—¡Otra vez!
Sonrío viendo a Matteo jugar con Federico.
Llegaron hace unas horas con mamá. Así que mientras ella baña a Sophia, yo veo a Matteo por la ventana.
Luce mucho mejor.
Ya no tiene esa carita de tristeza y melancolía. De hecho, está muy feliz lanzándose a los brazos de Federico mientras juegan al avioncito.
Sé que eso reconforta a mi hijo. Pero es más que obvio que desea que sea su padre el que esté jugando con él.
Y me jode no saber qué hacer.
—A este paso, la ropa ya no le va a quedar.
Dejo de mirar por la ventana para mirar a mi suegra. Sonrío.
—Está creciendo muy rápido, la chaquetita que Alejandra le regaló, solo se la puso una vez. —musito viendo a mamá terminar de ponerle las medias.— No le gusta dormir con nosotros.
—A ninguno de tus hijos al parecer. —musita mamá. Suspiro.
—Matteo les dijo, ¿No?
Ambas asienten. Aprieto los labios.
—¿Qué se supone que debo hacer? Le doy todo el cariño que tengo. A veces incluso dejo a la bebé dormida y me voy con él. Pero es que él no me quiere a mi, no quiere a Federico, ni a Leonardo, ni a Bruno ni a nadie. Quiere a su padre. A Ruggero.
—Está muy sentido con él, no quería venir. —admite mamá.— Dice que quiere que Federico sea su papá.
Eso hace que me sienta mal de nuevo. Antonella suspira.
—Matteo tiene solo cuatro años. Ruggero se comportaba exactamente igual cuando Leonardo nació. Pero la diferencia es que él ya tenía nueve años.
—Pues que raro porque parece que él nunca sintió lo que Matteo siente y no le importa en lo absoluto. —musito dolida.— Todos los días hace lo mismo, en lugar de acercarse a él llega y le regaña por cualquier cosa que haga. Matteo no puede ni siquiera respirar cuando Ruggero llega porque todo lo que hace está mal. Todo hace llorar a la bebé.
Y si, Ruggero es un maldito exagerado pero estoy cansada de intentar que lo entienda.
Antonella carraspea.
—Bruno era igual con Ruggero cuando Leonardo era un bebé. —admite.— Y nos costó cambiarlo.
—¿Cómo lo lograron?
—En primer lugar, dejando de regañarlo por todo. —hace un breve resumen.— Pero, déjame, yo voy a hablar con él.
—Cuando llegue. Si es que llega. —me muerdo la uña.— Debía llegar ayer pero de Ruggero ni sus luces.
Ambas niegan soltando un suspiro.
Tomo a mi bebé en brazos y bajo a la sala donde dejé su cuna movible para alimentarla y después acostarla.
Cuando Sophia se queda dormida, su estúpido padre decide que es un buen momento para volver pues en el momento exacto su auto ingresa al garaje.
Federico se lo dice a Matteo pero él se niega a entrar y corre hacia el otro jardín. Hago un mohín antes de mirar a mamá.
Y es eso lo que quería evitar pero de algún modo siento que Ruggero se lo buscó.
Es imposible no pensar en eso.
—Buenas noches... Mamá, estás aquí. —musita él.— ¿Algún motivo especial?
—Quería ver a mi nieta. —resume su madre.— ¿Y tú? ¿De dónde llegaste?
—Creí que Leonardo te lo dijo.
Se acerca intentando besarme, ladeo el rostro provocando que me bese la mejilla. Escucho su suspiro.
—Mi amor, te tienes que bañar. —le digo a Matteo que entra corriendo.
—Si, mamita. Buenas noches, papá.
Ruggero le mira evidentemente dolido.
Matteo nunca le ha dicho papá. Siempre ha sido su papi.
Y que bueno, que le duela y entienda que con solamente regaños no va a lograr más que eso, que Matteo se aleje de él.
También hace falta cariño.
—¿Sirvo la cena?
Mamá corta la tensión que se forma. Asiento.
—Primero vamos a cenar. —le digo a mi hijo.— Así que mientras mamá Caro sirve la mesa, ¿Por qué no vas a preparar tu pijama?
Mi hijo asiente obediente, toma la mano de Federico y tira de él hacia las escaleras diciéndole que quiere la pijama de dinosaurios porque le gusta mucho.
Federico le sigue el hilo de la conversación sin sentido.
No sé qué tiene que ver que los dinosaurios sean verdes y su pijama azul pero se ven felices así que lo dejo pasar.
Me pongo de pie dejando a la bebé en su cuna.
—¿Se quedan a cenar?
—Quisiera pero prometí que pasaría por casa de Leonardo dejándole esto. —Antonella levanta los tejidos y sonrío.
También les trajo unos a Matteo y Sophia. Y son hermosos.
—¿Tú, mamá?
—Voy a llegar a tu suegra. —dice de inmediato.— Dejo su cena servida y me voy.
Asiento agradeciéndole en el proceso mientras mamá llama a Federico.
Sé que lo hacen a propósito.
Y no sé si enojarme o agradecerles.
Solo sé que me duele la cabeza.
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—¿Terminaste, mi amor?
—Si, mami. Me gustó mucho. —Matteo se baja de su silla y yo retiro los platos de la mesa.— ¿Me voy arriba?
—Si, ve alistándote para el baño que en cuanto acueste a la bebé voy contigo, ¿Bueno?
Escucho la afirmación de Matteo mientras se aleja y yo me encargo de limpiar todo antes de salir de la cocina ignorando por completo la presencia de Ruggero.
No puedo evitar el seguir molesta con él.
Me es imposible.
Cambio de ropa y pañal a la princesa, me encargo de dormirla y la dejo en su cuna antes de ir con Matteo.
