—¿Estás huyendo del padre de tu hijo? —Leon preguntó a Claire sin paños calientes.
Ella lo miró atemorizada, y él soltó un bufido exasperado.
—En cierto modo; y también de mi hermano —respondió con voz débil.
—Y también de mí, por lo que veo. ¿Acaso crees que vamos a matarlo, o qué? Porque como el muy desgraciado te haya forzado, no vas a poder evitar que lo hagamos —le aseguró con mala leche—. Sea como sea, Claire: ni tu hermano ni yo vamos a juzgarte, deberías tenerlo claro y no haber huido de nosotros. Si necesitas que te protejamos de él...
—Leon, calla, por favor —le rogó angustiada.
—Joder, ¿tanto lo quieres? —preguntó incrédulo e indignado.
—Sí. Lo quiero tanto, y más.
El rubio caminó frustrado de lado a lado frente a ella y volvió a mirarla con cara de reproche.
—Te he dicho que no voy a juzgarte, pero me envenenaré si me muerdo la lengua y no te digo que, si te ha forzado, no deberías sentir por él más que asco y desprecio —la amonestó.
—¡Leon, por favor! ¡Cállate!
—¡No voy a callarme porque tú no quieras oírme! ¡Si no lo digo, reviento!
—¡El padre eres tú! ¡Maldita sea! —le confesó perdiendo los nervios.
De inmediato se cubrió la boca con las manos y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Para su infinita sorpresa, él la miró como si no le sorprendiera.
—Fuiste tú... —la acusó con desprecio—. Fuiste tú quien me la liaste para conseguir un frasco de mi semen y hacer que te lo inseminaran... Por eso me desperté como un adolescente que se ha pasado con los sueños húmedos, ya me parecía muy raro... Cómo pudiste, Claire —le reprochó decepcionado.
Ella negó muy lentamente con la cabeza.
—No lo niegues ahora. Has caído muy bajo, Redfield, muy, muy bajo. Me has traicionado, aprovechaste mi borrachera y ni siquiera me lo pediste. No sé si te habría ayudado a cumplir tu sueño de ser madre, si me lo hubieras pedido. Pero pillarme a traición, desde luego, no es la solución.
—No tenía el sueño de ser madre —musitó acongojada.
—¿Ah, no? Entonces, ¿tu sueño era joderme la vida? —le reprochó a voz en grito.
Se puso en pie temblorosa, se acercó a él y lo enfrentó.
—Mi sueño era tenerte a ti; y te tuve. Lo siento, Leon, me volví loca, perdí la razón. Sé que fue como si te hubiese violado, lo sé...
—¡Espera! ¡Espera! ¿Qué? —preguntó incrédulo.
—No me limité a masturbarte a traición para conseguir una muestra de tu semen, Leon, tú lo depositaste dentro de mí; bueno, tu cuerpo lo hizo. ¿Lo entiendes?
—¿Qué, cojones, me estás diciendo? —preguntó amenazador.
—Que me aproveché de ti, de tu indefensión.
Él quedó estático, mirándola como si no la conociera, como si aquella situación no fuese más que una mala broma sin gracia. Se dejó caer en la primera silla que encontró sin dejar de mirarla fijamente a los ojos, dándose cuenta de que no tenía ni la más remota idea de cómo se sentía, ni la tendría en mucho tiempo.
Pero no era un cobarde y jamás lo sería. Se juró tras la tragedia de Raccoon que, fuera como fuera, siempre sobreviviría, siempre vencería, y su mente de agente dominante, frío e infalible lo colmó con aquel único pensamiento: vencer, sobrevivir. Era un superviviente, su fuerte era adaptarse a cualquier situación, poner fin a crisis fueran las que fueran, a aquellas que muy pocos podían controlar y resolver.
Pasados varios minutos en los que Claire casi ni se atrevió a respirar, Leon se puso en pie de nuevo, la alcanzó y la cogió por ambas muñecas como si la hubiese apresado con grilletes.
—Te doy dos opciones: una, te vas a casar conmigo y vas a dar a nuestro hijo la familia que merece. Tú y yo jamás seremos nada el uno para el otro, excepto totalmente fieles. Tú misma elegiste atarte a mí: apechuga con las consecuencias; dos, puedes echarme de tu vida y de la suya, pero entonces me declararás una guerra que sé que voy a ganar; y no creo que sea ese futuro el que quieres para él o ella. ¿Qué decides? —preguntó con voz fría, como si le hubiese dado a elegir simplemente entre el color verde y el color azul, izquierda o derecha, o entre un helado de fresa y uno de chocolate.
