Era la hora de la comida. Entre una o dos de la tarde.
Para estos momentos, en un día cualquiera estaría saliendo de la escuela, aunque probablemente con algunos minutos de retraso, pues usualmente se quedaba ayudando al profesor jefe o respondía dudas posteriores de los niños más curiosos. Se subiría al auto, y lo vería, sintiendo por fin alivio. Reiría con las tonterías que dijese la niña revoloteando de izquierda a derecha por cada curva que tomara el vehículo, pues jamás usaba el cinturón. Estarían riendo o algo. Llegarían pronto al apartamento y se dispondría a cocinar. Porque era la hora de la comida.
Pero ahora estaba sola, y no tenía hambre. No tenía frío. No tenía nada. Solo el pequeño papelito blanco hecho bola en donde ese terrible sujeto había anotado números y más números. Sentada en el sofá, lo desenvolvió y lo observó con sumo cuidado. Lo que más pedía en esos momentos era que al menos el dato fuese cierto y estuviese allí el cuerpo de su hermana. Aún así, de ser ese el caso, no se quedaría tranquila solo con ver la tierra removida y húmeda. Pensó que probablemente iba a tener que desenterrar ese cuerpo ya algo consumido por el paso de las semanas para poder darle un mejor entierro, ojalá con su madre presente. Con Joel y Ellie, quienes también sentía ahora como parte de su familia. O más bien ella era parte ahora de la de ellos, quién sabe.
¿Sería cierto? ¿Nunca más vería a Anna? Es como si estuviese en medio de una gran pesadilla de nunca acabar. Como ya lo había pensado, existía la completa posibilidad de que al llegar a Boston se enterase de que había ocurrido algo malo, pero nunca pensó demasiado en eso. Siempre intentó evitarlo, pues los primeros días al salir de Olympia fueron terribles y tortuosos, precisamente porque las crisis de pánico eran frecuentes al pensar en la remota idea de que el viaje fuese infructuoso.
Intentó repasar una vez más todo lo escuchado esa mañana, como para que no se le escapara jamás un detalle. Se acomodó para acostarse de espaldas en el mullido sofá, y se tapó con la frazada rayada. Miró hacia el techo, y se perdió en sus pensamientos. Hace unas horas jamás hubiese pensado que su hermana tuviese problemas con drogas o sexo. Sin cambiar demasiado su cara impávida, una lágrima pequeña rodó por el rabillo de su ojo izquierdo. Se lamentó por no haber estado más tiempo presente en la vida de esa mujer. Ella era definitivamente la hermana mayor, pero muchas veces fue Izzie la que debió tenderle una mano, pues ella había sufrido mucho más. Tenía heridas que con el pasar de los años jamás cerraban y eso le hacía actuar de maneras erráticas que asustaban a su ya anciana madre.
Quizá esa vez, cuando quiso llamar a casa y no le quise hablar, me quería contar que estaba drogada. Quizá estaba ebria y quería hablar con alguien, estando tan lejos de casa.
¿Eres una mala hermana, Isobel?
¿Eres una mala persona? ¿Qué tan cierto es que hay tanta bondad en tu corazón como lo señala constantemente el resto del mundo?
Estaba con la cabeza demasiado inquieta saltando de una pregunta en otra. Luego, comenzó a brotar la terrible idea que había plantado el mayor en Izzie, como si fuese tierra fértil. Puede que Anna haya caído en toda esa vida, y en su consecuente muerte, debido a los abusos que había sufrido por parte de Dan. Mientras él corrompía a esa dulce jovencita, ella era demasiado pequeña todavía como para percibir algo por su propia cuenta. Estaba demasiado obsesionado con la belleza de Anna, quien a esa edad era idéntica a Louise de joven. Cada cuanto, se quedaban solos los dos, y borracho, la pervertía. Muchas veces Izzie, ya cuando supo todo eso, se culpó por no ser ella la víctima de toda ese mal. Ahora, el remordimiento era peor. Quizá si hubiese sido ella el blanco de su padre, Anna estaría viva. Sana. Salva.
Estuvo así demasiado tiempo.
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— ¿Iz? ¿Estás despierta?
No respondía.
— ¿Iz? — Decía mientras la movía tomándole el hombro.
— Mh.
— Córrete un poco hacia allá.
— Mh.
— ¡Despierta, Izzie!
— ¿Qué...? ¿Qué quieres, Ann? ¿Qué hora es? — Prendió la lamparita que estaba en su mesa de noche para tomar el reloj despertador. — Son las tres de la mañana, ¿qué rayos pasa?
— Quiero dormir contigo. Hazme espacio.
— Vale, vale.
La pequeñita niña se arrinconó un poco mientras gruñía. No le gustaba ser despertada.
— ¿Iz?
— Mh.
— ¿Te puedo preguntar algo? — Decía bajito.
— Mh.
— ¿Eres feliz?
— ¿Ah?
— ¿Eres feliz? Respóndeme. — Miraba hacia el cielo con sus paredes color turquesa.
— ¿Ann, qué carajos quieres de mí? No lo sé. — Soltó suspirando. — ¿Quién coño es feliz a las tres de la madrugada?
— No, tarada. Me refiero a si te consideras una persona feliz. ¿Eres feliz?
Dudó un momento.
— Pues en esta casa, cada tantas horas son las tres de la mañana.
— ¿Qué significa eso? — Se volteó un poco frunciendo el ceño para ver a su hermanita.
— Que de cuando en vez los gritos y los platos volando colman la paciencia de cualquiera, ¿no? ¿No oíste? Este tipo llegó más ebrio que poeta recién pagado y creo que botó el jarrón de la mesa de la entrada. Y así, Ann, ¿quién mierda puede ser feliz?
— Entiendo...
Hubo un silencio.
— ¿Tú eres feliz? — Preguntó Izzie.
— No. Creo que jamás he sido feliz.
— ¿Nunca? ¿Ni un minuto?
— Ah, pues eso sí. Como cuando tomo helado y cuando veo que darán Titanic en la tele, supongo. Pero no soy una persona feliz.
Izzie comenzaba a incomodarse con las preguntas.
— ¿Qué quieres sacar en limpio con esta conversación, Ann?
