Hasta Nuestro Último Día

By shippycapls

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Lucas, el hijo de Dolores, está a punto de escribir una novela romántica. Antonio, su tío, lo ayuda contando... More

CAPÍTULO 1: El Comienzo
CAPÍTULO 2: Una Familia Peculiar
CAPÍTULO 3: ¿Tío?
CAPÍTULO 4: Los preparativos
CAPÍTULO 5: La Fiesta
CAPÍTULO 6: El Primer Contacto
CAPÍTULO 7: La Visión de Bruno
CAPÍTULO 8: Las Profecías se cumplen
CAPÍTULO 10: El Quiebre
CAPÍTULO 11: Las Almas se Reencuentran
CAPÍTULO 12: Dolores
CAPÍTULO 13: Encanto bajo ataque
CAPÍTULO 14: Hasta Nuestro Último Día
CAPÍTULO 15: Toda historia es finita pero inolvidable

CAPÍTULO 9: Lazos Incorrectos

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By shippycapls

                A la madrugada siguiente, Mirabel despertó increíblemente antes que todos, más temprano de lo habitual. Todavía tenía su cuerpo rígido luego de una noche maratónica. Miró afuera, cómo las flores iban naciendo de a poco, y recordó lo que sucedió la noche anterior en el otro cuarto. Sin estar suficiente con eso, se desafió a volver. A volver con Bruno.

               Muy sigilosamente, salió de su habitación, puesto encima una bata blanca con bordados de flores verdes y amarillas que Mirabel le agregó luego. Fue un regalo precioso cuando era más pequeña. Lo que tenía de blanco y fino, también de aburrido. Las cintas que yacían en la parte de la cadera tenían mariposas rosas y verdes, que lo hacían más personal.

               Con pasos seguros pero silenciosos derechos a la puerta de Bruno. Logró entrar silenciosa y diligentemente, sin nadie a la vista. Cerró la puerta, con llave también. Adentrando vio a su tío durmiendo, su cuerpo mirando a la caída de arena. Se quedó dormido contemplando esa lluvia y todo lo que venía sucediendo con ella. La muchacha se quitó la bata y luego su camisón, ya no tenía nada.

               Tranquila, más enamorada que nunca, entró a su cama, casi sin moverlo, tratando de que no se diera cuenta. Lo abrazó. Estaba muy calentito, pero no quedó así. Un beso por aquí, un beso por allá... su mano jugueteaba con sus rulos, acariciaba su espalda. Pensó en todo lo que disfrutó anoche, y los juegos que le hacía a ella, llevándola a un estado de éxtasis sexual. Mirabel bajó sus manos, acariciando todo el cuerpo. Y llegó, llegó su mano a la parte más íntima de él. Se hundió a carcajadas minúsculas en su pelo, estaba derretida en él. Lo acarició, trató de encenderlo de la manera más cariñosa. Bruno empezó a estremecerse y giró ya dando vista a ella, pero aún no despertaba. Ella siguió, hasta ver que su miembro se iba poniendo duro. Siguió acariciando, ahora ya frotando. Mirabel lo miraba a él, un beso en sus labios y siguió, y finalmente Bruno despertó. No se dirigían palabras, sólo miradas. Cuando ya no daba para más, se besaron, se unieron en un abrazo, él la mordía del cuello y ella agitaba su respiración, pero ningún gemido audible salía, aprendió a no hacer tanto ruido. 

                Valientemente, Mirabel se sentó en él, quien empezaba a penetrarla. Ella se movía suave, lento, pero placenteramente. Luego él la jalaba también. Fue un ir y venir de caderas, a ritmo lento, en silencio. Mmmm sólo era lo más audible que tenía el cuarto. La lluvia de arena caía con intensidad, pero ninguno de los dos estaría prestando atención a ella. Lento, suave, la muchacha miraba a su tío retorcerse de placer, su rostro aguantando de que nada saliera de su voz. Ni un ahhhhh, era muy temprano todavía, guardando tantos gemidos pudiera. Pero llegado el momento de casi acabar, Bruno acostó a su princesita, ya eran jadeos cortos, fuertes, ligeros. Mirabel se mordía los labios, mordía el hombro de su amado. Fuerte, muy ligero, ambos estaban a punto de estallar, hasta que Mirabel sintió algo caliente sobre su abdomen, que llegó casi más arriba de sus pechos. Antes de abrazarla, Bruno tomó un paño y la limpió, mientras ella respiraba como podía. Él se sumergió en el hombro y cabello de ella, respirando, sintiendo su aroma a flores, de toda una mujercita. Ella lo abrazó, riendo, nunca imaginó hacer algo así, lo disfrutó y una sonrisa pícara surgió de su cara sonrojada.

