De lo poco que me atrevo a recordar de mi vida antes del caos, es que nací en Atlanta, Georgia. Primera y única hija de un matrimonio nuevo en la ciudad. Mi nombre es Madison Harris. En cuanto a los recuerdos de mis padres, desearía poder borrar los de su último día de vida, pero siendo realistas, es imposible.
Esa noche seguirá agarrándose a mí para no hacerme olvidar lo que ocurrió. Por lo que, desde los catorce años soy huérfana. Y si a eso le añadimos que nunca fui lo que se denomina comúnmente como normal, obtienes un desastre.
Realmente, ¿quién dicta lo que es normal y lo que no?
Tan solo unas horas después de lo ocurrido me encontraba en manos de los servicios sociales. Me acosaron con demasiadas preguntas, pero no recordaba nada. Tal vez no quería hacerlo.
A los meses la policía cerró el caso por falta de pruebas y empezó el trámite de adopción para que pudiera vivir con una familia de acogida, al menos hasta que fuera mayor de edad. No tenía a nadie más. Al menos no más parientes que quisieran hacerse cargo de mí.
Cumplí los diecisiete, y en tan solo esos tres años, había estado ya en seis casas de acogida alrededor de los Estados Unidos. En Illinois, Pennsylvania, Virginia, Utah, Oklahoma, Arizona y a partir de septiembre, Dakota del sur.