El renacer

By EstherVzquez

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El 14 de enero de 2016, Cristian Soler fue asesinado en la reserva de San Rafael, en los Pirineos. El día 16... More

El renacer
Capítulo 0
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79

Capítulo 12

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By EstherVzquez

30 de julio de 2022, San Rafael, Pirineos



Dejé La Galera el sábado por la mañana, tras dar una última vuelta por la clínica y asegurar que todos los suministros estaban cerrados. Contaba con volver a pasar antes de septiembre, al menos un par de veces en vacaciones, pero por el momento me conformaba con que Irene se diese un paseo antes de irse de viaje la semana siguiente.

—Nos vemos a la vuelta, entonces, jefa —dijo alegremente el día anterior a modo de despedida. Me plantó dos besos en la cara y se retiró con paso tranquilo, silbando la canción de moda—. Un mes de vacaciones, que pasada...

Sí, era una auténtica pasada. Aquel era el primer año que cerraba cuatro semanas seguidas e incluso a mí me costaba creer que fuera real. Cabía la posibilidad de que volviésemos antes, no tenía calculado cuánto tiempo iba a pasar en San Rafael, pero contaba con que al menos me quedaría una semana.

Después de cerrar la clínica volví a mi apartamento, donde acabé de llenar la maleta. Era bastante grande, la había comprado años atrás para el único viaje transoceánico que habíamos hecho Laura y yo juntas a Estados Unidos, y desde entonces la había guardado en el canapé de la cama. Años después, volver a abrirla era una auténtica sinónimo de aventura. Me había decidido volver a casa, y aunque no tenía muy claro qué era lo que íbamos a encontrar, si es que realmente había algo que encontrar, estaba animada.

Estaba emocionada.

Volver a San Rafael era enfrentarme al destino. Era aceptar de una vez por todas que la herida existía, y lo que era aún más importante, que quería cerrarla. Que necesitaba seguir adelante, y la única manera de hacerlo era encontrar al culpable de lo ocurrido.

Alguien que hasta entonces había sido un interrogante, pero que, en aquel entonces, después de la charla con Natalia, empezaba a tener más forma. Me mantenía en mi posición de que consideraba que teníamos muy poco, pero si el mismísimo director de la Reserva Natural había decidido viajar hasta San Rafael para ver qué estaba pasando, yo no iba a ser menos.

Cerré la maleta, la metí en el coche y me puse en marcha.



Llegué al pueblo al medio día, donde fui recibida por mi familia en el jardín de la casa, con la mesa ya puesta. Venía hambrienta tras el viaje, había encontrado algo de atasco y se me había hecho más largo de lo normal. Por suerte, mi madre había preparado un gran banquete para darme la bienvenida. Una mezcla de caza, verduras y dulces que consiguió no solo reanimarme, sino también hacerme recordar los tiempos en los que habíamos sido tan felices en aquella casa.

Parecía mentira que hubiese podido olvidarlo.



Pasé el resto del día en la casa de mis padres, con Bea ayudándome a instalarme en la habitación de invitados. La pequeña insistía en que me fuera a dormir con ella a mi antigua habitación, que me hacía hueco en la cama, pero teniendo espacio suficiente, prefería mantener un poco de intimidad. Los siguientes días se prometían movidos y no quería tener que despertarla a según qué horas.

Así pues, pasé parte de la tarde guardando mi ropa, viendo los dibujos con Bea, enseñándole los secretos mejor guardados de la casa y, caída la tarde noche, paseando por las calles siempre vivas del pueblo.

—¿Y tú vivías aquí, mamá? —me preguntó Beatriz mientras paseábamos por la plaza del mercado. A aquellas horas aún estaban los puestos abiertos, con decenas de personas paseando entre los comercios y llenando los carritos de la compra con productos frescos—. Me gusta.

—Vivía aquí, sí. Yo, tus abuelos, los padres de tus abuelos, sus abuelos. La familia lleva generaciones aquí.

—¿Y entonces porque ahora vivimos en La Galera? ¡A mí me gusta más esto!

