Este era el momento en el que la vida de George iba a cambiar una vez más, pero para bien. Esa mañana él se había despertado con una idea en la mente. Se la pasó el resto de ese día pensando en esa idea, pero no fue hasta el día siguiente, cuando se despertó percatándose de que la idea seguía allí, que decidió que iba a hacerlo.
Estaba feliz, pues jamás había pensado que iba a suceder, jamás pensó que el pensamiento de hacerlo lo haría sentir feliz en vez de triste.
—Lo haré —dijo George, sentándose para desayunar.
Molly y Arthur se miraron entre sí, confundidos.
—¿Disculpa, cariño? —le preguntó Molly.
—Lo haré, volveré a abrir Sortilegios Weasley.
Su padre sonrió inmediatamente y, en cuanto a su madre, ella tapó su boca con su mano y lo miró con los ojos muy abiertos, los cuales se estaban cristalizando.
—¿Es en serio? —preguntó ella, acercándose más a la mesa—. No es una de esas bromas tuyas, ¿verdad?
George rio por lo bajo, negando con la cabeza.
—No, mamá, hace tiempo que he dejado de hacer bromas, pero pronto las volveré a hacer.
—Pero —dijo ella, antes de hacer una pequeña pausa—. Pero, George, ¿es algo de lo que estás seguro o tan solo algo que tienes pensado hacer?
—Es algo que tengo pensado hacer y que haré. Me desperté ayer con ese sentimiento de que debía volver, y como hoy no se ha ido, creo que es como una señal.
—Cuando estés listo de querer abrirla, dinos, ¿sí? —le dijo su padre.
—Estoy listo de querer abrirla, lo haré. Esta semana estaré preparando las cosas necesarias para ello. Me fijaré qué cosas siguen funcionando, qué cosas no, y veré si puedo sacar un producto nuevo para la reinauguración.
Sus padres lo vieron, muy contentos.
—Estamos muy orgullosos de ti, George —le dijo su padre, con la sonrisa más tierna que le hubiera dado alguna vez. Mientras sus ojos comenzaban a abrillantarse, a Molly le salieron lágrimas.
Su padre se quitó una que logró escaparse por su ojo derecho con su nudillo.
George se paró y los abrazó mientras todavía estaban sentados en sus sillas.
—Tenía pensado ir hoy, ¿les gustaría acompañarme?
—Sí —le respondió su madre—, por supuesto que nos gustaría, ¡nos encantaría, querido!
George besó la cabeza de su madre antes de volver a sentarse en su silla para terminar su desayuno. Viajaron al Callejón Diagon a través de los polvos flú. Caminaron juntos, mientras hablaban de lo soleado que se encontraba el día.
Al llegar a Sortilegios Weasley, Molly abrazó a Arthur. George entendió cómo se sentía ella, pues la primera vez que fue ahí hace mucho tiempo, él se sintió de la misma manera que ella.
—Todo estará bien, mamá —le dijo, poniendo una mano sobre su hombro—. Todo estará bien. Ahora, ¿entramos?
Sus padres asintieron con la cabeza. George abrió la puerta del local, el cual olía exactamente igual que la última vez que visitó el lugar.
—Hay mucho polvo —dijo Molly.
—Sí, yo me encargaré de darle una buena limpieza a este lugar. —George miró el techo—. Vengan, quiero mostrarles algo.
Entonces, comenzó a subir las escaleras para ir a su apartamento. Antes de abrir la puerta, respiró tan profundo como pudo. Cuando la abrió, invitó a sus padres a pasar.
—Hay algo que quiero mostrarles.
—¿Qué cosa? —preguntó su padre.
—Esto —George agarró la varita que le pertenecía a Fred, la cual se encontraba tirada en el suelo, y se las mostró.
Molly casi se desmayó al verla. Arthur la sostuvo, para que no se cayera.
—Arthur —dijo ella—, mi-mira, allí está...
Ella caminó hasta George, quien le dio la varita para que la sostuviera.
—Está aquí, estás aquí... —dijo Molly, poniéndola cerca de su pecho, cerrando los ojos, dejando que sus lágrimas cayeran y se deslizaran por sus mejillas.
—¿Qué pasó? —le preguntó George a su padre.
A lo cual, él respondió:
—Ella agarró su varita cuando él murió, pensó que se le había perdido.
