E.Q.Q.M.Q

By numizu

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El dolor es abrumador. *Advertencia de temas sensibles, leer bajo su propia responsabilidad More

AVISO
Sinopsis
1. Jungkook
2. Jungkook
4. Jungkook
5. Jungkook
6. Jungkook
7. Jungkook
8. Jungkook
9. Jungkook
Epílogo: Yoongi

3. Jungkook

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By numizu

Pasé toda la segunda hora y parte de la tercera, totalmente distraído por el chico nuevo. Es como si mis ojos encontraran razones para aterrizar en él. Noto que, contrariamente a mi observación inicial, no es exactamente pequeño. Más bajo que yo, sí. Pero, habiéndome sentado detrás de él en dos

clases ya, noto que tiene curvas en sus hombros, su espalda y sus brazos. Lo suficiente para indicar que se ocupa de su cuerpo, pero no tanto como para hacerlo fornido como Namjoon. Debería concentrarme en mi profesora de Historia, pero no puedo.

Todo lo que veo es a él. Min Yoongi.

Yoongi consulta su reloj varias veces seguidas y luego mira el reloj en la pared. Con un leve suspiro que solo yo escucho, se inclina para abrir la cremallera de su bolso. Saca un plátano y comienza a pelarlo. Miro a la Sra. Kang para ver si se mete con él por comer en su clase, pero ella está ocupada escribiendo en la pizarra.

Se come el plátano rápidamente y con propósito antes de colocar la cáscara en la esquina de su escritorio para seguir tomando notas. Miro el reloj, contando los minutos para el almuerzo. Pasan exactamente quince minutos y Yoongi comprueba su reloj de nuevo. Otro suspiro. Vuelve a su bolsa, rebuscando en ella hasta que saca una caja de jugo como un niño pequeño. No es silencioso, sus movimientos son bruscos y casi enojados, mientras trata de quitar el envoltorio de la pajilla. Algo en el temblor de su mano me hace estirarme a su lado para agarrar la pajilla. Arranco el borde y se la devuelvo. Él la agarra, la mete en la caja y luego succiona. Sus tragos son fuertes, haciéndole ganar un par de miradas molestas. Cuando llega al final, lo sorbe con fuerza.

—El almuerzo es en veinte minutos —afirma la Sra. Rowe, su mirada irritada ardiendo en él.

—Lo sé. —Su tono es gruñón y molesto.

—Tienes que dejar los bocadillos fuera de mi salón de clases...

—No se siente bien —espeto, una abrumadora necesidad de protegerlo me inunda. Ella no ha visto cada movimiento de él durante horas como yo lo he hecho. Algo cambió en la última media hora y lo sentí.

Su boca se abre como si estuviera sorprendida de que yo hablara.

—Muy bien entonces. Manténganse en silencio.

Tan pronto como ella se da la vuelta, su cuerpo se relaja. Me inclino hacia adelante, esta vez invadiendo su espacio personal y susurro: —¿Estás bien?

Un leve asentimiento de rizos que rebotan es la única respuesta que obtengo.

Pasan quince minutos más. La campana sonará pronto y luego podremos ir a almorzar. Antes de que suene la campana, comienza a meter cosas en su bolso. Luego, sin previo aviso, se pone de pie, se carga el bolso y sale del aula. Sin pensarlo, lo persigo, ignorando las risitas de la clase y la profesora ladrándonos.

Salgo del aula, buscándolo con mis ojos. Lo vislumbro justo cuando entra en el baño. En ese baño. Lo persigo, empujando el dolor que está burbujeando dentro de mí con el recordatorio. Para cuando llego al baño, se está sacudiendo el agua de las manos en el fregadero y corriendo a un cubículo para discapacitados.

El cubículo de discapacitados.

Abre la cremallera de algo y hace un poco de ruido mientras merodeo por el baño. No creo que esté usando el baño, así que la curiosidad me hace echar un vistazo a través de la rendija de la puerta. Sé que soy un raro por observarlo, pero siento que tengo que saber lo que está haciendo. Por un momento, me avergüenzo de lo que soy haciendo, así que aparto la mirada de la rendija de la puerta para mirar mis zapatos. Pasan varios minutos y maldice en voz baja. Mis ojos lo buscan una vez más.

Mi boca se seca cuando noto que su bolsa está abierta y hay una jeringa sobresaliendo. ¡Una jeringa! Casi me ahogo con mi corazón cuando salta a mi garganta. Me golpea un huracán de confusión y preocupación.

Este es el cubículo donde yo voy a acabar con mi vida. No la suya.

Tiro de la puerta, pero está cerrada. Trastea con un dispositivo negro que parece estar enganchado a él. No sé lo que está pasando, pero me temo irá tras la jeringa a continuación. El pánico me hace volar al cubículo junto a él para pararme sobre el inodoro y mirar por encima de la división.

