6:22 Asiento 129

By luimeliamoments

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Amelia encerrada en un vida que la hace infeliz, Luisita con un pasado doloroso a sus espaldas. Dos mujeres q... More

Capitulo 1. Ha ocupado mi sitio.
Capítulo 2. Fue un placer discutir con usted.
Capítulo 3. Nunca hubiera pensado eso de usted.
Capítulo 4. Está demasiado buena para ser virgen.
Capítulo 5. Prepárese a contarme todo.
Capítulo 6. Un intercambio inesperado.
Capítulo 7. Hablar es algo bueno.
Capítulo 8. No soy nadie para juzgarla.
Capítulo 9. Ella me hace revivir.
Capítulo 10. Arrancó de un sueño.
Capítulo 11. ¿Es por culpa de mis sentimientos?
Capítulo 12. No querría estar en otro lugar.
Capítulo 13. ¿Cómo quieres que actúe?
Capítulo 14. Poner en palabras.
Capítulo 15. Creo que tengo miedo.
Capítulo 16. He pasado una maravilla velada.
Capítulo 17. ¿Voy a conocer a tu madre?
Capítulo 19. Te quiero.
Capítulo 20. Se habría llamado Isabelle.
Capítulo 21. Ella no lo tendrá.
Capítulo 22. Ella es estúpida.
Capítulo 23. Esa historia que habían dejado nacer.
Capítulo 24. Se que me estoy enamorando de ti.
Capítulo 25. Lanzarse a la piscina.

Capítulo 18. Es importante para mi.

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By luimeliamoments

Día 30 18:40

—Mamá música —resopló Henry que parecía no apreciar el jazz que ella había puesto en la radio.

—¿Qué quieres escuchar cariño?

—Mamá piano.

—¿Te la pongo en los cascos?

—Síiiii —exclamó el niño con alegría.

—Luisita, ¿puedes sacar el MP3 de mi bolso?

La rubia obedeció y siguió sus instrucciones para poner la lista de música. Se quitó el cinto y se contorsionó para ponerle los auriculares al niño.

—Henry, no te muevas, no voy a llegar.

—Pero...

—Nada de peros, pórtate bien mientras te lo coloco.

Ella se dio prisa en guardar el MP3 en el bolsillo del niño y se volvió a poner el cinturón de seguridad, dándose cuenta de la sonrisa de su compañera.

—¿Qué?

—Me gusta que te ocupes de esa manera de él.

—Lo adoro.

—Me agrada oír eso.

—¿Está escuchando fragmentos de piano?

—Sí, pero solo los que interpreto yo. Le gusta escuchar el trabajo de mamá.

—Realmente es un niño de mamá.

Rieron juntas y al final cayeron en un silencio agradable hasta que Luisita aprovechó que Henry estaba ocupado con la música.

—No fue tan mal —dijo ella.

—Yo diría que incluso fue bien. Mi madre te encuentra interesante, es buena señal.

—Tuve miedo de que no le gustara que me impusiera como lo hice.

—Al contrario, creo que has estado perfecta. Ella necesita a alguien que sea capaz de enfrentarla como tú los has hecho. Y además, has estado muy bien, no le has faltado el respeto.

—Adoro a tu padre, siento que lo tengo de mi lado y es tranquilizador para abordar a tu madre.

—Ella te aceptará, lo sabes, debe a aprender a confiar.

—Lo que no quiero es que me compare con Lourdes.

—Al principio lo hará, nos toca a nosotras ser intransigentes con eso y no dejarla que lo haga.

—¿No tienes miedo de enfrentarte a tu madre por una mujer a la que conoces desde hace poco?

—No, porque siento que esa mujer vale la pena.

Luisita se mordió el labio para impedirse coger su mano o inclinarse a besar su mejilla, y eso hizo sonreír a la morena.

—No te muerdas el labio.

—¿Por qué?

—Porque va a ser difícil para mí contenerme.

—¿Quién te dice que no sea ese el cometido?

—Que estamos delante de mi hijo y que nos dirigimos a casa de tu hermana.

—Hay muchos recovecos en el apartamento de mi hermana —dijo con voz grave dejando que leyera entre líneas.

—Y a las 20:30 mi hijo debe estar en la cama —dijo ella con el mismo tono.

—Eso abre un abanico de perspectivas.

—Ya veremos, Señorita Gómez, ya veremos. De momento, mi única obsesión es gustar a tu familia.

Diez minutos más tarde llegaron a casa de María y Amelia arregló su ropa por enésima vez desde que había salido del coche. Se inclinó para peinar el pelo de Henry que gruñó despeinándoselos de nuevo. Debió ver una mancha en la mejilla de su hijo porque se lamió el pulgar y comenzó a frotar.

—Mamá —dijo él con una mueca de asco pegándose a Luisita.

—Ven aquí, tienes una mancha.

El niño, obedeciendo, avanzó hacia ella mientras lanzaba a la rubia una mirada de desespero.

—Se diría una mamá gata aseando a su gatito. Para Amelia, está perfectamente limpio.

La morena se detuvo mientras se disponía a lamer de nuevo su pulgar, la miró y finalmente metió su lengua suspirando. Se enderezó y tomó la mano de su hijo mientras que Luisita tocaba.

—Buenas tardes —dijo María en cuanto hubo abierto la puerta.

—Hola, Mery. Te presento a Amelia y a su pequeño, Henry.

—Encantada, estoy muy feliz de finalmente conocerla  —dijo la castaña estrechándole la mano.

—Igualmente —respondió ella educadamente.

—Pero entre —dijo apartándose para dejar vía libre.

Luisita se ocupó de sus abrigos mientras que su amiga se inclinaba sobre Henry.

—Y tú eres el gran salvador de Zazou.

El rostro del niño se iluminó ante la evocación del pájaro.

—¿Está bien? ¿Puedo velo? —preguntó con entusiasmo

—Por supuesto.

—Mamá, ¿puedo?

—Claro, cariño, vamos a todos a verlo.

—Heu, antes de que... —comenzó María enderezándose bruscamente.

—Finalmente, aquí están —cortó una voz femenina.

—Demasiado tarde. Lo siento, se auto invitó, no tuve elección —balbuceó la castaña girándose hacia Luisita.

—Tal y como lo dices pareciera que no soy bienvenida  —dijo divertida la castaña que acababa de aparecer, con una gran sonrisa que mostraba que sabía perfectamente que así era.

—Marina —dijo Luisita lanzando una mirada compungida a su compañera —Definitivamente es el día de las malas noticias.

La joven se echó a reír mientras pasaba su brazo por los hombros de su empleada.

—Pero, bueno, ¿por qué tanto odio? Voy a ser muy adorable con tu querida Amelia —dijo ella tendiéndole la mano.

