La Última Opción

By Creative14MJBieber

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¿Te imaginas trabajar en la empresa familiar de tu padrastro? ¿La misma empresa que tu primastro dirige? ¿Tra... More

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Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos

Capítulo Tres

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By Creative14MJBieber

¿Eres demonio? ¿Eres ángel?

¿Soy el cielo? ¿Soy el infierno?

Apenas puedo encontrar la prueba para salvarme.

-Christina Aguilera (Twice)

     El domingo Isobelle se preparaba para la cena en casa de su madre y su padrastro.
     No sabía por qué se esforzaba tanto en verse bien, si se sentía tan incómoda. El vestido que llevaría esa noche era bastante bonito y elegante, era color negro, pegado al cuerpo, hasta arriba de la rodilla, con un escote bastante discreto para la ocasión, pero no era para nada su estilo. Sin embargo era lo único más decente que tenía para ir a una cena con su "familia".
     Su guardarropa consistía en su mayoría en faldas y camisas para el trabajo, aburridos abrigos, gracias al clima de Chicago, y en pijamas en las que se enfundaba en cuanto llegaba a casa, claro, obviemos que también tenía algunos outfits casuales para ir al supermercado.
     Aquel vestido lo había comprado específicamente para esos casos, lo había encontrado en descuento en una tienda de ropa vintage, en otras palabras, era de segunda mano, pero era de buena marca, la tela era preciosa, al igual que las costuras, sin embargo no se sentía cómoda con él puesto, al contrario sentía que estaba muy descubierto de la espalda y busto, el vestido dejaba a la vista buena parte de piel, sin llegar a ser vulgar, claro. Podía notar el pequeño lunar que tenía en el pecho izquierdo y acentuaba sus muslos gordos, pero no tenía opción, así que era eso, o nada.
     Tomó su bolso y su abrigo asegurándose de llevar todo lo necesario, y se miró una vez más al espejo, cuidando que el maquillaje que traía esa noche se viera medianamente bien, pues no acostumbraba a usarlo. Vio que todo estaba correcto y se dirigió hacia la salida de su edificio en busca de un taxi.
     Subió a su transporte inmediatamente y dio la dirección de la casa de Antonio, a la vez que el chofer del taxi asentía.
     Al llegar a su destino pagó al taxista y se dirigió al portón de entrada de la mansión de su padrastro. Esperó hasta que la dejaron entrar y se dirigió a la puerta donde una empleada le abrió inmediatamente y le ayudó a quitarse su abrigo para guardarlo en el armario.
     ―¿Isobelle? ¿Eres tú, linda? ―Preguntó Antonio asomándose por las escaleras del lobby, mientras bajaba a recibirla con brazos abiertos.
     Al momento de llegar donde ella se encontraba la apretó en un abrazo.
     ―Estoy muy contento de que hayas venido, Belle. ―Dijo Antonio cariñosamente.
     ―Me alegro de haber venido. ―Contestó ella con una sonrisa incómoda a la vez que correspondía el abrazo que su padrastro le brindaba.
     ―Ambos sabemos que eso no es verdad. ―Replicó Antonio soltando una carcajada y pasando un brazo por sus hombros guiándole hacia la sala de estar, donde se encontraban los demás invitados esperando pasar al comedor para dar inicio a la cena.
     ―Mi niña, has llegado. ―Dijo su madre cariñosamente, aunque ella bien sabía que lo hacía para disimular frente a los invitados que no eran ni más ni menos Alexander y su madre, la cuñada de Antonio.
     ―Buenas noches. ―Saludó tímidamente a nadie en particular, intimidada por la penetrante mirada de profundo fastidio que le dirigió Alexander al instante de haber entrado en la habitación.
     ―Oh, Bellie, querida. Te ves preciosa esta noche. ―Comentó la madre de Alexander con una sonrisa bastante sincera.
     ―Muchas gracias, Señora Santinelli. ―Respondió incómoda ante la mirada que Alexander seguía dirigiendo hacia ella.
     ―Claro que se ve preciosa. Como siempre. ―Replicó Antonio dirigiendo una sonrisa hacia su cuñada.
     La madre de Isobelle cambió rápidamente la conversación e hizo que todos pasaran al comedor.
     ―Creí que íbamos a esperar a Rosetta. ―Replicó Alexander seriamente. Él adoraba a su prima y siempre le daba mucha prioridad y más cuando se encontraba dentro del país.
     Isobelle se tensó por el momento al pensar que Rosetta se encontraba en casa y que iba a compartir la cena con ellos, pues como ya se sabía, ambas hermanastras no tenían la mejor relación. Sin embargo, no dio indicios de tal incomodidad e intentó relajarse.
     Ya eran adultas y a su parecer, lo suficientemente maduras para compartir una cena sin contratiempos, se dijo.
