Grabado en Piedra

By HoshiNoNegai

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SessRin - AU - Rin nunca tuvo mucho interés en saber quién era el muchacho que la entrenaba clandestinamente... More

1. El chico en el bosque
2. Aires de guerra
3. Kanade
4. Amuleto de buena suerte
5. En tu ausencia
6. A ambos lados de la guerra
7. Regresos y partidas
8. El Demonio Blanco
10. Camino al oeste
11. Retrocediendo y avanzando
12. Cicatrices internas
13. Sin secretos, sin protocolos
14. Shiroyama
15. El último adiós
16. En las sombras
17. Grandes Señores
18. El tesoro perdido
19. Lazos familiares
20. Voz de alarma
21. Contrarreloj
22. La joya y la araña
23. La noche más larga
24. Al final del túnel
25. Un nuevo día
26. Reconstruyendo el futuro
EPÍLOGO - 5 años después

9. La verdad, al fin

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By HoshiNoNegai

Rin terminaba de peinar su largo cabello cuando el súbito abrir de la puerta la sobresaltó. La señora Tomoko estaba en el umbral con una expresión grave e inusualmente sobresaltada; una pequeña multitud se arremolinaba a sus espaldas. Guardias y sirvientes por igual murmuraban entre ellos, observándola sobre los hombros y cabeza de Tomoko.

La joven tragó grueso mientras se ponía en pie.

―Rin ―le dijo Tomoko, con una voz que no reconocía. La mano que mantenía sobre la puerta temblaba―. Has sido llamada al comedor.

―¿Kanade está bien? ―Rin sintió cómo se estrechaba un nudo en su estómago. No le gustaba la expresión en el rostro de la mayor.

―Te han llamado a ti. Rápido ―las personas que se habían reunido para observarla abrieron espacio para que ambas, acompañadas de un séquito de cuatro guardias, avanzaran por el pasillo. Rin se retorcía las manos, mirando hacia todos lados como si pudiera así encontrar alguna explicación.

―¿Qué está pasando, señora Tomoko? ¿Quién me está llamando?

Ya fuera para guardar las apariencias o porque era incapaz de hacerlo, Tomoko no giró la cabeza para responderle.

―El comandante Taisho.

De haber estado solas se hubiera detenido, pero los guardias que cerraban el paso la empujaron cuando trastabilló por la impresión.

―¿El comandante de Shiroyama? ―logró musitar ahogadamente.

―¿Lo conoces?

―No ―negó. Pero el alma se le cayó a los pies cuando pensó en Yako.

Su mente iba a toda velocidad tratando de darle sentido a lo que sucedía. Quizás el que se encontraran a escondidas estaba prohibido, y de alguna forma habían sido descubiertos. ¿El comandante iba a castigarlos? No dejaba de oír que era un hombre brutal y sanguinario... ¿Le habría hecho daño a Yako?

Se estremeció sin control al pensar en esa posibilidad, tratando de encontrar algún otro motivo por el cual supiera de su existencia y exigiera su presencia. Yako era lo único que los conectaba.

Pero... incluso si esa fuera la razón, ¿por qué la llamaba al banquete? ¿Por qué tendría que castigarlos en frente de todos los invitados? No tenía ningún sentido... a no ser que quisiera dar el ejemplo con ellos, que... quisiera hacer una demostración pública de lo que sucedía con aquellos que lo disgustaban.

Pero Yako no es su verdadero nombre, recordó con un espantoso vacío en el estómago. ¿Y si él es...?

No. Yako no puede ser ese hombre horrible al que todos le temen. Él no es así. Él nopuede ser así.

―¿Por qué...? ¿Por qué me mandó a llamar? ―preguntó con un nervioso suspiro. Su mente iba tan rápido que no podía ordenar sus ideas.

―No estoy segura. Escuché gritos y discusiones en el comedor, y lo siguiente que sé, es que el señor Saito me mandó a buscarte... por órdenes de él.

―Pero, ¿por qué a mí?

―No lo sé ―la miró sobre su hombro. Parecía casi tan asustada como ella, y si la impávida señora Tomoko mostraba tal temor, mayores motivos tenía para angustiarse―. Prepárate.

Finalmente llegaron a las puertas del comedor, que bullía de susurros tanto dentro como fuera de la estancia. El rellano también estaba repleto de personas tensas e impresionadas, que la miraban con la misma extrañeza que ella a ellos.

Tomoko la tomó de la mano por un momento y la apretó en muestra de apoyo. Cualquier otra persona la habría empujado sin la menor consideración. Estoy contigo, le decía con aquel pequeño gesto y con la última mirada que le lanzó antes de que las puertas se abrieran.

El comedor estaba cubierto por una fina nube de alcohol, tabaco e inciensos, un olor que casi le dio arcadas en contraste con el aire limpio del exterior. Ahí adentro también la miraban sin comprender. Algunos molestos, otros incrédulos. Rin jamás se había sentido tan mareada en toda su vida.

O eso pensó antes de reparar en las figuras en la cabecera de la estancia.

Yako.

Yako la observaba con fría calma. Por un ínfimo instante tuvo el impulso de sonreírle, ya fuera por los nervios o por el alivio de verlo sano y salvo. Pero aquel impulso se desvaneció al reparar en las otras personas que estaban de pie con él. Además de los legionarios y soldados de Tesseimori, el terrateniente tenía sus ojos negros clavados en ella, su rostro se arrugaba con una rabia más allá de las palabras.

Y luego estaba el joven señor... lívido, oprimiendo la mandíbula con tanta fuerza que debía dolerle.

Regresó la mirada a Yako, quien vestía una impresionante armadura con una gran estola en su hombro derecho, al lado de los líderes de Tesseimori.

Las piernas le fallaron, pero milagrosamente se mantuvo en pie.

Oh, Dios...

―¿Esta es tu idea de una broma, Taisho? ―escupió el terrateniente, señalándola con un dedo acusador―. ¡Es una jodida sirvienta! ¿Me estás diciendo que mi nieta está por debajo de esta perra cualquiera?

―Es lo único que aceptaré ―respondió Yako con serenidad, pese a que sus ojos centellaron con advertencia.

―¿Tienes idea del grave insulto que esto significa? ¿Cómo osas rechazarme de esta manera?

―Su ofrecimiento nunca fue solicitado.

―Padre ―advirtió el joven señor cuando el terrateniente tomaba la empuñadura de su espada. Los hombres de Shiroyama lo imitaron, pero su líder, en cambio, permaneció impávido. Como si lo retara silenciosamente a desenvainar; como si quisiera que lo hiciese.

―Si tanto la quieres, llévatela ―escupió el anciano con rabia―. Considérala un regalo. Pero aceptarás la mano de mi nieta, muchacho. No te permitiré que me insultes de esta manera.

―No acepto órdenes, Saito.

Tomoko retrocedió hasta la pared. Rin quería pedirle que se quedara con ella, pero no podía abrir la boca. La siguió con ojos nerviosos y se topó con Kanade, igual de pálida que su padre y casi tan confundida como ella misma. A su lado, la señora no ocultaba su disgusto ni confusiónmientras clavaba sus oscuros ojos en ella.

―¿Cómo te atreves...? ―empezó el terrateniente, devolviendo la atención de Rin hacia el frente. Por suerte, el joven señor le tomó la muñeca antes de que desenvainara.

―Padre, por favor. Recuerda que nuestros aliados están observando ―le musitó por lo bajo, forcejeando para controlarlo.

―¡Exactamente! ¡Todos están observando este descaro!

Más bien te están viendo borracho, fue lo que parecía pensar el joven señor por la mirada que le lanzó.

―Sé que podemos llegar a un acuerdo. En privado ―puntualizó con una ligera cabezada hacia Yako―. Dejemos que nuestros invitados disfruten del resto de la velada.

