Jadeaste cuando las dos grandes manos que te acorralaban se movieron a tu cintura para apresarte y aplicar su demandante sentencia de retenerte en esa posición, a la par que su lengua caliente se abría camino por tu torso hasta que pasó sobre su p*zón izquierdo. Tu espalda se arqueó en respuesta y él clavó sus pulgares en tu abdomen mientras enclavaba su duro bulto entre tus piernas, frotando con ansia su er*cción vestida contra tu desnudez femenina, haciendo temblar cada fibra de tu ser e implorar internamente por aquella maravillosa condena. Su boca les dio a tus p*chos un arduo masaje con su húmedo músculo, lamiéndolos y envolviéndolos con sus labios para darte ruidosas succiones y crear marcas ovaladas en tus areolas.
—Oi, ¿quién crees que eres para arruinar mis pantalones? —Su voz cruda y rugiente vibró en tu oído, reclamando una explicación cuando él echó un libidinoso vistazo a la unión de vuestras intimidades.
Tartamudeaste una vaga respuesta, respirando pesadamente con tus temblorosos p*chos anhelando el calor de su boca. La cara te ardía y el corazón te bombeaba con urgencia, pero aún con tu visión nublada por el deseo te atreviste a bajar la mirada por cada centímetro de su torso. Su piel todavía estaba resbaladiza por el sudor de su excitante baile, sin que pudieras quitarte de la cabeza la imagen de su transpiración brillando en esos perfectos abdominales, ahora amplificada debido a su cercanía y al alcance de tus manos, las cuales apoyaste detrás de tu trasero para equilibrarte y verle mejor. La uve marcada de su cintura dirigió tu atención hacia el abultamiento que se elevaba con vigor, claramente capaz de ver el perfil alargado de su virilidad presionándose contra sus pantalones. Fue justo ahí, donde notaste un rastro brillante en la tela de su entrepierna, terriblemente notable en el material vaquero de su ropa.
—Espero que tomes la responsabilidad por lo que hiciste. —G*mió bronco mientras mordía tu labio inferior, con una mano liberando su miembro er*cto a través de la bragueta.
Una parte de él quiso darte la oportunidad de sacar su potente arma, pero ésta ya palpitaba dolorosamente y necesitaba enfundarla dentro de ti, así que lo hizo por sí mismo con cierta desgana, pues le hubiera gustado jugar un poco más con sus normas... En cambio, agarró la parte posterior de tus muslos con firmeza antes de ubicar sus manos detrás de tus rodillas para doblarlas un poco hacia atrás, empujándolas contra tu torso y abriéndote a él. Forzó tus piernas a separarse antes de inclinarse sobre ti y la taimada sonrisa que cruzó sus labios hizo que tu estómago se torciera en un nudo de anticipación, sobre todo, al apreciar que tu falda había trepado por tus caderas y se había arrugado en tu cintura... Dejando tu intimidad a merced de su candente mirada.
Todavía faltaba que Spicy Candy se desprendiera de su ropa interior y sus pantalones, pero parecía que iba a quedarse justo como estaba y que, simplemente, bajaría el elástico de sus calzoncillos con tal de no perder más tiempo desvistiéndose. Encontraba cierta lascivia en hacerlo con algo de ropa puesta, siendo el encuentro aún más casual y desprovisto de vergüenza cuando lo miraste fijamente a través de tus párpados entornados, pudiendo sentir su vir*lidad presionando contra tu s*xo mientras sostenía tu cadera con una mano y la otra se enredaba en tu cabello para hablar bajo y sensual a centímetros de tu rostro.
—Tienes derecho a guardar silencio, nena, si es que puedes, pero cualquier cosa que digas puede o será usada en tu contra según mis normas. ¿Te quedó j*didamente claro?
Reprimiste una sonrisa pellizcando tu labio inferior entre tus dientes al ver que su grado de excitación era incluso más alto que el tuyo. Antes de que sus fieros ojos atrapasen tu mirada bajo su fogosa intensidad, viste que la tela gris de su ropa interior tenía una mancha de humedad donde su gl*nde se presionaba, oscureciendo la zona con algo más del empape de tus fluidos. La falta de respuesta provocó que Spicy Candy te amonestara amoldando la curvatura de su er*cción contra tu intimidad, forzándote a morder con más fuerza tu maltratado labio inferior para acallar un urgido jadeo.
