Emilia y Cayetano caminaban sin rumbo, él sostenía la caja con ambas manos y ella tenía su brazo entrelazado al de él. Daban pasos erráticos mientras se reían, bromeaban o se empujaban a propósito. De vez en cuando Lozada depositaba besos fugaces en el rostro o cuello de Tano, para que este se enojara, pero solo lograba que se encogiera de hombros mientras con la voz entrecortada pedía que se calmara.
—Te besaría, pero la caja estorba mucho.
—La dejo en el piso.
—Que desesperado eres, deja de actuar así que solo me provoca seguir en la misma.
—Eso es tortura psicológica. Yo ya dije que me arrepentía de mi yo del pasado, no es justo. Mira, podríamos de... —Emilia levantó la mano en señal de guardar silencio.
—¿A dónde vamos?
—No sé, yo te vengo siguiendo a ti —confesó Gracia, notando que las calles que recorrían no las había visto, además lucían llenas de grafitis, abandonadas e inseguras.
—Y yo te vengo siguiendo a ti. ¿Qué hay acá cerca? Aparte de vandalismo y adicciones.
—No tengo la más mínima idea.
—Cayetano, no me hagas esto... ¿Y si nos asaltan? En aquella casa nos están viendo desde la ventana.
—¡Deja de apuntar! Camina viendo al frente, no muestres miedo y... Guarda el teléfono, no seas ocurrente.
—Iba ver el GPS —explicó Emilia con un puchero.
—Acá cerca está la calle Garmendia, creo, sigamos caminando, por ahí pasan camiones.
—Ah no, un trauma por día. Ya no me quiero subir a otro camión, ¿o ya se terminó la cita? —inquirió buscando la vista de Gracia, que caminaba sin expresión.
—No, te decía que ahí me ubico mejor. ¿Ya te quieres ir? Pensaba comprar nachos.
—Quiero nachos —afirmó antes de que él pudiera dejar de hablar.
—Sigue caminando que ese vago nos está siguiendo y en la ventana que dijiste no había nadie, creo que era un fantasma.
—¡Cállate, no es cierto! —El grito de Emilia hizo eco en la colonia, por miedo no pudo seguir andando.
—Era broma, solo quería que te apuraras, camina.
Los azulejos rojos y blancos en las paredes relucían a pesar de la antigüedad del local. La radio detrás del mostrador llenaba el ambiente de música, chistes ácidos del conductor y anuncios repetitivos, pero Emili y Cayetano no prestaban atención. Ellos estaban sumergidos en el olor del queso fundido y en su propia plática, mientras comían uno frente al otro en la mesa blanca con bancas rojas.
—Sí, cuando me mudé con Beba perdí un año porque el ciclo escolar estaba a la mitad —explicaba Cayetano.
—¿Y por qué te mudaste así? —Emilia ponía un jalapeño sobre su nacho sin ver la cara de su compañero.
—Mi papá me corrió de su casa.
—Ah —balbuceó levantando la cara sin soltar la comida. Carraspeó, bebió un sorbo de su agua de jamaica y ambos se quedaron viendo a otra dirección.
—No nos llevábamos bien, pero eso es algo que ya sabías... En fin, Cristina nos contó sobre esa escuela y el programa de becas. Para ese entonces Mateo y yo estábamos trabajando en una frutería acomodando mercancía en bodega, él había mejorado mucho su manera de ver la vida y yo quería volver a estudiar. Su madre estaba preocupada de que si nos separábamos se volviera a hundir, así que lo convenció de hacer el examen de ingreso. Aceptó casi a rastras y no quedó, yo sí; pero mi tía, así le digo a su mamá, pagó su colegiatura y mensualidad.
»Esa es la historia de cómo empecé a estudiar en un colegio privado.
—¡¿O sea que Mateo era mucho más tímido que cuando lo conocí?!