El terrateniente se liberó del agarre de su hijo con una sacudida furibunda. No estaba dispuesto a rendirse tan fácilmente.

―¿Qué tiene de especial esta perra, eh? ¡Es repulsiva! ¡Raquítica! ―viejo imbécil, se indignó Rin en medio de su aturdimiento―. Piensa en la descendencia que te puede dar, ¡serás el hazmerreír de tu pueblo si desposas a una criada! En cambio, con mi nieta tendrás más estatus, más poder, ¡una alianza provechosa!

―Padre...

―¡Taisho no entiende lo que está haciendo! ¡Llevará a su país a la ruina por un... por un capricho!

―Discutámoslo después con calma, padre. Por favor ―insistió Toshio con firmeza. Sin embargo, su padre parecía rabiar aún más en contraste con Yako, que permanecía impasible. Rin aprovechó para mirarlo de reojo.

Todo este tiempo había conocido... y amado al regente de una nación. A un hombre que, si los rumores eran ciertos, era... un demonio.

Aquellos ojos dorados se posaron sobre ella. La examinaban fríamente. Y pese a los años que había compartido con él, le parecía que era un extraño quien la miraba. Un extraño peligroso.

Y tuvo miedo.

Desvió su visión al suelo, incapaz de seguir manteniéndola en él. Quería saber su verdadero nombre y saber más de él... pero no así. No frente a tanta gente, no con los gritos del terrateniente de fondo ni el peso de tanta atención sobre ella.

Se sentía expuesta como nunca en su vida.

―¡Cómo te atreves a despreciar mi sangre, mi legado! ¡Taisho, eres un maldito malagradecido! ¡Después de todo lo que Tesseimori ha hecho por Shiroyama y por la alianza! ―los alaridos del alcoholizado terrateniente la hicieron volver en sí. De repente, lo tenía a escaza distancia, gritándole en la cara. Intentó retroceder, pero él la tomó de los brazos y comenzó a sacudirla fuertemente―. ¿Quién te crees que eres, mocosa, para meterte en mis planes? ¿Ah? ¡Apuesto que te dejaste follar y ahora...!

―¡Padre!

Pero el grito del joven señor no fue precisamente para detenerlo, sino porque Yako tenía la punta de su espada en su nuca.

―Estoy cansado de repetirme, Saito, así que diré esto una sola vez ―su voz era grave, con una ira contenida que la asustó. Y no era la única―. Suéltala.

Los guardias y legionarios rodearon a Yako, cada uno con sus naginatas y espadas en su dirección. En respuesta inmediata, los propios hombres de Shiroyama empuñaron sus armas, listos para la pelea. Ninguno de ellos parecía preocupado de que los superasen en número, y los ojos de su líder seguían clavados en el viejo terrateniente, ignorando la docena de hojas apuntándolo.

Varios de los invitados se removieron; los más cercanos se levantaron, ya sea para alejarse de la escena, o para empuñar sus propias armas. Las concubinas y sirvientas se retiraron asustadas al otro extremo del comedor. Miyoko situó a Kanade a su espalda, sujetándola de tal manera que no pudiera moverse ni ver bien lo que sucedía.

Hasta que el terrateniente, en un atisbo de cordura, aflojó su agarre. Rin aprovechó ese momento para aumentar la distancia entre ambos, y por suerte nadie la detuvo. Su corazón latía tan rápido y se sentía tan enferma que todo comenzaba a darle vueltas.

―Bajen sus armas ―ordenó el joven Saito, ya que su padre había quedado mudo de repente―. Ahora. No haremos de este comedor un campo de batalla.

Los de Tesseimori obedecieron poco a poco, aunque los legionarios eran renitentes a recibir órdenes de alguien que no fuera su líder. Sin que Yako tuviera que decir nada, los de Shiroyama envainaron al unísono y dieron un paso atrás.

Toshio aprovechó este pequeño instante para darle una significativa mirada a la señora Tomoko, quien estaba al lado de su esposa e hija, y ante la cual asintió. Tomó la mano de Rin y la jaló hacia ella.

La lívida muchacha se resistió un poco. Miraba consternada entre Yako y su protector, como si intentara comunicarse con ellos.

El joven señor captó su mirada, pero no le devolvió una sonrisa conciliadora como siempre hacía. Su preocupación parecía superarlo, pese a que la controlaba con una tensa capa de serenidad.

Y Yako... ―o mejor dicho, Sesshomaru Taisho―. No sabía qué significaba su expresión. Su rostro estaba inescrutable, como tallado en mármol. No había ni rastros de la tenue complicidad que existía cada vez que estaban juntos.

No había nada que pudiera reconocer en el hombre que amaba.

―Es una maldita sirvienta ―escupió el terrateniente, dándose la vuelta para encararlo―. Y tú un imbécil por despreciar mi generosidad. Mi sangre vale más, mucho más, de lo que tienes idea.

―No deberías preocuparte tanto por la sangre, padre, porque ella también es tu nieta ―su hijo le respondió ecuánime. Rin estaba a punto de salir del comedor cuando sus talones se clavaron en el piso y casi se lastimó el cuello al girar bruscamente la cabeza.

Tanto ella como el anciano hicieron la misma pregunta al mismo tiempo:

―¡¿Qué?!

La voz de Rin apenas se escuchó como un suspiro enmascarado por el grito indignado del regente. Y cuando Toshio respondió a su padre, su rostro se veía más sosegado. Como si hubiera tomado una decisión que le brindaba paz.

―Y no es ninguna bastarda, es una Saito en toda regla.

―Vamos, Rin ―instó Tomoko, jalándola y cerrando la puerta al salir. Si antes estaba mareada, no sabía cómo clasificar lo que sentía ahora.

―¿Es cierto? ―jadeó, incapaz de alzar el tono. Incluso en el pasillo se escuchaba la amortiguada discusión. Ignoró el tumulto que se volvía a formar, a las personas que salían por las puertas del otro extremo, a los que estaban aún reunidos ahí afuera.

―No soy quién para hablar de eso...

―¡Pero el señor lo dijo! ¿Es cierto?

Tomoko le dedicó una mirada llena de circunstancias que lo decía todo. No era el lugar adecuado, especialmente con todos los ojos puestos sobre ella. Los de la señora Miyoko, más que ninguno, parecían taladrarla con una fuerza superior.

―¿Qué fue todo eso? ―Kanade rompió el pesado ambiente, sacudiendo la cabeza como si acabara de despertar de su sopor―. Rin... ¿ése era el soldado del que me hablaste?

La joven giró su pálido rostro hacia ella, parpadeando varias veces en un intento de darle orden a sus ideas.

―Él es... Yako ―fue todo lo que pudo decir.

La niña soltó un suspiro incrédulo antes de que Tomoko les indicara que debían retirarse.

―¿Qué crees que haces? ¿Me estás dando órdenes? ―se indignó la señora.

―Sigo instrucciones de su señor esposo, mi señora.

―Rin, ¿estás bien? ―Kanade se situó a su lado, preocupada.

―¿Qué pasó antes de que llegara, Kanade?

―El terrateniente me ofreció al comandante, pero mi padre dijo que yo era muy joven todavía. Y el comandante dijo que no quería llevarme, que no le interesaba. El abuelo se enfadó porque estaba rechazando una gran oportunidad de formar una alianza y... y el comandante dijo que sólo aceptaría una cosa a cambio. Entonces dijo tu nombre.

Rin ya intuía algo así, pero que Kanade se lo confirmara la ubicaba más sólidamente en la realidad. Y no la hacía sentir para nada mejor.

―¿Qué va a pasar ahora? ―miró a Tomoko, como si ella tuviera todas las respuestas.

