desnuda! Lo único que me cubre es una tanga minúscula, un liguero que desencadena en medias negras casi transparentes y el sostén... es simplemente un trozo de cuero que me rodea el busto.
¡Esto es inmoral!
—Creo que...
—¡No tengo la madurez suficiente para hacer esto! —Y en mi desespero de mejorar la situación, decido volver al armario y tomar otro conjunto de ropa interior, que aunque es de encaje sensual por lo menos me cubre, no como esto que tengo puesto, lo cual no es nada. —Si las cosas no hubieran sucedido como sucedieron, si Caleb no hubiera aparecido en mi vida estaría casada con Klaus ¡Y hoy puedo decir que sería un error!
—Micky...
—Escapé para que nunca más volviéramos a vernos. —De un tirón el cuero en mis senos se rompe y puedo ponerme un sujetador que, a pesar de ser un poco más discreto, me sigue haciendo sentir desnuda y con deseos de correr a comprar ropa interior en rebajas. —Y la verdad es que fue una buena decisión si tomamos en cuenta que ahora tiene una hija.
—Micky...
—Dime, ¿Alguna vez me habías visto así? —Le pregunto con una pierna levantada, tratando de sacarme la tanga, pero como no lo consigo (y es muy delicada) se rompe en mis dedos, facilitándome las cosas.
—Sí, varias veces...
—Ay, cállate. —Ya con el nuevo conjunto puesto regreso al armario, rebuscando algo para ponerme que me haga lucir sensual, pero no demasiado, seria, pero no demasiado, coqueta, pero no demasiado. Básicamente... quiero ser Keyla, pero no muy Keyla. —¿Qué tal si todo es un desastre? ¿Qué tal si a mitad de la noche me clava una daga en el pecho y me pone en un ataúd durante siglos?
—No creo que...
—Aunque en nuestras citas él era encantador... —Suelto mi cabello, revelando unas delicadas ondulaciones hechas a base de productos químicos, los cuales facilitan y hacen más rápida esta tarea, pues en siglos pasados yo debía utilizar trapos para lograrlos. —Recuerdo que era un hombre muy romántico. —Tal vez demasiado, pero eso me encantaba. Tenía ideas creativas cada día y todas las desarrollaba como podía para hacerme suspirar. —Y sus ojos... Siguen siendo encantadores. —Sus ojos antes eran dulces ¿Ahora? Son salvajes ¡Y me gusta ese cambio! Extraño la dulzura, pero prometí dejar de compararlo con quien era siglos atrás y buscar en Klaus... —¡¿Por qué le dije que sí?!
Pude decirle que no, sé que lo pude haber hecho incluso al decirle que sí un segundo antes, pero... Dios, sus ojos brillaban de una forma impresionante, su sonrisa era magnifica y sus palabras "planearé la cita perfecta" simplemente me hicieron correr a casa para prepararme, lo cual fue bueno porque han pasado horas, él llegará en cualquier momento ¡Y yo solo tengo un pedazo de encaje encima!
—Le dijiste que sí porque quieres ir a esa cita con él. —Me recrimina Malcom quitándome el gancho que tenía en la mano, el cual tiene una horrible sudadera rosa brillante colgando de él y pienso ¿Quién demonios compró eso? —Micky...
—Si me vuelves a llamar así juro que te castro. —"Micky", en serio odio ese jodido apodo. Sonaba infantil siglos atrás y empeoró cuando Disney se adueñó del terminó.
—Amor de mi vida. —Consciente de que soy capaz de colgarlo de las pelotas desde el balcón, él decide usar la táctica de nuestro amor. —Ya le dijiste que sí, así que pon los ovarios sobre la mesa, acepta que quieres salir con él y arréglate bien, porque si te atreves a salir con esto... —Levanta el gancho, mostrándome la sudadera que para rematar tiene una fea franja verde fosforescente recorriéndola. —Juro que no te volveré a hablar.
—Malcom, no tengo la madurez para salir con mi primer amor.
—Lo sé bien. —Ve hacia la pequeña mesa donde se guarda mi joyería, pero se encuentra viendo en realidad mi teléfono, el cual debo cuidar y vigilar porque él o Melody terminarían destruyéndolo para que yo lame a "El Diablo" otra vez. —Pero, hasta donde hemos visto, no es un idiota completo.
