Hajime abrió los ojos gracias a la molesta luz de la mañana. Estiró sus brazos para quitarse un poco la pereza. La persona a su lado se quejó entre sueños, y entre murmullos le pidió dejarle dormir tranquilo. El pelinegro dijo que no, y aquello significó recibir un golpe de un ala en su rostro.
—Escóndelas. Ocupan mucho espacio en la cama— decía el humano batallando con las alas del espíritu.
Seishu abrió un ojo, bajando su ala para ver a Hajime. Volvió a golpear su rostro, conteniendo la risa al escuchar sus reclamos.
Los días que Seishu pasaba junto al humano se resumían en risas, bromas, pequeñas discusiones y rápidas reconciliaciones, y al acabar la visita del espíritu terminaban en una última discusión debido a un muy buen motivo. Hajime no había dejado su relación con Akane, su novia.
—Aquí hay otras— dijo Koko dejando sobre el colchón un par de plumas que encontró bajo la cama luego de una exhaustiva búsqueda—. Creo que ya son todas.
—Gracias— susurró el rubio echando a su bolsillo las blancas plumas.
El teléfono de Hajime comenzó a sonar. Esa era la señal para que el espíritu se retirara del hogar del pelinegro. Seishu exhaló con molestia, abriendo la ventana para poder salir del lugar. El humano intentó detenerlo, pero el rubio no estaba de humor para otra pelea.
Hajime vio al chico bajar sin tantos problemas hasta el primer piso.
—Sé que estoy mal— susurró apretando el teléfono en su mano cuando otra llamada entró.
Seishu dejó escapar un suspiro viendo en la fuente a Hajime junto a su novia. Su único pensamiento en ese momento era lo equivocado que estaba al creer que el humano lo preferiría por sobre aquella chica.
—Que mala cara tienes— dijo Chifuyu sentándose a su lado—. Te recomiendo que desaparezcas la imagen. Los gemelos venían tras mis pasos.
El rubio alcanzó a disipar la imagen de Hajime justo a tiempo antes de que los gemelos aparecieran bajo el árbol con la expresión seria ya que acostumbraban a llevar.
—Nuestro Líder está actuando raro, así que vinimos a hacerles algo de compañía— dijo Nahoya sentándose en el borde de la fuente, sacudiendo torpemente su ala, dándole sin querer a su hermano gemelo—. Lo siento, aún tengo algo de dificultades para manejar sólo una.
Seishu se quedó observando la espalda del chico de cabellos naranja por unos momentos. Aún se le hacía difícil aceptar que su hermano había perdido una de sus alas por culpa de un espíritu corrompido. Si lo pensaba bien, desde que habían tenido contacto con los humanos, la vida de la mayoría había cambiado rotundamente. La desaparición de Takashi había sido el gatillante para que las cosas empeoraran para todos; Nahoya había perdido un ala desde raiz, Takashi no poseía la mitad de su plumaje por intentar salvar al humano del que se había enamorado, Souya no volvió a ser el mismo desde que Rindou desapareció para siempre, y por último Chifuyu y Seishu habían "enfermado por amor", lo que hacía fueran perdiendo sus plumas progresivamente.
Entonces Seishu se percató de un pequeño detalle. Miró a Chifuyu con más atención y se dió cuenta que mantenía sus alas ocultas en todo momento.
—Chifuyu, muéstrame tus alas— dijo Seishu con seriedad.
El menor de los espíritus se sobresaltó al escuchar la petición del rubio. Trató de convencerlo de que no era necesario hacer aquello, ya que sus alas se encontraban en perfecto estado, y que no las sacaría pues podrían llenarse de las hojas del árbol sobre ellos. Nahoya y Souya no esperaron a que Seishu les pidiera ayuda para contener al menor. Se lanzaron sobre él, sometiéndolo contra el suelo, boca abajo. El rubio acarició un lugar específico en su espalda para hacer aparecer sus alas. Los tres mayores quedaron boquiabiertos al ver el estado de éstas.
—¿Ya las vio?— preguntó Seishu después de tragar saliva.
—Todavía no— dijo con un hilo de voz—. Después de que regresamos del plano físico se fue a su habitación y de ahí ya no lo he visto.
—No te queda mucho— dijo Souya con ojos llorosos viendo las pocas plumas que el espíritu aún conservaba en sus apéndices—. Quizás hay algo que podamos hacer.
Nahoya posó su mano sobre el hombro de su gemelo, negando con su cabeza. Esa conversación ya la habían tenido con Manjiro. Si un espíritu comenzaba a perder sus plumas sin control, no había nada que hacer, ni siquiera él tenía el poder de revertir aquello, tampoco para detenerlo.
Chifuyu trató de decirles que todo estaba bien con él, que había notado que sus plumas ya no caían últimamente. Pero quedó como mentiroso frente a sus hermanos cuando unas cuantas se desprendieron ante sus ojos.
—Ahora le queda menos— dijo Souya entrando en pánico mientras se ponía de pie—. Debemos decirle pronto al Gran Espíritu.
Nahoya se paró con la intención de acompañar a su gemelo para buscar a Manjiro cuando escucharon a sus espaldas el sonido de una gran salpicadura de agua. Al girar vieron que Seishu mantenía el equilibrio a duras penas, y cómo Chifuyu trataba de comprender lo que sucedía en mitad de la fuente, completamente empapado.
—¡NO!— gritó Souya tratando de salvar a Chifuyu, pero fue retenido justo a tiempo por su gemelo.
Chifuyu dirigió su mirada a Seishu, quien le sonrió con ojos vidriosos.
—Ten una gran vida, hermanito— dijo sacudiendo su mano como despedida.
Takashi, que había escuchado el alboroto mientras daba su paseo por el jardín, llegó corriendo para ver el preciso instante en que Chifuyu dejaba de ser un espíritu y era transportado al plano físico por la misma fuente.
—¡¿Qué pasó?!— gritó Takashi cayendo de rodillas frente a la fuente, mientras en ella comenzaba a reflejarse la imagen de un desnudo e inconsciente Chifuyu recostado junto a lo que parecía un río o un lago.
Takashi no esperó respuestas. Corrió hacia el arco que lo llevaría al mundo terrenal. Debía ayudarle a reencontrarse con su humano.
—¿Taka-chan?—.
El espíritu se detuvo en su carrera al escuchar aquella voz que pensó nunca más oiría. Sus ojos se llenaron de lágrimas al ver a Hakkai llegando a él para darle un gran abrazo.
—El nuevo espíritu de la compasión— comentó Manjiro acercándose a ambos— ¿Qué le pasó al anterior? ¿Dónde está Chifuyu?
Takashi sintió su boca secarse por el terror. Era obvio que el Gran Espíritu se enteraría de lo ocurrido, pero no esperaba encontrárselo primero, y más si se veía tan malhumorado.