La vista desde la sala de estar era una de las favoritas de James. En especial por la noche. Cuando las calles se oscurecían, se sorprendía a menudo mirando las sombras, absorbiendo los colores parpadeantes del tráfico como si fueran tiras de luces de Navidad.
Por alguna razón aquella vista siempre le despejaba la cabeza y le ayudaba a pensar con claridad.
Se llevó la taza a los labios y tomó un sorbo de café con la sensación de haber vivido ya aquello.
No había sido esa misma mañana cuando se había detenido en el mismo sitio haciéndose las mismas preguntas?
— Seguro qué quiere que prepare otra cafetera? —preguntó Tom desde el umbral de la cocina—. Ya sabe que mi café tiene tendencia a mantener despierto incluso el mismísimo diablo.
— Tengo trabajo esta noche, Tom, así que no me vendría mal.
Tom se encogió de hombros.
— Preparo unos sándwiches para acompañar el café?
— No, gracias.
El hombre hizo una mueca.
— Debería comer algo.
— Hemos cenado donde el señor Pok.
— Eso fue la comida —aclaró una voz femenina. Amelia entró en la estancia—. Prepara unos sándwiches, Tom. Algo sólido y poco sano.
El mayordomo frunció los labios con regocijo, algo casi milagroso en un hombre severo que casi nunca mostraba sus emociones. Cuando Amelia estaba cerca, no obstante, se esforzaba siempre por complacerla.
— Y qué quiere tomar, querida?
— Lo que tú prepares —lo besó en la mejilla, se dejó caer en el sofá y buscó el mando a distancia—.
Veamos qué noticias nuevas han inventado desde la última vez que vi la televisión.
James se volvió de nuevo hacia la ventana, pero esa vez, en lugar de concentrarse en el mundo más allá del cristal, observó el reflejo de la habitación. Vio encenderse la televisión y a Amelia que cambiaba de un canal a otro examinando sus opciones.
— Cuando pusiste la televisión por cable? —preguntó con aire ausente.
— Hace unos meses.
La joven no comentó nada y James se alegró de que Tom hubiera desaparecido en la cocina y no pudiera informarle que habían encargado el servicio cuando esperaban su llegada. Él no tenía tiempo ni paciencia de ver otra cosa que deportes, pero a Amelia le encantaba cambiar de canal y raramente permanecía más de cinco minutos con el mismo programa.
— Oh, una película de Audrey Hepburn —dijo
— Creía que ibas a revisar todos los nuevos programas.
La joven se encogió de hombros.
— Las películas antiguas son mucho mejores —golpeó el sofá a su lado— Ven a verla.
— Tengo trabajo.
— Algo que no pueda retrasarse una hora?
— No.
— Entonces ven a sentarte.
James vaciló sin saber por qué, Amelia y él habían compartido muchas veladas; no era normal que tuviera que pensárselo dos veces.
Pero así era y eso solo bastaba para alarmarlo. No podía evitar recordar como lo había afectado verla salir del vestuario con aquel vestido rosa pálido ceñido. El color era tan parecido al de su piel que al principio creyó que estaba desnuda y eso lo provocó una punzada de deseo.
En el pasado, no había sido completamente ignorante de la sensualidad de Amelia. Esta solía pasearse por su casa ataviada solo con una camiseta amplia, así que, como habría podido ignorar que su amiguita de la infancia se había convertido en una mujer muy hermosa? No obstante, había mantenido una actitud fraternal hacia ella, lo que había ayudado a reprimir cualquier idea extraña.
Pero esa noche...
No debería haberla visto con aquel vestido.
— Hola? —inquirió ella con malicia— Hay alguien en casa?
— Trabajo.
Lo miró con atención y luego movió la cabeza.
— No creo que el trabajo tenga nada que ver con eso.
— No lo crees, eh?
— No. Creo que estás nervioso.
James achicó los ojos y valoró el escrutinio de ella, preguntándose cuando habría podido adivinar sus pensamientos. Cuando se movió para subir una pierna al sofá, sabía que le costaba pensar en ella como una hermana? Apoyó la pantorrilla contra el muslo de él, lo que le hizo darse cuenta de que aquel día había comprado un pantalón corto que dejaba al descubierto sus piernas hasta el muslo.
— Por qué iba a estar nervioso? —preguntó con cautela.
— Creo que no estás muy seguro de tus actos.
Se refería a lo de sentarse en el sofá? A lo de permitir que ella se moviera por su casa vestida de aquel modo?
— Creo que tienes serias dudas sobre tu matrimonio.
Ahh. Así que era eso. Ya volvía meterse con Anne.
— A decir verdad, no tengo ninguna duda a ese respecto.
Su respuesta no pareció complacerla en absoluto.
— Bueno, yo creo que vas a cometer un error.
— Por qué?
— Porque Anne no es tu tipo.
— Y cual es mi tipo?
La joven cruzó las manos bajo el pecho, lo que hizo que este saltara bajo la tela ligera de la camiseta.
James apartó la vista y se preguntó dónde estaría Tom con los sándwiches. Al menos, si hubiera comida allí, podría hacer algo con las manos. Algo que no implicara tocar a Amelia Queen.
— Anne es demasiado débil para ti.
Aquella réplica le hizo reír.
— Débil? Esa mujer es casi tan cerca como tú.
— Pero se rinde con demasiada facilidad. Lo único que tienes que hacer es ponerte a gruñir y se derrumba como un castillo de arena.
— Eso no es cierto. Simplemente, ha aprendido a elegir sus batallas. No pierde el tiempo con cosas sin importancia.
— Ha cedido muy pronto con lo del esmoquin.
— Yo no estaría tan segura. Creo que intentaré hacerte cambiar de idea en los próximos días.
Amelia hizo una mueca de incredulidad.
— Se que podríais ser amigas Amelia si le dieras una oportunidad.
— No dejas de repetir eso, pero yo no creo que pueda ser posible.
— Por lo menos haz un esfuerzo por establecer algún tipo de comunicación.
— Lo he intentado hoy y he hablado más con el señor Pok que conmigo.
— Solo porque estaba nerviosa.
— No creo que Anne se ponga nunca nerviosa.
— Te sorprenderías.
Tomó inconscientemente la mano de Amelia, pero en cuanto lo hizo, se arrepintió, ya que la piel de ella resultaba demasiado cálida y suave.
— Pasa algo de tiempo con ella.
Amelia apretó los labios y permaneció en silencio.
— Hazlo por mi.
— Eso es jugar sucio —musitó la joven, que sabía que no podía rechazar su petición.
— Vamos. Mañana reservaré una mesa para tomar el té en el Reencuentro.
— Eso no es justo sabes que ese es uno de mis lugares favoritos.
— Llamaré para asegurarme de que preparan esos sándwiches que tanto te gustan.
— Basta! —se puso en pie—. Lo haré, lo haré —entró en la cocina—. Tom? Cómo va esa comida?
James sonrió y buscó automáticamente el mando a distancia. Pero cuando se disponía a cambiar de canal, vaciló al ver que Audrey Hepburn se echaba en brazos de Cary Grant. Oyó el murmullo de las voces en la cocina y no pudo evitar pensar lo a gusto que se sentía; como si hubiera recuperado algo que había perdido.