— Nada, Iz. Solo quería que alguien me oyese. Que alguien supiese que no soy feliz, es todo... Y no podía dormir.
— Vale, te he oído. Las dos somos un desastre. — Dijo Izzie. — Ahora, hermanita, apaga la luz. Menos charla y más sueño, ¿sí?
— Ya.
Hizo caso, quedando en la oscuridad de la gran habitación. Horas más tarde, aún sin salir el sol esa mañana, Izzie pudo jurar sentir unas lágrimas calientes que sigilosas caían desde la parte más externa de su cabello hacia su frágil nuca. ¿Serían de Anna?
Lo ignoró por completo.
Solo quería dormir un poco más.
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— ¡Mierda!
Saltó abriendo los ojos con fuerza. Estaba asustada. Le tomó un segundo notar que se había quedado dormida. Sin embargo, lo que le hizo despertar no fue el triste sueño, sino un ruido muy fuerte, como el derrumbe de un edificio.
— ¿Eres tú, Joel?
Se incorporó, primero sentándose para divisar desde su posición hacia la entrada de la casa, pero no veía nada. Luego, se puso de pie y escuchó un grave quejido.
— ¿Joel?
Comenzó a asustarse. Traía puesta la misma chaqueta en la que hace horas llevaba la Taurus, pero ahora no la tenía consigo, pues al llegar de la Central la puso en una de las mesas de arrimo que estaban cerca de la puerta, así que solo pudo comenzar a caminar lentamente hacia la puerta del apartamento. Sigilosa, estiraba un poco el cuello para poder distinguir algo. Estaba todo oscuro a esas horas, y no había ninguna vela encendida.
Su corazón comenzó a latir como un caballo desbocado, listo para arrancar del más temible peligro. A medida que daba más y más pasos, sentía una extraña respiración proveniente desde la entrada. Su sorpresa fue increíblemente mayor al acercarse a la sombra que estaba viendo, pues se trataba de la cosa más horrible que jamás había visto durante su corta vida. Era peor a lo que describían. Peor a lo que había leído. Desprendía un asqueroso aroma a carne podrida y a humedad. Los surcos y agujeros que decoraban el enorme hongo que salía de su cuello eran cada vez más grandes y profundos que el anterior. Tenía tonos morados y azules. Solo se distinguía con claridad una boca que salivó al verla, mostrando dientes carroñeros. Su ropa estaba rasgada y llena de tierra. Caminaba a pies descalzos y en algunas partes de su cuerpo caían gotas de sangre.
Era definitivamente un clicker.
Comenzó a retroceder rápidamente de espaldas sin dejar de observar al monstruo ni por un segundo. Lamentablemente, la mesa de arrimo que sostenía la pistola estaba detrás del clicker, siendo inaccesible. Cuando entró más luz, notó que lo que había oído era la puerta. Estaba en el piso, derrumbada.
— Mierda.
El espeluznante monstruo comenzó a dar zancadas hacia Izzie, quien pudo esquivarlo rodando hacia la cocina. Se volvió a poner de pie rápidamente, quedando separados por la mesa y las sillas del comedor. Encerrada, solo logró abrir una cajonera de la despensa para tomar el cuchillo carnicero más largo que encontró. Sabía que no sería suficiente, pues el contacto cuerpo a cuerpo no dañaba demasiado en esa etapa de infección y además correría el riesgo de que la mordiese o arañase. Por lo tanto, solo restó rodear la mesa por el lado izquierdo velozmente para volver al pasillo de la entrada principal. Comenzó a arrojar todo lo que veía a su paso para ganar algunos segundos de más y poder tomar la pistola negra. Sillas, mesas, floreros, muebles, libros, lo que fuese.
Dirigiéndose hacia la mesa de entrada sin perderle la vista, vio cómo el infectado se abalanzó hacia ella. En un intento por cubrirse, al menos temporalmente, intentó darle con el cuchillo en la cabeza, pero falló: Solo logró incrustarlo en el gran espejo que yacía a esa altura de la pared. El horrible estruendo del cristal saltando hacia todos lados la hirió, pues lo lanzó con tanta fuerza que incluso deslizó un poco sus manos por sobre el mango, cortándose finalmente con la filosa navaja. Ni se molestó en sacarlo, pues sabía que había quedado demasiado apretado.
Así que, en vez de ello, corrió rabiosa hacia la entrada para poder tomar la Taurus. Lo logró, por fin, pero como aún estaba en el angosto pasillo del recibidor, vio que la criatura nuevamente dio zancadas para alcanzarla. En ese momento supo que solo tenía una chance. No quedaba más que tomarla. De este modo, al coger rápidamente la pistola, sujetándola con increíble fuerza comenzó a correr hacia la escalera del espacio común que compartían todos los apartamentos del piso. Allí, ya teniendo más metros para poder moverse más holgada, quitó el seguro. Temblaba, sudaba.
La mano izquierda aprieta a la derecha.
Pulgar sobre pulgar.
Desliza el índice.
Ajusta la mira.
Primer disparo.
Intentó atinarle al medio del hongo, pero por desgracia no atinó, probablemente por el gran corte en su palma derecha que dolía y hacía que resbalara sangre, impidiendo el tome firme de la empuñadura. En vez de volver a intentar, prefirió correr para regresar al sector del apartamento.
Mientras estaba deseoso de devorarla, Izzie se lanzó detrás del sofá de la sala de estar y velozmente lo acomodó para usarlo como una especie de fuerte. Al aparecer otra vez el clicker en medio de la habitación, Izzie, apoyando su espalda en la parte trasera del asiento, miró sobre su hombro y decidió intentarlo otra vez.
Pulgar sobre pulgar.
Segundo tiro.
Ahora sí le había dado, pero en el pecho. Aún no era suficiente. Quedaba poco tiempo. La distancia era menor, estaba más cansada y comenzaban a ganarle los nervios. Solo había practicado ese día en el bosque y nunca más. Se maldijo por no insistir en volver allí a entrenar tiro, pero no había más tiempo para lamentarse. Herida, volvió a tomar la pistola y trató de saltar por sobre el sillón, pero el monstruo se lo impidió. Con una zancadilla, hizo que se trastabillara cayendo de lleno en la mesa de centro.