Quien lo observó con los ojos desorbitados por la sorpresa, fue ella. Sintió cómo las piernas comenzaron a temblarle, y se habría desplomado si él, más rápido y alerta, no lo hubiera impedido cogiéndola en brazos y tumbándola en el sofá.
Al separar sus manos del cuerpo femenino, se dio cuenta de que una de ellas estaba ensangrentada. La miró aterrorizado.
—Estás sangrando, Claire —le dijo con alarma cogiéndola en brazos de nuevo.
—¿Q-qué? N-no, me encuentro bien —balbuceó desconcertada.
—¿Qué cojones vas a estar bien? ¡Estás sangrando! ¡Vamos al hospital de inmediato!
Ella negó con la cabeza aún confusa. De pronto, comprendió: antes de que él llegase, se había metido una pequeña ampolla de cristal que contenía las vitaminas que el doctor le había recetado en uno de los bolsillos de su pantalón; tenía intención de tomarla tranquilamente en la cama, donde había una botella de agua en la mesita de noche. Sin duda, él la había reventado cuando la había cogido impetuoso en brazos. Pero la sangre... Cogió su mano tragando con fuerza: era él quien sangraba, no ella; uno de los cristales rotos le había abierto una herida en la mano.
Infinitamente preocupado, él siguió la trayectoria de la mirada femenina, miró su mano con más atención y también comprendió.
—Bájame, por favor, debo curarte esa herida —le suplicó con voz suave atreviéndose a depositar la palma de su mano en su mejilla.
Para el hombre al que amaba, fue como si su contacto quemara. Echó la cabeza hacia atrás y volvió a mirarla amenazador.
—¿Qué decides, Redfield? —le exigió dándole un ultimátum.
Las lágrimas regresaron a los ojos femeninos.
—Bájame, por favor; me casaré contigo —respondió sin fuerzas.
Él asintió con la cabeza.
—Yo asumiré la responsabilidad de todo lo que ha pasado, nadie sabrá jamás la verdad —le aseguró tajante—. No permitiré que nadie te juzgue, ni juzgue a nuestro hijo inocente; jamás.
—No, Leon, mi hermano y Jill deben saberla, no puedo permitir que él te culpe a ti por mis errores, eso sería injusto —objetó intentando serenarse.
—A mí no me hace falta la justicia en este caso, ni me interesa; pero haz como mejor te parezca —aceptó sin inmutarse—. ¿Puedes volar? —le preguntó cogiéndola por sorpresa.
Ella lo miró sin comprender.
—¿Puedes coger un avión? —concretó tratando de tener paciencia con ella.
—Sí, el doctor no me lo ha prohibido —respondió pensativa.
—Que no te lo haya prohibido no significa que debas hacerlo. ¿Puedes volar, o no?
—Sí, recuerdo que, en una de mis visitas al ginecólogo, él me especificó que sí puedo hacerlo si son vuelos cortos y poco agotadores —recordó concentrada—. ¿Por qué?
—Mañana a primera hora volveremos a Washington D.C. —anunció con voz que no admitía réplica—. Nos casaremos cuanto antes. Desde ahora, tú y el bebé sois mi responsabilidad.
—¿Responsabilidad? ¿De qué demonios estás hablando? Yo no necesito que nadie se haga cargo de mí —le dejó claro indignada.
El rubio la traspasó con una mirada severa.
—Voy a protegeros de todo y de todos, incluso de mí mismo, Redfield; siempre. Tú decidiste atarte a mí; recuérdalo cuando no me soportes —le ordenó impasible—. Acuéstate. En cuanto despiertes, haz una maleta con lo imprescindible, yo me encargaré después de hacer la mudanza definitiva.
Sin añadir ni una palabra más, la depositó en el suelo como si se tratase de un frágil cristal y se cruzó de brazos a la espera de ser obedecido.
La pelirroja no supo qué más añadir, se había quedado sin palabras. Agotada, se vio obligada a refugiarse en su dormitorio.
Cuando se hubo quedado a solas, Leon se sentó en el sofá, se cubrió el rostro con las manos y rompió a llorar en silencio como un niño desvalido y desconsolado.
Una semana después, Chris y Jill observaban a Claire enmudecidos y atónitos.
—Esa es toda la única verdad —la pelirroja terminó su relato mirándolos entristecida.
Su hermano abría y cerraba la boca una y otra vez como si fuese a decir algo y se arrepintiese antes de hacerlo.