—Yo la encontré aquí cuando vine la otra vez, me desmoroné al verla.
—Y me alegra mucho de que no hubiera sucedido esta vez, hijo. Eso es un gran avance de tu parte.
—Lo sé, y a mí también me alegra, papá.
—Fred estaría muy orgulloso de ti.
Esas palabras en verdad lo conmovieron. Su corazón ni siquiera supo cómo reaccionar, ¿debía alegrarse o sentirse triste por ello?
—Estaría orgulloso de todos —le dijo sonriéndole con una sonrisa melancólica, cuya mirada irradiaba felicidad.
—Pensé que la había perdido —dijo Molly, sollozando, acercándose a ellos todavía abrazando la varita.
—Pues no lo hiciste, mamá. ¿Saben? Si algún día tengo un hijo, le daré esa varita. Yo creo que la varita lo elegiría a él como su dueño.
Molly asintió varias veces con su cabeza.
—Sí, me gustaría eso, hijo. Para ello, hay que cuidar esta varita.
—Y lo haremos, mamá. Juro que lo haremos. —Hubo un silencio por parte de los tres—. ¿Mamá?
—¿Sí?
—Me gustaría hacerte una pregunta.
—Dime.
—Tú no donaste la ropa de Fred, ¿verdad?
Arthur comenzó a reír.
—Te dije que se daría cuenta —le dijo Arthur a Molly, quien lo regañó con la mirada.
—No, hijo, no la doné.
—Entonces, ¿dónde quedó su ropa?
—Está en una bolsa en mi cuarto, ¿por qué?
—Lo sabía. Es que tú accidentalmente agarraste mi traje en vez del de Fred, y pues lo necesito para poder trabajar aquí, sabes.
—Entendido. Dejaré que revises la bolsa para encontrarlo.
George les explicó los cambios que le haría a la tienda, preguntándole a sus padres sus opiniones al respecto.
Antes de irse, George le dio una última mirada al lugar al que pronto volvería a llamar hogar.
Los tres Weasley regresaron a la Madriguera. George fue, junto con Molly, al cuarto de sus padres, en donde estaba la bolsa.
—Es esa de allí —dijo su madre, apuntando a una que tenía color rojo—. ¿Quisieras que te ayude?
—No, mamá, estoy bien. Gracias.
—Está bien, yo iré abajo. Cualquier cosa, si no lo encuentras, dime.
—Perfecto.
Cuando su madre se fue, George abrió la bolsa y comenzó a hurgar. Habían varias prendas allí, y todas olían a Fred.
Entonces, llegó a unas prendas que quizás no debió haber visto.
Era la ropa que traía Fred consigo el día en que murió.
George había tirado la ropa que él llevaba consigo el día de la guerra, por lo que no esperó que estuviera allí la de Fred.
George acercó el saco a su cara y lo olió.
Olía exactamente a él.
Las personas lo abrazaban a George porque era lo más cercano a un abrazo de Fred. Pero para George, lo más cercano era abrazar la ropa que Fred traía el día de su muerte.
Lo extrañaba. Merlín, sí que lo hacía. ¿El dolor iba a terminar alguna vez?
George supo que no estaba solo llorando, pues no solo le salían lágrimas, sino que también le temblaban las manos. Su corazón dolía como jamás lo había hecho y latía tan rápido como el galope de un caballo. Sentía que se estaba quedando sin aire. Todos los sentimientos malos y tristes se estaban acumulando dentro suyo, lo que significaba que George estaba a punto de explotar. Ya no podía más con ellos, o eso era lo que sentía George en ese momento.
Entonces gritó con todas sus fuerzas, sintiendo un alivio que sabía que no duraría mucho tiempo. Él se acostó sobre la bolsa. No podía dejar de llorar.
Sus padres corrieron de inmediato hacia el cuarto.
—¿¡QUÉ PASÓ!? —gritó Molly, arrodillándose para agarrarlo a George entre sus brazos—. ¿George?
—No sé qué me pasa —dijo él, mostrándole sus manos, las cuales comenzaban a temblar otra vez.
Ella lo miró con mucha tristeza.
George había pasado por mucho. Él había pasado por cosas que chicos de su edad no deberían pasar.