—Pero... —Klaus de vez en cuando es un idiota, el más grande que existe en el mundo, sin embargo, no lo es tanto y tiene sus buenos momentos... Demasiados en realidad. —¿Qué hago si se quiere acostar conmigo? —Pregunta mi inútil boca.
—Decides si quieres acostarte con él o no, Micky ¡Es simple! Si quieres te lo coges, si no quieres lo mandas a freír espárragos.
¿Es posible que sea muy pronto para que yo piense en que Klaus todo lo que quiere es acostarse conmigo? La verdad no ha dado indicios de querer hacerlo, pero nunca se está demasiado preparada para eso.
Bajo la mirada al conjunto de encaje negro que uso y si es algo digno para usar en una noche de pasión, pero ¿Qué si no quiere él eso?¿Qué si yo no lo quiero? ¿Me lo habré puesto para nada?
Pues no importaría, porque él no vería el conjunto.
—No sé qué ponerme. —Es mi última excusa y la verdad, ahora que lo dije en voz alta me doy cuenta de que no es excusa, es queja porque de verdad quiero ir y no solo por curiosidad de saber qué ve Klaus como una cita cuando Nik planeaba citas hermosas decorando el río con velas.
Me dejo caer sobre la alfombra, la cual se siente suave y mullida contra mi trasero cubierto por el delicado encaje.
—Como amigo te digo que si yo fuera a ver a mi ex después de mil largos años y si tuviera esas piernas... —Se adentra en el armario, supongo que él conoce mejor mi guardarropa, pues fue él quien se encargó de las personas que lo acomodaron aquí. —Ese busto... —Continúa yendo hacia el otro lado de las puertas. —Y ese culo. —"Culo", no sé por qué, pero esa palabra me hace reír desde que la inventaron, incluso más que su predecesora "posaderas". —Usaría esta arma mortal. —Se aparece con un nuevo gancho, dejando en quién sabe dónde la nueva sudadera. —Lo hará garras.
***
Melody termina de darle retoques a mi maquillaje mientras yo me veo en el espejo, temblando como una gelatina y no es por frío ¡Es porque estoy nerviosa!
No sé qué haremos, pero terminó colocándome la opción de Malcom, la cual es un vestido azul celeste ajustado con la tela levemente arrugada para resaltar mis curvas, cubre mis hombros, eso sí, pero compensa en la parte del escote, donde hay una abertura que permite ver solo un poco de esa zona. Melody se encargó de los zapatos (tacones negros), mi peinado y maquillaje, logrando cierto estilo natural, simulando que no me arreglé a pesar de que pasó mucho tiempo con la brocha en mi cara.
—¿No es demasiado? —No traigo muchos accesorios, solo un par de pendientes y unos broches en el cabello, los cuales compramos en una tienda coreana de la esquina. —Creo que debería ponerme unos vaqueros y ya.
—Si haces eso él sabrá que basaste tu vestimenta en la cita ¡Nunca usas vaqueros, mamá! —Me recrimina Melody dejando la brocha del rubor a un lado al fin. —Y, no te preocupes, Hope también pasó toda la tarde ayudando a su papá a prepararse.
—¿Cómo?
—Que Hope y yo saldremos, me ayudará a revisar algunos escritos. —Es posible que yo de verdad haya escuchado mal, porque ¿Qué tan viable podría ser que Klaus Mikaelson ponga a su hija de diecisiete años a peinarlo y prepararlo para una cita conmigo? ¡Puff! Es ridículo.
—¿Cómo va tu libro? —Pregunta Malcom mientras yo veo la abertura en mi pecho, tratando de decidir si es demasiado, muy poco o simplemente no afecta en nada.
—Oh, va mejor últimamente. —Escucho el sonido de un beso, luego por el reflejo del espejo veo a mi hija besando mi mejilla. —Suerte, mami, sé que será genial.
Veo a Melody retirarse con una carpeta repleta de papeles, los cuales miles de veces he sentido curiosidad de leer, pero ella lo prohíbe, dice que solo lo hará cuando logre terminar el libro. Envidio a Hope si ella ha podido leer algo de eso.
Melody heredó de su padre el amor por la escritura, o él se lo inculcó, la verdad no lo sé, es difícil saberlo cuando desde el inicio yo vi a esa pequeña niña acomodada en el regazo de ese hombre, que le leía las palabras que él mismo escribía con tanta emoción, que a pesar de no entender nada la niña se reía, se entristecía o lloraba.