     ―Oh, no, querido sobrino. Rosetta ha salido con unos amigos. Ya sabes, para ponerse al día con ellos. Dijo que no la esperáramos, que cenaría fuera. ―Dijo Antonio, con tono alegre. ―Solo seremos nosotros cinco. ―finalizó.
     Isobelle se relajó un poco, pero no del todo, pues la presencia de su jefe ahí hacía que se sintiera un tanto incómoda. Después de todo él también la odiaba.
     Se sentaron en sus respectivos lugares. Antonio a la cabeza de la mesa del comedor, a su derecha la madre de Isobelle y a su izquierda Genoveva, la madre de Alexander. Mientras que Ella y Alexander se situaron a lado de sus respectivas madres quedando uno frente al otro, lo cual provocó más incomodidad en los más jóvenes de la mesa. Aunque ninguno de los mayores se percató de ello.
     Los sirvientes de la casa comenzaron a poner los platillos en la mesa como tenían ordenado, algo de un refinado puré de papa con gravy recién hecho de este lado, espárragos salteados y sazonados del otro lado, y frente a cada uno de ellos una sopa de lo que parecía ser brócoli, que a la primer cucharada Isobelle sintió como si su lengua tocara el cielo. O como pensaba que se saboreaba el cielo.
     Ciertamente Gía era una excelente cocinera. Y agradecía a Dios el que su madre, o incluso Antonio nunca la hubieran despedido, pues era la única que se atrevía a enfrentar a los señores de la casa, incluyendo a su hermanastra. Isobelle evitaba conflictuarse con ella, al contrario, sentía un respeto profundo por la cocinera de la residencia Santinelli y por ello, cuando Isobelle era pequeña, Gía la premiaba con galletas de chocolate o brownies, su especialidad. Los mejores brownies de Chicago, aunque nadie los conocía, más que la familia Santinelli.
     El plato fuerte consistió en un solomillo de res sazonado a la parrilla, el cual acompañaron con los espárragos y el puré, además de otras verduras igualmente asadas. Si bien no era la comida más refinada, estaba deliciosa, y en cierta manera, Isobelle se sintió transportada a acción de gracias.
     La cena transcurrió sin ningún contratiempo. Isobelle permaneció sentada en silencio, tratando de no mostrar lo incómoda que se sentía cuando Alexander le enviaba miradas de desagrado y solo contestaba brevemente cuando las preguntas iban dirigidas a ella.
     ―Isobelle, querida. Cuéntanos cómo te está yendo en el trabajo. ―dijo la madre de Alexander observándola. ―¿Es Alexander buen jefe? ―Terminó por preguntar.
     Isobelle, que no había despegado la mirada de su postre, alzó la vista hacia la madre de Alexander como un cervatillo asustado.
     ―Ejem. Me va bien, creo... ejem. Alexander es muy buen jefe, sí. Ejem... sí, muy bueno, de verdad―Terminó por responder.
     Sintió la atenta mirada de la madre de su jefe sobre ella, y la penetrante mirada de su jefe, además de la de su madre y su padrastro.
     ―Bueno, qué bien que te está gustando el trabajo en la editorial, Bellie. Todos sabemos cuánto te has esforzado. ―Comentó la madre de Alexander. mientras su miraba como su padrastro asentía efusivamente y Alexander la observaba, ahora molesto.
     ―No veo que sea un logro enorme. ―Comentó su madre. ―Solo tiene que leer algunos manuscritos y llevar papeles de acá para allá, no es gran cosa. ―Continuó.
     Se extendió un silencio incómodo por toda la habitación e Isobelle regresó la vista hacia su helado, viendo como este ya estaba derritiéndose poco a poco.
     El carraspeo de Antonio aligeró el ambiente, mientras volvía a conversar con su sobrino sobre negocios y cuestiones a las que ella no prestaba atención, al igual que su madre, quién se la había pasado toda la cena ignorando a todos, metida en sus pensamientos, como si no quisiera estar ahí, como si su mente estuviera en todos lados menos ahí en la habitación con ellos.
     Era algo que Isobelle sabía que su madre hacía frecuentemente cuando se sentía incómoda en algún lugar. Y era algo de lo que se daba cuenta, Antonio no tenía en cuenta, pues parecía que ni siquiera se percataba de lo que su mujer hacía y mucho menos se cuestionaba el por qué lo hacía.
     El resto de la cena transcurrió rápidamente. Después todo pasaron a la sala de estar a tomar café, donde ella se excusó para ir al baño, donde se descargó llorando un poco por lo que su madre había dicho en la cena.
     Se sentía mal. Sabía que su madre no la quería y mucho menos después de... de lo que había pasado.
     Abrió la puerta del baño aún secándose un poco los ojos y saliendo de este se topó con algo duro obstruyéndole el paso. El pecho de Alexander.
