Estaba sentada en el sofá, no hacía nada, solo pensaba en lo horrible que sería mi vida ahora que Sebastián llegara a vivir al departamento. No sabía si de verdad podría soportar estar con él por mucho tiempo. Tenía miedo que en cualquier momento no pudiera convivir o bueno más bien, sobrevivir.
Aurora entraba a la sala con unas cajas, me suponía que eran las decoraciones del árbol. Según, sería nuestra primera actividad para empezar a llevarnos bien. Creo que no se les pudo ocurrir mejor cosa, que está.
—Vamos, quita esa cara y empieza a sacar tu espíritu navideño de algún lado—. Aurora tiraba las cajas al suelo—. No vas a lograr mucho si sigues así y supongo que tu misma lo sabes.
—Ya sé—. Me estiro un poco—. Pero siendo honesta no sé si soportar todo esto, es muy injusto lo que hace mamá.
—Ni yo lo sé, aunque no podía negarme, ya que al igual que ella, pienso que lo mejor para ti es que vayas a casa en estas épocas.
—Sí, lo único que lo impide es la grandiosa presencia de Sebastián.
—No te quejes tanto, es mejor que pienses que solo serán dos semanas.
Sonó el timbre, sabía que mi pesadilla apenas comenzaba; Aurora se acercaba a la puerta pata abrirla, entraba el responsable de que mis días de paz se acabarán.
—Chicas, gracias por recibirme.
Sebastián se había ido para acomodarse a uno de los cuartos que estaba vacío, mientras que Aurora y yo sacábamos los adornos y empezábamos a montar el árbol de Navidad.
—No me gustan los árboles de colores — dije mientras miraba el árbol rosa.
—Bueno a ti con nada se te da gusto —decía Sebastián mientras se acercaba para ayudarnos con el árbol—, yo puedo poner las luces, desde que era niño lo hacía.
—Vaya, sacas uno de tus grandes dotes —dije.
—Vamos, Anya. Sebas únicamente dio una propuesta y es válida, espero quites ese mal humor y nos ayudes.
Aurora tenía razón, empezaba a sonar como una amargada. Tenía que poner lo mejor de mí para que pudiéramos hacer esto.
Sebastián comenzaba a poner las luces mientras mi amiga preparaba ponche. Esto era lo que más extrañaba de casa, el ponche que hacía mamá.
—Mientras vivía en Europa no tomaba un ponche como el que hacía tu mamá, lo extrañaba mucho — dijo Sebastián rompiendo el hielo.
—Sí, les gustaba tanto a los demás que no le quedó de otra más que empezar a venderlo.
—Lo recuerdo, eso les ayudó mucho en los momentos difíciles.
Empecé a recordar cuando no teníamos tanto dinero para comer, la enfermedad de papá era más grave de lo que aparentaban y aunque trataban de ocultarlo, nos dábamos cuenta, bueno menos Laura que era muy chica.
—Debo de reconocer que Andrea fue de mucha ayuda para mamá, ellas eran como hermanas.
—Sí, mamá las quería como si fueran de su familia, no dejábamos de estar en fiestas de cumpleaños.
—Lo que más recuerdo, fue cuando Mara cumplió diez años —reí al recordar.
—Sí, todos tomamos dulces y la pobre de tu hermana se quedó solo con un chicle.
Reímos los dos, era cierto. Nosotros dos fuimos los más abusivos y teníamos mucho más dulces que los demás.
—No fue lo mejor de nuestra parte. Al menos mamá le dio un poco de mis dulces a Mara.
—Y yo te di le los míos.
Cuando dijo eso Sebastián empecé a recordar que nos llevábamos bien, éramos muy unidos a pesar de la diferencia de edad que teníamos. Solamente que no entiendo que fue lo que paso para que nos distanciáramos.
—Voy a ver cómo va Aurora con el ponche.
Me fui directo a la cocina, Aurora estaba con su celular, el ponche estaba terminado. No entendía que seguía haciendo acá.
—Estaban platicando muy agosto, deberías de volver con Sebas.
Vaya, ya le tenía mucha confianza como para decirle Sebas.