—Entendí muy bien, señor. —Exhalaste con la respiración alterada y él sonrió con arrogancia al sentir tu bocanada de desesperación próxima a su codiciosa boca.
—Bien. —Gruñó complacido—. Sé buena chica o tendré que disciplinarte con mano dura.
Su penetrante mirada carmesí te puso tan caliente que cada centímetro de tu cuerpo gritaba por él, lo ansiaba, lo anhelaba... entraba en combustión como si acercaras una llama a la gasolina, embriagándote con su aroma cuando nuevamente acercó sus labios a los tuyos y su olor acaramelado te envolvió como el más dulce de los placeres.
Te permitió que rodearas su cuello con los brazos, descansándolos sobre sus hombros mientras te aferrabas a él con ímpetu, respirando tan pesadamente que casi jadeabas con cada inhalación. Le devolviste el beso con fervor, moviéndote contra su er*cción con giros de caderas que oscilaban entre la estimulación personal y la clara invitación de que se adentrara entre tus piernas. Su mano se desplazó desde tu ombligo hasta el elástico de su ropa interior, enganchando el pulgar para retirarla hacia abajo y así liberar su duro miembro y sus testí*ulos.
Podías sentir su vir*lidad caliente, dura y honestamente más grande de lo que esperabas, apuntando hacia arriba y reposando su grueso lateral en tu vientre. Cuando tu diestra bajó para acariciarlo sin permiso, temiste un poco por la condición en que estaría tu cuerpo tras ese encuentro... preguntándote por un instante cómo caminarías después de que su longitud se abriera paso por tu interior, llenándote por completo. El hombre siseó de placer durante el beso ante tu intrépido toque, sin cuestionarse la opción de escarmentarte por no haberte dado la orden de mast*rbarlo. No obstante, sentiste la emoción estallar dentro de ti por la humedad que ya goteaba de su punta, volviéndote más osada y atrevida para quebrantar su dominio.
—Fóll*me de una maldita vez, oficial. —Rogaste con descaro, bombeando el extremo de su p*lla con impaciencia.
Spicy Candy gruñó, abriendo sus ojos de par en par mientras recibía una mordida arrastrada en su labio inferior. Tu imprudencia, junto con la humedad entre tus muslos, terminó de convencerlo de que estabas en el mismo estado de ánimo fogoso que él, lista y dispuesta a absorber toda la furia s*xual de la que tenía que deshacerse.
El brillo de la duda y la moderación desaparecieron de sus ojos rojos, admirando la mirada lasciva que le procesaste a su cuerpo cuando bajaste tu visión de sus labios enrojecidos a su p*lla. Él estaba tan ansioso..., probablemente más que tú, y aún así no esperaste a que realizara todo el trabajo, sino que optaste por atender su sólida er*cción mientras él decidía qué iba a hacer contigo.
Porque ahora, su enfoque estaba totalmente dedicado a ti y en las palabras que oiría de tu boca traviesa, implorando por más.
—Hoh, eso te gustaría, ¿eh? —Preguntó, sonriendo con arrogante sensualidad.
Un tembloroso aliento confirmó sus sospechas, aunque él no era el más indicado para mostrarse altivo y resistir a la tentación de hundirse en tu interior sin más dilación. Su mente le recordó la protección que debíais usar antes de que comenzara a presionarse contra ti y su ronco gemido se mezclara con tu agudo jadeo. Se apropió de tu boca para distraerte con fogoso beso mientras sus dedos palpaban el borde del tocador, hallando un pequeño tirador. Rebuscó un pres*rvativo en la cajonera y la cerró con brusquedad tras obtenerlo a tientas, provocándote un estremecimiento por el ruido inesperado.
Se apartó de tus labios con un último y áspero mordisco, y su mirada lujuriosa se centró en sus caderas, retirándose un poco para acceder a su miembro. Atrapó la esquina de la envoltura del c*ndón entre sus dientes y lo rasgó con cuidado, pero con destreza, antes de deslizar la protección por su palpitante er*cción.
—No voy a ser amable. —Fue su advertencia final.
