A Aries no le terminaba de gustar la mansión de los Malfoy. Era demasiado oscura, tenebrosa. Incluso parecía que tenía frío todo el tiempo. Bien podía haber sido cosa de la primera sensación que tuvo al visitarla por primera vez, pero no había desaparecido ese mal sabor de boca que le quedó.
Recordaría siempre su primer día ahí, eso era una realidad. Estaba segura que esos recuerdos no los olvidaría jamás, pues eran de los más bonitos que había vivido en cuatro años o, mejor dicho, que recordaba. Había conocido a Draco, llamándole bebé. Su bebé. Ese día se dijo a sí misma, aunque Narcissa Malfoy no terminó de entender a su ahijada, que siempre sería su soporte, su mayor apoyo, su incondicional. Desde esa mañana, Aries decidió que sería su hermana mayor. ¡El mejor ejemplo a seguir del mundo!
Era divertido y bonito ver cómo le cuidaba tan bien, siempre velando por su seguridad. Era adorable verla querer tanto a alguien tan pequeño, tan indefenso, tan bonito. Narcissa supo que, desde ese instante, ambos primos serían inseparables.
Agosto de 1985.
Aries cumpliría siete años el próximo diciembre. A medida que pasaba el tiempo, se podía ver en ella el reflejo de Regulus Black. A Narcissa le gustaba eso, aunque también le dolía porque le hacía recordar la pérdida de su primo, quien había sido su incondicional durante casi veinte años.
Era una tarde calurosa de mitades de agosto. A contra pronóstico, Inglaterra llevaba más de cinco días sin llover y el sol amenazando con derrochar más calor, por decirlo de algún modo. La ya no tan pequeña Arabella se encontraba sentada en el césped del jardín, viendo como los pavos reales eran alimentados por los elfos domésticos que servían a la familia Malfoy. Estaba sumamente aburrida de verlo, quería hacer algo. Algo diferente a lo que hacía siempre: aprender francés, tocar el piano, clases de protocolo y modales. Por ello, bajo la atenta mirada de Dobby, que la vigilaba desde la lejanía, empezó a correr hasta entrar al salón principal. Por la puerta entraba Draco, con una sonrisa traviesa en los labios.
— ¿Vamos a la cocina, Ari? —la vocecita del menor, junto a un pequeño puchero, fue su tentación.
¡No podía negarle nada a su hermano pequeño!
—Está bien —murmuró, alargando la "e"—. Ven, vamos.
Le tendió la mano y ambos se dirigieron a la cocina, donde algunos elfos ya empezaban a preparar la cena.
— ¡Galletas! —gritaron a la vez.
—Galletas de chocolate —pidió la mayor, cruzándose de brazos—. ¡Ahora!
—La ama Narcissa no quiere que comáis galletas antes de cenar, amita Aries —dijo un elfo, ganándose una mala mirada por parte de la niña—. Lo sentimos, amita.
Enfadada por esa respuesta, decidió cogerlas por ella misma. Pero estaban en un armario, estaba demasiado alto. Primero arrastró una silla, pero no era suficientemente alta para poder llegar hasta la estantería donde estaba el tarro de las galletas que tanto les gustaban a ambos niños. Luego se subió a la silla, con intención de saltar para subirse sobre el mármol que tanto caracterizaba la mansión Malfoy y podías encontrar en cualquier lugar, pero sus piernas eran demasiado cortas debido a su corta edad y no sirvió de nada, más que para caer de culo al suelo.
Sin embargo, aunque sus ojos se empañaron y amenazaron en empezar a llorar, no lo hizo. Ella sabía que no podía llorar frente a nadie, porque eso te hacía parecer débil. ¡Y ella era una niña mayor y fuerte! Ya no lloraba. . . casi.
—Amita, ¿se hizo daño la señorita Aries? —Preguntó una elfina, que rápidamente se acercó a la niña Black—. Le dijimos que no hay galletas, no queremos que la ama Narcissa nos regañe.
Frunció el ceño. Era un gesto típico de Claire McNeil cuando no conseguía lo que quería. Lo había heredado de su madre, de su familia materna, que no conocía. De hecho, no conocía a su familia, en realidad. A veces visitaba a su tía Andrómeda, que tenía una hija seis años mayor que ella, llamada Nymphadora. Pero siempre a escondidas de su tío Lucius, pues su madrina una vez le contó que ni siquiera debería verles, pero entendía que Aries había pasado tiempo con ellos cuando era más pequeña y estaba a cargo de Sirius, por lo que les visitaba de vez en cuando acompañada de un elfo. Tenía a su madrina, que la amaba como si fuese su madre, quien se encargó desde que empezó a tener uso de razón, a relatarle historias sobre sus padres. ¡Y a Draco! Era su hermano pequeño, no le importaba no ser una Malfoy. Aries prometió que siempre iba a estar junto a Draco, por mucho que pasasen los años, y seguiría siendo así.
Se subió de nuevo a la silla, lo intentaría de nuevo. Pero no llegó a tiempo, pues unas manos, pálidas y delicadas con unas uñas pintadas de color rosa pálido, la sujetaron por la cintura. Miró arriba, tirando su cabecita hacia atrás, haciendo así que su azabache melena llegase hasta su cintura. El rostro, para nada amable, de su madrina lo decía todo.
Estaba en serios problemas.
Puso su mejor rostro, con una cara de no haber roto ningún plato, pese a que eso no era así ni mucho menos, pues era una niña de lo más traviesa y juguetona. No funcionó.
—Queríamos galletas, Ina.
Cuando quería algo, seguía llamándola por el apodo por el cual la nombraba siempre unos años atrás. No fue suficiente tampoco.
Y entonces, cuando Narcissa se la llevó de las cocinas para darle una buena reprimenda, sintió como la magia fluía por su interior. Su cabeza dolía a horrores, por lo que cerró los ojos unos segundos. Unas lágrimas traicioneras recorrieron sus mejillas por el dolor que le causaba estar usando magia por primera vez. . . pero, pasados unos segundos, el tarro de las galletas salió volando hacia sus manos.
Acababa de cometer y presenciar su primer acto de magia accidental.
Y se cayó al suelo, cuando todo se volvió negro.
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Poco a poco, la novela va cogiendo forma, a pesar que tan solo sea el segundo capítulo. Quizás son un poco aburridos, pero ya puede empezar a leerse entre líneas la personalidad que va construyendo Aries desde muy pequeña, así como los pequeños momentos de su pasado para poder entender su presente en Hogwarts.
¡Espero que os guste!