Daylight

By KatQuezada

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BORRADOR ¿No te conozco? ¿Todavía no tenemos el maravilloso privilegio de mirarnos a los ojos y acelerar nue... More

2. La editorial

1. Mi viejo librero

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By KatQuezada


—Está muy lindo tu librero—dijo luego de recorrer con la mirada toda la habitación.

Mi librero tenía un estilo poco convencional, su diseño estaba basado en la torre Eiffel, todavía faltaba rellenar los pisos más altos, pero se podía entender a la perfección, sin perder la figura.

—Gracias—giré hacia él, y divisé cómo se acercaba a tomar uno de los libros—. No tocar—avisé antes de que tomara acción—, es frágil, lo siento.

—Oh—apartó los dedos del estante—, es que se ven lindos los lomos.

—Por eso cuido que no se despostillen.

Creo que entendió el punto, y tomó distancia el chico de cabello castaño y alborotado.

—Jamás he leído un libro—confesó mirándome a los ojos.

Arrugué el ceño, ¿cuántos años tenía? Creo que dieciocho, si bien recuerdo.

—Entonces te sorprendería saber cuántos libros he leído yo...—aseguré con una sonrisa ladina.

—Lo imagino, tu padre me dijo que estudias Literatura.

No era novedad que mi padre hablara sobre mí, él tenía un estudio bíblico en casa y a veces para ejemplificar las enseñanzas hablaba sobre su familia. Justo en este momento estaba esperando a que las personas llegaran, el chico frente a mis ojos era parte de la iglesia, y mamá me había pedido ser amable, cómo habían llegado temprano, me pidió que le mostrara la casa, nos detuvimos en mi habitación por el interés por mis libros.

—¿Y es divertido? —preguntó de nuevo ese chico.

—¿Qué cosa?

—Estudiar en la universidad, mis padres aún no están seguros de dejarme ir.

—¿Por? —fruncí el ceño otra vez.

—Quieren que estudie para pastor—me sonrió.

Desvié la mirada, no era muy cercana a ese tipo de cosas, de hecho, si aún seguía viviendo en casa de mis padres era porque todavía no tenía los recursos suficientes para independizarme, esperaba graduarme el próximo semestre, comenzar a trabajar y después poder costear un departamento. Si aceptaba ser parte de los estudios y reuniones era por simple compromiso.

Decidí que no quería seguir la conversación, entonces comencé a empacar mis cuadernos y libros para ir a estudiar a la biblioteca de la Ciudad, no quería quedarme en casa escuchando sobre la Biblia.

El chico tomó uno de los libros que estaban en el escritorio, y que yo estaba buscando para guardarlo en mi bolso.

—Te dije que no tocaras...—quise intervenir, pero él comenzó a leer en voz alta.

Era una novela de Gabriel García Márquez, Del amor y otros demonios, supuse que no prestó atención al título, o lo hubiera soltado al instante.

Suspiré, él quiso seguir la lectura con su voz, tenía una voz preciosa, sin embargo, una pronunciación terrible, leía las palabras entrecortadas, no respetaba los signos de puntuación, y hacía pausas innecesarias, las palabras largas y poco comunes volvía a repetirlas y seguía leyéndolas mal.

—Basta—me tapé el oído izquierdo—, lees como un niño de primaria que está aprendiendo a separar las palabras en sílabas.

El chico me entregó el libro, no muy convencido.

—Lo siento... te dije que nunca había leído un libro.

—¿Y cómo es que te graduaste de la educación básica, eh? —pregunté con ironía—. Si te graduaste, ¿no?

—Con audiolibros, y poniendo mucha atención a las clases.

—Los audiolibros son una buena opción para la comprensión lectora, pero también hay que ejercitar nuestra pronunciación—señalé un párrafo de la novela.

El chico se acercó a mirar la página y me devolvió la mirada, sus ojos estaban cerca de los míos, miraba mi rostro y luego volvía a dirigirse a la página. Varias veces hizo ese movimiento de ojos, como si esperaba a que yo comenzara a leerle en voz alta.