Ella ha publicado gran cantidad de libros durante los siglos, usando diferentes nombres, pero siempre con el apellido del hombre que le dio ese amor por las letras, pero hay uno que nunca ha podido terminar de escribir; no sé de qué se trata, no me dice, pero es muy importante porque atesora esas páginas desde hace siglos ¡Las trascribe cada tantos años para no perderlas!
—Oh, Micky... —Canurrea Malcom desde el ventanal y yo me doy la vuelta hacia él rodando los ojos. —Tu príncipe azul llegó en su carruaje. —El miedo regresa a mí y no sé en donde ocultarme.
—¡Dile que no estoy lista!
—¡Ella bajará en un segundo, Klaus! —Grita el muy gilipollas desde la ventana y pienso que mi mejor opción es solo correr hasta que se desgasten los tacones, pero prometí no hacerlo más.
Además ¡Es solo Klaus! Pude con él cuando éramos niños, cuando éramos adolescentes, incluso cuando adultos ¿Cómo no voy a poder con él ahora mismo que somos un par de personas milenarias?
Con ese pensamiento abro la puerta del departamento y salgo de ahí rumbo al elevador, presiono el botón del primer piso y mientras las puertas plateadas se cierran ante mí, puedo ver a Malcom despidiéndose en forma burlona y con una sonrisa malvada.
Espero que la persona con la que se acueste pronto le muerta la polla para que madure.
En el primer piso bajo la mirada y tiro de mi vestido, esperando a que cubra un poco más a pesar de que no es la prenda más reveladora que he usado; creo que debería subir a cambiarme, tal vez doy el mensaje equivocado, pues quiero que seamos amigos y lo que uso grita que quiero una relación, no seria o de una noche, solo que quiero algo más allá.
Y no es verdad.
Cuando salgo y lo veo me olvido completamente de mis ridículas quejas, pues él luce aún más elegante que yo ¡Y no solo eso! Está precioso con el brillo de la luna cubriéndolo, resaltando su traje oscuro que, si no fuera porque le queda a la perfección, creería que se lo robó a su hermano. Está peinado, adornado y... Dios santo, él es perfecto.
—Luces encantadora. —Rompe el silencio viéndome de pies a cabeza y ya no me siento cohibida por lo que uso.
—Tú también te ves bien. —Bien es un término que no logra hacerle justicia, pero no quiero elevarle el ego demasiado, pues mi vida me ha enseñado que un hombre con el ego demasiado arriba no vale mucho. —¿Cuál es el plan que tienes para la cita?
—Salir de la ciudad. —Levanto una ceja y él abre la puerta para mí, lo cual yo correspondo entrando, dándole una sonrisa. —Te lo dije, será la cita perfecta.
***
—Solo detén el auto y pide indicaciones. —Es increíble que estas cosas pasen, pero pasan: Klaus Mikaelson, el rey de New Orleans conoce la ciudad de pies a cabeza, pero cuando el GPS pierde la señal él también se pierde.
—No necesito indicaciones, sé bien en donde estoy. —Testarudo como es decide presionar el acelerador y avanzamos a cien kilómetros por hora en la carretera vacía que construyeron en medio de este bosque que asustaría a cualquier humano. —Además, no hay nadie por aquí.
Veo el árbol que pasamos hace media hora ¿Cómo lo sé? Porque sospechando que empezaríamos a andar en círculos como pasa en las películas yo abrí la ventana y le arrojé mi lápiz labial; no solo la barra está en el suelo, también la madera tiene un punto rojo que lo delata.
Y veo sombras más adelante, así que le doy un golpe a Klaus en la rodilla izquierda, logrando que frene tan fuerte que nuestro cuerpos se inclinan hacia adelante, pero no importa porque se detiene justo al lado de una pareja tomada de la mano.
Sujetándole la pierna para que no pueda mover el pie del freno yo bajo la ventana, ignorando sus quejas de "yo sé en donde estamos".
—Buenas noches. —Saludo a la pareja, que al escuchar mi voz dulce deja de creer que vamos a ahorcarlos y sepultarlos. Tal vez en otra ocasión, pero hoy no. —¿Podrían ayudarnos con unas indicaciones?
—¡No necesitamos indicaciones, yo sé bien en donde estamos! —Interrumpe Klaus y la chica se ríe de él, mientras el hombre encoje los hombros.
