Sé que fue por qué me amas

By lalocaktakus

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"¿Cómo podría enojarme contigo, si sé que todo lo que hiciste, lo hiciste porque me amas?" !!Aclaración esto... More

capítulo 1
capítulo 3
capítulo 4
capítulo 5
capítulo 6
capítulo 7
capítulo 8

capitulo 2

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By lalocaktakus

-Ya mee canséeee... - Chilló Bill, deteniendo su paso y dando brinquitos, desesperado.

Tom también se detuvo, dándose la vuelta para verlo, con sus pantalones holgados y su jersey de pana beige. Se veía mucho más pequeño porque la ropa le sentaba grande. Tom se acercó a él y se acuclilló, apretando ambos hombros huesuditos con sus manos; sabía que quería ponerse a llorar, de pura desesperación, y es que habían estado caminando por lo menos dos horas, pidiendo en casas algo de trabajo doméstico, pero siempre se les era negado, porque ya tenían quién les ayudase, o porque no querían que Bill entrara.

- Ya lo sé, bebé... pero no hemos tenido nada de suerte hoy. - Se lamentó, quitándose el sudor de la frente. Bill vio cómo los cabellitos que enmarcaban su rostro, se le empezaban a hacer ricitos por la humedad, y sus manos quisieron ir a jalárselos, como hacía con los de su nuca, para arrullarse antes de dormir.

- Auumm... pero ya no quiero caminaaaar... – Aún así, prefirió quejarse, arrugando sus labios y su gesto, en un puchero de bebé. Tom asintió, pasando su mano por la mejilla rojita por el sol.

- Un poquito más, ¿sí?, si en la próxima casa no hay suerte, descansamos.

Bill se talló los ojos, poniendo más atención al palpitar de sus pies y sus rodillas, que dolían por no haber parado ni a beber agua. Quería llorar de rabia, pero, de alguna manera, se daba cuenta de que su hermano estaba también triste, y no quería opacar sus emociones con las suyas de bebé, por eso casi siempre se aguantaba, y comprendía que era necesario obtener dinero para poder tener algo de comer.

- ¿Sí, Billi? - El aludido asintió. Tom le picó la barriguita, haciéndolo gritar y sonreír. - ¡Gracias!

Lo cogió de la mano, y buscó con la mirada otras casas.

A la siguiente que tocó, era una grande, blanca, con un jardín grande, lleno de plantas. Estaba rodeada por una reja estilo victoriano, y tenía ventanas alargadas, una puerta con tallados de ángeles. Tardaron unos segundos en abrir; una mujer adulta, que, al verles, se detuvo, como asegurándose de que no les conocía, y luego habló.

- ¿Sí? - Tom se pasó las manos por el rostro, avergonzado. Sintió el corazón acelerarse, como le pasó en absolutamente todas las casas en las que había tocado hoy.

- Hum... hola... soy Tom... - Empezó, y su voz se escuchó temblorosa. - Amm... estoy buscando algún trabajo... puedo limpiar su casa, barrer su calle... hacerle el jardín... lo que sea por alguna ayuda económica...

La mujer se lo quedó viendo, muy seria. Su primera juzga, fue que no se veía, ni sucio, ni agrietado como lo haría un sin hogar regular. Sus ojos se veían con mucha luz, lo que le hacía creer que era muy joven, y también, sano, dentro de lo que podría serlo si no tenía hogar. Después miró al niño, que se chupaba un dedo, mirando el jardín, siguiendo con los ojos a una libélula que revoloteaba sobre los rosales; estaba muy seriecito, y sus mejillas rosadas le hacían ver cansado, también muy bebé.

- ¿Sabes hacer jardinería? – Dijo enseguida. Y aunque ya tenía quién podía ayudarle a ello, sintió que estaría haciendo mal si no ayudaba a esos niños.

Los ojos de Tom se iluminaron.

- Sí, señora... yo hacía el jardín de mi casa. Era grande, igual al suyo. - Sonrió, y la mujer se acercó a la reja, para abrirla, también con una leve sonrisita.

- Vale, adelante... – Tom se mordió los labios, muy emocionado.