Lo vio, solo sintiendo su corazón arrebatado y el sudor que caía de su frente. Como si tuviese una inteligencia sobrenatural, el infectado caminó lento hacia ella para quedar encima. Abrió su gran boca, sonriendo. Mostró su lengua. Estaba extasiado.
La iba a devorar por completo de no ser por la patada que Izzie le dio, empujándolo hacia la pared del fondo y golpeándose con el vinilo de la mariposa azul.
— ¡Isobel! — Ellie gritó despavorida desde donde todavía estaba el espejo roto con el cuchillo clavado.
— ¡Izzie, cúbrete! — Gritó Joel, apuntando hacia el frente con su revolver.
Sin embargo, se le adelantó. De espaldas todavía, vulnerable, fue capaz de volver a disparar con la pistola hacia el clicker. En ese tercer intento, soltó una bala precisa que atravesó por completo el hongo asqueroso, incluso pasando por el vidrio de la ventana, rompiéndose en mil pedazos en un solo segundo. El infectado cayó inmediatamente de rodillas, para luego desvanecerse en el piso de madera, secándose lentamente.
Izzie, al ver que había disparado bien, dejó de tensar su cuerpo para descansar de espaldas encima de la mesita. Suspiró cerrando sus ojos, inhaló y exhaló, y dejó caer sus brazos hacia los lados, soltando de su mano derecha la fiel Taurus. Allí Joel notó cómo caían gotas y gotas de sangre.
— ¡Joder! ¡Ellie, tráeme la caja café que está en la cocina, la que tenía los medicamentos! ¡Ya!
La niña partió corriendo a revisar la habitación para encontrar lo solicitado, esquivando todo el desastre que estaba esparcido en el suelo. Mientras, él corrió llorando hacia ella.
— ¡Izzie, Izzie! ¡Soy Joel! ¿Te ha herido?
— No... No. Yo me herí, me corté con el cuchillo del espejo, no te preocupes. No ha podido dañarme. — Se quejó mientras parecía somnolienta. Se estaba comenzando a desmayar.
— Estás perdiendo mucha sangre. — Lloraba. — No te preocupes, todo estará bien. ¡Ellie! — Gritó hacia la cocina, al tiempo que acariciaba los cabellos castaños de la joven magullada.
— ¡Ya! — Apareció nuevamente la niña hacia la sala de estar, y corriendo arrojó la caja en el piso para que comenzaran a curarla. — Izzie — Dijo en voz baja, preocupada —, ¿estás bien? ¿te ha atacado?
— No, tranquila. — Ya tenía los ojos cerrados de nuevo. — El corte me lo he hecho... Me lo he hecho yo.
— Mierda, Joel. Está como un papel. Hazlo rápido.
— ¡Ya, ya! ¡Eso hago! — Gritó desesperado.
Cogió de la caja la botella de alcohol, vaciándola en la gran herida.
— ¡Ah, mierda! — Izzie gritó como un león herido.
— Está bien, hermosa. Estarás bien. Aguanta. — Dijo él mientras seguía poniéndole el líquido.
Mientras ella se retorcía y arqueaba la espalda, comenzó a llorar por el intenso dolor. Joel también quería llorar más al verla en ese estado, pero intentó calmarse y comenzó a limpiar la herida con un algodón. Cuando estaba más despejada, miró a Ellie.
— Coño, no se ve bien. Está muy abierto y profundo y tienes trozos de vidrio en medio.
— ¿Qué significa? — Dijo apenas Izzie.
— Significa que tendrás que aguantar más de lo que pensabas.
La niña, temblorosa, comenzó a escarbar la caja para coger unas pinzas médicas largas y finas.
— Esto te va a doler, Iz. Perdóname. — Le dijo. Luego, miró a Joel. — Tú. Ven aquí, cambiemos de lado. Tómale esta mano y tranquilízala. Necesito precisión.
El hombre obedeció a su hija. En cuclillas sostuvo la pequeña y ahora helada mano de Izzie, besándosela y pasándosela suavemente por su propia cara, para que su barba tuviese contacto con su piel.
— Respira profundo, cariño.
Ellie comenzó a separar la herida, y rápidamente intentó sacar los grandes trozos de vidrio, dejándolos en el piso. Izzie comenzó a vociferar como un demonio, sudando sangrando. Lloraba, sentía escalofríos. Pensó que se iba a morir en ese suplicio.
— Tranquila. Vas bien. Estoy terminando de sacar los más grandes. — Decía Ellie mientras tenía su ojo casi encima del corte.
— Joel... — Decía Izzie. — Joel...
— ¿Qué pasa?
— Tú... También estás sangrando. Tienes una herida en el pómulo...
— Sí. Me he rasmillado con un trozo de madera de un árbol. También nos han atacado en el bosque.
— ¿Qué bosque? — Preguntó ella, pues él nunca le comentó que iba a llevar a Ellie consigo a ese lugar para arrancar las flores de mayo. Eso era una sorpresa.
Joel ni siquiera se molestó en responder, pues Izzie estaba volviendo a gritar y a maldecir.
— Ya, Iz. Solo me queda escarbar un poco más para ver si aparecen trozos más pequeños. Esto dolerá más.
— ¿Qué?
La pinza comenzó a entrar demasiado en la carne viva de Izzie. Tanto, que por un segundo sintió que perdió la conciencia al sentir una oleada de sangre caliente que subió y bajó de su cráneo. Quedó más lánguida, pero al instante se recuperó y volvió en sí, aunque la adolescente todavía manipulaba dentro de ella las tenazas una y otra vez para retirar pequeñas astillas de vidrio.
— Vale, vale. Sé que ha dolido un culo, Iz. Ahora sí ha pasado lo peor. — Le dijo acariciando el dorso de su mano. — Joel, es tu turno. Cambio.
Se volvieron a parar para intercambiar la ubicación. Ahora era Ellie quien sostenía su mano izquierda para tranquilizarla.
Joel encontró la aguja e hilo, y luego de enhebrar, hizo un pequeño nudo. Dudó un poco en dónde dar la primera punzada, y cuando se decidió, habló.
— Ahora, Izzie, te voy a suturar. Esto dolerá menos, créeme. Respira.
