Ruega Por Mí ©

By EternalMls

95.8K 4K 2K

(Pausada hasta nuevo aviso) ... (+18) Cuando piensa que sus deseos turbulentos dejarían de condenarlo, su pas... More

Antes de leer
-1-
-2-
-3-
-4-
-5-
-6-
-7-
-8-
-9-
-10-
-11-
-12-
-13-
-14-
-15-
-16-
-17-
-18-
-20-
-21-
-22-
-23-
-24-
-25-

-19-

2K 92 35
By EternalMls

Parte 1/2

Confinarme en mi cuarto durante el atardecer solía ser un pequeño escape diario, donde desde el angosto balcón rodeado de pequeñas masetas rojizas podía apoyar mis brazos en la barandilla húmeda, inhalando el característico aire puro del campo y contemplar la puesta del sol.

Cerraba mis ojos, aspiraba el aire que alcanzaba a quemarme las vías aéreas y expulsaba todos mis pesares para que el viento se hiciera cargo de ellos.

Todo recuerdo vivido retornaba a mi mente sin autorización, como si desearan martirizarme segundo a segundo sin descanso hasta mi descanso eterno. Aun no razonaba como había actuado tan normal durante toda la tarde del domingo en casa de Ciro, pero lo hice, pese a que un nudo me oprimía tan fuerte la garganta que sentía la necesidad de vomitar.

Tenía miedo, porque sabía que la situación comenzaba a empeorar mediante el tiempo transcurría. Estaba asustada, y no solo por lo que pudiera sucederme, sino a todas las personas que consideraba importantes para mí. Era inevitable cerrar los puños y dar pequeños golpes secos sobre la barandilla de madera cada vez que recordaba como Judas le había hecho frente a una persona que con tranquilidad podía acabar con él sin ensuciarse las manos. Podía acabar con Dante por deberle dinero, podía extorsionar a cualquiera que conociera ahora que ya conocía mi rostro a la perfección.

Maldita sea, jamás pensé que una pesadilla pudiera vivirla en carne propia.

Entonces, allí mismo pude darme cuenta de que el diablo te ofrece el plato, pero no te obliga a comer.

No culpaba a nadie por mis acciones, mis torpes e irresponsables acciones solo por tener un segundo de libertad. Después de todo, sabía perfectamente lo que estaba haciendo a pesar de no conocer a esos cuatro muchachos por completo. ¿Acaso todos usaban un sobre nombre como Judas? ¿De dónde venían? O lo más importante para mí en este momento, ¿Los cuatro se hallaban detrás del mismo objetivo?

Los días trascurrían con tanta naturalidad que regresar a la rutina se volvía un martirio. Respondía los mensajes de Lilith, nos comunicábamos a todas horas, y le preguntaba si necesitaba algo, donde se hallaban o que sucedería con ellos en los próximos días. Vagamente me notificó que Dante pudo contactarse con un pariente lejano en Lafayette, uno de los tantos que sabia sus antecedentes, e intentaba convencerlo para que los tuviera de inquilinos por unos cuantos días hasta que pudieran concretar aquello por lo que tanto habían estado esperando.

Y por más que preguntara que debían concretar, no recibía respuestas.

Quien también frecuentaba en escribirme con regularidad era Judas, y sus mensajes solían apilarse uno sobre otro. No sabía cómo podía responderle, así como tampoco hablarle nuevamente. Mis deseos de volver a encontrarme con él en mi camino eran insaciables. Sin embargo, cada vez que recordaba las noticas y esa información sobre aquella familia que Judas me había brindado aquel domingo por la mañana, conseguía que me diera un pequeño tiempo para mi apartada del bullicio que tan bien suele hacerme, y tan mal a la vez.

Bajo mis zapatos, el sonido que provenía desde la planta baja se introducía entre las grietas de las vigas finas hasta alcanzar mis oídos. Donovan increpaba, gritaba con tanta crueldad ocasionando que las paredes no consiguieran encapsular su enojo, y Esther solo mantenía sus oídos abiertos, una postura estática y su voz enmudecida para que mi padre no sobrepasara sus límites.

Cuando bajo a la sala principal, comprendo la situación al instante.

Esta noche se realizaría una mención especial a varios uniformados del pueblo de Dubley, y por ese motivo se lleva a cabo una pequeña fiesta en el salón exclusivo de la única comisaria en kilómetros a la redonda. Era un día especial para él, donde al parecer recibiría halagos de los lame botas de sus compañeros, una medalla que realmente no merecía, y bebería hasta vomitar su perfecto atuendo elegante.

