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By Mrs_LetoMilicevic

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Onsra, en el lenguaje Boro de la India, se dice sobre esa sensaciรณn agridulce de amar por รบltima vez. En otra... More

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By Mrs_LetoMilicevic

—Chicos —entro en el aula y dejo la cartera sobre la mesa—. Tengo malas noticias.

—¿Qué pasa? —pregunta una de las chicas de la primera fila.

—No vamos a poder ir a la excursión —comienzo a recibir quejas por parte de toda la clase—. ¡Eh! —grito—. ¡Chicos, por favor!

Los alumnos siguen revolucionados y tengo que silbar para llamar su atención. Algunos me miran impresionados por el hecho de haber hecho eso. Poco a poco se van callando. Me apoyo en el borde del escritorio y los miro.

—¿Me dejáis hablar? —pido. Algunos asienten—. Vale, gracias. No se puede hacer la excursión porque ha habido un problema con el hotel y con tan poco tiempo no podemos buscar otro. Por lo que hemos tenido que cancelarla.

—¿Y no se puede buscar otro? —pregunta un chico de las filas de en medio.

—No —niego—. Hemos estado mirando posibilidades, pero no hemos encontrado nada que se ajustase al presupuesto que teníamos y si lo encontrábamos, no aceptaban a un grupo tan numeroso o estaban completos, así que me temo que se ha cancelado. Lo siento.

Los alumnos comienzan a quejarse, otros intentan darme soluciones, pero les digo que no puede ser. Tras quince minutos discutiendo, doy por zanjado el tema y comienzo con la clase. Al cabo de una hora, los chicos salen apresurados y me quedo recogiendo las cosas. De repente, escucho que alguien se levanta de uno de los asientos traseros.

—Es una pena lo de la excursión —escucho su voz en el aula.

Termino de ordenar los apuntes y me doy la vuelta. Fernando se encuentra con una gorra sentado en una de las sillas de en medio de la clase.

—¿Qué haces aquí? —pregunto.

—Asistir a una clase de introducción a la historia del arte, creo —habla con una sonrisa.

—¿Has estado aquí toda la clase?

—Hm, sí —asiente.

—Lo sorprendente es que nadie te haya visto.

—Ya, yo también me he sorprendido —se encoge de hombros—. Ha estado interesante eso sobre los griegos.

—¿Qué es lo que quieres, Fernando? —cojo la carpeta junto con los apuntes y lo miro.

—Quería hablar contigo.

—Podrías haberme llamado —miro hacia la puerta, pues creo que tienen clase en esta aula ahora mismo.

—Lo que tengo que decirte no lo podía decir por teléfono.

El piloto me mira serio y entonces sé que es importante.

—¿Te has hecho un viaje a Madrid solo para hablar conmigo?

—Sí.

Suelto un suspiro y miro al asturiano. Escucho voces en el exterior y él se incorpora.

—Vamos a mi departamento, podremos hablar mejor.

—Te sigo

Fernando se pone las gafas de sol y una mascarilla quirúrgica. Salimos del aula y por suerte, el piloto pasa desapercibido, aunque algunos lo miran.

Una vez en la facultad, entramos en el departamento y cierro la puerta con el pestillo. Dejo las cosas sobre el escritorio y cuando me giro para mirar a Fernando veo que se está quitando las gafas y la mascarilla.

—¿Quieres un café?

—Solo si tú también vas a hacerte uno.

Asiento con la cabeza y voy hacia la cafetera. Lo preparo y lo sirvo en unas tazas que tengo en el departamento. Las dejo sobre la mesa y me siento al otro lado. El piloto se quita la gorra y se pasa una mano por el pelo echándolo hacia atrás. Me doy cuenta de que lo tiene un poco más largo. Tiene algo de barba, lo cual le da un toque atractivo.

—Gracias —se sienta frente a mí y coge la taza.

—¿Dónde corréis ahora?

—En el circuito de Cataluña, por eso estoy aquí en España.

—¿Qué tal en Portimao?

