Ana me sonrió abiertamente y me abalancé sobre ella.
–¡Sorpresa! –gritó cuando nos fundimos en un abrazo de oso. Estaba temblando de felicidad–. Espero que me hayas echado mucho de menos, capulla, porque yo casi me muero sin ti.
Ana, mi mejor amiga de Madrid, estaba ahí, delante de mí. Había venido sin avisar, para darme una sorpresa. Y qué sorpresa. Pero eso no explicaba cómo diantres había conseguido saber dónde estaba.
–¿Qué estás haciendo aquí?
Ana sonrió.
–Siéntate, es una larga historia.
Jack alzó las manos y exclamó, en broma:
–Oh, claro, pasa, pasa. Tú como en tu casa. Pensión Jack Taylor a tu servicio.
Todo lo que habíamos hablado con Jack se evaporó de mi mente al ver a mi amiga ahí, tan cerca de mi. Tan real. La había echado tanto de menos... nos fundimos en otro abrazo enorme y abrió la boca para empezar a explicar su aventura.
Y joder, qué aventura.
–Quería hacerte una sorpresa. Sabía que la vida sin ti sería sumamente aburrida, pero no esperaba estar muriéndome del asco en Madrid, tumbada en mi sofá todas las noches y pensando en que la vida sin ti es...
–¿Terrible? –la ayudó Jack, con una sonrisa que no le llegó a los ojos.
Ana frunció el ceño.
–Sí, terrible. Gracias por la ayuda, musculitos –Jack alzó una ceja al escuchar el apodo–. Así que me puse en contacto con Emily y Lucas.
Yo abrí la boca, impactada.
–¿Qué? ¿Cómo los localizaste?
Ana me guiñó el ojo.
–Subestimas mis poderes de FBI. Entré en tu instagram, le di a seguidos, y busqué una tal Emily y un tal Lucas. La verdad es que fue mucho más fácil de lo que me imaginaba –suspiró dramáticamente–. No hay mucha gente en Madrid que se llame así.
–Ahora que lo dices, no.
–Les escribí un mensaje y les dije mi plan secreto para darte una sorpresa. Ellos solo tendrían que asegurarse que te quedarías todo el puente en un lugar óptimo, como la residencia de Élite, y todo saldría como la seda. Pero entonces, musculitos –Ana señaló acusatoriamente a Jack con el dedo índice– tuvo que poner patas arriba todo mi plan.
Jack intentaba seguir el ritmo de la conversación, pero Ana hablaba muy rápido en español. Supe que ni siquiera haciendo su mejor esfuerzo iba a poder descifrar nada de lo que decíamos.
–Eso no explica cómo has llegado hasta aquí.
Ana sonrió, triunfante. Sin duda, estaba muy orgullosa de que su plan hubiera salido correctamente.
–Emily le preguntó a Jack dónde estaba su casa de la playa por si pasaba algún accidente o imprevisto, y el musculitos cayó de lleno. Ella me envió la dirección de la casa, y después de un vuelo larguísimo y muchas horas en taxi, he llegado sana y salva.
Negué con la cabeza, aún sin poder creer lo que estaba viendo.
–Te quiero mucho, ¿lo sabes, verdad?
–Yo más, perra –sonrió mi mejor amiga. Luego, se giró hacia Jack y lo señaló con un dedo acusador. Cambió de español a inglés con una pronunciación muy marcada y preguntó–: Y a ti, ¿qué te dieron de pequeño para comer y estar así? ¿Doble ración de actimel?
Jack frunció el ceño, pero dejó escapar una sonrisa orgullosa.
–No sé lo que es un actimel, pero asumiré que estás venerando mis músculos. Es todo gracias a la constitución y una buena rutina de ejercicio.
Ana alzó una ceja inquisitiva.
–¿Qué tipo de ejercicio?
Jack le guiñó el ojo y me miró a mí, con una mirada significativa.
–Cualquier tipo de ejercicio. Aunque el que más disfruto es el que se hace en la cama.
Ana silbó.
–Vaya vaya con el musculitos –cambió al español, y me dijo, en un susurro–: Me gusta para ti. ¿Puedes volver a recordarme por qué aún no te lo has tirado?
–¡Ana! –chisté, avergonzada–. Ya sabes que no me lío con capullos.
–Pero con éste de aquí –Ana lo señaló con el pulgar– deberías hacer una excepción. Está como un tren.
–Todo para ti, querida amiga.