- Muchas gracias... en verdad... - Ella asintió, cerrando una vez los dos entraron. - Le prometo que no vamos a causar problemas. Mi hermano es muy tranquilo.

- Se nota. – Sonrió, ante un Bill que se quedó de pie, sin correr hacia el jardín como lo haría cualquier niño de su edad.

La mujer le dio las herramientas y Bill miró atentamente cómo su hermano se desgastaba con cada hora que pasaba. Había empezado emocionado, pero, con el tiempo, su rostro se veía enrojecido, sudado, y su cuerpo cada vez más débil; gemía por el esfuerzo, pero aún así no se detenía, dándole forma a los arbustos, a los pequeños arbolitos y al pasto.

El cielo había oscurecido un poco, y los pajarillos ya empezaban a gritar. Tom le decía que lo hacían cada vez que buscaban un árbol en dónde quedarse a dormir.

Bill los miraba, y escuchaba, al tiempo que también escuchaba a su hermano quejarse y suspirar. Quizás habían pasado dos o tres horas. Pero supo que había terminado cuando Tom metió todas las ramas cortadas en una bolsa negra, grande.

- ¿Tenéis sed?, aquí os dejo agua y un emparedado para cada uno. – Lo puso en el suelo, junto a Bill, que sonrió ampliamente.

- ¡Yuummyy!

- ¡Ey, no, Bill! – El niño detuvo su mano que ya viajaba hacia su emparedado, y miró a su hermano acercarse, con las manos dentro de los bolsillos de su pantalón. - Lo siento, señora, pero... es que...

- Oh, no, está perfecto, ¿sí?, deja que tu hermano coma. – Le sonrió, apretándole el hombro.

Tom bajó la mirada a su hermano, y sintió el corazón arrugársele.

- ...Vale... muchas gracias…

- ¿Sí puedo? – Le susurró Bill. La mujer contestó por Tom.

- Sí, chiquito, come.

- ¡Gracias! – Cogió el emparedado con ambas manos y le clavó los dientes, ansioso. No habían comido desde en la mañana, y ya ambos sentían un agujero comiéndoles las tripas.

La mujer le tendió algunos billetes a Tom, quien lo miró, un poco ilusionado.

- Aquí está el dinero. El jardín te quedó perfecto.

- ¿Le ha gustado? – Ambos sonrieron, mirando el resultado.

- Mucho, gracias.

- Gracias a usted... – Casi tuvo el ademán de ir corriendo a abrazarla, pero sólo la miró, completamente agradecido. Ella sonrió, y asintió.

- Bueno, fue un gusto. Os podéis quedar mientras coméis.

Ella se metió a la casa, dejándolos solos. Tom, por fin, decidió tomar asiento junto a su hermanito, que le daba la segunda mordida y un ronroneo de gusto decidió traicionar sus pensamientos, ocasionando una sonrisa en los dos.

- Qué rico, aum... – Tom le dio un golpe en el hombro, y cogió el agua, que se la tomó casi de un sorbo.

- Tonto.

- ¡Tú! – Bill le devolvió el golpe, mucho menos fuerte.

Ambos se quedaron en silencio mientras comían. Bill sintiéndose cansado y con ganas de ponerse a dormir; Tom, con los músculos apretujados por el esfuerzo, y la cabeza dándole vueltas. Siempre comía mucho mas lento que el menor, porque su mente siempre estaba llena de pensamientos fuertes, que no le dejaban concentrarse.

Cada vez que recibía dinero, era un paso más cerca de irse con su madre, que, ojalá aceptara que los dos estuvieran ahí, por lo menos en lo que terminaba la universidad y podía tener un trabajo que le dejara el suficiente ingreso económico como para moverse de allí con Bill.

- ¿Me vas a acompañar al bar hoy? – Aunque primero estaban estos trabajos que sólo le dejaban el alma herida.

Bill bufó, mirándolo con rabia.

- ¿Otra veeeez?

- Hum-jum. – Asintió Tom, mientras masticaba las orillitas del pan. Bill le dio un pisotón al suelo.

- Oghhhhh...

Pero por mucho que no quería llevar a su hermano a esos lugares, sabía que era mucho mejor que dejarlo solito en casa. No quería que hiciera o le hicieran algo de lo que podía arrepentirse después. Así que, cuando la noche se puso en el cielo, ambos estuvieron ahí de pie, detrás del bar al que iba casi diario, esperando que alguien lo encontrara lo suficientemente guapo como para compartir una noche con él.