Un vestido tubular y fucsia enmarcaba el cuerpo de mi madre exponiendo sus bellas curvas como una obra de arte, uno que no usaría ni en sus más recónditos sueños y que juraba que Donovan había sido el responsable de comprarlo para que lo usara esta noche. Sin embargo, él no contaba con que se viera tan espectacular usándolo, y la pelea era solo por esa prenda, por un vestido que le cubrían las rodillas y parte de sus hombros.

Cuando intento intervenir explicando que sus palabras eran ilógicas y completamente innecesarias, pensando en atacar con argumentos validos, Esther me detiene al instante. Ella siempre tiene la razón cuando me explica que hablar con un hombre como Donovan no vale tu tiempo, porque su terquedad y orgullo solo hace que lo que piensa y lo que expulsa por su boca es la verdad absoluta.

Opino al respecto, exponiendo que ese vestido era tan hermoso como ella, y que de todas formas, podía colocarse un abrigo debido a las temperaturas bajas. Donovan pareció pensarlo unos segundos, y al cabo de unos minutos en silencio, tocando el puente de su nariz, acepta a regañadientes.

El salón se ubicaba a diez manzanas de nuestro hogar, pero como todas las noches, se me prohibía salir al exterior, dejándome a cargo de la casa mas allá de que en Dubley no sucedían situaciones alarmantes. No hasta que ellos cuatro llegaron a este pueblo.

Cuando se marcharon en el auto patrulla, la casa quedó en total silencio, sintiéndome incomoda por la necesidad de que algún sonido externo penetre mis oídos rápidamente. Dejo encendida la televisión del salón principal para sentirme acompañada, y corro a darme una ducha rápida. Al terminar, me dirijo a la cocina con la intención de prepararme una infusión caliente para beber antes de dormir.

Dejando mi cabellera suelta y mojada como de costumbre, y depositando el teléfono celular sobre la pequeña mesa de la cocina, coloco la tetera sobre el fuego. La gran taza violeta con el pequeño saco de té de hierbas se hallaba en posición, y solo me quedaba esperar.

Repentinamente, la pantalla del móvil se enciende, logrando que me acercara vagamente al artefacto. Su nombre resplandecía en diminutas letras ennegrecidas con un corto texto a su lado que exclamaba a gritos ser leído, y respondido.

Inhalo profundo antes de abrir su mensaje.

[21:08 p.m.] Judas: Belia, ¿Podemos hablar? Por favor.

Me quedo inspeccionando la pantalla por unos cuantos segundos fugaces, donde al deslizar por la pantalla podía examinar como sus mensajes anteriores eran idénticos. Me pareció que el tiempo que me había dado para reflexionar sobre lo sucedido ya era suficiente, y por ese motivo, respondo:

[21:09 p.m.] Belia: Claro.

Apoyo nuevamente el teléfono sobre la mesa de madera, y corro a apagar el fuego una vez que la tetera comienza a silbar. El tiempo pareció detenerse cuando la vibración del teléfono comenzó a desestabilizar la mesa estática. Cuando corroboro que el nombre de Judas se ilustraba en la pantalla, los vellos de mi cuerpo de erizan instantáneamente, colocándome sumamente nerviosa. Mucho más inquieta de lo que ocasionalmente lograba estar con él.

Lo tomo dudosa, comprendiendo que no desistiría de aquel llamado, y atiendo.

- ¿Sí? - llevo la mano libre a la altura de mi cara, y extendiendo el dedo índice en dirección a mi cavidad bucal. Comienzo a mordisquear la uña.

- Hasta que por fin me diriges la palabra.

Su voz parecía impacientada, y un tanto disgustada. Pese a su tonalidad, mis mejillas se tornaron de un color carmesí luego de haberlo oído hablar.

Levo la mirada rebuscando en el torbellino mental ocasionado por su repentino llamado, exhalando todo el aire comprimido en mis órganos, una respuesta.

- Solo necesitaba un poco de tiempo para asimilar todo lo que está ocurriendo.

- Y por ese mismo motivo quiero hablar contigo.

- No hay nada de qué hablar, Judas.

- Claro que lo hay. Por lo menos, permíteme explicarte bien las cosas – insiste, escuchando como su voz parecía debilitarse hasta rozar el fondo de su garganta. Se lo oía afligido, a pesar de que sus respiraciones eran lentas y sus exhalaciones podían relacionarse con el humo de un cigarro.

Muerdo ligeramente el filo interno y húmedo de mi labio inferior, asentando mis ojos sobre la taza de cerámica aun vacía sobre la mesa.

- Te escucho – concedo.

- No quiero hablar por teléfono.

- Y yo no puedo salir de mi casa, no esta noche – aviso.

- Entonces, permíteme entrar a tu casa.