—¿Podrías....?

Asentí y tomé aire suficiente para leer, mientras avanzaba la lectura sentía su mirada puesta sobre mí, en especial sobre mis labios, él observaba cómo articulaba las palabras.

La lingüística tenía una rama en la pronunciación, la postura y posición de la lengua indicaba la distinta separación y pronunciación de las letras.

Respeté las pausas indicadas en la lectura y aproveché para mirar de reojo al chico, todavía tenía toda su atención sobre mí. 

No sé, ni siquiera en la carrera donde estoy acostumbrada a leer en voz alta sentí que disfrutaban tanto de la lectura como él, y no por la obra del libro y autor, sino por la voz de quien lo lee. 

Por primera vez, alguien estaba tomando en cuenta mi esfuerzo de ser buena oradora, saber recitar poemas, y agregar el sentimiento necesario a las palabras, sin adornar o abrumar al lector.

Cuando acabé la hoja cerré el libro y lo llevé a mi pecho esperando su aprobación, sentí que el corazón se desbordaba.

Él me observaba con suma atención y me sonrió.

—Más, por favor—pidió con delicadeza.

—Ya me tengo que ir—anuncié mirando la hora.

—Es que...—parecía nervioso—, me ha encantado escucharte leer.

—Gracias—sonreí accidentalmente y recogí un mechón de cabello que me estorbaba para mirar su reacción.

—Me da mucha flojera escuchar la voz de audiolibros, en especial cuando son voces ancianas o robóticas.

—¿Robóticas?—pregunté extrañada, de las ancianas sí que estoy acostumbrada por los audiolibros que tuve que escuchar de literatura clásica.

—Sí, la voz de la computadora, de Google traductor, Siri y todo eso.

—Oh, supongo que así es difícil seguir el hilo de la historia.

—No te imaginas cuanto, a veces ni a los mensajes de texto le entiendo.

—Aguarda—lo tomé del brazo—, ¿No lees nada? ¿ni los mensajes del celular?

—No, nada—rió y buscó en sus bolsillos el celular—, mira.

—Qué extraño—dije, las nuevas generaciones están cada día más lejos de tener el hábito de leer—, deberías leer, al menos un poco.

—Es que no puedo...

Quise preguntar el por qué, cuando entró una llamada telefónica a mi celular, respondí y nadie contestó del otro lado, incluso seguía sonando el tono de llamada, era tan extraño.

Desperté con ese mismo ruido, y entendí que no se trataba de una llamada, era la alarma que había programado para tomar una siesta.

—Carajo—vi la hora y me levanté de golpe, eran las cuatro de la tarde.

—¡Baja la voz! —me regañó mamá entrando a la recámara—, y no digas palabrotas, ya llegaron. Ven a darles la bienvenida.

Rodé los ojos, detestaba no poder hablar como quisiera ni en mi propia casa. Bajé las escaleras a regañadientes, solo iba a saludar y volvería a subir.

—Ella es Carol—papá me presentó frente a sus nuevos discípulos.

El señor con bigote canoso me saludó con un apretón de manos, y sus hijos, dos varones jóvenes, alzaron la mano. Genial, me parece estupendo no ofrecer la mejilla, detestaba saludar de beso a personas desconocidas.

—Darío Duarte, mucho gusto—dijo el señor—, y ellos son Samuel y Saúl.

Como solo dijo los nombres al aire no supe identificar quién era quién. Por supuesto, no son gemelos o mellizos, uno se veía ligeramente más grande, como unos dos o tres años de edad de diferencia. Ambos eran delgados, y de tez bronceada. Me llamó la atención que uno llevaba gafas comunes y otro gafas simplemente oscuras.

Sonreí con una seña a mi padre anunciando mi salida, pero con los ojos indicó que me quedara unos minutos más.

