𝙒𝙖𝙧𝙣𝙞𝙣𝙜𝙨!
(✿) Línea de Takemichi admin de ToMan. (No sé si realmente cuenta como tal).
(✿) Mención de suicidio, asesinatos, organizaciones criminales, entre otros temas un tanto sensibles.
(✿) Número de palabras: 2571.
«Así que no estés triste cuando me haya ido, sólo espero que sepas una cosa: Te amé demasiado»
—The Loneliest, Måneskin (1:01 - 1:13)
Tokyo Manji Gang.
Ese es el nombre de una de las organizaciones más peligrosas de Japón. Asesinos a sangre fría.
Pero... ¿Crees que la mafia es cómo la cuentan? No, no lo es del todo. Tan sólo son almas que se perdieron en el camino, aquellos que buscan su lugar en el mundo y sus motivos para vivir.
Ellos quienes conocen sus historias y razones de las manchas de sangre en sus manos apenas visibles para otros, tan sólo ellos, que conocen el abrumador sentimiento de estar perdidos entre la desolación.
Diez años, largos y tortuosos desde la dolorosa despedida de dos almas perdidas y tan sólo ocho de que había dejado su puesto de ejecutivo.
Ahí está él, con sólo la luz de la luna iluminándolo, miraba al calmado mar de Yokohama desde aquel balcón.
En su mano se consumía lentamente un cigarro de la marca que ese hombre alguna vez fumó. No había llegado a darle ni una triste calada.
Sus ojos azules se enfocaron en las vendas que decoraban sus muñecas, esas que cubrían mil heridas y mil historias. Y a pesar de estar solo, una frase murió en sus labios, como un tenue suspiro susurrado a un amante en absoluta soledad.
"No quiero olvidar..."
Ese último encuentro, el lugar, las bebidas, no quería despedirse de cada detalle por más mínimo que fuese. Quería llevarlo consigo hasta su muerte, aunque la mitad del recuerdo fuera amor y la otra arrepentimiento.
Repitió todo de nuevo, imaginando otra vez la sensación de calidez.
Tenía unos veintisiete años en ese entonces y muchos más lujos de los que su yo de secundaria pudo haber imaginado. Ya no era un simple delincuente juvenil, era parte de una poderosa organización criminal y por si fuera poco, uno de sus administradores... Eso no le bastaba.
Su vida perdió todo el rumbo, a pesar de sentir que estaba en la cima, únicamente se trataba de romper el aire para poder sentir la caída o cualquier cosa; realmente no importaba.
—Tienes una misión nueva —. Mencionó el segundo al mando con absoluta seriedad. Takemichi realmente lo odiaba por asignarle todas aquellas tareas de las que él no se quería encargar, pero no podía hacer nada al respecto aun siendo un administrador.
—¿Qué será esta vez? —Preguntó Hanagaki hastiado por la situación.
—Saldar cuentas con unos desertores en Yokohama —Dijo Kisaki dándole un trago al excéntrico licor que bebía —. Pero no estarás sólo, tu acompañante será el líder, Mikey.
Ese apodo... Había pasado tiempo desde que lo escuchó y aún más tiempo desde que vio al hombre poseedor del mismo.
Hace doce años atrás fue la última vez que lo vio, después del incidente contra Valhalla. Dolió, por supuesto que le fue doloroso ver a Manjiro tan apagado y aún más le queman las cosas pendientes entre ambos que nunca pudieron resolverse.
—De preferencia vete ahora. —Su superior interfirió entre sus vagos pensamientos.
—De acuerdo.
Así partió. Yokohama, un puerto, uno que en sus rincones más profundos oculta lugares de encuentros furtivos.
El punto seleccionado por Manjiro fue un bar, uno de nombre Bluebeard: Moby-Dick.
«Vaya nombre». Pensó el menor una vez llegó a la entrada.
Ahí lo estaba esperando, finalmente, después de tanto tiempo sucedió... El tan anhelado reencuentro se dio cuando la oscuridad de la noche tuvo un tono más azul.
Hanagaki no podía decir mucho en ese momento. Por fin lo tenía enfrente y era tan precioso, encantador y, sobre todo; nostálgico, pero había cambiado demasiado para llegar a ser un ejecutivo de ToMan que ya ni siquiera se permitía llorar.
Tan cerca y tan lejos que sólo le quedó aferrarse a las palabras ya desgastadas.
—Hola, comandante. —Saludó informalmente, el contrario sólo se dedicó a corresponder.