—Me recuerda a ti, cariño. —Se carcajea la chica y yo asiento, porque es un horrible cliché masculino que no se esfuerzan en romper. —¿A dónde quieren llegar?
—A... —Klaus me calla soltándose de mi agarre y volviendo a acelerar, tanto que la pareja se pierde de mi vista en cuestión de segundos. —Eso fue muy grosero.
—Yo sé bien en donde estamos, Soleil. —Me recuerda esa enorme mentira y yo ruedo los ojos mientras cruzo los brazos.
—Como quieras. —Una gota de agua se estrella en el parabrisas, luego otra y en cuestión de segundos las gotas se convierten en un diluvio que impide una buena vista del camino. —Deberías parar. —Es tan fuerte, que a pesar de mis ojos sobrenaturales el agua en el vidrio hace que sea borroso, convirtiendo la carretera en un manchón verde con negro.
—Soy el hibrido original, una llovizna no puede... —El chirrido de las llantas resuena sobre la lluvia y no sé bien qué pasa porque no puedo ver nada a causa del agua, pero sospecho que nos salimos de la carretera y por culpa del lodo terminamos contra un árbol. —Hacerme detener el auto. —Suena más como una maldición que como un hecho.
Y entonces el árbol cae sobre el auto, partiéndolo a la mitad que hay entre nosotros, derribando el techo y haciendo que el agua entre. No era un árbol muy grueso, pero si tenía la altura suficiente para hacer un gran daño ¡Prueba de eso es que rompió el techo sobre nuestras cabezas.
—Sí, pero un árbol puede hacerlo. —Hablo fuerte sobre la lluvia que cae sobre nuestras cabezas, las cuales por la fuerza sobrenatural lograron romper el techo. Un par de humanos ya estarían muertos ahora mismo.
Más allá del agua, más allá de todo eso escucho música campirana y voces, incluso ahora sin la barrera del vidrio empapado puedo ver un pequeño destello dorado, así que empujo la puerta (no tengo que abrirla, el cerrojo se rompió) y salgo del auto.
—¿A dónde vas? —Klaus me sigue, o lo intenta, porque se queda varios pasos atrás de mí. —Ahora estoy seguro de que el restaurante está hacia atrás.
—¿A cuántos kilómetros? —Me volteo un segundo para verlo y descubro que mojado luce aún mejor que estando seco, así que el árbol hizo algo bueno después de todo. —No pienso caminar quien sabe cuánto hasta un restaurante pomposo en medio de la lluvia.
—No es como que te vayas a resfriar. —Sé que me llevaría a un restaurante de lujo fuera de la ciudad, pero la verdad es que no me gusta la lluvia, la tolero un poco más que la nieve, pero me irrita y caminar bajo ella es peor aún. —Y ese lugar debe ser una taberna de mala muerte.
—Prefiero la taberna a estar bajo la lluvia más de lo debido. —Odio tanto la lluvia que prefiero caminar hacia la "taberna", abrazándome a mí misma como si eso pudiera protegerme. —Eres libre de acompañarme o de ir en dirección contraria, lo que prefieras. —Y sigo caminando, desesperada por dejar de sentir el agua cayéndome encima.
No me gusta la lluvia, todos parecen amar el sonido que hace al caer, mojarse en ella y demás, pero la verdad es que yo no la tolero porque siento que es una variante de la nieve ¡Y odio la nieve! Esa es la razón de que mi vida haya pasado en climas tropicales, persiguiendo el verano.
La lluvia deja de caerme encima con tanta fuerza y levanto la cabeza, descubriendo que hay tela cubriéndome, al darme la vuelta resulta que Klaus se quitó el abrigo y lo sujeta de tal forma que crea un techo improvisado sobre mí, protegiéndome.
—Gracias. —Me acomoda el abrigo sobre la cabeza y yo lo sujeto, tomándolo como si fuera una capota protectora.
Caminamos uno al lado del otro rumbo a la luz que poco a poco se hace más grande.
—Solía gustarte la lluvia. —Habla después de un rato. —Recuerdo que cuando empezaba a llover tu corrías no solo a sacar las cubetas, también bailabas como una loca mientras cantabas.
—¿Recuerdas eso? —Sí lo hacía. Cuando era humana me encantaba la lluvia, pero dejé de cantar bajo esta cuando a los diez años tuve una neumonía que casi me mata.
