Tormentas de Skellige (The Wi...

By iamaracne

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Úrsula von Everec es una noble de Redania que de la noche a la mañana perdió toda su vida. Ahora tiene que ha... More

Sinopsis
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Nota de la autora
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36

Capítulo 6

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By iamaracne

Eve había pasado la noche en vela por los sollozos de su hermano. Las tres habitaciones se hallaban en la planta de arriba y la de Olgried y Eve estaban al lado. La de Vlodimir se encontraba junto a las escaleras.

En medio de la oscuridad, Eve no podía dejar de escuchar a Olgried. Antes de dormir, le había preparado una infusión de valeriana, pero no había servido de nada. El motivo del llanto es que no había recibido noticias de Iris desde que habían dejado la mansión. La única contestación había sido por parte del padre de ella, que concertaba una reunión para mañana en casa de los Bilewitz. Olgried sospechaba de que se trataba, pero Eve no había tenido el valor de hablarle de los rumores.

Como no podía dormir, Eve decidió levantarse de la cama y encender una vela. Sus ojos tardaron en acostumbrarse a la potente luz que la mezcla de hierbas varias y dimerita provocaba. Receta de la profesora Ludivicka.

Su cama era modesta, tan solo un colchón de paja en el suelo. Eve no necesitaba más porque no esperaba compañía y además así tenía suficiente espacio para amontonar todos sus libros en el suelo. En medio de las pilas ordenadas por temas, había un escritorio que sostenía un pequeño armario con todos los materiales que Eve había recolectado. Tan solo eran 10 especies de plantas y algún metal que le sobraba al herrero del pueblo. Lo suficiente para poder ofrecer un buen servicio a los campesinos, y sobre todo a las campesinas que se habían quedado embarazadas sin querer.

Eve terminó rápido el ungüento contra la urticaria que el mediano del pueblo le había solicitado a cambio de un par de días trabajando con sus hermanos. Era ágil y rápido, así que les serviría para recoger los tomates que ya había madurado. Era una buena vida, desde luego, mejor que la que tenía la mayoría de la gente en tiempos de guerra. Para los von Everec no era suficiente.

Eve abrió el doble fondo del armario y sacó el proyecto de su vida. Un pequeño trozo de plomo que estaba sufriendo cambios provocados por un racimo de acónito. Si los cálculos de Eve eran correctos, solo tendría que destilar un poco de agua, mezclarla con una de esas moléculas y añadir un poco de plutonio para poder cambiar los átomos del plomo. El metal que iba a utilizar era demasiado peligroso y volátil para ello necesitaba una guía para tratarlo. El libro centenario Usos y desusos del plutonio, el uranio y el neptuno para principiantes: una guía para no morir daba todas las claves y Eve ya lo había utilizado en más de una ocasión. El problema es que solo había un ejemplar, en la universidad de Oxenfurt.

La muchacha gruñó. Desde que había llegado allí no podía realizar su método de hipótesis-observación-comprobación. Sus hipótesis eran que los campesinos se aburrían demasiado, sus observaciones habían sido moscas follando y su comprobación era que echaba de menos al gilipollas de Albert.

Eve suspiró y se tumbó en la cama. Otro sollozo de Olgried. Cada minutos que pasaba más tenía en consideración la propuesta de la profesora Ludivicka. Sin embargo, pensaba mucho en lo que le había dicho Shani: "hazlo por ti y por tu familia". Eve tenía ganas de salir de allí, pero no sabía si eso era lo que le convenía a su familia. Ganaría más dinero que como herborista y sus hermanos tendrían una boca menos que alimentar. Su temor era a dejar un gran vacío que el trabajo no pudiera llenar. Tenía tanto miedo a que Olgried se sintiera que lo estaba abandonando que ni siquiera le había hablado de la posibilidad.

Eve tenía miedo del silencio de la noche, del dolor de Olgried e incluso de sí misma.

***

Hjalmar miraba al techo de su habitación en la oscuridad. La luna empezaba a asomar por la diminuta ventana, lo que significaba que el sol no tardaría en salir. Hjalmar no había podido dormir en toda la noche. Las palabras de su padre todavía le dolían en lo más profundo de su alma.

¿Quién era él sino el hijo de Cranch an Craite? ¿Alguien lo querría si solo fuera Hjalmar Bocatorcida? ¿Alguien le daría la oportunidad de ser algo más que las cicatrices de su rostro?

