- Me he encargado de la pantera. – anunció Akira en cuanto se reencontró con Niragi en la arena de juego que, esa vez, conformaba el parque de atracciones.
- Nada mal. – respondió tan apenas impresionado. Sabía bastante bien de lo que esa chica era capaz como para sorprenderse todavía de sus hazañas. – Yo voy a por el cuervo.
- ¿Y por qué parece que estés haciendo fila?
- Porque así es más divertido. – contestó. Al momento, las puertas dando paso a la atracción se abrieron y Niragi no dudó en cruzarlas. – ¿A qué esperas?
- No me gustan las atracciones.
A lo que Niragi planeaba subirse era un barco gigante que se mecía de un lado hacia el otro, adquiriendo una altitud demasiado elevada para el gusto de Akira.
- No sabía que eras una cobarde. – se mofó.
- No lo soy.
- Entonces sube, venga.
Tan solo para demostrarle que no tenía miedo, Akira dejó su arma a la entrada y subió a la atracción, tomando asiento a su lado. La barrera protectora para que no salieran volando no tardó en descender, por lo que Akira se agarró a ella firmemente. Su corazón latía con fuerza, notaba su pulso retumbar en su garganta, y los nervios ya estaban haciendo mella en su estómago. Nunca le habían gustado los parques de atracciones; y cuando el barco empezó a coger altura hacia atrás, recordó por qué. En el mismo momento en el que descendió a gran velocidad, Akira soltó un chillido aterrador mientras que Niragi gritó entusiasmado.
Sin darles ni un solo respiro, el barco subió hasta arriba y volvió a caer hacia atrás. En una de esas sacudidas, Niragi aprovechó para coger su arma y apuntar al cuervo que revoloteaba sobre ellos. Acertó tras dos simples disparos.
- ¡Esto es demasiado fácil! – se jactó, jovial, pero la chica que tenía a su lado no tardó en ganarse su atención. Niragi no pudo evitar pasarse la lengua por los labios al ver el más puro terror reflejado en el rostro de Akira. Era la primera vez que la veía tan asustada y, en cierta parte, le gustaba ver su miedo. Era sumamente divertido, pero todavía podía hacerlo más.
Tras colgarse el arma al hombro, Niragi llevó sus manos a las muñecas de Akira y ejerciendo cierta fuerza logró obligarla a soltar la barra de seguridad. En su lugar, guio sus manos a su propio torso para que se aferrara a su cuerpo, aunque eso supusiera que le asfixiara un poco.
- ¡Venga ya, disfruta un poco más! – le sugirió, pero no surtió efecto en Akira.
Mientras que Niragi seguía gritando emocionado cada vez que el barco caía, Akira se abrazaba a él casi con desesperación. Su hombría no tardó en endurecerse ligeramente dentro de sus pantalones. Le estaba excitando el tener a Akira aferrada a él como si fuera su salvavidas; el escucharla ahogar un chillido en su garganta cada vez que el barco descendía con rapidez hacia atrás o hacia delante. Y por más entretenido que fuera, Niragi decidió pasar su brazo sobre sus hombros para rodearla con firmeza. Pensó que tal vez la ayudaría a sentirse más segura, pero solo facilitó que Akira pudiera abrazarse incluso más a él, como si en cualquier momento fueran a fundirse el uno con el otro.
La atracción tardó largos minutos en detenerse, aunque para Akira pareció más bien toda una eternidad. Y en cuanto subió la barra de seguridad, Niragi saltó al suelo emocionado, con la adrenalina todavía recorriendo su cuerpo. Le tentaba la idea de repetir hasta que acabara el juego, pero también había otras cosas de ese parque de atracciones que quería probar. Además, no le importaba enfrentarse a un animal más difícil de matar que un simple cuervo.
- Te odio.
