Removió la carne en la olla antes de regresar al cuero volviendo a pulirlo. Estaba haciendo una bolsa que esperaba intercambiar en alguno de los pueblos cercanos. No sería mucho, pero estaba seguro de que encontraría a alguien interesado, tal vez alguna ardilla. A estas les encantaba todo lo que sirviese para guardar los frutos que encontraban.
El ruido de alguien tocando a la puerta lo devolvió a la realidad y, al abrirla, vio a Liska con su madre.
—¿Sí? —preguntó mirándolas de manera alternativa.
—Liska dice que hoy has estado cuidándola —contestó la madre de Liska.
—Yo no la he cuidado, Liska ayudó a Mere —le explicó.
—Liska —le indicó su madre y esta sacó un paquete.
—Gracias por cuidarme —le agradeció mientras se lo tendía.
—No es necesario —se negó.
—Esto lo ha hecho Liska, ¿verdad? —le preguntó la madre a Liska y esta asintió de nuevo.
—Las hice para ti.
—Está bien —aceptó a regañadientes—. Pero no era necesario.
—Liska quería darte algo —le explicó la madre—. Y ahora nos vamos. Gracias por cuidarla y lograr que vuelva a correr con otros niños —se despidió antes de marcharse.
—Pero si yo no he hecho nada —murmuró negando con la cabeza mientras miraba el paquete entrando e iba a abrirlo cuando llamaron a la puerta de nuevo.
—¿Sí? —comenzó a preguntar cuando, al ver que era Mere y su madre, se detuvo preparándose por si lo acusaba de algo.
—Toma —le dijo Mere alegre tendiéndole un paquete.
—Gracias, ¿qué es?
—Bolas de verduras fritas —contestó—. Las de mi madre son las mejores del pueblo, así que le pedí que te hiciese algunas —le explicó Mere con un deje de orgullo—. Y no te preocupes, la abuela Nejil nos dijo que la mezclase con carne seca antes de freírla para que pudieses comerlas.
—Muchas gracias, pero no tenías que haberte molestado —negó.
—Mere insistió mucho en que te las hiciese, así que tómalas —intervino su madre.
—Tan solo si aceptáis esto —replicó cogiendo varias acelgas y dándoselas.
—No... —comenzó la madre.
—Somos dos carnívoros sin hijos con un huerto y yo soy muy bueno con las verduras, así que cógelas —la interrumpió—. Cógelas —repitió.
—Yo las cojo —asintió Mere haciéndolo feliz—. Pesan mucho.
—Ya te he dicho que soy bueno —le recordó sonriendo cuando vio que Mere miraba sus colmillos, asustado— ¿Quieres tocarlos?
—¿Tocarlos? —le preguntó Mere sorprendido.
—Tan solo ten cuidado de no tocar los extremos para no cortarte con ellos —le advirtió agachándose y después de un momento de duda Mere los tocó con cuidado.
—Son muy duros —murmuró—. Y los de la parte de atrás son como los míos —añadió mostrándoselos.
—Vosotros solo coméis verduras por eso todos son planos, pero nosotros necesitamos colmillos —le explicó.
—Son muy bonitos.
—Gracias.
—Yo también quiero unos colmillos.
—Los tuyos son mejores.
—¿Mejores?
—Morderse la lengua duele mucho —le explicó.
—Ah —asintió haciendo una mueca al comprenderlo.
—Tan solo recuerda que no debes tocar los dientes de nadie —le advirtió—. Esto lo he hecho porque somos amigos, pero no debes pedírselo a nadie ni aceptar si te lo ofrecen, sobre todo otros niños, ¿entendido? —le advirtió serio—. La boca de los cazadores es muy importante para nosotros.
—¿Cómo la cola para los conejos?
—Sí —contestó. No tenía ni idea de si era tan importante o no, pero, por su cara, parecía serlo, así que sería un buen ejemplo.
—Entiendo. Entonces, mira —le dijo serio y, para su sorpresa, se dio la vuelta bajándose los pantalones para mostrarle una esponjosa cola gris.
—Mere —lo regañó su madre escandalizada.