Bill miraba cómo las mujeres entaconadas se subían a los autos, y como algunos hombres se lamían los cuellos contra la pared. Sentía entre miedo y asco, pero cada vez apretaba más la mano de su hermano, y se apoyaba en sus piernas, tratando de desaparecer e irse a su mundito en su cabeza.

El frío le helaba los dedos, y cuando subía la mirada para ver a Tom, veía sus ojos brillantes, reflejando la luz de las farolas, y su cabello moviéndose con el viento. Miraba de aquí para allá, a veces poniendo el peso en una o en otra pierna, tratando de no desesperar, justo como Bill lo estaba haciendo con el paso de dos horas sin éxito.

- Tom... – La jaló el borde de su playera, atrayendo, sólo por unos segundos, la mirada de Tom.

- ¿Qué?

- Ya quiero irme a dormir...- Suplicó. La mano de su hermano le apretujó la cabeza y acarició su cabello.

- Yo también quisiera, Bill. – Dijo hacia enfrente, sin mirarlo, pero aún acariciándolo con delicadeza.

- Auhm... ¿ya nos vamos?

- Espérame, por favor... – Le dijo, en un tono un poco más seco. - ouh...

- Qué muñeco tan lindo... – Tom jaló a Bill del brazo, pegándolo más a su cuerpo, cuando vio a ese hombre acuclillarse para apretarle las mejillitas. Bill sintió rápidamente el apretón de su hermano en su mano, y supo, por instinto, que estaba en una situación no sólo incómoda, pero también peligrosa.

Así que se pegó fuerte a las piernas de Tom, pero el hombre se levantó, sonriente.

- ¿Está también a la venta? – Se burló, y Tom negó, intimidado.

- No, señor... – Susurró.

El hombre vio el rostro del muchacho; muy delgado, con los pómulos saltones, las cejas tupidas y despeinadas; la nariz respingada, los ojos alargados, rodeados de unas pestañas largas. Sus labios carnosos y una perforación plateada brillando en una de sus comisuras. Se veía asustado, pero algo le hacía saber que no era la primera vez que estaba aquí.

El viento frío le golpeó en la cara, moviendo su cabello largo y castaño, ondulado hacia una de sus mejillas, fue un mechoncito que se quitó con sus dedos, delgados y largos. El hombre sonrió, encantado, por esa belleza un tanto andrógina, y esa actitud entre asustada y temerosa.

- Bueno, tú también estás muy bonito... no te doy ni dieciséis años. - Tom metió los labios inferiores y se los mordió con fuerza. Cuando los dejó ir, estaban humedecidos.

- Tengo diecisiete. – La cejas del hombre se alzaron, sorprendidos. Se dio el permiso de alagar una de sus manos y posarla suavemente en el rostro de Tom, sintiéndolo un poco frío. Quién sabe cuánto tiempo había estado aquí esperando, lo cual era raro para alguien tan bonito, porque resultaba ser el postre del menú, que alimentaba a fetichistas de personas delgadas, que casi rosaban la pubertad, por lo menos físicamente.

Quizás era porque tenía a un niño de la mano.

Pero eso a él poco le importaba.

- Hum... – Pasó el pulgar por encima de los labios de Tom, apretando fuerte, secando la saliva que había en ellos. Bill miraba, sin perderse de vista cómo su hermano no se movía ni un poquito. Como si no tuviera miedo. - ¿y la sabes chupar rico?

Tom sonrió, y su mirada cambió a una perversa.

- ...Muy rico... – También su voz, a una más gruesa. El hombre sonrió.

- Jo... si te has puesto perrita enseguida...- Bill arrugó las cejas. Siempre escuchaba que le llamaban así a su hermano, y él nunca decía nada. - ¿tienes tarifa?

- Diez euros por veinticinco minutos.

- Oh, qué caro... – Bajó la mano al cuello delgado de su hermano, donde apretó un poco la nuez y Tom sonreía.