—Terrible. Tras el divorcio de sus papás, cayó en depresión, no porque le doliera, sino porque ya estaba con el autoestima por el suelo y su papá los amenazó con quitarles la casa, dejarlos en la calle y una sarta de babosadas más. Su mamá empezó a vender comida porque literal los dejó sin dinero.
»Son muchas cosas, el caso es que Mateo dejó de salir, de comer, empezó a fumar, solo se la pasaba durmiendo y jugando en la computadora.
—»Muchas veces me desesperé y lo amenacé con no volver a visitarlo, pero supongo que él también necesitaba un amigo porque al final me llamaba o me pedía que me quedara a conversar de lo que sea. Poco a poco se volvió más social y ahora, bueno, ahí va en su camino porn star, según él.
—Es un puerco, me encanta su dualidad. Pero es cierto, ha cambiado mucho.
»Me llegó a platicar ese problema que tuvo con su papá, las amenazas que recibían y que el señor era policía entonces nadie los escuchaba, ¿no? Es terrible que haya tenido que vivir todo eso porque es una persona genial. Me hace reír mucho cuando hablamos por mensajes, además su reporte de chisme fue un diez de diez. —Asintió elevando las comisuras de sus labios, a pesar de que Tano quería evitar reírse.
—No le hagas darte reportes de chismes, lo estresas.
—Solo lo hice una vez... bueno dos, pero es que es bueno en eso.
Ambos asintieron sin romper el contacto visual, lo que los hizo sonreír y sonrojarse al mismo tiempo. Tras una breve carcajada, Emili volvió la cabeza a la tierra:
—Por lo visto se les da bien conocer gente por internet. A mí no, olvidó responder, me da flojera hacer pláticas, respondo con emojis...
—Me consta —murmuró Cayetano antes de echarse un nacho a la boca, Lozada levantó la ceja con una mueca divertida.
—Prefiero el contacto físico —respondió con una mirada sugerente, logrando que Tano empezará a toser—. En fin, a Cristina la conociste por internet, pero ¿Mateo y tú no se separaron un tiempo? ¿Siguieron hablando?
—Sí y no —soltó intentando no toser, tras aclararse la garganta prosiguió—. Nos conocimos siendo niños, incluso estuvo en mi primera fiesta de cumpleaños cuando cumplí siete. También fue la primera vez que comí pastel, por cierto, ya que nací con diabetes gestacional y mi mamá no me dejaba comer nada dulce.
»Volviendo al tema, después de que murió la abuela de Beba, dejé de venir a la ciudad por tanto lo dejé de frecuentar. Con los años lo encontré de casualidad en redes sociales y pues jugábamos en línea, así que ahí volvimos a hablar poco a poco de nuestras vidas que seguían siendo caca.
—»Ahora que lo pienso, también a Andrea le empecé a hablar por internet ya que no estábamos en la misma escuela. —Emilia sonrió incómoda, moviéndose en su asiento y rompiendo el contacto visual, Cayetano quiso seguir el tema para mostrar que había una explicación detrás—. La moda era agregar personas que tuvieran amigos en común, una bobada. Es más fácil expresarte cuando no te ven la cara... En fin, esa es mi historia con mis amigos y la escuela, ¿cuál es la tuya?
—Pff. —Emilia rodó los ojos y mordió un nacho—. He estado en diferentes escuelas, me corrieron por problemática y por faltar. Mis "amigos" dejaron de hablarme con el tiempo y bueno, aquí estamos. No hay mucho que decir de mí que no sepas.
—¿Qué hay de tu amigo Mario? —inquirió fingiendo que aquella era cuestión casual.
—¿Marito bonito? Ag, ni me lo recuerdes. Me dejó de hablar porque no lo vi como novio.
—Lo siento.
—Es doloroso darse cuenta de que siempre hubo una doble intención en su actuar, pero ya no hay más que hacer. Me alegra tener nuevos amigos como ustedes.