              Se miraron uno al otro, se reían, un beso más. "Quisiera que esto se quedara aquí" pensaba él, disfrutando de su beso pasional. "Pero ¿cuándo sucederá?" opacó otro pensamiento.

- Iré por el desayuno – dijo Mirabel, saltando de la cama, tan enérgica como siempre, se colocó de nuevo el camisón y su bata. Bruno, adormecido de tanto sueño y placer junto, no llegó a apreciar aquella ropa.

- Te amo Mirabel – le alcanzó a decir con sus ojos pegados del cansancio – gracias, vida- aún se estaba recuperando de la noche.

- Y yo a ti Brunito. Vuelvo enseguida – destrabó la puerta y corrió a su habitación.

               Sólo una hora después, todos los Madrigales saldrían a desayunar. Alma estaba sorprendida de que Mirabel ya estaba lista con una docena de arepitas, que aprendió a hacerlas por su mamá. La jovencita siempre era la última en hacerse presente en la cocina. Llevaba dos tazas de café y además de algunos buñuelos.

                 Bruno estaba listo para salir. Esta vez no usaría la ruana, el calor estaba cocinándolo, ni mencionar cómo estaría él luego de salir de aquella cama. Cuando se acercó a la puerta, Mirabel apareció.

- Tío Bruno... a desayunar – lanzó una sonrisa, pero esta vez no hubo torpeza ni gritos ni nada que alterase los nervios del hombre.

- Gracias mi niña – las miradas volvieron a chocar amorosamente.

              Había mucho trabajo en el pueblo. Julieta iba y venía con arepas, buñuelos y tés. Pepa atendía a Antonio con sus deberes escolares, Luisa volvía a la carga con los animales ya ahora sin su primo. Isabela volvía a florecer los jardines de los vecinos que, de tanto calor, se secaban. "Traiga agua" aconsejaba. Agustín invitó a Bruno a que lo ayudase con las compras y de algo más que no tenía idea.

- Brunito, hermano, veo que Mirabel está encantadísima contigo – reía el señor de bigotes prolijos.

- Ah.. eh... si, si. Muy atenta. Creció con tanta bondad. – no sabía responder ante tal tema de conversación.

- Si. Tu hermana es una excelente madre. No sabes lo que nos costó con ella de niña, si supieras los obstáculos que vivimos...- Bruno se apenaba. Claro, nunca vio crecer a Mirabel y, un Madrigal sin un don especial, parecía un Madrigal maldito. Debió imaginar en su cabeza lo tortuoso para Julieta con su madre. Bruno sí conocía a Alma.

- Pobre niña, pero tiene otros talentos. ¿Has visto Agustín cómo atiende sus tareas? Un corazón tan noble. – miraba para otro lado, sus mejillas ya estaban rojas.

- No te avergüences. – reía el padre, inocentemente – Espero que el hombre que la acompañase logre hacerla feliz, completa y la ame por lo que es. Mi Mirabel, tan preciosa Mirabel – a Bruno se le cayó la sonrisa. Ya pudo adivinar de quién se trataba, pero no pudo predecir la otra noticia. – Necesito que me ayudes con estas bolsas de harina y estos souvenires- Se trataban de dos flores, una azul y una rosa. – Supongo que Julieta le pedirá a Dolores que le dé un toque especial. –

- ¿Y estos? – miró Bruno.

- No te hemos contado. Bueno, a nadie. Ni Pepa lo sabe. Eres un afortunado. Esta noche, Andrés le propondrá a Mirabel ser su novio, mas ella no lo sabe. Todo es sorpresa. ¡Ay Bruno! No sabes lo que es realmente ese muchacho. Pensé que mi niña no conseguiría a nadie, por su falta de magia. Que la gente la despreciaría – A estas alturas, su cuñado de rizos oscuros se perdió en las flores que tenía en su mano. No lo podía creer. – Es tan igual a ti, apuesto, valiente y muy guapo para ser un chico de dieciocho. ¿Verdad? – se agrandó el silencio, pero Agustín continuó – Debo confesarte que, si tú tuvieses años menos y no fueras de la familia, ella optaría por ti y yo también te elegiría a ti. – echó a reír y ambos, junto a una palmada en la espalda que Bruno recibió sin esperar, armaron camino de regreso, con todo listo.

