—¿Quiénes son los Vulturis? —inquirió Bella en un susurro. Killian se hallaba sentado en el medio de ambas; Bella a su derecha y Alice al otro lado. No llevaban mucho tiempo dentro del avión, pero la espera se estaba haciendo eterna. Sin embargo, el humano no podía evitar sentir algo de miedo al esa ser la primera vez que viajaría tan lejos—. ¿Qué los hace muchísimo más peligrosos que Emmett, Jasper, Rosalie y tú?
La vampiro miró a Killian de reojo y suspiró.
—Lo siento, Killian. Debes estar muy confundido.
Aunque era cierto que no entendía nada de lo que hablaban, jamás se interpondría en una conversación que parecía ser importante.
—No te preocupes por mi. Sé que cuando algo no es de mi incumbencia, no debo entrometerme.
—No digas tonterías. Si quieres preguntar algo, tan solo hazlo.
Alice se inclinó hacia ellos, y Bella imitó su acción. Las dos féminas se pegaron a Killian para hablar entre murmullos.
—Me sorprendió que reconocieras el nombre —admitió Alice hacia la humana—, y que cuando anuncié que se había ido a Italia comprendieras lo que significaba. Pensé que tendría que explicártelo. ¿Cuánto te contó Edward?
—Sólo me dijo que se trataba de una familia antigua y poderosa, algo similar a la realeza... y que nadie les contrariaba a menos que quisiera... morir —respondió Bella en cuchicheos.
—Has de entender —continuó, ahora hablaba más despacio y con mayor mesura— que los Cullen somos únicos en más sentidos de los que crees. Es... inusual que tantos de nosotros seamos capaces de vivir juntos y en paz. Ocurre otro tanto en la familia de Tanya, en el norte, y Carlisle está seguro que la abstinencia nos facilita un comportamiento civilizado y la formación de lazos basados en el amor en vez de en la supervivencia y la conveniencia. Incluso el pequeño aquelarre de James era inusualmente grande, y ya viste con qué facilidad los abandonó Laurent. Por regla general, viajamos solos o en parejas. La familia de Carlisle es la mayor que existe, hasta donde sabemos, con una única excepción: los Vulturis. En un principio eran tres: Aro, Caius y Marcus.
—Los he visto en un cuadro del estudio de Carlisle —dijo la humana entre dientes.
Alice asintió.
—Dos mujeres se les unieron con el paso del tiempo, y los cinco constituyeron la familia. No estoy segura, pero sospecho que es la edad lo que les confiere esa habilidad para vivir juntos de forma pacífica. Deben de tener los tres mil años bien cumplidos, o quizá sean sus dones los que les otorgan una tolerancia especial. Al igual que Edward y yo, Aro y Marcus tienen... talentos —ella continuó antes de que le pudieran hacer pregunta alguna—. O quizá sea su amor común al poder lo que los mantiene unidos. Realeza es una descripción acertada.
—Pero si sólo son cinco...
—La familia tiene cinco miembros, pero eso no incluye a la guardia.
—Eso suena... temible.
—Lo es —aseguró—. La última vez que tuve noticias, la guardia constaba de nueve miembros permanentes. Los demás son... transitorios. La cosa cambia. Y por si esto fuera poco, muchos de ellos también tienen dones, dones formidables. A su lado, lo que yo hago parece un truco de salón. Los Vulturis los eligen por sus habilidades, físicas o de otro tipo.
—Dones —masculló Killian, llamando la atención de ambas chicas.
—Como trucos de magia —explicó Alice—. Como oíste en la casa de Bella, soy capaz de tener algo así como visiones. Me permiten ver cosas que sucederán en el futuro, aunque éstas puedan cambiar y nunca lleguen a ser exactas.
—¿Todos los... —Alice pudo ver como la palabra se atascaba en su garganta, por lo que asintió en un intento de darle a entender que sabía a quienes se refería— ...tienen dones?
—No. Sólo algunos. Unos más fuertes que otros. Aunque nunca hay un vampiro con un don único. Aunque de distintas maneras, puede haber dos vampiros con el mismo don pero que se ha desarrollado de forma distinta.
—Las posibilidades que tenemos... —interrumpió Bella.
—Ninguno de los cinco se mete en demasiados líos y nadie es tan estúpido para jugársela con ellos. Los Vulturis permanecen en su ciudad y la abandonan sólo para atender las llamadas del deber.
—¿Deber? —repetió con asombro.
—¿No te contó Edward su cometido?
—No —dijo mientras notaba la expresión de perplejidad de su rostro.
—No los llaman realeza sin un motivo, son la casta gobernante. Con el transcurso de los milenios, han asumido el papel de hacer cumplir nuestras reglas, lo que, de hecho, se traduce en el castigo de los transgresores. Llevan a cabo esa tarea sin error alguno.
—¿Hay reglas? —preguntó la humana en un tono de voz tal vez demasiado alto.
—¡Shhh!
—¿No debería habérmelo mencionado antes alguien? Quiero decir, yo quería... ¡quería ser una de vosotros! ¿No tendría que haberme explicado alguien lo de las reglas?
—No son complicadas, Bella. El quid de la cuestión se reduce a una única restricción y, si te detienes a pensarlo, probablemente tú misma la averiguarás.
—No, ni idea.
Alice sacudió la cabeza, decepcionada.
—Quizás es demasiado obvio. Debemos mantener en secreto nuestra existencia.
—Ah.
—Tiene sentido, y la mayoría de nosotros no necesitamos vigilancia —prosiguió—, pero al cabo de unos pocos siglos, alguno se aburre o, simplemente, enloquece. Los Vulturis toman cartas en el asunto antes de que eso les comprometa a ellos o al resto de nosotros.
—De modo que Edward...
—Planea desacatar abiertamente esa norma en su propia ciudad, el lugar cuyodominio ostentan en secreto desde hace tres mil años, desde los tiempos de losetruscos. Se muestran tan protectores con su ciudad que ni siquiera permiten cazardentro de sus muros. Volterra debe de ser el lugar más seguro del mundo... por lomenos en lo que a ataques de vampiros se refiere.
—Pero dijiste que no salían, entonces ¿cómo se alimentan?
—No salen, les traen el sustento del exterior, a veces desde lugares bastante lejanos. Eso mantiene distraída a la guardia cuando no está aniquilando disidentes o protegiendo Volterra de cualquier tipo de publicidad o de...
—... situaciones como ésta, como la de Edward.
—Dudo de que se les haya planteado nunca una situación similar a ésta —murmuró Alice, disgustada—. No hay muchos vampiros suicidas.
—Has dicho que la principal regla es mantener vuestra existencia oculta —susurró Killian tras mantenerse en silencio durante un buen rato mientras intentaba seguir el hilo de la conversación de ambas—, ¿eso no significa que habéis roto esa regla al nosotros dos saber sobre ustedes?
Alice bajó la mirada y suspiró, mostrando una expresión complicada.
—Lo hicimos. Cuando Edward decidió estar con Bella, la rompió, y con ello también nosotros —explicó—. Y cuando Carlisle optó por adoptarte, también lo hizo. ¡Pero oye!, eso no significa que se arrepienta de ello. Carlisle volvería a elegirte sin dudarlo.
—¿Por qué siquiera se arriesgaría por alguien como yo? —cuestionó el adolescente—. No tiene sentido.
—¡Sí que lo tiene! Lo tiene para nosotros y debería tenerlo para ti —reprendió Alice—. Eres parte de la familia.