- Lo siento, tengo un niño que cuidar. – Ambos miraron a Bill, quien se sintió incomodado y bajó la mirada al suelo, a sus pequeños zapatitos empolvados por tanto caminar hoy.

- Vale... ¿vamos?

- Sí.

[. . .]

- Ya sabes, Bill... nada de salir del baño, ¿sí? – Le decía su hermano mayor, desnudo y con el cabello bien arregladito. Bill ya estaba harto, hoy había sido uno de los días más cansados en mucho tiempo, y Tom no paraba de hacerlo caminar, de obligarle a acompañarle al trabajo, y a todas estas cosas que no sabía, las hacía para tener mucho más dinero.

- Siii-iii – Se quejó, apretando su cuerpo en la bañera, enojado.

Tom alargó la mano y le cogió una de las suyas. Bill vio en las de su hermano un corte grande. Seguramente por haber hecho jardinería; pasó los dedos alrededor de ella.

- Oh, no te enojes... ya sé que estás cansado... yo también estoy...

La voz de Tom sonaba calmadita, incluso triste. Bill siempre empatizaba con sus emociones, pero creía que era injusto tener que estar allí encerrado, sin saber ni entender nada. Sabía que los dos estaban en una situación fea, y que Tom siempre le daba cosas ricas de comer, y a veces, hasta juguetes, pero hoy estaba harto.

- Entonces vámonos a casa... – Chilló. Tom separó los labios, reprimiendo un regaño, porque también entendía a Bill, pero el corazón se le hacía pequeño por no poder explicarle las cosas que tenía que hacer para poder irse de aquí.

- Amor... no me hagas esto difícil... – El menor bajó la mirada, y sus labios se encorvaron hacia abajo, en reproche. Tom le acarició la mano, y se la llevó a sus labios para besarla con cuidado, sin hacer mucho ruido. - ¿Me vas a esperar aquí?, te prometo que va a ser rápido...

- Si, Tom... – Susurró, sin mirarlo. Tom asintió, levantándose del suelo para caminar a la puerta.

- Te amo.

El hombre se maravilló al verle el cuerpo marcado, a pesar de ser muy, muy delgadito. Le encantó verle todo depilado, y con el cabello completamente suelto. Le dio caricias, calentando su fría piel con sus grandes manos tibias, y le chupó y mordió el cuello, mismo que Tom alargó para darle lugar, sin rechistar.

- Qué buen cuerpo tienes para ser sólo un niño... – Le gimió en el oído.

- Gracias... – El hombre dio unos pasos hacia la cama, en donde se sentó, abriendo las piernas, en la orilla. Le dio unas sacudidas a su pene y alargó la mano, como invitando a Tom.

- Ven aquí a chupármela.

- Sí, señor... – Hizo el ademán de caminar hacia él, pero el hombre lo detuvo.

- Arrastrado como una perra... – Tom obedeció, poniéndose en sus cuatro extremidades y arrastrándose hacia él, quedando entre sus piernas y tomando el pene con sus labios, dándole besitos húmedos que hicieron crecer su pene, rápidamente, entre su lengua y su paladar. - humms... ¿y ese niño quién es?

El menor se alejó del pene, con un sonido húmedo. Lo masajeó con una mano, y con la otra, apretó con cuidado los testículos.

- Hum... mi hermano, señor... – Susurró.

- Está muy bonito... ahum... oh, sí que eres bueno...

Tom había logrado que la erección estuviera palpitante, llena de pre-semen que se tragaba sin respirar para no sentir el sabor. Tenía sospechas de que no era bueno hacerlo, porque, aunque había crecido en una casa un poco ignorante sobre el sexo y la vida en general, él sí que sabía de las infecciones de transmisión sexual, pero no tenía las agallas de pedir pruebas de que estuvieran sanos todos los hombres con los que se acostaba.

- Ponte a cuatro sobre la cama.

- Sí, señor...

El hombre se encantaba con cada parte de su cuerpo, el cual tocaba. Sus muslos traseros, sus nalgas, sus testículos bien pegaditos a su cuerpo. Su pene duro y rosado; su recto, perfectamente depilado, al igual que su pubis.

- Dios, qué bonito estás... madre mía... sin ni un pelo en ese agujerito... ¿puedo?