―Me temo que nada bueno ―contestó por lo bajo―. Perdóneme, mi señora, pero usted y los niños deben ir a un lugar seguro ―hizo una seña a uno de los guardias cuando doblaron un pasillo e intercambió unas rápidas palabras entre susurros con él.

Kanade tomó la mano de Rin.

―¿Y Rin? Viene con nosotros, ¿verdad?

―No seas tonta, Kanade ―negó su madre―. Ella ya no pertenece a Tesseimori.

―¿De qué estás hablando? ¡Claro que sí! ¡Es mi dama de compañía, debe quedarse conmigo!

―¿No entendiste lo que pasó en el comedor? El comandante Taisho la reclamó. La prefirió en tu lugar.

―Eso no es culpa mía. De todas formas yo no quería casarme con él ―respondió mordaz la niña.

―Señora, por favor ―la cortó Tomoko con urgencia antes de que pudiera regañar a su hija―. Deben irse ahora. Tomen a los niños y síganlo, estarán a salvo.

―Pero Rin...

―Rin estará bien ―le dijo, haciéndole un gesto al guardia para que se dieran prisa.

―No, ¡espera! ¡Rin! ¡Rin, ven con nosotros!

La joven hizo un esfuerzo por volver en sí ante su angustia. Tomó la mano de la niña entre las suyas y la estrechó, esbozando una sonrisa tan conciliadora como fue capaz.

―Todo estará bien, ¿de acuerdo? Hazle caso a tu madre y cuida de tus hermanos. No sé qué vaya a pasar ahora, pero... lo importante es que estén a salvo. Hazlo por tu padre, ¿sí?

―No quiero separarme de ti...

―Yo tampoco quiero, pero al menos por ahora debemos hacerlo. Anda, deben irse ―la soltó con todo el dolor del alma. No sabía si sería una despedida por sólo esa noche o una definitiva. No tenía la certeza de absolutamente nada en ese momento; nada más allá que deseaba que Kanade y sus hermanitos estuvieran fuera de peligro. Había tantas cosas que quería decirle, pero lo apremiante de las circunstancias se lo impedía.

Con suerte, podría decírselas al día siguiente. Si efectivamente Yako ―el comandante Taisho, se forzó a corregirse― se la llevaba, esperaba que por lo menos le diera la oportunidad de despedirse.

―¿Adónde iré yo? ―preguntó a Tomoko cuando siguieron por el pasillo.

―A tu habitación, por ahora.

En cuanto llegaron y estuvieron a puertas cerradas, Tomoko la tomó de los hombros con una expresión de urgencia que le retorció aún más las tripas.

―Escúchame. Es posible que esta noche las cosas se salgan de control, así que necesito que ante el menor indicio de problemas, te escondas en los pasadizos y evites que te vean.

―¿Problemas? ¿Cree que el joven señor...? ―tragó grueso, recordando la súbita realización que había notado en su rostro al momento de marcharse―. ¿Cree que mate al terrateniente?

―Es posible que lo intente. Y él no se lo dejará fácil, ebrio o no.

Rin se detuvo un instante para pensar en la magnitud de lo que estaba por suceder.

―El joven señor lo hace para proteger a Kanade, ¿verdad? ¿O hay algo más?

―Tiene muchas razones. Sabía que no tardaría en dar este paso, y después de la escena en el comedor, dudo que deje pasar esta oportunidad.

―¿Oportunidad? ¡Tesseimori está repleto de aliados del terrateniente! ¡Es una locura!

―¡Baja la voz! ¿Crees que el señor no lo sabe? ¿Por qué crees que me ordenó sacar a su familia de aquí?

Su corazón dio un vuelco. Él le había dicho, tantos años atrás, que si las cosas se ponían feas por la guerra, ella debía huir con su familia. Le hizo prometer que lo obedecería. Y ahora...

―Él me dijo que... debía ir con ellos...

―Rin... ―Tomoko titubeó al buscar las palabras adecuadas―. No creo que el señor pueda cambiar el hecho de que el comandante te haya reclamado. Y sería muy peligroso enfrentarse a él, es una pelea que no podría ganar.

Rin se estremeció, pensando en la posibilidad de un enfrentamiento entre el joven señor y Yako... el temible Demonio Blanco.

Tomoko se veía tan atormentada como ella y por un momento evitó verla a la cara.

―No podemos permitir que ese hombre lo lastime. Es la única esperanza de Tesseimori... de todos nosotros.

Aturdida, la muchacha se dejó caer hasta sentarse en el suelo, y la mayor la imitó. Le costó algunos segundos articular palabra.

Quizás el joven señor le había mentido años atrás. Quizás, después de todo, sí era...

―Por favor... dígame la verdad. ¿Soy hija del señor?

Tomoko titubeó por un instante, pero finalmente le respondió:

―Eres su sobrina. Tu padre era Hiroyuki, el primogénito del terrateniente.

Rin levantó la cara de golpe. Había escuchado a medias la historia del verdadero heredero de Tesseimori, pero nunca creyó...

―El terrateniente asesinó a su primogénito porque lo traicionó organizando una rebelión ―recitó mecánicamente. Casi no recordaba nada de eso porque había ocurrido cuando era muy pequeña, sin embargo, era un acontecimiento conocido por los habitantes de Tesseimori. Uno que había sucedido... después del incendio en su aldea―. ¿Él era mi padre?

Hiroyuki. Su padre se llamaba Hiroyuki Saito.

Su mente repitió las palabras que el joven señor, su tío, le había dicho antes de partir a la guerra seis años atrás: Tus padres se ganaron la enemistad del terrateniente. Hicieron algo que a él no le gustó, y en retaliación... El incendio en tu aldea no fue un accidente; él ordenó el ataque.

Hiroyuki Saito, el hombre que intentó derrocar al terrateniente... mi padre...

―No planeaba una rebelión al principio ―negó Tomoko con suavidad―. Buscaba venganza. Verás... No deberías escucharlo de mí, sino del señor, pero a estas alturas no sé si sea posible ―suspiró apenada―. Tus padres se casaron en secreto en contra de los deseos del terrateniente, quien planeó una alianza con un país vecino. Cuando se enteró de que el hijo que quería ofrecer había desposado a una pueblerina ordinaria, su ira fue brutal. Lo envió a liderar una serie de guerrillas cercanas con la promesa de que, si tenía éxito, aceptaría su matrimonio y a sus hijos como legítimos herederos. Pero todo fue una trampa. Cuando el señor Hiroyuki regresó, la aldea estaba destruida y todos sus habitantes habían sido asesinados.

No. No todos habían muerto, dos habían sobrevivido. Su abuela Kaede y ella fueron las únicas afortunadas.

―El señor Toshio llegó justo cuando el ataque comenzó y logró esconderte en el castillo; a ti y a la señora Kaede, e intentó disuadir a su hermano de que tomara venganza. La ira lo cegaba y pretendía matar a su padre cuanto antes, pero el señor Toshio quería que lo planearan mejor. El señor Hiroyuki no tuvo la paciencia de esperar y atentó contra el terrateniente el mismo día que regresó de las guerrillas. Pero... no lo logró.

Estaba entumecida, ni siquiera sabía cómo debería sentirse escuchando eso. ¿Triste, furiosa? ¿Debería sentir lástima por el destino de su familia? Siempre supo que habían fallecido; incluso su hermanito que estaba por nacer. Tenía ese hecho grabado a fuego en la memoria. Que estaba viva sólo por la generosidad del joven señor.

Seis años atrás, se enteró de que el terrateniente fue el causante de todo, pero nunca supo por qué. También tuvo que aceptar eso y seguir con su vida.

Pero ahora...

Miró sus manos aún temblorosas. Por sus venas corría la misma sangre de ese monstruo, el ser despiadado que le había arrebatado a su familia.