Cuando te agarró las piernas por detrás de las rodillas para separarlas, supiste que al fin iba a suceder. Tu corazón se saltó un latido y regresó con un ritmo acelerado ante la sensación de vértigo que hizo que tu cabeza diera vueltas y perdieras el juicio. Sin más preámbulos, Spicy Candy colocó las manos en tu trasero para levantarte del tocador y alinear la punta de su p*lla en tu hendidura antes de dejarte caer sobre ella, hundiéndose profundamente en tu interior.
En cuestión de un segundo estaba dentro de ti, dejándote sin aliento. Ni siquiera intentaste contener tu grito cuando la plenitud que ansiabas al fin invadió tu abdomen inferior, haciéndote sentir tan estirada y llena que eras incapaz de pensar en que él se moviera sin que llegaras en ese instante. Estabas agradecida por la pausa para que te adaptaras a su grosor, ya que tu cuerpo temblaba contra su agarre y la abrumadora sensación de su miembro dilatando tus paredes. Te preguntaste si la había metido entera, pero tu imaginación no tuvo que jugar ningún papel en ese encuentro al bajar la mirada y comprobar por ti misma que él no había introducido su er*cción en su totalidad, pudiendo vislumbrar la gomilla del pres*rvativo por debajo de su vello púb*co.
Aún así, cuando el rubio ceniza comenzó a mover sus caderas en círculos, —retirándose hacia atrás hasta dejar solo el extremo de su falo sumergido en tu interior, para después empujar lentamente y ver cuánto eras capaz de tomar— tus tobillos se trabaron detrás de su espalda con la misma fuerza que tus brazos alrededor de sus hombros, permitiendo que te arrastrara a ese apasionado vaivén que él asentó entre tus muslos.
Mientras sus manos se movían para sostener tus caderas, presionaste tus pantorrillas en sus costados —alrededor de su cintura— para balancearte, arqueando tu cintura hacia arriba durante sus empujes oscilantes al ajustarte a su longitud. Ahora que notaba que te estabas acostumbrado a su vir*lidad, Spicy Candy se movió a un ritmo más rápido y áspero, y el golpeteo de las pieles enfrentándose se perdió entre los sonidos del éxtasis de ambos en búsqueda del placer.
Tu espalda pronto se encontró presionada contra el espejo, así que tus manos abandonaron su lugar en su nuca para buscar apoyo en la superficie del tocador, ganándote un gemido más potente cuando tu cuerpo absorbió sus duros embates, rebotando con cada férreo empuje. Tirando de tus caderas más allá del borde del mueble, el rubio ceniza forzó tus rodillas a separarse antes de inclinarse sobre ti y pen*trarte más fuerte, tratando de alcanzar lo más hondo dentro de ti hasta que perdieras el sentido. Agarró tus piernas y las levantó contra tu torso, logrando que su p*lla entrara en empujones rápidos y devastadores junto a los sonidos lascivos de las bofetadas húmedas que acompañaban sus movimientos. Podías sentir tu propia excitación extendiéndose sobre tu ingle y tus paredes internas apretando su grosor cada vez que su longitud golpeaba tu punto más profundo, enviándote al paraíso.
—Oh⁓ J*der... Se siente tan malditamente bien, nena⁓
El rubio ceniza plantó las palmas de sus manos sobre el tocador, a cada lado de tus caderas y con la cara interior de sus codos topando con tus corvas, y empujó con solo la fuerza de su pelvis mientras mantenía su torso quieto, levitando sobre ti conforme observaba el placer golpeando tu cuerpo como una ola violenta. Los chirridos y crujidos del tocador cayeron en oídos sordos, sometido bajo la tortura de la pasión que comenzó a derramarse con incontrolables g*midos brotando de tus labios.