El metal de la aguja atravesó más piel de lo que a ella le hubiese gustado, pero tuvo razón: No era tan terrible como la retirada de vidrio con las pinzas. Eso hizo que se tranquilizara un poco más, respirando mejor y con la presión más estable. Así estuvieron unos minutos, hasta que terminó. Ya cerrada y anudada la llaga, el hombre volvió a vaciar un poco más de alcohol para desinfectar. Luego le vendó una y otra vez la pequeña mano, amarrándole las gasas con mucha fuerza para hacer presión.
— Terminó, mi niña. Terminó. — Le dijo Joel, besándola tiernamente en sus labios resecos, al tiempo que Ellie le hacía cariño con los ojos cerrados. Izzie ya no estaba en ese planeta, sino en otro. La baja de adrenalina repentina comenzó a hacerla llorar al mismo tiempo que se perdía su mirada en la mismísima nada, todavía encima de la mesa.
— Coño, chicos. Miren.
Ellie se levantó para acercarse al infectado, y del bolsillo del asqueroso pantalón sacó un localizador idéntico al que llevaba el que les atacó en el bosque, con una constante vibración y una luz verde parpadeante. Volteó hacia Joel, agitándoselo en el aire e invitándolo a hacer lo que creía que debía hacer. De inmediato, comenzó a hurgar en los bolsillos de la chaqueta de Ellie. Allí estaba también el segundo rastreador.
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— Te he dicho que dejes eso.
— Sí, lo recuerdo. Y yo te dije que tengo la herida en una sola mano, no en ambas. Estoy mejor además. — Seguía levantando las sillas del piso.
— Menudo desastre que has hecho aquí, amiga. — Decía Ellie mientras comenzaba a lavar todas las lozas y cubiertos que habían caído al sucio piso. — Tendrás que volver al almacén el próximo mes para reemplazar todo esto.
— Ellie, ¿qué mierda dices? — Dejó de arreglar los muebles para matarla con la mirada.
— Es una broma. — Le dijo, fastidiada. — ¿Sabes siquiera lo que es una broma?
— No. No lo sé. — Respondió con sarcasmo. Luego, se irguió y sacudió las manos.
— ¿Cuándo vamos a hablar de lo que ha ocurrido? — Preguntó Izzie.
— ¿Qué quieres hablar?
— ¿De por qué dos clickers nos han asechado, quizá? — Levantó una ceja. — Esas criaturas iban dirigidas. Ambas tenían el mismo localizador en su bolsillo. Es lógico que alguien las mandó hacia nosotros. ¿Crees que ha sido FEDRA?
— Supongo. — Se encogió de hombros. — Solo que no sé en qué momento nos han instalado los rastreadores.
— Ya. — Pensó Izzie. — ¿Vendrán más por nosotros?
— No. No creo. Si tenían esas cosas en los bolsillos es porque nosotros también. Revisemos el apartamento para estar seguros, pero lo dudo. También revisaré el Jeep para ver si le han puesto algún chip mientras lo dejamos en el estacionamiento.
— Creo que Ellie no debería ir a la escuela por algunos días. No quiero que ponga en peligro su vida. — Dijo mientras miraba a la niña, quien al notar que habló de ella se acercó y le abrazó con mucho cuidado cerrando sus pequeños ojos, pues estaba llena de moretones y raspaduras leves. Izzie le devolvió la muestra de cariño acariciándole los bucles torpemente con la mano izquierda.
— Está bien. Pero no te entusiasmes. — Le dijo a Ellie. — Apenas me cerciore de que no volverá a ocurrir toda esta mierda volverás a ir. Sin rechistar.
— Sí, señor. — La pequeña hizo el gesto de llevarse la mano a la frente y juntar sus pies. Luego, se arrepintió. — Perdón. Se me ha olvidado que ahora queremos vengarnos contra esos hijos de perra.
— ¿Vengarnos? — Izzie la miró riéndose. — ¿De quiénes?
— Pues de FEDRA, ¿no? — Los miró sorprendida. — Supongo que haremos algo al respecto.
— No harás nada al respecto. — Dijo su padre. — Ni siquiera sabemos si han sido ellos.
— Aunque nadie más podría manipular cordyceps para dirigirlos hacia nosotros. — Terminó Izzie.
Quedaron un minuto en silencio, pensando.
— Izzie. — Dijo la niña. — Joel me ha contado lo que te han dicho en la Central. No sé si sea cierto, pero de ser así, lamento mucho lo que ha ocurrido con Anna.
— ¡Ellie, no! — Gritó enojado. — Ni siquiera nos consta.
— No, no. Déjala. Está bien. Creo que ambos somos lo suficientemente inteligentes para saber que el chiflado no mintió... — Decía Izzie. — ...Y Ellie es una muchachita inteligente y madura. — Miró con dulzura a la niña. — Muchas gracias, Ellie.
— Quiero que sepas que aunque sé que tienes a tu madre en Olympia, y aunque Joel se comporte como un simio día por medio, ya eres parte de nuestra extraña familia. Tú y quien venga contigo. De hecho, ¿por qué no te vienes a vivir acá definitivamente? — Sonreía ilusionada.
— ¿Qué? — Dijo él, avergonzado.
— Eso. Llevas semanas acá ya, Izzie. Ni Joel ni yo queremos que te vayas de aquí. Por favor, piénsalo. Sé que él quiere lo mismo. Es solo que no lo dice porque le faltan algunos cromosomas y no sabe expresar sus sentimientos en palabras... O le sobran.
— Vale, ya. Creo que este no es el momento de hacer invitaciones así. Tenemos que resolver muchas cosas antes de esto. — Ahora habló a Izzie. — Escucha, cuando quieras me avisas e iremos los tres a buscar esas coordenadas. Cuando estés lista, podremos partir y... Y ver si...
— ¿Si Anna está muerta? — Dijo casi anestesiada.
— Si el tarado dijo la verdad o no. Se lo dije a él, pero lo repito: Siento que no nos ha dicho todo.
— Coño, eres la persona más paranoica a la que he estado afiliada. — Dijo Ellie. — Como sea, intenta pensarte lo que te he dicho. No tienes que decidirlo mañana, pero es para que lo vayas masticando ahora.
— Gracias, Ellie. Gracias por todo.
