Un Amor Tan Equivocado

By LunaJasmi

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La vida de Luciana era alegre y prospera, con una familia feliz, buenos amigos y un enamorado que le hacía te... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50. FIN

Capítulo 32

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By LunaJasmi

Malva causó mucha expectación, luego del gran anuncio en el periódico, siendo visitada por muchas damas que querían conocer los trajes que ahí se ofrecían, llegando también mujeres de ciudades cercanas.

Luciana tenía mucho trabajo, y ahora manejaba una agenda, para los clientes que solicitaban entrevistas con ella en pedidos de vestidos personalizados.

Las ganancias que estaba consiguiendo la tienda, eran proporcionales a todo el trabajo invertido, lo que le daba una completa independencia económica, puesto que no necesitaba pedirle permiso a su esposo sobre gastos que quería realizar.

Se sentía tan orgullosa y satisfecha, que cada cierto tiempo, era ella quien invitaba a su esposo a algún espectáculo, a cenar, o le daba algún regalo ocasional, puesto que fue él, quien le regalo esas hermosas alas para poder volar a un mundo lleno de orgullo y satisfacción personal.

Como todas las tardes, Luciana llegaba feliz a la mansión de Valcáliz, después de un arduo día de trabajo en la Boutique. Acude al dormitorio, y comienza a arreglar su cabello, pintar sus labios y perfumar su piel, puesto que su esposo ese día, llegaba temprano de su trabajo en el Banco, al no tener esas extrañas reuniones con don Ismael, así que deseaba invitarlo a tomar el té a un salón que quedaba cerca de un lago rodeado de sauces.

— Mi señora Condesa, uno de los pretendientes de su hermana, ha venido para saludarla — informa su dama de cámara al tocar a su puerta y hablar desde afuera.

Luciana se levanta de su tocador y camina para abrir.

— ¿Un pretendiente? ¿Quién?

— Un señor llamado Camilo Reyes.

— ¿Para qué querrá hablar conmigo?

— Dice que desea darle un obsequio a su hermana, encargarle un vestido para ella... también creo que es para saber sus gustos y así conquistarle — daba una pequeña risita nasal la criada.

Luciana también ríe por aquello.

— Si es un corazón enamorado y se ha tomado tantas molestias, creo que deberíamos ayudarlo. Hágale pasar a mi salón privado.

— Si mi señora. — la dama hace una reverencia y se dirige al hall de entrada.

Luciana llega a su salón y busca su cuaderno de dibujos, en donde estaban los vestidos que más le gustaban a Carlota, para así darle propuestas a su enamorado.

Mientras revisaba los bocetos, siente que ingresa su invitado al salón, así que se levanta para saludarlo de manera cordial. De manera violenta su sonrisa desaparece, al ver que la persona que había ingresado, era Alberto, que traía un pequeño ramo de flores.

— Nuevamente, acude aquí realizando engaños a mis criados para poder verme — dice Luciana furiosa.

— Por favor, necesito hablar contigo, puesto que ya no me miras y no me diriges la palabra. Estoy desesperado al pensar que me has olvidado.

— Le pediré que se marche, señor — Luciana camina para tomar de una de las cuerdas que estaban al costado de la ventana y que llamaba al servicio, pero Alberto se lo impide.

— Te lo suplicó, necesito hablarte... por favor — Dice Alberto con los ojos llenos de lágrimas, que comenzaron a mojar sus mejillas y que él trataba de sacarlas apresuradamente, pero que seguían brotando.

Luciana odiaba esto, ver llorar a Alberto le desagradaba y no sabía si sentir lástima por él o vergüenza. Lo único que sabía y lo que le preocupaba, es que regresará Maximiliano y lo vea ahí, puesto que la presencia de Alberto podría molestarle y hacer perder aquella buena relación que compartían. Pero, de todas formas, no podía ser cruel y expulsar a un hombre que estaba llorando de esa manera.

— Diga rápido lo que quiere.

— Primero, quiero felicitarte por la apertura de tu tienda. Ese siempre fue tu sueño y ahora lo has alcanzado, me siento tan orgulloso de ti — Alberto le daba una sonrisa triste y le entregaba el ramo de flores.

Luciana de manera violenta toma el ramo y lo deja en una mesa cercana.

— Gracias. ¿Algo más que necesite decirme?

— Solo deseaba hablar contigo, sobre nosotros. Escapas cuando me ves en la calle y he estado tentado a hablarte en tu boutique...

— Por favor, no haga eso. No aparezca por mi tienda — dice Luciana, preocupada.

— No lo hago, justamente para protegerte de los rumores, ya que fueron esos comentarios los que te obligaron a casarte con el Conde...

— Sea directo Señor, ¿A qué viene?

Alberto estaba sorprendido de la dureza de Luciana, puesto que ya no podía percibir aquel tierno amor que ella antes le daba.

— Quería decirte, que he trabajado mucho para recuperar la estabilidad económica de los aserraderos.