Sus abdominales se contrajeron al activarse la tensión muscular, ondeando su corpulento torso como un látigo que te sacudía con cada impacto certero en el lugar correcto. Sus voluptuosos pectorales se ampliaban con cada absorción de oxígeno que con rapidez corría por sus venas, siendo bombeado de manera frenética al igual que el compás incesante de sus caderas yendo al encuentro de las tuyas. Los deltoides trabajaron el doble de esfuerzo para mantenerlo anclado sobre el tocador, soportando el peso de su anatomía para no caer sobre ti, remarcándose así los gruesos bíceps y los definidos antebrazos que tus ojos —gozosos y agraciados— captaron entre arremetidas que ganaban celeridad y potencia, como el pistón de un motor que se deslizaba dentro de tus paredes, comprimía tus entrañas y explotaba con chispas que enviaba una hormigueante combustión de placer que se desplaza hacia abajo por tus piernas. Las suyas estaban separadas, con rectitud y esbeltez tensándose con cada acometida al enviar su pelvis hacia delante en busca de tu calor.
Las luces del marco del espejo reflejaban la brillante transpiración moteando su piel impoluta, perlándola con gotitas que vibraban, descendían por su torso y se perdían en la cinturilla de sus vaqueros. Su arduo empeño era tal que el filo de su mandíbula se remarcaba al apretar sus dientes, acentuando sus angulosas mejillas y el fruncimiento de sus cejas cuando sus convulsos y ásperos jadeos brotaban de su garganta.
Una de sus manos vino a apoyarse en la parte inferior de tu vientre, reteniéndote en su posición inclinada mientras sentía contra su palma el eco de sus embates al ahondar tan profundo dentro de ti. Su sonrisa torcida y satisfecha mostró el lateral anacarado de sus dientes al ver que tomabas toda su longitud y disfrutabas con plenitud, sin que ninguna mueca que no fuera de gozo se reflejara en tu rostro. Con el mentón en alto y sus ojos bajando por tu torso hasta la unión discontinua de vuestras intimidades, Spicy Candy se regocijó con la imagen de tus p*chos rebotando al ritmo de sus empujes y de su miembro sumergiéndose de manera implacable, separando tus labios v*ginales y empapándose de tu excitación. Estaba seguro de que todavía podía ser más despiadado y rudo contigo...
Un embate particularmente duro forzó a que tu espalda se curvara hacia él y tus párpados se sellaran con fuerza, perdiéndote su socarrona sonrisa al notar que mordías el interior de tus labios, sin que pudieras evitar que oyera el g*mido de placer que surgió en tu pecho. Nada más que ese empuje consiguió levantarte de la superficie del tocador, con solo las palmas de tus manos haciendo contacto antes de que Spicy Candy sujetara tus rodillas y bajara tus piernas, apostando tus pies en el suelo. Abriste los ojos y parpadeaste, confusa y con mirada nebulosa, pero con una rapidez que hizo que el mundo diera vueltas, te agarró del brazo y te hizo girar para darle la espalda por primera vez... Enfrentando el espejo.
La vista de ti, agotada hasta el punto de temblar de pies a cabeza, el cabello pegado a tus mejillas enrojecidas, toda despeinada y con los labios entreabiertos, jadeando, te hizo mirarlo a los ojos a través del reflejo. Él sonrió cuando sintió que el estremecimiento de tus caderas temblaba contra sus palmas calientes, imaginando que si no te sostenía tus rodillas debilitadas cederían con hormigueantes espasmos... En cambio, le sorprendió —aunque no lo exteriorizó— que alzaras tu trasero y te inclinaras hacia delante, con las manos en el tocador y el rostro ladeado para mirarlo directamente por encima del hombro.
Diciéndole de ese modo que continuara y te destruyera por completo.
Spicy Candy aseguró una de sus manos en tu cintura, mientras la otra ascendía con seguridad y solidez hacia la parte posterior de tu cuello para mantenerte en aquella posición, con tu rostro orientado hacia el espejo. El extremo de su longitud vino a presionar tu húmeda abertura, abriéndote poco a poco para él con una tortuosa lentitud que se deslizó por fuera de tus pliegues, frotando tu cl*toris mientras él se reía con petulancia al escuchar tu quejido necesitado. Su arrogante personalidad era solo la punta del iceberg, puesto que iba a aplicar la infracción por el delito que atentó contra sus normas... faltando el respeto de su autoridad cuando cometiste la insensatez de mostrarte impaciente.
—Te advertí que cualquier cosa que dijeras sería usada en tu contra, nena. —Su rauca respiración entrecortándose sobre tu mejilla erizó el vello de tu nuca, sobre todo, al observar el brillo malicioso en sus ojos a través del espejo—. Me diste la orden de f*llarte... y creo que no eres j*didamente consciente de la gravedad de tus actos...