              Esas eran las palabras que terminarían de quebrarlo. Durante el regreso, su mente se paralizó, y automáticamente la lluvia de arena de su cuarto también. La persona que empezaba a amar con locura, la que lo despertó salvajemente, con quien conversaba cada tarde de picnic, ya tenía su amor. ¿Acaso, por qué debía sentirse así? "¿Qué esperabas Bruno tonto? Eres su tío, ¡ella lo empezó todo! Solo le seguiste el juego" Estaba roto por dentro.

               Ya en la media tarde, casi noche. Bruno se encontraba bajo el mismo árbol que con Mirabel charlaba y jugaba con unas ratas. ¿Cómo se repondría después de tal devastadora noticia- para él- y cómo seguirían sus vidas? "¿Cuánto falta?" Esta vez, sí les preguntó a sus pensamientos.

- Tío Brunoooo- llamaba a lo lejos su amada Mirabel, pero él no se dio vuelta. ¿Qué cara le pondría? – ¿tío Bruno? – él levantó la mirada. Ella vestía hermosa, una camisa blanca con bordes en rosa y negro y su vestido blanco con mariposas negras y azules.

- Estás hermosa vida- contempló.

- ¿Qué ocurre, cielo? – ella se arrodilló hasta donde él estaba, no era el mismo a quien despertó esa misma mañana.

- Pensaba que... ¿qué podría pasar si nos descubren? –

- Pero no lo han hecho, Bruno – su mano tocó la mejilla de él. Al mismo tiempo, una sombra se atravesó en frente de ellos, del otro lado del arroyo. Figura esbelta, y por lo que se pudo apreciar, vestido rojo. Él la notó.

- Mi... Mirabel – Bruno se volvió a ella – siempre estaré para ti. Pase lo que pase. Es una promesa – besaba su frente – no lo olvides. Te amaré, cueste lo que cueste. – Mirabel quería un beso con él, pero solo consiguió uno en la frente.

               En la casa de los Madrigal, toda la gente se reuniría una vez más para un gran evento, sólo que uno de ellos no lo sabría: Mirabel. Días atrás, se enteró que todos vendrían inclusive los Guzmán, por lo que Isabela y Dolores actuaban de sobremanera. Mirabel no dio importancia sobre los eventos, porque fueron esos días que en su mente y en el tiempo eran ocupados por una persona: Bruno.

              La jovencita admiraba las decoraciones, que le recordaban a su cumpleaños, pero no entendía nada. ¿Acaso alguna de sus hermanas llegaría al compromiso, y justamente era hoy?

               Los faroles del patio se encendieron de repente, ahogando a la multitud en silencio rotundo. Un joven de traje celeste se acercó a Mirabel, quien quedó perpleja ante todo tan rápido. Se trataba de Andrés, aquel muchacho que toda la familia había puesto todas sus esperanzas. Alma y Valentina miraban desde el balcón, como vecinas chusmas que andan por ahí. Julieta y Agustín estaban tomados de sus respectivos brazos, al igual que Pepa y Félix. Sus primos y hermanas, casi comiéndose las uñas, e tanta tensión.

- Mirabel Valentina Rojas Madrigal – susurró, tomando su mano y llevándola al centro de todo. Todos miraban alucinados, en ronda, pero una sola persona no se encontraba allí, y a quien Mirabel buscaba con la mirada. – Pido tu mano, para que crezcamos en esta amistad preciosa que nos brindamos y ... ser ... ¿tu novio? – Mirabel descargó eléctricamente sus nervios y espantos. Su cuerpo respondió más rápido que su voz, en un escalofrío.

- Ah... eh.... –

                 Mientras todo esto sucedía, Bruno se encontraba en la cocina. No quiso presenciar tal acto atroz para su corazón. Sentía que lo estaba apuñalando, su corazón palpitaba una y otra vez y con más dolor. Una voz interrumpió aquello.

- Bruno Madrigal, quieto ahí – sin moverse, reconociendo su voz, Bruno supo quién era. Aquella muchacha, que rechazó por interés propio, por tanta codicia, y que desafortunadamente amó por error: Analía Hernández. Vestía de rojo rubí de la cabeza a los pies, encajado perfectamente en su cuerpo y resaltando sus curvas, zapatos prolijamente tallados en el mismo color y rojo. Un rodete que dejaba caer sus rulos rubios penetrantes a la vista. Sus labios rojos pasión. ¡Cómo olvidar esa voz, esos pasos! Se dio vuelta, era tal cual aquella vez que se alejó de ella...