Izzie le dio un sincero y cálido abrazo. Realmente estaba queriendo mucho a esa niña, pues había algo que le recordaba a ella cuando era más pequeña. Su rudeza y su perspicacia eran simplemente conmovedoras, y más aún cuando ella adoraba a los más pequeños. De hecho, siempre soñó con tener una hermana menor porque odiaba sentirse la más pequeña de la casa. Sin embargo, jamás llegó. Louise se separó antes de que pudiese nacer otro integrante del hogar; y qué bueno, pues hubiese llegado solo a sufrir a ese infierno.
— Creo que mañana iré a trabajar.
— Estás de coña, ¿no? ¿Volverás y le verás el rostro a ese hijo de perra? — Soltó Joel.
— Sí. A eso iré. Necesito hacerle más preguntas...
— ¿Como qué? — Preguntó intrigado.
— No sé... Yo... No lo sé, mierda. Ni siquiera sé si tengo realmente la opción de dejar de ir. Si me despiden, no podré trabajar en ningún otro colegio de la Agencia. Ni aquí, ni en Olympia ni en todo el planeta. — Suspiró complicada. — Necesito preguntarle si sabe algo sobre los clickers. Si ha oído algo en los pasillos sobre la posibilidad de dirigir a los infectados a ciertos blancos, como nosotros. Lleva tiempo trabajando aquí. Puede ser útil mantenerlo cerca.
— Ya. — Dijo él. — ¿Y podrás estar cerca de él sin perder la cabeza frente a los niños?
— Sí. Creo. Además, si de verdad mi hermana se ha ido, debo contárselo pronto a Louise, pero no puedo hacerlo sin antes entender qué mierda pasó aquí y, como tu dijiste, sin antes haber visto su cuerpo. — Tomó aire. — Ellie tiene razón: El próximo mes volveremos al almacén y te prometo reponer todo lo que esté roto, como el espejo del pasillo.
— Eso da igual. — Comenzó a caminar hacia ella, tomando suavemente sus manos. — Todo lo que me importa en estos momentos eres tú y Ellie. Nada más.
Sonrió mientras sus mejillas se pusieron algo rojas por lo que acababa de oír.
— Ya. — Dijo Ellie. — ¿Podremos arreglar toda esta mierda antes de que sea de noche? Porque quiero poder tener un lugar donde comer.
— Sí. — Se separó rápidamente de Izzie, caminando hacia la puerta de la cocina. — Iré ahora a buscar combustible y a conseguirme un generador. — Ahora le guiñaba un ojo, sonriendo y recordando lo que ella le había pedido cuando le entregó el taladro. — Verás cómo hago funcionar esa cosa.
Tomó su chaqueta, sus llaves y salió del apartamento. Izzie y Ellie se quedaron barriendo, ordenando y botando en sacos de basura todo lo que se había roto.
— Ellie, ¿puedo hacerte una pregunta?
— Seguro.
— ¿Qué fueron a hacer al bosque? — Preguntó mientras seguía recogiendo con cuidado los trozos de vidrio del roto espejo.
— ¿Al bosque? — Pensó un momento en qué responder, porque intuía que lo de las flores esas era una sorpresa, aunque no sabía para cuándo. — Nada. Creo que Joel quería ir a buscar un rifle que dejó tirado en alguna parte cuando fuimos a practicar la otra vez. — Frunció el ceño dándole la espalda a Izzie. Era la mentira más tonta, pero fue lo único que se le ocurrió en tan poco tiempo.
— ¿Un rifle? ¿Se le olvidó? ¿Cómo se olvida de un rifle?
— Izzie. Mira, ven.
Intentó cambiar de tema, pero realmente lo que notó la sorprendió. Caminó hacia la puerta de calle que todavía seguía en el piso, e Izzie la siguió. Se agachó para tocarla y verla.
— ¿Te das cuenta?
— No... ¿Qué pasa?
— La puerta. Está intacta. Mira, no está rota, ni pateada, ni nada. Es como...
— ... Como si alguien hubiese usado la llave. — Dijo Izzie. Pasó una mano por sus cabellos. — Quién sabe qué mierda pasó acá.
Luego de un rato, Joel volvió con un pequeño generador y un bidón con bencina. La casa estaba mucho más ordenada ahora, pero quedaba el pequeño detalle de la puerta. Además, la mesa de la cocina estaba rota, así que también necesitaba reparación. Izzie y Ellie lo miraban ladeando la cabeza de acá para allá, dependiendo de dónde se moviese el hombre. Estaban curiosas y cuchicheaban.
Luego de un rato, Joel volvió con un pequeño generador y un bidón con bencina. La casa estaba mucho más ordenada ahora, pero quedaba el pequeño detalle de la puerta. Además, la mesa de la cocina estaba rota, así que también necesitaba reparación. Izzie y Ellie lo miraban ladeando la cabeza de acá para allá, dependiendo de dónde se moviese el hombre. Estaban curiosas y cuchicheaban.
— Ya. Dejen de hablar de mí.
— ¿Por qué estaríamos hablando de ti? — Dijo Ellie. — Habiendo tantos hombres en el mundo. — Rieron.
— Bueno, ahora verás cómo hago funcionar esta maravillosa herramienta, Izzie. — La miró, tomando el taladro nuevo. — Te voy a mostrar cómo se usa.
— ¿Seguimos hablando del taladro? — Soltó su hija.
— Vengan acá. — Puso los ojos en blanco. — Ayúdenme a poner de pie la puerta y sosténganla mientras yo la atornillo.
Le hicieron caso entre risas. Mientras Izzie sostenía la puerta con su única mano sana, miraba a ese increíble hombre mientras sostenía el taladro percutor y sacaba de sus labios algunos tornillos. Estaba con el cabello tan desordenado como siempre, pero se veía más vital que otros días, como si estuviese durmiendo más horas. Estaba tan cerca de él que pudo aspirar todo su perfume y el olor natural que brotaba por sus poros, a sudor y a hombre. Quizá era lo que estaba haciendo en esos momentos, pero de pronto le pareció embriagador y comenzó a sentir fuego en su vientre mientras veía la fuerza con la que manipulaba todo, con esos enormes brazos en los que se marcaban demasiado sus venas, algo que siempre le había parecido atractivo en un hombre. Tenía la camisa un poco desabotonada, y se notaba que llevaba una camiseta debajo.