Miró sus manos. Estaban cubiertas de callos provocados por su espada de madera, ninguno de arar el campo y muy pocos por empuñar una espada de verdad. Entrenaba día y noche, pero nunca nadie nombraba su nombre por alguna de sus obras. Solo hablaban de aquella que Ciri lo derrotó.

Cuando eran pequeños, Lugos y el resto de chicos de la edad de Cerys lo admiraban porque año tras año lograba ganar el torneo de patinaje que ellos mismos organizaban. Cuando los inviernos helaban los lagos, los niños hacían una competición para ver quien conseguía saltar más obstáculos. Hjalmar siempre era el más rápido y el que más alto saltaba. Hasta que llegó Ciri.

Ciri consiguió saltar por encima de nada menos que 12 barriles y dos escudos de madera. Hjalmar no pudo resistir la humillación, así que le dijo a su hermana, que observaba desde la distancia, que añadiera otro barril más. Todos pensaban que era una locura, excepto Hjalmar.

El muchacho cogió impulso y se lanzó con todas sus fuerzas contra la muralla. Saltó. Por un momento creyó que lo iba a conseguir. Estaba volando. Sin embargo, uno de sus patines se enganchó con la esquina del escudo y cayó al suelo de bruces. Se abrió la cara y dejó un reguero de sangre a su paso.

A partir de ese momento, sus cicatrices le dieron el nombre de Bocatorcida. Cada vez que se hablaba del hijo de Cranch, esa absurda anécdota salía al descubierto. Nunca hablaban cuando por su nobleza había intentado salvar a aquella niña albina. Porque había fracasado. Porque Hjalmar Bocatorcida siempre fracasaba.

Unas voces retumbaron por el silencio de la noche y pusieron a Hjalmar en alerta. Cogió la espada que guardaba al lado de su cama y se adentró en la oscuridad de la fortaleza. Intentó convencerse a sí mismo de que podría derrotar a unos ladrones.

Sin embargo, aquello fue otro fracaso. Se encontró con una pareja de campesinos con los rostros aterrados y hablando a la vez. Cerys estaba intentando tranquilizarlos.

—Lo solucionaremos. Mandaremos hombres por la mañana.

—Noooo —gritó la mujer. —Los matarán a todos.

—¿Qué pasa? —preguntó Hjalmar.

—Unos monstruos han aparecido en el acantilado. —Cerys miró con mucha seriedad a su hermano.

—No intentes nada.

—Vale. —Su hermana se sorprendió.

—¿Vale?

Hjalmar se encogió de hombros, se dio la vuelta y se dispuso a volver a su habitación. Pensó en todas las maneras que tenía de entrar y salir de la fortaleza sin que su hermana se enterase.

—¡Necesitamos a Cranch! ¡Necesitamos ayuda! —Cerys suspiró.

—Hjalmar... —El aludido se dio la vuelta—. ¿Y si vamos tú y yo a intentar...?

—Necesitamos que alguien avise a papá.

—¿Decides tener sentido común por una vez en una emergencia? Mira, haremos esto. Nos llevaremos a un par de guardias y le diremos a un tercero que avise a papá. Entonces les acompañaremos a que ayuden a los aldeanos.

Hjalmar asintió entusiasmado. Por una vez su hermana decidió colaborar con él. En menos de cinco minutos, estaban los dos montando a caballo a toda velocidad.

—Padre me va a matar —dijo Cerys.

—Yo he hecho esto cientos de veces.

—Pero yo no. Estoy al mando, Hjalmar. No ataques si yo no te lo digo. Venimos como los hijos de Cranch, a tranquilizar al pueblo. No somos héroes.

Esa lección Hjalmar la había aprendido a base de golpes y fracasos. Ese día sabía que él no podía ser un héroe. Ni siquiera el rey de Skellige, oculto tras una muralla y rodeado de mar como Bran. No, él iba a ser siempre Hjalmar Bocatorcida.

***

Olgried se levantó para el desayuno con los ojos llorosos. Su habitación, a pesar de tener el espacio justo para una cama estrecha, se le hacía demasiado grande sin ver su reflejo el tocador de su madre. Se levantó a duras penas y con la espalda destrozada. Era hora de comer algo y tener una de las conversaciones más duras de su vida.