—Tranquilo —dijo ella en voz baja, un poco más aguda de lo normal—. Mamá está aquí, querido mío, mamá está aquí.
Ella comenzó a acariciar su cabello con sus dedos. Le dio besitos por toda su frente.
Su padre se sentó al lado de él y le agarró sus manos.
—Todo está bien, hijo.
—No avancé —le dijo George, sintiendo que lo había decepcionado.
—Avanzaste, George. Antes no salías de tu cuarto, no hablabas, y mucho menos querías hablar sobre Fred. Todo esto es parte del proceso de sanar. ¿Sí?
—Fred no estaría orgulloso de mí si me viera así.
Su padre negó con la cabeza, acariciando las manos con sus pulgares.
—Fred estaría muy orgulloso de ti, George. Si viera el esfuerzo que haces para poder lidiar con su muerte, él se sentiría muy orgulloso. ¿Sí?
George, con el tiempo, se fue calmando. Se quedó dormido en los brazos de su madre, quien, a pesar del dolor de espalda, se rehusaba a moverse para no despertarlo.
Al día siguiente, George comenzó a idear un nuevo artefacto para Sortilegios Weasley. Se trataba de una goma de mascar que dejaba aliento a cebolla en las personas.
Paseó solo, por Diagon Alley, en búsqueda de los ingredientes que necesitaba para poder crear lo que había llamado "Apestaliento".
Al volver a su casa con todo lo necesario para crearlo, agarró un caldero que se encontraba en la cocina y se puso a trabajar.
Falló unas cuantas veces para poder lograrlo. No fue hasta el intento número veinte que creyó que lo había logrado.
Él bajó hasta la cocina para buscar a un conejillo de indias, cuyo nombre era Ronald Weasley.
—¿A qué huele mi aliento? —preguntó George, antes de abrir la boca y dejar salir aire caliente por ella.
Ron dio un paso atrás y tapó su nariz.
—A cebolla.
George rio histéricamente.
—Gracias por colaborar con mi nuevo producto, el cinco por ciento de las ganancias irán para ti.
—¿Volverás a Sortilegios Weasley?
—Sí, y con un nuevo producto.
—Genial, aunque no aprecio que hayas hecho ese experimento conmigo. Pero acepto tener el cinco por ciento de las ganancias.
—¿Cinco por ciento? Yo dije dos coma cincuenta por ciento.
—No, dijiste que me ibas a dar el cinco por ciento de las ganancias.
—Pero si yo no te dije que te iba a dar ningún porcentaje de las ganancias. —George intentó contener su risa al ver la cara de enojo de Ron—. Bromeo. Cinco por ciento será. —Extendió su mano, como para hacer un trato.
Ron, con una sonrisa, la extendió.
Entonces, George sintió cómo la mano de Ron estaba pegajosa. Él separó su mano y se la vio, tenía mermelada de calabaza en ella.
—Oh, vamos —dijo Ron—, es una pequeña broma. No te enojes.
Entonces pasó esa misma mano por la mejilla de George, dejándola pegajosa también.
Antes de que Ron escapara, George la manó que Ron le había estrechado y la pasó por su cabello.
Ron se dio la vuelta.
—Oh, vamos, no te enojes —le dijo George, riendo—. Tómalo... Tómalo como una excusa para bañarte.
Esa misma tarde, George fue a la casa del señor Pipps para darle la noticia de que iba a volver a Sortilegios Weasley. Tocó la puerta, esperó.
Tocó la puerta, esperó otra vez.
Pero su paciencia se estaba agotando.
—Disculpa —dijo una mujer detrás suyo.
George se dio la vuelta.
—¿Sí?
—Esta es mi casa.
—Oh, debí haberme confundido —dijo George, rascándose la cabeza, viendo el número de la casa. Estaba seguro de que vivía allí.
—¿A quién buscabas?
—A Borert Pipps.
La mujer apretó sus labios.
—Él era mi abuelo. Lamento decirte que él murió.
—Oh...
—¿Puede ser que seas George Weasley?
—Así es.
Ella entró en la casa y salió con un papel.
—Él dejó un local que viene con un apartamento incluido en el Callejón Diagon a tu nombre. Eres el dueño, George.
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𝐍𝐨𝐭𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐚𝐮𝐭𝐨𝐫𝐚:
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