—Ya, cariño, pero el trabajo de mamá está allí. Y también tu colegio, tus amigas...

—Pero aquí están los abuelos.

—Ya lo sé, ya.

—Y Laura, y la señora Ordoñez... y la chica del collar. —Me miró con una gran sonrisa—. A mí me gustaría vivir aquí.

Pasamos justo por delante del puesto de los caramelos, lugar perfecto para cambiar de conversación. Le di tres euros y la animé a que se acercase a pedirle unas cuantas chucherías a la señora de la tienda. Poco después, ya con una bolsita de plástico llena de dulces y una fresa de azúcar en la boca, dejamos el mercado para adentrarnos en una de tantas calles de piedra, con uno de los parques como destino. No sentamos bajo la sombra de una morera, ella con sus caramelos y yo con un chicle, y nos pasamos un buen rato mirando el ir y venir de vecinos y turistas.

—El abuelo ha dicho que un día me va a llevar a la montaña. Me ha comprado unas hojas donde aparecen animales y pájaros, y cuando los vea, los tengo que tachar.

—Ah, ¿sí? ¿Y cuándo se supone que te va a llevar?

—Me iba a llevar ayer, pero la abuela no quiso. Decía que te esperásemos, pero el abuelo dice que tú no vas a querer ir. Que no te gusta la montaña.

Forcé una sonrisa, maldiciendo por dentro a mi padre. Entendía sus ganas de mostrarle la reserva a la niña, para él era prácticamente toda su vida, pero no tenía muy claro que pisara el mismo lugar donde su padre había sido asesinado.

Me resultaba inquietante.

—Sí que me gusta, cuando era más joven iba mucho.

—¿Y ya no?

—Bueno, en la Galera no tenemos una reserva tan bonita como aquí, así que...

—Yo quiero que vengas, podemos tachar pájaros juntas.

—Ya veremos.

Nos quedamos en el parque hasta la caída de la noche, cuando decidimos regresar tranquilamente paseando de la mano. Hacía muy buen día, allí no hacía tanto calor como en La Galera, por lo que aprovechamos hasta el último rayo de luz. Después, ya en casa, ayudé a mi madre a preparar la cena, comimos alrededor de la mesa del salón y acostamos a la niña.

Mi madre se encargó de contarle el cuento de Peter Pan.

—Me ha dicho Bea que te la vas a llevar a la reserva —le dije a mi padre en la cocina, aprovechando los minutos de paz que nos daban hija y abuela—. Sinceramente, no tengo muy claro si quiero que vaya.

—Precisamente por eso quiero llevarla yo: tiene derecho a saber más sobre sus orígenes.

—Para eso con que le enseñes el pueblo tiene más que suficiente.

Mi padre negó con la cabeza, categórico.

—Eso no es cierto, y lo sabes. —Guardó los últimos platos en el lavavajillas y cerró la tapa—. Tu madre tampoco lo ve bien, dice que no es el momento, pero difiero. Si lo pensamos fríamente, ¿acaso va a haber un momento adecuado para que vaya? —Negó con la cabeza—. Ayer, hoy, mañana: todos los días son perfectos para que descubra los secretos de la reserva.

Secó el mostrador con el trapo y salió a la entrada, donde se acercó al colgador para coger su chaqueta. Durante la cena había comentado que iba a salir a darse un paseo con unos amigos, pero no había creído que fuera a hacerlo tan pronto. Apenas pasaban un par de minutos de las diez y media y mi madre aún seguía en la planta superior, haciendo reír a mi hija a carcajadas.

—No lo veo claro —insistí.

—Yo sí, pero bueno, eres tú la madre. No obstante, te diré una cosa, Elisa... —Abrió la puerta de la calle y se plantó bajo el umbral—. Tarde o temprano esa niña tendrá que saber quién fue su padre, no vas a poder seguir escondiéndoselo eternamente. —Alzó la mano a modo de saludo—. Me están esperando, nos vemos luego o mañana.