–Oh, no. No me gusta quedarme con tíos que ya están pillados..
–Jack no tiene novia.
–Puede que no tenga novia, pero he visto cómo te mira –murmuró, y le sonrió abiertamente a Jack, quien nos miraba con el ceño fruncido y los ojos confusos, intentando entender algo de la conversación–. Se nota a leguas que le gustas.
–Claro que no –negué, aunque después de la charla que habíamos tenido, ya no estaba tan segura de ello–. A Jack solo le encanta gustar.
Ana negó con la cabeza, divertida.
–Sigue diciéndote eso, florecilla.
Había tenido suficiente de esa conversación.
–¿Y qué quieres hacer mientras estás aquí? –pregunté en inglés, desesperada por cambiar de tema y para que Jack entendiera algo de lo que estábamos diciendo–. ¿Tienes algún plan?
Ana se tumbó en el sofá boca arriba, como si estuviera en su casa.
–Ya me conoces. El plan es que no hay plan. Sobre la marcha, pero quiero vivir la experiencia de estar un par de días en el gran país de Estados Unidos. A ver qué tiene de especial. Por cierto –se giró hacia Jack–, ¿sabes lo difícil que ha sido encontrar esto? Vives en el culo del mundo. Literalmente.
–No sé qué es el culo del mundo, pero suena mal.
Ana rodó los ojos.
–Te lo perdono, pero solo porque eres guapo.
–Por fin alguien que asume la realidad –bromeó Jack, y clavó sus ojos color caramelo en los míos–. Me cae bien tu amiga.
–No somos solo amigas –gruñó Ana, fulminándolo con la mirada–. Somos como hermanas. Y si haces daño, te quedas sin pelotitas. ¿Lo pillas, quarterback?
Jack alzó las cejas.
–No entra en mis planes hacerle daño a Noah.
Ana ladeó la cabeza.
–¿Y cuáles son tus planes, si se puede saber?
–Si ella me dejara, la cuidaría como una princesa.
Noté cómo se me subían los colores al rostro.
–¿Solo como una princesa?
Jack clavó sus ojos en los míos.
–Como a una reina.
Ana le dió una palmadita en la espalda.
–Eso me gusta más, musculitos.
Me puse una mano en el tabique de la nariz pero no pude retener la sonrisa que se apoderó de mis labios. Diablos, Ana era malditamente incorregible. De más jóvenes, cuando habíamos ido al instituto juntas, siempre nos habían hecho cambiar de clase y ponernos a las dos en clases completamente separadas, porque los profesores se ponían de los nervios cuando nos veían juntas.
"Incorregibles, descaradas y sin remedio". Aquellos eran los calificativos estrella por parte de los profesores para describirnos a las dos. Yo siempre había preferido decir que Ana y yo éramos dos almas perdidas que habían encontrado refugio la una con la otra.
A veces, "casa" no es un lugar, sino una persona. Mi mejor amiga era eso para mi. La estrella más brillante en el firmamento. Mi estrella polar, que guiaba mis pasos... que guiaba mi felicidad.
Ana me miró con una sonrisa traviesa mientras me señalaba emocionada la pantalla de su móvil. Era una página de google donde se veía las imágenes de una discoteca.
–Tenemos que ir aquí –explicó, al ver mi cara de desconcierto–. Dicen que está genial. No puedo irme de Estados Unidos sin haber estado en una discoteca, y tú tampoco.
Jack se infiltró en la conversación y miró el móvil de Ana.
–La discoteca Moon & Shine. Es muy famosa por este lugar.
–¿Has ido alguna vez? –preguntó Ana.
–Iba mucho con William... hace años –su mirada se ensombreció, pero se repuso enseguida. Me pregunté si Jack salía con William usualmente cuando las cosas aún no habían cambiado entre ellos, cuando su mejor amigo sí era quien decía ser–. Es un lugar divertido.
–Tenemos que ir.
Alcé las manos hacia arriba en señal de rendición.
–De acuerdo, iremos. Tu mandas.
Mi mejor amiga se puso a dar saltitos de alegría.
–Matt y los otros están fuera por ahora. Tal vez, si los esperáis, podemos ir todos juntos.
Ana puso una mueca.
–No te ofendas, musculitos, pero la verdad es que no me gustan para nada tus amigos. No creo que pudiera soportar a Stacy por más de cinco minutos antes de tirarme a su cuello y romperle la nariz.