El chasquido de su lengua centró tu atención en sus labios cuando éstos se acercaron a tu oreja para mordisquear el hélix. Tus palpitaciones arrancaron con celeridad ante el fulgor candente y lujurioso en sus iris rojos, sin que su irascible poder te distrajera del masaje circular que su diestra estaba aplicando sobre tu nalga derecha... como si preparara tu piel para un impacto fortuito. Esperaste la palmada cuando su áspero contacto se retiró, pero justo después su gl*nde enfundado regresaba a tus labios v*ginales para separarlos, habiendo sujetado su miembro por la base para apuntar a su verdadero objetivo.
Estabas prendida de su mirada al cruzar la de ambos en el espejo, incapaz de apartársela a un lado al crispar sus dedos en el lateral de tu cuello —afianzando su agarre— mientras se hundía con parsimonia en tu interior... deteniéndose hasta introducir solo la mitad de su miembro. La sensación de vacío que gestó cuando volvió a retirarse con la misma lentitud, sin llegar hasta el fondo del asunto, creó un cosquilleo en tu bajo vientre que nada tenía que ver con los nudos de placer que anteriormente te provocó. Aquello era un claro castigo, viéndole sonreír con jocosidad y con un halo de soberbia coronando el alzar de sus caderas, estimulándote más allá de su morboso egocentrismo.
El letárgico vaivén era irreprochable, con pen*traciones cortas y cuidadosamente medidas... puesto que su diestra envolviendo la mitad inferior de su falo hacía de tope contra tus labios, humedeciendo el lateral de sus dedos índice y pulgar. El propio Spicy Candy estaba perdiéndose en su deseo cuando apretabas su miembro como si no quisieras que se retirara, puesto que ambicionabas toda su longitud al tensarte de aquel modo. Pasó saliva por su garganta y se atragantó con un g*mido masculino cuando en un inesperado movimiento empujaste por ti misma su er*cción dentro de ti, recibiendo al instante su reprimenda con una fuerte nalgada que resonó en la habitación.
—No te atrevas a moverte cuando te estoy castigando, j*der. —Estableció con notable aspereza en su tono ronco—. ¿Por qué demonios tienes que provocarme tanto?
Otra impetuosa nalgada enrojeció tu trasero, provocándote un espasmo tan intenso que el rubio ceniza lo sintió en su p*lla cuando te tensaste alrededor de su grosor. Exhaló entrecortadamente mientras masajeaba tu carne para aliviar la sensación de picadura, observando cómo elevabas el rostro tras haber agachado inconscientemente la cabeza al recibir su golpe.
—Porque te gusta que me rebele a tus órdenes, señor. —Jadeaste con una sonrisa sesgada, retándole con la mirada a través del espejo.
Ahí tentaste de nuevo tu suerte... apreciando que su dentada sonrisa se ampliaba y empujaba sus músculos faciales de sus mejillas hacia arriba, entornando su libidinosa mirada. Sus ojos rasgados se estrecharon como los de un felino, acentuando su agudeza y sus espesas pestañas, además de los iris oscurecidos por las pupilas dilatas. La mano que todavía te sostenía por la nuca te atrajo hacia su torso perlado de sudor, hasta que tus omóplatos se presionaron contra sus duros y anchos pectorales. Sus dedos serpentearon alrededor de tu garganta para inmovilizarte cerca de su cuerpo, con su antebrazo encontrado su lugar entre tus s*nos.
—Maldita sea. —Blasfemó, regodeándose con perversa diversión—. ¿Te entusiasma la idea de no poder caminar durante los próximos dos días? Bien... Te j*deré tan fuerte que olvidarás tu propio nombre.
Uno de sus pies pateó los tuyos a un lado para abrir más tus piernas antes de entrar completamente en un solo movimiento, apresurando su despiadado ritmo en ti con una armonía agresiva y agotadora. El choque de su compacto bajo vientre contra tu azotado trasero se sintió como una deleitosa explosión de sensaciones que acompañaron tus gritos estrangulados y suspiros entrecortados. Su p*lla estaba bombeando con ferocidad tu interior, alcanzando una gloriosa profundidad que recibiste extasiada, estrechando tus paredes con cada golpe que te dio para oponer una gratificante resistencia para ambos. Spicy Candy observó lujuriosamente tu figura en el espejo, con tus p*chos rebotando y estremeciéndose con sus fuertes embates; tu cabello caía en bucles desordenados, enmarcando las placenteras muecas de placer que se reflejaban en tus facciones.