El resto del trayecto, Alice se dedicó a intentar visualizar las decisiones de Edward mientras que Killian y Bella intentaban distraerse el uno al otro. En Nueva York, hicieron el trasborde y, esta vez, las dos féminas se sentaron juntas para poder hablar más tranquilamente sin molestar a Killian —el cual parecía bastante ido—. Para cuando llegaron a Florencia, las ojeras en el rostro de ambos humanos los hacía ver como si se hubieran visto envueltos en una pelea y sus ojos hayan terminado dañados debido a los golpes. Lucían terriblemente mal.
Un Porsche reluciente de color amarillo chirrió al frenar a pocos centímetros de donde ellos estaban. La palabra TURBO, garabateada en letra cursiva, ocupaba la parte posterior del deportivo. En la atestada acera del aeropuerto todo el mundo se giró para mirarlo.
—¡Rápido! —gritó Alice con impaciencia por la ventana abierta del asiento del copiloto.
Ambos corrieron hacia la puerta y Bella la abrió de un tirón, el varón se lanzó hacia el asiento trasero y, tras acomodar nuevamente el asiento delantero, ella también subió.
—¡Jesús! —se quejó—, ¿no podías haber robado otro coche menos llamativo, Alice?
Alice ya se había puesto a zigzaguear a toda pastilla por el denso tráfico del aeropuerto y se deslizaba por los minúsculos espacios que había entre los vehículos.
—¡Killian, el cinturón! —recordó la humana y él se apresuró para abrochárselo.
—La pregunta importante es si podía haber robado un coche más rápido, y creo que no. Tuve suerte.
—Va a ser un verdadero consuelo en el próximo control de carretera, seguro.
—Confía en mí, Bella. Si alguien establece un control de carretera, lo hará después de que pasemos nosotros.
Killian intentó admirar todo a su alrededor pero el estado de ansiedad en el que se encontraba Bella no le permitió concentrarse demasiado. Estirando su mano, dio un suave apretón al hombro de la chica en señal de apoyo. Bella se giró para mirarlo y le dedicó una mueca parecida a una sonrisa.
—¿Ves alguna cosa más? —preguntó la humana, aún sin soltar la mano que seguía apoyada en su hombro.
—Hay algún evento —murmuró Alice—, un festival o algo por el estilo. Las calles están llenas de gente y banderas rojas. ¿Qué día es hoy?
—¿No estamos a día diecinueve?
—Menuda ironía, es el día de San Marcos.
—¿Y eso qué significa?
—La ciudad celebra un festejo todos los años. Según afirma la leyenda, un misionero cristiano, el padre Marcos —de hecho, es el Marcus de los Vulturis— expulsó a todos los vampiros de Volterra hace mil quinientos años. La historia asegura que sufrió martirio en Rumania, hasta donde había viajado para seguir combatiendo el flagelo del vampirismo. Por supuesto, todo es una tontería... Nunca salió de la ciudad, pero de ahí es de donde proceden algunas supersticiones tales como las cruces y los dientes de ajo. El padre Marcos las empleó con éxito, y deben funcionar, porque los vampiros no han vuelto a perturbar a Volterra. Se ha convertido en la fiesta de la ciudad y un acto de reconocimiento al cuerpo de policía. Al fin y al cabo, Volterra es una ciudad sorprendentemente segura y la policía se anota el tanto.
—No les va a hacer mucha gracia que Edward la arme el día de San Marcos, ¿verdad?
Alice sacudió la cabeza con expresión desalentadora.
—No. Actuarán muy deprisa.
—¿Sigue planeando actuar a mediodía?
—Sí. Ha decidido esperar, y ellos le están esperando a él.
—Dime qué he de hacer.
—No tienes que hacer nada. Sólo debe verte antes de caminar bajo la luz, y tiene que verte a ti antes que a mí, Bella.
—¿Y cómo conseguiremos que salga bien?
Un pequeño coche rojo que iba delante pareció ir marcha atrás cuando Alice lo adelantó zumbando.
—Voy a acercarte lo máximo posible, luego vas a tener que correr en la dirección que te indique. Mientras, aparcaré el coche en un lugar seguro para que Killian pueda ocultarse. Procura no tropezar —añadió—. Hoy no tenemos tiempo para una conmoción cerebral. ¡Killian! —exclamó de tal forma que el humano saltó como un resorte en la parte trasera del coche—. Si tardamos demasiado en volver, arranca el motor del coche y desaparece de la ciudad. En la guantera hay un teléfono móvil con el número de Carlisle, contacta con él y vendrá a buscarte a Florencia.
—Pero... ¿tú estarás bien? —preguntó con un deje preocupado en su voz.
Alice sonrió.
—No te preocupes por mi —contestó—. Mi prioridad es mantenerlos a salvo. ¡Allí! —informó de pronto Alice mientras señalaba una ciudad encastillada en lo alto del cerro más cercano.
Antiguos muros de color siena y torres que coronaban la cima del empinado cerro. Una vista hermosa que resultaba aterradora en aquel momento. A medida que avanzaban, los coches estaban demasiado juntos para que Alice los esquivara. El trayecto se ralentizaba cada vez más.
—Alice —gimió la humana.
—No hay otro camino de acceso —dijo con una nota de tensión en la voz.
—Creo que la única opción es avanzar a pie —inquirió Killian—. Miren. El aparcamiento está completo y el acceso en coche está prohibido —informó mientras observaba el tumulto de personas vestidas de intenso color rojo que se arremolinaban en el exterior.
—Bella —Alice habló rápido, con un tono de voz bajo, feroz—. No logro anticipar cuál va a ser la reacción del guardia de la puerta; vas a tener que irte sola, y corriendo, si esto no funciona. Lo único que debes hacer es preguntar por el Palazzo dei Priori y marchar a toda prisa en la dirección que te indiquen. Procura no perderte.
—Palazzo dei Priori, Palazzo dei Priori —repitió el nombre una y otra vez, intentando memorizarlo.
—Si hablan inglés, pregunta por la torre del reloj. Yo daré una vuelta por ahí e intentaré encontrar un lugar aislado más allá de la ciudad para ocultar a Killian y por el que saltar la muralla.
—Palazzo dei Priori.
—Edward tiene que estar bajo la torre del reloj, al norte de la plaza. Hay un callejón estrecho a la derecha y él estará allí a cubierto. Debes llamar su atención antes de que se exponga al sol.
—Bella —murmuró el humano, provocando que la aludida lo mirara—. Ten cuidado.
—Lo tendré.
Alice bajó la ventanilla cuando un guardia se acercó a ellos y la golpeó para hablar. Debido a la lenta velocidad a la que iban, no había resultado complicado que el hombre los alcanzara.
—Lo siento, señorita, pero hoy sólo pueden acceder a la ciudad autobuses turísticos —dijo un guardia en inglés con un fuerte acento y ahora también en tono de disculpa, como si deseara poder ofrecer mejores noticias a aquella mujer de sorprendente belleza.
—Es un viaje privado —repuso Alice al tiempo que hacía destellar una seductora sonrisa. Sacó la mano por la ventana, cubierta por un guante de color tostado que le llegaba a la altura del codo, hacia la luz. Le tomó la mano, todavía alzada después de haber golpeado la ventanilla y la metió dentro del coche. Depositó algo en la palma y le cerró los dedos alrededor.
El guardia se quedó aturdido cuando retiró la mano y miró fijamente el grueso rollo de dinero que había allí. El billete exterior era de mil dólares.