Pasamos a tomar lugar en el comedor, la mesa era redonda y lo suficientemente grande para ocuparse sin necesidad de estar pegados uno a uno. La familia Duarte se sentó del lado izquierdo, yo del derecho, junto a mis padres, de manera que en mi frente quedó el chico de gafas oscuras.

La oración antes de leer la Biblia comenzó, pero no me di cuenta por intentar descifrar el color de ojos del chico con gafas, sin embargo, creí que haberlo hecho sonrojar cuando el chico agachó más la cabeza, pero no, solo estaba orando en silencio.

Mamá me dio un leve pellizco en el brazo, que me hizo respingar y bajar la cabeza. Pero el tiempo de oración había concluído, por suerte.

Ahora era el turno de leer un pasaje bíblico, papá indicó que cada uno iba a leer cinco versículos y seguiría en orden de las manecillas. Primero comenzaría papá, después mamá, yo, el señor Darío, y sus dos hijos al final.

Realmente no estaba prestando atención al pasaje de los Salmos, estaba concentrada en uno de los chicos que no llevaba Biblia, supongo que su hermano le prestaría la suya cuando le tocara leer. Cuando fue mi turno leí con agilidad y entonación, los demás continuaron la lectura, hasta llegar al chico con gafas oscuras.

—¿Samuel?—preguntó papá esperando su participación.

—No puedo leer—avisó el chico señalando los oídos—, solamente lo escucho.

—Samuel fue perdiendo la vista gradualmente cuando era niño—anunció su padre.

Demonios, y yo quería escucharlo leer para aprobarlo o no.

—Oh—mi padre se sorprendió, creo que no era la única en darse cuenta de su situación, pensaba que solo tenía gafas por el outfit —, lo pondremos en oración.

—No, la visión no volverá—habló Samuel. Su voz me resultaba familiar.

—¿Por qué no?—pregunté curiosa—, Dios hace milagros—quise sonar un poco cristiana, de verdad lo intenté.

El chico me sonrió y dijo:

—Estoy agradecido con la vida que Dios me ha dado.

Quedé inconforme con su respuesta, y no podía quedarme callada. Un defecto mío, puedo llegar a ser impertinente e incomodar a las personas.

—O sea, ¿no le pides recobrar la vista?

Él negó con la cabeza, tranquilo, sereno.

—¿Por qué?—fruncí el ceño, desconcertada.

Mamá posó su mano sobre mi dorso, con intenciones de disminuir mis preguntas hacia el chico, casi cedo, pero sentí que el chico no estaba incómodo con responder.

—Dios me ha concedido ver a través de mis sueños—dijo finalmente—. Y mientras me deje soñar, estaré agradecido. La vida es muy hermosa, colorida, no hay necesidad de extrañar mis ojos si Dios me da unos nuevos cada que cierro los míos.

A veces solo se trata de cerrar los ojos, y confiar.

A la voz del chico, lo acompañó una voz que sentí desconocida, miré a mi alrededor en busca de identificar quién lo había pronunciado. Papá estaba sumergido en la lectura bíblica, intentando retomar el versículo.

—Entonces hay que proseguir —invitó papá—, ¿quién quiere leer por Samuel?

—Carol, por favor—el chico pronunció mi nombre.

No hubo tiempo de parpadear y procesar que el chico me estaba pidiendo leer por él.

—Es que... me ha encantado escucharte leer.

Y aquello hizo click en mi cabeza, esta conversación ya la habíamos tenido...

En un sueño...

No podía ser posible, no podía creer que él y yo ya nos habíamos conocido antes. En mi memoria no recordaba haberlo visto, pero cuando pensaba en mi vago sueño, sentía que era él, aunque la nitidez del sueño no fuese tan clara.

Pero tenía sentido, el por qué no podía leer los libros, pero en los sueños sí tenía vista, el por qué había reconocido su voz... Él había estado conmigo arriba, junto a mi viejo librero. 

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