—¡Detente! —grito, mi voz varias octavas demasiado alta.

Un pequeño rubor tiñe sus mejillas mientras cierra la cremallera de su bolso de hombre, escondiendo su parafernalia de drogas.

—Tienes una jeringa en tu bolso. ¿Qué ibas a hacer? —acuso incapaz de evitar el dolor de mi voz.

¿Podría ser letal?

Apenas lo conozco y ya sé que no debería lastimarse.

—Se llama vivir —refunfuña, apoyado contra la pared. —¿Me veo feliz ahora? —espeta, y el fuego arde en sus ojos azul verdoso.

Luce miserable. Nervioso y enojado. Fatigado. Un ligero brillo de sudor baña su rostro pálido.

—¿Qué sucede? ¿Necesitas a la enfermera?

—Esto es lo que sucede —murmura, mostrándome el dedo medio.

Estoy irritado y un poco ofendido hasta que veo su tatuaje en el dedo medio. No entiendo los símbolos. No tienen sentido para mí.

—Dijiste que tu mamá es doctora —le digo en voz baja—. ¿Debería llamarla?

Sus cejas se juntan mientras parpadea hacia mí.

—Por favor, no lo hagas.

—¿Puedes abrir la puerta?

Él asiente y se acerca para abrirla. Salto del baño antes de entrar en el cubículo con él. El chico está claramente mal. Tengo ganas de sostenerlo para que no se caiga.

Así que lo hago.

Agarro su brazo, acercándome. Su aroma a sol y manzanas invade mis sentidos, solo que ahora huele dulce por su jugo y el plátano.

—¿Cómo puedo ayudar? —Mis ojos se clavan en los suyos.

—Lo estás haciendo.

Suena el timbre y la gente empieza a inundar el baño. Cierro y bloqueo la puerta del cubículo para que nadie se burle de él. A medida que pasan a su próxima clase o almuerzo, y cuando suena la campana, arqueo una ceja interrogante.

Su color está mejor y su sonrisa ya familiar está tomando raíces en su rostro. De cerca, noto lo largas que son sus pestañas oscuras. Lo carnosos que son sus labios. Me doy cuenta que si hubiera tomado todas esas pastillas esta mañana, entonces no habría tenido el loco aleteo en mi estómago que me hace preguntarme qué tan dulce sabe Min Yoongi.

—Tú también eres gay —dice, sin juicio en su tono.

—Sí. —No me inquieto ni me alejo de su evaluación—. ¿Es tan obvio?

—Tus redes sociales tienen una cita que dice "Fuera y orgulloso", así que sí, un poco.

Una sonrisa tira de una esquina de mis labios.

—¿Acechaste a toda la clase?

Solo somos noventa y ocho, así que no es imposible.

—Y a todos los profesores también —dice, radiante.

—Así que sabes... —me voy callando, ahogándome con mis palabras. Meto mi mano en el bolsillo, haciendo sonar el frasco de pastillas, necesitando tener esa red de seguridad en mi agarre.

—Sobre el accidente —murmura—, sí.

Cierro los ojos con fuerza, odiando que por primera vez en semanas, las lágrimas se burlen de mí de nuevo.

—Jungkook, necesito ir a almorzar.

Mis ojos se abren de nuevo mientras lo estudio.

—¿Qué significa esto? —Agarro su mano, ignorando la sacudida que se dispara directamente a mi polla, e inspecciono el tatuaje.

—Es un tatuaje con los símbolos de la diabetes tipo 1. —Él se ríe—. Mamá no estaba muy emocionada cuando me lo hice. Ni un poco emocionada en absoluto. Papá sin embargo, me chocó los cinco.

Este chico cursi, tonto y demasiado sonriente tiene un tatuaje como un rudo.

—¿Comes demasiada azúcar o algo así? —le pregunto frunciendo el ceño. No me extraña que sea hiperactivo.

—No, tonto —dice, su mal humor de antes ahora ausente—. Fui diagnosticado cuando tenía catorce años. Básicamente, mi páncreas no funciona. Tengo que hacer todo el trabajo por él. Un trabajo constante. Mi tía Hein tiene diabetes, pero siempre pensé que era porque le gustaba hornear pasteles.

—¿Tienes que pincharte el dedo? —pregunto, recordando eso de mi tía.

—Es mucho más que eso. —Se pasa los dedos por su cabello elástico, su expresión todavía parece aturdida—. Lo que viste fue mi kit de emergencia de glucagón. Tenía que aplicarme un bolo y la Sra. Kang ya estaba enojada porque estaba comiendo en su salón de clases, así que vine aquí para hacerlo. Es mi culpa. Se me cayó mi sándwich del desayuno en la hierba de camino a la escuela y sobrecorregí mis carbohidratos. Tengo un monitor que me avisa cuando mis niveles no son correctos. —Levanta su camisa para revelar su estómago—. ¿Ves?