— Me alegro por usted — responde malhumorada Luciana.

— En seis meses, la deuda con los Astorga estará saldada y me divorciaré de Ana María.

— ¿Aún sigue con ese predicamento?. Señor Burgos, haga lo que quiera, que a mí eso me tiene sin cuidado.

— Ana María ya conoce mis intenciones. Ahora, solo nos mantenemos juntos por las apariencias, dormimos en habitaciones separadas, y ni siquiera nos hablamos, a pesar de que estamos en la misma casa.

Luciana se mantenía inmutable ante aquello, como si eso no le importara. Alberto, al ver aquel desinterés, explota en llanto, tratando de tomar las manos de ella, pero esta se aparta rápidamente y toma distancia.

— ¿Ya no me quieres? ¿Tanto es tu odio por mí? ¿Dónde dejaste el amor que me jurabas? Todo lo que he hecho, lo hice por ti.

— Lo ha hecho por sus padres. Señor Burgos, esta conversación ya es repetitiva y me cansa, así que seré clara en hablarle. — Luciana da un suspiro — Usted tomó un camino y ese no fui yo, el tiempo no se puede volver atrás y se debe asumir las consecuencias de nuestros actos. Por favor, no vuelva a aparecerse nuevamente por esta mansión, y le advierto, no se acerque a la tienda, ya que me obligará a tomar acciones legales en contra suya, por su constante acoso.

Alberto mordía sus labios y asentía con la cabeza, sin despegar la mirada del suelo, puesto que no podía dejar de llorar, lo que hacía de manera silenciosa.

— Comprendo Luciana, todo fue mi culpa, ahora me odias y ya no sé cómo revertirlo, por más que lo intente, ya no sé cómo volver a tocar tu corazón.

— Le agradecería que ahora se marche — Luciana abre la puerta y hace llamar a una dama, con la campanilla.

Alberto, antes de salir por la puerta, se gira nuevamente para verla.

— A pesar de todo, yo seguiré con mi promesa. Durante el próximo verano, me divorciaré de Ana María, y me mantendré soltero. No me importa que todos se enteren de que estoy loco de amor por ti. Te reconquistaré, dedicaré mis días a lograrlo, porque tú y solo tú, eres el amor de mi vida.

Alberto se marcha, siendo acompañado por una sirvienta. Luciana caminaba detrás de ellos a una distancia prudente, puesto que debía frenar las intenciones románticas de Alberto, debido a que él ya no escuchaba razones y eso le hacía suponer que solamente se trataba de una enfermiza obsesión.

Cuando Alberto llega a hall de la entrada, Luciana manda a llamar rápidamente al Ama de llaves y Mayordomo de la mansión, además de todos los criados que se encuentren cerca.

Antes de que Alberto suba a su carruaje, la Condesa le pide que le vean.

— Memoricen su rostro. Él es Alberto Burgos, desde hoy, tiene prohibido el ingreso a esta mansión.

— Si señora. Responden los sirvientes al unísono.

Al ver todos cómo el carruaje de aquel hombre se marchaba, Luciana toma atención de un carruaje estacionado en la entrada.

— El Conde, ¿se encuentra aquí?

— Sí señora — responde el Ama de llaves — El Conde preguntó quién era su invitado para ir a saludarle.

— ¿Dónde está ahora?

— Creímos que estaba con usted.

Aquello preocupa a Luciana, no quería que su esposo pensara que tenía asuntos que tratar con Alberto, así que camina rápidamente al despacho privado del Conde, pero no lo encuentra ahí.

Luego de buscar de habitación en habitación, lo encuentra en el salón aledaño al lugar en donde estaba con Alberto.

— Señor, lo estaba buscando, ¿qué hace aquí?

Él eleva la vista de su lectura y le da una sonrisa a su esposa.

— No quería interrumpirla con su invitado, así que decidí quedarme aquí.

— Él no es un invitado, no tengo nada que tratar con él.

— Señorita Luciana, nuevamente le debo recordar que esta es su hogar. Puede traer a quien desee y hablar en privado sin mi consentimiento.

— Pero yo no deseo hablar con el Señor Burgos en privado.

— Entonces, no debería de invitarlo a pasar.

— No lo hice, él engañó a los criados con un nombre falso, al igual que la última vez.

Además, le acabo de pedir a los criados que le negaran la entrada si es que regresa.

— Pero señorita Luciana, no entiendo por qué se molesta en aclararme esto, yo no le he pedido explicaciones.

— Pero eso ¿No le incomoda?

— Lo que yo pueda pensar no importa, puesto que ambos, no somos un matrimonio real y no nos debemos fidelidad, es así como usted lo estipuló antes de la boda, yo lo acepte, así que está bien.

Maximiliano se levanta de la silla y sale de aquella habitación, puesto que ya no podía seguir ocultando su enfado y no quería crear una discusión sobre sentimentalismo con Luciana, debido a que no podría negarle lo celoso que se sentía, aquellos celos que no se le tenía permitido tener.

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