La fémina caminó hacia el balcón para admirar las estrellas. Cuando de pronto algo iba directamente hacia ella.
— ¡Ah! – esta se agachó pero se escuchó un ruido. Al abrir los ojos vio como algo se movía bajo las sábanas, la fémina se acercó dudosa y al destapar vio a una ave dorada – ¡Oh Dios! ¿Estás bien, pequeño? – corrió auxiliar al ave que estaba en el suelo.
El ave miró con desconcierto a la pelinegra, ella no era su reina. Pero su rostro le era familiar.
— ¿Te duele en alguna parte? – preguntó la fémina mirando con detenimiento al ave para verificar que no esté lastimada.
Pero al ave se le hacía raro que una persona hablase con una ave como si fuera un humano.
— Parece que no estás herido.
Soltó un suspiro aliviado.
— Me causaste un gran susto, ¿sabes? Es una alivio que no estés herido – acarició la cabeza del ave – Pareces el ave de un noble. Lo digo por lo majestuoso que eres. ¿Pero que haces a estas horas afuera? ¿Tu dueño te mandó a estas horas hacer un pedido? Eso es cruel. Tu dueño es una persona frívola.
El animal soltó un chillido y negó. Esta acción causó risa en la pelinegra.
— ¿Te molesta que hablen mal de tu dueño? – el ave asintió – Eres muy inteligente. Contestas como si fueras una persona – este comentario asustó al ave – Será mejor que regreses con tu dueño. Debe estar preocupado – tomó al ave en sus manos y lo puso en el barandal – Bien, amigo, fue un gusto conocerte pero ya es hora de despedirnos.
El ave inclinó su cabeza como si examinara a la fémina, acción que le extrañó a la mujer.
El animal estaba en un debate mental, esos ojos los había visto en alguna parte pero no sabía en dónde.
— Vete – dijo la fémina intentando que el ave volara – Shu. Fuera. Adiós. Vete ya – le dio aire con sus manos pero el ave aún no se iba.
Después de unos segundos el animal se reincorporó y se fue volando.
— Qué ave más rara – dijo para volver adentro.
[...]
— Levántate.
"Mhm... ¿Quién...?"
Veía borroso a la persona que me estaba levantando, hasta que siento un balde de agua fría.
— ¡Agh! Pero que.... – me exalté y tomé asiento en mi cama para limpiarme mi rostro.
— Hasta que despiertas – Sylvia estaba cruzada de brazos con una sonrisa en los labios – ¿Qué miras?
No desvié mi mirada de sus ojos. Estaba molesta. Claro que lo estaba. Pero no podía hacer nada.
— No me mires así. ¡Te dije que no me miraras! – alzó su brazo lista para darme una cachetada. A los segundos sentí mi mejilla arder – Te dije que no me miraras. Levántate y alistate. El Emperador quiere comer contigo – se fue con el balde vacío.
Me quedé sentada en la cama por unos minutos que parecieron horas y después me levanté y fui directamente a darme una ducha.
— ¡Qué frío! – un escalofrío corrió por mi columna dorsal al meter mi pie a la tina – Vamos, Bi- No, vamos, Keila – me armé de valor y entré a la tina de una vez – Uff.... Está helada – temblé al sentir el agua.
Después de unos minutos de darme un baño me cambié y me puse un vestido lila. Al salir de mis aposentos, vi a Sylvia parada cruzada de brazos esperándome.
— Hasta que sales – avancé hasta que siento un apretón en mi muñeca – No me vuelvas hacer esperar, ¿entendiste? – apretó mi muñeca – ¡Responde!
— S-sí – mi cuerpo empezó a temblar.
"— ¡Respóndeme cuando tu ama te habla! ¡Maldita infeliz! – la mujer golpeó a la joven que yacía en el suelo."
Sylvia alzó su mano y cerré mis ojos esperando el golpe, pero solo escuché una risa.
— Eres patética – soltó mi muñeca – Ponte unos guantes. Se te notarán las marcas – mi cuerpo tembló – ¡¿No le escuchaste?!