Al pasar, miró la habitación de Eve y se preguntó si estaba haciendo una de sus investigaciones. Se alegraba mucho de tenerla de vuelta, pero al mismo tiempo era una sensación rara. A Olgried le encantaba irse a la cama después de hablar con ella y con Vlodimir al lado del fuego. Lo que no le gustaba era ver los ojos de su hermana, tristes y apagados. Como los de un pajarillo enjaulado.

Deseó poder hacer algo por ella, pero ni siquiera podía hacer algo por sí mismo. Cuando se montó en su yegua, supo que iba a despedirse de Iris. No le importaba su padre ni los guardias con lo que tuviera que luchar para verla. Quería darle un último beso.

Su casa aparecía desde la lejanía entre dos valles. Olgried espoleó su montura para pasar lo más rápido posible por delante de la mansión Vegelbud, aunque le dio tiempo a lanzar un escupitajo en la puerta.

Olgried se bajó de la yegua y le dio las riendas a Wilfred, el mozo de cuadras. Este le saludó con un gesto de la cabeza y acarició al animal. Desde que Olgried lo conocía, Wilfred había tenido una cierta conexión con los animales. Se preguntó si también era la última vez que lo veía.

Olgried se dispuso a cruzar el jardín con el ceño fruncido. Estaba dispuesto a luchar contra el padre de Iris si con ello conseguía verla por última vez. No hizo falta enfrentarse a nadie. En cuanto, Iris lo vio por la ventana de su habitación, nadie pudo detenerla.

Cruzó el jardín corriendo, descalza y con un vestido negro muy fino. El maquillaje de los ojos se le había corrido a causa de su tristeza. Olgried pensó que era la persona más guapa de todos los mundos posibles.

El contacto con Iris fue cálido y familiar. Se fundieron en un abrazo que duró minutos, pero en que ambos encontraron el infinito. Los brazos de Olgried eran como un hogar para Iris y los labios de ella hacían que él se sintiera poderoso. Capaz de vencer al mismísimo Geralt de Rivia por ella.

Olgried era tan solo un ser humano al que habían desarmado. Aunque siguiera siendo el dueño de su amor, los sentimientos no servían de nada contra todo aquello que les separaba.

—Encontraré una solución —dijo Olgried.

—No lo entiendes. Me han prometido a otro.

A Olgried se le desencajó el rostro. En ese momento el padre de Iris cruzó el umbral de la puerta principal.

—Hija, entra en casa. Necesito hablar con Olgried a solas. —Iris no se movió. Olgried dio un paso al frente.

—No hay nada que nos concierne a nosotros que ella no deba oír. Di alto y claro los motivos por lo que te opones a la felicidad de Iris. —El hombre anciano miró con desprecio a Olgried.

—Eres una bestia.

—Solo soy un hombre, que ama con locura a su hija.

—Los von Everec sois unas bestias desde hace generaciones.

—Pero antes nos aceptabais en vuestros absurdos bailes. Parecía que no os importaba comer con bestias a vuestro lado. Sigo siendo el mismo hombre despojado de su fortuna. Pero desde la pobreza puedo ver la inmundicia de la nobleza.Algún día me vengaré.

—Sí, sí, pero ahora sal de mi jardín. ¡Iris!

La muchacha no atendió a la llamada de su padre y volvió a lanzarse a los brazos de Olgried. Era un intentó desesperado de que su padre rompiera su coraza. Estar separada de Olgried estaba a punto de partirla en dos.

—Promete que encontraremos la forma de fugarnos —dijo ella.

—Confía en mí. Lo arreglaré. Encontraré la forma de volver a tu lado—Iris lo abrazó más fuerte y pegó la oreja a su oído.

Después lo besó. Olgried sintió que el mundo se derrumbaba y tan solo el tacto de sus labios lo ataba a ese plano astral. Iris lo amaba y solo con eso podía ser feliz. Por su amor encontraría la forma de volver a su lado.

***

La aldea de Rannvaig estaba sumida en el caos por el ataque de los monstruos acuático. Los aldeanos asustados los esperaban en el cruce del camino. Todo lo lejos que podían de las rocas del acantilado, donde unos monstruos caníbales habían surgido de las aguas.