- Es la primera vez que me pides permiso para ingresar a mi habitación. Vas progresando – entono con sátira al mismo tiempo que me prohíbo que una sola mueca o susurro se desglose de mi boca.

- No quiero ingresar a tu habitación como un delincuente, Monja. Quiero que me permitas entrar como una persona normal lo haría; por la puerta de entrada.

- Sabes que si te ven mis padres, la primera persona en morir seria yo.

- Qué suerte que para ambos ellos no están en casa.

Frunzo el ceño vertiginosamente al mismo tiempo que mi mano libre se despega de la madera solida, el único objeto inanimado que lograba sostener mi total equilibrio. Permitiendo que todo mi cuerpo se tensara, mi cabeza rota en dirección a los ventanales cubiertos por grandes cortinas, únicamente iluminadas por el pequeño foco externo.

Miraba a través de ellos, dejando que mis sistemas sensoriales detecten presencia humana o sombras dispersas en el jardín delantero.

Mis pies hacen su recorrido diario, pisado cada madera debajo de ellas como si tuvieran memoria propia, hasta llegar a rozar el sofá extenso del living. Aparto ligeramente unos cuantos centímetros el teléfono de mi vía auditiva con la necesidad de oír algún crujido externo. Sin embargo, mi infortuna atención se descarriaba a los alaridos de dolor que exclamaba una mujer cubierta de sangre, la cual huía con desespero por el campo intentando que el asesino de la sierra eléctrica no lograra atravesar su cuerpo con su enorme máquina de matar; las películas de terror clásicas eran mi pecado diario, y una de las tantas prohibiciones de Donovan me inculcaba a diario, tan así que solo podía verlas en dos ocasiones de mi vida: en Halloween, o a escondidas.

- ¿Y tu como sabes que no están mis padres en casa? – indago una vez que aproximo el teléfono celular a mi oído una vez más mientras bajo el volumen de la televisión.

Del otro lado de la línea, su risa ronca se enciende, y las chipas en mi cuerpo comienzan a desgajarse de mi piel. Su voz es tan sensual, tan atractiva y varonil, que haber oído su risa maliciosa, una que me hacía perder los estribos, hizo fulgurar mis sentidos.

Entorno los ojos lentamente, intentando interpretar sus gestos que aun podían ser oídos y mal interpretados. Corta la llamada, y despego el teléfono para ubicarlo frente a mis globos oculares helados por su repentino acto.

Había un cierto magnetismo entre nuestros cuerpos, o quizás una simple coincidencia fue la causante de que implantara la mirada sobre la puerta de entrada. Algo me convocaba silenciosamente, o más bien alguien esperaba tras aquel material pesado que no me permitía ver con claridad el espacio exterior.

Arrojando lentamente el móvil sobre el sillón, camino hacia la puerta de entrada. La perilla desgastada relumbraba, y al posar la palma en el material frio, contuve el aliento por unos segundos incontables.

La abro por completo, consintiendo al viento nocturno arrasar con su hosquedad invadiendo la calidez del interior de la casa, y con la poca temperatura alta que había permanecido en mi sistema.

Sobre la delgada columna de madera ya desgastada y ubicada en el pequeño porche, Judas reclinaba su dorso en el material con quietud, y tanta calma, que parecía que su entono oraba por él todos los días para que pudiera seguir respirando unos segundos más. Sostenía su teléfono celular a la altura de su tórax, y su mirada declinaba hacia la pantalla iluminando la totalidad de su rostro oculto tras unos cuantos mechones de su cabello oscuro.

A pesar de la bonanza que emitía, su anatomía se prensaba contra la gran sudadera grisácea que recubría todo su torso, sellándole a la perfección sus magnos bíceps y delineando cada pequeño musculo de su espalda, enseñándome que su calma solo era una simple actuación para que, cuando lo viera situado frente a mí, no me alarmara. Sin embargo, no pude contener la nerviosidad.

Solo sus ojos son capaces de movilizarse lentamente hacia mi paradero, para hallarme aun de pie en el umbral de la puerta.

- ¿Qué haces aquí, Judas? – la voz parecía acompañar la brisa nocturna y abandonar mi cuerpo, dejándome con el corazón acelerado.

- Te dije que quería hablar contigo.

Me recuerda, abandonando la idea de centrar la atención en su teléfono y colocando toda su curiosidad en mi presencia. Despegando su cuerpo de la columna, cruza sus brazos sobre su pecho, logrando que sus brazos se vieran aun más inminentes, pero sin dar un solo paso en mi dirección.