—¿Esto es una broma? —farfulló.
La sonrisa de Alice era cegadora.
—Sólo si piensa que es divertido.
Él la miró, con los ojos abiertos como platos.
—Vamos un poquito tarde y con prisa —le insinuó, aún sonriente.
El guardia pestañeó dos veces y después se guardó el dinero en la chaqueta. Dio un paso atrás de la ventanilla y nos despidió. La calle se había vuelto muy estrecha; estaba pavimentada con piedras del mismo desvaído color canela que los edificios que la oscurecían con su sombra. Espaciadas entre sí unos cuantos metros, las banderas rojas decoraban las paredes y ondeaban al viento, que silbaba al barrer la angosta calle. Estaba atestada de gente.
—Un poco más adelante —animó Alice.
Alice conducía acelerando y frenando. El gentío los amenazaba con el puño y les espetaba palabras desagradables que, por fortuna, no entendían. Giró en un pequeño desvío que no se trazó para coches y la gente, asustada, tuvo que refugiarse en las entradas de las puertas cuando pasaron muy cerca de las paredes. Al final, entraron en otra calle de edificios más altos que se apoyaban unos sobre otros por encima de sus cabezas, de modo que ningún rayo de sol alcanzaba el pavimento y las banderas rojas que se retorcían a cada lado casi se tocaban. Allí había más gente que en ninguna otra parte. Alice frenó y Bella abrió la puerta antes de que se hubieran detenido del todo.
Alice señaló un punto donde la calle se abría hacia un resplandeciente terreno abierto.
—Allí. Estamos en el extremo sur de la plaza. Atraviésala corriendo y ve a la derecha de la torre del reloj. Yo encontraré algún camino dando la vuelta... —Inspiró aire súbitamente y cuando volvió a hablar, le salió la voz en un siseo—. ¡Están por todas partes! —Bella se quedó petrificada en su asiento, pero ella la empujó fuera del coche—. Olvídalos. Tenemos dos minutos. ¡Corre, Bella, corre! —gritó.
Ambos vieron como la menuda figura de Bella desaparecía entre las capas de color rojo. Sin mucho vacilar, Alice dio un volantazo y se apresuró a salir de la estrecha calleja para alejarse del lugar y encontrar un sitio seguro en el que Killian pudiera esconderse. Aún ignorando las quejas de los transeúntes, consiguió llegar hasta una calle mucho más amplia y vacía detrás de la ciudad.
—¿Estará bien? —preguntó con tono preocupado el humano.
—Me aseguraré de que lo esté —afirmó. Luego, detuvo el vehículo bajo la sombra de un árbol y apagó el motor—. Necesito que te quedes aquí y, si no regresamos a tiempo, hagas lo que te he pedido, ¿de acuerdo?
Killian asintió y Alice sonrió hacia él de manera amable. Suspiró profundamente y dejó un rápido beso en su frente antes de dejar las llaves del vehículo en sus manos y alejarse del coche para desaparecer entre las sombras.
Una vez más, Killian quedó solo.
Aún podía escuchar los festejos a lo lejos, el murmullo que conformaba el gran número de personas y los pitidos de algunos vehículos. Hubiera sido algo entretenido de ver si no hubieran estado metidos en esa situación, y aunque Killian no supiera al cien por cien qué situación era, sabía que era una bastante mala y compleja. Su corazón latía con fuerza, tenía un extraño peso en el pecho que había aparecido en el momento que entraron en la ciudad, pero lo atribuyó al nerviosismo del momento. Rebuscó en la guantera en busca del teléfono móvil que Alice había mencionado. Allí estaba. Las llaves del coche aún seguían en sus manos, por precaución, las introdujo en el pequeño hueco junto al volante. Decidió cambiar de lugar y se sentó en el asiento del conductor, luego, se recostó contra éste y cerró los ojos mientras esperaba.
Un brusco movimiento y la molesta ventisca de fuera golpeó contra su rostro. La puerta había sido abierta.
Killian abrió los ojos de golpe y admiró una pequeña figura cubierta por una capa negra que era acompañada por otras dos figuras con el mismo atuendo pero de mayor altura, mucha más altura. La persona más pequeña pareció murmurar algo cuando el humano los miró pero fue tan bajo que no pudo llegar a oírlo. Aunque su cuerpo estaba cubierto por aquella capa negra, su rostro sí fue descubierto ante los asustados ojos de Killian: angelical rostro de redondos y grandes ojos escarlata, labios rellenos y pálida piel imitadora de la porcelana, su cabello apenas era visible pero llegó a divisar un destello rubio bajo la capa.
—Acompañas a Alice Cullen —no era una pregunta.
—Yo... no...
—Apestas a ella —cortó—. Acompáñanos.
—No puedo... —masculló, causando que los sádicos y claramente furiosos ojos de la fémina se clavaran en él— ...irme.
—A menos que quieras morir, sígueme —vociferó.
Killian tembló ante el tono de su voz. ¿No se había asegurado Alice de que no lo encontraran? ¿Le había sucedido algo? ¿Bella estaba bien?
Se puso de pie al salir del vehículo, notando la clara diferencia de altura que tenía con la fémina. Aunque sus piernas temblaban, no pudo evitar preguntarse si aquellos eran los conocidos que Carlisle había mencionado cuando envió el primer mensaje al orfanato. Era la primera vez que veía a alguien con su mismo color de ojos.
—¿D-dónde vamos? —preguntó el humano, siendo ignorado por la vampiro.
—Adelántense —ordenó a los gigantes acompañantes que tenía—. Tú. Sígueme —ya sea por miedo o curiosidad, Killian avanzó lentamente detrás de ella, mirando en todas direcciones en busca de una manera de escapar—. No lo intentes. Morirás antes de poder darte la vuelta.
Aquella advertencia lo hizo temblar. ¿En dónde se estaba metiendo?
Avanzaron por calles estrechas donde la presencia de personas era nula y únicamente sus zapatos resonaban. A medida que avanzaban, la música se hacía cada vez más notable y su volumen aumentaba; también, el murmullo de varias voces en un callejón cercano se hizo presente.
—Por favor, Edward, sé razonable —dijo una voz.
Killian abrió los ojos ante la mención de aquel nombre. Era el mismo Edward, ¿no?
—Muy bien —accedió Edward—. Ahora nos marcharemos tranquilamente, pero sin que nadie se haga el listo.
—Al menos, discutamos esto en un sitio más privado.
Seis hombres vestidos de rojo se unieron al grupo.
—No.
—Ya es suficiente —dijo la voz de la fémina que lo guiaba.
El grupo que discutía en voz baja se giró hacia ella y, por lo tanto, hacia Killian también.
El humano logró divisar a las tres figuras conocidas, dos de ellas lo miraban con pánico y terror, mientras que otra intentaba hacer a un lado las repentinas preguntas curiosas que habían surgido al leer sus pensamientos. Sin embargo, hubo una que se mantuvo fuerte y clara: ¿qué hacía él ahí?
—Killian... —la voz de Alice tembló.
—Jane, deja ir al chico —demandó Edward—. Él no tiene nada que ver en esto.
—¿Qué hace aquí entonces? —una grave voz proveniente de un alto y muscular vampiro lo interrumpió. Su corto y negro cabello le daban un aspecto brusco a su apariencia de piel pálida.
—Eso me pregunto yo —masculló el lector de mentes, lanzándole una mirada reprochadora a la otra miembro de su familia.