Cayetano quiso sonreír de forma sincera, pero no le salió porque la palabra amigo no era lo que esperaba que ligara a su nombre. Emilia al notar sus propias palabras abrió los ojos y empezó a reír por lo bajó, pues no pensó antes de soltarlas. Sin saber que más decir para no empezar a dar explicaciones bobas y quedar como desesperada, dijo lo primero que pensó.
—¿A ti cómo te iba? En la escuela, me refiero, supongo que eras chico de dieces.
—Ah... Sí, aunque en la primera prepa que entré empecé a bajar calificaciones. Nunca reprobé, pero sí pasé de alto a medio.
—¿Por? ¿El amor? ¿Malas amistades?
—Naah, en ese entonces no me gustaba nadie. Apenas recuperaba mi amistad con Andrea y con Mateo, la gente me conocía por ser el callado del salón. Las pocas personas que me hablaba me trataban bien.
»Eran los problemas en casa, yo estaba harto de vivir con mi papá y me costaba poner atención.
—Te entiendo, claro que lo hago.
—En la primaria sí me llegaron a molestar, pero considero que comparado a otras personas, no estuvo tan mal. —Soltó una risa nerviosa al escuchar sus propias palabras, misma que se le contagió a Emilia—. Me refiero a que, había un niño que era como el alfa. Nos llevábamos bien y todos me trataban bien, pero en una navidad a mí me trajeron el regalo que él quería y eso le dio envidia, supongo, así que empezó a molestarme. No me pegaba, pero si me insultaba, me ponía apodos, y con él, todo el grupito que eran sus amigos me dejaban de hablar.
»Ya en secundaria se acabó todo. Fue equis, casi nadie me tenía en cuenta, solo tuve un amigo que terminó hablando mal de mí para conquistar a una mujer.
»Le dijo que yo era un mujeriego, que siempre andaba buscando chicas para conquistar y que solo quería acostarme con ellas —rememoró sin evitar soltar una carcajada—. Es absurdo, hasta tú te estás riendo, pero así fue.
—No te imagino haciendo esas cosas, ni siquiera eres capaz de dar un buen beso.
—¡Oye! Eso es porque no me has dado la oportunidad.
—Ay sí, me escupiste en la cara, mataste el momento. Mejor cuéntame más de ti.
—Pues ya es todo. El bachillerato duró poco porque mi papá me corrió de la casa y Beba llegó por mí al rescate. Ahora estoy aquí comiendo nachos con una rubia acosadora que no sabía matemáticas y a la que debí aceptarle desde el principio las clases de anatomía porque la muy maldita no me quiere dar ni un beso.
Emilia comenzó a toser, producto de sus ganas de reírse y tragar al mismo tiempo. Cayetano se burlaba dándole golpecitos en la espalda, de pie en su lugar al otro lado de la mesa.
—Que baboso.
—¿Yo? Tú ni masticar sabes.
El par de muchachos pasó a una tienda de mascotas a comprar alpiste y de ahí caminaron hasta el parque más grande de la ciudad, mismo que no tenía orines y contaba con un monumento en forma de mundo tan grande que fácilmente se podían sentar en la base y alimentar palomas mientras disfrutaban del viento y el danzar de los árboles.
—Mi papá dice que las palomas son los ratones de las aves. O sea, que equivalen a lo mismo. No tiene nada que ver, pero me acordé, y sí, quiero darles comida.
—Mi papá dice algo muy parecido, fíjate. Dice que son una plaga que solo caga todo a su paso y que deberían matarlas.
—Ay no, mi papá nunca mataría una. No sabes lo feliz que se puso cuando descubrió que en el árbol de mangos había nido —recordó Emilia, lanzando un puñado de alpiste.
—Tu papá es mejor que el mío. No lo conozco, pero bueno, cualquiera es mejor que él.
—No sé, con lo poco que me has contado de él siento que es una persona horrible y que posiblemente debería estar en la cárcel.