—Me gustaba verte hacerlo. —Su brazo me rodea los hombros, lo cual me protege aún más de la lluvia y lo agradezco. —Hasta esa pulmonía que te dio.
—Ibas todas las noches a cuidarme. —Lo hacía, incluso fingió resfriarse para que su madre le diera algunas medicinas, las cuales guardaba y me las daba y, de hecho, eso fue lo que me salvó, porque eran magia pura a diferencia de las de mi madre. —Cuando mamá entraba te ocultabas entre las telas para que no te viera.
—Eso no era divertido, picaban mucho. —Me río porque es cierto, esas telas eran terribles. —Pero lo hacía con gusto.
—Eran tiempos lindos. —Tiempos donde podía disfrutar la lluvia y adoraba la nieve, ¿Ahora? La lluvia hace que mi corazón se acelere y quiera escapar ¡Y ni hablar de lo que me hace la nieve! —Por lo menos para mí.
—Para mí también lo eran.
—No tanto.
—¿Por qué no?
—Tu padre era un animal. —No sé bien qué pasó con Mikael. Me topé con él unas cuantas veces en mi vida, pero cuando se daba cuenta de que no me encontraba enlazada con sus hijos simplemente me decía unas cuantas palabras y me dejaba en paz; es algo que solo Melody y Malcom saben. —Viviendo con él debió ser un infierno.
—Los buenos tiempos compensaban los malos. —Me abraza aún más a su cuerpo, brindándome su calor a pesar de que no lo necesito, sin embargo, me encuentro temblando mucho. —Mis hermanos y... Tú. —El latido de mi corazón sigue acelerado, pero es por otra cosa. —Esos momentos me daban vida.
—A mí también. —Oh, estábamos tan enamorados en ese entonces y éramos tan felices. Envidio a Mickeyla, que tenía esas ilusiones donde una familia con su Nik era posible. —Hubiera querido que durara más tiempo.
—Yo también. —Nostalgia, eso es lo que llena su voz. —Sonará cursi, pero tenía toda nuestra vida planeada, hasta la vejez.
—Eso suena muy controlador, pero te lo perdono solo porque fue hace diez siglos. —Mi comentario le hace reír, meneando la cabeza. —Y, si te hace sentir mejor, yo también planeé nuestro futuro, no hasta la vejez en forma obsesiva, pero... —Se ríe y me gusta hacerlo reír. —Había incluso planeado a nuestros hijos.
—¿Cuántos teníamos?
—Solo teníamos dos.
—Yo quería siete.
—Era mi cuerpo el que los daba a luz, así que yo decidía cuantos eran. —De nuevo se ríe sobre la lluvia, al igual que yo. Siento mi cuerpo más liviano y relajado, a pesar de que tengo casi todo su peso corporal sobre mí. —Teníamos a Melody y Eric.
—Tú tuviste a Melody.
—Y tú cambiaste a Eric por Hope. —Finalmente llegamos al lugar y sí resulta ser una taberna como las típicas de motociclistas que dejan sus vehículos estacionados afuera en una fila. Melody adora estos lugares y, la verdad, no entiendo la razón. —Después de los niños no imaginé más.
Nos cubrimos bajo el pequeño techo del lugar y debido al tamaño que tiene, nos quedamos en una curiosa posición, la cual resulta ser él frente a mí, sujetándome contra su pecho, pero mi cabeza está elevada para poder ver sus ojos azules. Aún tengo su abrigo encima.
—Teníamos siete hijos en mi fantasía. —Completa él, moviendo su mano lentamente hasta que descansa sobre mi mejilla. Dios bendiga al creador del maquillaje a prueba de agua o yo parecería un horrible oso panda ahora mismo. —¿Niños? ¿Niñas? No me importaba, solo quería que nacieran sanos y, si se parecían a ti, sería mucho mejor. —Mi corazón late descontrolado al escuchar eso. —Estábamos casados, muy lejos de esa aldea, aunque teníamos contacto con los demás; yo con mis hermanos y tú con tu madre, que nos ayudaba a cuidar a los niños de vez en cuando.
Algo es obvio, él planeó las cosas en forma más profunda que yo, porque mi fantasía era similar a la de: estudiar... Ser millonario, solo que la mía era: matrimonio, hijos, felices para siempre.