— ¿Qué tienes? — Preguntó Joel, mirándola solo un segundo.
— ¿Por qué?
— Porque estás sonriendo mientras me miras.
Se avergonzó. No se dio cuenta de la cara que tenía mientras lo veía.
— Ah, no sé. Me hace gracia verte así, creo. — Dijo tímidamente.
— Yo creo que sonreías porque me estabas comiendo con la mirada.
— Uff, por favor, viejo. — Dijo Ellie, mirando al techo algo asqueada. — No aquí, coño. Estoy yo.
— No he dicho nada malo. — Estaba comenzando a disfrutar la situación, pero sin hacer mueca de ninguna emoción en particular mientras seguía clavando cosas. — Solo intento decir que me están desnudando con los ojos, y así no puedo trabajar.
— ¿Te crees guapo, Joel? — Izzie quiso seguirle el juego.
— No sé. — Se tomó un momento para concentrarse en el tornillo que clavaba. — Hace días le pregunté a una muchacha si le parecía guapo. Me dijo que sí. "Muy guapo", de hecho. Esas fueron sus palabras.
Comenzó a temblar un poco.
— Ha de estar ciega o algo. — Dijo Ellie.
Luego de unos minutos, la puerta nuevamente estaba en su lugar.
— ¿Qué te parece? ¿Ha valido la pena tu regalo?
— Oh, sí. Créeme. — Se ruborizó.
No logró entender del todo el comentario, pero comenzaron a desplazarse a la mesa de la cocina. Era lo único que faltaba por arreglar. Sin embargo, ya era tarde.
— Iz, tengo mucho sueño. ¿Me puedes ir a despertar para cenar? — Dijo Ellie.
— Claro, ve. — Sonrió.
— Joel, ¿puedes venir un poco?
— Sí... — Miró expectante, para luego seguirla. — Ahora vuelvo, Izzie.
Ellie le abrió la puerta de su cuarto, permitiéndole ingresar con ella. Cerró, y quedaron los dos solos adentro.
— Hazlo.
— ¿Qué? — Dijo serio.
— ¿Qué? — Remedó ella. — Sabes qué.
— ¿Ah?
— Coño. — Se giró impaciente para volver a su posición. — Fóllatela, ya.
— Me... ¿Me has hecho venir aquí para pedirme que me la folle? — Estaba indignado.
— Tío, eres muy lento. Ahora todos estamos en el mismo bando y odiamos al tutor, pero luego, en cualquier momento, llegará otro Ben. Y otro Ben, y otro Ben. Y de pronto, cuando ya lleve demasiado tiempo acá y todos los Ben de Boston la conozcan, tendrá una fila de pretendientes esperando para tener una chance con ella. ¿Te imaginas hace cuánto no tiene un buen sacudón?
— Ellie, ¿qué dices? Eres mi hija, ¿cómo te atreves...?
— Por lo mismo. Soy tu hija. Te quiero, y te quiero ver bien. Hazlo. ¿No quieres acaso?
Pensó un segundo, pero no dijo nada. Solo logró recordar la mirada y los comentarios que hacía el mayor esquizoide en la Central esa mañana. Eso hirvió un poco su piel.
— Sabes que sí, no me respondas. Lo único que te intento decir es que concretes ya. Eres un hombre ya mayor, Joel. Basta. Juégatela, suéltate un poco y comienza a rondarla más. Está que grita por que la beses.
— ¿Y cómo sabes eso? ¿Ella te lo dijo? — La miró curioso.
— Ah, ¿ves como quieres? Te han brillado los ojos. Mira, hagamos algo. Me has dicho que puedo faltar a la escuela, ¿no? Pues bien, déjame ir a casa de Dina. Vuelvo en una o dos horas y me vas a buscar luego del toque de queda, no es gran cosa. Se quedan solos, arreglan la puta mesa y luego te la coges encima y la vuelven a romper y la reparan otra vez. ¿Qué te parece? — Sonreía entusiasmada, como si fuese ella la que fuese a acostarse con Izzie. — ¿Bien? — Ni siquiera esperó la respuesta. — Perfecto. Tomaré mi mochila y me largo.
— Pero... Pero ¿y qué hago?
— ¿Ah? ¿Te explico? Bien, tienes que esperar a que esté parada y luego te montas encima de ella y-
— No, no. Estúpida. — Comenzaba a ponerse nervioso. — ¿Cómo hago que... Que quiera?
— ¿Crees que tienes que hacer algo para que te lo permita? — Se carcajeó. — Dios, Joel. Me pregunto si todos los hombres serán así de ciegos. Ahora déjame pasar y vuelve a la cocina como si jamás te hubiese hablado de esto. Dile que solo te traje para que me dieras permiso para ir a ver a Dina.
No dejó hablar al hombre, pues quería dejarle cero espacio a las dudas. Abrió la puerta, volvió a la sala, cogió su mochila y con un fuerte "¡Adios, Izzie!" se despidió.
Ahora estaban solo los adultos en la casa.
Antes de volver a la cocina, tomó una bocanada de aire como quien se tira de una piscina olímpica y comenzó a caminar algo tenso.
— ¿A dónde ha ido Ellie? — Preguntó ella.
— Donde Dina. Estará bien, solo quiere ir a verla un rato.
Se quedó congelado en la entrada de la cocina.
— ¿Y?
— ¿Y qué?
— ¿Te quedarás ahí toda la tarde o vendrás y arreglaremos la mesa?
— No... No. Claro, ahora empezamos.
— ¿Estás bien? — Lo miró preocupada. — Te ves... Raro.
— Sí, sí. Debe ser que tengo hambre. Ven, ayúdame.
Voltearon la tabla de la mesa para que quedase al revés en el piso. Izzie sostenía las patas mientras él las reparaba con el taladro. Ahora estaban más cerca que cuando arreglaban la puerta, e Izzie sintió la misma corriente por el cuerpo al verle la manzana de adán que destacaba sobre ese grueso cuello. Sintió que jadeó un poco.
— ¿Te puedo decir algo? — Le preguntó con voz suave.
— Sí. — Estaba intentando enfocarse en la broca mientras giraba.
— Te ves bien haciendo cosas de casa.
— ¿Cosas de casa? — Paró de usar la herramienta para mirarla, sonriendo.