Amelia la estrechó con una sonrisa crispada.

—Soy Marina, la jefa de Luisita.

—Yo, Amelia.

—Sé perfectamente quién es desde que estoy escuchando hablar de usted.

—Y yo Henry —dijo el pequeño.

—Tú eres el famoso Henry —dijo ella poniéndose a su altura.

—¿Me conoces? —preguntó él de forma entusiasta.

—¡Por supuesto! Eres quien le salvó la vida a Zazou.

—Vamos a verlo —dijo María empujando al niño y a su madre.

Luisita aprovechó para retener a su jefa y tener un momento a solas con ella.

—Sé buena, ¿vale?

—Oh, Luisita, como si fuera a haceros sentir incómodas.

—Marina, conmigo no vengas con esas.

—Intentaré contenerme.

—Por favor.

Marina rio ante su estrés y finalmente la empujó para que caminara.

—¡Luisi, ven a ver! —escuchó la voz de Henry gritar.

—Voy Henry.

—Rápido, rápido, Zazou está en la mano de mamá.

—Ha crecido mucho —dijo Amelia a su compañera al verla entrar.

—Y comienza a tener forma de algo sin la pelusilla.

—Eres mala, es un pobrecito bebé.

—Luisita se ríe de él todo el tiempo —dijo Ignacio entrando en la estancia.

—Nunca dejé de hacerlo para ser exactos. En cuanto lo cojo me hace caca.

Henry se echó a reír a carcajadas poniéndose la mano sobre la boca y mirando a su madre.

—Lógico —continuó Ignacio mientras se acercaba —Te empeñas en cogerlo siempre después de que María o yo le hemos dado de comer, te lo buscas.

Avanzó hacia Amelia y le tendió la mano.

—Soy Ignacio o Nacho como prefieras llamarme, el marido de María —dijo riendo dulcemente —Y usted debe ser Amelia.

—Encantada. ¿Así que, usted es el doctor personal de este pequeño pajarillo? —dijo ella estrechándole la mano con su mano libre.

—¿Quién mejor que un veterinario para ocuparse de una cría caída del nido?

—Una joven benevolente dedicada a ayudar a la infancia —dijo María dándole una palmadita a Luisita en la cabeza.

—Yo no era un pajarillo caído del nido.

—Mi polluelo que alzó el vuelo, era tan mono verla abrir las alas tan tímidamente. Una paso tras otro hacia el mundo real.

—Y aún una mirada hacia atrás antes del gran salto para asegurarme de que estabas detrás —dijo Luisita cogiendo la mano de su amiga.

—Siempre.

Luisita se sonrojó ante la ternura de la mirada de María y ante el afecto en la de su compañera.

—¿Quién es este hombrecito? —preguntó Ignacio para romper el silencio.

—Es mi hijo Henry —respondió Amelia sobresaltándose, dejando de mirar finalmente a la rubia —Henry, di buenas tardes.

—Buenas tardes —dijo él tímidamente.

—Entonces, ¿te alegras de volver a ver a Zazou?

Henry no pronunció palabra y se conformó con mover la cabeza, mientras se escondía entre las piernas de su madre.

—Perdónele —dijo Amelia inclinándose sobre su hijo —No es así siempre.

—Quizás es porque soy un hombre —dijo espontáneamente Ignacio —En fin quiero decir... como usted es... no debe tener costumbre de...

—Incomodidad —dijo Marina después de un largo silencio.

—No, en absoluto —dijo entonces Amelia recobrándose —No, no pasa nada, él no tiene ningún problema con los hombres, normalmente está cómodo con todo el mundo —se agachó ante el pequeño y puso su dedo bajo su barbilla para hacer que la mirara —¿Todo va bien, ratoncito?

Henry asintió y aprovechó la presencia de Luisita a su lado para intentar esconderse de nuevo. Su madre lo cogió en brazos y él hundió su cabeza en su cuello. Pudieron escucharlo murmurar y la sonrisa de la morena calmó la tensión.

—Sí, Henry, de verdad es veterinario, él cuida de los animales todo el día —dijo ella.

El niño miró de nuevo a Ignacio con admiración.

—¿Quieres que te enseñe cómo doy de comer a Zazou? Necesitaría un buen ayudante.

Miró a su madre de golpe, los ojos llenos de esperanza y corrió hacia él cuando ella asintió y lo dejó en el suelo.

—Ama los animales más que nada, creo que conocer a un veterinario de verdad es como si nosotros tuviéramos delante a nuestro ídolo.

—Ignacio va a aprovechar de su éxito —dijo María dirigiéndose al salón —Si me siguen, iremos al salón para tomar el aperitivo confortablemente.

Amelia miró en dirección a la habitación donde Henry e Ignacio se habían quedado con Zazou. Pareció vacilar con inquietud y Luisita cogió su mano.

—No tienes por qué tener miedo, está en buenas manos con él.

La morena le sonrió y acarició su mejilla con ternura, pero la inquietud sin embargo no desapareció de sus ojos.

—Voy... solo voy a ver si todo va bien. No tardo, solo para asegurarme que Henry está cómodo.

Luisita rio amablemente ante la tentativa de justificación y la besó tiernamente.

—Estaremos allí, únete a nosotras cuando te sientas segura.

—Gracias —respondió ella besándola a escondidas antes de marcharse.

Luisita se quedó mirándola hasta que desapareció y se unió a sus amigas.

—Es divertido verte besar a una mujer —dijo María.

—¿Qué? —dijo de repente Marina volviendo de la cocina —¿Se han besado?

—Sí, un beso rápido.

—Oh, no, he venido para eso y me pierdo el mejor momento. Volved a hacerlo delante de mí.

—Marina, no vamos a besarnos para darte el espectáculo.

—Oh, venga, no pido que os beséis sin razón, pero si la ocasión se presenta, no dudes si estoy delante —dijo ella guiñándole un ojo.

—Eres imposible.

—Lo sé, pero es porque estoy contenta por ti, Luisita.

—Lo sé muy bien —dijo la joven sentándose en el sofá.

—Desde que empezamos a oír a hablar de ella, es agradable veros juntas. Te confieso... —comenzó la castaña mirando de reojo a María —Para ser perfectamente sincera, teníamos miedo de que no dejara a su mujer.

—Lo sé —respondió con naturalidad Luisita —Yo también. Y también tenía miedo de quererlo, pero finalmente, lo ha hecho, está conmigo, y no me sentía tan completa desde hacía mucho tiempo.

—Henry está en las nubes —dijo Amelia entrando en el salón —Gracias por todo lo que hacéis por Zazou.

—No es nada, si supiera la cantidad de animales que transitan por aquí. Ahora vuelvo, voy a buscar las bebidas, no os mováis.