>>—Yo salía a cazar y tú te quedabas en casa con los niños ¡Sé lo que dirás! Pero de nuevo me escucho con el hecho de que fue hace mil años que lo pensé. —Me río suavemente y su pulgar me recorre el labio inferior, mientras yo descanso mis manos en su cadera. —Tal vez podríamos vender una que otra pintura para tener dinero extra, aunque eso dependía de en donde nos estableceríamos.
—¿Me habrías hecho una casa?
—Me esforzaba en esas lecciones solo por eso. —La mano que no me acaricia se posa frente a mis ojos, mostrándome el dorso donde hay una pequeña cicatriz que se puede confundir con una marca de nacimiento, pero en realidad es el remedo de una herida que le pasó años atrás; él me dijo que se había golpeado con una piedra mientras le enseñaban a levantar muros para cabañas. —Quería construir una linda casa para ti y para nuestros hijos.
—Trabajabas en eso hasta que te sangraban las manos. —Fue una época fea cuando él tuvo la edad suficiente para que le enseñaran a hacer las construcciones. Yo lo veía y le dejaba comida y agua para que no se desmayara, porque nadie más lo iba a hacer, también veía como cargaba enormes pesos, se encajaba astillas y corría a mí para que le sanara las heridas. —Y fuiste el mejor.
—Quería hacerte la mejor casa, además quería aprender rápido. —Eso explicaría por qué durante ese tiempo se desvivía tratando de aprender lo más posible, pero la pregunta que queda es ¿Por qué? —¿Por qué debía ser rápido?
—Porque quería casarme contigo lo más pronto posible. —No sé en qué momento pasó, pero ahora su rostro está casi apoyado sobre el mío, su frente se encuentra sobre la mía y me siento... Tan feliz a pesar de que apenas puedo ver sus ojos y la odiosa lluvia sigue repicando. —Te hubiera pedido matrimonio en serio a los diez años, pero siempre quise darte una buena vida.
—Era buena porque te hubiera tenido ahí. —Eso es ridículo porque nadie vive de amor, se necesita al menos comida y un techo, pero hablamos de un sueño pasado y utópico donde todo era perfecto. —Nik, creo que...
—¿Cómo?
—¿Qué?
—¿Te das cuenta de cómo me llamaste? —Abro los ojos de par en par y trato de apartarme, pero él me lo impide sujetando mi rostro. Me doy cuenta de cómo lo llamé, no fue Klaus como lo he hecho desde que nos reencontramos, fue Nik como lo hacía hace siglos. —Me gusta más ese nombre, ¿Por qué ya no lo usas?
—Porque... —Porque Nik está muerto, igual que Mikeyla, ambos murieron y solo quedan Klaus y Keyla, sin embargo, él me sigue llamando Soleil, que es algo del pasado. —No sé.
—¿Lo usarías más seguido?
—No sé. —No sé nada cuando estoy a su lado, esa es la verdad. —Oye, creo que deberíamos entrar, ¿No?
—Yo estoy muy a gusto aquí.
Por el rabillo del ojo puedo ver el brillo plateado de un rayo cayendo, lo cual me pone nerviosa, tanto que le encajo mis uñas en la piel y él aprieta los labios.
—Yo no. —No tolero la lluvia, en serio la odio.
—De acuerdo. —Me abraza a él a pesar de que el diminuto techo me protege y entramos al bar donde hay una muy curiosa mezcla de personas: el estereotipo de vaqueros mezclados con el de motociclistas. —¿Por qué le tienes tanto odio a la lluvia? —Pregunta sobre la música que resuena en el ambiente, aparentemente es el turno de los vaqueros.
Klaus me quita de encima su abrigo y ambos dejamos un camino de agua mientras nos dirigimos a la barra. El lugar no se ve de alta clase y es algo pequeño para la cantidad de gente que hay adentro; tiene una mesa de billar, una barra con taburetes y mesas hechas de madera, además de dos ventanas medianas que supongo darán algo de luz natural durante el día.
—Solo la odio. —Tomo asiento en la barra, viendo la gran espalda de un hombre usando chaleco de cuero, mostrando sus enormes brazos por genética, pues tonificados no se encuentran.
—¿Qué tan lejos estamos de la ciudad? —Pregunta Klaus al hombre que se da la vuelta y tiene el estereotipo de barba y bigote de candado mientras limpia con un trapo un tarro de vidrio. Siento deseos de tomarle una fotografía, pero... ¡Mierda, dejé mi teléfono en el auto!