—Iremos a echar un vistazo —dijo Cerys. Se inclinó hacai Hjalmar. —Solo a echar un vistazo —susurró.

Los guardias se adelantaron espada en mano. Desde el caballo, uno de ellos le rebanó el pescuezo a uno de aquellos bichos. Su figura humanoide quizá podría haber engañado a alguien desde la lejanía, pero olía a muerte y los sonidos que emitían en sus fauces cubiertas de sangre decían peligro. Uno de aquellos bichos consiguió morder al caballo del guardia y lo tiró al suelo. Al instante tres de esos estaban encima del hombre que gritaba.

Hjalmar sintió por primera vez en su cuerpo el verdadero terror. Se paralizó que ni siquiera pudo oír la voz de Cerys. Todos los músculos de su cuerpo se tensaron y se prepararon para huir. Su caballo relinchó. Y entonces un grito.

Era la niña albina, la que tanto se parecía a Ciri. Tanto que Hjalmar vio en ella a la niña del hielo, la que se quedó a su lado cuando se estaba recuperando de sus heridas. Entonces el terror lo hizo reaccionar. Desenvainó su espada y espoleó su caballo.

La niña corría hacia la rocas mientras dos de esos bichos la perseguían. Hjalmar había dejado de percibir nada. En un golpe reflejo se deshizo de uno de los monstruos que había dejado al guardia. Los otros todavía estaban ocupados.

Saltó de su caballo y éste huyó lejos. Hjalmar pensó que ese era un problema para más tarde. Ahora debía convertirse en un héroe.

Despacio y con cuidado puso el pie derecho en la rocas. Resbalaban y en ese momento una caída significaba la muerte. Empezó a caminar y después a correr. Evitó con agilidad el saliente que el otro día le había hecho tropezar.

Ya casi alcanzaba a la niña que corría con mucha más habilidad que él cuando se dio cuenta de que uno de los bichos estaba demasiado cerca de él. Lo golpeó con la empuñadura de su espalda, resbaló y cayó al agua. No había tiempo para preocuparse de él.

Hjalmar alcanzó al primero de los caníbales acuáticos y lo rebanó en dos con un golpe de su espada. La niña gritó. Tenía al otro encima y le estaba mordiendo una pierna.

De un salto, como aquellos que recordaba en el hielo, llegó hasta su objetivo. Con su espadón le golpeó la cabeza al bicho y consiguió apartarlo de la niña. La siguiente estocada fue a parar al pecho del monstruo y lo atravesó.

Con un poco de dificultad consiguió quitarlo de ahí. Dispuesto a hacer frente al otro que había conseguido salir del agua. Le dijo a la niña que corriera.

El miedo volvió a Hjalmar ante el olor a pescado muerto de aquella bestia inmunda. El miedo le hizo reaccionar y huir hacia delante. El monstruo intentó acercarse a él pero se encontró con el filo de su espada.

Hjalmar al fin pudo respirar. A lo lejos vio como su hermana le clavaba a uno de esos bichos su espada en la pierna. El monstruo chilló amargamente antes de encontrar la muerte en las manos de Cerys. Los otros huyeron de nuevo al mar.

Con cuidado, y preguntando como no podía volver a haberse caído, Hjalamr se reunió con su grupo. El peligro no había pasado pero los aldeanos podían dormir tranquilos esa noche. Ahora, su siguiente tarea era todavía mucho más dura que aquella; encontrar a un brujo en Skellige.

Cerys lo miró durante un rato mientras Hjalmar tranquilizaba a su caballo todavía temblando.

—Hermano. —Hjalmar la miró. —Buen trabajo.

***

Cuando la profesora Ludivicka llegó a la mansión de los von Everec hacía ya tres semanas desde que la familia se había instalado, dos desde que Olgried rompió su compromiso. Lo primero que notó la profesora es que los aldeanos miraban con curiosidad su carromato cuando pasaba por su lado. En el tiempo que llevaba allí la familia, Olgried y Eve habían rechazado cuatro proposiciones de matrimonio y Vlodimir había aceptado seis, lo que había provocado tres corazones rotos, una trifulca entre los campesinos y una nariz magullada que la propia Eve tenía que curar cada mañana.