En su ilusión de ser la hija bastarda del señor Toshio, había decidido hacer a un lado ese detalle, como si él, siendo tan amable y compasivo, no pudiera estar emparentado con el detestable terrateniente. Pero lo estaba. Y ella también.

Las cálidas lágrimas se derramaron por su rostro. La urgencia y el terror de la noche, de lo que había ocurrido en el comedor apenas unos minutos atrás y lo que seguramente sucedería en las próximas horas la sobrepasaban, como si lidiar con tantas emociones al mismo tiempo fuera imposible.

Y lo era. Parecía que el joven señor repetía los mismos pasos de su hermano mayor. Y mi padre no lo logró...

Tomoko estiró una mano, dándole un apretón muy parecido al que le había dado ella a Kanade antes de separarse. Alzó los ojos de su regazo y la miró de lleno. Parecía que revivir esa historia tampoco le era fácil.

―¿Quién es usted, señora Tomoko? ―cuestionó con voz quebradiza―. ¿Cómo sabe todo eso?

La mujer exhaló con lentitud y cerró los ojos.

―Tengo una gran deuda con el señor, por eso él puede confiarme todos sus secretos. Sabe que nunca lo traicionaré. Somos hermanos ―contestó a la silente pregunta escrita en el rostro de Rin―. Nací de una de las concubinas, y como siempre tuve una salud delicada, mi madre me dedicaba bastante tiempo, cosa que enfurecía al terrateniente porque ella no cumplía sus funciones con él para cuidarme. Los señores Toshio y Hiroyuki evitaron que el terrateniente se deshiciera de mí y me cuidaron en secreto. Transcurrieron años hasta que mi salud mejoró y cuando pasó, el terrateniente se olvidó de que existía. Nadie se lo recordó, y eso me mantuvo a salvo. De no ser por ellos, no estaría aquí hoy.

―Entonces... es mi tía. Mi tía Tomoko ―Rin esbozó una trémula sonrisa tras unos segundos de silencio. Tomoko se la devolvió con triste cariño.

―Siempre velamos por ti, Rin. Te protegimos lo mejor que pudimos, aunque sé que no fue suficiente. Por eso lamento mucho esto. Lamento que...

―Está bien ―le apretó la mano de vuelta―. Lo entiendo. Si yéndome con el comandante Taisho puedo ayudar, lo haré. Pero déjeme que corrija algo. Sí me protegieron lo suficiente, fue más que suficiente. Gracias.

Los oscuros ojos de Tomoko se aguaron, pero evitó llorar. Quería seguir haciéndole preguntas, quería compartir más tiempo con ella, con el señor, con Kanade y sus hermanitos... pero el tiempo, al parecer, estaba en contra de ellos esa noche.

Tomoko se levantó al escuchar un ruido y se apresuró a asomarse por una pequeña ranura de la puerta.

―Debo irme. Escóndete si escuchas que se acerca una pelea.

―¿No se puede quedar aquí? Podemos escondernos juntas en cualquier pasadizo.

―Debo estar cerca para enterarme de lo que está pasando. Volveré tan pronto sepa algo.

―¿Va a estar bien?

―No te preocupes por mí ―le dedicó una mirada tranquilizadora; o al menos lo intentó―. Está alerta.

Y con esto se marchó, dejándola sola con su desasosiego. Pensar que menos de una hora antes había estado alistándose para ver a Yako, y aunque su mente estuviera puesta en Kanade, no estaba ni de lejos tan asustada como ahora.

Se llevó una mano a la frente respirando profundamente. Necesitaba calmarse, no era el momento para ningún ataque de pánico. Pero tenía tantas razones para sufrir uno que le costaba muchísimo serenarse. Era demasiada información, demasiadas revelaciones en muy poco tiempo.

No sabes si el destino te guarda una sorpresa, le había dicho más temprano a Kanade . ¡Dije sorpresa, no infarto!

Si había entendido bien, el comandante Taisho la había pedido como esposa. Yako quería casarse con ella. En cualquier otra oportunidad, aquella noticia la habría hecho saltar de alegría. Ahora sólo le causaba un terrible mareo.

Bien, si esa era la sorpresa que tenía el destino para ella, la tomaría. Igual no tenía más opción. Pronto debería dejar atrás todo lo que había conocido... y a las personas que amaba.

Todo estará bien, se forzó a decirse a sí misma. No será tan malo. Todo estará bien.

Sus manos no dejaban de temblar mientras reunía sus escasas pertenencias y las empacaba en un saco. Yako resultó ser el Demonio Blanco. Yako se la llevaría lejos. Su querido protector estaba a punto de iniciar una rebelión... una que su padre no había podido ganar años antes. Si él moría también... Si Kanade quedaba a merced de su abuelo y Rin no estaba para protegerla...

Cerró los puños en un vano intento de controlar sus sollozos.

Quería meterse en sus pasadizos y espiar lo que pasaba, pero no creía que fuera sensato desobedecer a la señora Tomoko. Se detuvo por completo tras dirigir su atención a la puerta, atenta a los sonidos.

O tal vez, si no iba muy lejos...

Se asomó por el pasillo con cuidado, pero no vio a nadie. Escuchaba voces lejanas y pasos apresurados, nada demasiado cerca de su habitación. Bien, un vistazo rápido no la mataría.

Terminó su equipaje, vaciando el armario. Lo único que ocupaba espacio, además de sus pocas piezas de ropa, era un cofrecito donde la señora Tomoko le dejaba una buena cantidad de monedas como pago por cuidar a Kanade.

En caso de que tenga que huir sola, con eso será más que suficiente.

Ató el saco a su espalda y estuvo lista. Abrió la trampilla oculta en el suelo del armario y bajó hasta el terroso suelo, cuidando dejar todo cerrado antes de gatear ahí abajo tan rápido como podía en dirección al comedor.

Las voces se hicieron más fuertes, pero era difícil distinguir qué era lo que decían. Se incorporó un poco, buscando una ranura en las tablas de madera por la cual espiar.

No podemos involucrarnos en esto ―afirmó la voz de un hombre―. No nos concierne.

Pero si apoyamos a la persona correcta podríamos sacarle partido ―respondió otro.

No nos compete lo que pase en Tesseimori. Si se quieren matar entre ellos, es su problema.

O podríamos formar una alianza y acabar con ambos. Instaurar un nuevo orden. Matamos al resto de los herederos o tomamos a su linda hijita como esposa para hacerlo oficial.

Tu codicia no conoce límites, ¿verdad? ―se rió estridentemente otra voz―. Te haría bien controlarla cuando estés en público, muchacho, o algún día te costará muy cara.

Además, ¿estás demente? Nadie se atrevería a ir en contra de Taisho. Es una sentencia de muerte.

¿Crees que Taisho apoye al heredero?

No respaldaría al viejo terrateniente, eso es seguro. No después del espectáculo en la cena.

El terrateniente también fue muy estúpido al desafiarlo.

Ojalá le hubiera hecho la oferta a alguien más. A mí no me importaría quedarme con la nieta ―terció un hombre que, por el carraspeo de su gruesa voz, parecía ser anciano―. Los beneficios que traería ese matrimonio serían envidiables.

No para Taisho.

¿Por qué habrá hecho eso? Es una insensatez rechazar a una princesa por una sirvienta.

Quizás ya estrenó a la sirvienta y le gustó lo suficiente como para perder el interés en otra cosa ―ese hombre se rió perversamente. Otros lo apoyaron y Rin sintió un escalofrío recorrerle la columna.

Lo dudo, nadie quiere conservar algo echado a perder. En cambio, la nieta está sin estrenar. ¡Y es tan joven! ―se deleitó la voz del anciano―. Si tan solo me la hubiera dado a mí... la noche de bodas habría sido suficiente regalo.