Luisita cogió la mano de su compañera y sonrió cuando esta agarró tiernamente su brazo.

—Si queréis besaros, sobre todo, no os sintáis incómodas —dijo Marina mientras las observaba.

El efecto fue el contrario, porque Amelia enrojeció de golpe pidiendo disculpas y separándose ligeramente. Charlaron mientras tomaban una copa, y después la atención de centró en Henry al que Luisita, bajo pedido de este, daba de comer.

Él estaba en las nubes y solicitaba a la rubia permanentemente. Hechizaba a todo el mundo con sus pequeños ojos de cachorro y obtenía rápidamente todo lo que quería. Iba de María a Marina para hablar de Luisita, contándole a cada una el día en que Luisita le había salvado de una caída mortal en el tren.

Se decidió que ellas se quedarían a dormir, eso facilitaría que Henry se acostara a su hora y la organización del día siguiente. El niño estaba eufórico ante la idea de pasar la noche en casa de la hermana de Luisita. Primero pidió dormir con Zazou, después con Luisita, y al final con Luisita y mamá, lo que hizo ahogarse a su madre.

Había conquistado rápidamente el corazón de todos y monopolizado la atención hasta más tarde de la hora normal de irse a la cama.

—Creo que un hombrecito necesita urgentemente irse a la cama —dijo Amelia al ver a su hijo bostezar y frotarse los ojos.

—No tengo sueño —dijo él con la voz débil.

—Sí, tienes sueño. Venga, vamos a ponerte el pijama, lavarte los dientes y después les dirás buenas noches a todo el mundo.

—¿Luisi me pone el pijama? —preguntó él sonriendo.

—Luisi puede —respondió la interesada.

—Entonces, Luisita va. ¿Vienes con nosotros?

—Claro, vamos a meter al pequeño hombrecito en la cama —dijo ella levantándose.

—¡Yupiiiii! —grito el niño, saltando, de repente, perfectamente despierto.

—No va a ser fácil —suspiró Amelia siguiéndolos bajo la mirada divertidas de los demás.

Luisita suspiró profundamente mientras cogía el pijama que su compañera le tendía, no pudiendo evitar pensar en su pequeña y en lo que habría sentido haciendo eso con ella.

—¿Estás bien? —preguntó Amelia inquieta.

—Perfectamente. Solo es un poco raro, pero está bien.

—Puedo ocuparme yo.

—Estoy bien, te lo aseguro. Él quiere que sea yo, y me gusta que lo quiera.

Amelia, entonces, la dejó hacerlo. Ayudó al pequeño a desvestirse sin tocar sus calzoncillos cuando él le pidió de repente que no lo hiciera. Le puso la parte de arriba no sin cierta torpeza para hacer pasar la cabeza, y descubrir su cabellera toda despeinada. Henry reía a mandíbula batiente y se divertía no facilitándole la tarea.

—Henry —dijo Amelia con severidad —Estate quieto.

El niño obedeció y se pegó a Luisita en un gran abrazo cuando finalmente terminó de ponerle la prenda. Ella le correspondió tras un breve momento de sorpresa y lanzó una mirada a su compañera que sonreía serena en el marco de la puerta.

—¿Pasamos a la parte de abajo? —dijo ella acercándose, tomando el relevo ya que el niño se mostraba muy pudoroso con ella.

Henry la soltó del abrazo y se dejó hacer mientras que Luisita volvía con sus amigos. Algunos minutos más tarde la morena volvió para el tour de las buenas noches.

—Abrazo a Luisi —dijo él, intentando visiblemente alargar los minutos.

—Henry, son las ocho y media pasadas, deberías estar durmiendo.

—Pequeño abrazo, por favor.

Ella suspiró y se lo confió a su compañera que dejó que se instalara a su gusto en sus brazos. Ella le acarició la espalda y sintió cómo se hacía cada vez más pesado.

—Está bostezando a más no poder —dijo Marina divertida.

—A la cama, muchachito.

Él no peleó cuando su madre lo cogió y Luisita suspiró de satisfacción.

—Hay que admitir que todo esto es muy encantador  —dijo María —Te adora, ya está completamente colgado por...

—No digas eso —cortó Marina —Ya le sale la ñoñería por casi todos los orificios, no hay que ahondar más.

—¿Por qué casi? —preguntó Ignacio, y Luisita presintió que lo hacía adrede.

—Porque uno de los orificios está más centrado en la madre y no es precisamente ñoñería lo que corre.

—Marina —se indignó Luisita no creyendo lo que sus oídos oían —Eres vulgar, es asqueroso.

—Oh, no me vengas con esas, te la comes con los ojos.

—Deja de soñar dos segundos.

—Eso es imposible.

Amelia se les unió y Luisita se dio prisa en callar a su amiga.

—Duerme profundamente. Gracias otra vez por acogernos esta noche.

—Es un placer y hay sitio.

Pasaron a la mesa y la conversación transcurrió bien. Amelia se interesó por cada uno de ellos, y a la inversa.

El alcohol sin embargo estaba empezando a hacer de las suyas. Marina comenzaba a mostrar signos de una ligera embriaguez y cada vez menos comedimiento. Sus buenas resoluciones iban en sentido inversamente proporcional a la dosis de vino.

—Entonces, ¿qué significó meter a Luisita en su cama?

Todas las miradas se giraron hacia ella y levantó las manos en signo de paz.

—Lo sé, lo sé, es una de las preguntas que querías que evitase —le dijo a Luisita, que se masajeaba las sienes suspirando —Pero, no puedo más, quiero saber cómo eres en la cama según el punto de vista de una mujer.

—Heu... —comenzó Amelia después de un momento —Es una cuestión muy personal que atañe a nuestra intimidad. No pienso responder.

—¿Es mala?

—No, por supuesto que no. Sencillamente nuestra vida íntima solo nos incumbe a nosotras.

—Pero no estoy pidiendo detalles escabrosos, solo quiero una anotación, alguna idea.

Amelia lanzó una mirada de súplica a su compañera que se dio prisa en ir en su auxilio.

—Marina, déjalo, no vamos a responder.

—Vale, vale —dijo decepcionada.

Algo más tarde, sin embargo volvió a la carga con un nuevo ángulo de acercamiento.

—¿Qué ha significado ser la primera mujer para Luisita? —preguntó, sorprendiendo tanto a Amelia como a su amiga que no comprendía a dónde quería llegar, pero sentía que había algo detrás de esas preguntas —Quiero decir, usted ha estado con una mujer durante mucho tiempo, debe ser embriagador estar con una mujer tan virgen como Luisita en la materia. Con todo por aprender.

Amelia se quedó en silencio, incómoda, y acabó por carraspear y responder.