A pesar de que sus movimientos sublimes me cegaban, intentaba mantenerme lucida removiendo mi cerebro por dentro y manteniéndome centrada en lo que realmente importaba. Se hallaba ante mi puerta a estas horas donde la noche ya parecía azotarnos con su gélida temperatura, completamente solo, sin rastros de la camioneta o los demás chicos, y sin comprender si realmente le importaba que alguien lo viera merodeando por las calles.

- No hablo de eso, me refiero a esto – indignada, estiro el brazo hacia el exterior, sintiendo el frio aun mas abrazador, sintiendo un lento temblor recorrerme las extremidades -. Cualquier persona te pudo haber visto.

- Esta vez juro que si fui cauteloso – intenta aquietarme, pero la ironía en su voz no me relajaba por completo -. Además, cuando llegue a la esquina, vi un coche patrulla yéndose de esta casa con los que parecían ser tus padres dentro.

- Eso no justifica el hecho de que te estés exponiendo aquí afuera.

- ¿Tú crees que con este frio alguno de tus vecinos o alguien de este pueblo dijo: ¨Oh, hace un frio de puta madre, pero voy a salir afuera igual por si me encuentro con un delincuente caminando solo por la calle o el espectro de la llorona¨?

- ¿Qué conclusión tonta es esa? – ahogo la risa, intentando ocultar cualquier rastro de ella.

- Es solo un tonto ejemplo.

Apaciguando mis facciones, examino la tranquilidad a sus espaldas. Todos los cuerpos policiales se hallaban de fiesta, y las personas se resguardan del frio en la calidez de sus hogares, siendo completamente improbable que Judas pudiera ser visto.

Descendiendo la vista hacia sus zapatos foscos y humedeciendo mis labios inferiores, suspiro deshaciéndome de todo el aire que comprimía mis pulmones, los cuales se llevan en su huida toda la impaciencia que se amparaba en mi pecho.

- Sí, claro. Un ejemplo... - extiendo las palabras con sarcasmo.

- Que linda te vez preocupada por mí.

Nuestros ojos se encuentran, y su sonrisa consigue que mi cuerpo espabile todo rastro de frio consumido para experimentar una oleada de calor masiva.

- ¿Y si mis padres aun seguían aquí dentro? – musito, rodeando mis brazos sobre mi torso en el trascurso.

- ¿Cómo? – consulta centralizando sus globos oculares en los míos menguados, demostrando que no había entendido mi pregunta, y con confianza, da unos lentos pasos hacia mi paradero.

- Digo... si mis padres aun seguían allí dentro – señalo con el pulgar por arriba de mi hombro el interior de la casa -, ¿Qué ibas hacer?

Ahoga una fragmentada risa, y al instante me sonríe complaciente. Da unos cortos pasos, unos que con cada centímetro desalojado su calor corporal inundaba mi cuerpo y el ardor comenzaba a burbujear en mis venas, acalorando mis mejillas rápidamente.

- Seguiría llamándote hasta que me confirmaras que no deseas saber nada mas de mí – confiesa sensato, con una pizca de malestar en su voz -. Y aunque ese fuera el caso, tendrías que soportarme por un tiempo más merodeando por tu casa para corroborar que estuvieras fuera de peligro por mi culpa.

Su mirada era severa, tan ardua que podía identificar la veracidad en el fulgor de sus pupilas, demostrándome lo significativa que era esta situación para él, y deseando que me apartara de todo su lóbrego mundo, del calabozo donde me había arrojado en un acto impremeditado.

Asiento meneando la cabeza, sin quitar la mirada de su cuerpo que rozaba la altura de sus pectorales, y doy dos lentos pasos hacia el interior de la casa. El frio comenzaba a calarme los huesos, debilitándome la movilidad.

- ¿Por qué piensas que no quería saber más nada de ti? – doy retroceso hasta ingresar por completo, tornando a sentir el calor extinto.

- Le respondías a Lilith, y no a mí.

- A pesar de que necesitaba pensar sobre lo que está sucediendo, también necesitaba saber que estaba ocurriendo con ustedes – justifico.

- Entiendo.

Encamina en dirección a la entrada dando cortos pasos, silencioso y sintiendo todo el peso de sus acciones consumirse la poca energía que retenía. Cuando presiento que sus intenciones eran traspasar el ingreso, coloca ambas manos al borde del marco desgastado y su mirada viaja hasta posarse sobre mis pantuflas violetas.

- ¿Estabas a punto de dormir? – me consulta repentino.

- No, aun no. ¿Por qué?

- Tienes un pijama puesto, y tu cabello esta mojado.

- Lamentablemente, no tengo secadora de cabello – frunzo mis labios.

- Podrías comprarte uno.

