La ira de un dios

By margarita_fics

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Desde el firmamento divino, exactamente en el planeta de los dioses creadores, un dios de bajo rango vigila d... More

Sobre la obra

Capítulo único

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By margarita_fics

En un universo lejano, exactamente en la coordenada norte, residía un ser de raza shin-jin, seres autóctonos nacidos en el Otro Mundo. La madre de éstos era el árbol Kaiju —o denominado árbol de la vida, naciendo a través de un fruto mágico—. Ese individuo provenía del Décimo Universo, cuyo nombre era Zamas, que significaba ser y existir —también derivada de la palabra Zumasa: cambiar de figura—.

Su apariencia era de tez verde manzana, mechón blanco estilo mohicano, ojos plateados opacos delineados naturalmente a su alrededor, cejas delgadas separadas y labios finos en donde solía emitir en su boca a través de las palabras odio y veneno. La estatura de Zamas era alta, portaba un traje típico de los Kai: camisa violeta, chaqueta negra con líneas amarillas, una pechera color lavanda clara y bordes blancos con el símbolo kanji Kai, cinta celeste, pantalón azul y botines blancos.

A través de los siglos, contemplaba junto con su cerdo alado los habitantes de su galaxia en cada orbe, gracias a una esfera o bola de cristal; no obstante sus creaciones eran un completo desastre. Con el pasar de los años, los mortales fueron empeorando los planetas; de ser seres primitivos pasaron a ser ambiciosos. Ellos pensaban sobre el progreso y desarrollo humano, aunque Zamas le decía a su pequeño compañero que la raza inferior se deterioraba a sí mismo.

Muchos animales, océanos, bosques eran explotados de forma indiscriminada, ¿la razón? Avaricia y riqueza de los hombres codiciosos en donde anhelaban más ingresos. Las industrias derramaban sangre inocente de los animales, aparte arrebatar el hábitat natural.

El dios de tez verde manzana oteó una aldea de indígenas de piel azul, orejas puntiagudas, cabello azabache y ojos de iris amarilla. Ellos alababan a la madre tierra, agradeciendo el pan de cada día. El pequeño poblado cuidaba a los animales como si fuesen amigos. Además cultivaban plantas comestibles como las papas, tomates, sandías y maíz. Cerca de su territorio, ellos a diario en la playa recogían conchas desde la arena, además pescaban en poca cantidad especies marinas, ya que mantenían el equilibrio.

—Esos mortales viven en paz, aunque no dejan de ser seres violentos —susurró Zamas a viva voz.

Entonces, una embarcación realizaba pesca industrial. Por otro lado del cerro costero, máquinas cortadoras de árboles arrasaron con todo el poblado y bosques. Los aborígenes arrancaban desesperados, sin embargo los invasores callaron poco a poco a seres pacíficos. Miseria y sufrimiento invadió el territorio bello en donde los ancestros protegían.

—¡Algún día desaparecerá la existencia humana! —exclamó, empuñando su mano con enojo e ira—. ¡Devolveré el esplendor natural de cada planeta contaminado por ellos!

Dejó de divisar por un momento sus creaciones, ya que tenía sentimientos encontrados. Por un lado pretendía hacer justicia por sus propios medios; pero por otra parte los superiores lo harían polvo si lo descubrieran.

El dios hirvió en una tetera agua obtenida de la pileta para preparar té. Dio una pausa de 15 minutos y el líquido hídrico llegó al punto de ebullición. Vació en una cucharita de té en polvo y finalmente sirvió el líquido. Disfrutó lentamente el zumo caliente de a poco. Al lado, unas galletas hechas por él mismo, aunque adoraba sólo beber el dichoso té.

Culminó su comida, limpiando sus utensilios de comer. Más tarde, fue a contemplar sus creaciones en una bola de cristal. Justamente, un planeta en donde era azul claro se veían ríos azabache manchar el agua, como si fuese ensuciada. ¿El motivo? Un barco que transportaba mercancías empezó a derramar petróleo. Resultado, una orbe enferma por culpa de los mortales. Zamas observó a las gaviotas intentar agarrar del pico un pez, no obstante el aceite oscuro le impedía salir. Agonizada, no soportó más el cansancio y pereció. El delfín que pretendía volver al agua, ni siquiera pudo escapar de la desgracia, ahogándose en ese veneno. Y así muchos animales marinos dejaron de existir.

—Aquellos mortales..., crean poderosas máquinas solo por su propio beneficio. —Su melancolía se convirtió en cólera—. ¡Los aborrezco! —berreó con suma rabia.