La profesora Ludivicka llegaba tarde, por ello temía no ser recibida. El tiempo se debía a sus negociaciones con el rey de Skellige para intentar que aceptase a alguien que no fuera una estudiante de medicina. Al final, había tenido que recurrir al truco más viejo del mundo; mentir. La profesora estaba segura de que los conocimientos de Eve sobre las enfermedades cardiovasculares eran lo suficientemente buenos para tratar sus dolencias, en especial porque Eve había pasado los últimos meses investigando cómo la sangre de cerdo podía diluirse para alcanzar la piedra filosofal. Por suerte para el bienestar emocional de Ludivicka, Eve había descartado usar sangre humana en sus investigaciones después de contaminar un par de muestras sin querer por culpa de una herida. La profesora nunca olvidará el rostro cubierto de hollín de Eve por la explosión que creó. Por algún motivo, la muchacha tenía debilidad por trabajar con materiales inflamables.

Cuando llegó a la casa, los dos hermanos la miraron con curiosidad. El más alto de ojos azules debía de ser Olgried. El otro también era corpulento, pero lo que más le llamó la atención a la profesora fue el moratón que cubría su nariz. Eve no tardó en aparecer. En cuanto la vio a través de la ventana de su habitación, corrió a saludarla.

—¡Qué sorpresa! Pensaba que ya no iba a venir.

—He de disculparme por eso, y por no escribir. He estado ocupada con un asunto.

Olgried se acercó a ellos y le tendió la mano. Al estrecharsela, Ludivicka sintió todos los callos que adornaban sus manos. Era tan alto que casi le hacía estremecerse. Sin embargo, se comportó como un caballero.

—Encantado de conocerla, profesora Ludivicka. Estoy agradecido porque haya sabido guiar a Eve todos estos años.

—Y espero seguir haciéndolo. Tengo un asunto que tratar con vosotros.

El otro hermano se quedó arando la tierra que había alrededor de la casa con un asentimiento. Ludivicka pensaba que aquello era un asunto que solo le concernía a Eve, pero también convenía que su hermano estuviera al corriente. La profesora sabía que Olgried podía ser un contrincante o un aliado.

La llevaron al humilde comedor, donde solo había una mesa modesta con tres sillas. En la esquina, una pequeña chimenea cuyas llamas empezaban a apagarse. Ludivicka tomó asiento junto a Eve, en frente de Olgried. Sus ojos azules le perturbaban.

—Lo siento, no puedo ofrecerle nada de comer. No sabíamos que iba a venir —se disculpó Eve.

—No os preocupéis. Planeo partir de inmediato a organizar tu partida Eve, si aceptas mi propuesta. —Olgried se inclinó sobre la mesa y miró fijamente a la profesora. —Tengo un hueco para ti en Skellige, como sanadora del rey Bran.

—No voy a ir.

—Eve... –comenzó a decir Olgried—. Ya lo hemos hablado. Este no es lugar para ti. —Ludivicka intentó disimular su sonrisa. Al final había sido su aliado y no un hermano posesivo.

—Y yo ya te dije que no.

—¿Quieres estar toda tu vida siendo una herborista? Quizá Vlodimir y yo no tengamos otra opción. Tú sí, tú puedes recuperar tu vida.

Eve desvió la mirada de su hermano con lágrimas en los ojos. De pronto, Ludivicka la vio como lo que era; una muchacha asustada. Úrsula von Everec era un nombre que inspiraba admiración, terror y curiosidad. Sin embargo, Eve seguía siendo una persona de su edad, con un futuro incierto y el mundo por delante.

—Acuérdate de Albert. ¿Está en Skellige? —Olgried le cogió la mano a Eve con ternura—. Yo no puedo estar con Iris, pero igual tú sí con Albert. —Ludivicka de pronto sintió que estaba fuera de lugar y cruzó los brazos.

—¿Vosotros qué haréis sin mí? —Olgried no contestó. —No, no os vais a ir al ejército.

—Eve, sabes que es la forma más fácil de conseguir dinero. Lo único que nos ata aquí eres tú. Vlodimir ya ha recibido varias amenazas de muerte. Tampoco creo que puedas venir con nosotros.

—Si puedo tratar a un rey, puedo trabajar en el frente.

—Vale, vente con nosotros.

—Con el debido respeto... —dijo Ludivicka. Olgried le guiñó el ojo.

