14 de abril, 2021
Elena jugueteó tanto con sus trenzas que al final tuvo que deshacerlas; se pasó los dedos por el pelo y bufó molesta. Con las dos gomas en las manos, pudo tranquilizarse lo suficiente para sopesar los pros y los contras de estar allí, fuera del salón de actos, esperando que la clase de doblaje finalizara, para disculparse con Verónica. Había ensayado su disculpa como un millón de veces, frente al espejo y con Canijo como público. Carlos se había ofrecido voluntario, cuando la pilló un día con los ojos cerrados, murmurando como una desquiciada. Tuvo la osadía de arrancarle la cartulina de las manos y echarse a correr. Para ser tan bajito, tenía las piernas y los brazos muy largos. Al final, después de amenazar al idiota de cientos de formas distintas, cedió y le contó lo que hacía.
Las puertas se abrieron y los alumnos comenzaron a salir a cuentagotas; de dos en dos, al principio, y después en grupos. Algunos reían, otros maldecían y otros bostezaban agotados. Elena respiró hondo y se replanteó hasta la elección de ropa. ¿Qué se ponía una para disculparse con una ex-que-no-era-ex? Se echó un vistazo. A ella le parecía apropiada la camiseta de Stranger Things, la falda larga y los botines negros. Quizás debería haber probado suerte con los pantalones con perlitas. Quizás todavía estaba a tiempo. Quizás podría volver otro día.
Quizás. Quizás. Quizás.
Vero estaba allí, con un vestido color aceituna y manoletinas; con el pelo recogido en una coleta baja y una sonrisa resplandeciente. Desde allí, podía apreciar las arruguitas que se le formaban al sonreír. Elena dio un paso, dos, tres. Tenía las pulsaciones disparadas, le temblaba hasta el alma. ¿Cómo comenzaba la disculpa? ¿Qué era lo que no tenía que decir a toda costa? Vero se giró en su dirección, sus miradas chocaron y torció el gesto, desconcertada, confundida o muy cabreada. Elena no tuvo la oportunidad de preguntárselo, porque alguien, a quien no había visto hasta ahora, se interpuso en su camino.
Pelo violeta, cara de mala hostia.
—¿A dónde te crees que vas? —le espetó con los brazos en jarra.
Elena estuvo a punto de soltar una bordería, se contuvo a tiempo.
—A hablar con Vero, ¿te apartas?
«O te aparto», se contuvo otra vez.
Luna alzó una ceja suspicaz. No se movió ni un centímetro. Elena esperaba de todo corazón que nadie les estuviera prestando atención. No soportaría los cuchicheos. Tampoco que su hermana las pillara y pensara que estaban peleándose de nuevo. No quería mandar a la mierda todos sus avances de un plumazo. El diario, en su mochila, ahora le pesaba una tonelada y media. Pensó en sus sesiones con Dorotea, en sus palabras de ánimo. También en sus padres, que de repente estaban contentísimos y súper atentos con ella. No podía permitirse retroceder.
Respiró hondo antes de añadir un mustio «por favor», mientras ignoraba a propósito la caricia helada de la Muerte.
—No voy a dejarte que te acerques a mi amiga para que le rompas el corazón otra vez.
«Ni a tu hermana», pero eso quedó implícito, aunque doliera igual.
Elena estaba en blanco, el corazón le martilleaba y la cabeza le daba vueltas. Quiso mirar por encima del hombro de Luna, pero, al ser las dos casi de la misma altura, no podía hacerlo disimuladamente, así que se contuvo, respiró hondo (varias veces, muchísimas) y comprendió que, si quería hablar con Vero o con su hermana en algún momento, antes tendría que hacer de tripas corazón y disculparse con Luna Guerrero. Se maldijo mentalmente por no haber preparado, ni pensado siquiera, su disculpa.
—Tenía miedo. Fui una idiota.
Luna se cruzó de brazos.
—¿Ya está? ¿Eso es todo?
Elena quiso darle un puñetazo. «Hazlo», susurró la Muerte en su cabeza.