—Tanto una como la otra tenemos que aprender, como usted dice, yo solo he estado con una mujer en mi vida, tengo tanto que aprender de ella como ella de mí en términos de relación —dijo ella.

—Bien dicho —habló María —Ahora Marina córtate un poquito o te meto en un taxi.

—Hey, no tengo malas intenciones, solo es que me hago muchas preguntas.

—No hay problema —dijo Amelia —Si me disculpan, voy a lavarme las manos.

Se levantó y se dirigió rápidamente al cuarto de baño.

—Bravo Marina. Muchas gracias —dijo Luisita levantándose para seguirla.

—¿Qué? ¿Qué he hecho?

—Marina —dijo Luisita retrocediendo —Te adoro, lo sabes, pero necesito de verdad que seas más suave con ella. Es importante para mí, haz un esfuerzo.

Se dio prisa para encontrarla en el cuarto de baño y la vio delante del lavabo. Se pegó a su espalda y besó su cuello dulcemente.

—¿Todo bien?

—Sí, perfectamente.

—Perdóname por Marina, ella no es mala, te lo aseguro.

—Lo sé Luisita, te aseguro que todo va bien.

—Vale —dijo ella estrechándose más contra ella y comenzando a besar su cuello.

—No, espera Luisita —dijo la morena dándose la vuelta.

La rubia lo aprovechó para tomar posesión de sus labios, gruñendo de placer al darse cuenta que en tan poco de tiempo los había echado mucho de menos.

—He tenido ganas toda la noche —suspiró intentando sentir su boca de nuevo.

—Luisita no. Aquí no.

—Solo un beso.

—No —dijo ella mirando nerviosamente hacia el pasillo.

—Amelia, ¿algo no va bien?

—No, no, todo va bien. Es solo... no, no es nada, déjalo.

—Espera, háblame. La noche no ha ido tan mal. Sé que Marina es un número, pero no es mala, es...

—No es eso Luisita. Son amable, pero si nos ven, van a pensar que...

—¿Qué? Dime —dijo ella acariciando tiernamente su mejilla.

—No lo sé, yo... —dijo moviéndose, haciendo visible su nerviosismo.

—¿Alguna de ellas ha dicho algo que te ha incomodado? En fin, quiero decir, ¿de una forma más profunda que las preguntas fuera de lugar de Marina?

—No —dijo rápidamente —Bueno, sí, es... tu amiga Marina, ella... tiene preguntas muy... directas.

—¿Directas?

—Tiene un tema recurrente.

—Es verdad que no juega la baza de la delicadeza. ¿No te gusta que haga esas preguntas? Por supuesto, lo supongo, es por eso que me he negado a responderle.

—Sí, es verdad —dijo ella, moviendo la mano, como si intentara borrar lo que le pasaba por la cabeza.

—Háblame, por favor.

La morena la miró un momento y suspiró antes de empujar la puerta.

—Espero... —comenzó ligeramente vacilante —Espero que a sus ojos, tú y yo no seamos eso. Que ellas no piensen que he terminado mi matrimonio por una simple relación de placer físico.

—Amelia, por supuesto que no piensan eso. Marina no deja de hacer preguntas como esas porque siente curiosidad y no sabe quedarse callada. Solo aborda temas ligeros y atrevidos porque no se permitiría meterse en los asuntos de nuestra pareja, con cuestiones demasiado personales.

—¡Ha hablado de tu gusto Luisita, si eso no es personal!

—Noooo, en fin, sí, por supuesto, pero... es nuevo, le agrada, ella está feliz por mí y al mismo tiempo ella nunca ha hecho nada con una mujer, así que se hace muchas preguntas. Y como no sabe comedirse, las suelta abiertamente.

Amelia la miró un instante y suspiró apoyándose su cabeza en su hombro.

—Perdón.

—Tienes derecho a tener tus temores. Marina da miedo.

—Es tu familia y actúo de cualquier manera. Tengo tanto miedo de no gustarles que me he focalizado en esa idea.

—Pues bien, no te estreses, te adoran.

—¿Tú crees?

—Estoy segura.

—¿En qué te basas?.

—Marina te hace preguntas, cosa que no hace cuando alguien no le gusta, al contrario, no suelta una palabra sino es para lanzar alguna puya. Y María no deja de preocuparse porque estés cómoda y te sientas integrada. Ella está tan estresada como tú por no gustarte.

—No, tu hermana es adorable, un poco... mundo color de rosa, como dijiste, pero es agradable alguien tan fresco.

—Entonces, ¿todo bien?

—Todo bien, si —respondió la joven aunque Luisita podía ver que una parte de sus temores subsistía.

La besó con toda la ternura que sentía, intentando tranquilizarla lo máximo posible con ese beso. La morena entrelazó sus dedos y la siguió finalmente para volver al salón.

—¿Todo va bien? —preguntó María al verlas regresar.

—Sí, perfectamente bien —respondió Luisita.

—Venga, siéntense en el sofá, estaréis más cómodas, voy a quitar la mesa.

—No, yo me ocupo —dijo Marina —Me he invitado y tú has preparado todo, ve a sentarte, recojo, fregó la loza y me uno a ustedes.

—Yo la ayudo —dijo de repente Amelia bloqueando a su compañera que iba a hacer lo mismo.

Luisita comprendió por su mirada que deseaba estar a solas con Marina, entonces, besó su frente y siguió a su hermana.

—¿Ha estado bien, no? —preguntó ella cuando llegó al sofá.

—Creo que sí. Amelia está un poco turbada por Marina.

—Dios mío, esa mujer no tiene pelos en la lengua. Debe tener un morado de treinta centímetros de diámetro por el número de veces que le di una patada en la pantorrilla bajo la mesa.

Luisita no pudo evitar reír pensando que se lo tenía merecido.

—Amelia tiene miedo de que penséis que está conmigo solo por el sexo.

—Si fuera el caso, no habría esperado a romper con su mujer para besarte.

—Lo sé, pero está angustiada, no sabe qué pensar.

—Entonces, tenemos que tranquilizarla.

—Te molesta si... —dijo señalando a la cocina.

—¿Estás insinuando que deseas ir a espiar a tu compañera y a una de tus mejores amigas?

—Por supuesto.

—Perfecto —dijo ella levantándose para seguirla.

—Si no os molesta, yo voy a ir a dar de comer a Zazou  —dijo Ignacio suspirando ante el comportamiento de ambas.

Ellas lo ignoraron completamente y se acercaron sigilosamente a la puerta desde donde podían escucharlas hablar. Amelia limpiaba mientras Marina secaba y colocaba en su sitio.

—Sin embargo —escucharon que Marina decía —Creo que es genial saber hasta ese punto quien se es. Saber así que se prefiere a las mujeres desde tan joven, ¿no cree que si se hubiese acostado con un hombre le habría gustado?