Jack dejó escapar una carcajada.
–Es completamente comprensible. Tranquila, no eres la única a la que le pasa.
–Se le llama efecto no-soportar-a-las-perras-víboras, y es una enfermedad muy común –bromeé. Jack lanzó otra sonrisa furtiva.
–Os lo digo muy enserio, chicos. No quiero ni verla en pintura.
–Desgraciadamente para todos, Stacy también se está quedando en casa de Jack.
Ana puso los ojos como platos.
–Es broma, ¿no? –me encogí de hombros y ella abrió los ojos como platos–. Bueno, vamos a mirar el lado positivo... –Ana se apretó el tabique de la nariz–. No he encontrado ningún lado positivo en compartir espacio y aire con la maldita reencarnación de Sharpay Evans.
–En realidad, no es tán mala como parece... solo es un poquito arrogante.
Ana y yo miramos a Jack con cara de circunstancias. Ana se giró hacia mí y suspiró.
–Bueno, tal vez podamos aprovechar esta oportunidad para envenenar su comida y llevarla de vuelta al infierno de donde ha salido.
–Me parece un plan increíblemente macabro. Me encanta.
Jack nos miraba con los ojos desorbitados.
–Que es broma, musculitos –masculló Ana–. No quiero que me arresten. No aún. Noah y yo aún tenemos que probar el helado de pistacho.
–Estáis como una cabra.
–Te acostumbrarás –Ana le guiñó el ojo y yo reí–. Bueno, manos a la obra. No quiero encontrarme a Stacy Parks, así que deberíamos marcharnos temprano antes de que vuelva.
Asentí con la cabeza. Antes de que pudiera decir algo, Jack se me adelantó.
–Os puedo acompañar a la discoteca, si queréis ir más seguras.
–Nos las apañaremos, musculitos –Ana enseñó su inexistente bíceps–. No eres el único con músculos de espanto.
Jack levantó una ceja.
–Insisto, estaría más tranquilo si viniera con vosotras.
—Lo siento, Jack, pero esta es una noche solo para chicas. Necesitamos liberarnos y disfrutar sin distracciones masculinas.
Jack arrugó la nariz en señal de desagrado, pero asintió con la cabeza.
—Entendido, chicas. Divertiros. Si necesitáis algo, no dudéis en llamarme.
Nos despedimos de Jack y subimos corriendo las escaleras hacia mi habitación. Ana abrió su maleta gigante y sacó un vestido de fiesta extremadamente llamativo. Lo sostenía con emoción en sus manos.
—Noah, ponte esto. Te verás increíblemente guapa. Bueno, más de lo que ya eres, claro.
Miré el vestido y fruncí el ceño.
—¿Estás segura? Es bastante... atrevido. Ya sabes que no me gusta llevar cosas así.
—Exactamente, querida. Déjate ya de tonterías, que estarás increíblemente guapa. Es hora de que te atrevas y te comas el mundo, que estos estadounidenses son muy aburridos. Vamos a celebrar la fiesta a la española, querida amiga. Es decir: emborrachándonos como una cuba y poner el mundo patas arriba.
Suspiré, pero decidí confiar en su juicio y me cambié rápidamente. El vestido era de un tono brillante y llamativo: era rojo intenso, y era aquél tipo de vestidos que definían tanto el gusto de Ana. Completamente explosivos.
El vestido abrazaba mis curvas de una manera que nunca antes había experimentado y casi no me dejaba respirar, pero... Mientras me miraba en el espejo, una sensación de empoderamiento me recorrió el cuerpo.
Me sentía como una mujer segura y lista para conquistar la noche.
Ana también se puso un vestido elegante, eligiendo uno de color negro con detalles brillantes. Sin perder el tiempo, nos maquillamos y arreglamos el cabello. Ella me planchó el mío y yo le ondulé un poco el suyo. Por último, y completamente obligada por Ana, me pinté los labios de un color rojo a tono con el vestido.
Al acabar, nos miramos en el espejo, completamente transformadas.
–Nos vemos como dos divas listas para arrasar en la pista de baile.
–¡Esa es la actitud! -exclamó mi mejor amiga.
La miré con los ojos húmedos por la emoción.
–Aún no me creo que estés aquí.
–Ni yo –Ana sonrió mientras me daba otro abrazo–. Y tampoco me creo que vivas 24 horas con esos dos pibones. Madre mía, ¡qué mal repartida está la suerte en este mundo!