—Es más complicado —reconoció en voz alta, sin apartar la mirada, nunca la apartaría—. Mi relación con Julia es complicada. Todo lo que nos rodea es complicado, pero eso no excusa mi comportamiento. Una cosa es querer proteger a mi hermana y otra actuar como si yo fuera su dueña. Lo siento.
«Estaba asustada, siempre pienso lo peor de la gente».
Era ridículo, cada palabra lo era.
—Nunca me atrevería a hacerle daño.
—Lo sé.
—Pero, aunque ese fuera el caso, no es tu problema. Tu hermana tiene que decidir por sí misma. No puedes mantenerla en una burbuja para siempre. No puedes protegerla de males que ni siquiera sabes si existen. Déjala vivir. Empieza a vivir tú.
«Soy la Muerte. Somos la Muerte».
Elena asintió acongojada.
—Ahora lo sé, empiezo a darme cuenta y a aceptarlo.
—Está bien, pero vaya que esto se lo tienes que contar tú a Jul, eh.
Elena se mordió el labio inferior y apartó la mirada un segundo.
—Lo haré, no me siento preparada —le confesó.
—Es tu hermana, te echa de menos.
Elena se sorbió los mocos, rompió el contacto visual y miró al cielo, parpadeó varias veces, angustiada. Luna le puso la mano en el hombro, Elena se sobresaltó, pero no la apartó, dejó que la chica de los pelos pastel y la ropa pasada de moda la abrazara. No fue un señor abrazo, como los de Jul o los de Carlos, ni siquiera duró más de diez segundos, pero fue reconfortante a su manera, le permitió ver a Vero, a tan solo unos metros de distancia, con el ceño fruncido. Elena cerró los ojos con fuerza, vio lucecitas molestas y después se alejó.
Ni rastro de la Muerte.
—Gracias. —No sabía qué hacer con las manos, tampoco con las lágrimas que resbalaban sobre su rostro, muy dignas y rebeldes.
—¿Quieres...?
«¿Quieres un pañuelo? ¿Quieres hablar con Vero?».
—No, ahora mismo... Joder. Adiós.
Luna fue a decir algo más. Elena no la dejó, se aferró con fuerza a su teléfono y salió pitando de allí, casi le fallaron las piernas. Carlos y Luna tenían razón (¡qué sorpresa!). No podía seguir postergando hablar con su hermana. Ya era bastante raro que sus padres no hubieran hecho preguntas cuando Elena dijo por el grupo de la familia que se quedaría allí durante la Semana Santa. En algún momento, intervendrían, todo se le haría una bola y acabaría explotando de nuevo. Necesitaba resolverlo de una vez. No podía esperar hasta sentirse preparada, ¿cuándo ocurriría eso? ¿En un mes, cuando acabaran las clases? ¿En la graduación? ¿En selectividad? Ni siquiera sabía qué quería hacer su hermana, bien podría querer marcharse al extranjero y entonces...
Frenó en seco, a punto de hiperventilar. ¿Y si se distanciaban para siempre? ¿Y si nunca solucionaban sus problemas? ¿Y si su Jul se olvidaba de ella? «Respira, respira, respira, respira». ¿Era ella o la Muerte? ¿Importaba acaso? Eran la misma persona al final del día. Carlos tenía razón también en eso, debía aprender a controlarla, a reconciliarse con esa parte de sí misma si quería tener una vida de verdad. Se miró las manos, pálidas y sudadas, venas invisibles palpitando bajo su piel. Tenía que hacerlo ahora. Ahora mismo.
Su teléfono sonó, se lo sacó del dobladillo de la falda.
Vero: ¡Jopeta! ¡Que señora disculpa!
Era Vero.
Elena no sabía qué hacer, qué responder. Vero seguía en línea. ¿Por qué le había dado a la notificación sin mirar primero de quién era? Era imbécil, una imbécil de campeonato. ¿Ahora qué hacía, dejarla en visto? Vero estaba escribiendo. Tenía que hacer algo o no hacer nada nunca en la vida.
Vero: Respira, rubia, a tu ritmo ;)
Elena sonrió. A su ritmo. Eso podía hacerlo.
Pero no con su hermana, nunca más.
.
.