La muchacha decidió que no quería espiar más de esa conversación y siguió su camino antes de que las arcadas que subían por su garganta la delataran. Anduvo durante un rato de esa manera, deteniéndose sólo cuando escuchaba voces claras e intentaba distinguir lo que decían sin demasiado éxito.

Cuando llegó al comedor, parecía estar ya vacío. O al menos los Saito y Yako ya no estaban ahí. ¿Adónde podrían haber ido?

De repente, un grupo de personas pasó corriendo justo sobre su cabeza, ladrando órdenes y maldiciones. ¿Había comenzado el enfrentamiento? Decidió ir tras ellos. Necesitaba saber que el señor estaba bien, que no le había pasado nada.

―¡Rin! ―la sobresaltó una voz a sus espaldas. La señora Tomoko estaba ahí abajo, a varios metros de distancia―. ¡Te dije que te escondieras, no que desaparecieras!

―¿Empezó la pelea? ―cuestionó a su vez, ignorando el reproche en el consternado rostro de la mujer.

―No tardará.

―¿Está bien el señor?

―Lo acabo de ver, está bien. Vamos, tenemos que irnos. Llevas todo contigo, ¿no?

―¿Adónde vamos? ―Tomoko no esperó a que Rin le respondiera antes de echar a andar por el incómodo y reducido espacio. Pero el camino que tomaron no era el de regreso a su habitación, sino a la salida de la fortaleza.

―Debes ir al campamento de Shiroyama, estarás más segura en ese lugar.

El alma se le escapó del cuerpo. Era oficial, entonces.

―Yako... ¿El comandante Taisho estará ahí?

―No lo creo ―le dijo, apartando las telarañas del camino. Sobre sus cabezas escucharon bramidos inentendibles, Tomoko no se detuvo. Rin se esforzó por no quedarse atrás―. ¿Cómo es que conoces al comandante? ―no sabía si sólo quería enfocarla en otra cosa o si realmente tenía curiosidad.

―Lo conozco desde que era niña, aunque nunca supe quién era en realidad. Me dijo que se llamaba Yako ―contestó, volviendo fugazmente a aquellos tiempos. Si tan sólo hubiera sabido dónde se estaba metiendo...―. ¿Lo viste a él?

―Apenas. Estaba en la habitación cuando el señor me dio la orden ―Tomoko le echó un vistazo sobre el hombro―. ¿De verdad no tenías idea de quién era?

―No. Hace unos días me dijo que Yako era un nombre falso y que justamente hoy me diría el verdadero ―comentó con un suspiro―. Acabé enterándome igual, pero... no esperaba algo como esto.

Esta vez la señora Tomoko se detuvo y se dio la vuelta. Ambas estaban acuclilladas, así que sus rodillas chocaron con las de Rin cuando la encaró.

―¿Estás enamorada de él?

Su corazón latió muy fuerte y respondió con gran sinceridad:

―Ahora mismo no sé lo que siento.

Tomoko resopló por lo bajo.

―Lo lamento.

―Esta ha sido la noche más extraña de toda mi vida ―Rin trató de sonreír con ironía, pero apenas pudo torcer los labios.

―Esperemos que no haya más sorpresas ―asintió la otra, antes de reanudar la marcha. Pero sabía lo que quiso decir en realidad. Esperemos que no empeore.

Y cómo rogaba que así fuera.

...

Toshio jadeaba con pesadez. Sus extremidades estaban entumecidas y su cuerpo muy agitado. Y aún así, su cabeza se mantenía fría mientras contemplaba el cadáver de su padre, sobre un charco de sangre. Sus ojos, vacíos y desorbitados, veían hacia la nada y su boca seguía abierta en el último grito que había emitido.

Nada. No sentía nada más allá de un indescriptible alivio hasta lo más recóndito de su ser.

Ese hombre había matado a su querido hermano mayor; era responsable de tantas monstruosidades y había arruinado la vida de tanta gente, incluyendo a sus hermanas... como estuvo a punto de hacer con la de su preciada hija. Sólo que esta vez no se lo permitió. Ya nunca más lastimaría a nadie.

Kanade estaba a salvo. Todo el país estaba a salvo.

Y sin importar las consecuencias que esto podría traer, las enfrentaría con la cabeza en alto. Nada podría ser peor que enviar a su hija a la boca del lobo, y someter a sus hijos menores a la clase de vida que él y su hermano habían llevado. Ser forzados a liderar guerrillas y arrasar pueblos, ser duramente castigados si no cumplían las expectativas... ser moldeados para ser copias exactas de su abuelo; crueles y sin escrúpulos.

Tuvo éxito donde Hiroyuki había fallado.

Extrajo la espada del cadáver, que había sido enterrada con furia hasta que exhaló su último aliento. Toshio nunca había sido especialmente afín con actos de guerra; con ningún tipo de lucha en realidad. Empuñaba armas con maestría porque era lo que se esperaba de él, y porque era necesario para sobrevivir, pero en el fondo siempre lo había detestado. La sensación de rebanar carne y derramar sangre era algo que le causaba náuseas.

Sin embargo esta vez fue diferente; lo único que sintió fue un siniestro placer. Una calidez que subía por su brazo y recorría su cuerpo, como si la vida que arrebataba le diera más fuerza, llenándolo de alguna forma.

Se preguntó si así se había sentido su padre cada vez que mataba a alguien.

Al menos, a diferencia de él, no buscaría repetir esa experiencia. Fue un asesinato justificado, no uno sin sentido por el mero placer de hacerlo.

Respiró profundo y sacudió la sangre de su espada antes de enfundarla. La limpiaría luego. Se ocuparía de sí mismo luego. Hizo a un lado la destrozada puerta para salir de esa habitación y dirigirse a sus hombres. La lucha había terminado, y milagrosamente, no hubo tantas bajas como había creído.

Por donde fuera que mirara había cuerpos tendidos y soldados agitados, dándose órdenes o atendiendo heridos. El olor a quemado permanecía en el ambiente, y al igual que el de la sangre, tardaría días en desaparecer. No sólo en la fortaleza, sino en él.

El terrateniente y sus allegados, en un desesperado intento de vencer, casi los habían quemado vivos. Una buena parte de la mansión había sufrido los daños del incendio, aunque por suerte no fue tan grave como uno llegaría a pensar. La lucha no duró demasiado, y después de eso, mientras él apresaba a su padre y lo llevaba a otro lado para tener unas últimas palabras, los sirvientes ayudaron a apagar las llamas.

Una vez solos, Toshio desquitó toda su rabia con su padre, dándole una última oportunidad de defenderse. Un acto estúpido a ojos de cualquiera, pues le regresaba su espada a un prisionero en lugar de ejecutarlo directamente. Pero él no lo veía así. Quería que se defendiera, que peleara por su vida. No había gracia ni honor en matar a alguien ya reducido, no cuando tu ira te empuja a probarte a ti mismo una última vez.

Pudo costarle todo por lo que había luchado... pero era algo que necesitaba. Por él, por su hermano y hermanas; por toda la gente inocente que había lastimado a lo largo de su vida.

―¿Cómo están las cosas? ―preguntó al hombre más cercano, empapado y con rastros de hollín. Este le hizo una corta reverencia y le informó que todo estaba bajo control, para después enumerar a los heridos, tanto por el enfrentamiento, como por el incendio. Un nombre lo trajo de vuelta al presente de golpe―. ¿Qué has dicho?

―Tomoko resultó herida, señor ―repitió este―. Se la llevaron con los demás a la enfermería.

Toshio no esperó a oír una palabra más y salió disparado, esquivando e ignorando a cualquiera que tuviera en su camino. La enfermería estaba bastante ajetreada, y su corazón dio un vuelco cuando distinguió a su hermana tendida en una esterilla de paja, con paños mojados sobre los brazos y el pecho.