Luisita y María se miraron abriendo los ojos de par en par, temiendo la respuesta de Amelia.

—No —respondió con seguridad —¿Sabes Marina? Todo esto no tiene nada que ver con lo físico. No es eso lo que me ha hecho tomar las decisiones de mi vida. Era, y aún lo es, una cuestión de sensaciones y sentimientos.

—Sí, eso es seguro —dijo Marina ligeramente —Es genial. Cuando uno ve a personas que se pasan años buscándose, creo que es agradable saberlo desde un principio.

Amelia sonrió como respuesta y continuó con su tarea.

—Así que ha conseguido cambiar de acera a nuestra Luisita y atraerla a su cama —dijo ella riendo dulcemente.

Luisita sabía que era ese tipo de frase lo que hacía dudar a su compañera. Estaba segura de que Marina no veía nada malo en ello, pero comprendía mejor la imagen que la morena temía ofrecer.

Un largo silencio se apoderó de la cocina y la joven comenzaba a pensar que sería mejor entrar cuando Amelia tomó la palabra.

—La aprecio, ¿sabe?

—¿Perdón? —cuestionó Marina.

—Luisita... la aprecio, de verdad. Si ella no hubiera estado preparada para... habríamos esperado, el tiempo que hubiera hecho falta.

—¿La quiere?

Amelia fue tomada de sorpresa ante esa pregunta y no supo qué responder.

—Discúlpeme por hacer esta pregunta, es solo que...  usted es consciente de que Luisita ha sufrido mucho en la vida. Yo no... no querría que eso le pasara de nuevo. Estaba tan mal desde hacía tanto tiempo antes de conocerla.

—Yo... no puedo responder a esa pregunta. Es muy pronto para esas palabras y no es algo de lo que se hable con alguien que no sea la persona en cuestión. Sin embargo le puedo decir que sé lo que siento, y es sincero. Yo... ella me ha dado el valor para dejar a mi mujer. Yo lo he hecho por mí, por Henry, pero también por ella. Lo he hecho por este "nosotras" con el que ella me hace soñar, y que ahora quiero mantener.

—Así que está prendada, ¿eh?

Amelia movió la cabeza tímidamente y enrojeció mientras se volvía a concentrar en los platos.

Luisita tiró de su amiga para volver al salón y las dejó acabar tranquilas. Sonreía de oreja a oreja por las palabras que había escuchado.

—¿Qué has escuchado que ha sido tan genial? —preguntó Ignacio al verlas volver.

La rubia se dejó caer en el sofá suspirando y dejó a su corazón responder en su lugar.

—Que Amelia está enamorada de ella.

—Ella no ha dicho eso —gruñó colocándose bien.

—Como si lo hubiera dicho.

—No nos saltemos etapas. No estamos ahí.

—Sea lo que sea, estoy contento por ti.

—Gracias Nacho.

—Es agradable verte sonreír de verdad.

—Es agradable volver a sentir las ganas de sonreír.

Las dos mujeres salieron de la cocina y el fin de la velada transcurrió sin la menor perturbación. Amelia se sentó en el sofá lo más cerca de Luisita, entrelazando sus dedos sin llegar a incomodar al resto de personas.

Cuando fue el momento de las despedidas, Marina abrazó a Luisita y le murmuró al oído.

—Estoy feliz por ti. Cuídala, vale la pena.

—Lo sé Marina.

—Y me niego a que María sea la única testigo de vuestro matrimonio.

Luisita rio de buena gana besando a su amiga en las dos mejillas, divertida ante su incapacidad de estar seria por mucho tiempo.

Ella se marchó y la noche acabó tranquilamente, Luisita y Amelia se instalaron en la habitación de Luisita después de echar un vistazo a Henry que dormía pierna suelta.

—Con lo que respecta a mañana... —dijo Amelia mientras comenzaba a cambiarse en el cuarto de baño, la puerta abierta para seguir hablando.

—Ya he visto eso con Marina, voy a trabajar, pero sabe que puedo irme en cualquier momento. Tengo muchas horas extras que nunca me he cogido.

—Te llamaré cuando salga y nos vemos para comer entonces.

—Vale, pero si finalmente mañana por la mañana tu madre te dice que ella puede acompañarte al abogado, os dejo al mediodía.

—No, no, me gustaría verte, solo espero que ella no se invite.

—En el peor de los casos... —dijo ella encogiéndose de hombros.

—¿Qué, en el peor de los casos? —preguntó ella pasando la cabeza por el hueco de la puerta para verla.

—Bueno... —respondió Luisita levantándose y yendo a pegarse a su espalda, la cabeza sobre su hombro mientras que se desmaquillaba —No vamos a mentirnos, encontrarnos con tu madre, pase lo que pase, será un momento angustioso en el que el estrés me saldrá por todos los poros...

—Encantador —comentó Amelia.

—Así que me decía que sería mejor arrancar de un tirón el esparadrapo que estar cociéndolo a fuego lento.

—Cuando más se cuece a fuego lento, más la salsa impregna los alimentos —la pinchó ella.

—Sí, salvo que en este caso, es mejor que la salsa no impregne demasiado.

—Entonces, ¿estás preparada para intentar una comida entera?

—Sí, ¿ves cómo soy de valiente? —dijo con voz infantil, haciendo sonreír a su compañera.

Amelia se dio la vuelta en sus brazos y la beso lánguidamente.

—Gracias —resopló antes de volver a empezar con los besos.

Luisita notó la temperatura ascender rápidamente. Nunca se había sentido tan caliente con unos sencillos besos. Se preguntaba si al final no sería más gay que bi,  se concentraba únicamente en su relación con Amelia, pero sus pensamientos llegaban solos a su mente. Sintió las manos de su compañera deslizarse hacia sus riñones y suspiró de satisfacción al pensar en la velada.

Finalmente todo pasó bien, e incluso la forma de ser "sin vergüenza" de Marina había tenido su lado positivo. Amelia había agradado a su familia y ese hecho la volvía más feliz y ligera a la vez.

—Deja de pensar —murmuró Amelia pegada a sus labios antes de continuar.

Luisita abrió los ojos y vio el rostro de su compañera, los ojos aún cerrados, pegado al suyo.

—¿Qué? —dijo separándose.

La morena siguió el movimiento sin abrir los ojos, buscando volver a poseer sus labios.

—¿Amelia?

—Sonríes contra mis labios —dijo ella besándola bajo la oreja —Te dejas hacer —besó su mandíbula —Lo adoras y te gusta —descendió por su cuello —Pero no estás realmente conmigo —dijo deteniéndose en su carne sensible, jugando en ella con sus labios, su lengua y sus dientes —Estás pensando, tu mente está lejos de aquí.