—No podía dejarlo solo —murmuró.
—Suficiente —volvió a repetir la chillona voz de la tal Jane—. Seguidme.
Dio media vuelta y comenzó a caminar hacia la oscuridad. Alice se apresuró a colocarse junto a Killian y arrastrarlo para que quedara junto a Bella, entre ella y Edward.
—Killian, lo siento muchísimo —susurró la vampiro con notable tono afligido.
El nombrado sabía que no había sido su culpa. Nunca hubiera imaginado que irían a buscarlo a un lugar tan oculto de la celebración.
—Estoy bien —aseguró él.
Sus ojos vagaron rápidamente por el rostro del vampiro de cabello cobrizo que llevaba tantos meses sin ver. Sus rojos ojos se cruzaron con los dorados de él, y pudo notar el ceño fruncido del vampiro.
El alto vampiro de antes se hizo a un lado y dejó que los cuatro pasaran primero.
Alice caminó enseguida detrás de la pequeña Jane, siendo seguida de cerca por Killian y Edward, quien sostenía a Bella de la cintura para que se mantuviera a su lado. El callejón se curvaba y estrechaba a medida que descendía.
—Bien, Alice —dijo Edward en tono de conversación conforme caminaban—. Supongo que no debería sorprenderme verte aquí.
—Ha sido error mío —contestó Alice en el mismo tono—. Era mi responsabilidad haberlo hecho bien.
—¿Qué ocurrió? —inquirió educadamente, como si apenas le interesara.
—Es una larga historia —los ojos de Alice se deslizaron sobre Bella y se dirigieron hacia otro lado—. En pocas palabras, ella saltó de un acantilado, pero no pretendía suicidarse. Parece que últimamente a Bella le van los deportes de riesgo.
—Mmm —dijo Edward con voz cortante—. ¿Y Killian?
El aludido bajó la mirada. ¿Por qué aquel tono de voz lo hizo estremecerse tanto? Sonaba molesto, sumamente enojado.
—Pude notar el aroma de un vampiro desconocido en nuestra casa cuando lo fui a buscar tras pasar la noche en casa de Bella. Él insistió en dormir ahí, y jamás hubiera esperado que otro de nuestra especie localizara el lugar. Aunque, por alguna razón, lo dejó con vida.
Killian mantuvo la cabeza gacha.
—Hablaremos de ello en cuanto volvamos a casa —Edward cortó la conversación en seco.
Caminaron por un amplio recodo del callejón, que seguía cuesta abajo, y del cual no se veía el final hasta que no llegaban hasta él y se alcanzaba una pared de ladrillo lisa y sin ventanas. Jane había desaparecido segundos antes. Killian observó como Alice caminaba segura hasta la pared y, entonces, saltó gracilmente por un agujero abierto de la calle que parecía una alcantarilla, hundida en el lugar más bajo del pavimento. El humano observó el pequeño y oscuro agujero, vacilante.
—Alice te espera abajo, Killian. Salta sin miedo —murmuró Edward detrás de él, cambiando su tono molesto de antes por uno alentador.
El adolescente se sentó al borde del agujero y miró con rostro dubitativo el interior. Respiró profundamente y saltó hacia el interior. Una rápida ráfaga de viento logró revolver su cabello justo antes de que unos delgados pero duros brazos lo sostuvieran. Killian se halló a sí mismo entre los brazos de Alice, como un recién casado sosteniendo a su esposa. Las mejillas de Killian adoptaron un brillante tono rosado que agradeció que fuera oculto gracias a la falta de luminosidad del lugar. La vampiro rió entre dientes y lo depositó en el suelo con cuidado.
—¿Alice? —susurró Bella con voz temblorosa desde arriba.
—Estoy aquí debajo, Bella —aseguró—. Suéltala —gritó Alice.
La joven cayó a los brazos de la vampiro de la misma forma que le había sucedido a él. Tras colocarla en el suelo, ella se acercó a Killian para situarse a su lado. Edward apareció segundos después y se apresuró para pegarse cual garrapata a su pareja.
Siguieron avanzando por un camino que seguía descendiendo y que parecía no tener fin.
Lentamente el negro fue transformándose en gris oscuro. Se encontraban en un túnel bajo, con arcos. Las piedras cenicientas supuraban largas hileras de humedad del color del ébano, como si estuvieran sangrando tinta. Al final del túnel había otra reja cuyas barras de hierro estaban enmohecidas. Había abierta una pequeña puerta de barras entrelazadas más finas. Alice pasó fácilmente y cruzó con rápidez a una habitación más grande e iluminada. La reja se cerró de golpe con estrépito, seguido del chasquido de un cerrojo. Al otro lado de la gran habitación había una puerta de madera pesada y de escasa altura. Era muy gruesa. Al atravesarla, se hallaron en un corredor de apariencia normal e intensamente iluminado. Las paredes eran de color hueso y el suelo estaba cubierto por alfombras de un gris artificial. Unas luces fluorescentes rectangulares de aspecto corriente jalonaban con regularidad el techo.
Jane los esperaba en el ascensor con gesto de indiferencia e impedía con una mano que se cerrasen las puertas.
Los tres vampiros de la familia de los Vulturis se relajaron más cuando estuvieron dentro del ascensor. Echaron hacia atrás las capas y dejaron que las capuchas cayeran. Felix y Demetri eran de tez ligeramente olivácea, lo que, combinado con su palidez terrosa, les confería una extraña apariencia. Felix tenía el pelo muy corto, mientras que a Demetri le caía en cascada sobre los hombros. El iris de ambos era de un color carmesí intenso que se iba oscureciendo de forma progresiva hasta acercarse a la pupila. Debajo de sus envolturas llevaban ropas modernas, blancas y anodinas.
El viaje en ascensor fue breve. Salieron a una zona que tenía pinta de ser una recepción bastante ricachona. Las paredes estaban revestidas de madera y los suelos enmoquetados con gruesas alfombras de color verde oscuro. Cuadros enormes de la campiña de la Toscana intensamente iluminados reemplazaban a las ventanas inexistentes. Habían agrupado de forma muy conveniente sofás de cuero de color claro y mesas relucientes encima de las cuales había jarrones de cristal llenos de ramilletes de colores vívidos.
Había un mostrador alto de caoba pulida en el centro de la habitación. Detrás de éste había una mujer. Era alta, de tez oscura y ojos verdes. Muy hermosa.
Esbozó una amable sonrisa de bienvenida.
—Buenas tardes, Jane —dijo.
Su rostro no denotó sorpresa alguna cuando echó un vistazo a los acompañantes de Jane, ni a Edward, cuyo pecho desnudo centelleaba tenuemente con destellos blancos.
Jane asintió.
—Gianna.
Luego prosiguió hacia un conjunto de puertas de doble hoja situado en la parte posterior de la habitación. Felix le guiñó el ojo a Gianna al pasar junto al escritorio y ella soltó una risita tonta. Les aguardaba otro tipo de recepción muy diferente al otro lado de las puertas de madera. Un joven pálido de traje gris perla podía haber pasado por el gemelo de Jane. Tenía el pelo más oscuro y los labios no eran tan carnosos, pero resultaba igual de encantador. Se acercó a ellos, sonrió y le tendió la mano a ella.
—Jane...
—Alec —repuso ella mientras abrazaba al joven. Intercambiaron besos en las mejillas y luego miraron a los recién llegados.