―Tomoko... ―se arrodilló a su lado. La mujer daba forzadas bocanadas, temblando con fuerza por el dolor de sus quemaduras. Abrió los ojos enrojecidos y torció la boca en una pequeña sonrisa.

―¿Está bien, señor?

―Eso no importa, ¿cómo estás tú? ¿Qué pasó?

―La lucha seguía... pero había que apagar las llamas... ―suspiró con dificultad―. Alguien me empujó... creo, no estoy segura...

―¿Sabes qué tan grave es?

―No es importante... Si está aquí, supongo que... lo hizo, ¿verdad?

―Sí... nuestro padre ha muerto. Lo maté yo mismo. Ya no podrá hacerle daño a nadie.

Tomoko soltó un prolongado suspiro y asintió.

―Qué bueno...

―Tomoko...

―No se disculpe, señor ―lo cortó―. Hice mi trabajo... y usted el suyo. Valió la pena.

Toshio le echó una triste mirada a sus brazos, a cada porción afectada y cubierta, a su rostro compungido. Era cierto, pero aún así...

―Vas a estar bien, ¿de acuerdo? Vas a curarte. Te necesito para recuperar Tesseimori y salir adelante.

―No me lo perdería por nada del mundo ―contestó ésta, un tanto más tranquila. Quizás las medicinas que le habían dado al llegar ya estaban surtiendo efecto. A sus espaldas escuchaba quejidos y jadeos, además de los murmullos de los curanderos. La rebelión de esa noche había salido cara, pero la recompensa lo valía. Ser libres de un tirano valía cada sacrificio, y todos los que estaban de su lado, ahí en la enfermería, lo sabían.

Pero... no era el único sacrificio que tendría que hacer.

―¿Rin llegó a salvo al campamento?

―Sí, señor ―Toshio guardó silencio, apesadumbrado. Para hacerlo sentir mejor, agregó―. Ella lo entiende. Es consciente... de todo.

―Eso no lo hace más fácil ―le respondió―. Nunca pensé que para proteger a mi hija tendría que perder a mi sobrina.

―No la está perdiendo...

―Taisho la reclamó como pago por su asistencia esta noche ―recordó, arrugando el entrecejo―. No puedo pensar en nadie menos apropiado para Rin.

―Ella lo conoce. Parece que lo quiere.

―No lo conoce de la misma forma que yo. Eso es lo que me preocupa, no quiero que le haga daño.

―Quería casarse con ella aún pensando que era... una sirvienta ordinaria. Si rechazó a una princesa por ella... y se opuso al terrateniente de esa forma... ¿de verdad cree que le haga daño?

―Lo he visto hacer cosas horribles, Tomoko. No por necesidad, sino... por placer. Es un hombre cruel, sanguinario... Y Rin tiene que irse con él ―resopló bajando la cabeza con pesadez. Su hermana no supo qué responder a eso―. Quizás haya una forma de evitarlo.

―No lo haga ―negó ella rápidamente. Su voz era cada vez más pastosa, luchaba por mantenerse consciente―. No podría ganarle. Tesseimori lo necesita; su familia lo necesita.

―Eso lo sé ―suspiró Toshio derrotado. Le dedicó una larga y triste mirada antes de ponerse en pie―. Descansa y recobra energías, vendré a verte más tarde.

―No le diga a Rin ―murmuró cuando se daba la vuelta. Él la miró sobre su hombro, extrañado―. No le diga que estoy aquí.

―¿Por qué?

―Porque hará todo lo posible por venir..., y podría enfadar al comandante Taisho. Ella... se preocuparía mucho. No quiero... no quiero que se meta en problemas.

Toshio no pudo evitar sonreír, reconociéndolo. Podía imaginársela escabulléndose por sus pasadizos para verla y negándose a dejarla sola, aún si esto enfurecía a su ahora prometido.

―Nuestra sobrina es una buena chica ―asintió él con tristeza―. De acuerdo, le diré que estás a salvo.

―Gracias... ―suspiró ella, cerrando los ojos.

―Descansa, hermana.

Aquel peso que se había elevado de sus hombros al matar al terrateniente parecía haber vuelto, pero de otra forma. Cada paso que daba para alejarse de la enfermería le costaba más, como si su cuerpo supiera que lo siguiente que debía enfrentar sería extremadamente doloroso.

Encontró a Taisho poco después en una pequeña reunión con sus hombres. La plática se detuvo cuando se aproximó a ellos, y el joven hizo un leve gesto para despedir a los demás.

―Se acabó ―dijo ecuánime, mientras los suyos se marchaban de aquel pasillo empapado y chamuscado.

―Debo agradecer tu asistencia, Taisho. Fue... de gran ayuda ―Taisho entrecerró los ojos, pero no respondió―. ¿Cuándo partirán tus tropas?

―Ahora mismo.

―¿Tan pronto?

―Era el plan desde el principio.

―¿Tu plan incluía a mi sobrina? ―apretó los puños con fuerza, tratando de controlarse―. Ella no sabía quién eras, ¿cierto? Creía que te llamabas Yako. Sí, me habló de ti ―reveló ante su mutismo. Por su ligerísimo fruncimiento de cejas, parecía que no había esperado eso―. Y me pidió ayuda para encontrarte.

―La encontré primero ―fue todo lo que dijo él. Recio, amenazante. Sabía lo que quería.

Casi no habían podido hablar antes de iniciar el ataque, pues cada segundo que empleaban en ello, su padre lo hacía en reunir a sus hombres y planear la defensa. De haber contado con más tiempo no habría apresurado aquel pacto. Pero la desesperación lo superó y no encontró otra forma de ponerlo de su lado. Necesitaba su fuerza, sus números y su brutalidad para ganar. Y ahora debía pagar las consecuencias de su decisión.

Entregarle a su preciada sobrina, la niña que juró proteger. Se sentía tan despreciable por haberla usado de la misma forma que su padre intentó usar a Kanade, casi sin pensarlo.

Por eso... no podía dejar las cosas así.

―Debe haber una manera de negociar esto.

―¿Te estás retractando? ¿Después de que te ayudé con tu pequeña rebelión? ―Taisho enarcó una ceja plateada, desafiante.

―Te estoy preguntando si existe algo más que quieras a cambio. Lo que sea.

―¿Menos ella?

―Menos Rin. O Kanade ―puntualizó. No se dejaba intimidar, su sobrina merecía que luchara por ella.

―Tu hija es lo último que podría interesarme ―espetó Taisho con leve burla―. Hicimos un trato, Saito. Espero que se mantenga. De lo contrario, habrá severas consecuencias ―sus siniestros ojos lo enfocaron fijamente, como los de un depredador al acecho. Ciertamente, es el Demonio Blanco.

―Tiene que haber algo que...

―No titubeaste tanto cuando cerramos el trato. ¿Por qué el cambio ahora? ―observó altivamente. Lo tenía contra la pared y lo sabía. Lo disfrutaba. Así que decidió cambiar de táctica.

―Rin es muy valiosa para mí. Comprenderás que su bienestar es mi prioridad.

―Es interesante que te importe a estas alturas, cuando el trabajo ya está hecho ―se burló dando un paso al frente. Era más alto y un tanto más fornido que él. No mostraba ni un ápice de cansancio tras la lucha. Estaba en clara desventaja. Pero Rin...

―Dame un día para reunir su dote...

―Estás colmando mi paciencia ―le advirtió peligrosamente.

―No puede irse sin nada.

―No me importa si esa tradición se mantiene o no ―Sesshomaru negó con hastío. No tendría necesidad de una dote; era perfectamente capaz de darle todo lo que quisiera por el resto de su vida, además de que las riquezas de los Taisho no necesitaban ninguna aportación de ese tipo.