La humedad que descendía por la cara interna de tus muslos empapaba el frontal de los suyos, sin que supieras cuánto le excitaba la genuina y sincera respuesta de tu organismo a las sacudidas de placer a las que él te sometía.
—¿Te gusta que te f*llen desde atrás? —Sonrió, puntualizando cada palabra con un empuje más duro.
Sus dedos se cerraron un poco alrededor de tu garganta antes de soltarte y desplazar su mano a tu p*cho derecho, apretando con toda la extensión de su palma. Tus s*nos rebotando con cada impacto de sus caderas fue un detalle que no se le escapó, siendo un auténtico desperdicio no manosearlos ahora que estaban descubiertos y libres de tu sostén. No hubo burlas ni tentadores pellizcos en los p*zones, simplemente los magreó, palpó y apretujó con codicia para sonsacarte una respuesta a su retórica pregunta.
—¡Responde! —Exigió, recostándose contra ti para morder en tu hombro. Se sentía pesado, ardiente y sudoroso, siendo su erótico baile en la tarima apenas un calentamiento del ejercicio que estaba prolongando contigo. Algunas gotas de sudor goteaban de su frente y sus sienes, siguiendo el recorrido del puente de su nariz antes de gotear sobre tu espalda arqueada.
—¡Sí, señor! —Clamaste sin aire, recibiendo cada embate—. Se siente bien⁓
—¡Ah! Qué buena estás siendo ahora, nena. —Exclamó con regocijo, llenando sus pulmones para no hablar entrecortado—. ¿Crees que tu obediencia merece una recompensa? —Preguntó con voz suave y tentadora que auguraba un gran pecado.
Su respiración se oyó más recia y fatigosa cuando su diestra fue a frotar tu cl*toris sin ningún tipo de piedad. Los gruesos dedos ya no se clavaban en tu cadera, seguramente dejando una huella al igual que en tu trasero, pero los separó para amoldarse a tus labios mayores y presionar el talón de su palma contra tu p*bis.
—¡No te detengas! —Imploraste, acercándote peligrosamente al clímax cuando él estimuló tus zonas eróg*nas con pericia.
La petición hizo que sus ojos se ensancharan por un instante antes de que su dedo medio se moviera en círculos en el sensible botón de placer entre tus piernas. Si al principio creyó que podría lastimarte al ir demasiado lejos, en todo caso, resolviste cualquier ápice de vacilación echando tu cabeza hacia atrás de pura felicidad, apoyando la nuca en su hombro. Permitió que tus dedos se enredaran en su cabello y tiraran de él, siendo insuficiente el agarre que tenías sobre su antebrazo derecho, casi clavándole las uñas al dejarte sin respiración.
No estabas segura de cuánto tiempo llevaba devastando tu interior, pero podías sentir ese nudo apretándose, rizándose y comenzando a acumularse en tu abdomen inferior... junto al familiar hormigueo extendiéndose en ondas cortas sobre tu piel a medida que rozabas el org*smo.
Spicy Candy no iba a negarte lo que querías, pero también deseaba divertirse un poco más...
—¿Hah? ¿Que quieres que te detenga? —Manipuló para tu desconcierto.
Estabas intentando reunir suficiente capacidad cerebral para corregir su error... cuando de repente él agarró tus brazos y los flexionó detrás de tu espalda, esposando tus muñecas con una sola mano en tu zona lumbar mientras te mecía violentamente con la única fuerza de su pelvis. Todo el asunto ni siquiera duró dos segundos, y no le impidió seguir llenándote con empujes breves y bruscos que dejaron tu mente en blanco.
—¡No te atrevas a venirte todavía ya! —Spicy Candy te advirtió con un rugido y te azotó—. ¡No he terminado contigo!