—Él me ha dejado tocar sus dientes —se defendió.
—Es muy... bonita —dijo él por fin.
—¿Verdad? Tengo la cola más esponjosa de todos mis hermanos —le explicó moviéndola.
—Tócasela —murmuró la madre entre dientes—. Tócasela y dile lo esponjosa que es o no la guardará. Siempre es lo mismo —lo azuzó así que acercó el dedo con cuidado tocándola.
—Muy esponjosa. Pero no deberías enseñar tu cola a cualquiera —le advirtió.
—Y no lo hago —replicó poniéndose bien los pantalones—. Solo a ti.
—Gracias.
—Y también a mis padres, a mis hermanos, a mis abuelos, a mis primos, a mis tíos, a...
—Me lo llevo —lo interrumpió su madre—. Gracias por las acelgas. Y gracias por cuidar de Mere hoy y ayudarlo.
—No importa —negó—. Solo le expliqué algunas cosas sobre cómo lavar la ropa.
—Ahora puedo quitar las manchas de moras mejor que madre —presumió Mere con orgullo.
—Si lo dices demasiado, tu madre acabará poniéndote a ti al cargo de lavar ese tipo de manchas —le advirtió.
—Eso es una buena idea —asintió la madre de Mere.
—En realidad, no soy tan bueno —negó haciendo que él y la madre se riesen antes de despedirse por lo que regresó poniendo ambos paquetes uno al lado del otro antes de mirarlos.
—¿Qué es eso? —le preguntó Nalbrek abriendo la puerta al ver los paquetes.
—Regalos —contestó—. Y bienvenido, la comida está casi lista.
—Gracias. Acompañé a Sujan hasta el río y acabamos retrasándonos.
—Yo también quería ir y despedirme de él —se lamentó.
—Baem no lo consideró una buena idea y estoy de acuerdo. A pesar de que es fácil de manejar ahora por lo ocurrido, es arriesgado que te vea.
—¿Y a ti sí?
—Los seguí a distancia. Quería asegurarme de que se marchaba.
—Es un oso con menos de un tercio de su polla, no es ninguna amenaza.
—Sigue siendo un oso. Un oso que te odia por lo que le hiciste.
—Yo no hice nada, fue él quien eligió a los gusanos, no es culpa mía.
—Sujan no lo ve así. Pero ahora está en el río camino de su nuevo pueblo, uno de osos a dos semanas de aquí. No creo que lo volvamos a ver.
—Sobre todo porque tiene prohibida la entrada en el pueblo —confirmó mientras Nalbrek se aseaba.
—¿Y entonces los paquetes? —retomó el tema.
—Hoy me encontré con dos niños cerca del río y, por alguna razón, sus madres me han traído esto como agradecimiento —le explicó.
—¿Has estado cuidando niños? —le preguntó Nalbrek abriendo los paquetes, uno con carne seca y el otro con bolas de verduras medio cocidas.
—No. Tal vez me hayas marcado, pero yo no cuido niños —le advirtió.
—¿Estuviste con ellos? —Él asintió—. Entonces los estuviste cuidando.
—Ya te he dicho que no. Solo ayudé a uno de los niños porque se manchó la ropa, así que le enseñé como limpiarla.
—¿También le enseñaste a lavar? —inquirió y él iba a negar, cuando se detuvo.
—Ese niño tenía problemas y alguien tenía que ayudarlo. Pero no lo estaba cuidando —se reafirmó.
—Está bien. No lo estabas cuidando —aceptó condescendiente y, al oírlo bufó.
—Porque no lo hacía. Y mañana él y Liska van a venir para que les enseñé a trabajar el cuero. ¿Qué? —le preguntó a la defensiva al ver como lo miraba.
—Nada —le aseguró—. ¿Y Hilmar?
—¿Himar? —repitió mientras llevaba la comida a la mesa sentándose.
—Se va a marchar. ¿Sabe cuándo?
—Aún no. Esta mañana hablé con él de nuevo y ya ha acabado la mayor parte de los preparativos, así que no creo que tarde mucho en partir —le explicó pensativo—. Su plan es aprovechar que es invierno para forzar su entrada en la ciudad, si aun así no resulta, planea seguir buscando un poco más antes de regresar, por lo que no puede calcular cuánto tiempo estará fuera, algo que complica aún más los preparativos.