―Tal vez tú no, pero Rin necesitará algo para el viaje. ¿O en tu campamento lo tienes todo para acomodar a una dama? El viaje es bastante largo y Rin jamás ha salido del país. En un día podré...

―Su lugar es conmigo ahora, ¿no lo comprendes? ―cuestionó con un tono grave y amenazador. Toshio se tensó cuando el otro dio un paso en su dirección, mas no retrocedió―. ¿O es que sólo quieres retrasar lo inevitable?

Taisho lo observó durante un instante más esperando oírlo refutar. Estaba seguro de que no tendría problemas en cortar su cabeza si se atrevía a seguir contradiciéndolo.

Sabiéndose victorioso, el joven le pasó por al lado para dirigirse a la salida.

―Taisho ―lo detuvo antes de que se alejara―. ¿Por qué Rin? Habiendo tantas opciones, la elegiste a ella... sin siquiera saber sus verdaderos orígenes. ¿Por qué?

Sesshomaru apenas lo vio por el rabillo del ojo.

―Mis tropas se marcharán al amanecer. Tienes hasta entonces para reunir su dote ―dijo secamente antes de irse. Toshio se quedó parado en aquel pasillo ensangrentado y cubierto de hollín, con el corazón apretado por la culpa.

Por la libertad de Rin consiguió salvar a su hija y a su país.

Y aún así, se sentía como la peor persona sobre la faz de la tierra.

...

Habían pasado horas desde que llegó a esa carpa en medio del enorme campamento a las afueras de la fortaleza. Los centinelas que la habían visto llegar con la señora Tomoko se mostraron renuentes a dejarla pasar, pero callaron cuando la mayor les dio un pequeño pergamino escrito por el propio comandante. Sin poder objetar ante una orden directa, las guiaron a la carpa y se apostaron en la entrada, vigilantes del exterior.

Tomoko no tardó en irse, no sin antes darle un fuerte abrazo y prometerle que, de ser posible, volvería para explicarle cómo había terminado todo y cuál sería el destino de Tesseimori a partir de esa noche.

Pero sin importar el resultado del enfrentamiento, nada podía cambiar el hecho de que Tesseimori efectivamente ya no era su hogar.

La espera la estaba volviendo loca. En este lugar desconocido no tenía cómo escabullirse, no había pasadizos ni escondites por los cuales enterarse de lo que sucedía. El joven señor podría estar luchando por su vida en ese mismo momento, podría estar muriendo, y ella estaba lejos, incapaz de ayudarlo.

Resopló una risa sarcástica. Como si ella tuviera la capacidad de ayudarlo, de hacer una diferencia real. Apretó la kodachi entre sus manos, acariciando la funda con el pulgar, y por alguna razón recordó a la señora Miyoko. Tanto tiempo preparando a Kanade para cumplir su papel, y de repente llegaba ella y se lo arrebataba. Qué irónico. Sería la esposa de uno de los hombres más poderosos de Shikon, ocuparía el lugar de la yegua de cría premiada a la que, en circunstancias normales, estaría destinada Kanade.

Tu destino es callar y obedecer...

Nunca pensó que ambas pudieran intercambiar lugares. Nunca quiso considerar a fondo lo aterrador que era.

Al menos lo conozco, se dijo tratando de hacerse sentir mejor.

Pero, ¿de verdad lo hago? Su preciado Yako en realidad era el temible Demonio Blanco, el héroe de guerra que arrasaba con todo a su paso sin mostrar piedad alguna. Al terrateniente le había caído bien por algún motivo, ¿no? ¿Por su brutalidad, su crueldad?

Oh, Dios, y lo que le hizo a las concubinas... ¿De verdad las habrá atacado? ¿Me... me haría lo mismo a mí si lo hago enojar?

Se encogió sobre sí misma, abrazando sus rodillas después de dar inquietas vueltas por la carpa y asomarse unas cuántas veces para preguntarle a los centinelas si ellos sabían algo de lo que estaba pasando. Obviamente no tenían ni idea. Se sentía demasiado cansada, demasiado saturada. Pero aún a pesar de eso, tenía los ojos bien abiertos. Estaba acostumbrada a esperar, después de todo. No tendría que ser difícil.

La vela que había encendido a su llegada se consumió lentamente y no se molestó en encender otra. Perdió la noción del tiempo ahí sentada en la oscuridad, con la vista puesta en la entrada. Esperando, esperando...

Hasta que al fin la lona que hacía las veces de puerta se corrió y ella se puso en pie de un salto.

―Rin... ―suspiró una voz conocida. El alma le regresó al cuerpo. ¡Está vivo!

―¡Señor! ―se le acercó con urgencia. Afuera comenzaba a aclarar y había actividad en el campamento, aunque no le prestó la más mínima atención. Se apresuró a encender los velones más cercanos y ahogó un respingo al ver la sangre y negra suciedad impregnando su ropa―. ¡Está herido!

―No es nada ―la tomó de las manos cuando pretendía examinar un corte en su hombro. Estaba magullado, los signos de la lucha eran claros en todo su cuerpo. Y también... ¿eso era hollín?―. ¿Estás bien?

―Estoy bien, ¡pero usted! Tenemos que ocuparnos de esas heridas, señor, podría...

―No es nada ―repitió, negando con la cabeza―. Estoy bien, te lo prometo. Kanade también, al igual que los niños y Tomoko. Están a salvo.

Rin no pudo decir nada durante unos segundos, mismos que utilizó en procesar la información. El alivio la recorría de pies a cabeza, arropándola como si fuera una cálida manta.

―Eso quiere decir que...

―El terrateniente está muerto. Junto a sus legionarios y mayores partidarios. Todo terminó.

―Gracias al cielo... ―suspiró ella. De nuevo la cabeza le daba vueltas, pero mantuvo los pies firmes sobre el suelo y la mirada sobre su tío―. Lo consiguió, señor.

―Sí... tus padres fueron vengados. Ellos, y mucha gente que fue injustamente ejecutada ―asintió con una sonrisa cansada y muy triste. Su barbilla tembló―. Rin, me hubiera gustado decírtelo en otras circunstancias, pero... Quiero que sepas la verdad. No tengo mucho tiempo...

―Lo sé ―lo cortó. No quería que dijera algo que le costaba tanto―. La señora Tomoko me lo dijo. Sé que usted es mi tío y por qué murieron mis padres.

El rostro de su protector formó una expresión que oscilaba entre el abatimiento y la culpa. Supo que nada le gustaría más que llevarla de regreso a su despacho donde podrían hablar sin preocupaciones durante largas y necesarias horas. Lastimosamente, la realidad era otra.

Bajó la cabeza y todo su cuerpo se estremeció con el suspiro que escapó entre sus dientes.

―Ellos te amaban muchísimo, ¿sabes? Iba a visitarte a la aldea cada vez que podía. Jamás había visto a mi hermano tan feliz como cuando te sostenía en brazos ―comentó él, con un tono lleno de melancolía. Las palabras se atoraban en su garganta―. Pero siempre supimos que el terrateniente era una amenaza. Tu padre... me hizo jurar que las protegería a tu madre y a ti si algo le sucedía a él. No llegué a tiempo para salvar a Botan, ni al bebé... aún me atormenta y siempre lo hará. Pero logré ayudarlas a ti y a la señora Kaede. Cuando Hiroyuki se enteró de lo ocurrido, enfureció tanto... ―su voz tembló. Rin apretó las manos que aún la sostenían―. No pude detenerlo, Rin. Lo siento, de verdad. De haberlo hecho aúntendrías a tu padre contigo... pero fallé. Fallé una y otra vez... y de nuevo hoy, luego de haber intentado protegerte durante todos estos años, te fallé a ti. Perdóname.