—Bueno, quedé octavo, no me puedo quejar —se encoge de hombros—. Aunque podría haber hecho una mejor carrera, creo que es cosa del coche.

—Una octava posición no está mal —comento.

Fernando me mira y una pequeña sonrisa comienza a aparecer en su rostro. Se atusa un poco la barba.

—Has dicho lo mismo que Layla.

—¿Quién es Layla?

—La novia de Carlos, el otro piloto español.

—¡Ah! —exclamo—. El guapo.

Fernando suelta una carcajada y niega con la cabeza.

—Otra que ha caído en los encantos de Sainz —hace una mueca.

—Bueno, el chico es guapo —me encojo de hombros.

—Me voy a poner celoso.

—Deberías —me llevo la taza a los labios y veo como el piloto me mira con una sonrisa—. ¿Qué pasa?

—Nada —bebe el café de su taza—. Solo estaba pensando que en esto no has cambiado.

—Bueno, sigo siendo la misma persona, ¿no?

—Sí, pero ya no eres la Adelina de antes.

—Si fuese la Adelina de antes es que no he hecho las cosas bien —agarro la taza con ambas manos y miro el interior.

Escucho a Fernando soltar un suspiro. Alzo la mirada y veo como deja su taza sobre la mesa. Comienza a mover la pierna. Está nervioso.

—Ese es uno de los motivos por los que he venido, Adelina —habla.

¿Otra vez quiere hablar sobre el pasado? Creí que ya habíamos dejado en claro que todo estaba bien.

—Fernando...todo está bien, de verdad.

—No, no lo está —niega—. Y tú lo sabes tan bien como yo —me mira serio.

Lo miro fijamente y asiento con la cabeza. Tiene razón, los dos sabemos que, aunque digamos que todo está bien en realidad no lo está.

—¿Y qué es lo que quieres?

Veo como se limpia las manos en los pantalones. Sus ojos de color avellana me miran.

—Quería decirte la verdad.

—¿Sobre qué?

—Sobre por qué desaparecí sin dar explicaciones.

Noto como el corazón se me acelera, me late tan rápido que siento que en cualquier momento se me va a salir del pecho. Dejo la taza con cuidado sobre la mesa y me coloco mejor en la silla.

—Te escucho.

El piloto me mira serio, se muerde el labio inferior y suelta un suspiro.

—No sé por donde empezar —confiesa.

—Por el principio —él me mira un tanto impresionado, pues he utilizado un tono de voz un tanto serio—. ¿Por qué? —pregunto—. ¿Por qué desapareciste de un día a otro? Recuerdo lo emocionado que me llamaste cuando te dieron tu contrato con esa escudería y cuando corriste por primera vez en un Gran Premio. Después de eso, nada. Por más que te llamaba no lo cogías.

—Lo sé.

—¿Por qué?

—No lo sé —me mira—. En algunas ocasiones, cuando me llamabas, estaba ocupado y no podía responderte. Cuando quería llamarte de vuelta, me venían a buscar, por lo que no tenía casi tiempo. Pero cuando lo tenía, no sé por qué no se me ocurría llamarte.

Sus palabras me sientan como un balde de agua fría. Fernando está admitiendo que tenía oportunidades para llamarme y no lo hacía.

—Entiendo...

—No, no lo entiendes porque yo tampoco entiendo por qué lo hacía —en sus ojos veo sinceridad—. Quizás era porque tenía veintipocos años y estaba siendo reconocido. Quizás mi yo más pequeño deseaba disfrutar de la nueva vida.

—Y dejar la antigua atrás —finalizo por él.

—Quizás —asiente con la cabeza—. Quizás no —se rasca la barba—. Quizás solo quería expandir su circulo de amigos y sin darse cuenta dejó de lado las viejas amistades. Sea lo que fuere, es culpa mía, Adelina —me mira triste—. Tuve miles de oportunidades de llamarte y no lo hice, al principio por falta de tiempo y después, porque me daba vergüenza.