- Por favor... auumm...- Fingió un quejido de placer, que dejó de ser falso cuando sintió los dedos entrar y doblarse, tocando su próstata casi al instante, haciendo que sus piernas temblaran y su juicio se le nublara.

- ¿A que te gusta esto?... Dime que te gusta, bebé...

- Auu, me encanta... ahh... por favor, otro dedo... – Como siempre, Tom no supo si se trataba de placer o del papel que le tocaba perfeccionar cada noche que decidía vender su cuerpo.

- Uy, los que quieras.... Eh, eh, separa las piernas...

- Agghh...

Era capaz de perder la noción del tiempo; podían ser minutos, pero para él eran segundos pequeños los que le hacían sentirse lleno de placer, gimiendo, quién sabe si tan fuerte o tan quedito, incluso perdía la razón y terminaba por olvidar que su hermano estaba allí, a pocos centímetros de donde él y ese hombre estaban teniendo sexo.

- ¿Ganas mucho con este trabajo?

- Algo... jmmm… - Chilló, cuando el hombre le dio la vuelta, separó sus piernas y se puso hacer circulitos con la punta de su pene, en su entrada. Después entró, sacando de Tom un gemido de placer, que le hizo perder consciencia, pero recuperarla para poder ir a masturbarse cuidadosamente.

- Tengo unos amigos que pagarían mucho más del triple por ti... – Comentó, mientras movía sus caderas, penetrándolo con fuerza. - sexo seguro, un poco fetichista, pero nada de golpes que tú no quieras... chupa…

Le puso los dedos que antes habían estado dentro de su propio cuerpo, en la boca. Tom no lo pensó dos veces y los succionó con cuidado, ahogando gemidos cada vez que el pene le rosaba la próstata y hacía que sus testículos temblaran.

- ¿A que sabes rico? – Le preguntó, burlándose. Tom sólo siguió succionando los dedos. - ¿Que dices?

Pensó que no podía ser peor que sexo normal. Quizás alguien quería chuparle los pies, las axilas o que se vistiera con falditas o que dijera cosas sucias. Nada que no pudiera hacer, y si le pagaban bien, tampoco querría negarse a tener más dinero, porque así, se olvidarían de esta vida miserable y podrían volar a Berlín, con su madre. Volver a empezar, darle estudios a su hermano, verlo terminar una carrera, verlo feliz. Sobre todo, verlo feliz.

- Sí... me gustaría... – Dijo enseguida. El hombre limpió la saliva de sus dedos en la mejilla de Tom, dejándosela brillante.

Sonrió.

- ¿Enserio?, Vale...- Salió del cuerpo de Tom, y fue a por sus pantalones, para sacar una pequeña tarjetita, misma que puso en la mesa de noche, ante la mirada del menor. - aquí está mi celular, ¿sí?, por si quisieras llamarme algún día cercano.

- Gracias, señor... – Se sentó en la cama, con el ademán de ir a por ella y guardarla, pero el hombre le jaló de los tobillos y lo obligó a acostarse otra vez.

- No, no, no, ahora ves eso, déjame te martillo este culito. - Separándole las rodillas, metió su pene sin aviso. Tom suspiró, asustado, pero enseguida volvió a tomar su papel.

[…]

- Hola, niñito...- Bill dio un bote, asustado. Se sacó los auriculares y vio hacia el hombre, que asomaba su cabeza y le sonreía.

Apretó sus manos, con fuerza, y quiso contestar, pero se sintió aterrado, algo que hizo morir de risa al hombre.

- Ya me voy, tu hermano se ha quedado en la habitación... ha tenido un orgasmo fuerte que le hizo temblar... – Se rio, maravillado por la inocencia del niño, que no entendía a lo que se refería, y por ello se quedaba quieto, sin quitarle los ojos de encima.

Cuando el hombre entró al baño y se le acercó, sintió que el corazón se le ponía como un loco, y lo primero que hizo fue mirar a la puerta, para saber si iba a ser capaz de escapar. Pero el hombre cogió un fajo de billetes y se lo tendió, acariciando con ellos la mejilla del niño, que se hizo a un lado, asustado.

- Vale, ten el dinero; se lo das a tu hermano, ¿eh? – Lo dejó caer en su regazo, y después se fue.