- Alguien se llevo todo el dinero que tenia ahorrado – lo observo juzgándolo con la mirada.

- Voy a regalarte uno cuando pueda hacerlo, porque no puedo seguir viéndote con el cabello mojado con este frio.

- ¿Viéndome? – indago divertida – Oh, ¿Quieres seguir viéndome?

- Todos los días quiero verte.

Me confirma, y mi sonrisa divertida da paso a que mordiera mi labio inferior.

- Entonces, ¿me permites entrar o te gustaría tener un hombre de nieve en tu jardín?

No amortiguo la mueca que se aproximaba a mis comisuras, curvando mis labios y dejando salir un pequeño sonido burlesco entre mis dientes. Me hallaba al filo de la escalera, observando cómo izaba su cabeza hacia la mía, detectando como aquella mirada de cazador comenzaba a suplicarme y despertaba pequeñas sensaciones en mí.

- La he dejado abierta para que ingreses – hablo con mofa.

- ¿Cómo iba a saberlo? – frunce su frente destellando una diminuta sonrisa – Ni siquiera me has invitado a entrar.

- ¿Acaso eres un vampiro y tengo que invitarte?

- O tengo algún demonio en mi sistema, quien sabe.

Me hecho a reír, y le contagio la risa. Cuando ingresa, cierra la puerta detrás de su espalda, observando atento y respetuoso cada pequeño rincón incognito de la entrada.

- ¿Debo exorcizarte? – ironizo.

- Quizás este demonio sea más fuerte y termine consumiéndote por completo, como lo hace conmigo.

No pude intuir la forma en la que había expresado sus palabras. Parecía una ironía encapsulada en cada letra expulsada, pero su mandíbula se trazaba pulidamente hasta tensarse, manifestándome que para nada bromeaba, y me confundía. Sin embargo, dejando que la sonrisa que colgaba en mis mejillas se convirtiera en una delgada línea fina y compacta, procedo a circular hasta llegar al living, donde el televisor iluminaba con sus colores destellantes gran parte de la sala.

Detrás de mi podía escuchar sus pisadas claras y pausadas. Su mirada se desplazaba por todo el ambiente climatizado, recorriendo cada grieta en las paredes de madera y avizorando las pequeñas figuras coloridas de algunos santos que mi madre solía guardar en una estantería de vidrio.

- Me recuerda a mi hogar – musita, robándole su curiosidad la película de terror que aun no concluía.

Cuando mi mano roza el filo del sofá, no me contengo en rotar todo mi cuerpo hacia su paradero.

- Eso significa que tú sí tienes un hogar – ratifico.

- No, digo... - empina la cabeza, buscando las palabras adecuadas al mismo tiempo que su mano rozaba una foto familiar -, me recuerda a mi antiguo hogar.

- ¿Era parecido?

- Bastante – asiente con una diminuta mueca alegre en sus labios, una que parecía desear ser borrada por una gran oleada de pensamientos lánguidos.

- ¿Y puedes volver a esa casa?

- Desearía volver, pero por ahora, no puedo.

- ¿Puedo preguntar por qué no puedes?

- Ya lo estás haciendo – ríe elevando solo una comisura de sus labios -. Pero, no me gusta hablar sobre eso.

Se arrima a paso paulatino, inspeccionado cada oscilación de mi cuerpo al notarlo cada vez más cerca, hasta que sus dedos ásperos rozan mi mano cálida aun posaba sobre el filo del sofá, enviándome pequeñas descargas electicas por todo mi sistema nervioso, manifestándose en mis mejillas.

- ¿De dónde vienes? – me atrevo a preguntar, y Judas parece pensarlo antes de responder.

- De todos lados – su mirada divaga situándose en un punto fijo en la pared contraria, al mismo tiempo que su memoria parecía retroceder en el tiempo.

- Pero me has dicho que tu antigua casa se parecía a esta – replico.

- Pues, sí. Mucho antes de viajar a todas partes vivía en una casa como esta, en Portland, Oregón.

Cuando pienso que jamás me expondría un mísero dato sobre él y su vida, su confesión logra enmudecerme. Parpadeo, revoloteando mis extensas y gruesas pestañeas oscuras que contrastaban con mi tez blanca, y me pierdo en sus ojos tenues por unos segundos. No hacía falta tener un alto conocimiento en geografía para conocer la extensa distancia que se hallaba de un estado a otro.

- ¿Me estás diciendo que recorriste más de tres mil kilómetros en esa camioneta hasta Luisiana? – mi cuerpo se altera, al borde de que mis ojos saltaran de sus orbitas naturales.