—Te enviaron en busca de uno y vuelves con dos... y medio... ¿o llegaría a considerarse uno completo? —rectificó al reparar en los dos humanos. Su mirada se detuvo durante varios segundos en el humano de llamativos ojos, más sacudió la cabeza rápidamente y continuó hablando—. Buen trabajo.
Ella rompió a reír. El sonido era chispeante de puro gozo, similar al arrullo de un bebé.
—Bienvenido de nuevo, Edward —le saludó Alec—. Pareces de mucho mejor humor.
—Ligeramente —admitió Edward con voz monocorde.
Alec rió entre dientes.
—¿Y ésta es la causante de todo el problema? —preguntó con incredulidad.
Edward se limitó a sonreír con expresión desdeñosa. Después, se le heló la sonrisa en los labios.
—¡Me la pido primero! —intervino Felix con suma tranquilidad desde detrás.
Edward dejó escapar un gruñido tenue. Felix sonrió. Su mano estaba levantada, con la palma hacia arriba. Curvó sus dedos dos veces, invitando a Edward a iniciar una pelea.
Alice rozó el brazo de Edward.
—Paciencia —le advirtió.
—¿Y quién es el chico? —continuó preguntando el tal Alec—. ¿Algún efecto secundario de todo este drama?
Edward tiró del brazo de Killian y lo colocó junto a él de la misma forma que había hecho con Bella; Alice, por otra parte, se colocó delante aunque su estatura no pudiera ocultar demasiado.
Alec volvió a reír.
—Aro se alegrará de volver a verte.
—No le hagamos esperar —sugirió Jane.
Edward asintió.
Alec y Jane se tomaron de la mano y abrieron el camino por otro corredor amplio y ornamentado. Ignoraron las puertas del fondo —totalmente revestidas de oro— y se detuvieron a mitad del pasillo para desplazar uno de los paneles y poner al descubierto una sencilla puerta de madera que no estaba cerrada con llave. Alec la mantuvo abierta para que la cruzara Jane. Killian se adentró con cuidado por la puerta. El otro lado se trataba de un lugar con la misma piedra antigua de la plaza, el callejón y las alcantarillas. La antecámara de piedra no era grande. Enseguida desembocaba en una estancia enorme, tenebrosa —aunque más iluminada— y totalmente redonda, como la torreta de un gran castillo, que es lo que debía de ser con toda probabilidad. A dos niveles del suelo, las rendijas de un ventanal proyectaban en el piso de piedra haces de luminosidad diurna que dibujaban rectángulos de líneas finas. No había luz artificial. El único mobiliario de la habitación consistía en varios sitiales de madera maciza similares a tronos; estaban colocados de forma dispar, adaptándose a la curvatura de los muros de piedra. Había otro sumidero en el mismo centro del círculo, dentro de una zona ligeramente más baja.
La habitación no se encontraba vacía. Había un puñado de personas enfrascadas en lo que parecía una conversación informal. Hablaban en voz baja y con calma, originando un murmullo que parecía un zumbido flotando en el aire. Un par de mujeres pálidas vestidas con ropa de verano se detuvieron en una de las zonas iluminadas y su piel, como si fuera un prisma, arrojó un chisporroteo multicolor sobre las paredes de color siena. Todos aquellos rostros agraciados se volvieron hacia el grupo en cuanto entraron en la habitación. La mayoría de los inmortales vestían pantalones y camisas que no llamaban la atención, prendas que no hubieran desentonado ahí fuera, en las calles, pero el hombre que habló primero lucía una larga túnica oscura como boca de lobo que llegaba hasta el suelo. Su melena de color negro azabache podría haberse llegado a confundir con la capucha de su capa.
—¡Jane, querida, has vuelto! —gritó con evidente alegría. Su voz era apenas un tenue suspiro.
Killian se sobresaltó ante aquel grito, colocándose involuntariamente detrás de Edward, quien se movió un poco para facilitar su escondrijo. Alice se colocó junto a él y acarició su hombro con suavidad, mostrándole una clara expresión de arrepentimiento.
Avanzó con ligereza en sus movimientos y una muy notable gracilidad. Ambos humanos pudieron verlo con claridad cuando se acercó hasta su grupo. Su rostro no se parecía a los rostros anormalmente atractivos que le rodeaban —el grupo entero se congregó a su alrededor cuando se aproximó; unos iban detrás, otros le precedían con la atención característica de los escoltas—. La piel era de un blanco traslúcido, similar al papel cebolla, y parecía muy delicada, lo cual contrastaba con la larga melena negra que le enmarcaba el rostro. Tenía los ojos rojos, como los de quienes le rodeaban, pero turbios y empañados. Se deslizó junto a Jane y le tomó el rostro entre las manos. La besó suavemente en sus labios carnosos y luego levitó un paso hacia atrás.
—Sí, maestro —Jane sonrió. Sus facciones parecieron las de una joven angelical—. Le he traído de regreso y con vida, como deseabas.
—Ay, Jane. ¡Cuánto me conforta tenerte a mi lado! —él sonrió también.
A continuación los miró a ellos y la sonrisa centelleó hasta convertirse en un gesto de euforia.
—¡Y también has traído a Alice y Bella! —se regocijó y unió sus manos finas al dar una palmada—. ¡Qué agradable sorpresa! ¡Maravilloso!
Su sonrisa flaqueó al escuchar el suave latido de alguien a quienes sus ojos aún no habían visto. Elevando una de sus cejas y mirando al lector de mentes, señaló su pecho.
—Joven Edward, creo que tenemos aquí a alguien al que no tengo el placer de conocer aún —Edward se tensó. Killian no debería estar allí. Sabía que si conseguían sobrevivir, Rosalie se encargaría de despellejarlo. El hombre de peculiar actitud se giró hacia el alto vampiro que los escoltaba y dijo:— Felix, sé bueno y avisa a mis hermanos de quiénes están aquí. Estoy seguro de que no se lo van a querer perder.
—Sí, maestro —asintió Felix, que desapareció por el camino por el que había venido.
—Y bien —continuó diciendo el pelinegro vampiro—, ¿me dirás quién os acompaña hoy?
Edward suspiró, mirando de reojo a Alice —la cual asintió sin más remedio—, antes de dar un paso hacia la izquierda (moviendo a Bella) y dejando la figura de Killian a la vista.
Frente al desconocido grupo de vampiros, se presentó la imagen de un joven delgado pero de ligeramente fuerte complexión que vestía ropa deportiva de color negro y mantenía las manos en los bolsillos para que no notaran que estaba temblando. Su cabello castaño y ondulado había sido ligeramente despeinado en el trayecto hacia allí, por lo que caía suavemente sobre un rostro que se mantenía de cara al suelo.
—Joven —la voz sonó justo delante de él, una falsa amabilidad goteando de ella—, ¿nos darías el gusto de levantar la cabeza?
El corazón de Killian latía con fuerza, cosa que todos —salvo Bella— pudieron notar. Alice dio un paso hacia el humano y acarició su espalda una vez más.
—¿Y bien? —volvió a insistir el líder—. Te aseguro que no mordemos sin una razón.
Aquello provocó que un escalofrío recorriera al adolescente de pies a cabeza.
—Estarás bien —masculló Alice a su lado—. Edward y yo estamos aquí.