Y sin más, se fue, dejándome con un profundo vacío en el estómago y una desagradable sensación de amargura en la boca. Lo había dicho, sin más, y lo había hecho sin ningún tipo de acritud ni rencor. Sencillamente lo ha dicho tal y como era él: con naturalidad. Y sí, tenía razón, tarde o temprano tendría que saber quién fue su padre, pero poco a poco.



Aquella noche yo también había quedado en verme con Laura y Milo, por lo que mi madre se quedó al cargo de Beatriz. Hubiese preferido que me quedase con ella y ver juntas algún programa hasta altas horas de la madrugada, pero aquella misma mañana había hablado con Laura y ambas considerábamos importante vernos.

Además, Natalia también iba a participar. Ella se uniría a nosotros algo más tarde, seguramente pasada la medianoche, por lo que hasta entonces tendríamos tiempo para poner las cartas sobre la mesa.

Llegué pasadas las once a su apartamento. Nos saludamos, intercambiamos unas cuantas tonterías sin importancia para ponernos al día y pasamos a la cocina, donde Laura empezó a preparar un par de copas sin tan siquiera preguntar.

Aquella noche íbamos a necesitar estar un poco entonados para no acabar de volvernos del todo locos.

—¿Entonces le veis sentido? A mí todo esto me suena a locura, pero... no sé, logró convencerme.

Laura me dio uno de los vasos de tubo, lleno de hielos hasta arriba, y lo dejé en la bandeja, junto al otro. Seguidamente, ella se encargó de mezclar un refresco lo que en apariencia parecía el contenido de una botella de vodka.

Pero no lo era, lo supe con el primer trago.

—Dios, ¿pero esto que es? ¿Matarratas?

—No quieras saberlo —respondió. Cogió su propio vaso y se bebió la mitad de un trago—. Me lo mandan desde Estocolmo todos los años para Navidad. Normalmente para verano ya no nos queda, pero mira, este año nos lo hemos tomado con algo más de filosofía. ¿Te gusta?

Le di otro trago. Sabía a aliento de dragón, o algo peor, pero el regusto que dejaba era agradable. Mentolado, con cierto toque de cítrico... y muy potente. Tan solo necesitabas beberte un par de esos cócteles molotov para acabar tocando el cielo con los dedos.

—Y sobre lo que decías... bueno, es una locura, sí, ¿para qué engañarnos? —Salimos juntas al salón, donde Milo nos esperaba en la terraza, cigarro en mano—. Natalia es la típica perturbada que gana dinero engañando a la gente por internet. Tiene mucha imaginación y una cara bonita: combinación perfecta para que la sigan y paguen por verla.

—No es exactamente así —apuntó Milo—. Hay una parte importante de verdad en su discurso.

—Que lo queramos creer es una cosa, que lo sea, otra totalmente diferente.

Nos sentamos en el sillón, frente al televisor apagado. Habían puesto música ambiental de fondo, para amenizar un poco más los silencios. Los tres estábamos tensos, pero sin duda, yo era la que más. Me sentía no solo fuera de mi territorio, sino también un poco fuera de mí misma. Era complicado no sentirse como una intrusa.

—¿Qué parte? —Quise saber.

—La que ya te conté —incidió Milo, apagando el cigarro para entrar en la casa. Cerró la puerta de la terraza y tomó asiento en el brazo del sillón, junto a su esposa—. La autopsia. La documentación es real, lo que le da un cambio importante a las teorías de la policía. Ya no es un asesinato por un asalto a la reserva. Puede que los furtivos que hicieron desaparecer a los animales disparasen, pero ellos no lo mataron.

Laura respiró hondo.

—Tampoco lo sabemos.

—Le taponaron las heridas e intentaron parar la hemorragia, Laura: es evidente que alguien intentó salvarlo.

—¿Y por qué ese mismo alguien iba a querer matarlo después? ¡No tiene sentido!

Milo se encogió de hombros.

—Puede que fuese la misma persona, puede que no, pero lo que es innegable es que murió ahogado en el río. Y no, no fue por un accidente: encontraron marcas en su cuello y muestras de piel bajo sus uñas que demostraron que forcejeó con alguien.