—Creo que la guerra será un gran lugar para ti. Durmiendo en tienda de campaña mientras hay tormenta, teniendo que esquivar las espadas, trabajando cubierta de sangre y con enfermos que no paran de gritar... —Eve se puso pálida y tragó saliva. La profesora sabía que la idea de ir a la guerra no le hacía demasiado ilusión.

—Olgried, no quiero dejaros solos otra vez.

—Estaremos bien. En menos de un año volveremos a encontrarnos. —La profesora Ludivicka se aclaró la garganta.

—Creo que será mejor que os explique las condiciones y después decidáis en privado. Estoy segura de que no tendrás ningún problema para tratar al rey Bran en condiciones, pero ellos dudan del talento de una alquimista, así que te tendrás que hacer pasar por médica.

—¿Qué? Ni siquiera sé un tercio de lo que Shani ha estudiado.

—Shani es una muchacha muy buena en su campo, como tú en alquimia. La universidad de Oxenfurt te proporcionará los libros y el instrumental adecuado para cuidar al rey Bran. Seguro que con tu alquimia conseguirás hacer mucho por él, más que ningún médico. Según los informes que he recibido, su problema es que su sangre es muy espesa y puede taponar el corazón.

—Definitivamente podría hacer algo con eso, pero se trata de la vida de una persona...

—Sabemos que es un trabajo arriesgado, por ello la universidad contratará a dos mercenarios que cuiden de ti. Estarás allí un año y después podrás volver justo a tiempo para terminar el doctorado. La universidad está dispuesta a pagarte por tus esfuerzos cuando vuelvas. También está la pequeña posibilidad de que el rey Bran muera antes, en ese caso tendremos más posibilidades de conseguir un contrato en la propia universidad o en otro lugar.

—Si el rey Bran muere antes, quiero que la universidad me envíe al frente. —Ludivicka miró a Olgried.

—Eve siempre ha tenido las cosas demasiado claras. —Ludivicka sonrió.

—Son 500 coronas al mes y ellos cubrirán todos tus gastos allí. Ahora os dejaré deliberar en paz.

La profesora Ludivicka solo tuvo que esperar cinco minutos en el oscuro pasillo. Eve salió con menos entusiasmo de lo que había predicho, pero aún así la respuesta estaba clara.

—Iré a Skellige, pero con una condición. Que la universidad se comprometa a darle mi dinero a mis hermanos si así lo necesitasen. —Ludivicka sonrió.

—De acuerdo. Suerte en tu nuevo viaje. Espero que nos veamos pronto.

Y así Ludivicka se marchó de aquella casa. Sabía que el profesor Quitatrabas no iba a estar contento con sus acciones. La profesora sí lo estaba. Había ayudado a una familia en la ruina a tener un rayo de esperanza.

***

Cranch an Craite estaba presidiendo el salón principal de Kaer Trolde. Su hijo estaba a su derecha y a su izquierda Cerys. Por primera vez, Hjalmar se sentía orgulloso de una de sus expediciones. No había terminado magullado y le había salvado a una niña de una muerte segura.

—Lo acontecido hace unas horas es una noticia terrible para Ard Skellige. Unos monstruos han invadido nuestro hogar y se han llevado consigo unas cuantas vidas. Gracias a la intervención de mis hijos hemos conseguido evitar una masacre, sobre todo la de Hjalmar, que consiguió ahuyentar a esas bestias y salvar la vida de una campesina. —La gente aplaudió—. Sin embargo, esto es trabajo para un brujo. Así que yo, Crach an Craite, ofrezco 1.000 coronas a quien logre encontrar la guarida de esos monstruos y traerme la cabeza de todos ellos.

La gente rugió. El salón se fue vaciando poco a poco. A la salida, había una mesa llena de carteles con la recompensa. Crach se bajó de su sillón y se dirigió hacia él. Le puso la mano en un hombro y le dijo:

—Estoy muy orgulloso de ti. Esta vez has conseguido algo grande y los clanes de Skellige no olvidan. Entonces quiero hacerte una propuesta; que colabores a la caza de esos monstruos...

—Claro que lo haré, Padre.

—Con una condición. Solo irás a acompañar al brujo y bajo ningún concepto irás allí tú solo, sin un experto. Es peligroso.

—Lo haré, Padre. No puedo esperar a que ese brujo aparezca

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