—¿Vergüenza? —noto como mi voz se corta.

Miro a Fernando y veo como el piloto se rompe más. No me había dado cuenta de que estaba llorando. Las palabras del asturiano me han calado más de lo que pensé. Estuve esperando una explicación durante meses, durante años, y nunca pensé que llegaría.

—Sí —agacha la cabeza—. Me sentía avergonzado por lo que había hecho y pensaba que si te llamaba no me lo ibas a querer coger porque ibas a estar molesta, y lo entiendo hoy en día, al igual que lo entendía en su momento —su voz se rompe un poco—. Así como entenderé si te molestas conmigo ahora.

Elimino las lágrimas de mis mejillas y cojo aire.

—Fernando...—cojo aire entrecortadamente—. Estuve esperando explicaciones durante meses, unas explicaciones que nunca llegaron. Me enteraba de ti por nuestros padres y la televisión.

—Lo siento —alza la cabeza y me mira—. Fui un imbécil. Me sentía avergonzado y por eso no era capaz de llamarte. El tiempo fue pasando y cuando me ocurrían cosas buenas pensaba en llamarte, pero lo que hice rondaba en mi cabeza cada vez que cogía el móvil. Mi cabeza me decía que no ibas a querer saber nada de mí después de todo.

—Pues no —admito—. Pero como bien dijiste no es solo culpa tuya.

—En gran parte sí —me mira—. Fui yo el que empezó todo.

—Sí —asiento—. Pero yo tampoco te busqué —hablo—. Me dolía lo que habías hecho y aunque quería explicaciones, podría haberte llamado en alguna ocasión para pedírtelas. Al principio seguimos hablando hasta que eso acabó. Al principio aceptaba el hecho que era porque estabas ocupado y que ya no tenías tiempo para tus viejos amigos, y es algo que he estado pensando durante años.

—El Fernando de entonces hizo eso, pero el de ahora se arrepiente muchísimo.

Fernando me mira fijamente y veo como sus ojos están cristalizados por las lágrimas. Verlo llorar hace que mi corazón se rompa. Nunca pensé que vería al piloto llorar. Siempre fue una persona fuerte y, a pesar de que lo he visto triste, verlo así de débil delante de mí me rompe el corazón.

—Créeme, Lina —me mira—. Lo siento muchísimo. No hay día en el que no me perdone lo que hice y la forma en lo que lo hice.

Me levanto de la silla, rodeo el escritorio y me acerco al piloto. Lo abrazo y el asturiano apoya su cabeza en mi pecho. Dejo que llore y yo hago lo mismo. Han sido demasiados años odiándole por algo que su yo de joven hizo. Han sido diecisiete años sin recibir explicaciones y ahora que las tengo y que lo he visto tan roto delante de mí, no puedo dejar que se vaya de nuevo de mi vida.

Hizo las cosas mal, bueno, ambos las hicimos, pero el hecho de que nos hayamos reencontrado después de tanto tiempo significa algo. Fernando se ha arriesgado a venir aquí a darme unas explicaciones que creía que ya no iba a tener. Se ha roto delante de mí y eso dice mucho de él. No puedo seguir odiándolo, entiendo sus acciones de entonces y aunque mi yo del pasado no las habría dejado pasar, mi yo de ahora sí que lo puede perdonar.

—Lo siento mucho, de verdad —se separa de mí y me mira triste—. Llevo años queriendo decirte esto y siento que llegue tan tarde.

Agarro su rostro entre mis manos y lo miro a los ojos.

—Está bien, Fernando —hablo—. Te perdono.

—¿De verdad?

—Sí.

Una pequeña sonrisa se forma en el rostro del piloto. Me abraza de nuevo y le acaricio el pelo. Las lágrimas resbalan por mis mejillas. Ahora mismo me siento dividida: me siento feliz porque por fin sé la verdad de lo que ocurrió. Pero también me siento triste por saber que, a pesar de que tuvo oportunidades para llamarme, no lo hizo.