—Casi a cuarenta kilómetros. —Responde con una voz tosca y es gracioso, porque este hombre supera a Klaus por más de una cabeza y en tamaño ni se diga, pero tiene cara de amistoso.
—¿Y del restaurante...?
—Dame una cerveza, por favor. —Interrumpo a mi cita, que estaba a punto a punto de preguntar qué tan lejos estamos del restaurante, pero si New Orleans está a cuarenta kilómetros el restaurante estará al menos a diez.
Tomo asiento en el banquito frente a la barra, el cual es pequeño y me lastima el trasero por su tamaño.
—¿Qué haces? —Klaus trata de hacerme levantar y de un manotazo yo lo impido.
—Ya lo escuchaste, estamos a kilómetros y no pienso caminar bajo la lluvia.
—Tomemos un auto.
—Solo hay motocicletas aquí. —Coloco mis brazos sobre la barra, viendo al hombre sacar mi cerveza de un barril. —No pienso volver a esa lluvia, así que tus opciones son sentarte y acompañarme o irte a la mierda.
—¿Tienes que ser tan grosera?
—Irte a la lluvia. —Corrijo dándole una pequeña mirada que él me regresa rodando los ojos, pero a fin de cuentas también toma asiento a mi lado, haciendo muecas por el diminuto banquito donde está. —Mi amigo también quiere una cerveza. —El cantinero asiente dejando la mía a un lado para servir la de Klaus. —¿Por qué no te quejaste?
—No es la primera vez que vengo a un lugar de estos, Soleil.
—Pensé que lo odiabas.
—No son de mi gusto, pero a veces son necesarios.
—¿Hay buena comida? —Frunce el ceño sin entender mi comentario y yo señalo en dirección a un hombre con camisa rosada, vaqueros y un sombrero inclinándose para golpear una bola en la mesa de billar. El cantinero deja la cerveza ante nosotros y se va sin decir palabra. —Huele a B negativo, es un tipo muy raro de sangre. —Canturreo llevándome la cerveza a los labios.
El tarro de vidrio parece sacado de la televisión, un cliché estado unidense, además que tiene un extraño olor de fondo que me hace sospechar que el trapo con el que lo secaron no estaba limpia, además está tibia y el barril dudo que lo hayan limpiado en años, pero no es como que me vaya a enfermar.
—No me digas que eres de las selectivas. —Discute llevándose su tarro a la boca y, a pesar de que hace muecas, bebe la cerveza.
—Un buen cuello es como un buen vino, debes elegir con cuidado. —Desde que aprendí control, decidí que bebo directamente del cuello y dejo ir luego de una buena mordida, no del brazo porque, por alguna razón, termino asesinando, además, me recuerda a mi mamá... —Yo me guío por el aroma de la sangre.
—¿Y el tipo favorito de la señorita Solano es...?
—O negativo con un toque de diabetes para compensar la acidez. —Mi cerveza va a la mitad y es en serio asquerosa, pero parece que iniciamos un concurso por ver quien bebe más cerveza. —¿Qué le gusta beber al gran Klaus Mikaelson?
—Mujeres, no importa el tipo de sangre.
—Eso sonó medio machista y repugnante.
—Más allá de eso, me gusta más el sabor de una mujer, más que el de un hombre.
—Eso sonó a que te ocultas en el closet. —Mi comentario lo hace reír, lo cual es inesperado. Dejamos los tarros vacíos sobre la barra y sin preguntar el cantinero se los lleva para rellenarlos.
—Son gustos. —Las nuevas cervezas llegan y antes de que se retire el cantinero Klaus le hace una señal para que se detenga. —Iba a llevar a la señorita a cenar, ¿Qué tiene para comer?
—¿Quiere algo especial? —El hombre me da una mirada y no siento que me esté observando de forma sucia, solo me ve mientras Klaus asiente. —Les traeré un especial de la casa. —Decide y se retira.
Ya solos de nuevo bebemos casi de un trago la horrible cerveza, compitiendo por quien la bebe más rápido a pesar de que es una competencia ridícula debido a que somos un par de originales, pero es interesante.
Y así seguimos durante un rato, hablando entre cerveza y cerveza.
—Ya, ya... Siendo honesto... —A la séptima ronda Klaus empieza a arrastrar las palabras y sé que si abro la boca hablaré exactamente igual. —Criar a una adolescente solo no es fácil, es realmente difícil... Pero su madre lo hizo durante años, así que...