―Señor, no... ―su corazón se rompió en mil pedazos. Jamás creyó que alguien tan fuerte podría quebrarse así. Lo estrechó entre sus brazos como siempre había querido hacer―. Nunca falló, señor. Ha tomado el lugar de mi padre y me mantuvo a salvo todo este tiempo.

―Nunca quise que las cosas resultaran así. Lo lamento.

―Lo sé. Hizo más de lo que podía. Lo importante es que Kanade y todo Tesseimori están a salvo.

―Pero tú... ―rompió el abrazo y la miró con angustia―. Intenté detenerlo, Rin. No quiero que vayas con él, pero no pude... No puedo evitarlo.

―Voy a estar bien, se lo prometo. Él es el soldado que he estado buscando, es Yako ―le aseguró con más optimismo del que verdaderamente sentía, esperando que no viera el pánico que ocultaba tras su sonrisa.

―Si algo sale mal quiero que regreses, ¿está claro? Siempre serás bienvenida aquí.

Rin abrió la boca para responderle, pero la lona de la entrada volvió a abrirse. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Yako estaba ahí. A diferencia del señor Toshio, no presentaba heridas ni señales significativas de la pelea, nada más allá que el hollín que ennegrecía partes de su estola color crema.

―Es hora.

―No olvides lo que acabo de decir ―le pidió su tío con seriedad, centrando su atención en ella―. Cuídate mucho, Rin. Te quiero.

Ella, que creyó que no le quedaban más lágrimas para derramar, no pudo contener las que se desprendían de sus hinchados ojos.

―Y yo a ti, tío. Gracias por todo ―susurró con voz rota, abrazándolo con todas sus fuerzas, gesto que él le devolvió con brazos temblorosos.

―Aún hay muchas cosas que quiero decirte.

―Nos volveremos a ver ―aseguró ella, estrechándolo como si la vida se le fuera en ello.

―Saito ―habló Yako, autoritario. Su tío rompió el abrazo y le lanzó una mirada de descontento. El hombre de cabello plateado le hacía un gesto mudo para que se marchara.

Con una última sonrisa un tanto forzada y un cálido apretón a su hombro, el nuevo terrateniente de Tesseimori se dio la vuelta.

―Cuídala, Taisho ―le dijo por lo bajo al pasar por su lado―. O habrá severas consecuencias.

Yako no respondió, sólo lo siguió con la mirada afilada. Rin, saliendo de su aturdimiento, fue tras él con paso apresurado hasta la salida.

―¡Un momento! No me he despedido de Kanade ni de la señora Tomoko ―estiró el brazo hacia su tío, quien detuvo su andar. Se percató de la actividad del campamento y el repentino cambio la impresionó. La mayoría de las tiendas ya habían sido desmontadas y todos se preparaban para partir. La visión de un carro cubierto y tirado por un buey aparcado cerca de donde ella se encontraba le contrajo las entrañas. Esto de verdad estaba pasando.

―Les diré que estás bien ―aseguró su tío.

―Pero... pero quiero decirles... ―se atragantó presa de la desesperación. Miró suplicante al señor y luego a Yako―. ¿No puedo despedirme?

―Tenemos que irnos ―fue la férrea respuesta de este último.

―No será mucho tiempo, media hora como máximo...

―No ―volvió a negar, girándose para dar órdenes a los hombres más cercanos. Los labios de Rin temblaron cuando volvió a fijarse en su tío.

―Lo lamento, Rin. Es mejor así.

―Pero, señor...

―Sé fuerte ―le sonrió con tristeza. Y sin esperar un segundo más, se encaminó a la salida del desmontado campamento con paso decidido. Ella permaneció de pie, viendo su espalda alejarse y perderse entre la marea de personas que iban y venían. En un mundo que se movía a toda velocidad, ella se encontró a sí misma anclada al suelo.

¿Así se sentían todas las mujeres que eran prometidas como obsequio? ¿Con esa sensación de abandono que calaba tan profundo en su alma?

Rin no tenía idea de lo dura que aquella despedida había sido para su tío. De lo mucho que le costó decirle esas palabras, de lo casi imposible que se le hizo marcharse. Sólo era consciente de que le dolía, pero no sabía cuánto.

―Rin ―sus ojos cristalizados y ausentes se alzaron hacia Yako―. ¿Son todas tus pertenencias? ―ella asintió un par de veces, ignorando su pequeño fruncimiento de labios al ver el maltratado saco que apretaba contra su pecho. Él señaló el carro con un gesto de la cabeza―. Lo que hay ahí adentro te pertenece. Sube.

Las piernas casi le fallaron cuando entró y la madera crujió bajo su peso. Había tres baúles y dos grandes recipientes de barro apilados al fondo, pero los ignoró. Casi no escuchó lo último que dijo Yako, ni era demasiado consciente de sus alrededores. Pero reconoció que al estar cubierto le daba una muy necesitada sensación de privacidad. O tal vez, si lo pensaba bien, la aterradora impresión de una caja cerrada... una prisión con ruedas.

Aunque era mejor así. No quería ser vista ni tampoco quería ver a nadie. Especialmente a él. Abrazó sus rodillas al sentir el vehículo ponerse en marcha varios minutos después.

No le dio un último vistazo al único hogar que había conocido toda su vida. Y se embarcó a un futuro incierto; a un destino que le aterraba cumplir.

Pero al que no tenía más opción.

...

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Vaya noche. Revelaciones, rebelión, secretos descubiertos, partidas, despedidas... Parece que el único que no lo pasó mal fue Sesshomaru, quien a fin de cuentas obtuvo lo que quería. ¿Pero a qué precio? ¿Qué tanto sufrirá su relación con Rin... qué tanto sufrirá ella por lo que sucedió esa noche?

Sé que este capítulo no terminó en la mejor nota posible, pero vamos, el detestable terrateniente está muerto y Kanade está a salvo, así que no todo fue un golpe tras otro para Rin (ni para ustedes xD)

Por cierto, ¿alguien la atinó con que Rin era sobrina de Saito Jr? Si van unos cuántos capítulos atrás, verán que Toshio menciona el nombre de Hiroyuki. Sé que alguna que otra persona lo notó, pero no sé si conectaron los puntos. Así que resultó que pese a cómo creció, Rin es una Saito legítima y está comprometida con un poderoso regente. Ahora que lo pienso es como Cenicienta. La hermanastra resultó ser la prima, la madrastra malvada la tía amargada y su príncipe azul... un príncipe azul xD

¡Vamos con los reviews! Wow, con cada actualización me sorprende y asusta un poquito más la cantidad de interacción que tiene la historia, ¡muchísimas gracias! Significa mucho para mí que dejen sus comentarios, siempre es una alegría leerlos. Gracias a SashaNatalynCastillo, DaliiCaraballo, Dayps1124, MirianBlanquitaLeon, Lucip0411, Lisalily08, MikeRyder16, Alita1996, a0starlight0z, Rosita131724, Chat_18, Bloomiri19, Bar250, Lizzybernaola, Ambriel_88, Kari2700, CarmenMartínez626, NKrisshna, MilagrosAla4, Ephyan, AliMon583, Genegab1, AbrilSM1, NabikiN, Izupark123, xmediamoon, Luce y Pauleteee_chan por sus reviews de esta semana. Espero pese al sombrío final, no me quieran matar xD

¡Y con eso terminamos por hoy! Nos veremos la próxima semana para el comienzo de lo que yo llamo el arco del viaje... que tanto un arco no será porque no son tantos capítulos, pero bueno, ustedes entienden. Muchas gracias de nuevo por leer y seguir esta historia, ¡hasta el domingo que viene! 💖


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