Escuchar su risa causa que mi arrebato se torne más intenso, al punto de izar ambos brazos señalando el punto exacto donde el vehículo verde se situaba a la distancia. Me despego del sofá, haciendo unos simples pasos hacia un espacio libre con la intención de cruzarme de brazos.

- Si – responde alígero sin perder su amplia sonrisa que iluminaba todo su rostro. Le divertía la situación al verme con tal pasmo para una inexperta como yo.

- Esa camioneta está al borde de la muerte, ¿Cómo pudo hacer tantos kilómetros?

Mi inquietud me controlaba a su antojo, moviendo mis brazos de una posición a otra en cuestión de segundos fugaces.

- Para su suerte, trabaje por mucho tiempo en un taller mecánico – explica -. Burns era amigo de mi padre, y a mí desde pequeño me han llamado la atención el rugido fuerte de los motores, la velocidad y acudir a carreras de coches, sean clandestinas o legales. Así que, un día me contrató porque necesitaba dinero, y él me enseñó lo necesario y más para reparar o montar un coche de inicio a fin.

Reclino levemente mi cabeza con fascinación, y no domino una sonrisa de orgullo al escuchar atentamente cada palabra expulsada de su boca. Comenzaba a conocer una faceta nueva de Judas, una que se hallaba encubierta y empezaba a demostrarme lo maravilloso que era sin que se diera cuenta de ello. Y me gustaba tanto que deseara que siguiera hablando toda la noche.

- Oh – digo, y procedo a morder el interior de mi mejilla -. No hacía falta gastar dinero en alguien que reparara la camioneta cuando estabas tú al rescate.

- Y eso que fueron muchas veces las que esa cosa verde se descompuso en el camino.

- Trátala con más cariño – me quejo frunciendo el entrecejo -. Esa ¨cosa verde¨ - puntualizo – hizo un largo camino para traerte hasta aquí.

- Tienes razón. Cuando muera le hare un entierro vikingo.

Me echo a reír, y al santiamén carcomo mi labio inferior.

- ¿Cuántos días estuvieron arriba de la camioneta? – me atrevo a preguntar.

- ¿Días? No, fueron meses – ríe, colocando su atención en sus recuerdos -. Tardamos muchos meses. No sé con exactitud cuántos meses fueron, pero no hicimos un camino lineal hasta este pueblo. Más bien, nunca fue nuestra intención llegar a la otra punta del país. Recorrimos muchos lugares, demasiados para analizar, pero los suficientes para que el destino nos haga llegar a Dubley.

- Y los suficientes para saber dónde está el hombre que estas persiguiendo, ¿cierto?

Con osadía, y sin que mi voz estropeara mis palabras, expreso la conclusión a la que había llegado y que tanto parecía colmarme. Sin embargo, al observar como sus facciones tornan a endurecerse y su sonrisa decae manifestando una delgada línea recta, comprendo que no estaba descaminada.

- Si – confiesa, y su semblante declina hasta posarse sobre sus zapatos negros -. No pienso mentirte, hice todos esos kilómetros para encontrar a ese hombre, y cada vez que estaba cerca de él, huía. Y es por ese mismo motivo estoy aquí contigo, porque necesito hablarte sobre lo que está sucediendo, y que entiendas que no estás en peligro. No mientras yo pueda estar a tu lado para protegerte.

- ¿Qué no estoy en peligro? – replico con sorna – No digas incoherencias, Judas. Haberme involucrado con ustedes me resultó fascinante y temeroso al principio, y a pesar de lo que nos está asechando, sigo pensando de la misma forma. Mi único miedo aquí es lo que pueda llegar a suceder con las personas que me importan. No quiero que ellos o ustedes salgan heridos.

Había tomado la clara decisión de poner a prueba mis límites, porque era mi decisión escapar de sus garras que no me retenían, pero yo me las clavaba firmemente para que no deseara soltarme. Yo sola me buscaba los problemas, muchos más de los que parecía perecerme en un principio, pero al mirarlo, con tan solo mirarlo unos simples segundos, todo lo que comenzaba a atormentarme desaparecía, porque solo Judas tenía aquella magia que hacía que estar a su lado sintiera que valiera la pena.

Reposando la palma sobre mi faz, y escurriéndola lentamente por cada diminuta hebra hasta llegar a la coronilla, presentía que la presión había consumido hasta la última gota de calma que subsistía en mi interior.

Sin predecirlo, Judas se aparta del sillón y extendiendo sus manos atrapa mi cuerpo. Sus dedos parecen enredarse en mi camiseta de algodón, aprisionando mi prenda de vestir. Sus palmas se empotran sobre mi cintura como si fueran hechas a su medida y de un arrastre me acerca a su cuerpo, donde vuelve a posar su parte baja al filo del sofá una vez que nuestras anatomías colisionan. Rodea mi cuerpo por completo, sintiendo cada pequeña extremidad de sus brazos posados en mi dorso.