—Estoy... —comenzó Luisita disfrutando plenamente de sus atenciones —Estoy feliz por... la noche.

—Yo también —dijo ella apartando su cabello y empezando a chupetear su nuca, intentando dejar una marca allí donde el cabello permitiera esconderla.

Luisita gimió ladeando la cabeza, aturdida por sus sensaciones.

—Le... has gustado a mi familia.

—¿De verdad? —preguntó deteniéndose y clavando su mirada en la suya.

A la joven le costó volver a recobrarse, frustrada por ese parón repentino, y abrió los ojos con dificultad.

—Verdad de verdad —dijo finalmente —Están felices por mí, felices de que te haya encontrado. Marina me ha dicho que no te deje escapar.

—Hemos hablado en la cocina. Se preocupa por ti porque te quiere y no quiere que sufras. La he tranquilizado sobre mis intenciones contigo.

—¿Qué intenciones Señorita Ledesma?

—La voy a hacer feliz, Señorita Gómez. Feliz conmigo  —añadió mordiéndose el labio inferior.

Para Luisita eso ya fue demasiado y se precipitó sobre ella para besarla, transmitiéndole con sus gestos todo lo que no podía con palabras. De repente se hizo mucho más ansiosa y más atrevida. Arrastró a su compañera hasta la cama y la echó. Se colocó a horcajadas sobre ella y la besó otra vez. La morena se incorporó y la rubia se encontró sentada sobre sus rodillas mientras que ella sembraba de besos su escote.

—No haremos el amor aquí, Señorita Gómez —dijo la morena con voz grave, sin parar, sin embargo, sus atenciones.

—Lo sé —gruñó ella arqueándose incitándola a que descendiera por sus pechos.

Amelia no se hizo de rogar y le quitó la camiseta para besar la parte alta de sus pechos. Luisita hizo lo mismo quitándole su vestido y sintió su deseo aumentar al verla en ropa interior. Sintió la mano de su compañera deslizarse por su espalda y desabrochar con destreza su sujetador.

—No debemos hacer el amor aquí Luisita —dijo antes de llevarse un pezón a la boca y comenzar a jugar con su lengua.

Luisita entonces comprendió que su compañera era incapaz de pararse y que indirectamente le pedía que fuera lo bastante fuerte por las dos. Se sintió entonces orgullosa y llena de confianza al ver que una mujer semejante perdía así el control con ella. Gimió bajo la insistente lengua y, recurriendo a un gran esfuerzo, la empujó para obligarla a parar.

—Si no nos paramos, vamos a hacer el amor Amelia.

—Estamos en casa de tu hermana, no deberíamos.

Ninguna de las dos estaba convencida, pero el recuerdo de la delgadez de las paredes dio a Luisita el valor para calmar el juego.

—La insonorización es muy mala aquí.

Amelia detuvo sus gestos, una mano sobre un pecho de su compañera y cerró los ojos dejándose caer completamente sobre el colchón, escapándosele un suspiro de frustración.

La rubia rio y se dio prisa en levantarse y coger su sujetador para volver a ponérselo bajo la mirada curiosa de la morena.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —dijo ella incorporándose sobre los codos.

—Sí.

—¿Eres pudorosa?

—Heu... depende. ¿Por qué preguntas?

—¿Lo eres al comienzo de una relación? ¿O es quizás por otra razón?¿Porque soy una mujer... quizás?  —preguntó ella en voz baja temiendo que interpretara mal sus palabras —No hay ningún problema —dijo rápidamente sin darle el tiempo de responder —Solo es una pregunta que me hago.

—Creo que lo estoy siendo más que de costumbre porque eres una mujer —dijo ella decidiendo ser honesta.

—¿Por qué? —preguntó con curiosidad, sin miedo ni temor en sus ojos.

—Normalmente, con los hombres, no soy pudorosa una vez que he pasado la primera noche con ellos. Pero, contigo es algo totalmente nuevo, y... a veces me pregunto qué les gusta de verdad a las mujeres. Es diferente la mirada de una mujer a la de un hombre. A no ser que solo sea tu mirada la que es diferente.

—Por lo que respecta a lo que le gusta a las mujeres, creo que es como con los hombres, depende de los gustos, algunas, los culos, otras, los pechos, otras, el vientre, etc... Para mí... tú eres lo que me gusta mirar  —dijo ella con una sonrisa traviesa —Con lo que respecta a mi mirada, ¿qué hay de diferente con respecto a lo que has conocido?

—No sabría decirte. Me traspasa, es demasiado fuerte y difícil de explicar. Pero realmente me gusta.

—Es porque lo que veo me gusta de verdad —dijo ella levantándose y acercándose a su oreja para susurrarle lo siguiente —Y no hablo solo del físico.

Luisita tembló y la miró coger el pijama que le había prestado, proveniente de las cosas que todavía tenía en casa de María. Amelia se dirigió hacia el cuarto de baño y la rubia se dio cuenta de que ella también tenía tendencia a ocultar su cuerpo.

—¿Y tú?

—¿Yo qué?

—¿Eres pudorosa o tiene que ver conmigo?

La morena volvió a la habitación sin haberse cambiado, aún en ropa interior. Se mordisqueaba el labio inferior nerviosamente, sus ojos fijos en el suelo.

—Tiene que ver contigo —confesó sin rodeos.

—¿Por qué? —cuestionó dejando su voz transmitir algo de nerviosismo.

—Porque... tú siempre has estado con hombres, has disfrutado viendo a hombres desnudos y... a veces me pregunto si te pasa lo mismo ante una mujer.

Ella no había levantado aún los ojos, esperando una reacción, mientas que parecía encontrar particularmente apasionante el parqué.

—Oh, no, no me pasa lo mismo.

Amelia alzó la mirada, su inquietud visible en su rostro.

—Nunca he estado tan intimidada delante de un hombre —continuó ella sonriendo —Verte me hace desearte y a la vez me da miedo porque no sé cómo actuar. Un hombre es fácil para hacerle comprender que una tiene gana y despertar su deseo. Pero una mujer es mucho más compleja, tengo la impresión. Sé que solo hemos hecho el amor una vez, pero me he hecho todas estas preguntas. ¿Cómo despertar el deseo en una mujer? ¿Cómo se comprende que ella tiene ganas? Mis compañeros siempre me han dicho que estar en el lugar del hombre es mucho más complicado. En una sesión de besos la mujer sabe rápido que el hombre quiere ir más lejos. Ellos, en cambio, a veces creen que van por el camino correcto, y no es así. Las mujeres no dan señales tan claras y ahora me doy cuenta hasta qué punto es angustioso.

Amelia la miró un momento y sonrió de oreja a oreja.

—¿Qué te hace sonreír así?

—Tú, eres tan encantadora —dijo avanzando para besarla.