—¿Escuchaste todo?, así que por eso no ibas a la sala.
—Por supuesto, lo que menos quería era estorbarles—. Tomo las tazas de ponche—. Debes admitir que es muy lindo, creo que de verdad quiere llevarse bien contigo.
—Tengo mis dudas, pero creo que en parte tienes razón.
Aurora me miró con curiosidad.
—¿Le vas a sacar la verdad a golpes? —pregunto alarmada.
—No soy una loca. Voy a convivir para así poder descubrir cuáles son sus verdaderos planes y desenmascararlo con mamá.
Aurora dejó las tazas y se pegó la frente.
—Deberás que tú no entiendes.
Volvimos para poder terminar de decorar el árbol de Navidad, Sebastián y yo no terminábamos de ponernos de acuerdo en donde irían las esferas o las decoraciones. Era claro que teníamos puntos diferentes de vista y no podíamos ponernos de acuerdo. Aurora jugaba un papel principal como referí, si ella no estuviera, ya hubiera sacado a mi querido rival del departamento.
—Por favor, Anya —suplicaba Sebastián.
—Para nada, el oso no irá cerca del pingüino.
—Hay muchos pingüinos y osos, pueden ponerlos donde sea —propuso Aurora.
—No —contestamos Sebastián y yo.
—No sean ridículos, no pueden discutir por eso.
—Sí, puedo y más por este tipo sin gusto.
—La única que no tiene buen gusto aquí eres tú, dijiste que quedaban bien los adornos verdes, cuando es evidente que se perderían con el árbol y nadie los vería.
—No es como que mucha gente venga a vernos.
—Bueno, ahora estoy yo aquí y quiero que el árbol se vea bien.
—Les recuerdo que es mi árbol —intervenía Aurora.
—Ya lo sabemos—. Volvíamos a responderle los dos al mismo tiempo.
—Vamos, todo esto es porque voy a estar junto a ti hasta que terminen las vacaciones.
—Sí, porque yo confíe en ti y le fuiste con el chisme a mi mamá.
—Yo no tengo por qué darte alguna explicación —dijo Sebastián—, aunque te la daré, yo no le dije nada.
Yo creo que si le dijo la verdad y solo trata de justificar sus mentiras, para que así le crea. ¿Qué ganaba con todo esto?, algo debía de ser para que aceptara pasar estos días en el departamento.
—No te creo, si eso fuera así no estarías ahora viviendo con nosotras.
—Lo hago porque tu mamá me lo pidió. Recuerda, que yo ya no tengo a nadie. Pero claro, eso no lo puedes entender, ya que aún tienes familia, solo que no la valoras. Eres muy egoísta y sé que me podrás odiar, pero necesitas que alguien te lo haga ver, deja de ser una niña mimada.
—¿Tú qué sabes? —le pregunté ya bastante enojada.
—Tal vez, porque Laura llora al recordar que te fuiste para no saber, pero supongo que no lo sabes, ya que estad muy feliz aquí evadiendo tu realidad.
Punto para Sebastián. Tengo que reconocer que fue un golpe bajo.
No conteste y únicamente me fui a mi cuarto, me encerré para posteriormente desconectar mi teléfono y marcarle a Laura.
—No tengo dinero, así que si ya corriste a Sebastián es mejor que consigas un trabajo —dijo Laura.
—No, quería decirte que haré lo mejor de mí para pasar estas fiestas con ustedes.
—¿De verdad? —pregunto mi hermana con algo de emoción.
—Sí, te lo juro. Así tenga que ir al psicológico después, soportaré a Sebastián.
—¡Así se habla! —grito.
—Ya no te dejaré sola, te lo aseguro.
—Te extraño mucho, por lo menos Mara viene en ocasiones, pero tú te fuiste para no volver.
—Debiste decirme como te sentías.
—No quería que cargaran más con esto, sé que fuiste la que más sufrió. Era algo injusto de mi parte si pensaba en mi y no en ti.
—Sí, pero eres mi hermana chiquita y haría todo por ti.
—Y yo por ti.
Descubrí que en algo no se equivocaba Sebastián, mi hermana me necesitaba.
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