- Sí, lo has repetidos varias veces mientras te agarrabas a mí como una niña asustada. – se burló Niragi, soltando una carcajada. Y por más que le gustaría hacerlo, Akira no podía negarlo. Sería demasiado vergonzoso intentar negar lo obvio.
- Hasta me tiemblan las malditas piernas.
Niragi se acercó para pasar un brazo por detrás de su espalda y el otro por debajo de sus piernas y ser él mismo quien la bajara de la atracción en brazos. Pero en vez de ponerla en el suelo directamente, decidió cargarla un poco más. Al menos hasta que descendieron los escalones metálicos que daban entrada a la atracción.
- ¿Considera su alteza que puede andar? – le preguntó momentos después. – ¿O va a estar temblando de miedo hasta que terminemos de jugar?
Akira golpeó su pecho en respuesta, logrando que Niragi volviera a dejarla sobre el suelo en el momento en que ella también forcejeó para conseguirlo.
- Debería haberme quedado con Last Boss en vez de venir a buscarte. – se quejó, agachándose para recoger su arma y volver a colgársela.
- Has sido una niña muy valiente al montarte en una atracción de mayores, Akira. – respondió Niragi, incapaz de dejar tan pronto la broma. – Te recompensaré cuando regresemos a casa.
- Más te vale. – se limitó a decir Akira mientras que Niragi volvía a soltar otra sonora carcajada. Y dado que el tembleque de su cuerpo parecía haber cesado ya, era hora de que siguieran adelante. – Vamos, todavía podemos cargarnos a algunas fieras más antes de que acabe el tiempo.
Puede que ese juego hubiese sido complicado para la gente que había acudido con las manos vacías, pero para los Militares que por supuesto iban armados, había sido tan sencillo como un paseo por el parque. En cuanto lo completaron, tras asegurarse de coger la carta que habían ganado, se montaron en los coches de regreso a La Playa.
Era sorprendente la cantidad de gente que había llegado en los últimos días a ese complejo paradisiaco. La fama de La Playa había corrido como la pólvora y muchos habían llegado en la última semana suplicando al Sombrerero que les dejara quedarse. Para cuando los paramilitares hicieron acto de presencia en la zona de la piscina, la fiesta estaba en su mejor momento de la noche. Aun así, solo hizo falta que Niragi gritara que cortaran la música para que el lugar quedara envuelto en el más puro silencio.
Los Militares no podían negar que les gustaba hacer su entrada triunfal; ver el terror en la mirada de la gente, como algunos contenían el aliento y otros incluso huían despavoridos para no estar en su camino. Cualquier paso en falso y podían ganarse, como poco, una paliza. Akira aprovechó el momento para robarle la bebida a una chiquilla que parecía estar tan asustada como si tuviera delante al mismísimo demonio. En realidad, no tuvo ni que quitársela, pues esa muchacha se la entregó con rapidez en cuanto Akira hizo el amago de levantar la mano para cogerla. Puede que todos supieran que ella eran tan peligrosa como el resto de los Militares, pero también sabían que si tratabas bien a Akira, ella se acordaría y lo tendría en cuenta. El día anterior mismamente había salvado a una chica que los paramilitares querían llevarse para pasar un buen rato tan solo porque unas noches atrás ella le había conseguido una botella de whiskey. Así que si Akira quería su bebida, para aquella chiquilla era un placer entregársela.
Tras darle un trago al vaso y dedicarle una sonrisa ladeada, Akira volvió a centrar la atención en su grupo justo a tiempo para percatarse de que Aguni y el resto se detenían frente a Kuina y dos nuevos. Al menos suponía que eran nuevos porque no le sonaban sus caras. Sin embargo, en vez de quedarse a contemplar el espectáculo, Akira prefirió alejarse hasta donde estaba Chishiya, siempre oculto entre la multitud pero atento a todo lo que ocurriese.
- ¿Los conoces? – le preguntó, notando que pese a una breve mirada que le dedicó al verla colocarse a su lado, Chishiya tenía toda su atención en ellos.