—¿Y el humano qué piensa de todo esto?
—No está contento con la idea de que Hilmar se marche, pero creo que ha comprendido que no tienen alternativa. Estoy enseñándole algunas cosas porque yo no pienso ocuparme de todo.
—Así que no solo te vas a ocupar de los niños, sino también del humano.
—Que yo no me ocupo de ningún niño y del humano lo hago porque hice un trato con Hilmar —le recordó molesto.
—Claro, claro.
—La próxima vez, le echaré picante a tu comida —le advirtió.
—Buenos días, llegáis... —se detuvo.
El día anterior invitó a Mare y a Liska a su casa para enseñarles a trabajar el cuero pero, por alguna razón, había casi una veintena de niños allí.
—¿Qué significa esto? —exigió y una veintena de voces respondieron a la vez—. ¿Estáis diciendo que todos queréis aprender? —resumió después de escuchar por un momento las respuestas dispersas y todos asintieron. Una veintena de niños entre dos y once años—. Está bien, pero es imposible que entréis todos en mi casa, sois demasiados, así que iremos a otro lugar. Y que alguien llame a ese humano inútil. Si yo tengo que cuidarlo, bien puede ayudarme ahora. Vosotros, id a por él —señaló a dos ardillas y estas se escabulleron—. Los demás, que todos los que quieran aprender se aseguren de tener aguja e hilo antes de ir a la entrada del pueblo. Vamos —los azuzó antes de darse la vuelta. Mejor conseguía más material.
Algún tiempo después había conseguido cierto orden. El humano, con algunas de las niñas más mayores, cuidaba de los niños más pequeños, los cuales, a pesar de ser incapaces de coser, se empeñaban en hacerlo, así que les consiguió una buena cantidad de hojas y palos con los que hacían agujeros en las hojas antes de pasar a las siguientes. Otro grupo de niños mayores cuidaban de los que se habían cansado, asegurándose de que ninguno se escapaba mientras el resto cosía un pequeño saco con resultados diversos bajo su supervisión. Supervisión que no era tan buena como debería, ya que debía vigilar a los niños para asegurarse de que nadie perseguía nadie y aunque se suponía que los mayores sabían qué hacer, en más de una ocasión tuvo que salir corriendo para atrapar a dos niños y levantarlos del suelo. Aquello era agotador.
—Así está bien —la felicitó devolviéndole el saquito a una niña que no debía tener más de cinco años, la cual se marchó orgullosa.
En realidad, aquellas puntadas dejaban mucho que desear, pero dado el esfuerzo que estaba poniendo, no podía por menos que felicitarla. Cogió el saquito que le tendía el siguiente niño intentando levantar la cabeza y es que uno de los niños ardilla más pequeños, que no debía tener más de dos años, había decidido practicar su capacidad de trepar en él y no hacía más que subir por su espalda, sus brazos, y aunque pesaba, lo prefería a que lo hiciese en su forma animal. Con lo que pequeño que era, si se transformaba, sería casi imposible atraparlo.
—Vosotras, no se persigue —les gritó a dos niñas, las cuales se detuvieron—. Correr sí, pero nada de perseguir. Y tú vigílalas —le advirtió a Rishi.
—Perdón —se disculpó este, que estaba ayudando enhebrando la aguja una y otra vez para aquellos niños.
—¿Hilmar?
—Ha ido a uno de los pueblos, hay un grupo irá hacia el este, así que hará parte del camino con ellos —le explicó.
—Sería lo más sensato —lo apoyó—. No vayáis al bosque —les grito a un grupo de niños, los cuales se congelaron.
—Pero el río... —comenzó uno de ellos
—Para ir al rio, debe acompañaros alguien mayor de doce años. Traedlo y podréis ir —les dijo y estos hablaron entre sí cuando el niño ardilla cayó de su hombro, por lo que tuvo que cogerlo en plena caída poniéndolo de pie tan solo para que volviese a intentar subirse mientras lo pisaba. Compadecía a los padres. Vio como uno de los niños que quería ir al río regresaba al pueblo así que se volvió hacia Rishi.