     ―Pensé que no saldrías nunca. ―Exclamó el susodicho irónicamente. ―Creí que íbamos a tener que llamar a los bomberos porque te habías atorado en el retrete. ―Volvió a comentar con un brillo de diversión en su mirada.
     Un fenómeno del que Isobelle nunca era partícipe.
     ―Pues ya ves que no es así, el baño es todo tuyo si así lo deseas. ―replicó Isobelle. ―No se preocupe, lo dejé perfectamente limpio y caliente para su trasero. ―exclamó, al igual que él, irónica. Y Alexander no pudo evitar fijarse en sus ojos llorosos.
     Los ojos del aludido brillaron de disgusto, pero profundamente Isobelle también observó en ellos algo de diversión, era asombroso de ver eso en sus profundos ojos azules que siempre estaban cargados de desagrado y seriedad, para con ella.
     ―No tienes derecho a hablarme así. ―Volvió a hablar aquel hombre tomando su brazo sin llegar a hacerle daño. ―Ten en cuenta que soy tu jefe. ―Replicó con desdén.
     ―En ese caso usted tampoco tendría derecho de hablarme como lo ha hecho. ―Replicó también Isobelle, cada vez más consciente de la cercanía de su jefe, y sintiendo la caricia del pulgar de Alexander sobre la piel desnuda de su brazo. ¿Qué estaba pasando?
     ―¿Por qué dijiste eso en la cena? ―Preguntó Alexander seriamente, confundiendola.
     ―¿A qué te refieres? ―Preguntó ahora ella.
     ―A lo que dijiste, de que era un muy buen jefe. ―Respondió sarcástico. ―Ambos sabemos que eso no es verdad, "Bellie", ―continuó, escupiendo la última palabra con desdén. ―Ambos sabemos que odias trabajar conmigo, al igual que yo. No creas que no he escuchado a las otras secretarias hablar de todas las veces que te han escuchado llorar en el baño a causa de algo te he dicho que hirió tus sentimientos. Lo cual debo admitir que no me importa en lo más mínimo.
     Isobelle tragó saliva dificultosamente.
     ―Sigo sin entender a lo que te refieres. ―Replicó. ―No lo entiendo. ¿Qué tiene de malo que haya dicho eso? ¿Y por qué escuchas lo que dicen las demás secretarias? Creí que los chismes no eran lo tuyo. ―Preguntó aún más confundida.
     ―A veces eres muy cabeza hueca. Y lo otro no es de tu incumbencia―Dijo él. ―Era tu oportunidad de decir que era un horrible jefe y así hacer que te despidiera en frente de todos, y así lograr no volver a vernos más y librarnos de la presencia del otro.
     ―¿Quieres deshacerte de mí? ¿Por qué? ―Replicó ella con preguntas.
     ―Porque me desagradas; me desagrada ver tu horrible rostro todos los días y saber que arruinaste mi vida, porque estoy harto de verte y no poder hacer nada para que te vayas de mi vista, para hacerte desaparecer. Porque eres lo que hace que desee encontrarme en todos los lugares posibles, menos cerca de ti, ―Isobelle seguía sintiendo la caricia de Alexander sobre su piel, ahora apretando fuertemente su brazo, ―porque cada vez que te veo no puedo evitar recordar lo que nos hiciste a Rosetta y a mi. Porque cada vez que te veo, no puedo evitar ver el rostro de una asesina.
     Isobelle se quedó estática, sin saber qué decir. Sabiendo que tenía que defenderse, pero con las palabras atoradas en la garganta.
     Se zafó del agarre de Alexander y caminó por el pasillo sin detenerse dejando atrás a Alexander, sin pasar por la sala de estar siquiera, dirigiéndose directamente a la puerta de entrada abriendola y al instante encontrándose cara a cara con su hermanastra, a quien se le borró la sonrisa nada más verla. Y sin esperar algún comentario despectivo por parte de ella, Isobelle salió rápidamente hacia la calle sin mirar atrás, en busca de un taxi. Sin percatarse de los dos pares de ojos que la observaban irse desde la puerta de la mansión de su padrastro.
     Quería desesperadamente volver a su casa. Quería encerrarse en su departamento, meterse en la cama, dormir y no despertar nunca más. Quería olvidarse del pasado, de todo lo que la atormentaba cada día, olvidarse de lo que había pasado, de aquel incidente que había arruinado la vida de todos.

     Paró un taxi que la llevó directamente a su casa. Y mientras iba en este, mandó un mensaje a su madre y su padrastro disculpándose con ellos y diciéndoles que no se sentía para nada bien y que se había regresado a su casa.
     Al llegar a su agujero, se enfundó en su pijama, sacó su teléfono y marcó un número rápidamente. La persona del otro lado respondió al tercer tono.
     ―Siento llamarte a esta hora. Pero necesito urgentemente que nos veamos mañana.




Algo muy corto, lo sé. Díganme qué opinan de este capítulo comentando y votando.

Muchas gracias por leer. Estaré publicando pronto.

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