—No te burles, es una verdadera preocupación.

—Oh, pero si no me burlo, cariño. Sé hasta qué punto puede ser angustioso. Yo no tengo una experiencia muy... grande... solo me he acostado con dos mujeres en mi vida.

—¿Dos? —la cortó ella —¿Quién es la segunda? ¿Has tenido otra pareja aparte de Lourdes?

Amelia ahogó su risa con su mano y la besó de nuevo.

—Tú idiota.

—Oh... —dijo ella sintiéndose tonta —Perdón, pensé... en mi cabeza no contaba nuestra única vez.

—Oh, sí cuenta —dijo acariciando su mejilla —Decía que yo no tengo una gran experiencia, porque conozco sobre todo a una mujer. Pero sé que se aprende a leer en la otra, a estar a la escucha de sus reacciones y así se hace fácil conocer sus deseos.

—¿Me perdonarás mis torpezas?

—No lo sé, dependerá de la rapidez del aprendizaje.

—¿Aprendizaje? —dijo divertida la rubia al ver que su compañera le tomaba el pelo abiertamente —Dicho así, tengo la sensación de que si me equivoco, voy a recibir un castigo.

—Veremos Señorita Gómez, veremos.

Luisita tembló de la cabeza a los pies y la cosa no se arregló cuando Amelia deslizó sus manos hasta el broche de su sujetador.

—Entonces, ¿no tengo nada que temer si me desvisto delante de ti?

—Me gusta verte desnuda. Tienes un cuerpo... oh, dios mío, magnífico —dijo ella al verla quitarse la prenda.

Amelia se acercó hasta rozar sus labios y murmuró.

—Sin embargo, voy a pararme aquí, no quiero que las cosas se nos vayan de las manos.

Tras decir eso, se levantó de un salto y se fue a cambiar al cuarto de baño. Luisita se quedó un momento perdida, antes de dejarse caer en la cama suspirando de frustración y de felicidad a la vez.

Amelia volvió en pijama, fue a comprobar que Henry dormía profundamente y no le faltaba de nada y volvió a acostarse con ella. Se besaron un rato, acariciándose, charlando de la noche y de los acontecimientos del día siguiente. Se durmieron finalmente una pegada a la otra, Luisita apretada a la espalda de su compañera con su brazo rodeando de forma posesiva su cintura.

Día 31 Tren de las 06:22

Luisita estaba en el tren observando el asiento vacío al lado de ella. Después de un desayuno muy mañanero en el que no se habían cruzado con María sino un momento antes de salir, Amelia había llevado a Luisita a la estación antes de volver a casa de sus padres para preparar su cita que era a las nueve y media.

La joven había amado esa mañana de tres aunque Henry no había hecho sino una breve aparición, despertado por su madre justo antes de salir, aún adormilado por las emociones de la noche anterior. Le había gustado sostener al muchacho en sus brazos mientras que su compañera le ponía los zapatos. Le había gustado sentir su cabeceo, su cabeza posándose regularmente en su hombro mientras que luchaba por mantener los ojos abiertos.

Finalmente se volvió a quedar dormido abrazado a ella y Amelia no había esbozado el menor gesto para cogerlo, solo tomándose el tiempo para comprobar que estaba bien vestido. Después ella le había enseñado cómo colocarlo y asegurarlo en la sillita del coche, y se habían marchado, hablando sobre la elección del restaurante en el que querían encontrarse.

Luisita suspiró de felicidad preguntándose si, un mes atrás, habría creído a alguien que viniera a decirle que en ese momento se encontraría donde estaba.

Día 31 11:30

Después de la llamada de su compañera, Luisita había ido directamente al restaurante donde habían previsto encontrarse. La encontró sentada a una mesa, su madre en frente de ella. Inspiró profundamente, hizo estallar nerviosamente sus dedos y sus cervicales y expiró antes de entrar.

"Calma Luisita, no es un monstruo, es la madre de tu novia, no es un monstruo, es la madre de tu novia... La madre impresionante, carismática, super protectora que te espera alrededor de tu novia".

—Luisita, estás aquí —dijo Amelia, levantándose para besar su mejilla.

—Señorita Gómez —dijo Devoción tendiéndole la mano.

—Señora Ledesma —respondió ella estrechándosela.

Se sentó al lado de Amelia y tomó su mano bajo la mesa. Gesto que no se le escapó a Devoción, pero que tampoco mencionó.

—Entonces, ¿cómo ha ido todo? —se dio prisa en preguntar.

—Bastante bien. ¿Y tú día?

—Trabajo, trabajo, cliente, cliente, conjunto, conjunto, cobro, cobro —resumió ella rápidamente —¿Cómo que bastante bien?

—Hemos sabido que el procedimiento de divorcio es bastante sencillo. Ahora, si uno quiere divorciarse, el otro no puede impedirlo. Sin embargo, un punto ha creado debate, la repartición de bienes.

—¿Lourdes estaba allí?

—No... mi madre estaba allí.

—Me niego a que repartas, la mayoría no es suyo, no lo merece después de lo que te ha hecho.

—Sé lo que piensas mamá, pero no voy a empezar con eso, si debemos repartir los bienes, los repartiremos. De todas maneras, no quiero la casa.

—Pero tú has pagado esa casa.

—No empieces, Lourdes ha pagado su parte.

—Su parte inferior a la tuya.

—Su parte igual, mamá.

—Ah, sí, su parte igual, pero por el contrario, tú has financiado la totalidad de los muebles si mis recuerdos no me traicionan.

—Tenemos una cuenta conjunta. Lo que es mío es de ella, ese era el principio.

—Tú y tu negación a la separación de bienes —resopló Devoción visiblemente molesta.

Luisita no se atrevía a decir nada, esa conversación no podía dejarla indiferente, pues ella sabía que ese problema saldría a la palestra si todo marchaba con Amelia.

Devoción no iba a cambiar su manera de ver las cosas por ella, e iba, seguramente, a intentar disuadir a su hija de comprometerse con una mujer de una clase inferior a la suya.

Su compañera entrelazó sus dedos y comprendió que la sostenía, consciente de los temores que nacían en ella.

—Mamá, cuando yo me comprometo es por completo, el dinero no representa nada para mí, y lo sabes.

Devoción la miró un instante, después sus ojos se posaron en Luisita que de repente se sintió como pez fuera del agua.

—¿Dices eso para pasarle un mensaje subliminal a tu nueva amiga y tranquilizarla?

—Compañera, mamá, Luisita es mi compañera, y efectivamente, no deseo que se vea afectada por tus palabras.

—Definitivamente tienes el arte de encontrar... compañeras... —dijo ella cogiendo el término de su hija —...que no están al mismo niv...