— Sí, ya sabes. Arreglar cosas, muebles, no sé. Carpintería, cosas así. Cosas de casa. — Se encogió de hombros mientras le sostenía la mirada. — Esto más bien parece como un regalo para mí. — Agregó mirando el taladro naranjo y negro.
— Bien, si te sirve de algo, yo también quisiera hacerte un comentario.
— Te escucho.
— Me calienta demasiado verte sosteniendo tu arma.
Sin darse cuenta, había separado un poco sus labios para respirar por la boca, algo sorprendida. Sintió que se ruborizó porque no esperaba que le dijese algo así. Lentamente, comenzó a mover su cabeza hacia él, quien le dio un lento beso inocente mientras seguían arrodillados en el piso de la cocina, con los ojos cerrados.
Mientras la degustaba, le hacía cariño con sus nudillos gruesos en la mejilla. Izzie comenzó a abrir los ojos y a distanciarse, pero él se lo impidió. Ahora la tomó con fuerza de la nuca para empujarla hacia él nuevamente, pero ahora con su lengua le abría más la boca para poder probar su saliva cálida. Sintió como su erección nacía al oír cómo lanzaba pequeños gemidos. Pasó una mano lentamente por su espalda, bajando hacia su trasero para apretarlo con rabia. Mientras tanto, ella enroscaba sus dedos en el cabello enmarañado y canoso y luego bajaba un poco para tocar su áspera barba.
— ¿Cuánto tiempo tenemos antes de que vuelva Ellie? — Dijo ella apenas.
— Olvídate de Ellie. — Gruñó.
Se puso de pie ofreciendo su mano a Izzie, quien se la tendió para terminar siendo guiada a la habitación del dueño de casa. Allí, él cerró la puerta y tomándola de la cintura, la acorraló para que estuviese entre la madera y su torso. Comenzó a besarla desenfrenadamente, metiendo sus manos bajo su camiseta manga larga para acariciar y apretar sus pechos turgentes, pellizcando suavemente sus pezones. Con su cara, empujó suavemente la de ella para que descubriera su cuello. Empezó a darle mojados besos de arriba a abajo, mordiendo de vez en cuando y lamiéndola. Sabía delicioso. Era adictiva, dulce, suya. Iba a ser suya. Ahora sí que sería suya y de nadie más.
— Mierda, Izzie. Mira cómo me pones.
A esas alturas, todo el dolor que sentía en su mano había desaparecido. Joel apretó su cadera con la de ella para que sintiese cómo se le endurecía la polla. Con ese contacto, ella comenzó a sentir que le ardía todo el cuerpo. Sin pensarlo, comenzó a jalarse la camiseta para sacársela por encima de la cabeza, y luego desabrochó su brasier, quedando su torso pequeño completamente expuesto. Mientras seguían comiendo de la boca de otro, Joel se desabrochó su camisa y también se sacó la camiseta interior, luciendo su fuerte abdomen. Cuando lo vio, Izzie comenzó a besar sus pectorales al mismo tiempo que arañaba la espalda con furia. Pensó que le iba a doler al día siguiente, pero no le preocupó.
Continuaban besándose cuando él la jaló hacia la cama, tirándola con fuerza hacia el colchón. De un momento a otro, solo con los vaqueros puestos, se colocó encima de ella, comenzando a gatear. Con una mano alzó su barbilla para volver a devorarle el cuello, mientras con la otra bajaba para acariciarle las costillas juguetonamente.
— ¿Quieres que baje un poco más?
— Sí... — Dijo apenas, mientras se escapaba un jadeo involuntario.
— ¿Sí qué?
— Sí, señor.
Eso fue suficiente para que él comenzara a retroceder lentamente. Primero probó uno de sus pezones rosados, y luego el otro. Mientras tanto, ella se quejaba y arqueaba la espalda una y otra vez con pequeños espasmos. Joel comenzó a deslizar sus dedos hacia el broche de sus pantalones.
— ¿Quieres que baje aún más?
— Sí, señor. — Decía ella demasiado excitada.
Retrocedió un poco más y le desabrochó los pantalones sin dificultad, jalándoselos con sus bragas para que quedase completamente desnuda. Era todo un espectáculo. Era joven, hermosa, quizá muy estrecha de hombros y muy ancha de caderas, pero eso le calentaba aún más. Era todo lo que le gustaba en el cuerpo de una joven sensual y arrebatadora. Despacio bajó hacia su entrepierna y comenzó a dar pequeñas lamidas en su clítoris hinchado y rojo. Cada vez aumentó la velocidad con su boca, y pronto su boca ya lamía y tragaba el líquido que brotaba de su vagina.
— Mierda, Joel. — Gritó.
— ¿Te gusta, pequeña? Sabes tan bien. — Cerró los ojos mientras seguía comiéndosela. — Tu coña está tan lista para mí. ¿Así es como te pongo?
— Sí... Solo tú me tienes así. Mojada.
— Dios. — Gruñó.
Siguió así un rato hasta que comenzó a masturbarla masajeando su clítoris y luego introduciendo y sacando primero uno y luego dos dedos. Sonaba delicioso por cada movimiento que hacía con su mano.
— Joel...
— Dime, querida.
— Ven aquí y fóllame, por favor.
— Ruégamelo. — Le ordenó mientras la masturbaba más rápido todavía.
— Joder... Fóllame. Te lo ruego. Métemela, por favor. — Suplicaba casi llorando de placer.
Joel se detuvo y se puso de pie para poder quitarse los pantalones y los calzoncillos. Al quedar al descubierto, Izzie vio una gran erección frente a ella. Incluso le dio algo de temor, porque así como se veía, pensó que era demasiado grande.
Volvió a ponerse en la misma posición, y comenzó a tomar su polla para poder frotarla un poco en la hinchada vulva de Izzie.
— Ah, por favor...
— ¿No quieres esto?
— No... No, métemela.
— Está bien. — Sonrió con malicia.
Comenzó a meter muy lentamente su glande dentro de ella, con movimientos cortos y lentos hasta que comenzaba a abrirse cada vez más.
— ¿Ahí?
— No, dame más. Más, por favor. — Le miraba con ojos ardientes.