— S-sí – corrí adentro de la alcoba y busqué unos guantes y encontré unos blancos. Salí pero Sylvia no estaba.
"¿Ahora como encuentro al Emperador?"
Miré alrededor pero no había nadie. Caminé por los grandes pasillos.
— Le digo que el pastel de fresa es el mejor, su majestad – pude oír unas voces y me acerqué.
— ¿Desea algo, Lady Keila? – me paré delante de la Emperatriz sin decir ni una palabra.
— La Emperatriz te hizo una pregunta. Responde – mi cuerpo tembló al escuchar la orden de la dama de compañía de la Emperatriz.
"Ay, no. Me golpearán otra vez."
Sentí mi respiración agitada y mis manos sudorosas, todo daba vueltas y mi cabeza empezó a doler.
Mi corazón latía desenfrenadamente, mi respiración se agotaba según pasaba el tiempo, mi cuerpo se sentía débil, empecé a ver borroso, mis piernas temblaban.
— ¿Se encuentra bien, Lady Keila? – todo se detuvo por un momento al escuchar la voz de la Emperatriz, alcé mi vista y vi su mirada con una pizca de preocupación.
"¿Estaré imaginando?"
— ¿Q-qué? Ah, s-sí. Yo... Me perdí... – bajé mi cabeza avergonzada.
— ¿El Emperador no te dio a una criada para que te guíe? – su pregunta me hizo temblar.
— S-sylvia tenía cosas que hacer – me apresuré a responder.
— Entiendo. ¿A dónde te dirigías? – su pregunta me hizo dudar.
"¿Qué le digo? ¿Estará bien que le diga que desayunaré con el emperador? ¿Y si se enfada?"
— I-iba a ver a su majestad. Me mandó a llamar, pero no sé dónde se encuentra – sentí las miradas glaciales de las damas de compañía de la Emperatriz.
— ¿El Emperador? Su majestad está en el jardín. Laura, lleva a Lady Keila con su majestad – escuché un bufido de parte de la pelirroja que se suponía debía ser Laura.
— Sí, su majestad – me dio una mala mirada – Sígame, Lady Keila.
— S-sí. Muchas gracias, su majestad – reverencié a la Emperatriz torpemente y seguí a la dama de compañía de la Emperatriz.
El trayecto estaba sumido en un silencio incómodo, de vez en cuando sentía la mirada de Lady Laura pero intenté ignorarla.
"Se nota su descontento al tener que guiarme."
— Dime. ¿Qué planeas? – habló de la nada.
— ¿Eh? ¿A qué se refiere?
— Llegamos – me avisó y al mirar al frente vi al Emperador – Me retiro – se retiró sin decir más.
— M-muchas gracias, Lady Laura – hice una reverencia torpemente. Pero solo se fue sin mirarme.
Me di la vuelta y caminé hacia el Emperador hasta pararme delante de él.
— Keila – me llamó al verme.
— Su majestad – intenté hacer una reverencia.
— No hace falta. Siéntate – se paró y acomodó mi silla para que me sentara – ¿Cómo amaneciste?
— Bien, su majestad – me sentí cohibida al tener la mirada de los caballeros que estaban mirando la situación.
— ¿Te incómoda la presencia de los caballeros?
— ¿Qué? Ah, no, no es eso, su majestad. Los caballeros están aquí para asegurar su seguridad, no es necesario- – me apresuré a decir.
— Retírense – ordenó sin escucharme – Y ¿bien? ¿Te sientes mejor? – puso sus codos en la mesa mirándome con una sonrisa.
— S-sí. Todo gracias a los cuidados de su majestad el Emperador – hice una reverencia con mi cabeza pero escuché una risa – ¿Hice algo mal? – pregunté con mi voz quebrada. ¿Había cometido un error?
— No. No es eso – intentó detener su risa – Es que eres tan tierna – me volvió a mirar, causando algo en mi estómago.
— ¿Q-qué?
— ¡Su majestad!