—¿Cómo era su madre? —Sé que existió una mujer llamada Hayley Marshall, que murió dos años atrás, pero no sé mucho más y me da miedo preguntar.
—Era... Era buena. —Me explica encogiendo los hombros. —Era una buena madre, como tú. Espero que, cuando los años pasen, Hope y yo seamos como Melody y tú.
—Hemos tenido nuestras dificultades. —Melody y yo tenemos una constante, la cual es ser madre e hija, siempre unidas, sin embargo, hay un "inconveniente" que nos separa y no lo puedo evitar, me gustaría que ella lo entendiera, pero no lo hace y me recrimina. —Pero tú y Hope parecen unidos.
—Lo sé. —Me da una mirada tan adorable de cachorro que siento deseos de apretarle las mejillas. —¿Ya me dirás por qué odias la lluvia?
—Bueno... —Puedo mentirle para no revelar mi pasado, puedo decirle algo más, puedo lanzarle un cuento elaborado. —La verdad es que...
—Un especial. —Me interrumpe el cantinero casi arrojando un enorme plato ante nosotros. Ambos volteamos a verlo y es... interesante.
Ante nosotros hay un plato que en tiempos pasados debió ser blanco, pero ahora es amarillo y está repleto de lo que supongo es una mezcla curiosa de diferentes tipos de carne, cubiertos de salsa de queso, mostaza, salsa de tomate, de piña, básicamente todas las salsas existentes lo cubren.
—No se ve tan mal. —Con mis dedos tomo un pedazo de carne y me lo llevo a la boca. —Okay, si está muy mal. —Me quejo con la carne en la boca, la cual se me dificulta morder y se me pega al paladar por la salsa. —Está seco.
—No puede ser posible con toda esa salsa que tiene. —Toma un pedazo y curioso se lo lleva a la boca, pero después frunce todo el rostro asqueado sin sacárselo de la boca. —Esto es lo peor que he comido y yo solía comer lo que me preparabas cuando eramos niños.
—¿Tratas de ofender el especial o a mí? —Trago el pedazo de carne, que no sé de qué animal es y si me dicen que es de rata no me sorprendería. —Y mi cocina ha mejorado mucho desde entonces.
—¿Ahora eres fiel compradora de los alimentos congelados?
—¡No! —Le doy un golpe en el brazo y él se ríe. —Lo acepto, era muy mala cocinera.
—¿Mala? ¡Eras terrible! ¿Recuerdas esa intoxicación que me dejó en cama una semana entera? ¡Fue porque comí el pescado con arroz que me preparaste!
—Me dijiste que te había encantado y que estabas resfriado. —Recuerdo eso, es de las pocas veces que se ha enfermado y acepto que mi comida era muy mala, pero ¿Enfermar al hijo de un hombre lobo una semana entera? No me creo capaz de hacer eso.
—Ya que somos adultos puedo decirte que comía por obligación y que si, tú casi me matas esa vez.
Okay... en serio he mejorado mi forma de cocinar y el hecho de que las especias y hierbas vengan embotelladas contribuyó, pero, ¡Por favor! Era una niña, él no era mi esposo y... debía darse por bien servido de que yo hiciera el esfuerzo.
—Okay, la segunda cita va por mi cuenta. —Sus ojos se abren de par en par. —Te prepararé la cena y te cerraré la boca.
—¿Segunda cita? Uy... La verdad por cómo va esta creo que no voy a llamarte. —Me molesta llevándose la cerveza a la boca y tengo sensación de golpearle el tarro con el dedo para que se la derrame. —Estaría dispuesto a una segunda cita si me ganas en los dardos.
—No voy a competir en dardos por una segunda cita contigo. —Discuto bebiendo mi nueva cerveza. Acepto que el cantinero es muy eficiente. —Competiré para patearte el trasero.
—Bien, Soleil. —Con su brazo señala hacia la zona de dardos. —Damas primero.
Me bajo del banquillo, sintiendo frescura en el trasero porque ya no lo tengo encajado ahí y él me sigue rumbo a los dardos.
Primero jugamos solos, luego un grupo se nos une, los estafamos por diversión y, cuando nos damos cuenta, la lluvia ha parado, el sol se ha ido y en ningún momento pensamos en irnos.