Comenzó a introducirse un poco más en ella. Se estaba sintiendo estrecha y caliente, deliciosa. Comenzó a sentir que creía todavía más la erección, hinchándose. Se deslizaba con gracia, pero todavía no estaba totalmente adentro.
— ¿Ahí sí, bebé?
— No... Dámelo todo, Joel, por favor.
Ya no decía nada más. No podía. Estaba demasiado caliente. Embistió por completo a la joven y ambos cerraron los ojos, gritando de placer. De a poco, comenzó a balancearse cada vez más rápido. Ambos gemían y gritaban. Por fin estaba sintiéndola. Por fin ella lo tenía dentro. Era una mezcla entre emoción y pasión. Entre felicidad y excitación.
— Dios, Izzie... Estás tan caliente y estrecha... Eres tan dulce, tan dulce... — Jadeaba mientras seguía montándola con fervor.
— Ah. — Gimió.
Luego, ella le puso una mano en el pecho para que se detuviese. Cuando vio que quería salir de allí, se lo permitió, pero jamás pensó que fuese para montarlo. Se sentó con las piernas abiertas encima de él, y puso las manos en su pecho para afirmarse con las palmas abiertas, dándole igual el corte reciente que tenía en su mano más hábil. Con la izquierda se acomodó la polla en su coño, y despacio comenzó a bajar viendo la cara de Joel que mostraba segundo a segundo más lujuria. Lento, comenzó a mover su culo de arriba a abajo, formando pequeños círculos con cada quiebre de su cadera.
— Mierda... — Joel comenzó a apretarle y a pegarle. — ¿Te gusta eso?
— Sí, sí...
— Oh, preciosa. Cómo te mueves... — Decía. — Ven aquí.
Izzie se acostó encima de su regazo, apoyando los codos en la cama. De pronto, él fue quien tomó el control, entrando y saliendo rápidamente produciendo ruidos de ventosa.
— ¿Te gusta que esté arriba tuyo? — Preguntó ella, gritando.
— Me encanta. — Le respondió mientras le enterraba las manos en su trasero. — Qué buen culo tienes, nena. Dime que es mío.
— Todo de mí es tuyo, Joel... Hazme lo que quieras. Soy tuya.
Comenzaba a moverse todavía más rápido, pero ahora viendo el tronco erguido de la joven, embelesado con el rebote de sus pechos por cada salto que le daba encima.
— Oh. Te siento tan dentro mío... — Gemía Izzie. — Tan grande...
— ¿Te gusta?
— Sí. ¡Sí! — Ya no daba más. Le faltaba poco, y él también lo sabía.
— Mierda, Izzie. Córrete. Córrete en mi polla, amor.
— Oh... No... No me digas así... — Le miró con furia.
— ¿Cómo? — Sonreía. — ¿Mi amor? — Repitió. — Córrete encima de mí, mi amor. Hazlo, vamos.
— Ah...
No soportó. La palabra, la voz y el tono con el que ese hombre le hablaba le encendió más que mil embates al mismo tiempo. Él se acomodó para sentarse y verla de cerca mientras alcanzaba el orgasmo.
— Eso, hermosa. Ven. — Puso una mano sobre su nuca, con ira. — Mírame a los ojos, mi amor. Quiero ver cómo acabas encima de mi polla.
Sucumbió al ver sus ojos tan cerca, al sentir que le lamía la oreja y se la mordía. Comenzó a apretar su cuerpo en él y dejó salir fuertes y terribles gritos de gozo mientras con una mano le tironeaba el cabello al besarlo en la boca, jugando con su lengua madura. Cerró sus ojos, exhaló. Estaba roja, sudada. No podía más, pero aún así se seguía moviendo.
— Oh, mierda. Te has mojado tanto, Izzie.
Ahora ella comenzaba a cabalgarle más y más rápido.
— ¿Te calienta mucho sentirme escurrir? Solo tú me pones así de caliente, Joel... Solo tú...
Él ya no estaba contestando. Solo soltaba gruñidos parecidos a "sí" y "no".
— ¿Tú también te correrás encima de mí? ¿Dónde me lo vas a tirar? — Preguntaba fingiendo curiosidad. — ¿Dónde quieres dejármelo, amor?
— Adentro...
— Entonces hazlo. Córrete dentro mío, Joel... Lléname, por favor...
Gustoso obedeció. Comenzó a moverse más rápido encima de él hasta que apretó sus ojos llevando su rostro al cuello de la joven, cubriéndose y oliendo vainillas mientras daba gritos y gritos graves y pesados de regocijo.
Quedaron esa posición unos minutos mientras intentaban recuperar el aliento, abrazándose. Él tenía su espalda apoyada en el respaldo de la cama, sentado. Ella, en cambio, seguía encima de su miembro, pero ahora le abrazaba incluso envolviéndolo con las piernas. Ninguno quería mover ni un músculo, porque estaban demasiado cómodos. Era agradable. Sin embargo, Izzie se salió un poco de encima para tirarse hacia atrás.
— ¿A dónde vas? — Preguntó en voz baja.
— A ningún lado. — Sonrió. — Solo quiero taparme.
Arrastró el edredón para cubrirse a ella y a él, dejando solo su espalda al descubierto. Volvió a acomodarse tal como estaba.
Cerraron ambos sus ojos. Joel le hacía pequeñas caricias en su espalda, recorriendo delicadamente cada marca que hacía su columna sobre esa piel ahora tibia. Recorría su cuello y sus brazos con caricias que le producían ligeras cosquillas. Ella reía en voz baja por eso, mientras le daba besos pequeños en su cuello y mejilla. Eran inocentes, dulces, realmente ingenuos. Tenía sinceras ganas de llenarle la cara de besos, y eso comenzó a hacer. Tomó distancia para llevar sus dos manos hacia ese cansado rostro, y comenzó a besarlo por la frente, las mejillas, la barbilla, la punta de la nariz, incluso los párpados.
— Quisiera... — Pensó un momento, mientras seguía dándole besos. — Quisiera que pudieses verte de la manera en que yo te veo, Joel.
Ahora se miraban atentos.
— ¿Y cómo me ves? — Preguntó mientras le acomodaba un mechón de cabello detrás de su oreja.
— Como lo que realmente eres. — Apoyó su frente con la de él. — Como un buen hombre.