Killian asintió, respirando profundamente antes de mover con lentitud su cabeza hacia arriba. Tras aquel flequillo de color castaño que logró mover de un soplido, se mostraron un par de brillantes ojos escarlata que miraban al receptor de la imagen con miedo. El líder enderezó su espalda de golpe, alertando a la guardia, y abrió sus ojos con sorpresa. Una siniestra y casi demente risa resonó entre las paredes del lugar.
—¡Tus ojos! —exclamó aún entre risas. Parecía haberse vuelto loco—. ¿Qué es esta maravilla, joven Edward? ¿Por qué no sabíamos de esta persona? ¡No aparecía cuando toqué tu mano!¿Quién es? ¡Olvídalo! ¡Olvídalo! Joven, ven aquí. Dame tu mano —habló con rapidez.
Killian dio un paso atrás, con miedo, cuando la blanca mano del contrario se extendió hacia él.
—Está bien —susurró Edward en su oído, empujándolo suavemente hacia delante.
El humano lo miró de reojo y asintió. Sacando su mano derecha del bolsillo, la estiró hacia el vampiro.
—Verás —comenzó a decir mientras colocaba su mano izquierda bajo su palma—, comparto un poco del talento de Edward, sólo que de forma más limitada que la suya —Aro habló con tono envidioso mientras agitaba la cabeza.
El joven juntó sus cejas.
—¿El talento de Edward? —cuestionó.
Aro sonrió, como si hubiera descubierto un gran secreto.
—Edward puede leer mentes, ¿acaso no lo sabías? —respondió sin más.
El rostro de Killian palideció, sus ojos rápidamente clavándose en el vampiro de ojos dorados.
—Lo sabes —afirmó con un deje tembloroso en su voz.
Edward desvió la mirada y asintió.
—Sí.
El joven humano agachó la cabeza, una mueca formándose en sus labios mientras intentaba que sus ojos no se llenaran de lágrimas y que causara una escena en mitad de aquel lugar.
Su repentino complicado humor desapareció en el momento que el vampiro que sostenía su mano, colocó la otra sobre ésta y la ahueco de tal forma que apenas quedaban sus uñas al descubierto. Junto a ellos, Edward comenzó a hablar para explicarle a Alice:
—Aro necesita del contacto físico para «oír» tus pensamientos, pero llega mucho más lejos que yo. Como sabes, sólo soy capaz de conocer lo que pasa por la cabeza de alguien en un momento dado, pero Aro «oye» cualquier pensamiento que esa persona haya podido tener.
Alice enarcó sus delicadas cejas y Edward agachó la cabeza.
Aro también se percató de ese gesto, ya que abrió los ojos, sonrió hacia el humano y dejó caer su mano con suavidad.
—Pero ser capaz de oír a lo lejos... —Aro suspiró al tiempo que hacía un gesto hacia ellos dos, haciendo referencia al intercambio de pensamientos que acababa de producirse—. ¡Eso sí que sería práctico!
Aro miró más allá de las figuras de Edward y Alice. Todos los demás se volvieron en la misma dirección, incluso Jane, Alec y Demetri, que permanecían en silencio detrás de ellos. Felix había regresado y detrás de él, envueltos en túnicas negras, flotaban otros dos hombres. Sus rostros tenían también esa piel parecida al papel cebolla.
—¡Marcus, Caius, mirad! —canturreó Aro—. Después de todo, Bella sigue viva y Alice se encuentra con ella. ¿No es maravilloso? ¡Y mirad, mirad! ¡Tenemos un nuevo Cullen entre nosotros!
A juzgar por el aspecto de sus rostros, ninguno de los dos hubiera elegido como primera opción el adjetivo «maravilloso». El hombre de pelo negro parecía terriblemente aburrido, como si hubiera presenciado demasiadas veces el entusiasmo de Aro a lo largo de tantos milenios. Debajo de una melena tan blanca como la nieve, el otro puso cara de pocos amigos. No obstante, la mención de un "nuevo Cullen" logró que miraran en dirección a aquel cuya existencia jamás había sido mencionada.
El desinterés de ambos no refrenó el júbilo de Aro, que casi cantaba con voz liviana:
—Conozcamos la historia.
El vampiro de pelo blanco flotó y fue a la deriva hasta sentarse en uno de los tronos de madera. El otro se detuvo junto a Aro y le tendió la mano. Se limitó a tocar la palma de la mano durante unos instantes y luego dejó caer la suya a un costado. Aro enarcó una de sus cejas, de color marrón oscuro.
Edward resopló sin hacer ruido y Alice le miró con curiosidad.
—Gracias, Marcus —dijo Aro—. Esto es muy interesante.
Marcus no parecía interesado. Se deslizó lejos de Aro para unirse a Caius, sentado ya contra el muro. Los dos asistentes de los vampiros le siguieron de cerca; eran guardias. Las dos mujeres con vestido de tirantes se habían acercado para permanecer junto a Caius de igual modo.
—Asombroso, realmente increíble —dijo Aro.
El rostro de Alice mostraba su descontento. Edward se volvió y de nuevo le facilitó una explicación rápida en voz baja:
—Marcus ve las relaciones y ha quedado sorprendido por la intensidad de las nuestras.
Aro sonrió.
—¡Qué práctico! —repitió para sí mismo. Luego, se dirigió a ellos—: Puedo aseguraros que cuesta bastante sorprender a Marcus. Resulta difícil de comprender, eso es todo, incluso ahora —Aro miraba el brazo de Edward en torno a Bella—. ¿Cómo pueden permanecer tan cerca de ellos de ese modo?
—No sin esfuerzo —contestó Edward con calma.
—Pero aun así... Tú, joven Edward, permanecer tan cerca de ella... ¡La tua cantante! ¡Menudo derroche!
Edward se rió sin ganas una vez.
—Yo lo veo más como un precio a pagar.
Aro se mantuvo escéptico.
—Un precio muy alto.
—Simple coste de oportunidad.
Aro echó a reír.
—No hubiera creído que el reclamo de la sangre de alguien pudiera ser tan fuerte de no haberla olido en tus recuerdos. Yo mismo nunca había sentido nada igual. La mayoría de nosotros vendería caro ese obsequio mientras que tú...
—... lo derrocho —concluyó Edward, ahora con sarcasmo.
Aro rió una vez más.
—¡Ay, cómo echo de menos a mi amigo Carlisle! Me recuerdas a él, excepto que él no se irritaba tanto.
—Carlisle me supera en muchas otras cosas.
—Jamás pensé ver a nadie que superase a Carlisle en autocontrol, pero tú le haces palidecer.
—En absoluto —Edward parecía impaciente.
—Me congratulo por su éxito —Aro reflexionó—. Tus recuerdos de él constituyen un verdadero regalo para mí, aunque me han dejado estupefacto. Me sorprende que haya... Me complace que el éxito le haya sorprendido en el camino tan poco ortodoxo que eligió. Temía que se hubiera debilitado y gastado con el tiempo. Me hubiera mofado de su plan de encontrar a otros que compartieran su peculiar visión, pero aun así, no sé por qué, me alegra haberme equivocado. Pero ¡vuestra abstinencia...! —Aro suspiró—. No sabía que era posible tener tanta fuerza de voluntad. Habituaros a resistir el canto de las sirenas, no una vez, sino una y otra, y otra más... No lo hubiera creído de no haberlo visto por mí mismo. ¡Incluso ahora! Convivís día tras día cerca de un humano... Jamás hubiera esperado que, justamente Carlisle, decidiera adoptar a alguien no perteneciente a nuestra especie. Aunque... según tus recuerdos, joven Edward... ¿estaba adoptar al pequeño Killian realmente entre los planes de mi viejo amigo Carlisle?