—Quiero conocer a la Adelina de hoy en día —habla Fernando una vez que nos hemos separado y he vuelto a sentarme—. Quiero conocer a mi amiga. Quiero tenerla de vuelta.

—Fernando no sé si eso pueda ser posible.

—¿Por qué?

—Tú tienes tu vida. Te pasas gran parte del año viajando por trabajo y yo...

—No me apartes, Lina —habla—. No quiero no volver a saber de ti, no después de haberte encontrado después de tanto tiempo.

Suelto un suspiro y miro al piloto. ¿Por qué no pasó esto hace diecisiete años?

—Fernando...

El piloto se levanta de su asiento y viene hacia mí. Pone ambas manos a los lados de mi silla y me mira fijamente. Siento como mi corazón se acelera de nuevo. Abro la boca para decir algo pero en ese momento, el piloto me besa.

Esto me toma por sorpresa. Mi corazón late con fuerza y por algún extraño motivo le sigo el beso. El piloto pone sus manos agarrando mi rostro profundizando un poco más.

De repente, el rostro de Oriol aparece en mi mente, por lo que pongo mis manos en el pecho del asturiano y lo aparto. Él me mira confundido.

—Adelina yo...

—Vete, por favor —le pido.

—Lina...

—Fernando, vete.

El piloto me mira unos segundos, suelta un suspiro y asiente con la cabeza. Se vuelve a poner la gorra junto con las gafas y la mascarilla. Tras quitar el pestillo de la puerta sale del departamento dejándome sola.

Me tapo la cara con las manos. Joder. Esto no debería haber ocurrido. El beso no debería haber ocurrido en ningún momento, debería haberlo parado en cuanto se ha acercado a mí. ¿Cómo le explico yo esto a Oriol ahora? Una cosa es un accidente despidiéndonos, pero otra cosa es que me haya besado de verdad y, lo peor de todo, que me haya gustado.

¨◊¨

Oriol me espera a la salida de la facultad. Al verme, una sonrisa se forma en su rostro y viene hacia mí.

—Hola, cariño —saluda.

—Hola.

Me da un beso en los labios y acaricia mis brazos mientras me mira con adoración. Siento una presión en el pecho. Orio me ama y yo a él, y esta vez no voy a ser capaz de decirle lo ocurrido. Una cosa es por accidente y otra cosa es esto. No puedo decirle que Fernando me ha besado y mucho menos que me ha gustado.

—¿Qué tal el día? —pregunta.

—Bien —le dedico una pequeña sonrisa—. Hemos cancelado el viaje que iba a hacer con los de primero.

—¿Y eso?

—Un problema con el hotel y a pesar de que hemos buscado soluciones, no hemos encontrado ningún otro que aceptase a un grupo tan numeroso y los que sí lo aceptaban ya no tenían tantas habitaciones disponibles.

—Qué putada.

—Ya.

—Por cierto —me agarra de la mano y lo miro—. Me han invitado a una gala hoy.

—¿A una gala?

—Sí.

—¿De qué es?

—Es una gala contra la leucemia, la celebran en el Meliá de Princesa. El hospital se hace cargo de todos los gastos e incluso nos dan alojamiento.

—Entonces habrá que ponerse de gala —comento.

—¿Me harías el honor de acompañarme?

Miro a Oriol y veo una mirada suplicante en su rostro al igual que una pequeña sonrisa.

—¿El hecho de acompañarte a galas no viene en el contrato de ser tu prometida? —bromeo.

—Sí —asiente con la cabeza—. Pero siempre puedes negarte a no ir, ya sea porque no tienes ganas o no quieres pasarte la noche rodeada de médicos. Puedo ir yo solo si no te apetece.

—No, no —niego—. Voy contigo. Es mi deber como tu novia el apoyarte en las galas, además, tendré que presumir de prometido con un gran puesto, ¿no?