—Leon me trata como a una reina, no os preocupéis por eso —se apresuró a afirmar para intentar tranquilizarlos—. Ayer supimos que el bebé va a ser una niña, y sé que él, aunque lo lleva por dentro y cree que no me doy cuenta, está loco de contento con esa noticia. He dejado TerraSave, al menos por el momento; no tengo la mente ahora para nada que no sean el bebé y mi relación tan complicada con él —aclaró decidida—. Vivir juntos está siendo... duro para mí. Hice lo que hice porque lo quiero; sé que ese es el peor modo que tuve de demostrarlo, que lo traicioné y lo decepcioné. Pero no puedo evitar seguir queriéndolo con todas mis fuerzas. Para él es más fácil en ese sentido: creo que, si en algún momento sintió algo por mí, la decepción y el dolor han aniquilado ese sentimiento; ha tomado una decisión y la llevará hasta el final, por muchos años que viva. Él es así. Esta no es la familia que yo habría deseado, ni muchísimo menos, pero es mi familia, y la defenderé con uñas y dientes mientras viva; ese es mi juramento. Espero que, al menos, podáis aceptarlo —concluyó resuelta.
—Creo que hablo por tu hermano y por mí cuando te digo que ambos te apoyaremos —Jill le aseguró mucho más entera que el capitán, quien seguía mirándola sin saber qué decir.
Chris asintió, pero pudo ver en su rostro cierta empatía con Leon, cierto rechazo que lo alejaba de ella.
—Lo único que os pido es que, ante nuestra hija, mantengáis este secreto oculto hasta que nosotros decidamos contárselo, si lo hacemos.
—Por supuesto, amiga, nadie lo sabrá —la castaña le prometió comprensiva.
—Gracias. Queremos que crezca como una niña normal, con una familia normal.
Jill afirmó afligida con la cabeza. Fue a decir algo pero el sonido del timbre la interrumpió.
De inmediato, Chris se puso en pie y se apresuró a abrir la puerta.
—Hola, Chris —Leon lo saludó con voz seria—. Claire me ha avisado de que está aquí, he venido a recogerla.
—Leon... yo no... no sé qué...
—No me hace falta tu compasión, ni la de nadie. Yo mismo me lo busqué comportándome como un maldito borracho. A estas alturas deberías saber que la vida no tiene nada de justa, o quizá lo es demasiado. Lo único que quiero es que nuestra hija no tenga que pagar por los errores de sus padres, que tenga oportunidad de cometer sus propios errores —afirmó sereno, demasiado sereno a juicio de Chris.
—¿Y qué va a ser de vosotros? —el capitán preguntó angustiado.
—Tu hermana y yo no nos odiamos. Será fácil soportarnos y fingir que nos queremos lo suficiente como para no destrozar una familia. Por mi trabajo, a mí me trae sin cuidado estar o no casado, no voy a ver a mi esposa más que muy de vez en cuando. Intentaré que mi hija sufra mis ausencias lo menos posible. En cuanto a tu hermana, si cuando nazca la niña retoma o no su trabajo como activista, es asunto suyo; queda aún tiempo para que tenga que tomar una decisión al respecto y todo es negociable.
—Pero Leon, este no es el camino.
—Te equivocas: este es el único camino. Tu sobrina será feliz, tendrá la familia que tú y yo no tuvimos; eso te lo juro por mi alma —le aseguró.
Pasó ante él dando la conversación por terminada y se reunió con su prometida.
—Volvamos a casa, Claire, muestras cara de cansada —le pidió con voz amable.
—Sí, lo estoy. Continuaremos hablando en otro momento —dijo a su hermano, quien la besó fugazmente en la mejilla y le mostró una leve sonrisa.
Caminó hasta Leon, lo cogió por una mano y tiró de él hacia la salida. En silencio, el rubio la siguió.
Cuando la puerta del piso de Chris se hubo cerrado tras ambos, el agente se soltó de su mano con un fuerte tirón, se plantó ante ella y le ordenó amenazador:
—Jamás vuelvas a tocarme.
Obviando la mirada infinitamente dolida que la mujer le dedicó y que le rompió el corazón, fingió mostrarse indiferente y se mantuvo firme hasta que ella no tuvo más remedio que caminar hacia el ascensor y meterse en él.
Chris y Jill se sumieron en un silencio doloroso y pesado.
—Yo también tengo que irme —la castaña dijo sencillamente al capitán.
—Jill —Chris llamó suplicante su atención cuando ella se hubo levantado y le hubo dado la espalda para salir.
—¿Qué, Chris? —preguntó a la expectativa con voz fría.
Él se vio incapaz de continuar.
—Lo sabía. No la cagues más, capitán, no quisiera tener que negarte el saludo cuando te encuentre por la calle.
Y se marchó.
A solas, Chris sintió que se ahogaba dominado por la ansiedad.