El cielo nocturno hacía un mosaico con estrellas que brillan con su propia luminosidad, y una luna llena que servía como un faro que guía dos barcos perdidos que casi naufragaron.
—¿Pasamos, Takemitchy?
Su semblante serio resaltó bajo la luz de los faros, totalmente diferente. Los años transcurrieron, sí, pero al parecer nunca olvidó aquel mote infantil.
—Sí.
Así empezaron los miles de planes. Las presas eran un grupo de apenas cientos de personas, todas ellas desertoras por no poder dejar de lado su humano corazón; lideradas por Shion Madarame, una parte importante en la historia de la Tokyo Manji.
Esa historia... Un cuento donde muchas cosas quedaron inconclusas, un mundo en el que las memorias se convierten en ilusiones y nada es lo que solía ser.
—Takemitchy, Take, ¡Takemitchy! —. Repitió Sano varias veces —Parece que siempre estás en tu mundo, aun ahora...
—¿Aun ahora? —Preguntó confundido —. Tú eres el que siempre ha sido un misterio.
Sus miradas se cruzaron efímeramente. Sólo eran ellos dos en ese momento.
Los días pasaron más rápido de lo que a ambos les gustaría. Vagando entre los puertos encontrando a sus objetivos para asesinarlos sin piedad muchas cosas se revelaron.
Aquellos orbes ónix de Manjiro por fin se liberaron de la carga que llevaban desde hace años.
—En algún momento me perdí, esto no es lo que quería, pero al final he olvidado lo que es ser feliz —. Dijo el rubio al borde del llanto.
—Sí, sabemos que ya no es lo que solía ser, pero en este mundo cruel no podemos pedir piedad y mucho menos darla. A veces quisiera regresar en el tiempo y volver a los días felices junto con todos los demás.
Una organización tan buscada no puede ser igual que aquella conformada por los sueños ciegos de unos cuantos estudiantes de secundaria que seguían a su infantil líder como si fuera la única persona existente en su mundo. Quizás lo era, la única persona para los miembros de la aclamada Tokyo Manji Gang.
—Takemitchy —. Llamó con su voz cubierta de melancolía —. Prométeme que en cuanto esto termine dejarás la ToMan.
Tomó sus manos, aquellas cubiertas de vendas de todas las misiones desempeñadas. Recuerdos de cuán negruzca se había vuelto su alma.
—Tus heridas pueden ser enterradas. Aun tienes esa luz, la misma que cuando éramos jóvenes, todavía puedes encontrar la redención en vida.
—Yo... — Takemichi lo dudó un poco —. Está bien, lo prometo.
La noche final...
Finalmente había llegado la hora de asesinar al líder de la revuelta, tras haber dado con su paradero.
Encerrado en un almacén abandonado, siendo golpeado sin piedad alguna.
—Shion, descuidaste tu puesto como miembro de ToMan y desertaste al no poder realizar ni una simple tarea como se te ordenó —. Sentenció Manjiro con dureza —. El problema no es tu huida, sino, que olvidaste lo que significa estar en esto.
—¿Cómo te atreves a decir eso? Tú mismo olvidaste los ideales de la Tokyo Manji que creaste y simplemente huiste.
Palabras desafiantes que no hacen más que encender la llama carmesí de la ira violenta que guardan entre poca cordura las personas presentes en el lugar.
Antes de que cualquier cosa pudiera salirse de control, el azabache interfirió.
—Últimas palabras —. Mencionó ahora Takemichi.
—Todos estamos hechos de la misma madera, al final por eso estamos aquí.
Hechos de pedazos de personas rotas, muertes y caos. Así de baja es la vida de los delincuentes, el vago mundo de las mafias y negocios clandestinos.
El final de una vida llegó con el clásico método de tortura impuesto por Kisaki. Tres impactos de bala y luego romper la mandíbula contra una acera, era francamente desagradable.
—Shion Madarame, líder de la novena generación de los Black Dragons, que se unió a la ToMan por dinero. No pudo ni realizar con éxito su primera misión y terminó por huir, ahora está muerto. —Suspiró Hanagaki, habían cumplido su misión.
La noche aun no estaba tan adentrada, simplemente había perdido su tono azulado.
En uno de los muchos puertos, en la penumbra misma estaban ambos, al fin y al cabo, habían terminado su trabajo. Cambiados y limpios de todo rastro de sangre, estaban ya tan acostumbrados a actuar como si no pasara nada después de un asesinato.