—La voy a cortar inmediatamente —dijo Luisita que, aunque quería agradarle a Devoción, no pensaba dejar que la criticara abiertamente —Puede detestarme sin darme una oportunidad, puede persuadirme de que no soy bastante buena para su hija, aunque eso no es verdad, puede pensar que puedo hacerla sufrir, cuando eso no pasará. Pero nunca, y digo bien, nunca, aceptaré que me critique abiertamente sin reaccionar.

Devoción abrió la boca para hablar, pero Luisita la interrumpió.

—Además, le prohíbo que me compare con ella. No soy Lourdes y nunca lo seré. No está intentando conocerme y me clasifica como "daño potencial", pero ¿quién es un peligro aquí? ¿La que quiere la felicidad de Amelia o la que busca poner impedimentos?

—Yo deseo la felicidad de mi hija.

—Al igual que yo, así que deme una oportunidad para demostrarlo antes de rechazarme.

Devoción se cruzó de brazos, a la vista estaba que poco acostumbrada a que alguien se le enfrentara de esa manera.

—No se puede decir que no tenga carácter.

—Hay que tenerlo para salir adelante en la vida  —respondió ella con seguridad.

—En eso estamos de acuerdo.

Pidieron la comida y el resto de esta pasó sin incidentes notables. Devoción parecía comprobar regularmente a Luisita, pero estaba tan concentrada en Amelia que no prestaba atención.

—Lo único es el piano... —dijo Amelia entonces mientras les servían los postres.

—¿Cómo que el piano?

—Es un Steinway.

—¿Y... eso quiere decir? —preguntó insegura.

—Eso quiere decir que vale una fortuna —respondió Devoción —Steinway es un poco el Rolls de los pianos.

—¿El piano que tocaste en el escenario de la escuela?

—No, aquel también es bueno, pero no un Steinway. El mío está en casa, no lo muevo sino para los grandes conciertos.

—Oh, como el concierto de la ópera de Boston.

—Eso es, ese era mi piano.

—Es magnífico, yo creía que era un piano de la ópera.

—No, es el mío, el que mis padres me regalaron cuando entré en el conservatorio.

—¿Cuánto vale ese piano? Si no es una indiscreción, por supuesto.

—Algo más de 100.000 dólares —dijo con toda naturalidad Devoción.

Luisita se ahogó con el trago de agua y miró a su compañera y a su madre alternativamente.

—¿De verdad? —dijo con dificultad.

—Era mi regalo —dijo Amelia como si ese hecho explicara el precio del piano.

—Oh, estoy.... oh là, là, no me esperaba eso. Y... —dijo ella intentando ignorar que Amelia tocaba un piano que representaba más de cuatro veces su salario anual —¿Qué crees que hará Lourdes con relación al piano?

—No lo sé, quererlo, querer una parte, destrozarlo por venganza. No estoy tranquila sabiendo que está allí.

—Entonces vamos a buscarlo —dijo ella segura de sí misma.

—¿Cómo? —preguntó Amelia mientras que su madre se ponía recta en su silla.

—Es tu piano, un regalo de tus padres, es importante para ti, y es tuyo. No hay nada que pensar, hay que ir a buscarlo. Para tu concierto, ¿fue transportado, no?

—Sí, por una empresa especializada.

—Pues bien, llámalos y lo hacemos inmediatamente. Creo que hay suficiente sitio en casa de tus padres para ponerlo. Si hace falta, yo puedo quitar los únicos dos muebles que tengo para que entre en mi casa. Pero ni hablar de que ella tenga la ocasión de hacerte más daño.

Luisita estaba enfadada con Lourdes, ¿cómo después de todo lo que había hecho, podía seguir haciendo de las suyas? Debería aprender a mantenerse en un segundo plano, pero esa palabra no parecía formar parte de su vocabulario.

Desvió los ojos de su compañera y divisó que tenía la atención de su madre fija en ella. Devoción incluso enarbolaba una ligera sonrisa que ella no supo cómo interpretar, y prefirió no detenerse en ello de momento.

—Tu compañera tiene toda la razón —dijo entonces ella, sorprendiendo a las dos mujeres —Hay que actuar, he recogido gran parte de tus cosas, mañana o el viernes tu padre y yo volveremos. Eres libre de avisar a Lourdes si lo deseas.

—Entonces, hagámoslo el sábado —dijo Amelia —Ella estará en una formación y no volverá sino al final del día, si no recuerdo mal.

—Perfecto, los cuatro podremos hacer la mudanza más fácilmente —dijo Devoción sonriendo —Porque presumo que hay que contar ahora con usted —dijo con una frialdad más moderada que al principio.

Luisita evitó sonreír y asintió.

—Bien, entones lo haremos el sábado.

—Llamaré a Lourdes para avisarla, no quiero que hagamos la cosas a sus espaldas.

—Eso a ella no le ha preocupado —suspiró Devoción.

—Puedo pedir a María, Nacho y Marina que nos ayuden. Si tu padre se queda con Henry, seremos seis para la mudanza e iremos mucho más deprisa.

—Piensa usted en todo Señorita Gómez —respondió Devoción.

—¿Cómo no pensar en Henry?

—No puedo sino estar de acuerdo. Bueno, empieza a hacerse tarde, debéis ir a trabajar.

—Tienes razón, voy al baño y nos vamos —dijo Amelia levantándose.

Luisita sacó su cartera para ir a pagar, pero la madre de su compañera la interrumpió cogiendo la cuenta sin decir una palabra.

—Yo, hum... Gracias —dijo ella al ver que pagaba la totalidad de la cuenta.

—No es nada, Señorita Gómez —la miró un momento antes de volver a hablar —¿Es una apasionada, verdad?

—¿Cómo?

—Cuando está en una relación es a trescientos por ciento.

—Con su hija así lo siento.

—Es muy honesta conmigo, ¿por qué?

—Sé que ha sufrido con el comportamiento de Lourdes hacia su hija. Así que he supuesto que necesitaba evaluarme, y qué mejor que la honestidad para eso. Por Amelia estoy dispuesta a ser lo más transparente posible.

—Usted hace las cosas muy difíciles, Señorita Gómez.

—¿Qué quiere decir?

—Para detestarla —dijo levantándose.

Luisita sonrió levantándose a su vez.

—Es el encanto Luisita.

—Sin embargo no está todo ganado —se puso en su sitio otra vez.

—Oh, estoy segura de ello, todavía debo probarme ante sus ojos.

Devoción le tendió la mano y ella la estrechó. Cuando Amelia se les unió, ella tomó la mano de la morena y juntas salieron del restaurante.

Esa comida, que ella preveía desastrosa, finalmente había marcado un nuevo paso hacia delante y con el corazón más ligero entrelazó sus dedos con los de su compañera.

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