En el mismo instante en el que Akira cogió la llave de las manos de Saiko, se dio cuenta de que las cosas pintaban mal. Los ojos de la yandere se volvieron rojos, lo que normalmente no es buena señal, y, por si Akira no se hubiera dado cuenta de que estaba cabreada, ella se lo decidió aclarar con una simple frase:
— Vas a lamentar eso.
Muy poco tiempo después Akira corría despavorido por el ancho pasillo y Saiko volaba tras él. El chico quería llegar al aula A3 para poder encerrarse ahí y asegurarse de que nadie que no esté invitado pueda entrar.
Cuando llegó, abrió la puerta y la cerró con llave lo más rápido que pudo. Sin perder tiempo, se dispuso a buscar por toda el aula. No le importaba lo que encontraría: un botiquín, un arma, una llave... Cualquier cosa le servía en ese momento de desesperación.
Saiko no tardó mucho en llegar. Ella pegó su bonita cara al cristal de la puerta y exclamó:
— ¡Ahí estás!
— ¿Acaso me habías perdido de vista? – murmuró Akira sin ni siquiera mirar hacia la puerta.
Él creía que encerrarse con llave resolvía el asunto. Eso era un gran error por su parte. Saiko rompió la ventanita de la puerta y la tiró abajo con tanta facilidad que parecía algo que hacía a diario.
Al oír el ruido, Akira se giró y vio cómo estaba la cosa. No tuvo tiempo ni siquiera de reaccionar. Saiko, con la velocidad del rayo, se lanzó hacia él. Como si creyera que Akira no sabía sus intenciones, decidió explicárselas. Era una chica muy detallista.
— ¡Voy a matarte! – informó ella cuando llego hasta él e hizo un rápido gesto con el cuchillo.
Akira agarró las dos manos de Saiko unos pocos instantes antes de que el arma se clavara en su pecho. La chica lo miró con cara de sorpresa. Era obvio que no se esperaba ninguna resistencia, pero siguió haciendo presión. Akira sintió lo fuerte que era su rival.
Comenzó a pensar en las opciones que tenía, algo que era bastante fácil, pues no es que fueran demasiadas. Soltar las manos de Saiko significaría muerte inmediata. Eso le llevaba a la conclusión de que tampoco podía sacar el cuchillo de Ayato y defenderse con él.
Tenía que haber algo que se pudiera hacer. Siempre lo había.
A ver, Saiko hacía fuerza hacia adelante. Eso significaba que, si Akira seguia intentando empujar sus manos hacia atrás, ella se seguiría resistiendo. Lo que Saiko no hacía era emplear fuerza hacia los lados.
Akira sonrió al darse cuenta de su hallazgo. Tal vez no pudiera seguir contrarrestando la fuerza de su enemiga, pero lo que sí podía hacer era desviar su ataque.
Él empujó las manos de Saiko hacia la izquierda con mucha más facilidad de la que esperaba. Después, sin perder ni un segundo, corrió hacia la salida, pero por el camino se cayó y se dio en la cabeza con el borde de un pupitre. Por suerte, Saiko aún estaba un poco despistada y él logró llegar hasta la puerta, a pesar de que veía un poco borroso.
— ¡Vas a lamentar eso! – le amenazó Saiko y fue tras él.
Al pasar por el umbral, supo por qué Saiko le había quitado los zapatos. Los cristales de la ventana rota se le clavaron en los pies, pero Akira estaba dispuesto a ignorar el dolor con tal de salir vivo.
Por suerte, Saiko también iba descalza. Akira oyó sus grititos de dolor y su lamento:
— Duele, Senpai...
Aun así, ella logró espabilar más rápido de lo esperado.
A pesar de que estaba seguro de que no serviría de nada, Akira gritó:
— ¡Mira, maldita, voy armado, así que esto no te conviene!
Para dar credibilidad a sus palabras, mientras corría, sacó el cuchillo de Ayato y lo agitó en el aire como una bandera. Lamentablemente, el chico no calculó la fuerza con la que hacía eso, así que el arma se le cayó al suelo. Iba a recogerla, pero Saiko se le estaba acercando demasiado, así que decidió dejar el objeto atrás.
De repente, Akira oyó una voz feliz:
— ¿Cuchillo de recambio? ¡No sabes cuanto te lo agradezco, Senpai!
Genial. Además de haber perdido la única forma de defenderse, le había proporcionado otra arma a Saiko.
Akira se giró para ver cómo ella recogía el cuchillo. Como parecía estar bastante distraída con él, el chico se detuvo por unos momentos para tomarse un respiro.
Saiko olió el arma como si fuera un perfume caro.
— Huele a ti, Senpai – dijo ella y se rio como una niña pequeña a la que le han dado una piruleta.
Con mucho alivio Akira vio que los ojos de la chica recuperaron su color rosa habitual. Por lo que él había entendido, el rojo era malo. El rosa era bueno.
Saiko se le acercó sin tener ninguna prisa. Le observó durante unos instantes y saco Dios sabe de dónde un frasco de pastillas.
— Por favor, acepta esto, Senpai. Te aliviará el dolor – le aseguró Saiko.
Akira miró el frasco. Bastantes dudas pasaban por su cabeza. No le apetecía aceptar nada que tuviera que ver con Saiko. ¿Cómo podía asegurarse de que no le estaba ofreciendo drogas? Pero el golpe que se había dado en la cabeza había sido bastante fuerte, a pesar de que no le había creado una herida. Además, Saiko ahora tenía los ojos rosas. Eso significaba que estaba siendo buena... ¿no?
Sin estar muy seguro de lo que hacía, Akira cogió una pastilla del frasco y se la tragó sin agua. De inmediato se sintió más relajado y su cabeza golpeada y los cortes de los pies empezaron a dolerle menos. Eso era raro, porque las pastillas solían tardar un tiempo en hacer efecto.
Saiko se rio.
— Eres estúpido – dijo ella.
El mundo empezó a darle vueltas a Akira. Todo se veía como si estuviera sumergido en agua. El chico se dio cuenta de lo que se había tomado.
— Me has drogado... – dijo él.
— En realidad era un somnífero que actúa de inmediato – especificó Saiko. – Pero da lo mismo. Duerme, Senpai...