El pequeño dispositivo que había visto antes definitivamente está pegado a su piel. Estoy más intrigado con las marcas de músculos en sus abdominales. O el oscuro sendero feliz debajo de su ombligo. Mi polla se engrosa con apreciación.

—¿Qué es esto? —pregunto, con voz ronca. Toco el dispositivo en su estómago.

—Una bomba de insulina. Aunque, a veces, tengo que intervenir cuando las cosas están fuera de control. Uno pensaría que cuatro años después lo tendría bajo control. —Él niega con la cabeza, y su cabello oscuro rebota—. Esta enfermedad me mantiene alerta.

Enfermedad. Enfermedad. Enfermedad.

La palabra hace que mi estómago se apriete dolorosamente. No quiero que tenga una enfermedad. De repente, soy demasiado protector de Min Yoongi, que no parece fuerte en absoluto. Uno de sus órganos le ha fallado y él hace el trabajo manualmente para mantener su cuerpo en movimiento.

—¿Vas a...? —Mi voz se quiebra—. ¿Morir? 

Deja caer su camisa y se acerca.

—No planeo hacerlo hasta que sea un anciano.

El alivio me invade. Me hundo y dejo escapar un suspiro.

—Sin embargo, tengo que comer. —Se pone de puntillas, presionando un casto beso en mis labios como si no nos conociéramos de apenas hace unas horas—. Te lo contaré todo de nuevo durante el almuerzo.

Estoy tan atónito que me besó, que todo lo que puedo hacer es mirarlo boquiabierto. Me hubiera perdido esto.

Si hubiera venido a este cubículo solo, hace horas, me hubiera perdido este momento no tan solitario, con un chico brillante con un órgano roto y una sonrisa tan grande como Texas.

Mi propio órgano roto, la cáscara vacía que se estaba marchitando en mi pecho, comienza a golpear con fuerza. La sangre bombea de él a mis extremidades, especialmente a mi polla. Llamas de calor atraviesan mi carne mientras miro descaradamente sus bonitos labios de fresa que eran suaves y dulces al presionarse contra los míos.

Quiero besarlos de nuevo, me doy cuenta.

La próxima vez, quiero separarlos con mis propios labios y probar su lengua para ver si es como me imagino. Quiero sumergir mis dedos en su cabello sedoso y elástico y sostenerlo contra mí. Quiero pasar mis dedos por sus duros abdominales y luego a través de su rastro de vello oscuro. Quiero hacer mucho.

No hay tiempo.

Mi tiempo se acabó.

Todo lo que tengo es hoy porque mañana es mi cita con Junghyun.

—Mamá dice que la gente no puede evitar enamorarse de mí —dice Yoongi, y sus ojos azul verdoso parpadean—. Ella lo llama la Fuerza Min.

—¿Como en física? ¿La fuerte fuerza nuclear?

Se ríe, y su sonrisa se ensancha.

—Así es, quark.

Intento repasar lo que hemos aprendido del Señor Choi. En pocas palabras, la fuerza fuerte mantiene unido al núcleo.

Me he estado separando y partiendo en un millón de direcciones diferentes desde que mi hermano envolvió su auto alrededor de un árbol. Ni siquiera se suponía que debía estar en el baile de graduación, pero una chica más grande le pidió que fuera su cita. Después de dejarla, él salió corriendo por la carretera y chocó contra un árbol.

Un conductor ebrio.

Mi hermano, en la noche de graduación, ni siquiera estuvo bebiendo. El error de otra persona me quitó a mi gemelo.

—Vamos —dice Yoongi, abriendo la puerta del cubículo.

En un impulso, alcanzo su mano, y mis dedos agarran los suyos como una línea de vida. Siento que si me deja solo en este cubículo, terminaré lo que quería empezar esta mañana. Su toque es cálido y reconfortante. Olvidé como se sentía anhelar el toque de otra persona.

Sus dedos se entrelazan con los míos mientras me saca del cubículo. Quedo atrapado en su soleado aroma a manzana y su incesante parloteo.

Detrás de mí, dejo el dolor donde pertenece. Solo en ese cubículo. Me ha perseguido la tristeza por tantos meses que se siente un alivio liberarse de ella. El peso que me arrastra hacia abajo se ha ido. Estoy flotando. Un globo de emociones más ligeras mientras Yoongi tira de mí.

Llegamos al comedor. El caos hace estallar mi globo de leve felicidad, haciéndome desinflar rápidamente. Yoongi aprieta mi mano como si supiera.

Se supone que debo tomarlo bajo mi protección. Cuidarlo para que no lo molesten.

Hacer lo que Junghyun hacía y ser un héroe. Resulta que Yoongi invirtió los papeles conmigo. Me está cuidando y no sé qué hacer al respecto.

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