—¿Estás ayudando a Hilmar a preparar las cosas?
—¿Preparar las cosas?
—Imagino que no —murmuró cuando un agradable olor comenzó a extenderse haciendo que su estómago protestase dándose cuenta, por primera vez, de que había pasado la mañana allí con los niños. Debía hacer el almuerzo, se lamentó—. Creo que será mejor que vayamos a comer —les dijo recibiendo como respuesta un coro de protestas y es que, al parecer, todos quería terminar la bolsa—. Está bien —asintió disgustado—, después de comer seguiremos, pero ahora regresad. Hay que comer para crecer —les advirtió cuando vio a varios padres y madres acercándose con cestas y comenzando a repartir comida a los niños, que empezaron a comer mientras hablaban animados.
—¿Qué es esto? —le preguntó a la madre más cercana cuando se acercó a él.
—Bueno, tú has estado todo el día con los niños y Nejil dijo que deberíamos preparar comida para todos —le explicó tendiéndole uno de los envoltorios.
—Gracias —le agradeció sorprendido porque le diesen comida a él también.
—Llevas toda la mañana cuidando a los niños, es lo mínimo que podíamos hacer —replicó otra madre acercándose.
—Yo no estoy... —comenzó molesto cuando una niña se acercó con su envoltorio, así que lo cogió sin pensar para abrírselo cuando se detuvo—. Estoy cuidando niños, ¿verdad?
—Yo diría que sí —asintió la primera madre y al oírlo suspiró. Dichosos instintos de marcado.
—No vayáis por ahí —les gritó a varios niños antes de bufar. De alguna manera llevaba los últimos días cuidando niños y cada noche, cuando Nalbrek regresaba, lo miraba divertido, algo que él ignoraba ya que ¿qué iba a hacer? No podía dejar a los niños solos—. Tú, baja —cogió a uno de los niños más pequeños que había comenzado a subir a un árbol bajándolo. Después de aquel primer día, Baem le pidió que siguiese cuidando a los niños, ya que con él estos parecían olvidar sus divisiones, así que Baem, Sarnat, Nejil y varias personas más decidieron usarlo como base de su plan para conseguir que las cosas regresasen a la normalidad y él no pudo negarse, comenzando a cuidar de los niños para diversión de todos. Un zorro cuidando niños, aquello era absurdo.
Pero en esos momentos el pueblo debía arreglar la brecha que surgió entre herbívoros y cazadores, sin olvidar a Lin y su segunda camada, que nacieron hacía un par de días cumpliéndose las peores expectativas y ahora tenían en menos de un año a dos camadas que sumaban diecinueve gazapos de los cuales solo tres podían cambiar a humano y de esos tres solo uno permanecía el tiempo suficiente en ese estado para poder empezar a aprender palabras. Tan solo esperaba que ahora que Lin podía empezar a volver a su forma humana, más gazapos de la segunda camada la imitasen, aunque por ahora Lin estaba demasiado cansada y aturdida por pasar tanto tiempo en su forma animal, dependiendo todo de su familia.
Un penetrante chillido recorrió el bosque y al poco vio como un ave pasaba a toda velocidad mientras volvía a resonar el mismo penetrante sonido que hizo que su corazón se acelerase hasta que se obligó a calmarse al ver que los niños entraban en pánico.
—Que nadie se mueva —les advirtió severo y es que noquería una estampida—. Los niños menores de cuatro años que no sean cazadores y los cazadores más mayores, que se transformen —ordenó y estos obedecieron, porlo que, con ayuda de varios niños, cogieron a los niños pequeños subiéndolos encima de los cazadores—. Corred tan rápido como podáis —les indicó viendo como estos se perdían—. Vamos, pero no corráis —les ordenó a los demás comenzando a avanzar con rapidez hasta que regresaron al pueblo y es que aquella era laseñal de que alguien los iba a atacar.
Tenemos invitados no deseados en el pueblo. ¿Sabéis quiénes son? 👀