La furia lo consumió una vez más. Sostuvo su único mechón de cabello, dando un enorme alarido en la casa. Sus creaciones lamentablemente habían sido bastante crueles con el entorno natural. Entonces ideó un plan, en donde su principal objetivo era deshacerse en lo absoluto de todo ser bípedo.

El cerdito se acercó donde su amo y lo tranquilizó. No dejaría que Zamas se jalara el sedoso cabello, por ello ambos salieron de la vivienda y se sentaron en el pasto para olvidar un momento la tarea de velar sus habitantes galácticos.

Pasaron los años y el joven Kai había perfeccionado las artes marciales. Todos sus colegas de los cuatro puntos cardinales admiraban al talentoso Zamas por sus tácticas de lucha. Otras divinidades comentaban el porqué lo practicaba, simplemente él decidió defender lo que era suyo, nada más.

No obstante, continuó su desprecio hacia los individuos del mundo inferior. Sólo veía tragedia tras tragedia en diversos planetas. La mirada del dios de los ojos plata se convirtió en frialdad. Desgraciadamente, en un astro denominado Dirt, iniciaron una guerra sobre la escasez hídrica. Cada nación iría a defender ese elemento vital, ya que no los entregaría a otros habitantes. Los gobiernos discutían ese tema en particular y entonces dieron hincapié al derramamiento de sangre. Millones de personas morían por sed, hambre, enfermedades como hepatitis, malaria, influenza, entre otras.

—Los humanos nunca cambiarán. Simplemente, merecen un castigo. —Chirrió sus dientes a modo de molestia.

Acto seguido, en ese mismo planeta los sobrevivientes a la guerra protestaban por la destrucción medioambiental. Estaban en contra de la guerra y lo único que anhelaban era la paz y calma. Aunque esas almas en donde clamaban un mundo mejor, fueron silenciados por los codiciosos gobiernos poderosos y viles. No lo realizaban los políticos, sino soldados militares en donde se les enseñaba el uso de armas. Ellos derrochaban y siguen derrochando por culpa de los regentes ambiciosos.

Nuevamente, prefirió entretenerse en la lucha. Imaginó que ese árbol era un miserable mortal y lo partió por la mitad, gracias a la técnica espada de ki, cargada en sus manos. Su compañero alababa la acción del dios, aunque sí tuvo que restaurar el ser vivo.

Los dioses lo denominaron como "el genio del combate". Ningún dios de la creación había sido capaz de practicar artes marciales, ya que para ellos no tenía tanta necesidad ni prioridad. El objetivo primordial era crear y contribuir al desarrollo de los seres. En cambio los de la destrucción, practicaban este deporte para defender y causar pánico si un planeta cometía un pecado garrafal.

De la nada, aterrizó un señor de raza shin-jin con indicios de vejez, piel amarilla, mechón blanco corto y ojos rasgados de orbes negras. Su traje era una camisa violeta, túnica negra con líneas negras, pantalón azul y botas blancas. Llevaba unos pendientes verde oscuro en sus orejas. Esto significaba que el anciano era el principal Supremo Kai del Décimo Universo.

—¡Se... señor Gowas! —tartamudeó el joven Kai, inclinando su tronco a modo de saludo cordial—. Es un placer tenerlo aquí. ¿Cuál es el motivo de la visita? —indagó nervioso.

El supremo carraspeó su garganta.

—A lo que vengo es lo siguiente —continuó—: He visto que usted tiene talento en las artes marciales, por ende le haré una invitación si acepta la petición.

El cerdito alado le ofreció un vaso con agua al Supremo. Gowas aceptó cortésmente el gesto y el animalito fue a la pileta a llenar el objeto. Luego trajo el vaso, extendiendo el brazo y el anciano bebió el líquido raudamente, devolviendo el ente al acompañante del Kai.

—¿Se puede saber de qué se trata? —preguntó curioso.

—¿Por qué no vienes al reino de los dioses creadores supremos y aprendes conmigo? —inquirió su excelencia.

El mencionado quedó boquiabierto por el ofrecimiento del dios de avanzada edad.

—¿Y-yo? —titubeó Zamas—. ¿Al reino de los dioses creadores supremos? ¡Sería un honor! —afirmó sonriente—. ¡Haré todo lo que pueda por la paz universal! —exclamó gozoso.

Zamas mencionó un sí a su excelencia.

Tiempo después, comenzó a arreglar su equipaje, despidiéndose de su único amigo y compañero de vigilancia. La estrategia del joven dios era ascender a Supremo Kai, y más tarde devolver el esplendor y belleza de los planetas, dando el primer paso ambicioso a su proyecto, el llamado "plan cero mortales".

FIN

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