—Aro. Suficiente —siseó el lector de mentes.
El líder Vulturi sonrió.
—¿Por qué? —cuestionó—. ¿No crees que el pobre chico merece saber la verdad?
—¿La verdad? —la suave voz de Killian se escuchó a su derecha. Su rostro confuso.
—Verás, joven Killian, tus queridos hermanos adoptivos aquí presentes no te han contado que-
—Carlisle se equivocó cuando te quiso adoptar —pronunció Alice en voz alta.
La atención fue a parar en ella, todos los ojos puestos en la vampiro cuya mirada sólo estaba centrada en el humano cuyo corazón parecía haberse quebrado de tal forma que todos fueron capaces de oírlo.
—Continúa —animó Aro, totalmente entretenido.
—Carlisle decidió adoptarte porque creyó que eras uno de los nuestros —su voz haciéndose cada vez más pequeña—. Creía que serías un peligro para el resto de niños allí presentes y quiso apartarte de allí. Pero, cuando te encontraste con él, supo enseguida que se había equivocado.
Edward chasqueó la lengua.
—No lo digas así —reprendió—. Lo haces parecer como si no lo quisiéramos. Escucha, Killian. Si bien es verdad que Carlisle te confundió con uno de los nuestros, jamás le arrebataría la oportunidad a alguien de poder tener una familia. Tanto Carlisle como Esme decidieron adoptarte en el momento que entraste por la puerta de nuestra casa. Incluso Rosalie, que es la más complicada de convencer, amenazó a Carlisle con cosas horribles si no te adoptaba. Comprendo que escuchar que se equivocaron contigo no sea lo más bonito del mundo, pero espero que comprendas que ahora formas parte de la familia y que te apreciamos sin importar qué —el rostro de Alice mostró una expresión extraña al recordar algo, gesto que no pasó desapercibido para Edward, quien pronto respondió:— Killian recordó varias cosas poco antes de entrar aquí.
A pesar de no estar seguro de las razones, Edward no revelaría que el humano había mentido a menos que fuera él quien lo confesara.
Killian no pronunció palabra alguna; su cabeza gacha y sus brazos cruzados sobre su pecho mientras se abrazaba a sí mismo. Bella quiso correr para consolarlo, pero el brazo en su cintura le impedía moverse.
—Qué aburrido —bufó Aro. Su mirada perdió interés en Killian y pronto regresó a Bella.
Manteniendo la mirada en sus zapatos, Killian no pudo evitar temblar. No debería sorprenderse, ¿cierto? Quería reírse de sí mismo, fue muy tonto de él el creer que realmente alguien se interesaría por él de primera mano. Resultó ser que lo habían elegido por una confusión. ¿Era realmente así como serían las cosas para él? Aunque Edward hubiera dicho que ahora lo apreciaban, estaba muy claro que, desde un principio, no lo esperaban a él, sino a un vampiro el cual jamás llegó. El miedo de Killian se intensificó. ¿Qué sucedería si daban con otro vampiro al cual quisieran en su familia? ¿Se desharían de él porque seguía siendo humano?
Killian respiró profundamente, intentando que su desenfrenado latido se calmara un poco, antes de volver a levantar la cabeza. No era momento de lamentarse, la situación en la que estaban no era muy favorable. Edward había colocado a Bella detrás de su espalda mientras que gruñía cual animal rabioso en dirección a Aro y Jane. Caius, seguido por su séquito, se había acercado tan silencioso como un espectro para observar, quedando justo en frente del humano. El pálido y deslumbrante joven rostro del vampiro se alzaba frente a él mientras sus rojizos ojos analizaban los suyos. Killian tembló bajo la intensa mirada del rubio y hermoso inmortal. Éste había parecido perder interés en lo que ocurría justo a su lado, teniendo como único objetivo el analizar a la frágil persona que era Killian.
En esos instantes, Jane se volvió hacia el grupo con una sonrisa maliciosa en los labios.
—¡No! —chilló Alice cuando Edward se lanzó contra la joven.
Antes de que alguien fuera capaz de reaccionar, de que alguien se interpusiera entre ellos o de que los escoltas de Aro pudieran moverse, Edward dio con sus huesos en el suelo. Nadie le había tocado, pero se hallaba en el enlosado y se retorcía con dolor. Ahora Jane le sonreía sólo a él.
—¡Parad! —gritó Bella.
Su voz resonó en el silencio y se lanzó hacia delante de un salto para interponerse entre ellos, pero Alice la rodeó con sus brazos en una presa insuperable. No escapó sonido alguno de los labios de Edward mientras le aplastaban contra las piedras.
—Jane —la llamó Aro con voz tranquila.
La joven alzó la vista enseguida, aún sonriendo de placer, y le interrogó con la mirada. Edward se quedó inmóvil en cuando Jane dejó de mirarle. Aro asintió hacia Bella y Jane sonrió hacia la humana con malicia. De un instante a otro, dejó de sonreír. Edward volvía a estar junto a Bella.
Aro soltó una risotada.
—Ja, ja, ja —rió entre dientes—. Has sido muy valeroso, Edward, al soportarlo en silencio. En una ocasión, sólo por curiosidad, le pedí a Jane que me lo hiciera a mí... —Edward le fulminó con la mirada, disgustado. Aro suspiró—. ¿Qué vamos a hacer con vosotros? Supongo que no existe posibilidad alguna de que hayas cambiado de parecer, ¿verdad? —le preguntó Aro, expectante, a Edward—. Tu don sería una excelente adquisición para nuestro pequeño grupo.
Edward vaciló.
—Preferiría... no... hacerlo.
—¿Y tú, Alice? —inquirió Aro, aún expectante—. ¿Estarías tal vez interesada en unirte a nosotros?
—No, gracias —dijo Alice.
—¿Y tú, Bella?
Aro enarcó las cejas.
Fue Caius, el vampiro de pelo rubio casi blanco, quien rompió el silencio.
—¿Qué? —inquirió Caius a Aro. La voz de aquél, a pesar de no ser más que un susurro, era rotunda.
—Caius, tienes que advertir el potencial, sin duda —le censuró con afecto—. No he visto un diamante en bruto tan prometedor desde que encontramos a Jane y Alec. ¿Imaginas las posibilidades cuando sea uno de los nuestros?
Caius desvió la mirada con mordacidad. Jane echó chispas por los ojos, indignada por la comparación.
—Incluso preferiría que hubieras elegido al humano —susurró el co-líder.
Los ojos de Aro parecieron centellear antes de soltar una peculiar carcajada.
—No, gracias —contestó Bella.
—¿Killian? —el humano regresó su mirada al líder Vulturi y lo miró interrogante—. ¿Te gustaría unirte a nosotros? —incluso sabiendo que era muy difícil que aceptara, Edward y Alice sintieron cierto miedo de que fuera a aceptar. Sin embargo, el humano señaló a su propia persona, miró hacia abajo en dirección a su cuerpo y sonrió con sorna antes de negarse. Aro suspiró una vez más—. Una verdadera lástima... ¡Qué despilfarro!
—Unirse o morir, ¿no es eso? —masculló Edward—. ¡Pues vaya leyes las vuestras!
—Por supuesto que no —Aro parpadeó atónito—. Edward, ya nos habíamos reunido aquí para esperar a Heidi, no a ti.
—Aro —siseó Caius—, la ley los reclama.