Manjiro fumaba tranquilamente.
—¿Podrías...? —Se detuvo sin motivo aparente y tomo sin permiso el cigarrillo del rubio —. Olvídalo, no necesito tu permiso.
El humo salió de sus finos labios, brotando como si se tratara de un secreto enclaustrado. Los reproches de Sano no se hicieron esperar, pues, aunque su orgullo le impidiera admitirlo quería demasiado al azabache de ojos azules que podría dar hasta su vida por él.
—Supongo que esto cuenta como un beso indirecto. —Canturreó soltando el humo en el rostro del mayor, cuya expresión permaneció como si nada hubiera ocurrido, o al menos eso aparentaba.
En un movimiento sutil le arrebato el cigarrillo, mientras que poso su otra mano en la cintura de Takemichi.
—Discúlpame por atreverme a creer que realmente puedo hacer esto sin que nada malo pueda suceder.
Fue un contacto efímero y a la vez tan eterno, de aquellos que pueden hacerte ver fácilmente las estrellas e incluso, en ocasiones, la galaxia entera.
Mas los besos no reviven a los muertos que aún no mueren, aun así, a pesar de ser dos almas perdidas, saben que no están en completa soledad entre la aterradora penumbra.
—Quizás todo lo que quiero es no estar sólo de nuevo —. Habló Manjiro nuevamente.
El grisáceo cielo nocturno de Yokohama empezó a llorar de alegría al ver que había logrado su cometido, el de reunir a dos almas solitarias en medio de una oscuridad tan cegadora.
Corriendo bajo la lluvia dejando atrás todas esas penas y pesares. Entre jugueteos y risas infantiles, añadiendo sin quererlo recuerdos felices a sus memorias que carecían de ellos, eran nuevos pedazos de su vida con los que valdría la pena llenarlas.
Hace rato que la medianoche llegó, el punto exacto donde la noche no se siente tan joven ni tan vieja. Ese momento donde las cosas salen a la luz después de tanto tiempo encerradas.
—Mikey. —Susurró dulcemente —, te amo demasiado.
Quizás el contrario se quedó pasmado, no era común escuchar cosas como esa a menudo. La risueña mirada marina choco contra la noche oscura que ha perdido sus sueños.
—Yo... Yo también. —Suavizó su mirada ónix, para de inmediato abrazar el pequeño cuerpo contrario.
No tendrían otra oportunidad como esa. La dura vida que ambos han llevado siempre les impidió disfrutar de cosas infantiles, de la simpleza y complejidad de vivir. Siempre ha sido una constante lucha contra sus demonios, internamente odiando la situación en la que viven.
Con un azabache lleno de energía, como si jamás en su vida hubiera conocido el agotamiento que se convirtió en un ladrón de besos, un contacto más corto, pero quizás contenía emociones más fuertes.
Quizás cada roce, cada mirada, cada caricia tan solo se volvería más intensa que la anterior...
Todo hubiera sido tan diferente para ambos, al menos si se hubiera tenido la oportunidad. Sin embargo, estaban dispuestos a vivir por una noche, en aquella dulce madrugada lluviosa en una Yokohama apagada; libres, sonrientes y envueltos en una calidez inexplicable.
Llegaron nuevamente a ese lugar en donde se reencontraron por primera vez en doce años, el bar Bluebeard: Moby-Dick. Aquel que se convirtió en confidente de mil charlas sobre una búsqueda incesante, el motivo de vivir, aunque quizás ese motivo era tenerse el uno al otro como siempre quisieron.
—La ira, la felicidad y la tristeza algo tan vano que no simboliza nada cuando tienes un destino sentenciado. Tal vez el nuestro es trágico por elegir este camino —. Dijo con esa mirada ónix perdida en algún lugar del bar.
—¿Acaso piensas que nuestra elección fue equivocada? —. Mencionó Hanagaki para después reír como un niño pequeño —. Ya es muy tarde para redimirnos.
—Eso lo sé, pero aún no olvido nuestra promesa, tú todavía tienes salvación. Además, yo por mi parte que quiero volar libre como las aves tropicales de Filipinas. Para aprender a soportar con todas mis culpas, pues he visto casi de todo; rostros desfigurados, cuerpos descuartizados, torturas inhumanas y soy el equilibrio entre ser la víctima y el juez arrebatando vidas.
—A veces eres tan difícil de comprender, hablas del destino y ahora sobre redimirte al momento de tu muerte. —Hizo un mohín con los labios.