- Coincidimos en un juego. – respondió. En el momento en que Niragi intentó coger a la chica por orden de Aguni pero el chico intervino, Akira no pudo evitar sonreír.
- No parecen muy inteligentes. – se jactó. – Si lo fueran, sabrían que no deben plantarle cara a los Militares.
- Bueno, tú empezaste enfrentándote a Niragi en tu primer día. – le recordó. – Y mira dónde has acabado.
La improvisada pelea terminó con la tensa pero efectiva intervención del Sombrerero, quien además de evitar que Aguni se llevara a Usagi consigo, convocó una reunión de los ejecutivos.
- Debería ir a darme una ducha antes. Pelear a muerte contra bestias no deja buen olor. – comentó Akira con pesadez. – ¿Cómo ha ido tu juego?
- Sin problemas. Como siempre.
- Todo te parece fácil. – farfulló. – Me gustaría verte en acción el día en que te enfrentaras a un verdadero reto.
- Lo esperaré con ansias. – le aseguró Chishiya, elevando levemente las comisuras de sus labios. – Nos vemos en un poco.
La reunión del grupo ejecutivo tampoco sirvió para mucho. Habían conseguido cuatro cartas nuevas, pero todavía quedaban unas pocas por reunir la baraja completa. Entre ellas, una que jamás había aparecido: el diez de corazones. Además, tampoco habían tenido indicios de que las cartas de figuras existieran.
- ¿Quieres ir a la fiesta? – le preguntó Akira a la salida mientras caminaban por los pasillos.
- ¿Bromeas? – cuestionó Niragi, cuyo objetivo era claramente llegar a su dormitorio. – Esa maldita música va a darme dolor de cabeza.
- Antes eras divertido. Te gustaba la fiesta. – aportó Akira. Ella tampoco tenía muchas ganas de unirse al resto, pero le gustaba picar a Niragi. – Ahora te has vuelto aburrido.
Niragi chascó la lengua al escucharla.
- Antes no tenía un mejor plan para pasar mis noches que emborracharme y tirarme a una chica cualquiera en medio de todos.
- ¿Y ahora sí que lo tienes?
Niragi giró el rostro levemente, se pasó la lengua por los labios y le guiñó un ojo.
- Ahora te tengo a ti.
- Suena tentador. – reconoció Akira tras morderse el labio por unos instantes. – Aunque debo recordarte que tienes que compensarme.
- ¿Eh? ¿Por qué?
- Por haberme subido a ese maldito barco contigo.
Una carcajada escapó de la garganta de Niragi, quien se detuvo ante la puerta de su dormitorio para agarrar a Akira por la cintura y acercarla a él.
- Eres tú quien debería agradecerme que te haya permitido abrazarte a mí en medio de tu desesperación. – masculló tentadoramente cerca de sus labios.
- No intentes convencerme de que lo has hecho por mí cuando sé que lo has hecho por ti. – replicó Akira. Sus dedos ya jugaban con el borde de sus pantalones con malicia. – He visto lo empalmado que estabas al bajar de la atracción.
Niragi se acercó lo suficiente a Akira como para hundir su rostro en su cuello y lamer desde su clavícula hasta su oreja, logrando que su piel se erizara a su paso. También se aseguró de hacerle notar su erección contra su ingle. Así de fácil era para Akira provocarle; con tan poco lograba revolucionar sus sentidos.
- Este ha sido de mis juegos favoritos, pero sin duda verte tan asustada ha sido lo mejor. – le confirmó en apenas un murmullo sobre su oído. – Me has hecho reír, Akira. Así que está bien, me encargaré de compensarte como es debido.