Edward miró fijamente a Caius e inquirió:
—¿Y cómo es eso?
Caius señaló a ambos humanos con uno de sus dedos.
—Saben demasiado. Has desvelado nuestros secretos —espetó con voz grave.
—Aquí, en vuestro lugar, también hay unos pocos humanos —le recordó Edward. El rostro de Caius se crispó con una nueva expresión a la cual no podría llegar a considerársele sonrisa.
—Sí —admitió—, pero nos sirven de alimento cuando dejan de sernos útiles. Ése no es tu plan para la chica, tampoco para vuestro nuevo hermano. ¿Estás preparado para acabar con ellos si traicionan nuestros secretos? Yo creo que no —se mofó.
—No voy a... —empezó a decir Bella, pero Caius la silenció con una gélida mirada.
—Tampoco pretendes convertirla en uno de nosotros —prosiguió—, por consiguiente, ello nos hace vulnerables. Bien es cierto que, por esto, sólo habría que quitarle la vida a la chica. Puedes dejarla aquí si lo deseas. En cuanto al chico, ¿tienes pensado convertirlo? Sino, también habría que acabar con su vida.
Edward le enseñó los colmillos.
—Lo que pensaba —concluyó Caius con algo muy similar a la satisfacción. Felix se inclinó hacia delante con avidez.
—A menos que... —intervino Aro, que parecía muy contrariado por el giro que había tomado la conversación—. A menos que, ¿albergues el propósito de concederle la inmortalidad?
Edward frunció los labios y vaciló durante unos instantes antes de responder:
—¿Y qué pasa si lo hago?
Aro sonrió, feliz de nuevo.
—Vaya, en ese caso serías libre de volver a casa y darle a mi amigo Carlisle recuerdos de mi parte —su expresión se volvió más dubitativa—. Pero me temo que tendrías que decirlo en serio y comprometerte.
Aro alzó la mano delante de Edward.
Caius, que había empezado a poner cara de pocos amigos, se relajó. Edward frunció los labios con rabia hasta convertirlos en una línea.
—Hazlo —susurró Bella—, por favor.
Entonces, Alice se alejó de su lado y se dirigió hacia Aro. Ella había levantado la mano igual que el vampiro. Alice no dijo nada y Aro despachó a su guardia cuando acudieron a impedir que se acercara. Aro se reunió con ella a mitad de camino y le tomó la mano con un destello ávido y codicioso en los ojos. Inclinó la cabeza hacia las manos de ambos, que se tocaban, y cerró los ojos mientras se concentraba. Alice permaneció inmóvil y con el rostro inexpresivo. Nadie se movió. Aro parecía haberse quedado allí clavado encima de la mano de Alice.
Transcurrió otro momento y entonces la voz de Aro rompió el silencio.
—Ja, ja, ja —rió, aún con la cabeza vencida hacia delante. Lentamente alzó los ojos, que relucían de entusiasmo—. ¡Eso ha sido fascinante!
—Me alegra que lo hayas disfrutado.
—Ver las mismas cosas que tú ves, ¡sobre todo las que aún no han sucedido! —sacudió la cabeza, maravillado.
—Pero eso está por suceder —le recordó Alice con voz tranquila.
—Sí, sí, está bastante definido. No hay problema, por supuesto.
Caius parecía amargamente desencantado, un sentimiento que al parecer compartía con Felix y Jane.
—Aro —se quejó Caius.
—¡Tranquilízate, querido Caius! —Aro sonreía—. ¡Piensa en las posibilidades! Ellos no se van a unir a nosotros hoy, pero siempre existe la esperanza de que ocurra en el futuro. Imagina la dicha que aportaría sólo la joven Alice a nuestra pequeña comunidad... Además, siento una terrible curiosidad por ver ¡cómo entra en acción Bella!
Aro parecía convencido, pero no del todo.
—Pero —volvió a hablar Aro—, no me has mostrado nada sobre el chico —le recordó a Alice—. ¿Significa eso que lo convertirás aquí y ahora?
Bella quiso dar un paso al frente, cosa que Edward impidió. ¿Siquiera qué pretendía hacer?
—No —respondió la vidente—. Una vez que Bella se transforme, también lo hará Killian.
Killian miró en ambas direcciones, ¿cuándo había accedido él a eso?
Edward lo miró y suspiró. El pobre chico estaba muy perdido.
—En tal caso, ¿somos libres de irnos ahora? —preguntó Edward sin alterar la voz.
—Sí, sí —contestó Aro en tono agradable—, pero, por favor, visitadnos de nuevo. ¡Ha sido absolutamente apasionante!
—Nosotros también os visitaremos para cerciorarnos de que los habéis transformado en uno de los nuestros —prometió Caius, que de pronto tenía los ojos entrecerrados—. Si yo estuviera en vuestro lugar, no lo demoraría demasiado. No ofrecemos segundas oportunidades.
La mandíbula de Edward se tensó, pero asintió una sola vez. Caius esbozó una sonrisita de suficiencia y se deslizó hacia donde Marcus permanecía sentado, inmóvil e indiferente.
Felix gimió.
—Ah, Felix, paciencia —Aro sonrió divertido—. Heidi estará aquí de un momento a otro.
—Mmm —la voz de Edward tenía un tono incisivo—. En tal caso, quizá convendría que nos marcháramos cuanto antes.
—Sí —coincidió Aro—. Es una buena idea. Los accidentes ocurren. Por favor, si no os importa, esperad abajo hasta que se haga de noche.
—Por supuesto —aceptó Edward.
—Y toma —agregó Aro, dirigiéndose a Felix con un dedo. Éste avanzó de inmediato. Aro desabrochó la capa gris que llevaba el enorme vampiro, se la quitó de los hombros y se la lanzó a Edward—. Llévate ésta. Llamas un poco la atención.
Edward se puso la carga capa, pero no se subió la capucha.
Aro suspiró.
—Te sienta bien.
Edward rió entre dientes, pero después de lanzar una mirada hacia atrás, calló repentinamente.
—Gracias, Aro. Esperaremos abajo.
—Adiós, mis jóvenes amigos —contestó Aro, a quien le centellearon los ojos cuando miró en la misma dirección.
—Vámonos —instó Edward con apremio.
Demetri les indicó mediante gestos que lo siguieran, y se fueron por el mismo camino por el cual habían venido.
Aro Vulturi mantuvo la sonrisa mientras veía marchar al grupo de humanos y vampiros, siendo lo último que viera la espalda de aquel humano cuyos ojos se asemejaban a los suyos. Nadie se movió durante los siguientes cinco minutos, todos escuchando como los pasos de los visitantes se iban alejando más y más.
De un momento a otro, la simpática sonrisa en el rostro del líder se desvaneció y sus amenazantes ojos rojos se clavaron en el rubio vampiro de joven aspecto que se sentaba en su trono.
—Caius —llamó, demostrando que su humor era bastante malo—, dame tu mano.
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He decidido que se publiquen más seguido los capítulos escritos de Ojos Rojos dado que es la novela con más capítulos ya hechos en comparación con el resto, así que digamos que OR tendrá más actualizaciones que las otras si no me falla el empleado ahre.
Además, quiero compensar.
Probablemente sea el capítulo más largo que tenga OR debido a que me estoy basando en las escenas del libro y quise integrar a Killian de forma no muy brusca para que no se sintiera raro. Sin embargo, para el aspecto de los reyes Vulturi, me estoy basando en las películas porque Jamie Campbell🛐