Por acto reflejo, mis dedos viajan a sus fornidos hombros, recargándose en el único lugar donde creía posible hacerlo. No le pedí que me soltara, porque me gustaba lo que estaba haciendo, y él lo sabía perfectamente.

- Escúchame, Belia – su voz se torna delicada pese a que su pedido era severo, y con cuidado, cuando me hallo con sus profundos ojos centrados en los míos, contengo el aliento -. Si, lamentablemente para nosotros provocamos a un maldito y miserable miembro de la familia Kimura. Pero quiero que entiendas que esto que nos sucedió con ese hombre es solo un caso externo, y no somos una amenaza para esos escupe fuego.

- ¿Quieres decir que esa familia no estará detrás de nosotros por lo que sucedió en la discoteca? – esperanzada, le consulto.

- Exactamente.

Izo la mirada y suelto una risa irónica, logrando que Judas no se contenga en entornar sus ojos.

- ¿Cómo puedo creerte si cada vez que me dices que todo estará bien, algo sale mal?

- Porque la vida es impredecible, y no planeamos nada de lo que hacemos. Pero te prometo que esto se resolverá, o eso pretenderemos. Además, ese tal Ronnie o como se llame, no tiene ni un poco de poder en esa familia, y a su propia familia le da igual lo que haga con su vida. Así que, por el momento, podemos asegurarnos de eso.

Trago saliva, sintiendo como el peso de mis propias acciones comenzaban a pesarme.

- ¿Y si ese hombre nos encuentra?

- Intentaremos que no sea así.

- Respóndeme, Judas – exijo mirándolo fijamente, intentando que la cercanía no me traicionara y que mis ojos no se desviaran a sus labios rosáceos.

Su silencio lo sentenciaba, y permitía que mi mente maquine escenas turbulentas.

- Dante le debe dinero, mucho en realidad. Y por mi parte, algo me dice que no va a parar hasta encontrarme. Supongo que por ese motivo...

- ¿Van a matarlos? – la voz pareció disiparse en un hilo extenso y quebradizo.

- No voy a morir ahora que acabo de encontrarte.

- Eso no lo decides tú, Judas.

- No lo decido, pero puedo prevenirlo – se encoje de hombros.

- ¿Y si eso no ocurre?

- Por eso, donde sea que vaya, arrastro un ataúd por si acaso.

- Eso suena aun peor.

Cierro mis ojos con fuerza, e intento empujar su cuerpo con la intención de alejarme de él. Pero su energía es aún mayor, dejando a mi pobre fuerza muscular en ridículo. A fin de cuentas, realmente no deseaba separarme de su cuerpo, sino un poco de paz en este caos y olvidarme por unos segundos que su vida se hallaba tendida en un hilo quebradizo, que con solo rozarlo podía romperse por completo. Me permito caer sobre su anatomía, apoyando mi frente contra su pecho, sintiendo su mezcla de aromas entre cigarros y notas de pomelo fresco y dulce, escuchando atentamente como su corazón bombeaba a una velocidad inimaginable y su respiración parecía dificultarse.

Una mano se desplaza lento por mi espina dorsal hasta situarse sobre mi coronilla, y sus caricias placenteras no tardan en sentirse.

- Todavía pienso que Dios te envió a mí como una señal, pero no puedo descifrar que es lo que me encomienda.

- ¿Y tú piensas que soy tu salvación o tu perdición? - me pregunta imprevisto, pero no me atrevo a observarlo.

- Ambas.

- ¿Y estarías mejor si me voy de tu vida?

- Estaría mejor si dejaras de tomar malas decisiones y dejaras de hablar como si fueras a morirte en cualquier maldito momento – golpeo su pecho débilmente.

Ríe ronco a causa de mí actuar, y me atrevo a elevar la mirada con la cólera burbujeando en mis venas.

- Y si quiero besarte en este momento, ¿sería una mala decisión?

Su pregunta me toma por sorpresa, bajando mis defensas y cualquier sentimiento de enojo que se hallaba en mi sistema, coloreando mis mejillas en su totalidad.

- ¿Cuál es tu definición sobre una mala decisión?

- Saber que no debería llevarte por el mal camino, pero me encanta tenerte así de cerca, pegada a mi cuerpo y a solo centímetros de besarte aunque todo a nuestro alrededor este ardiendo. Pero, aquí la pregunta debería hacerla yo. Entonces, ¿Te gustaría tomar malas decisiones conmigo?