- Analía – suspiró - ¿qué haces aquí? –

- Pasaba a saludar – se apoyó en la mesa, sugestivamente – tanto tiempo sin vernos –

- Sip – el hombre tomaba un sorbo de su copa de vino, ignorándola por completo. Seguido, una ronda de aplausos siguió y gritos. Bruno quedó congelado... había dicho que sí, simplemente él no la oyó, pero se podía deducir.

- La muchacha ha crecido – continuó ella, devorándolo con su mirada de arriba abajo- ya tiene un amor. ¿No es dulce? – reía. Él no respondía. Analía caminó donde estaba él y lo abrazó.

- ¿Qué haces? ¡suéltame! – intentó separase de ella, quien lo tenía rodeado. Lo giró y sus brazos atraparon el cuello de Bruno, con un beso salvaje y una pierna arriba de la mesada, como atrapándolo.

- ¡Analía! ¡Basta! Lo nuestro no puede ser, no lo será jamás. ¿Escuchaste? ¡Jamás! – intentó soltarse de ella pero la mujer lo calló de un beso agigantado.

                 En esos momentos, Mirabel se sacudía totalmente. Caminaba cerca hasta que, por la media ventana que daba a la cocina, pudo ver a Bruno, pero no estaba solo. Estaba con una extraña quien lo estaba abrazando excitadamente, lo acorralaba con pasión y se besaban acaloradamente. La jovencita quedó helada, no esperaba tal situación. ¿Cómo nunca habló de eso? ¿Quién era? ¿Bruno realmente amaba a alguien? Sin advertirlo, Andrés se acercó a ella, le pidió bailar. Con los ojos brillantes, ella accedió. Andrés pensaría que ella estaba feliz.

               Bruno logró soltarse, limpiándose los restos de labial que quedaron en su rostro, aunque fue difícil.

- ¡Basta! Nunca lograremos ser uno del otro. Ya tengo a alguien en mi vida. – Analía se sobresaltó, sin demostrarlo, poseía una furia enorme dentro de ella, era como un volcán a punto de estallar.

- Brunito – continuó ella – te amo, siempre lo supiste –

- ¡No! –

- Si. No nos entendíamos, éramos jóvenes idiotas –

- Te amé en su momento, trastornaste las cosas. La magia no funciona así, y te lo dije. Quisiste algo más que mi corazón, no querías a mi familia. Ahora te repito, tengo a alguien más en mi vida- Bruno dirigió la mirada a su sobrina, con algo de dolor. 

- ¿Es aquella niña? –

- No puedo decírtelo –

- Es aquella niña. La del parque. Ya lo creo... - Analía observaba cómo Mirabel bailaba con Andrés, tenía pasos torpes y fuera de ritmo, pero más torpe estaba su corazón atormentado. - Ya lo veo. ¡Hm! Suerte, pervertido. Que el peso de tu conciencia caiga cuando todos se den cuenta – se reía mientras se retiraba a pasos lentos pero sensuales.

Bruno quedó solo y atormentado. Antes de que se dieran cuenta, corrió a su habitación. Subiendo las escaleras, se topó con Mirabel que también subía a su cuarto.

- ¡Mariposita! – suspiró, con una respiración que dolía. Mirabel no respondió. Lo empujó para abrirse paso a su cuarto. Él no entendía nada, hasta que dedujo que... vio lo que vio. Debió haberlo visto con esa maldita Hernández.

               Su cabeza empezó a doler, a agonizar. Marchó lento a su cuarto, caía muy poca arena de aquella entrada, pero de repente veía todo borroso. Las visiones. Las sombras que ahora ya estaban todas mezcladas, en desorden, reaparecieron de la nada. Bruno lloraba. No entendía lo que sucedía, se dirigió a su cama, trató de dormir, pero no sucedía. Analía le rebotaba su mente, Mirabel le rompía su corazón, aquella sombra volvía a aparecer... ¡Dios, ayúdalo! Contó uno, dos, tres... veinte, veintiuno, veintidós... cuarenta, cuarenta y uno... se durmió. ¡A qué costo! Sin saberlo, su almohada, verde musgo, se volvió negra, de tanta sangre sudada... 

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