Oriol se ríe y me da un beso en el pelo. Entramos en el coche y pone rumbo a casa. Al llegar, preparamos la comida y después él se va a dormir un rato pues nos espera una noche movidita. Me voy al despacho para poder seguir corrigiendo algunos trabajos de los alumnos de primer año. Me paso una hora y media corrigiendo trabajos y enviando las notas de aquellos que ya tengo e intento buscar alguna otra solución para que la excursión se pueda llevar a cabo, pero no encuentro nada. 

Escucho a Oriol moverse por el apartamento, entra en la habitación mientras se restriega un ojo. Se acerca a mí y me da un beso en los labios. Le dedico una sonrisa pero siento una opresión en el pecho, no puedo dejar de pensar en el beso con Fernando.

—Hola, preciosa —me dedica una sonrisa aun mas amplia.

—Hola, guapo.

—¿Has estado corrigiendo un poco? —me abraza por la espalda y me da un beso en la mejilla.

—Sí —asiento—. No son muy buenos los trabajos, la verdad.

—Bueno, no seas muy exigente, cariño —me mira—. Son de primer año, aun no saben como funciona la Universidad. Acuérdate cuando empezaste.

—Lo sé —asiento—. Pero ya llevan casi un año en la facultad, deberían saber como funciona esto.

—Por más tiempo que pase, hasta que no maduren emocionalmente y mentalmente, no van a saber como funciona todo de verdad, a nosotros nos pasó lo mismo. No seas muy dura.

—No lo soy —me echo hacia atrás en la silla y lo miro a los ojos—. De hecho algunos me han llegado a decir que soy una de las mejores profesoras que han tenido este año.

—Eso dice mucho, cariño.

Oriol me da un beso en la mejilla y después aprieta la suya contra la mía. Se separa y va hacia la puerta.

—Voy a hacer café y a preparar algo para merendar, ¿vienes?

—Sí.

Termino lo que estoy haciendo y voy hacia la cocina. Oriol se encuentra haciendo el café y veo que ha sacado los pastelitos que sobraron de ayer. Lo ayudo y después nos sentamos a comer. Después comienzo a prepararme, pues a las ocho y media comienza el acto y debemos estar puntuales.

Me doy una ducha en el otro baño y me seco el pelo. Mientras tengo los rulos puestos, abro el armario para ver qué vestido me pongo.

—¿Buscando el vestido? —escucho a Oriol entrar en la habitación.

—Sí —asiento—. No sé que ponerme.

—¿Puedo opinar?

—Claro.

Mi prometido se acerca al armario, mira unos segundos la ropa y después saca un vestido rojo, largo de raso con el pecho en forma de corset, una amplia falda con vuelo. Es muy favorecedor y sexy a la vez gracias a las copas en la parte delantera y la abertura en la pierna junto la espalda entrecruzada.

—Este —sostiene la percha.

—¿No es demasiado para algo así?

—No —niega—. Es perfecto. Quiero que destaques a mi lado.

Oriol me da un beso en la mejilla y noto como mi corazón se acelera pero mi mente vuelve a lo ocurrido en el departamento de la facultad.

Me separo de él y voy a terminar a arreglarme al baño. Me quito los rulos y me peino, me recojo el pelo en un alegante moño bajo y comienzo a maquillarme. Como el vestido es lo que más va a destacar, uso algo no muy vistoso a excepción de los labios. Al terminar, me echo las cremas y el perfume para después salir y terminar de prepararme.

Una vez con el vestido puesto y las sandalias de tacón, Oriol aparece en la habitación terminando de abrocharse los puños de la camisa.

—Dios mío —se lleva una mano al pecho y me mira—. Estás preciosa.

—Muchas gracias —le dedico una sonrisa—. Tú estás guapísimo —me acerco a él y le coloco el cuello de la camisa para después darle un pequeño beso en los labios.

—¿Crees que hago bien yendo de azul? —se mira los pantalones.

—El azul queda muy bien con tus ojos azules, cariño —pongo mis manos en su pecho—. Los hace resaltar más.

—¿Segura?

—Sí —asiento—. Además, es un color que te queda muy bien.

—Entonces de azul.