Y como se lo prometí antes de cenar, le baño, cepillamos nuestros dientes juntos y le leo su cuento favorito mientras Sophia duerme en el medio de ambos.
—Eres muy bonita, hermanita.
Matteo besa su mano. Sonrío.
—Descansa mucho, te quiero.
Se acuesta sin dejar de mirarla, apago la lámpara que aún manteníamos encendida y me acomodo también.
Hoy vamos a dormir los tres juntos.
Sorpresivamente, Sophia si puede dormir junto a su hermano. Se siente cómoda.
Y no se sofoca.
Me quedo dormida después de Matteo cómo siempre.
Y aunque Sophia se levanta seguido en la madrugada, Matteo ni se inmuta.
Eso sí que es tener un sueño pesado.
A las siete en punto me levanto junto a la alarma. Matteo tiene que ir a la escuelita y Ruggero a trabajar.
Pero cuando noto que Sophia no está, me pongo alerta de inmediato.
Hasta que veo a Ruggero entrar empujando la cuna y a Matteo removerse en la cama.
—¿Por qué te la llevaste sin avisar? ¿Estás loco?
Mi reproche le hace suspirar, centro mi atención en Matteo y le sonrío.
—Buenos días, mi amor. ¿Listo para ir a la escuelita?
—Nadie va a ir a ningún lado por ahora. —dice Ruggero.— La maestra ya sabe que Matteo no va a ir hoy.
—¿Y desde cuándo Matteo falta a clases?
Suspira profundo.
—¿Podemos hablar?
—No voy a tener ninguna conversación contigo y menos delante de mis hijos. —le hago saber recogiendo mi cabello.— Sal de aquí.
—No, quiero hablar. Con ambos.
—¡Yo no hice nada!
Matteo se cubre con las mantas hasta la cabeza. Ruggero se acerca la cama descubriéndolo.
—Mami, dile que no hice nada. —me pide mirándome con miedo. Le sonrío.
—Por supuesto que no hiciste nada, mi amor. No tengas miedo.
—¿Desde cuándo mi hijo me tiene miedo? —cuestiona un dolido Ruggero. Le miro.
—Desde que cambiaste los momentos de juegos por castigos, desde que cambiaste los te amo por vete a tu habitación y no hagas ruido.
Evade mi mirada. Contengo mis ganas de gritarle que es un imbécil porque eso no solucionaría nada.
No quiero que Matteo nos vea discutiendo.
—¿Me puedes dejar a solas con él?
—No.
—Por favor.
—No. —insisto.— Vete tu, no sigas asustando más a mi hijo.
—También es mi hijo.
—Solo cuando te conviene, Ruggero. —le recuerdo dolida.— Solo cuando te conviene.
—Las cosas no son así, por favor déjame hablar con él.
Matteo me mira asustado, evidentemente no quiere quedarse con Ruggero.
Y es que según lo que le dijo a Leonardo el otro día y yo apenas me enteré ayer, Matteo le tiene miedo a Ruggero porque si amiguito en la escuela le dijo que cuando un papá te grita mucho, después te pega muy fuerte.
Y Matteo no quiere que Ruggero le pegue.
Yo sé que él no es capaz. Pero, tampoco pretendo dejar que Matteo se quede con miedo.
—Matteo, ¿Puedo hablar contigo?
Mi hijo mira a su padre con duda, lo piensa. Mucho en realidad.
Y cuando asiente, por fin me pongo de pie.
Si Matteo se siente seguro, entonces me iré.
Tomo a Sophia en brazos y salgo con ella de la habitación.
Aprovecho para cambiarle de ropa y de pañal antes de alimentarla y dormirla.
Evidentemente la duda y la curiosidad pueden conmigo así que me quedo cerca de la puerta.
Hay mucho silencio y eso es demasiado tenso.
Hasta que escucho risas y los gritos de Matteo. Suspiro profundo.
¿Eso es bueno?
Me alejo cuando escucho pasos y finjo que apenas estoy saliendo de mi habitación mientras escucho las risas y la puerta se abre.
—¡Mami, estoy feliz!
Matteo se baja de los brazos de su padre y sonríe.
—Papá dice que ya no vamos a discutir, ahora, me va a explicar las cosas con paciencia y mucho amor, y vamos a ir juntos con la doctora de bata chistosa. —mueve sus manitas.— ¿Tú también vas a venir, mamita?
Asiento. Él sonríe.
—Que cool, estoy muy feliz. ¡Vamos a desayunar!
Baja corriendo, sonrío.
—Me sigue diciendo papá. —susurra Ruggero. Le miro.
—Es lo que eres, su papá.
—Pero se siente igual de horrible. Estoy perdiendo a mi hijo. —muerde su labio inferior.— Es mi culpa.
—Por supuesto que es tu culpa. —no le llevo la contraria.— Y es irónico porque bien sabes lo que Matteo está sintiendo, lo sentiste cuando tenías nueve años. Y no es que me alegre, pero ojalá así entiendas que si no lo haces con amor, no sirve de nada. Los gritos y regaños no valen de nada si no hay amor.
—Yo amo a Matteo.
—¿Por qué no se lo recordaste entonces antes de poner a la bebé por encima de él?
Yo también amo a mi princesa con mi vida.
Pero la diferencia entre él y yo es que yo no pienso que mi hija es de cristal y que Matteo va a lastimarla.
Para mí, ambos importan igual. Ambos tienen un lugar propio en mi corazón.
Ojalá Ruggero le hubiese demostrado eso a Matteo en lugar de llenarle de gritos y regaños que no le llevaron a nada.
Y he aquí la prueba.
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La Karol y el Mateo están muy sentidos con Ruru. Y según mis estudios aún básicos en la materia, ellos tienen un poco de razón :)
—Luggarollove 🌻