—Incluso los ángeles le temen a la muerte y yo lo veo como un sueño tan lejano pues siendo los asesinos que somos sobrevivir no es una opción, es una obligación. —Sonrió como si lo que acababa de decir fueran palabras tan livianas como una pluma —. Y como si fuéramos perros callejeros buscamos comida y un refugio para pasar la noche sin saber si llegaremos a un mañana.
—Lo ves, sigues hablando de cosas a las que no sé cómo responder. —Suspiró tratando de acomodar todo el caos que el contrario había hecho de su mente.
—No lo sabes, pero creo que estás comprendiendo a la perfección mis palabras tan abstractas —Después de tanto y tanto hablar sus miradas por fin se cruzaron en un momento mágico y fugaz.
—Entonces, brindemos Manjiro. —Susurró para que aquello quedará como un secreto que sólo ambos compartirían.
Con el sonido del vidrio de los vasos chocando, con los hielos revotando en el interior, sus mentes se volvieron una sola y sus voces cantaron al unísono:
—¡Por los perros callejeros!
Una montaña de emociones acumuladas que está cercana a explotar, aquella que se sentirá como un golpe. Al final ese es el poder de las palabras, retorcidas y crudas para quienes anhelan la libertad, pero le temen. En realidad, es algo que vive en el interior de nuestras efímeras almas o quizás simplemente hacemos todo un viaje para negar que no existe...
Una vida en que se tiene que elegir entre el amor y los diamantes, los santos y los demonios, correr directamente al sol o a la oscuridad y sobre todas las cosas escoger si culparte a ti o a otros.
—Quedémonos un rato más, a menos que tengas prisa, Takemitchy.
Escuchar ese apodo de la boca del Sano se hizo costumbre, pero nunca... Nunca con ese tono tan melancólico, se sentía totalmente irreal.
Sus manos pálidas trazaron por última vez un camino por el rostro del azabache, memorizando cada una de sus facciones, detallando y grabando con fuego ese intenso mirar azulado que le dejo más vivencias de las que puede recordar.
Se abrazaron, era definitivo y su adiós el final de un viaje que desearían que nunca hubiera terminado.
Sonriendo suavemente pese a que ambos sabían lo que se hallaba tras esas sonrisas efímeras, pero lo siguieron disfrutando antes de eliminar todo tipo de contacto para después marcharse.
Suena tan cliché que es difícil imaginarlo de otra forma; la búsqueda del significado de la vida acompañada de un último trago. Los gestos, las miradas, la dolorosa despedida...
Habían encontrado un lugar para ellos, justo en los brazos del otro. Cenizas, polvo, lluvia y lágrimas; todas esas cosas que pudieron ser, pero nunca serán y sólo vivirán como una vaga memoria.
"Manjiro, ¿lo sientes?
¿Sientes como yo el peso de la despedida?"
Aparentemente recordarían este difícil adiós en un año, cinco, quizás veinte. Mas es lamentable saber que lo irían olvidando poco a poco; el nombre del bar, la bebida que tomaban, el color de su traje, el lluvioso clima. Cosas empezarían a desvanecerse de sus mentes con el lento y tortuoso paso del tiempo.
Eso que todos conocemos, pero que solo los perdidos perros callejeros la han vivido en carne propia. Pues está tan arraigada en sus mentes, esa inefable sensación a la que se le conoce como: desolación.
𝐀𝐮𝐭𝐡𝐨𝐫 𝐭𝐢𝐦𝐞:
¡Es increíble lo mucho que estoy amando esto! La falta de sueño, vale totalmente la pena.
Este escrito titulado como "Stray" es un corto inspirado en una futura obra, mucho más extensa que cuente a detalle su reencuentro. Además, es dueño de diferentes referencias a la literatura, como lo es: El cliché del último trago con amigos, en este caso con un interés amoroso.
Incluso el nombre del bar está basado en ella, Bluebeard: Moby-Dick se compone de dos historias; Bluebeard (Barba azul) que es un cuento europeo y Moby-Dick, la novela de Herman Melville. No tienen mucho que ver entre si, sólo que hablan de mares y pues Yokohama es un puerto y eso dentro de mi mente tenía mucho más sentido.
(Arwen del futuro: Ay si es que soy idiota me acabo de dar cuenta justo en este momento de que en el apartado anterior dije lo de la lluvia, si es que yo lo sabía se me salen las cosas. Terrible, encima de que aun me faltan tres escritos y ya quiero desvivirme yo mismo).