- Sería un placer tomar malas decisiones contigo.

Mis brazos rodean su cerviz, enredando cada dedo entre las largas hebras azabaches de su cabello, y encajando sus palmas cálidas alrededor de mis curvas, me aproxima por completo a su cuerpo buscando con su boca la mía, rogándome a gritos por poseerme y gozar de lo que una vez ya había tanteado. Nuestros labios se fundan en un beso necesitado, sumamente intenso y pasional, experimentando una sensación muy distinta a la que me invadió en la discoteca; era más penetrante, mas personal. Ambos sabíamos que nos hallábamos solos en esta casa y comprendiendo que la situación podía salirse de nuestras manos, dejaba que nuestra mente fluyera escenarios próximos a vivir.

Sus manos me recorren con ímpetu, como si deseara calcar cada centímetro estrecho de mi cintura y guardarlo en su mente como un mapa el cual conocería de memoria. Con sus dedos índices y medios dibujaban la textura de mi caja torácica, y la calidez que brotaba de mis poros llegaba a sus manos traspasando la tela de algodón.

Nuestras lenguas entablan un conflicto eterno, sacudiéndose bruscamente y saboreándose, induciendo su sabor a cigarro y menta, causando una mezcla de éxtasis en nuestras bocas. Le permito ganar con el único propósito de desviarme a probar su labio inferior mordisqueando delicadamente su piel rosácea, y escuchar una cruel victoria donde un gemido ronco llega a mis tímpanos.

Él hizo lo mismo, y su aferre se hizo más fuerte. Fue decayendo hasta posarse sobre mi trasero y empujar mi cuerpo aun más cerca de él para poder sentirlo en toda su totalidad. Al sentir sus extremidades en mis glúteos al inicio me resultó sorpresivo, pero poco a poco, comenzó a gustarme. Algo en él me hacía sentir una mujer peligrosa y me hacia querer hacer cosas que no debía, y me encantaba la idea de completarlas con su exclusividad.

Su cuerpo se menea con la intención de tomar el control de mi cuerpo y encaminarme hasta reclinar todo mi dorso sobre el espacioso asiento del sofá, quedando con la mirada perdida en el techo y todos los mechones de mi cabello desordenados. Se inclina hacia mí, colocando su cuerpo entre mis piernas, y tomando mi cabeza con una de sus manos, me aproxima a su boca lo más rápido posible, fundiéndonos en un beso acelerado.

Cuando rodeo con mis manos en sus hombros, sintiendo que toda mi ropa sobraba en este preciso momento, tres golpes secos se hacen oír en la puerta principal. Alguien había venido de visita a estas altas horas de la noche, y me hallaba tan perdida en sus besos que me percato unos segundos tarde de aquel llamado.

Me separo inmediatamente de Judas, acalorada y tornando a que mi cerebro active todos los sensores opacados por la intensa necesidad de abalanzarme sobre su cuerpo una vez más. Pienso, y mis padres no tocarían la puerta de esa forma tan brusca. Simplemente la abrirían e ingresarían. Ciro no sería capaz de llegar sin una invitación previa. ¿Entonces? ¿Alguien había visto a Judas parado en el porche hace un momento atrás?

Lo miro, y él hace lo mismo.

- Escóndete en la cocina. Yo iré.

Asiente lentamente, y levantándose del sofá, camina en dirección al umbral de la cocina, donde se queda inspeccionando fijamente mis movimientos.

Me levanto acelerada con el Jesús en la boca, y tomando el pomo de la puerta, comienzo a rezar intensamente para que, solo por esta noche, la suerte se hallara a nuestro favor.

¡Hola, pipol! lo bueno de todo esto es que empezamos a conocer a Judas poquito a poquito. 

¿Les esta gustando la historia? Saben que siempre sus comentarios son de gran importancia para mi. 

Compartan la historia con quien crean que les puede gustar este tipo de libro, comenten mucho y voten. ¡Muchos besos!

Continue Reading

You'll Also Like

3.1M 195K 102
Becky tiene 23 años y una hija de 4 años que fue diagnosticada con leucemia, para salvar la vida de su hija ella decide vender su cuerpo en un club...
123K 9.5K 27
En el bullicioso escenario de Nueva York, Emma disfruta de una relación feliz con Sophie, llena de risas y momentos especiales. Sin embargo, conforme...
157K 4.5K 50
Esta es la parte 2 del libro... The loyal pin, solo resumen de todo el el libro🦦🏳️‍🌈🐰
91.6K 8.1K 48
Es frágil dicen. Puede salir lastimada afirman. Porque sí, Perséfone De Luca es la personificación de un Ángel, lo que ellos no saben es que ese Ánge...