Un grito de placer y dolor se entremezclaron con su nalgada, mordiéndote el labio inferior para acallar tus clamados. Pareció disgustarle que contuvieras tu voz porque agarró tu mandíbula inferior con firmeza y, con una presión silenciosa de sus dedos en tus mejillas, te abrió la boca.
—Déjame escucharte, nena⁓
Detrás de ti, el rubio ceniza podía observar tu cuerpo convulso, desde tu retaguardia hasta el frente gracias al reflejo en el espejo, lo que generaba un obsceno y sensual morbo que recreó su viciosa fantasía. Tu espalda arqueada estaba surcada por gotitas de sudor; tus piernas y brazos temblaban bajo sus asaltos, sintiendo que tus extremidades se desarmaban por las articulaciones. Todas las sensaciones invasivas dentro de ti fue solo una consecuencia de su ardor, de lo duro que fue contigo, de la sumisión a la que fuiste sometida de pies a cabeza para que hicieras lo que él deseaba, tanto por dentro y por fuera. El pensamiento lo volvía loco de apetito s*xual, siendo insaciable, taimado, perverso y arrogantemente diligente para envilecer cada parte de ti y prenderte con su dominio.
No había palabras para describir el estremecimiento que recorrió tu espina dorsal cuando sus pen*traciones se detuvieron, con solo la cabeza de su miembro estirando tu abertura. Reprimiste un quejido que hubiera sonado bastante desesperado, pero por suerte, esa pausa no se prolongó con el ligero cambio de posición. Su diestra sujetó la parte posterior de tu muslo derecho, alzando tu pierna para apoyar la rodilla sobre la superficie del tocador. Notaste la madera helada contra tu piel ardiente, y casi sin aliento te retorciste en tu agarre buscando la maravillosa fricción de su dureza, metiéndose parcialmente en tu calor antes de que Spicy Candy llevara el acto a su esplendoroso final.
El rubio ceniza soltó tus muñecas y colocó ambas manos en tus muslos, justo debajo de la redondez de tu trasero para abrirte más a medida que te golpeaba con una ferocidad incomparable. El tocador crujía bajo el peso de los dos cuando apoyaste las palmas sobre el mueble y él se pegó a tu espalda, casi derribándose sobre ti mientras te pen*traba con toda su longitud. Los chasquidos de la madera fueron eclipsados por tus rápidos jadeos y sus profundos gruñidos, aunque tus entrecortados g*midos pronto evolucionaron a gritos ahogados cuando tu cuerpo se acostumbró a la aspereza de sus acometidas y aprendiste a tomarlas... siendo su p*lla un émbolo que hacía girar, vibrar, temblar todo tu ser como una prolongación de su satisfacción generando ecos en tu organismo. Los brazos apenas te sostenían y las piernas temblaban como si un seísmo las sacudiera, sintiendo las olas de placer que arreciaban como una tormenta, repitiéndose con una persistencia abrumadora cuando su mástil ahondaba con frenesí en tu humedad.
Spicy Candy ya se sentía alcanzando la cresta del éxtasis, pero simplemente ey*cular no era suficiente para él. Incluso si su tenso cuerpo le rogaba por una liberación, quería durar más y seguir empujando. Tenía más que exteriorizar, más que dejar salir... Por ello, se inclinó, cubriendo tu cuerpo con el suyo y mordiéndote el hombro derecho cuando tus gritos alcanzaron notas más altas que enardecieron sus asaltos.
Echaste la cabeza hacia atrás cuando sus caderas se inclinaron un poco, ofreciéndole tu cuello al notar la presión de su mentón en tu hombro para que sus dientes se mantuvieran apretados y sus labios sellados. Comprendiste con claridad que no estaba concentrado en golpear tus puntos más dulces o adaptar su ritmo, todo lo que importaba era f*llar y empujar fuerte y profundo. Incluso tuviste que contrarrestar el ángulo de su pelvis de vez en cuando para evitar tomar toda su longitud y proporcionarte algo de tiempo para respirar entre jadeos, creyendo que desfallecerías si él no acababa antes contigo.