*
Ante la inminente caducidad de su visado, el Sombrerero se había visto obligado a abandonar La Playa en busca de un nuevo juego que jugar. Lo llamativo era que no se marchaba como el resto de los habitantes, sino que había organizado toda una salida triunfal en torno a su persona. Una ruidosa multitud se había reunido hasta formar un pasillo por el que avanzara el coche descapotable del Sombrerero, desde el que él se despedía de sus súbditos con orgullo, como si se tratara de todo un rey; incluso de un dios. Se notaba lo mucho que adoraba que las masas le aclamasen.
Bastante distinta era la reacción de Niragi, quien se mantenía alejado a unos cuantos metros de todos. Aunque no podía quitarle la vista de encima al Sombrerero, se había apoyado con pesadez en la columna más cercana. En su rostro se veía lo poco que le agradaba la escena que estaba presenciando.
- Realmente odias al Sombrerero, ¿verdad? – la voz de Akira cerca suyo le hizo recuperar la neutralidad en su rostro, escondiendo cualquier tipo de emoción que desvelara lo que fuera que cruzase su mente. – Estoy bastante segura de que te mueres por meterle una bala entre ceja y ceja.
- Lo haría encantado. – le aseguró. – Si pudiera.
Akira sonrió y se apoyó en la misma columna a su lado, prestándole atención al coche del Sombrerero y a la multitud emocionada tratando de tocar su mano a su paso como si eso fuera a otorgarles algún tipo de inmunidad o bendición. No obstante, su mirada no tardó en regresar a Niragi.
- ¿Desea su alteza que la próxima vez que salga a jugar le organice una despedida semejante? – le preguntó Akira con ironía, recuperando el apodo que él mismo le había dedicado al bajarse de la atracción del barco el día anterior. – Puedes pasar lentamente subido en tu coche y yo gritaré como una inocente colegiala cuando te dignes a mirarme. Y cuando regreses victorioso, me tiraré a tus pies y lloraré emocionada mientras te repito una y otra vez lo valiente que has sido.
Conforme Akira más hablaba, Niragi más recrudecía su mirada hasta el punto de que, en cuanto terminó su discurso, le dio un empujón que consiguió hacerla trastabillar y soltar una sutil carcajada.
- Si me sigues cabreando, conseguirás que seas tú a quien le meta una bala en la cabeza. – protestó Niragi, mas pese a su tono amenazante y su mueca molesta, Akira se sintió lo suficientemente confiada como para colgarse de su cuello, acariciando su nuca con suavidad.
- No te pongas así. Ya sabes lo mucho que me gusta molestarte. – respondió Akira melosamente. – Y aunque suene fascinante, una masa de gente que parece adorarte te dejará tirado en el momento de la verdad y te olvidará en cuestión de segundos. Lo que de verdad importa es la gente que te es leal; los que en todo momento van a cubrirte las espaldas cuando lo necesites. Y sabes que en ese aspecto, tú le ganas al Sombrerero por goleada.
Niragi la observó con atención por largos segundos. Akira le hacía perder los estribos y volverse completamente loco. Él siempre había ido por libre y, por raro que le sonase todavía, en ese extraño mundo se había acostumbrado a contar con ella. Se había acostumbrado a pasar sus días a su lado; incluso a formar equipo con Akira. Sus impulsos le jugaban malas pasadas en más de una ocasión y ella se había encargado de defenderle y excusarle todas las veces. Había conocido lo peor de sí mismo; le había visto lleno de sangre tras ejecutar a los traidores y darles palizas a varios idiotas tan solo por atreverse a cruzarse en su camino en el momento equivocado. Y pese a todo, Akira seguía dedicándole esa suave sonrisa cuando estaban a solas; seguía mirándole de una manera que realmente le hacía pensar que era alguien que merecía la pena. Puede que eso tan solo significara que Akira estaba tan jodida por dentro como él, pero de poco le importaba lo insanos que fueran.
- Venga, vamos a hacer algo más divertido. – le dijo Niragi, pasando su brazo sobre sus hombros y dándole la espalda al espectáculo del Sombrerero. – Si sigo viendo esta mierda, dejaré a La Playa sin ni un maldito habitante.