—No puedo negar ni afirmar nada —bromeó Cayetano con una sonrisa—. No sé qué tan mala persona es con los demás, pero a mí siempre me trató mal. De hecho con mi hermana es todo lo contrario, creo que ella ni siquiera tiene idea de lo que pasó antes de su nacimiento y cree que la última pelea fue la única.
—¿Última pelea? —inquirió Emili levantando la ceja.
—Cuando me corrió de la casa.
—Ahgg, me tienes intrigada con tu historia familiar. ¿Cuándo me vas a contar todo?
El chico puso recta la espalda y carraspeó.
—Puede ser ahora, digo no me molesta, solo que es un tema complicado y te pediría...
—Por supuesto que no se lo contaré a nadie —interrumpió Lozada, rodando los ojos.
—Solo quería estar segundo. Pero antes, déjame responder unos mensajes porque Beba me está buscando —avisó sacando el celular del bolsillo y texteando algo.
—Oh, sí... yo tenía que marcarle a mi mamá después de comer. Déjame ir a llamar.
Emilia saltó de la plataforma con su celular en mano y se alejó unos cuantos metros. Mientras tanto, Tano la veía andar con pasos tranquilos y el leve contoneo de caderas que sin darse cuenta le resultaba atractivo desde hacía tiempo.
Estaba pasando, de verdad tenía una cita con Emilia. En una cita romántica. Si unos meses atrás se lo hubieran dicho seguro se hubiese molestado y exclamado una sarta de groserías por sacar algo tan bobo. Pero no era bobo, eran sus sentimientos que crecían cada vez más y así como lo volvían feliz lo preocupaban.
Empezaba sus terapias, quizá se estaba adelantando al romance. Tal vez debía esperar a tener un diagnóstico o una mente más relajada antes de lanzarse así, pero realmente le era difícil imaginar que pasaba más tiempo y no era entre los brazos de la chica loca que lo volvía loco. De la mujer a la que podía depositarle toda su confianza. De la persona que lo motivaba a ser mejor.
Era rápido para saberlo, pero ya no podía frenar lo que sentía cuando la veía acercarse con la sonrisa en la cara y el viento revolviéndole el cabello.
—Bueno, ya le avisé. ¿Y tú? Ni siquiera tienes el teléfono en la mano —observó Lozada sentándose en el lugar anterior.
—Le mandé mensaje a Beba cuando te dije, solo le puse "sigo aquí" supongo que entenderá a qué me refiero.
—Entonces cuéntame —exigió cruzando las piernas y viéndolo a la cara.
—Pero antes...
Cayetano acercó más su cuerpo al de ella, esperaba que se quitara, sin embargo, Emilia correspondió el gesto. Posó su mano con cuidado sobre la mejilla de la chica y buscó sus labios con calma, reconociendo de inmediato la calidez y suavidad de los mismos. Se apoyó un poco más en su cuerpo para cerrar cualquier distancia entre ellos y entre abrió los labios para saciar esa necesidad de contacto profundo que burbujeaba dentro de sí, recibiendo una leve mordida por parte de Emilia, que lejos de disgustarle le erizo la piel.
—Si me cuentas tendrás la recompensa —avisó ella empujándolo levemente, Cayetano sonrió con el rostro enrojecido y el corazón desbocado. Volvió a su lugar, enderezando la espalda, con la sensación aún recorriéndole el cuerpo y palpitando su labio inferior.
—Tú me vas a volver loco.
—No me culpes a mí, así estabas cuando te conocí.
—Y ahora vas a saber porqué —soltó una risa nerviosa. La comedia antes de la tragedia porque humor le haría falta al desastre que llamó vida.
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Sé que no me esperaban, esto es gracias a AllbRossett ❤️denle gracias a él y felicitenlo pls
¿Disfrutaron del capítulo?
¿Algo les sorprendió?
¿Gritaron de emoción o solo yo?
¿Las palomas son las ratas voladoras?
¿El EmiTano es real?
Les dejo un edit antes de desaparecer. Nos leemos pronto ❤️
Gracias por seguir aquí, me llenan de alegría.