Me dedica una sonrisa y me da otro pequeño beso en los labios.

Ambos terminamos de prepararnos y después salimos de la habitación. Oriol se pone la chaqueta, coge su cartera y las llaves de casa junto con las del coche. Termino de meter lo necesario en el bolso de mano y salimos del apartamento. Una vez en la calle, nos montamos en el coche y conduce hasta la calle Princesa. Al llegar aparcamos cerca del hotel, nos bajamos y caminamos hacia la puerta. Una vez dentro, Oriol da nuestros nombres y le dan unas tarjetas para después indicarnos que debemos ir a la sala Sabatini. Nos guían algunos empleados y al entrar, nos encontramos con compañeros de Oriol.

—Oriol Capdevila —un hombre mayor se acerca a nosotros—. Es un honor verte.

—Hola, Hugo —mi prometido le estrecha la mano.

—¿Quién es esta preciosa joven? —me dedica una sonrisa.

—Te presento a Adelina, mi prometida —Oriol pone su mano en mi espalda baja y me mira con una amplia sonrisa.

—Encantada de conocerle —le estrecho la mano.

—El placer es mío —el hombre me dedica una sonrisa.

Ellos charlan un poco y poco a poco vamos avanzando entre los compañeros. Algunos de ellos lo saludan y se paran a charlar un poco con él, otros solo le hacen un gesto con la cabeza.

—Lo siento —se disculpa Oriol cuando hemos conseguido apartarnos un poco.

—No pasa nada —niego—. Es tu trabajo y son tus compañeros.

Oriol me da un pequeño beso en los labios. Nos unimos de nuevo con la gente, algunos camareros pasan con bandejas donde portan copas de vino y canapés, nos ofrecen varias. Hablamos con algunos médicos de otras partes de España hasta que las luces se apagan. Un foco apunta hacia un escenario improvisado y todos miramos hacia este. Un hombre gordo y bastante mayor se sube, coge el micrófono y comienza a habar.

—Bienvenidos a la vigésima gala sobre la leucemia infantil —habla—. Quería dar las gracias a todos los asistentes por haber venido. Los sobres que se os han dado serán recogidos al final de la noche con la cantidad de dinero que donen para la causa.

Todos aplaudimos y Oriol me pasa el sobre para que lo guarde en el bolso.

—Desde el colegio de médicos de Madrid queremos dar las gracias al hotel por habernos dejado las instalaciones —todos los presentes volvemos a aplaudir—. Para los que venís desde lejos, deciros que disponéis de una habitación en el hotel, con todos los gastos pagados, así como el desayuno de mañana. Para los que vivís aquí, también disponéis de una habitación si lo necesitáis esta noche.

El hombre comienza a hablar sobre casos clínicos y sobre la importancia de esta gala. Desconecto un poco, pues es todo politiqueo para queda bien ante los pocos medios que se encuentran ahora mismo cubriendo esta gala. Miro a mi alrededor, la estancia, al igual que el hotel, es lujosa pero un poco escasa de decoración, aunque tratándose de una habitación destinada a congresos, la minimalidad es lo que prima.

Los aplausos de los presentes me sacan de mi ensimismamiento, comienzo a aplaudir y después bebo de mi copa de vino.

—Ahora, quiero que, por favor, suba nuestro invitado especial —anuncia el hombre—. No es algo que solamos hacer, pero es uno de los mayores benefactores contra la campaña de leucemia. Por favor, un aplauso a Fernando Alonso Díaz.

En el momento que el hombre termina de decir esas palabras siento como la copa que tenía en la mano resbala y después como se estrella contra el suelo.

















𝐍𝐨𝐭𝐚: Os dejo a continuación una foto del vestido que lleva Adelina y una foto de como va Oriol, más que nada para que os hagáis una idea. 

𝐕𝐞𝐬𝐭𝐢𝐝𝐨 𝐀𝐝𝐞𝐥𝐢𝐧𝐚


𝐎𝐫𝐢𝐨𝐥

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