—Muestras bajo las uñas... —murmuré con inquietud—. Entiendo que se analizaron.

Todos quisimos pensar que sí, pero sin una confirmación oficial al respecto, no era más que conjeturar.

—Natalia dice que sí, que hicieron un análisis pero que no pudieron cruzarla con nadie. Es decir, que no era un criminal fichado. —Milo se encogió de hombros—. Tiene un contacto en la policía, no sé quién, pero está bien informado.

—Y curiosamente, no quiere compartir su nombre. —Laura chasqueó la lengua—. Yo no quiero ser mal pensada, pero...

—Entonces no lo seas.

Laura le dedicó una mirada asesina antes de volver a concentrarse en su vaso. Se lo llevó a los labios y le dio un largo vaso, engullendo la mayor parte del contenido de un sorbo. Sinceramente, no entendía cómo era capaz. Yo tan solo necesitaba darle un traguito diminuto para que me ardiera el cuerpo.

—¿Y qué hay de ese tipo de Elinor? Máximo de Guzmán. ¿Es verdad que anda rondando la reserva?

Milo asintió con gravedad.

—Sí, es cierto. No tengo aún muy claro qué está haciendo, de hecho, su llegada no se ha comunicado oficialmente, pero hasta donde sé, se está interesando por lo que pasó con Saúl y Mario. De hecho, si no estoy mal informado, tu padre habló hace un par de días con él. ¿No te ha dicho nada, Elisa?

La pregunta de Milo me inquietó. Mi madre no me había dicho nada al respecto en ninguna llamada de teléfono, y él tampoco. De hecho, ni tan siquiera habían hecho ningún comentario sobre el tema. En teoría había sido una semana cualquiera, con mi padre en casa de baja, pero nada más.

Su silencio me resultó perturbador. Quizás no hubiesen dicho nada porque no le habían dado ningún tipo de importancia, pero dadas las circunstancias, resultaba extraño.

Me oculté tras el vaso.

—Será posible —murmuró Laura con indignación—. Hay cosas que no cambian, ¿eh?

Milo se encogió de hombros. Mi silencio le hacía sentir culpable.

—Bueno, no le habrá dado ninguna importancia, seguro. Ya sabes cómo es tu padre, Elisa.

—Sí, ya lo sé, le da un amago de infarto por descubrir el cuarto de Jack el Destripador y al día siguiente quiere llevar a su nieta a visitarlo, como si fuera un parque de atracciones. —Lancé un largo y profundo suspiro—. A saber.

Marido y mujer intercambiaron una fugaz mirada. Supongo que no hacía falta decir que estaba molesta con lo ocurrido: era evidente.

—Bueno, corramos un tupido velo —comentó Laura, recuperando la sonrisa—. Hablábamos de la loca de tu cuñada, ¿recuerdas?

—Natalia cree que el asesino aún sigue en la reserva. Que nunca se ha ido. —Fijé la mirada en Milo—. Tú también lo crees, ¿verdad?

Le quitó el vaso a su mujer para acabárselo de un trago.

Asintió con rotundidad.

—Sí.

—No —intervino Laura rápidamente—. Eso es una tontería, Milo, ya lo hemos hablado muchas veces.

—Sí, lo hemos hablado muchas veces, y me mantengo: creer que toda la reserva está controlada es absurdo. Es un territorio muy vasto, si alguien sabe cómo esconderse, lo puede hacer perfectamente. De hecho, lo hacen. Mil seiscientas catorce hectáreas es muchísimo terreno que cubrir. Tanto que, por mucho que lo intentamos, no llegamos a todo. Además, hablamos también de tres picos, dos lagos, un río... —Milo negó con la cabeza—. La reserva es incontrolable: podemos intentar mantener la paz, pero no dominarla. Ella tiene el control.

—No empecemos otra vez, anda... —murmuró Laura—. Es un maldito parque natural, nada más. Que sí, que es muy bonito y tiene una biodiversidad de la hostia, pero...

—No —sentenció Milo—. Es mucho más, y ambas lo sabéis.







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