Bill se quedó unos minutos ahí, en la bañera, esperando que Tom apareciera, pero al no hacerlo, salió de allí, a pasos muy, muy lentos, y después entró al cuarto, encontrándose a su hermano desnudo, sobre la cama. Las piernas bien abiertas, las manos en el rostro, y, justo como el hombre le dijo, el cuerpo tembloroso.

Algo en su interior le hizo saber que eso no era normal, y su corazón empezó a perder latidos. Se acercó un poco a la cama, sin poder evitar verle las manos enrojecidas, el cabello alborotado, su pene contra su barriga, y unas gotas espesas en su barriga. Unas gotas que no eran sangre, pero tampoco pipí.

- Tom... – Le llamó, y el aludido dio un salto, quitándose las manos de la cara y mirándolo con unos ojos bien abiertos, llenos de miedo. Lo primero que hizo fue quitarse el semen de la barriga y embarrarlo en las cobijas, esperando que su hermano no lo hubiera visto.

- Dios, Bill... hum... te dije... ¡te dije que no salieras del baño! – Intentó gritar. Bill se pasó frente a la cama, para obtener una mejor visión de su hermano en una posición que le daba morbo, curiosidad y también mal rollo.

Pasó los ojos por sus rodillas, sus muslos, su pene y su ano, el cual estaba enrojecido y podía ver que allí también había esa cosa espesa. Pensó que podía ser popó si salía de allí, pero al mismo tiempo pensaba que no era racional.

Tom levantó la cabeza, tratando de combatir el temblor en su cuerpo. Quería asegurarse de que Bill no estaba allí, pero al verlo, atento a ese lugar, lo único que hizo, sintiendo vergüenza, fue poner las manos allí, y al sentir el semen del hombre, lo recogió también con sus dedos.

- Bill, por favor.... joder... – Suplicó, con la voz temblando igual que su cuerpo. Bill vio las puntas de sus dedos ponerse blanquecinas, y no pudo dejar de preguntar:

- ¿Qué es...

- ¡Que vayas al baño, Bill!, ¡ahora! – Le interrumpió, gritándole fuerte. Tom nunca le había gritado de esa manera, lo que le hizo sentir mucho, mucho miedo, y terminó por correr de vuelta al baño, sin cerrar la puerta.

Algunos minutos después, Tom apareció en el baño, yendo a coger su ropa para vestirse. Bill bajó la mirada, asustado y trise, mientras su hermano bebía agua del lavamanos, se recogía el cabello y se ponía los zapatos sin atárselos.

- Hey... lo siento por gritarte...- Le apretó las mejillas una vez estuvo listo. Intentó buscar la mirada de su hermano, pero esta estaba inerte en sus propias manos. - Billi, perdón estaba trabajando, y...

- Me ha dejado el dinero. – Interrumpió el niño, enseñándole el fajo de billetes. Tom lo tomó, sorprendido, y no tuvo ni que contarlo para saber que le había dado mucho extra para el tiempo que habían estado juntos. Sintió el corazón lleno de felicidad, y supo que le llamaría para quedar con sus amigos.

- Buah... ¿todo esto?... joder...

- Ya vámonos a casa, por favooor... – Lloró Bill, habiendo colmado su propio vasito. Ya se había aguantado mucho durante todo el día, y ya sólo quería llorar, sin importarle que su hermano estuviera también triste.

- No llores, mi amor... por favor... – La lágrimas gordas caían por sus mejillas, con sollozos dignos de un bebé. Tom sintió dolor en el alma, y lo apretó fuerte contra su pecho, dándole besos en la cabeza. - bebé, siento haberte gritado, de verdad... perdóname...

- Humg... snif... vámonos...

Tom entendía que llevaba mucho dentro, que aún, por ser bebé, no entendía ni sabía cómo expresar. Le daba mucha tristeza verlo así, y pensar que a su edad sólo debería preocuparse por comer sus tres comidas al día, no estar viendo cómo su hermano gastaba el tiempo follando con hombres a cambio de dinero, o estar caminando por horas en la calle sin poder jugar.

Le besó la mejilla y le limpió las lágrimas.

Después suspiró.

- Está bien, ya vámonos.

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