–Yo no lo llamaría suerte. Son un grano en el culo la mayor parte del tiempo. La otra parte es cuando duermen, que parecen ángeles. Ángeles del infierno, claro.
–En el infierno no hay ángeles.
–¿Qué me dices de Lucifer? Seguro que se parece a William –Ana rodó los ojos, y rió como si supiera algo que yo no–. ¿De qué te ríes?
–Nada, nada... vayamos a la discoteca, que hoy va a ser una gran noche. Lo presiento. Yo no me voy sin haberme ligado a un estadounidense.
Bajamos al salón entre risas y, para nuestra sorpresa, encontramos a Jack concentrado en su teléfono jugando a algún juego. Estaba guapísimo: tenía el pelo un poco desordenado, y estaba sentado de tal modo que su camiseta corta se le pegaba a los músculos.
Noté cómo se me secaba la boca cuando levantó la vista y me miró. Se quedó boquiabierto por un momento, sus ojos recorrieron mi figura de arriba abajo.
Ana soltó una risita y lo sacó de su ensimismamiento.
—Vaya, Jack, se te ha comido la lengua el gato –Jack ni siquiera se inmutó por la traducción de aquella frase en español que no tenía ningún tipo de sentido traducida literalmente al inglés. Tan solo se quedó boqueando, con los ojos muy abiertos–. Noah se ve impresionante, ¿verdad?
Jack balbuceó y asintió, tratando de encontrar las palabras adecuadas. Noté cómo se me subían los colores al rostro.
—Noah, te ves... absolutamente deslumbrante.
Sonreí y le guiñé el ojo.
—No eres el único que sabe fardar, Taylor.
–Sin duda, gatita. Aunque a ti no te hace falta ponerte vestidos para estar guapísima –se mordió el labio inferior, como si se le hubieran escapado las palabras–. Tú estás deslumbrante cada día.
Ana sonrió abiertamente, mientras nos miraba a Jack y a mi con una mirada significativa.
–Bueno, bueno. No os comáis con los ojos delante mío, por favor –masculló, bromeando--. Esperad, al menos, a que me vaya a dormir. ¡Un poco de respeto!
Jack se puso colorado y masculló algo por lo bajo. Nos despedimos de él y juntas salimos de casa. Mientras llamábamos a un taxi que nos acercara hacia la discoteca, no pude evitar recordar la forma en que Jack me había mirado, como si no pudiera apartar los ojos de mí.
La brisa nocturna acarició mi piel y mi corazón latía con fuerza. Culpé totalmente a la anticipación de lo que estaba por venir. Porque no se podía tratar de otra cosa, ¿verdad?
–Cuando quieras me lo puedes decir –masculló Ana al subir al taxi.
–¿El qué?
–Lo mucho que te gusta Jack.
–Claro que no. No me gusta.
Ana alzó una ceja inquisitiva.
–Te puedes mentir a ti misma, pero no a mi.
–De acuerdo. Tal vez me ponga un poco, pero ya está.
Sonrió y negó con la cabeza, como si pudiera ver dentro de mi y supiera lo equivocada que estaba.
–Ajá. Quien sabe, tal vez esta noche os podéis confesar vuestro amor.
–Ya... la cosa es que –respondí, avergonzada– tal vez hayan pequeñas cosas que pasaron ayer y esta mañana que no te he contado.
Ana escuchó atentamente cuando le conté todo lo que había pasado: el beso con William, cómo dormimos juntos en la cama y cómo Jack nos pilló en una situación muy embarazosa. Y también le conté las palabras que había dicho Jack sobre mí y sobre William. Ah, sí: y por último, pero no menos importante... cómo William había actuado conmigo después de lo sucedido anoche. Con una maldita indiferencia brutal. Como si no hubiera significado nada para él.
Pero, ¿había significado algo para mi? Aquél tipo de preguntas eran las que me negaba a cuestionarme a mí misma. No porque me doliera, sinó porque no estaba preparada mentalmente para afrontar la respuesta.
–Joder, no sabía que estabas viviendo en una maldita telenovela colombiana.
–No lo sabes tu bien –maldecí.
NOTA DE LA AUTORA
Holaaaa!!! Perdonad por no haber actualizado antes, he empezado la universidad y no he tenido tiempo. Además, An Endless Summer Love ya está preparado para salir en físico!!! A partir de la semana que viene podréis tener el link de compra, que pondré por aquí💗
Gracias por todo!