Repentinamente él se irguió y sus manos abandonaron tus caderas para posicionarse sobre tus hombros, presionando fuertemente sus dedos contra tu piel. Estiró sus brazos, proliferando las venas en sus músculos, y notaste el espejo más próximo con las siguientes emb*stidas, forzándote a avanzar hacia delante mientras el frontal de tus muslos se topaba con el borde del tocador. Su diestra se deslizó de manera descendente por tu espalda, delineando tu columna vertebral antes de apostarse sobre tu nalga derecha para separarla de la otra y que así sus testí*ulos rebotasen contra tu cl*toris con cada embiste cargado de potencia masculina.
El ritmo que él había establecido entre tus piernas fue implacable, rápido y firme, llenándote cada vez con menos pausa y abandono. Spicy Candy estaba apuntando a un victorioso org*smo y solo quería ir duro y profundo hasta que su cuerpo se sintiera agotado y pesado, hasta que exudara toda su ira, irritabilidad, cansancio y preocupaciones... y arrastrarte a ti a ese sosegado limbo, a esa calma tras la tempestad y la batalla, a ese regalo mutuo que habíais compartido.
Tu espalda se estiró como una sirena que surgía de los mares y se impulsaba en una roca cuando viniste incontrolablemente con el siguiente empujón, jadeando con pesadez, alivio, con el cuerpo palpitando de liberación. Tus ojos se cerraron, incapaz de mantenerlos abiertos sin que tu visión borrosa y desenfocada amplificara la sensación de mareo que aturdía tu mente. La relajación que le precedió a tu brusca rigidez le notificó al rubio ceniza cuanto necesitaba saber, así que colocó tus manos en la superficie del tocador y siguió invadiendo tu intimidad, prolongando tu org*smo mientras sus caderas tomaban carrera para alcanzar su meta.
La fuerza y la velocidad con la que emb*stía finalmente alcanzó su cénit cuando un convulso y ronco jadeo escapó de su garganta al arquear su espalda, con la cabeza cayendo hacia atrás y su ingle presionándose con intensidad contra tus nalgas para venirse dentro de ti. El pres*rvativo atrapó su espesa ey*culación mientras él descendía de las alturas, con sus pectorales ensanchándose con amplitud para regular su respiración en cada bocanada de aire. Una descarga de maldiciones fue apenas un murmullo bajo que exhaló mirando al techo. Los cristales de la lámpara de araña se veían borrosos, por mucho que parpadeaba para recuperar su visión y su sentido del equilibrio. Una sensación de vértigo lo asoló cuando cuadró sus hombros y descansó su frente en la parte posterior de tu cabeza, como si todavía no hubiera bajado del limbo.
Su rasgado aliento en tu nuca te provocaba cosquillas en el cuello al soplar tu cabello en cada exhalación, intuyendo que el afamado stripper también necesitaba unos momentos para recuperar el control de sus extremidades y moverse con soltura. Mientras tanto, levantaste la mirada de tus manos al espejo, viendo lo empañado que estaba a causa del calor que irradiabais. Además, podías ver sus anchos hombros subiendo y bajando con regularidad, aún inhalando laboriosamente, siendo un claro síntoma de su cansancio. Spicy Candy llevó su ritmo tenaz y agresivo hasta el final, sin dar muestras de agotamiento, solo de un orgulloso empeño para que tus piernas quedaran tan temblorosas como la gelatina.
Bajaste la rodilla derecha del tocador para evitar un tirón en la ingle y asegurar tu equilibrio sobre ambos pies. Le oíste gruñir desde la parte posterior de su garganta, sonando más como un ronco ronroneo cuando él realizó un sencillo y lento giro con sus caderas, dibujando suaves círculos para apurar hasta el último ápice de placer con su er*cción aún dentro de ti. Se te escapó un agitado suspiro por la deliciosa fricción y una victoriosa sonrisa tiró de sus finos labios, contradiciendo la ternura de su vaivén con su creída personalidad.
El rubio ceniza retiró su pelvis llevándola hacia atrás, saliendo de tu calor mientras sostenía la base de su p*ne para mantener el pr*filáctico en su lugar. Viste por el reflejo que se dirigía al otro lado de la habitación y te daba la espalda, deshaciéndose de la protección y volviendo a guardar su vir*lidad bajo su ropa interior. Concluyendo la función al subir la cremallera y cerrar su bragueta con engreída satisfacción.
***
→ El show aún no ha terminado...